Deteniéndose junto a la colgante estalactita, Jared la golpeó con su lanza. Un staccato de notas precisas llenó la galería.
—¿Lo oyes? —preguntó—. Lo tenemos enfrente.
—No oigo nada. —Owen se adelantó, tropezando y teniendo que apoyarse para no caer en la espalda de Jared—. Sólo hay fango y piedras colgantes.
—¿No hay pozos?
—No oigo ninguno.
—Pues hay uno a menos de veinte pasos. Vale más que no te apartes de mí.
Jared volvió a golpear la piedra, oído avizor para no perder ninguno de aquellos ecos sutiles. Allí estaba, en efecto… macizo y perverso, posado en una cornisa próxima y escuchando su avance.
Frente a ellos, no había más que agujas rocosas y grandes peñascos para orientarse Los últimos ecos así se lo habían revelado. Así es que sacó un par de guijarros de su bolsa y los hizo castañetear fuertemente en la palma de la mano, concentrando su atención en los ecos. A su derecha, el oído le indicó la existencia de grandes formaciones rocosas que caían en pliegues, reflejando una confusa mezcolanza de sonidos.
Owen lo agarró por el hombro mientras avanzaban.
—Es demasiado listo. No conseguiremos alcanzarlo.
—Si lo alcanzaremos. Se enfurecerá y nos atacara tarde o temprano. Entonces habrá un soubat[1] menos en el mundo.
—¡Por la radiación! ¡Es silencioso como la tinta! ¡Ni siquiera oigo por donde voy!
—¿Pues para que crees que he sacado los guijarros?
—Yo estoy acostumbrado al difusor de ecos Central.
Jared lanzó una carcajada.
—Esto es lo malo que tenéis vosotros, los presupervivientes. Dependéis demasiado de las cosas familiares.
El sarcástico bufido de Owen estaba justificado. Pues Jared, que tenía tan sólo veintisiete períodos de gestación, no sólo le llevaba dos gestaciones de edad, sino que también era un presuperviviente.
Arrastrándose bajo la cornisa, Jared descargó su arco. Luego tendió a Owen la lanza y los guijarros.
—Tú quédate aquí y lanza algunos ecos claros… a intervalos de una pulsación aproximadamente.
Avanzó sigilosamente con el arco tendido. La cornisa le arrojaba ecos clarísimos.
El soubat se agitaba, abriendo y cerrando sus inmensas alas correosas. El joven se detuvo para escuchar a la maligna criatura, que se destacaba audiblemente sobre el liso fondo de roca. Un rostro peludo y aguzado… de tamaño doble que el suyo.
Unas orejas atentas, cóncavas y puntiagudas. Unas garras poderosas, afiladas como las cortantes rocas a las que se asían. Y dos pequeños ecos gemelos le aportaron la impresión de unos colmillos desnudos.
—¿Aún sigue ahí? —susurró Owen con ansiedad. ¿Todavía no lo oyes?
—No, pero juraría que lo huelo. Está…
De pronto el soubat se soltó de la roca y se dejó caer.
Jared ya no necesitaba los guijarros. El furioso aleteo le ofrecía un blanco directo e inconfundible. Tensó el arco, apoyando el emplumado extremo de la flecha en su oído, y soltó la cuerda.
El horrendo ser lanzó un aullido…, un escalofriante alarido que reverberó en el corredor.
—¡Luz Todopoderosa! —exclamó Owen—. ¡La alcanzaste!
—Sólo le atravesó un ala. —Jared sacó otra flecha—. ¡Pronto… dame más ecos!
Pero ya era demasiado tarde. El poderoso impulso de sus alas hizo desaparecer al soubat por una galería lateral.
Mientras escuchaba la retirada del monstruo, Jared se mesó la barba con ademán distraído. Llevaba una barba muy corta que se proyectaba hacia adelante, dando a su cara un tono confiado. Más alto que un arco, era derecho como una lanza y sus miembros estaban sólidamente ensamblados. Aunque por detrás su cabellera le caía sobre los hombros, por delante la llevaba cortada, dejando las orejas al aire y la cara totalmente descubierta. Jared llevaba el cabello así porque le gustaba tener los ojos abiertos. Su preferencia no se basaba en motivos religiosos, sino en el desagrado que le inspiraba la tirantez facial que producían los ojos cerrados.
