—¿Sí? ¿Quién es? —dijo Gwendolyn Eady por el portero automático de la verja de entrada.
—Soy Easy, Gwen. ¿Puedes abrirme?
Después de pasar la verja me senté en el asiento y saqué la 38 de Saul del bolsillo.
—Aquí tiene, hombre —dije mientras se la entregaba. Yo tenía una 32 en el otro bolsillo. Muerte tamaño pequeño.
Aparcado delante de la casa había un Thunderbird del 57, del mismo color rojo que los coches de bomberos.
—¡Oh! —dijo Gwen cuando vio que éramos dos.
—Tenemos que hablar, Gwen.
—Sarah está muy cansada, señor Rawlins. No creo que sea el mejor momento para venir con gente desconocida. —Salió de la casa para impedir que entráramos.
—Es por algo muy importante. Tiene que ver con Betty y contigo.
Pero no me prestó atención.
—¿Dónde está Betty?
—Está bien. —Me alegré al ver su expresión de alivio—. Maude y Odell se están ocupando de ella. Pero Terry ha muerto.
Hasta aquel momento, Gwendolyn Eady no era más que una niña para mí. Pero al ver el dolor que la invadió por aquel chico medio salvaje, que ni siquiera sabía que era su hermano, sentí respeto por ella como mujer. En aquel momento me di cuenta de que volvería por allí si es que seguía vivo. Incluso antes de que asintiera con la cabeza, conteniendo el dolor, ya estaba yo imaginándolas a ella y a Feather bajando en bicicleta por aquel sendero rocoso y polvoriento cerca del mar.
Se hizo a un lado y entramos en la casa.
Arthur y Sarah estaban de pie en el vestíbulo. Ambos tenían unas ojeras enormes.
—¿Qué es esto? —preguntó Sarah Cain—. ¿Dónde está Elizabeth?
—A salvo de usted —dije.
—¿Se puede saber qué quiere decir con eso? —Quiero decir que hemos venido para aclarar las cosas.
—¿Pero de qué habla? —quiso saber Arthur.
—Habla —intervino Saul— de que sabemos todo lo que ha pasado y de que vamos a ir a contárselo a la policía. Pero antes queríamos darles la oportunidad de que se explicasen.
—¿Y usted quién es?
Cuando los ojos de color pajizo de Sarah parpadearon ante Saul, me recordaron frágiles mariposas bajo la lluvia.
—Me llamo Saul Lynx, señora. Estuve trabajando para usted, contratado por Calvin Hodge, hasta que me di cuenta de que me estaba usando para sus asesinatos.
Sarah alargó la mano y se cogió del brazo de Arthur. Gwen cruzó la habitación hacia ellos. Eran la única familia que conocía, pero lo que no sabía era que eran familia de verdad. Sarah y Gwen eran hermanastras.
—Pasen a la sala —dijo Sarah.
Les seguimos por un largo pasillo flanqueado por unas armaduras hechas para hombres muy pequeños; hasta Saul era más alto que ellas. Llegamos a una puerta que tenía dos enormes figuras de metal a cada lado, tal vez de un metro ochenta cada una.
—¿Y esto qué son? ¿Gigantes? —pregunté.
—De después de la plaga —dijo Arthur distraído.
—¿A qué se refiere? —pregunté.
—Entonces los europeos eran muy bajos a causa de su dieta.
No comían suficiente carne, proteínas. Después de la peste había montones de vacas, pero casi no había gente. Así que los que había se desarrollaron mucho más y algunos de los más grandes se ponían armaduras.
No sabía si aquello era cierto, pero era una buena historia. Se la pensaba contar a Jackson Blue si es que los dos llegábamos a vivir lo suficiente.
