CAPÍTULO IV

El pasillo.

Las tinieblas lo llenaban todo. A pesar de que había varias ventanas, no se distinguía nada a dos pasos. La lluvia seguía cayendo con fuerza, aunque ahora no de una forma tan violenta. Fuera de aquel ruido, el del aguacero, no se oía nada en toda la casa.

Marten avanzó palpando las paredes.

Naturalmente, no llevaba armas. No había venido allí en plan de enemigo, sino de investigador, para ayudar al propio Clemens y sobre todo a su hija, a la que acabarían sumiendo en un clima de locura. Pero la verdad era que, hasta que llegó a la casa, le había parecido que todo resultaría mucho más sencillo.

Había una serie de cosas que nunca imaginó encontrar.

La falta de luz eléctrica, de agua corriente.

El clima de la casa, que parecía haber retrocedido de pronto al que tuvo ciento cincuenta años atrás.

Todo eso desasosegaba a Marten, que, sin embargo, siguió avanzando. Descendió a la planta baja y siguió palpando las paredes.

Quería saber si Marten había empezado a perforarlas en busca del cadáver de su esposa…, en el caso de que ese cadáver existiera realmente.

En las habitaciones interiores de la planta baja ya no se oía ni el rumor de la lluvia.

El silencio era absoluto, cortado sólo a intervalos regulares por la respiración tranquila del joven.

Se deslizó por un largo pasillo.

Y, de pronto, sus dedos rozaron algo.

Era un hueco en la pared. Podía ser el principio de un túnel.

Marten se atrevió a sacar el pequeño lápiz-linterna que llevaba en uno de sus bolsillos y alumbró hacia allí. El disco de luz le mostró que, en efecto, alguien había estado perforando el muro. Ese alguien tenía que ser Clemens. Y lo que buscaba estaba bien claro.

Por supuesto, el cadáver de su mujer.

Debía estar seguro de que lo habían emparedado en la casa.

Casi había metro y medio perforado, lo cual representaba un trabajo ímprobo, pues el muro era de piedra. Pero había algo. Algo que hizo estremecer a Marten mientras le obligaba a ahogar un grito de angustia.

Balbució:

—Dios santo…

Había un cadáver allí. Había una momia que tenía más de un siglo.