Aparqué en la misma manzana de Aretha's. Los vecinos de Bone Street se tambaleaban solos o en parejas. Había gritos, y besos, y vomitonas en las aceras. Las últimas en marcharse de Aretha's eran las estriptistas, casi todas mujeres corpulentas que marchaban hacia sus casas como soldados fatigados que vuelven del frente.
Eran las dos y veinte cuando miré el reloj, pero eso no me preocupó. Sabía que cuando necesitaba a Mouse, él siempre estaba. Mi amigo siempre estaría en algún rincón de mi vida, sonriendo y listo para desatar el caos.
Hacía un rato que la puerta de Aretha's no se abría cuando salió Mouse. Llevaba una chaqueta cruzada amarillo vivo y pantalones marrón oscuro. La camisa de seda era azul, con un estampado de triángulos naranja. Iba sin sombrero. Me imagino que Mouse pensaba que nadie podría matar a un hombre tan bien vestido.
Se acercó al coche y dijo:
—Sólo quedan ellos dos, Easy. Yo solo podría haberles sacado todo lo que saben, pero no quería que te perdieras la diversión.
—¿La puerta está abierta? —pregunté.
—No. Han cerrado cuando yo he salido, pero he puesto una cuña en la puerta de atrás. Cuando quieras podemos entrar.
Fuimos por el callejón que corría paralelo a Bone y, tras pasar una puertecilla, dimos con la parte trasera del bar. Mouse empujó la puerta y entramos en una habitación grande y oscura. Después pasamos otra puerta y dimos con una tercera, que estaba ribeteada de luz. Se oía hablar a Charlene y Westley al otro lado.
Mouse entró primero. Oí que Charlene sofocaba un grito y Westley preguntaba «¿Qué pasa?», y entonces entré yo.
Estaban sentados ante una mesa redonda y pequeña frente al escenario y nos miraban fijamente. El aire estaba cargado de electricidad. Westley tenía cara de querer salir corriendo hacia la puerta.
Y Charlene, en cambio, parecía a punto de tirarnos algo a la cabeza.
—¿Qué hacéis aquí? —dijo la mujer, y era más una advertencia que una pregunta.
—Easy quiere hacerte unas preguntas —respondió Mouse con su tono más amistoso.
—Salid de aquí antes de que… —empezó a decir Charlene, pero de repente se quedó callada.
Miré a Mouse, y vi que había sacado la pistola.
—No hemos venido a jugar, Charlene. Necesitamos saber algunas cosas, y tú nos las vas a decir —dijo Mouse.
—¿Qué queréis de nosotros? —preguntó Westley.
Sus ojos se movían huidizos de un lado a otro. Yo sabía que estaba tramando algo, y me daba miedo. No temía que nos hiriera, o que escapara. Me preocupaba que Mouse matara al pobre Westley y aquella historia acabara conmigo en la cárcel.
—Cuéntame lo de la pelea entre aquel tipo y Gregory Jewel —dije muy rápido.
Quizá consiguiéramos lo que queríamos y pudiéramos irnos antes de que las cosas se desmadraran.
—Ya te dije todo lo que sabía, Easy Rawlins —intervino Charlene—. Y luego tú vas y tratas de ponerme a malas con la policía.
—Quiero saber quién era ese hombre, Charlene. O me lo dices, o me convences de que realmente no lo sabes.
—¿Y si no lo hago? —me desafió la mujer. La sonrisa de Mouse era como la alegría de un niño en un día de verano. Westley acercó el pie a su silla y se llevó las manos al tobillo. Llevaba calcetines rojos, pero yo entreví también algo de cuero marrón. Westley sacó una pequeña pistola de la pernera del pantalón. Yo grité: «¡No!», y empujé con la mano el brazo armado de Mouse. Charlene soltó un «¡Oh, no!». Los disparos, uno grande y otro pequeño, me ensordecieron. Vi que Westley se tambaleaba en su silla.
Charlene gritó, «¡West!»: y corrió junto a él.
Mouse trató de pegarme en la cabeza con la culata de la pistola pero lo esquivé de un salto.
—¿Qué mierda te pasa, Easy? —gritó mi amigo.
Yo sabía que era mejor no contestarle. Mouse me miró furioso mientras Charlene se desesperaba junto a Westley. Al barman le chorreaba la sangre por el brazo.
Mouse fue hacia ellos e hizo a un lado a Charlene. Examinó la herida del barman y volvió a retirarse, llevándose la pistola de Westley.
—No morirá —sentenció Mouse.
—Y ahora, habla —le dije a Charlene.
Mouse hizo sonar el percutor de su pistola.
—Se llama Saunders —dijo ella con una voz monótona de derrotada—. Todos, desde aquí hasta St. Louis, saben que es un pájaro de mal agüero. Se pelea con todo el mundo y usa la navaja. Yo no quería problemas con un tipo así.
—¿Aunque estuviera asesinando chicas? —pregunté.
—Yo no sabía nada de ningún asesinato. Lo que le hizo a Gregory Jewel lo veo aquí yo casi todas las noches.
Me acordé de la paliza que le habían dado a Jasper Filagret a causa de Dorthea.
—¿Ese tipo tiene amigos?
—En una ocasión trajo a su primo. Era pelirrojo, y él lo llamaba Abernathy. Trabaja con mi sobrino Tiny en las Carnicerías Asociadas. Y no sé nada más.
Mouse entonces se volvió amable. Cogió un trapo de detrás de la barra y se lo dio a Charlene.
—La bala le dio en el hombro —dijo Mouse—. Ha sido una suerte que Easy me golpeara.
Pero cuando salimos Mouse no sonreía.
—No vuelvas a hacer eso nunca más, Easy Rawlins.
—Podrías haberlo matado.
—Y Westley podría haber acabado con nosotros si yo no lo hubiera herido en el brazo. La próxima vez también dispararé contra ti.
No mentía.
Y después de decir esto, a Mouse se le pasó la furia.
—Lo primero es coger a ese tipo de la carnicería, Easy. Podríamos ir a buscarlo antes de que vaya al trabajo.
—No puedo ir tan temprano, tiene que ser más tarde. — ¿Y eso por qué?
—Tengo que acompañar a Jesus a la escuela. Tiene problemas con uno de los profesores, y debo ir con él.
De repente me sentía muy cansado; tanto que por poco me duermo mientras hablábamos.
—De acuerdo. ¿Por qué no vienes después de la escuela a casa de Minnie?
Le dije que sí. Luego nos despedimos y yo cogí el coche y regresé a mi casa. Aparqué frente a la entrada, pero no tenía fuerzas ni para abrir la puerta del coche.
Pensaba en una mujer muerta, sentada tranquilamente bajo un árbol. Mouse estaba hablando con ella. Hablaba y hablaba. Lo que decía lo leía en un pequeño libro negro, parecido a una libreta de teléfonos.
Ella estaba sentada y escuchaba plácidamente. Mouse siguió hablando. Cientos de pájaros se reunieron en los árboles. Esperaban en silencio a que Mouse terminara de hablar para descender sobre el cadáver y arrancar la carne de los huesos.