Más adelante la galería lateral se estrechaba para recibir a un curso de agua que brotaba del suelo, dejando sólo una estrecha faja de roca resbaladiza, para seguir avanzando.
Sujetándole el brazo, Owen le preguntó:
—¿Qué hay ahí enfrente?
Jared hizo repiquetear los guijarros.
—No hay rocas bajas ni pozos. El río desaparece por la pared y la galería se ensancha de nuevo.
Pero escuchaba con más atención a otros ecos casi imperceptibles… reflejos insignificantes producidos por minúsculos seres que se deslizaban en el río, huyendo con temor del ruido de las piedras.
—Recuerda este lugar —dijo—. Está lleno de caza.
—¿Hay salamandras?
—A centenares. Esto significa que también habrá peces de buen tamaño y legiones de cangrejos.
Owen se echó a reír.
—Ya me parece oír al Primer Superviviente autorizando la expedición de caza aquí. Nadie había llegado nunca tan lejos.
—Yo sí.
—¿Cuándo? —preguntó su compañero.
Vadearon el arroyo y de nuevo pisaron terreno seco.
—Hace ocho o nueve gestaciones.
—¡Radiación… pero si entonces eras un niño todavía! ¿Y llegaste hasta aquí… tan lejos del Nivel Inferior?
—No una, sino varias veces.
—¿Y por qué?
—Perseguía algo.
—¿Qué era?
—Las tinieblas.
Owen lanzó una risita.
—Las tinieblas no se encuentran, hombre. Uno se confía a ellas.
—Eso dice el Guardián, cuando grita: «¡Las tinieblas abundan en los mundos de los hombres!». Y dice que eso significa que el pecado y el mal triunfan. Pero yo no creo que signifique eso.
—¿Qué crees, pues?
—Que las tinieblas deben ser algo real. Pero somos incapaces de reconocerlo.
Owen rió de nuevo.
—¿Cómo esperas encontrarlo, si no puedes reconocerlo?
Sin hacer caso del escepticismo de su amigo, Jared explicó:
—Tenemos una pista. Sabemos que en el Mundo Original —el primer mundo que el hombre habitó al dejar el Paraíso— estábamos más cerca de la Luz Todopoderosa. Dicho de otro modo, era un mundo bueno. Ahora vamos a suponer que existe cierta relación entre el pecado y el mal y eso que llamamos tinieblas. Si es así, esto significa que debía de haber menos tinieblas en el Mundo Original, ¿no es cierto?
—Así parece.
—Entonces, lo único que tengo que hacer es encontrar algo que sea menos abundante en el Mundo Original.
Los ecos de los guijarros revelaron la existencia de una maciza barrera frente a ellos y Jared aminoró el paso. Acercándose a la barricada, la tanteó con los dedos.
Las rocas amontonadas obstruían completamente la galería hasta la altura de su hombro.
—Hemos llegado —declaró—. Esto es la Barrera.
Owen le apretó fuertemente el brazo.
—¿La Barrera?
—Podemos franquearla muy fácilmente.
—Pero… ten en cuenta la ley. ¡No podemos ir más allá de la Barrera!
Jared lo arrastró consigo.
—Vamos, No hay monstruos. No tienes nada que temer… como no sea algún que otro soubat.
—¡Pero dicen que es peor que la propia Radiación!
—Eso es lo que te dijeron. —Jared ya había escalado casi el montículo—. Incluso dicen que se encuentran ahí los dos diablos gemelos Cobalto y Estroncio, que se te llevarán a los profundos abismos de la Radiación. ¡Paparruchas! ¡Tonterías!
—¡Pero el Pozo del Castigo…!
Mientras descendía al lado opuesto, Jared hacía repiquetear sus guijarros pensando en varias cosas y proponiéndose varios objetivos a la vez. Además de ahogar las protestas de Owen, el repiqueteo le permitía sondear la galería que tenían enfrente. Owen había pasado delante y aquellos ecos tan próximos transmitían claramente las impresiones sónicas de su cuerpo robusto, agazapado y tenso con los, brazos extendidos para protegerse y palpar ante sí.
