Iba por el cuarto cigarrillo cuando se abrió la puerta metálica. Esperaba que fuese Maude con su jarra de limonada. Pero era Betty. Los ojos eran dos cosas inyectadas en sangre que ya ni siquiera podían estar tristes.
—¿De verdad eres tú, Easy? —preguntó, como si le diese miedo creérselo.
—Sí, señora.
Le entró hipo y luego empezó a llorar, emitiendo un ruido que parecía el jadeo de un perro. Durante un momento se le llenó el rostro de mil arrugas, pero después volvió a estar perfecta, a excepción de los ojos.
—Siento mucho haberte pegado y apuñalado —dijo con voz ronca—. Estaba como loca… y entonces, cuando te vi, creí…
Me toqué el brazo dolorido.
—Ya pasó —dije.
Betty se sentó en la silla del porche. Yo me recosté en la barandilla y la miré.
—¿Eres tú ese tal Ezekiel que fue a visitar a Felix?
—Sí.
—¿Y tú que pintas en todo esto, cariño?
—La señorita Cain me contrató.
Creí que aquello iba a asustar a Betty o que, al menos, la haría hablar. Pero lo único que hizo fue sacudir la cabeza tristemente. Ni siquiera preguntó el porqué.
—Quieren que regreses a trabajar para ellos.
—Ese trabajo ya está hecho.
—¿Qué es todo esto, Betty?
Se llevó una mano al pecho, a la altura del corazón. Sentía cómo se me llenaban los ojos de lágrimas por el sermón de Odell.
—Marlon tenía tuberculosis —susurró—. Los médicos dijeron que podía morirse, así que nos vinimos para acá y yo me puse a trabajar. Tenía que hacerlo.
Dos picaflores de color verde lima se precipitaron hacia las buganvillas que florecían al borde del porche de Odell. Dejaron de libar el néctar un instante e inclinaron la cabeza hacia Betty.
—¿Fuiste a trabajar para Albert Cain?
—Al principio no. El primer año trabajaba sólo durante el día, pero después empecé a trabajar para la señora Cain y le gusté. —Betty volvió a llorar durante un rato—. Tenía toda una casa para mí, en la parte de atrás de la casa principal, y cuando Marlon se puso peor, me lo llevé conmigo. No había nada malo en ello, ¿o sí?
»El señor Cain era un hombre importante —continuó diciendo—. Sus deseos eran órdenes para la mayoría de la gente. Bueno, cuando yo llevaba poco tiempo allí, un día vino y me dijo que quería que le limpiase los zapatos. Y yo le dije que en aquel momento estaba ocupada y continué trabajando. Me di cuenta de que aquello le gustó. La gente nunca le decía que no al señor Cain porque tenía un lado retorcido, pero a mí no me importaba. —Betty se irguió en la silla y frunció el ceño—. Y entonces un día se acercó a mí por detrás mientras estaba haciendo la cama. Y tú ya sabes que ésa no es manera de pedirme a mí las cosas. —Betty me miró con la arrogancia de una jovencita.
Me reí.
—De todas formas, a mí me caía bien su mujer, así que le empujé, cayó al suelo y me fui. Regresé a la casa que me habían dejado y estaba metiendo mi ropa en la maleta, porque bien sabes que a mí no hay nadie que me falte al respeto, y él entró corriendo y me pidió perdón y me dijo que sólo estaba jugando, pero yo sabía que no era así. Me rogó que me quedase y al final le dije que lo haría, por lo menos hasta que la señora Cain encontrase a otra persona. Pero entonces, después de aquello, él se portó bien durante un tiempo. Quizá un poco demasiado amable o eso, pero yo pensé que estaba intentando decirme que lo sentía.
—¿Y qué pasó después?
—Por entonces Marlon estaba mejor y vivía en un apartamento en San Diego. Tenía un trabajo en los almacenes de la marina y estaba bien. Muy bien. Venía y se quedaba conmigo cuando tenía el día libre. Pero un día vino corriendo todo asustado y quería que le escondiera. Pero ¿dónde podía yo esconder a un hombre? Entonces llegó un policía. Vino directo a mi casa con la señora Cain detrás. Entró de golpe, me empujó y le dio un puñetazo a Marlon en la cara… Le rompió un hueso del cuello.