—Pasen, caballeros. —Sarah hizo un gesto con el brazo para que entráramos en una sala enorme. El techo tenía una altura de seis metros y de él colgaba una araña con grandes bolas de cristal transparente, rodeadas de cristales rojos y azules con forma de lágrimas. El suelo estaba cubierto con una gruesa alfombra de color hueso. Las paredes eran de color tostado. Era una sala que costaba mucho más de lo que yo podía llegar a ganar en toda mi vida. Junto a la pared opuesta a la entrada había un macetero con unas palmeras de cuatro metros. El macetero tenía ruedas para poder sacarlo fuera sin dificultad y que a las palmeras les diera el sol.
Aquellos árboles hacían que el ambiente fuese más fresco y acogedor. Pero Lynx y yo no habíamos ido allí en busca de un ambiente acogedor.
Nosotros dos nos sentamos en un sofá de cuero, de color humo, y los miembros de la familia se distribuyeron en sillones forrados con piel de lobo, con cabeza y todo, diseminados por la estancia.
—¿Y bien? —preguntó Sarah.
—Sabemos por qué han matado a Terry Tyler —dije.
—¿Quién es Terry Tyler? —me preguntó Sarah.
—Usted sabe quién es —le contesté. Podía ver cómo asomaba lentamente la verdad.
—¿El chico aquel que…, que venía a jugar con Gwen? —Sarah estaba conmovida.
—¿Y eso qué tiene que ver con nosotros? —dijo Arthur.
—¡Arthur! —Arthur siguió la mirada de su madre hacia Gwendolyn, que se estaba mordiendo los labios.
—Lo siento —dijo el chico. Se levantó y fue hacia ella. Incluso la abrazó.
—Lo siento por el muchacho, pero realmente no entiendo por qué cree usted que eso tiene alguna relación con nosotros.
Los ojos de Sarah recuperaron su dureza y me traspasaron con la mirada.
—Pero es que no es sólo él —dije—. Marlon Eady ha desaparecido y Elizabeth está escondida porque teme por su vida.
Por lo menos hice que se le borrara la arrogancia de la cara.
—Y todo debido al testamento de su padre —acabé diciendo.
El silencio era total. Arthur soltó a Gwen. Sarah se quedó petrificada en su sillón, sólo tenía un leve temblor en la nuca, que reflejaba la agitación de su corazón.
—Es verdad, señora Hawkes —dijo Saul Lynx—. Tenemos razones para pensar que Elizabeth Eady y sus familiares más próximos son los herederos de su padre. Alguien mató a su padre y después se enteró de lo del testamento. Eso es lo que pensamos.
—Si eso… —tartamudeó un momento y después se detuvo—. Si eso… es cierto, ¿creen que he sido yo?
—Usted mató a Terry —dije—, el hijo de Elizabeth, y ahora no queda más que su hija…
—No —dijo Sarah, levantando una mano para callar mis palabras.
—… Gwendolyn.
—¿Qué? —preguntó Gwen. No estaba enfadada sino perpleja.
—No hemos ido a la policía porque no tenemos pruebas y cuando no hay pruebas no hay delito. Pero… —Saul no encontraba las palabras.
—Pero nosotros sabemos que usted mató a Terry y a MarIon y que piensa hacer lo mismo con Gwen y con Betty. —Estaba lo suficientemente furioso como para sacar mi pistola, aunque no lo hice—. Pero nosotros no vamos a permitirlo.
—¿Mi madre? ¿Betty? —Gwen sacudió la cabeza.
—Sí —me levanté, y fui hacia ella—. ¡Tú aquí tratando a estos blancos como si ellos te quisiesen cuando no son más que segadores que van cortando las cabezas de tu verdadera familia como si fuesen pasto seco!
—Easy, cálmate. —Saul estaba junto a mí.
—Esto es ridículo. —Sarah también se había puesto de pie—. ¿De verdad cree que Arthur o yo somos capaces de ir por ahí matando gente así como así?
—Creo que el comandante Styles sí sería capaz. Y creo que Calvin Hodge también sería capaz.
—¿Es verdad todo eso? ¡Ay, Dios mío! —Gwen se tapó la cara y retrocedió.