—¡Por la Luz! —le reprendió Jared—. ¡Baja los brazos! Chocarás con las manos contra algo. Confía en mí.
La siguiente oleada de ecos captó el movimiento que hizo Owen al encogerse de hombros.
—Sí, soy una nulidad con los guijarros —gruñó, avanzando con paso resentido.
Jared lo siguió, apreciando debidamente el valor que demostraba Owen. El cauteloso y vacilante, siempre solía mostrarse reacio a actuar. Pero cuando el clic final le hacía comprender que no había más remedio que luchar, fuese con un enemigo natural o con un zivver[2], no había combatiente más resuelto que él.
Las zivvers, los soubats y los pozos sin fondo, se dijo Jared, eran los peligros normales que ofrecía la existencia. Si no fuese por ellos, el Mundo del Nivel Inferior y sus galerías serian un lugar tan seguro como lo fuera el propio Paraíso, antes de que el hombre renegara de la Luz Todopoderosa y, según contaba la leyenda, descendiese a los diversos mundos que a la sazón compartían los hombres y los zivvers.
En aquel momento, empero, únicamente le preocupaban los soubats. Uno en particular… un ser maligno, de instintos merodeadores, que penetró aleteando furiosamente en el Nivel Inferior para arrebatar una oveja.
Escupió con disgusto, al recordar los epítetos envenenados que su maestro de arco murmuró hacía tanto tiempo:
«¡Criaturas hediondas, malditas por la Luz, surgidas de las entrañas de la Radiación!».
«¿Qué son los soubats?» —había preguntado uno de los jóvenes arqueros al viejo maestro.
Éste respondió:
«Al principio eran como los inofensivos y pequeños murciélagos que nos proporcionan estiércol para las plantas. Pero celebraron un pacto con los demonios: Cobalto y Estroncio se apoderaron de uno de ellos, y se lo llevaron a la Radiación, convirtiéndolo en un monstruo gigantesco. De ese proceden todos los soubats con los que hoy tenemos que luchar».
Jared lanzó ansiosos ecos galería adelante. Owen, que se mantenía tercamente en cabeza, avanzaba de manera más cautelosa, deslizando los pies hacía adelante en lugar de avanzar a pasos.
Jared sonrió al pensar en la preferencia que su compañero demostraba por tener los ojos cerrados. Aquella costumbre era tan arraigada en él, que nada se la haría perder. Estaba de acuerdo con la creencia según la cual había que proteger y preservar a los ojos, para que pudiesen percibir la Gran Luz Todopoderosa cuando llegase la hora de su retorno.
Pero no podía censurar nada a Owen, se dijo Jared, como no fuese su excesiva tendencia a tomarse las leyendas al pie de la letra. Como aquélla según la cual la Luz no perdonó al hombre que hubiese inventado la planta del maná y en castigo lo expulsó del Paraíso, arrojándolo a las Tinieblas, fuese lo que fuese lo que había que entender por ello.
Un repiqueteo le indicó la posición de Owen… a varios pasos frente a él. Al repiqueteo siguiente había desaparecido. Entre ambos resonó un grito de angustia y el ruido sordo de la carne al chocar contra la roca.
—¡Por amor de la Luz! ¡Sácame de aquí!
Otros ecos revelaron la presencia de un pozo poco profundo que había permanecido oculto en el espacio vacío de ecos que se extendía frente a Owen.
De pie al borde de la cavidad, Jared bajó su lanza hacia ella. Su compañero la sujetó y empezó a izarse. Pero el cuerpo de Jared se puso en tensión, tiró de la lanza hasta arrebatarla a Owen y luego se echó al suelo. Las garras del soubat que se precipitó sobre él le rozaron la espalda.
—¡Cazaremos un soubat! —gritó jubiloso.
Gracias a los chillidos que lanzaba, consiguió seguir al animal cuando éste describía una amplía vuelta, ganando altitud, para descender en picado en un segundo, lanzando chillidos de ataque. Jared levantó la lanza, la sujetó sólidamente en una hendidura y empuñó con fuerza el astil, apuntándolo a aquella furia que se precipitaba sobre él.
