Cuando salí de Adolf's me fui derecho al bar de John. Quería una copa con buen sabor en un bar elegido por mí.

Eran cerca de las nueve y ya había muchísima gente. Odell ocupaba su lugar de costumbre, junto a la pared, y le acompañaba Pierre Kind. Bonita Smith bailaba lentamente en medio del salón, abrazada a Brad Winston. En la barra había una hilera de hombres y mujeres y John trabajaba como un negro para satisfacer sus pedidos. En el tocadiscos automático se oía «Buenas noches, Irene», en la versión de Leadbelly, y el humo de los cigarrillos oscurecía el salón.

Vi a Mouse sentado a una mesa con Dupree Bouchard y Jackson Blue, el trío más inverosímil que uno pudiera imaginarse.

Jackson llevaba tejanos, una camisa azul oscuro y una chaqueta azul claro con zapatos puntiagudos que combinaban con el conjunto. La piel de Jackson era tan negra que a la luz del sol tenía reflejos azules. Era un hombre menudo, más pequeño incluso que Mouse, y cobarde como pocos. Y era también un ladrón de poca monta, y el correveidile de apostadores y pandilleros, lo que en aquella época llamábamos «escoria». Pero Jackson Blue no sólo era eso. Era también lo más parecido a un genio que jamás he conocido. Leía y escribía mejor que nadie, incluidos los profesores del Colegio de la Ciudad de Los Angeles, y podía hablarle a uno de historia y de ciencia y de cosas ocurridas en los lugares más remotos del mundo. Al principio yo no le creía, pero luego le compré una vieja enciclopedia en varios tomos. Y no importaba cuál fuera la prueba a la que yo lo sometiera, Jackson conocía lo escrito en aquellos libros con pelos y señales. Y desde entonces di por supuesto que decía la verdad en todo lo demás.

Jackson no solamente leía y recordaba, también era capaz de decir lo que la gente pensaba y lo que seguramente harían con sólo hablar con ellos. Jackson cruzaba una habitación, y cuando llegaba al otro lado conocía los secretos de todos los presentes con sólo mirarlos a los ojos o escucharlos hablar del tiempo.

Para un hombre como yo, Jackson era un colaborador muy valioso, sobre todo teniendo en cuenta que nunca utilizaba sus habilidades salvo para llevar y traer información entre pandillas de delincuentes. Por cinco dólares, Jackson vendía a su mejor amigo. Y uno jamás tenía que preocuparse de que le mintiera, porque era demasiado cobarde y porque se sentía orgulloso de tener siempre razón.

Dupree hacía que sus compañeros parecieran pequeños. Me sacaba la cabeza, y estaba hecho para partir piedras con los puños. Corpulento y membrudo, llevaba el pelo cortado al rape y tenía la risa fácil. Justamente cuando yo entraba soltó una ráfaga de estrepitosas carcajadas. Mouse seguramente les había contado una de sus macabras historias.

Dupree vestía un mono de un color verde grisáceo con la palabra CHAMPION bordada en la espalda en un rojo apagado. Los dos habíamos trabajado unos años en la fábrica de aviones, antes de la prematura muerte de su novia Coretta James, y de mi ingreso en el mundo de la propiedad inmobiliaria y los favores.

Pero, a pesar de sus virtudes tan aparentes, Dupree y Jackson eran tímidas florecillas del campo comparados con Mouse.

Mouse llevaba un traje de chaqueta cruzada, color crema, un sombrero de fieltro marrón y zapatos de punta redondeada también marrones. La camisa blanca parecía de satén. Su dentadura relucía con coronas de oro y plata y una brillante piedra azul. No llevaba anillos ni pulseras porque estorbaban con las armas. Tenía la tez de color nuez, y los ojos de un gris claro. Sonreía y hablaba. Los parroquianos de las otras mesas olvidaban sus copas para escuchar lo que decía.

—Sí, hombre —decía Mouse arrastrando las palabras—. El tío espera hasta que la zorra y yo estamos en la cama; escucha bien, no preparándonos, sino en la maldita cama. Y entonces entra y dice: «¡Ajá!».

Mouse abrió mucho los ojos, tal como seguramente lo había hecho el amante celoso. Todos rieron.