—No, cariño —gritó Sarah. Pero cuando avanzó hacia Gwen, ésta se tiró al suelo.
—¡Ajá! Ahora se está dando cuenta. Ahora lo ve claro. —Me estaba poniendo melodramático. Todo el odio que había dentro de mí afloró de pronto, como un veneno.
—¡No! —gritó Sarah—. ¡No es así! Sólo queríamos ayudar a Betty.
—Pero lo del testamento es cierto, ¿no es así? Y es cierto que Gwen es hija de Betty pero nunca se lo han dicho. —Quería que Gwen lo supiese, que comprendiese la verdad.
—Sólo queríamos tiempo para hablar con Betty. —Ahora también Sarah estaba llorando—. Ella huyó y mi padre estaba muerto…
—¿Usted creyó que la señorita Eady había matado a su padre? —preguntó Saul.
—Ella…, ella huyó. Y después le encontramos muerto. —Sarah se volvió hacia Gwen—. Por eso Arthur llamó a Styles. Mi padre había trabajado con el comandante Styles anteriormente, y…, y no queríamos que Betty tuviese ningún problema. No queríamos que se supiera nada. No lo hacíamos para hacerle daño a tu madre, era para evitarle todos los problemas. Yo no he tenido nada que ver en lo de ocultarte la verdad. Eso fue un asunto entre Betty y mi padre.
—¿Betty mató a Cain? —dije antes de que siguiera adelante.
—¿Quién es mi padre? —preguntó Gwen.
Nadie contestó.
En ese instante sonó un timbre. Era el tipo de timbre zumbón que usan en los colegios para anunciar el final del recreo.
—Voy yo —dijo Gwen, buscando alivio en su papel de criada. Se puso de pie y se dirigió tambaleándose hacia el vestíbulo.
Nadie intentó detenerla.
—Así que… —Saul empezó a pensar en voz alta—. Ustedes llaman a Hodge y a Styles para que se ocupen de todo lo, mmm, desagradable. Pero entonces se enteran de que están arruinados y que el asesino, si es que fue un asesinato, es quien ha heredado el dinero. —Sacó el labio inferior y asintió con la cabeza, evaluando la complejidad de los delitos—. Si ella era la única heredera, sólo ella, lo único que tenían que hacer era cogerla. Pero como, además, está toda su familia, el tribunal podría decidir que fuesen ellos los que se quedaran con la tarta.
—¡No! —Sarah Cain estaba lista para otro round—. ¡No! ¡No es así! ¡No fue eso lo que pasó! Yo nunca haría daño a Betty. Ella es como una madre para mí.
—Aun así, puede tener su lógica —dijo Saul—. Claro que puede. Hodge y Styles quieren su parte y la única solución que se les ocurre es hacer desaparecer a todos los Eady. Ellos no necesitan que ustedes se lo pidan.
—Calvin no vino a verme hasta después de muerto mi padre —dijo Sarah Cain—. De algún modo se había enterado de lo del testamento. Mi padre le había despedido y había contratado a otro abogado, a su antiguo socio Bertrand Fresco. Calvin dijo que era mejor que buscásemos a Betty y hablásemos con ella. Eso era lo único que yo quería hacer.
—Claro, claro que sí. La creemos. —Saul me tocó el brazo como incluyéndome en su generosidad—. Pero ellos sabían que esa gente iba a reclamar su fortuna y que perderían todo lo que les había prometido más el chantaje posterior, esto en caso de que haya habido un asesinato y un encubrimiento.
Tenía que admitir que lo que Lynx decía tenía sentido. Pero algo no encajaba, aunque no sabía bien qué era.
—¿Betty mató a su padre? —pregunté sin rodeos.
—Sí.
—¿Y cómo lo hizo?
—Le asfixió. Él sufría mucho. Tal vez ella sólo quiso ayudarlo.
La pena que se reflejaba en su rostro hizo que surgiera inmediatamente una verdad en mi corazón. Entonces tomé una decisión que sabía que habría de arrastrar hasta la tumba.