Toda la Radiación pareció estallar cuando los ciento cincuenta kilos de la furiosa bestia chocaron contra Jared en un solo golpe violento y lo derribaron.
Levantándose, él notó el calor de la sangre en su brazo, donde la garra le había rasgado la carne.
—¡Jared! ¿Estás bien?
—¡Quédate ahí abajo! ¡Puede volver!
Palpó en el suelo hasta encontrar su arco.
Pero todo permanecía silencioso. El soubat había vuelto a retirarse, esta vez, posiblemente, con una herida de lanza añadida a sus otros males.
Owen salió trabajosamente del pozo.
—¿Estás herido?
—Sólo un par de rasguños.
—¿Lo cazaste?
—¡Por la Radiación, no! Pero sé dónde está.
—Yo ni quiero saberlo. Vámonos a casa.
Jared golpeó el suelo con su arco y escuchó.
—Se ha metido en el Mundo Original… allá enfrente.
—¡Volvamos, Jared!
—¡No volveré hasta tener los colmillos de esta bestia en mi bolsa! Tengo que encontrarla.
—¡Lo que encontrarás será otra cosa!
Pero cuando Jared prosiguió su marcha, Owen lo siguió a regañadientes.
Más adelante preguntó:
—¿Estás verdaderamente decidido a encontrar las Tinieblas?
—Las encontraré, aunque necesite para ello toda la vida.
—¿Por qué te has empeñado en perseguir el mal?
—Porque en realidad yo quiero escuchar otra cosa. Y las Tinieblas quizá no sean más que un peldaño que me conduzca a esa cosa. —¿Qué buscas, pues?
—Busco la Luz.
—La Gran Luz Todopoderosa —citó Owen, recitando uno de los artículos de fe— está presente en las almas de los justos y…
—¿Y suponiendo —lo atajó Jared atrevidamente— que la Luz no fuese Dios, sino otra cosa?
La sensibilidad religiosa de su compañero se escandalizó. Jared lo comprendió por su profundo silencio y la leve aceleración de su pulso.
Finalmente, Owen preguntó:
—¿Y qué otra cosa puede ser la Luz Todopoderosa?
—No lo sé. Pero estoy seguro de que es algo bueno. Y si puedo descubrirlo, mejoraré la suerte de toda la humanidad.
—¿Y qué te hace pensar eso?
—Si las Tinieblas tienen relación con el mal y si la Luz es su contrario, de ello se deduce que la Luz debe ser buena. Y si consigo encontrar las Tinieblas, es posible entonces que tenga alguna idea sobre la verdadera naturaleza de la Luz.
Owen lanzó un bufido de desprecio.
—¡Eso es ridículo! ¿Consideras equivocadas nuestras creencias?
—En absoluto. Tal vez sólo deformadas. Ya sabes lo que pasa cuando una historia se repite de boca en boca. Imagínate pues lo que sucederá si pasa de generación en generación.
Jared volvió su atención a la galería, cuando los ecos de los guijarros revelaron un gran espacio hueco en la pared de la derecha.
Se detuvieron ante la entrada abovedada que daba paso al Mundo Original y los clics de Jared se perdieron en el silencio de un enorme ámbito. Tomó entonces el par de guijarros mayores y más duros que tenía. Tuvo que golpearlos entre sí con considerable fuerza, a fin de producir repiqueteos lo bastante fuertes para que hiciesen rebotar su eco en los rincones más alejados.
En primer lugar… el soubat. El hedor de aquel ser indicaba que la repugnante criatura no andaba lejos. Pero ninguno de los ecos transportaba consigo la impresión textual de unas alas correosas o de un cuerpo blando y peludo.
—¿El soubat? —preguntó Owen con ansiedad.
—Está escondido —dijo Jared entre dos repiqueteos. Luego, para apartar la mente de su amigo del peligro, preguntó—: Vamos a oír si eres muy bueno. ¿Qué oyes?
—¡Radiación!… Un mundo enorme.
—Muy bien. Prosigue.