—¿Quién era el policía?
—No sé cómo se llamaba, Easy. Era un tipo blanco, grande y pelirrojo que sonreía como si le cayeras simpático y después iba y te machacaba la cabeza.
—¿Y después qué pasó?
—El poli se llevó a Marlon en el coche patrulla. Entonces vino el señor Cain corriendo y vio lo que pasaba. Me dijo que no me preocupase, cogió su coche y se marchó. Una hora después volvió con Marlon.
—¿Por qué se llevó el poli a Marlon? —pregunté.
—Dijeron que había entrado en la casa grande y que se había llevado cosas de oro. El poli se imaginó que él era el «culpable». Después me enteré de que fue el jardinero el que le había dado la idea a Marlon y que le había dicho que sabía cómo tenía que hacer para que no le cogieran.
—¿Y eso es todo? —pregunté—. ¿Dejaron a Marlon en libertad así como así?
Betty observó los picaflores. Por los labios le pasó la sombra de una sonrisa.
—La noche siguiente el señor Cain vino a mi cuarto borracho y sacudiendo una hoja de papel que le había dado la policía. Dijo que aquel papel le había costado tres mil dólares. Era un hombre bajito, con unas piernas y unos brazos demasiado cortos para su cuerpo. Dicen que los bajitos son los más retorcidos porque siempre creen que la gente se está riendo de ellos.
»Llevaba una bata china abierta sin nada debajo. —La voz de Betty no reflejaba ningún sentimiento, era totalmente inexpresiva—. Me dijo que era mejor que le hiciera feliz, porque, si no, mandaría a Marlon otra vez a la cárcel. Me folló tres veces y después se fue. Y un poco más tarde volvió y me folló de nuevo.
—¿No te resististe?
La mirada de Betty fue suficiente para silenciar mi pregunta, pero de todos modos me contestó.
—¿Resistirme? ¿Cómo? ¿Golpearlo y después ver cómo metían a Marlon en la cárcel? ¿Matarlo e ir yo a la cárcel?
Un enorme escarabajo subía con dificultad hacia el porche. Su cuerpo hinchado de color ámbar y con rayas atigradas era lo suficientemente pesado como para que se le oyese arrastrarse por la áspera pintura. De vez en cuando agitaba sus alas enanas; el simple recuerdo de una antigua posibilidad de volar.
—Y al día siguiente aparece con unos pendientes de diamantes y me dice que cuánto lo siente. Yo los cogí porque tenía miedo de que me pegase si los rechazaba. Porque él era así. —Betty me miró—. Te decía cosas bonitas y si uno no contestaba se ponía furioso. Cuando follaba me pegaba si yo no le decía que sí a todo.
»Pero cogía sus regalos, y Felix y yo compramos cinco casas con lo que nos dieron por ellos. —El rencor que había en la voz de Betty era como una venganza agridulce—. Yo ahorraba para Marlon. Él era incapaz de tener dinero por culpa de esos malditos caballos.
—¿Conociste a Felix a través de Odell?
—No. Felix fue el que nos trajo en coche a Marlon y a mí desde Texas hasta aquí. Le conozco desde entonces.
—¿Le hablaste a Felix sobre lo que te hacía Cain?
—No. No quería que lo supiera. Pero lo sabía. Lo sabía porque me lo notaba. ¿Entiendes? Es que era todo el tiempo así, cariño. —Betty se balanceó durante un rato. El movimiento de su cuerpo recordaba el ritmo de una relación sexual no deseada—. Cassandra, que era su mujer, me odiaba. Pero no decía nada porque, si lo hubiera hecho, él le habría pegado y la habría tirado escaleras abajo. Una vez le rompió un diente, de los de delante, y no quiso pagar un dentista. Decía que ella era fea por dentro y que también lo tenía que ser por fuera.