—¿Y tú qué hiciste? —preguntó Jackson, y su tono de voz daba a entender que tal vez un día tendría que recurrir a las triquiñuelas de Mouse.

—¡Mierda! —Mouse escupió—. Aparté de una patada las sábanas y salté para enfrentarme con el hijo de puta. Le dije: «¿Qué mierda pasa?». El tipo quería pelea, pero se tomó un momento para mirar mi polla, bien grande y dura. Porque, ya sabéis, cuando ven lo mío, todos los hombres se quedan pasmados.

Mouse era un experto narrador. Había conseguido que todos los hombres del bar pensaran en su polla, como se suponía que lo había hecho el amante celoso.

—Y entonces le di en la cabeza con la lámpara de la mesilla de noche. De cerámica, tío, y bien pesada. Tan gruesa que ni siquiera se partió. Y el tipo dio con sus huesos en el suelo.

—¡Apostaría a que te fuiste de allí a toda leche! —rió Jackson. Hubiera apostado a que Jackson se estaba tocando bajo la mesa su propio asunto; algunos hombres se sienten así más seguros.

—¿Escapar? ¡Qué va! Para entonces yo estaba realmente listo para follar. Empujé a la zorra a la cama y me la hice con un coño que otros tíos no consiguen ni en sueños. ¿Escapar? ¡No te jode!

Mouse se sentó cómodamente en la silla y se bebió su cerveza. A su alrededor todos los hombres reían. La mayoría de los que estaban allí eran de Texas, pero muchos no conocían a Mouse. Se reían porque disfrutaban con una mentira bien contada. Y a Raymond no le importaba porque le gustaba hacer reír a la gente. Pero yo estaba serio. Y tampoco reía Odell, a un costado; ni John, detrás de la barra.

Mouse nunca mentía. No era su estilo. Lo que quiero decir es que podía hacerlo, y sin el menor escrúpulo, si se trataba de un negocio, pero cuando estaba sentado en un bar Mouse contaba historias verdaderas.

Yo me preguntaba si le habría pegado muy fuerte a aquel hombre.

—Easy. —Mouse me sonrió por entre las cabezas de su público.

Mi corazón se emocionaba y se amedrentaba a la vez. Mouse era el mejor amigo que había tenido nunca. Pero también era el mal, el verdadero mal, si es que eso existe.

—Raymond —dije, y fui a sentarme a la mesa con él—. ¡Hola, Jackson! ¿Cómo estás? ¿Qué tal, Dupree?

Ambos me saludaron y me dieron la mano.

—¿Te dijeron que estaba aquí? —preguntó Mouse.

—Sí —contesté—. Y me preguntaba por qué no habías ido a verme.

Mouse y yo nos hablábamos, y era como si no hubiera nadie más en el salón. Dupree le pedía más copas a John y Jackson se había dado la vuelta y le contaba una historia a alguien de otra mesa.

—He estado en casa de Dupree. Me hospedo allí, con él.

—Podrías haber venido a mi casa, Ray. Sabes que tengo espacio.

—Sí, sí, podría, pero… —Hizo una pausa y me sonrió—. Pero no me gusta que me sorprendan, Easy. Como cuando ese tío entró de repente en el dormitorio. Sabes, si hubiera visto a mi parienta follando con alguien en mi propia cama, los dos hubieran necesitado los servicios de la funeraria.

Palpé mi treinta y ocho por encima de la chaqueta, pero sentía los brazos débiles, y recordé lo mal que lo había pasado mi tío abuelo Halley cuando se hizo tan viejo que ni siquiera podía llevarse la comida a la boca.

—A nosotros no nos preocupará hacernos viejos, Mouse —dije.

Se rió y me dio una palmada en la pierna. Era una buena risa. Una risa feliz.

—Pero no tenías por qué ir a casa de Dupree —continué—, habiendo espacio de sobra en la mía.

—¿Has visto a Etta?

No podía mentirle en su propia cara, aunque hubiera querido hacerlo.

—Llegó ayer, pasó la noche en mi casa, y hoy se ha mudado con LaMarque a un apartamento.

Cuando nombré a LaMarque, Mouse se enderezó en la silla con un movimiento brusco. Me miró fijamente a los ojos un instante, y lo que vi en su mirada me dio miedo.