Debió de reflejárseme el dolor en el rostro, porque Sarah malinterpretó mi fatal decisión como algo relacionado con ella.
—¿Lo ve? Ahora lo entiende, señor Rawlins.
—Yo no entiendo un carajo. Lo que quiero saber es qué es lo que está pasando. Porque si está tan preocupada con Betty y su familia, entonces ¿por qué no le dijo nada de todo esto a Gwen? —Miré a mi alrededor, pero Gwen todavía no había vuelto.
—Iba a decírselo. Iba a hacerlo. Pero todo fue tan impresionante. Fue tal el golpe. Usted me entiende, ¿no? Él se había asegurado de que Gwen no se enterase nunca de su paternidad.
—¿Por qué, señora Hawkes? —preguntó Saul.
Ella le miró como si él acabara de mearse en el suelo.
—Porque es negra. No podía permitir que la gente lo supiera mientras ella siguiera viviendo en esta casa. Hubiese sido como reconocerla como hija.
—Qué hijo de puta —dijo Saul entre dientes.
—Y tenía que mantenerla en esta casa —dije—. Porque Betty se habría ido si le hubieran quitado a su hija.
—¿Y por qué no se fue de todos modos? —preguntó Saul.
—Porque somos una familia —dijo Sarah—. Ella le tenía miedo. Todos los de casa le teníamos miedo. Porque él tenía un poder enorme. Betty no quería dejarnos solos a mí y a Arthur. Ella se ocupó de nosotros después de morir mi madre.
—¿Dónde está la chica? —preguntó Saul.
—Ha ido a contestar al timbre de la verja. Debe de ser un paquete —dijo Arthur. Noté que su rostro había adquirido un horrible tono verdoso.
—¡Gwen! —gritó Sarah. Fue hasta la puerta y gritó hacia el pasillo—. ¡Gwen!
—Debe de ser un paquete, mamá —dijo Arthur. Estaba de pie junto a un mueble bar de vidrio y cromo que sobresalía de la pared, añadiendo algo a un vaso de ginebra o vodka.
—Vamos a echar un vistazo —dijo Saul, y me dio la sensación de que aquel hombrecillo escrupuloso era igual que yo, que se regía por corazonadas. Las corazonadas son la esperanza de los hombres desesperados.
La puerta principal estaba entornada y Gwen no estaba en ningún lado, al menos no contestaba a nuestras llamadas. No estaba en el camino de entrada a la casa ni en el jardín.
—Busquemos por separado —dije, sacando mi 32 del bolsillo. Saul también sacó su arma.
—¿Para qué son las pistolas? —preguntó Arthur. Una de las pruebas más evidentes de su inocencia.
—No sé si has estado escuchando o no, hijo. Pero hay gente que quiere ver muerta a la parte oscura de tu familia —le dije.
Arthur fue con Saul hacia la zona de las estatuas griegas mientras Sarah y yo nos dirigíamos hacia un sendero con manzanos que había a un lado de la casa.
El sendero desembocaba en una larga hilera de escalones de mármol blanco desde los que se dominaba un denso laberinto verde hecho de setos podados. En el centro del laberinto había una gran estatua de bronce de un toro embravecido. Más allá del laberinto había una casa de piedra blanca con sauces llorones a ambos lados.
—Esa es la casa de Betty —dijo Sarah, tan cerca de mí que el susurro parecía la invitación de una amante.
—¿Cómo se llega hasta allí?
—Por el laberinto. Mi padre decía que el laberinto era mejor que una cerradura porque el que quisiera cruzarlo ni siquiera llegaría a encontrar la casa.
—A menos que lo atravesara por encima en línea recta.
Yo también era un experto en mitología.
—Pero esos setos están entretejidos con alambres de púa.
