Empezaba a oscurecer y arreciaba el viento cuando Michael bajó del coche, pero la casa de la plantación parecía alegre y acogedora, con todas sus ventanas llenas de una tibia luz amarillenta.
Aaron lo esperaba en la puerta, abrigado con un cardigan de lana y una bufanda de cachemir al cuello.
—Esto es para usted. Feliz Navidad, amigo —dijo Michael, mientras le daba una pequeña botella envuelta en papel de regalo—. Me temo que no es una gran sorpresa, pero es el mejor coñac que encontré.
—Es muy atento de su parte —dijo Aaron, y sonrió—. Sin duda voy a disfrutarlo enormemente, gota a gota. Pase, por favor, que hace mucho frío. Yo también tengo un detalle para usted, se lo enseñaré más tarde. Adelante.
La casa estaba deliciosamente cálida. Había un árbol bastante grande en la sala, con una decoración espléndida, dorada y plateada, que sorprendió a Michael. Hasta las repisas estaban decoradas con acebo. En la gran chimenea de la sala ardía un buen fuego.
—Es una fiesta muy muy antigua —dijo Aaron, anticipándose a su pregunta con una sonrisa—. Muy anterior al cristianismo. El solsticio de invierno, el momento en que las fuerzas de la naturaleza están en su apogeo. Por eso, probablemente, el hijo de Dios eligió ese día para nacer.
—Sí, bueno, ahora también creo un poco en el hijo de Dios y en las fuerzas de la naturaleza.
Se quitó la chaqueta de cuero y los guantes y se los dio a Aaron. Se acercó a la chimenea y estiró las manos para calentárselas al fuego. El viento azotaba los ventanales. Aunque estaban surcados de escarcha, se veía el verde pálido del campo a lo lejos.
En cuanto se sentó, sintió que el nudo que tenía dentro se aflojaba y que estaba a punto de echarse a llorar. Respiró hondo; sus ojos recorrían la estancia sin mirar nada en particular, y sin otro preámbulo empezó:
—Está sucediendo —dijo con voz temblorosa. Casi no podía creer que había llegado a este extremo, que hablaba de ella de este modo, pero continuó—: Me está mintiendo. Él está con ella y ella me miente. Me ha mentido día y noche desde que llegué.
—Cuénteme qué ha sucedido —le pidió Aaron, con expresión sobria y amable.
—Ni siquiera me preguntó por qué volví tan rápido de San Francisco. Ni siquiera sacó el tema. Como si lo supiera. Y eso que cuando la llamé desde el hotel estaba como loco. Maldita sea, cuando lo llamé a usted y le conté lo sucedido, pensaba que aquel monstruo trataba de matarme. Ella ni siquiera me preguntó qué había pasado.
Aaron no dijo nada. Estaba sentado, con el codo apoyado sobre la silla y un dedo sobre el labio inferior. Parecía cauto, alerta y pensativo.
—Continúe —dijo.
—Pero lo importante es que aquel suceso fue suficiente para que todo empezara otra vez. No es que haya recordado todo lo que me dijeron, sino que volví a tener la misma sensación. Ellos quieren que yo intervenga. Me dijeron algo sobre «las viejas herramientas humanas a mi disposición». Volví a oír aquellas palabras. Oí que Deborah me hablaba. Era Deborah, sólo que no parecía la del cuadro. Aaron, le daré la prueba más convincente.
—Sí…
—¿Recuerda que Llewellyn le dijo que había visto a Julien en sueños y que no se parecía al Julien vivo? ¿Lo recuerda? Bueno, pues ésa es la clave. En la visión, Deborah era un ser diferente. Y en esa maldita esquina de San Francisco volví a sentir las mismas cosas: que eran sensatos y buenos, tal como yo los recordaba, Aaron, que sabían que Rowan estaba en terrible peligro y que yo tenía que intervenir. Dios mío, cuando pienso en la expresión de Julien detrás de esa ventanilla. Era tan… apremiante, aunque al mismo tiempo tranquila. No tengo palabras para describirlo. Estaba preocupado, pero imperturbable…
—Creo que entiendo lo que trata de decir.
—Váyase a casa, me dijeron, váyase a casa, que es ahí donde lo necesitan. Aaron, ¿por qué no me miró directamente a mí en la calle?