—El espacio que tenemos enfrente… algo blando. Una mata o dos de…
—Plantas de maná. Crecen junto a un manantial cálido. Oigo también docenas de pozos vacíos… pozos donde antes el agua hirviente calmaba el hambre de energía de miles de plantas. Pero continúa.
—Allí a la izquierda, hay un estanque… muy grande.
—¡Muy bien! —lo felicitó Jared—. Alimentado por un arroyo. ¿Y qué más?
—Yo… ¡Radiación! Algo muy extraño. Muchas cosas extrañas.
Jared avanzó.
—Son viviendas… que se extienden junto a la pared.
—Pero no lo entiendo. —Owen, confuso, prosiguió—: ¡Están al aire libre!
—Cuando aquí vivía gente, no tenían que ocultarse en grutas. Edificaban paredes para aprisionar una porción de espacio.
—¿Paredes cuadradas?
—Supongo que sentían debilidad por la geometría.
Owen retrocedió:
—¡Salgamos de aquí! ¡Dicen que la Radiación no está muy lejos del Mundo Original!
—Quizá lo dicen para que no nos acerquemos.
—Empiezo a pensar que tú no crees en nada.
—Te equivocas, yo creo… en todo cuanto puedo oír, tocar, gustar u oler.
Jared cambió de posición y los ecos de sus piedras se alinearon con una abertura.
—¡Soubat! —susurró, cuando la corriente de ondas sonoras le devolvió la impresión del ser suspendido en el interior del cubículo—. Toma la lanza. ¡Esta vez estaremos preparados para recibirlo!
Cautelosamente se aproximó a tiro de arco de la construcción, sin utilizar los guijarros. Ya no los necesitaba… pues la respiración de la bestia le cegaba tan clara como los bufidos de un toro furioso.
Colocó una flecha en el arco y se metió otra bajo el cinto, para tenerla a su alcance. A sus espaldas, oyó como Owen clavaba el astil de la lanza en el suelo.
Entonces preguntó:
—¿Listos?
—Dispara —le apremió Owen. Y su voz no temblaba. Había sonado el último clic.
La suerte estaba echada.
Apuntando a la sibilante respiración, Jared soltó la cuerda del arco.
La flecha silbó por el aíre y chocó con un golpe sordo contra algo sólido… demasiado sólido para ser la carne de un animal. Lanzando agudos alaridos de rabia, el soubat se precipitó hacia ellos. Jared colocó la segunda flecha en el arco, intentando adelantarse a aquella furia alada.
Disparó y se agachó.
La bestia lanzó un chillido de agonía cuando pasó como una exhalación sobre su cabeza. Luego se oyó un golpe sordo y un estertor final, cuando los grandes pulmones se vaciaron.
Resonó una familiar exclamación:
—¡Por la Luz! ¡Sácame este asqueroso bicho de encima!
Sonriendo, Jared golpeó con su arco la sólida roca que pisaba y captó el eco de un montón desordenado formado por el soubat, su compañero, la lanza rota y la flecha clavada en el cuerpo del animal.
Finalmente, Owen pudo zafarse de su pesada carga.
—Bien, ya lo hemos cazado. ¿Podremos regresar ya?
—Primero déjame terminar.
Jared ya le estaba cortando los colmillos.
Soubats y zivvers. Uno a uno, los habitantes de los niveles Inferior y Superior irían eliminando a los primeros. ¿Pero cómo podrían triunfar de los segundos? ¿Cómo se podía luchar contra seres que no golpeaban piedras para avanzar y que, sin embargo, conocían perfectamente el lugar donde se hallaban? Nadie era capaz de explicar aquella sobrenatural facultad. Lo único que se les ocurría decir era que estaban poseídos por el Cobalto o el Estroncio.
Pero la profecía, musitó Jared, aseguraba que el hombre vencería a todos sus enemigos. Era de suponer que entre éstos se incluyesen también a los zivvers, aunque él siempre había pensado que los zivvers eran también humanos… hasta cierto punto.
Terminó de arrancar el primer colmillo y de un oscuro rincón de su espíritu surgieron recuerdos de las enseñanzas que recibiera de niño:
¿Qué es la Luz?
La luz es un Fulgor.
¿Dónde esté este Fulgor?
Si no fuese por la maldad humana, el Fulgor reinaría por doquier.