Casi todos los hombres violentos y desesperados tienen una mirada obsesionada. Mouse, jamás. Él podía sonreírte y de inmediato pegarte un tiro. Nunca se sentía culpable o tenía remordimientos. Era diferente de la mayoría de los hombres. Lo que hacía respondía a un conjunto de normas que le regían sólo a él. Amaba a unas pocas personas: a su madre, muerta por aquella época, a Etta y a LaMarque, y también a mí. Nos quería a su manera, esa extraña manera que él tenía de sentir.

Por eso me inquieté cuando vi remordimientos y amargura en la mirada de Mouse. Un hombre loco siempre inspira miedo, pero cuando la locura de ese hombre le sobrepasa y estalla…

—¿Adónde ha ido?

—Me pidió que no te lo dijera, Raymond. Etta me dijo que le digas adonde puede llamarte, y que lo hará… cuando considere que es el momento oportuno.

Mouse me miró fijamente. Tenía otra vez la mirada limpia de siempre. Me podría haber matado. ¿Quién sabe? Puede que si todo aquello hubiera sucedido en otra época, mi actuación hubiera sido diferente. Pero yo ya no sabía entregarme al miedo. En dos días me había preparado para perder todas mis pertenencias y mi libertad, me había dispuesto a convertirme en un asesino, y había acabado como soplón del FBI Decidí que dejaría que el destino jugara mis cartas.

—¿No me dirás dónde está Etta?

—Está enfadada, Raymond. Si no dejas que haga las cosas a su manera, se enfurecerá contigo, y también conmigo.

Mouse me miraba como un niño mira una mariposa. John daba vueltas por allí e iba dejando en las mesas vasos con bebidas de color ámbar y hielo.

—¿Easy tiene tu número de teléfono, Dupree? —preguntó Mouse por fin.

—¿Lo tienes, Easy? —me preguntó Dupree.

—Sí, sí, lo tengo.

—Bien, asunto concluido —se rió Mouse—. Ahora vamos a tomarnos unas copas.

Al cabo de un rato Dupree se emborrachó y contó historias. Saludables historias sobre tipos tontos que trabajaban en Champion Aircraft. La clase de historias que cuentan los obreros. De cómo alguien se equivocó cuando estaba montando un motor a reacción y el motor voló el techo del cobertizo. Y cuando el patrón preguntó qué había ocurrido, el responsable abrió los ojos y dijo «Alguien debe de haber encendido una cerilla», u otra brillante frase por el estilo.

—¿Hace mucho que no ves a Andre Lavender? —le pregunté en un momento dado a Dupree.

—Sí, hace bastante. Durante un tiempo le picó muy fuerte el gusanillo de la política. El sindicato. Pero un día desapareció.

—¿Desapareció?

—Sí, hombre. Se marchó. Yo creo que robó algo, porque había un montón de polis por allí. Pero nadie sabe qué sucedió.

—¿Y su novia…? ¿Cómo se llamaba? —Hice chasquear los dedos intentando recordar.

—Juanita —respondió Dupree frunciendo el ceño.

—Sí, Juanita. ¿Y ella tampoco sabía dónde estaba?

—No. Al día siguiente de su desaparición vino a la fábrica a buscarlo, pero nadie sabía nada. Aunque yo he oído decir que Andre se las piró con la mujer de Winthrop Hughes.

—¿Quieres decir la chica de Shaker?

—Ajá. Dicen que Andre le robó la novia, la cartilla y el coche.

—¡No me digas!

Dejé las cosas así. Andre podía esperar un poco.

Cuando Dupree perdió el conocimiento (le sucedía siempre que bebía), lo llevamos al coche. Lo metimos en la parte de atrás y Jackson ocupó el asiento junto al conductor. Mouse, antes de ponerse detrás del volante, se inclinó hasta que su cara quedó muy cerca de la mía y dijo:

—Si la ves, dile que le doy un par de días. Dile que no permitiré que me trate como si yo fuera un don nadie. No lo permitiré. —Después me cogió la camisa con sus finos dedos, duros como clavos—. Y te mataré también a ti, Easy, si me estorbas, o si te pones de su parte.

Los miré alejarse, y respiré aliviado de que Etta se hubiera marchado de mi casa. Me imaginaba que EttaMae podría controlar a Mouse, sobre todo si no estaba conmigo.