»Y también le habría pegado a Sarah si ella hubiese dicho algo. Durante mucho tiempo fue algo horrible. Vagaba por la casa medio desnudo casi todo el día. Siempre le decía a todo el mundo que era a mí a quien amaba. Que yo le había vuelto loco desde que llegué y que por culpa mía hacía todo aquello.
»Tuve unos mellizos de él. Les dicen "mellizos falsos" porque no se parecen en nada. Me llevó a Ciudad de México para que diera a luz allí sin que nadie hiciera preguntas. Dejó que Gwendolyn se quedara en la casa. —El peso de la culpa hizo que Betty hablara más lentamente—. A ella le dijeron que su madre había muerto y que ellos la habían recogido porque la conocían. Y a Terry lo mandaron lejos porque el señor Cain no quería hombres en la casa. Ni siquiera un niño. A Sarah también le hizo que metiera interno a Arthur cuando ella volvió.
—¿Y cómo es que no podías decir que Gwen era tuya?
—Él tenía miedo de que se supiera que tenía una hija de color y que vivía en su propia casa. Y, bueno, él era así. No quería que nadie tuviese nada, pero sabía que no podía llevársela lejos e impedirme verla. Así que nos dejó…, nos dejó… ser amigas. —Betty sacudió la cabeza—. Ella siempre me preguntaba si habla conocido a su madre y entonces yo le contaba historias. —Aquello fue demasiado para Betty y tuvimos que quedarnos en silencio durante un rato.
—¿Y Terry? ¿Él sí sabía que eras su madre?
—Sí. Marlon se lo dijo. Llevó a Terry a vivir con los Tyler y yo les mandaba lo que podía. Incluso iba a verle algunas veces, cuando me quedaba en casa de Felix y él se iba a trabajar. Pero nunca le dije que Gwen era su hermana. Intenté que fuesen amigos, pero eran muy diferentes. Gwen era delicada y le gustaba jugar a que tomaba el té con la reina, y a Terry le gustaba armar bronca.
Yo estaba y no estaba sorprendido. Me había imaginado que la madre de Gwen sería Sarah. Creía que Sarah se habría fugado con algún negro para fastidiar a su marido y a su padre. Y Terry, bueno, Terry no parecía importar mucho ahora que estaba muerto. Ya era bastante difícil ocuparse de los vivos.
Después de un rato pregunté:
—Dijiste que Sarah había vuelto de algún sitio. ¿De dónde?
—Huyó con un hombre, justo cuando yo estaba embarazada. Con Ron Hawkes. Él era el jardinero y ella era una tonta.
—¿Se casó con él?
—No se la puede culpar, Easy. Eso fue antes de que el señor Cain cayese enfermo. En aquella época pegaba a la niña y le hacía todo tipo de maldades. Bueno, en realidad, era más lo que decía que lo que hacía. —Betty bajó los ojos y los fijó en el enorme escarabajo.
—¿Y es el padre de Arthur?
Asintió con la cabeza.
—Por eso él está tan hecho un lío.
—¿Hecho un lío por qué? —Mi pregunta debía de tener un peso mayor del que yo pretendía. Los ojos inyectados en sangre de Betty se entornaron.
—No, por nada malo. No es eso. Es sólo que es como si estuviera vacío. Vacío. A nadie de la casa parecía importarle Arthur. Su madre estaba siempre enferma y como débil. Ella no sabía realmente cómo cuidar a los niños, así que fui yo la que se ocupó de él y de Gwen. Le dejaba que viniese detrás de mí cuando estaba limpiando o haciendo cualquier otra cosa.
—¿Y dónde está su padre?
—No lo sé. Se metió en algún lío y tuvo que irse. Y el señor Cain le odió desde la primera vez que le encontró con Sarah.
—Eso no le gustó, ¿eh? —Me imaginé a aquel hombre tan rico descubriendo a su hija millonada dale-que-te-pego en la caseta de las herramientas con un blanco pobre.
Yo también había sido jardinero.