¿Podemos tocar u oír el Fulgor?
No, pero en la otra vida lo veremos.
¡Sandeces! Además, nadie era capaz de explicar la palabra veremos.
Se metió los colmillos en la bolsa y se enderezó, oído avizor. Aquí había algo que tal vez en otros mundos fuese menos abundante… algo que el hombre llamaba «Tinieblas» y equiparaba al pecado y al mal. Pero ¿quién era?
—¡Jared, ven aquí!
Empleó los guijarros para localizar a Owen. Los ecos le dieron una impresión de su amigo de pie junto a un grueso poste tan inclinado, que casi se hallaba tendido sobre el suelo. Palpaba un objeto que colgaba del extremo superior… algo redondo y frágil que producía un claro tintineo cristalino.
—¡Es una Bombilla! —exclamó Owen—. ¡Cómo la reliquia del Fulgor Todopoderoso que conserva el Guardián!
Jared evocó el recuerdo de todas aquellas creencias:
«Hasta tal punto se apiadó el Todopoderoso (le parecía escuchar la propia voz del Guardián del Camino) que cuando Él desterró al hombre del Paraíso, le envío partes de Sí Mismo para que nos hiciesen compañía por un tiempo. Y Él habitó en pequeños recipientes como esta Santa Bombilla, y éstos fueron muy numerosos».
Se oyó un ruido entre las viviendas.
—¡Por la Luz! —juró Owen—. ¿Hueles eso?
Los ecos revelaron una increíble confusión de sonidos:… impresiones de algo humano, pero que no era bien humano; increíblemente malo porque era distinto, pero fascinante, porque parecía tener dos brazos, dos piernas y una cabeza y caminaba en Posición erguida. Avanzaba hacia ellos tratando de sorprenderlos desprevenidos.
Jared tendió la mano a su aljaba Pero no tenía más flechas. Aterrorizado, tiró el arco al suelo y se dispuso a emprender la huida.
—¡Oh, Luz! —gimió Owen, tropezando y corriendo hacia la salida—. ¿Qué es esto, por la Radiación?
Jared era incapaz de responder. Bastante trabajo tenía en tratar de hallar el camino de regreso sin quitar el oído de aquella impía amenaza. El hedor que desprendía era más terrible que el de mil soubats.
—¡Es el Estroncio en persona! —decidió Owen—. ¡Las leyendas no mienten! ¡Aquí están los Diablos Gemelos!
Dando medía vuelta, corrió hacía la salida, facilitando los ecos orientadores con sus propios gritos de espanto.
Jared se quedó inmóvil, paralizado por una sensación que iba más allá de todo el entendimiento. Sus impresiones auditivas de aquella monstruosa forma eran claras; le parecía como si el cuerpo de aquel ser estuviese enteramente formado por colgantes hojas de carne. Pero había algo más… Un vago pero vívido puente de ecos silenciosos que cubría la distancia que lo separaba de él y penetraba, abrasándole, en las profundidades de su consciencia.
Sonidos, olores, gustos, la presión de las rocas y los objetos materiales que lo rodeaban… todo pareció penetrar en su ser, suscitando el olor. Se tapó la cara con las manos y corrió en pos de Owen:
Algo así como un zip-hiss rasgó el aire sobre su cabeza y un momento después la voz de Owen lanzó un grito de terror y angustia. Luego Jared oyó caer a su amigo, ante la entrada del Mundo Original.
Llegó al lugar donde Owen yacía, se echó la forma inerte al hombro y siguió avanzando penosamente.
Zíp-híss.
Algo le rozó el brazo, dejando gotitas de humedad pegadas a su carne. Al instante siguiente tropezó, cayó, volvió a incorporarse y prosiguió su marcha cargado con el peso inerte de Owen. Experimentaba un aturdimiento súbito que no podía explicar.
Momentáneamente sordo, avanzó tambaleándose junto a los peñascos amontonados que formaban la pared izquierda de la galería y tanteó para rodear una de las enormes rocas. Entonces cayó en una grieta abierta entre dos salientes y Owen cayó sobre él. El rudo golpe lo dejó sumido en la inconsciencia.