Me dejé caer por la oficina del coronel Lakeland más o menos a las diez de la mañana.
A la señorita Pfennig no le hizo ninguna gracia, pero me envió adonde Mona, a la que hacía menos gracia si cabe mi presencia. Sin embargo, Mona llamó a su jefe y él me hizo entrar de inmediato.
El detective Knorr estaba sentado a la mesa, en la misma silla que yo había elegido para evitar ser el centro de atención.
—Sí, señor —dije, sin que me preguntaran nada.
Tomé asiento, sin que me invitaran tampoco.
Knorr me dirigió una sonrisa asesina. Lakeland se mostró más honrado y sencillamente frunció el ceño.
—¿Qué tiene usted para nosotros? —me preguntó Lakeland.
—No demasiado —dije—. Nada consistente.
—¿Cómo le han detenido? —me preguntó Knorr.
—Tal y como les he contado —dije—. Jasper, Christina y yo habíamos ido a ver a Bobbi Anne, pero ella había salido y la puerta estaba abierta. Últimamente he tenido la vejiga un poco floja y…
—Deje esa mierda, Rawlins —dijo Lakeland. Sacó una pistola del calibre cuarenta y cinco que me era muy familiar de alguna parte de debajo de su escritorio—. ¿Qué demonios es esto?
—Lo encontré en la mesa del salón de esa mujer, Bobbi Anne —dije.
—¿Eso es lo que le contó a Petal? —dijo.
Sabía que se estaba refiriendo a Pitale. Quizá fuera esa la forma de pronunciar el nombre.
—No es ningún cuento —dije—. Estaba allí, a plena vista.
—¿Qué le parecería pasar treinta y cinco años en una prisión federal, señor Rawlins? —preguntó Lakeland.
—No, gracias.
—Porque esta, esta pistola en concreto, fue robada de unas instalaciones federales en Memphis, Tennessee, y ésa es la condena por el robo.
—Creo que mi abuelo paterno era de Tennessee —dije—. Se cuenta que mató a un hombre blanco y tuvo que irse a Louisiana por motivos de salud.
Los ojos claros de Knorr me miraron como un niño miraría el ala de una mosca que estuviera a punto de arrancar.
—Estaba en una mesita —dije—. La cogí, me la metí en el bolsillo y entonces entró la policía. Por cierto, ¿por qué fueron allí?
—Petal trabaja para el capitán Lorne. También vigilan a los miembros de los Primeros Hombres —dijo Lakeland.
—¿Estaban acampados fuera del apartamento de Bobbi Anne? —pregunté.
—Al parecer, así fue —dijo Lakeland—. Cuando vieron a Bodan y a Montes entrar, pensaron que podían cogerlos con algo entre manos y desarticular su organización. Pero la pregunta más importante es: ¿qué estaban haciendo ustedes allí?
—Averigüé que Bobbi Anne era amiga de Brawly en el instituto en Riverside, de modo que fui allí con Xavier y Tina para hablar con ella.
—¿De qué? —preguntó Lakeland. Tanto él como Knorr se inclinaron hacia delante, casi imperceptiblemente, para oír con mayor claridad mis mentiras.
—Estaban asustados —dije yo.
—¿Asustados de qué? —inquirió Knorr.
—De quienquiera que matase a Strong. Tina se había estado trasladando de un lugar a otro, y Xavier se escondía detrás de la puerta con una pistola en la mano.
—¿Y qué tenía que ver todo eso con Bobbi Anne? —preguntó Knorr.
—Les dije que el padre de Brawly, Aldridge Brown, también había sido asesinado, y que yo pensaba que su muerte tenía algo que ver con la de Strong, y que Bobbi Anne sabía algo, a causa de su conexión con Brawly.
—¿Y qué tenía que ver ella con la muerte de Strong? —preguntó Lakeland.
—No tengo ni idea —dije—. Como ya le he dicho una docena de veces, lo único que me interesa es Brawly. Tina y Xavier conocían a Bobbi Anne, de modo que yo pensé que podían hacer que me llevara hasta Brawly.
—Pero ¿qué tiene que ver todo esto con los tiroteos? —preguntó Knorr.
—¿No acabo de contestar a esta misma pregunta?
—¿Así que usted no sabe nada de la muerte de Strong? —preguntó Lakeland—. Les mintió a ellos para que le llevaran a ver a Brawly.