El laberinto era precioso. Había enredaderas llenas de flores blancas que colgaban delicadamente y cubrían el alambre. El sendero estaba pavimentado con piedras volcánicas cortadas en rectángulos. En todos los rincones había una estatuilla de metal de algún insecto, todas muy realistas. Una termita, una hormiga, una avispa: todas del tamaño de un caniche de juguete.
Cuando vi la termita por tercera vez, me di cuenta de que nos habíamos perdido.
—¿No sabe atravesar este laberinto?
—Yo no he venido casi nunca por aquí. Era mi padre el que lo atravesaba a veces —dijo Sarah.
Pensar en su padre y en Betty hizo que Sarah volviese a equivocarse de sendero una y otra vez. Decidí que torciéramos a la izquierda al llegar a la termita y a la derecha en la mantis religiosa de color verde cobre. Cuando llegamos a ésta, vimos que su mirada maliciosa estaba clavada en el cadáver de Gwendolyn Eady.
Estaba boca arriba, con la falda subida hasta la cintura. Los agujeros de bala que tenía en el pecho y encima del ojo derecho eran pequeños. Probablemente de una 22 de alta velocidad; la clase de arma de un asesino profesional, un sinvergüenza profesional o un poli. Tenía las manos abiertas y sangre fresca y piel debajo de las uñas. Había luchado con todas sus fuerzas contra quien la había atacado. Tenía los zapatos destrozados, uno de ellos medio quitado. El vestido estaba roto por la parte del cuello y por las mangas.
Me encontré de nuevo de rodillas mirando el rostro de otro muerto inocente. Los ojos de Gwen estaban casi cerrados. Parecía que estuviese despertándose de una siesta. Acerqué la cara a su boca para ver si todavía respiraba. Podía acercarme físicamente a ella pero no podía conseguir que mi cabeza comprendiese aquello, no podía aceptar que estuviese muerta.
Se me escapó un sonido de la boca. Un sollozo o un lamento. Lo recuerdo porque en aquel preciso instante no sentía nada. Sólo por el sonido me percaté de la pena que tenía.
Sarah había retrocedido hasta los setos. Cuando vi el estado de shock en que se encontraba fui hacia ella, la abracé y apoyé su cabeza en mi pecho. Los antebrazos le sangraban de tanto presionarlos contra los alambres de púa. Recordé cuando había abrazado a Gwen del mismo modo.
No había servido de nada.
Llevé a Sarah hasta la casa, mientras le decía estupideces como «No se preocupe» o «Todo se arreglará». Dejé a la afligida mujer en una silla del vestíbulo de la casa y salí a buscar a Saul y a Arthur.
Cuando vi que el Thunderbird se había ido bajé corriendo la colina de aquellos ricos.
Me encontré a Saul en el suelo de la escalera principal cogiéndose la nuca.
—Me ha pegado —dijo.
—¿El chico?
Saul asintió con la cabeza.
—Le he visto alejarse en el T-Bird y después he vuelto a desmayarme.
Saul dejó caer la cabeza y la movió de un lado a otro.
—Gwendolyn está muerta.
Saul se olvidó del dolor y se puso de pie de un salto.
—¿Dónde?
—Ahí atrás. En una especie de laberinto que tienen.
—¿Seguro que está muerta?
No respondí y él no volvió a preguntar.
Sarah seguía sentada donde la había dejado.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó cuando la condujimos al salón.
—¿Espera la visita de alguien? —preguntó Saul.
—No. Clementine viene los jueves y viernes para ayudar a Elizabeth y a…, a… Gwen… Tenemos que llamar a la policía.
—No podemos —dije.
—¿Por qué no?
Es verdad que se llama a la policía cuando hay un asesinato en tu propia casa. Pero no cuando uno es el asesino. Y si fue ella la que contrató al asesino, ¿le hubiera hecho venir a su casa?
—¿Sabe quién ha hecho esto? —pregunté.
Sacudió la cabeza. Todavía le sangraba la mano con la que se cubría la cara.
—¿Hay algún sitio donde pueda quedarse? —le pregunté.
