El teléfono sonó ocho veces antes de que Zaree Bouchard respondiera.
—¿Sí?
Parecía aburrida, o disgustada.
—Hola, Zaree, ¿cómo estás? —le dije.
—Ah, eres tú, Easy. —Zaree no parecía muy feliz—. ¿Con quién quieres hablar?
—Dime de quién quieres deshacerte.
—Te dejo los dos por un dólar veinticinco.
Me daba cuenta de que nuestra conversación no nos conduciría a ninguna parte, así que le dije:
—Ponme con Dupree.
La oí gritar su nombre, y después por poco me quedo sordo con el ruido que hizo el teléfono cuando lo dejó caer.
Después de un minuto de silencio, empezaron otra vez los golpes con el teléfono hasta que por fin Dupree dijo:
—¿Sí?
—Señor Bouchard, soy Easy.
—Bueno, bueno, bueno. —Su voz sonaba como un saxo alto en una escala descendente—. Señor Rawlins, ¿en qué puedo servirle?
—¿Ya sabe lo de Towne?
—No se habla de otra cosa. Es una pena, realmente.
—Sí. Yo fui el que encontró el cadáver. Después de Winona, claro, ella lo vio primero.
—Sí, es lo que había oído decir. Y me ha hecho recordar que usted fue también el último que vio a Coretta antes de que Joppy Shag acabara con ella.
Dupree siempre me había echado la culpa de la muerte de su novia. Yo jamás me enfadé con él, porque me sentía un poco responsable de aquella muerte.
—La poli me detuvo, y ahora tengo miedo de que quieran cargarme el muerto.
—Ya veo —dijo Dupree.
Quizá no le habría importado que la policía me considerara culpable.
—Sí. ¿Alguien sabe quién era la chica que encontraron con el pastor?
—Oí decir a unos tipos que se llamaba Tania, o algo parecido. Pero nadie dijo de dónde era, ni dónde vivía.
Dupree era un buen hombre. No importaba lo que sentía por mí, aún éramos amigos y no me mentiría.
—¿Qué le pasa a Zaree? —le pregunté.
—Está furiosa con Raymond.
—¿Y por qué?
—Al principio Raymond estaba loco por Etta. Después empezó a beber, y andaba todo el día sucio y cabizbajo. Y ayer se puso de tiros largos y por la noche vino con dos chicas blancas.
—¿Sí?
—No te imaginas el ruido que hacían, Easy. —La cordialidad de los viejos tiempos había vuelto a la voz de Dupree—. No he podido dormir. ¡Eran ellas las que le iban detrás, rogándole! Y si se lo pedían en voz baja, él les decía que no oía, que se lo dijeran más alto, y ellas se lo pedían gritando.
—Y Zaree se mosqueó.
—Bueno, sí —asintió Dupree con una risita—. Pero lo que realmente la puso furiosa fue que yo me ponía caliente cada vez que Raymond se lo hacía con una de las chicas, y quería montármelo con Zaree. Yo le decía que si ella no quería, me iría con una de las chicas blancas.
Con respecto a los asuntos domésticos, Mouse era una mala influencia.
—Ponme con él, por favor.
—Sí. —Dupree todavía reía cuando dejó el teléfono.
—¿Qué pasa, Ease? —preguntó Mouse con su tono displicente.
—Tienes que llamar a Etta, Ray.
—¿De verdad? —Ahora su voz era de satisfacción.
—Sí. Llámala y sal a pasear con LaMarque; llévalo al parque o a algún lugar parecido.
—¿Cuándo?
—Cuanto antes mejor, hombre, pero tienes que tener presente una cosa.
—¿De qué se trata?
—LaMarque es un niño muy pequeño, Ray. No lo mezcles en tus asuntos; no lo lleves contigo cuando vas de putas.
—¿Y qué quieres que haga con él?
—Llévalo a nadar, o a pescar. O a jugar a la pelota al parque. ¿Qué hacías tú cuando eras pequeño?
—A veces me acercaba sin hacer ruido a una de esas grandes ratas de río que se ponían al sol en el embarcadero, ¿sabes? La cogía por la cola, le daba vueltas en el aire y la reventaba contra uno de los pilares.
—LaMarque es un niño sensible, Ray, y quiere jugar como lo hacen todos los niños pequeños. Si tú te acuerdas de esto, él nunca deseará que estés muerto.
Mouse se quedó callado unos instantes.
—Está bien —dijo luego en voz baja.
—¿Vas a llamar a casa de Etta? —pregunté.
—Sí.
—¿Y jugarás con LaMarque?
—Sí, sí, jugaré.
—Bueno, entonces ya nos veremos.
—¿Easy?
—¿Sí?
—Eres un tipo legal. Puede que te falten algunos tornillos, pero eres legal.
Yo no sabía muy bien qué había querido decirme, pero daba la impresión de que éramos otra vez amigos.