21

Cuando volví en mí lo primero que sentí fue miedo a abrir los ojos. Así que me quedé escuchando los sonidos que había a mi alrededor: el goteo del grifo de la cocina, el viento de Santa Ana que soplaba en la ventana. Sentí una brisa suave, que no era caliente, y una leve caricia en la cara. Cuando por fin abrí los ojos vi a Jesus que me limpiaba la sangre del rostro con un paño húmedo. Había llenado un pequeño cuenco de plástico con agua tibia. Yo estaba tumbado en el sofá y él estaba a mi lado. A mis pies, sentada en el suelo y de espaldas a mí, Feather jugaba con su muñeca Roxanna.

—Ahora tienes que portarte bien, Roxy —recuerdo que decía—. Si no, no habrá ningún regalo.

Jesus tenía una mancha oscura debajo del ojo izquierdo. Extendí el brazo para tocarla y él se apartó.

—¿Qué te ha pasado?

—Cuando dejaste de sangrar te puse un poco de alcohol en la herida y tú…, tú diste un salto, como si… —Había un tono de interrogación en su voz, como preguntándome si había sido sólo un salto o si estaba furioso por algo.

—Lo siento. Debió de dolerme mucho.

—Sí —dijo—. Tenías eso muy rojo.

Respiré hondo y me di cuenta de que la brisa provenía del ventilador que Jesus había colocado a los pies del sofá para que nos diera aire a los tres.

La chaqueta verde me cubría los pies.

Me desmayé.

Cuando recuperé el sentido, Jesus seguía a mi lado. Feather estaba comiendo helado en un cuenco igual al que Jesus había usado para lavarme, y abrazaba a su muñeca.

—Cariño —dije, llamando a Feather.

—¿Eh? —contestó sin levantar la mirada.

—¿Te gustaría ir de paseo a la casa del tío Primo?

—¡Sí! —Se puso de pie olvidándose del cuenco y sosteniendo a Roxanna por un brazo. Tenía ganas de irse y con toda la razón. El problema que yo había traído a casa era demasiado para cualquier niña pequeña.

También era demasiado para mí.

—Juice.

—¿Sí, papi?

—Llama a Primo y pregúntale si Feather y tú podéis ir a quedaros un par de días.

Cuando Jesus cogió el teléfono volvió a sorprenderme. ¡Hablaba español! Supongo que tampoco tenía que haberme sorprendido tanto; había vivido con la familia de Primo desde que lo salvé hasta la edad de cinco años.

—Ha dicho que muy bien. —Había una sonrisa picara en su rostro—. Dice que no tiene sitio en casa ni en el garaje, pero que Julio, Juan-Baptiste y yo podemos dormir en la casita que hay en el árbol de aguacates.

Sólo los niños pueden encontrar algo divertido en medio de una situación desesperada.

—Llevas a Feather en el autobús, ¿vale?

—Ajá. —Era como si hubiese hablado toda su vida.

Feather estuvo encantada de irse hasta que salió por la puerta. No había acabado de cruzar el jardín cuando rompió a llorar y corrió hacia casa. Jesus fue tras ella y la cogió en brazos. Les observé bajar la calle. Feather abrazaba a Juice y miraba hacia casa por encima de su hombro.

Había una botella de Seagram en el armario de la cocina. Me la había regalado Lucky Horn y yo no había tenido tiempo de llevársela a ninguno de mis amigos bebedores.

Puse la botella sobre la mesita del salón y el teléfono junto a ella. A esas alturas el agente Lewis ya se habría dado cuenta de que no iba a aparecer por casa de Clovis. Ella no conocía mi verdadera dirección, poca gente la sabía. Pero Lewis era un buen poli y estaba seguro de que pronto daría conmigo.

La primera llamada fue a un hotel del centro. Pero el hombre al que buscaba no estaba allí.

La segunda fue a EttaMae.

—¿Hola?

—Hola, Etta. ¿Jewelle ha llegado bien?

—Vaya niñita que me has mandado, Easy. A LaMarque se le dilató tanto la nariz que casi le explota.

—Sólo es una niña.

—Una niña que sabe muy bien dónde tiene el coñito. —Etta siempre decía lo que pensaba. Ésa era una de las diez mil razones por las que yo la amaba.

—¿Podrás apañártelas?

—Claro que sí, ¡qué demonios! Yo he sabido donde tenía el coñito desde que empecé a andar.

Me di cuenta de que estaba furiosa con Mouse. Tal vez si eso hubiese pasado cinco años antes, yo hubiese sido lo suficientemente loco como para correr tras ella otra vez.

—Gracias por acogerla, Etta. Mofass se alegrará de saber que una buena mujer como tú se ocupa de ella.

La siguiente llamada fue a Primo. Jesus y Feather todavía no habían llegado, pero Mofass y Mouse sí.

—Sí, señor. Sí, señor Rawlins —dijo Mofass, casi sin aliento—. Tiene tres cerrojos en la puerta. Los archivos tienen cerraduras con combinación y hay alarmas por todos lados, hasta en las ventanas. También es un buen abogado. Dijo que todo me pertenece y que a Clovis la podemos dejar seca. Vamos a sacarlos a todos de esa casa a patadas y a cerrar Esquire al mismo tiempo. Hasta dijo que yo podía coger el dinero que había allí porque ella no podía demostrar que lo había hecho sin haber usado mi… o sea, mi capital. ¡Joder! Ese abogado sí que sabe. Mañana va a pasar notificaciones a todos los bancos para que no pueda sacar ni un solo centavo de mi dinero.

Mouse tenía una visión diferente de aquel hombre.

—Ése es un zorro viejo y duro, Easy. Me caló en cuanto crucé la puerta. Me miró de arriba abajo y se inclinó hacia adelante para poder coger la pistola si era necesario. Lleva una pistola en el cinturón.

Hay pocas cosas tan bellas como una botella de cristal llena de whisky de intenso color ámbar. Cuando le da la luz, el alcohol brilla y recuerda a cosas preciosas como las joyas y el oro. Pero es mejor que ningún brazalete o diadema sin vida. El whisky es una cosa viva, capaz de responder a cualquier emoción que lleves dentro. Es el amor y la risa alegre y esa fraternidad que une a los países.

El whisky es tu amigo cuando nadie viene a verte. Y es un consuelo que te abraza más fuerte que casi cualquier amante.

Pensé en todo eso mientras miraba mi botella precintada. Y supe sin lugar a dudas que todo aquello era cierto.

Igual de cierto que las conversaciones íntimas con una amante. Igual de cierto que los sueños que abriga una madre para su niño que duerme.

Pero una cabeza con whisky no podía resolver el tipo de problemas que tenía. Así que cogí al señor Seagram, lo metí en su caja y lo devolví al estante al que pertenecía.