—Arriba, en el rancho.
—¿Podría ir hasta allí conduciendo usted sola?
—Gwen era la que conducía el coche —dijo esperanzada, como si quizá aquella simple declaración pudiera devolverle la vida a la pobre niña muerta.
—¿Y no tiene amigos? ¿Alguien que viva aquí cerca?
—Tengo a Bert y a Louise Fresco.
—Ése es el abogado de su marido, ¿no? El que cogió después de despedir a Hodge. ¿Son amigos suyos?
—Lo eran.
—Lo eran hasta que él decidió hacer lo que era justo e intentó darle a Betty lo que era de ella, ¿es a eso a lo que se refiere cuando dice «lo eran»?
No contestó. Estaba allí de pie y no hacía más que negar con la cabeza.
—Bueno —le dije a la afligida mujer—. No podemos dejarla aquí. No creo que nadie quiera matarla, pero tampoco podría asegurarlo. Así que llámelos por teléfono y nosotros la acercaremos hasta allí. Que él llame a la policía, pero háblele sobre Styles. Se lo va a decir, ¿verdad? —le dije, levantando un dedo.
Asintió levemente con la cabeza.
Fue hacia el teléfono y marcó el número de Fresco, pero no contestó nadie.
—Esto no puede ser, Easy —dijo Saul—. Tenemos que llevarla a algún sitio. Aquí no está segura.
—Supongo que podemos llevarla a la policía o llamar a un taxi para que la lleve hasta allí. Para cuando llegue, nosotros ya estaremos de vuelta en Los Angeles. Yo estaba pensando en lo que diría el detective Lewis cuando se enterase de que me encontraba en la escena de otro crimen.
—No puedo ir a la policía —dijo Sarah.
—¿Y por qué no? —pregunté.
—Porque no puedo, eso es todo.
—¿Adónde quiere ir?
—Quiero a Betty —dijo, igual que una niña pequeña que está cansada y lo que quiere es estar con la persona a la que más ama en el mundo. Entonces me di cuenta de que Sarah Cain no quería matar a Betty.
—Muy bien, pero quiero preguntarle algo antes de irnos.
—¿Qué? —Sólo dijo una palabra, pero fue suficiente para expresar que una sola pregunta más, tal vez sólo hasta respirar una vez más, podría llegar a destruirla.
—¿Qué le pasa a su hijo?
—¿Por qué me ha pegado? —añadió Saul—. ¿Por qué ha salido corriendo?
—No lo sé —le dijo Sarah Cain al suelo—. Puede que tuviese miedo. Arthur siempre tiene miedo de todo. Y usted tenía un arma.
—Saul —dije, animando al pequeño detective a que continuara. Era la primera vez que le llamaba por su nombre y aquello me sonó raro. Era como si aquellos momentos difíciles nos hubieran convertido, de algún modo, en compañeros de trabajo que dependían, estrechamente, uno del otro.
—¿Y qué me dice de usted y de Ron Hawkes? —preguntó Saul.
—¿Y él que tiene que ver con todo esto? —Puede que Sarah estuviera sufriendo, pero el odio que sentía por su marido era más poderoso.
—Hodge me dijo que el hermano de la señorita Eady era amiguete de su marido. Que iban de correría juntos. Cuando me dio el número de los Jones también me dijo que debía buscar a Hawkes.
—¿Qué sabe de eso? —le pregunté a la mujer—. Arthur se puso enfermo cuando mencioné el nombre de su padre. Ni siquiera podía hablar.
—Hace más de nueve años que no he visto a Ron Hawkes —dijo—. Arthur quiere tener un padre, pero él no puede ni imaginarse cómo es ese hombre en realidad.
—¿Cómo es, señora? —preguntó Saul.
En lugar de responder, miró hacia el largo pasillo de las armaduras.
—¿Adónde puede haber ido Arthur? —pregunté.
—No lo sé —mintió Sarah Cain.