—La echó de casa a patadas. Intenté detenerlo, pero no me hizo el menor caso. —Betty se frotó la nariz con la mano—. Aquello acabó con Cassandra…
Betty empezó a llorar de tal forma que le temblaba todo el cuerpo. Esperé que se le pasara, pero no se le pasaba, así que me levanté y la abracé. Me rodeó el cuello con sus fuertes brazos y, llorando y en voz alta, decía: «¡Ay, cariño! ¡Cariño!».
Maude salió a la puerta, preocupada porque aquel ruido pudiese llamar la atención de la gente, pero cuando vio a Betty en mis brazos se retiró.
Betty en mis brazos.
Había soñado con aquello durante años después de que ella me besara. Y ahora estaba allí, llena de pasión y suplicando amor. Pero no el mío. No a mí.
La abracé y le acaricié la espalda y la cabeza. Nos sentamos en el suelo del porche y ella se acurrucó doblando las rodillas contra el pecho, de modo que podía acariciarla desde la cabeza hasta los pies. No fue la caricia de un amante sino la de una madre. Una madre cuyo niño acababa de despertar de una horrible pesadilla.
Después de largo rato se calmó. Había reclinado su cabeza sobre mi hombro y hasta se quedó dormida. Su rostro rejuveneció en el sueño y vi cómo surgía la misma jovencita descarada que me había besado sólo para divertirse en aquellas calles llenas de barro del Distrito Quinto. Mi cuerpo se excitó, pero mi mente ejercía su pleno dominio. En aquel instante pensaba que tal vez Odell tuviese razón, que tal vez sí que vivimos siempre en un estado de gracia.
Decidí fumarme un cigarrillo para celebrar aquel pensamiento tan profundo. Al encender la cerilla, Betty se despertó.
—¡Ah! —Se apartó de mí, haciéndome daño en el pecho lleno de magulladuras. Se puso de pie con los puños cerrados suavemente a ambos lados del cuerpo.
Yo provenía del mismo lugar y de la misma época. Un lugar donde, si mostrabas que tenías un punto vulnerable, era muy probable que recibieras un golpe.
Así que no dije nada durante un rato y sólo me dediqué a dar caladas a mi cigarrillo y a mirar cómo brillaba la luz sobre Denker al calor de la tarde.
Después de fumarme tres Luckys, empezó a hablar de nuevo.
—Mandó a Gwen a estudiar a Europa y, cuando volvió a casa, hacía de criada. Pero yo no dejaba que la tocara. Le dije que lo mataría si alguna vez le ponía la mano encima a mi niña. —La amenaza estaba cargada de pasión. Aun en su estado de debilidad había cosas que ella no aceptaría jamás. Nunca renunciaría a su niña.
—¿Y por qué te quedaste tanto tiempo allí, Betty? —le pregunté—. Él ya no podía hacerle nada a Marlon después de todos esos años.
—Después de morir Cassie ya no podía marcharme. Estaban Sarah y su bebé. Y Gwen no hubiera entendido que me la llevara conmigo. A él ya no le interesaba el sexo después de la muerte de Cassie y yo me sentía en deuda con aquella mujer.
—¿Así que le mataste? —Era la única pregunta que me quedaba por hacerle.
—Yo nunca he matado a nadie.
—El policía que arrestó a Marlon, ése dice que Albert Cain fue asesinado.
—Yo no sé nada de eso. Cuando Albert envejeció, su salud se debilitó mucho. Tenía que llevarle al cuarto de baño y darle de comer guisantes con una cuchara. Cuando Cassandra murió, Sarah volvió y comenzó a echarle la culpa a Albert de todo lo que le había pasado. Yo intentaba evitar que ella le hiciera daño. No quería ver cómo se estropeaba la vida por culpa de todo el mal que él le había hecho.
—¿Fue Sarah quien lo mató?
—Yo no sé nada sobre ningún asesinato. Y tampoco he hecho nada.
—Entonces, ¿por qué huyes, Betty? ¿Por qué todos te buscan?
Ya no tenía nada más que decirme. Bajó uno de los escalones y aplastó al gran escarabajo con el pie. El bicho reventó, haciendo el mismo ruido que una nuez al partirse.
—¿Por qué mataron a Marlon, Betty? —le pregunté, pero ella me volvió la espalda y entró en la casa.