—Sí, les mentí —dije—. Pero eso no quiere decir que no sepa nada.
Esperé, queriendo que pensaran que me estaban sacando la información en lugar de dársela toda digerida.
—¿Qué? —preguntó Lakeland.
—Lo mismo que sabrían ustedes si hubiesen estado escuchando —dije—. Tina tiene un miedo cerval, y también Jasper. Los dos querían a Strong y creen que fue asesinado por el gobierno, la policía o ambos. Seguramente no tuvieron nada que ver con ello. Lo único que quieren es construir colegios para los niños negros.
—En los colegios es donde enseñan a los niños a odiar —dijo Knorr.
Lakeland volvió la cabeza hacia Knorr como si sus palabras fuesen una alarma contra incendios. Luego se volvió hacia mí.
—¿Es todo lo que sabe?
—Hasta ahora.
—Así que entra usted aquí y nos dice que no cree que esta gente esté metida en ningún crimen —anunció Lakeland—. Entonces, ¿quién le mató?
—Alguien que estaba asustado, algún estúpido —dije—. Alguien a quien él conocía, y a quien podía hacer daño. Siempre pasa lo mismo, ¿no es así, coronel?
Los representantes de la ley se sentían perplejos al ver que yo usaba su mismo lenguaje.
—¿Va usted a seguir con esto? —me preguntó Lakeland.
—Si lo que quiere decir es si voy a seguir buscando a Brawly e intentando que vuelva a casa con su madre… la respuesta es sí.
—Le hemos sacado de la cárcel —dijo el coronel.
—Y ya les he contado todo lo que sé de Xavier y Tina.
Lakeland cogió la pistola y movió la mano.
—¿Era ésta la única arma que había en el apartamento?
—Sí señor.
—¿Necesita saber algo más de nosotros?
—Me gustaría tener una dirección más —dije.
—¿Cuál?
—¿Dónde vivía Strong cuando andaba por aquí? —Había oído la dirección que habían dado en las noticias. No era la misma que había obtenido de Tina.
—En el hotel Colorado —dijo Knorr—. En Cherry. Pero no tiene que preocuparse por ir allí. Ya lo hemos registrado.
—¿Le importa a usted para algo el sitio donde él vivía? —preguntó Lakeland.
—No. Quiero decir que pensaba ir y preguntar si Brawly Brown había aparecido por allí. Ya saben que él es mi objetivo principal.
—Pensaba que era usted conserje —dijo Lakeland—. Pero más bien parece un detective.
—¿Sabe usted coser, oficial? —le pregunté, como respuesta.
—¿Cómo?
—No me refiero a dar puntadas —dije—. Quiero decir cortar una prenda entera y coser las costuras de una falda o unos pantalones.
—No.
—¿Sabe usted cocinar un pastel, o colocar el suelo de una habitación? —continué—. ¿O poner ladrillos, o curtir el cuero de un animal muerto?
—¿Adónde quiere ir a parar? —dijo el coronel.
—Yo sé hacer todas esas cosas —dije—. Y puedo decirle cuándo un hombre va a volverse loco, o cuándo un matón es un cobarde o un fanfarrón. Puedo echar una mirada a una habitación y decirle si debe preocuparle que le roben. Todo eso lo aprendí por ser pobre y negro en este país que usted está tan orgulloso de salvar de los coreanos y vietnamitas. En el lugar de donde yo procedo, no hay detectives privados negros. Si un hombre necesita que le echen una mano, acude a alguien que lo haga como trabajo extra. Yo soy ese hombre, coronel. Por eso usted envió al detective Knorr a mi casa. Por eso habla conmigo cuando vengo a verle. Lo que hago, lo hago porque me sale de dentro. Yo estudié en las calles y los callejones. La mayoría de los polis darían cualquier cosa por comprender lo que yo sé. De modo que no se obsesione por la forma en que llegué aquí o cómo explicar lo que hago. Escúcheme y a lo mejor aprende algo. —Cerré la boca entonces, antes de decir algo más de lo que yo había aprendido en un mundo que ya había sobrepasado a aquellos policías.
Ambos me miraban. Yo me di cuenta de que cualquier posibilidad que hubiese tenido de que me subestimasen había pasado también.
—Entonces, ¿quién cree usted que mató a Strong? —me preguntó Lakeland.
—No sé nada de eso, agente —contesté—. Podría ser alguien de los Primeros Hombres, pero esos dos chicos seguro que no.