—Puede haber un montón de razones, relacionadas con lo que ha dicho. Si ellos existen en alguna parte, puede que les resulte difícil aparecer, cosa que no es difícil para el Impulsor. Pero ya volveremos sobre ello. Continúe…
—¿Se imagina? Vuelvo a casa en avión privado, coche de lujo, todo arreglado por el «primo Ryan», como si yo fuera una maldita estrella de rock, y ella ni siquiera me pregunta qué había pasado. Porque ella no es Rowan. Está atrapada en algo. Rowan que sonríe, finge y mira con esos tristes ojazos grises. Aaron, lo peor es…
—Dígamelo, Michael.
—… que me ama, Aaron, y que me ruega en silencio que no me enfrente a ella. Ella sabe que me doy cuenta del engaño. Dios mío, cuando la toco lo percibo. Ella lo sabe. Y, en silencio, me suplica que no la arrincone, que no la obligue a mentir. Es como si suplicara, Aaron. Está desesperada y juraría que hasta aterrorizada.
—Sí, está en medio de una lucha. Me ha hablado de ello. Parece que cuando usted se marchó, quizás antes, empezaron a comunicarse.
—¿Lo sabía usted? ¿Por qué demonios no me lo dijo?
—Michael, estamos tratando con algo que sabe todo lo que nos decimos, ahora mismo incluso.
—¡Dios mío!
—No hay lugar alguno en el que podamos escondernos de él —continuó Aaron—, salvo, quizás, en el santuario de nuestra mente. Rowan me dijo muchas cosas, pero lo esencial es que la batalla ahora está completamente en sus manos.
—Aaron, debe de haber algo que podamos hacer. Sabíamos que sucedería, sabíamos que llegaríamos a esto. Usted sabía incluso antes de verme que sucedería algo así.
—Michael, de eso se trata. Ella es la única que puede hacer algo. Y usted, al amarla y al quedarse junto a ella, está usando las viejas herramientas de las que dispone.
—¡No es suficiente! —No lo soportaba—. Aaron, debería haberme llamado, tendría que habérmelo dicho.
—Mire, descargue su enfado contra mí si así se siente mejor, pero lo cierto es que ella me lo prohibió y me amenazó. Profería toda clase de amenazas, algunas de ellas disfrazadas de advertencias: que su compañero invisible quería matarme y que pronto lo haría, pero eran auténticas amenazas.
—¡Dios mío! ¿Cuándo fue?
—No importa. Me dijo que regresara a Inglaterra mientras estuviera a tiempo.
—¿Le dijo eso? ¿Y qué más?
—Decidí no irme. Pero ¿qué más puedo hacer aquí? Honestamente, no lo sé. Sé que ella quería que usted se quedara en California porque pensaba que allí estaba a salvo. Pero ya ve, la situación se ha complicado demasiado para interpretar lo que dijo al pie de la letra.
—No sé de qué me habla. ¿Qué es una interpretación al pie de la letra? ¿Qué otro tipo de interpretación puede haber? No lo comprendo.
—Michael, sus palabras eran como un acertijo. No era tanto comunicación, como una demostración de fuerza. Debo recordarle de nuevo que el Impulsor, si quiere, puede estar aquí, en esta habitación. No existe ni un solo lugar seguro en el que podamos tramar algo contra él. Imagínese un combate de boxeo en el que los contendientes pudieran adivinarse el pensamiento. Imagínese una guerra en la que todas las maniobras estratégicas se conocieran telepáticamente desde el comienzo.
—Supera las previsiones y los riesgos, pero no es imposible.
—Estoy de acuerdo, pero no sirve de nada que le cuente todo lo que Rowan me dijo. Basta con que le diga que Rowan es la oponente más hábil con la que este ser se ha topado jamás.
—Aaron, usted le advirtió hace mucho tiempo que no permitiera que la apartara de nosotros. Le advirtió que él trataría de separarla de quienes la amaban.
—Es verdad. Y estoy seguro de que ella lo recuerda, pero la decisión está en sus manos.
—¿Está diciendo que tenemos que esperar y dejar que combata ella sola?
—Estoy diciendo que, en efecto, usted está haciendo lo que tiene que hacer: amarla, estar junto a ella. Recordarle con su presencia lo natural e inherentemente bueno. Ésta es una batalla entre lo natural y lo antinatural, Michael. No importa de qué esté formado aquel ser, ni de dónde venga; es una batalla entre la vida normal y la aberración.
Sonrió con tristeza y puso su mano sobre el hombro de Michael.
—Rowan, durante toda su vida, se ha enfrentado a esta división entre lo natural y lo aberrante. Es un ser humano, en esencia, conservador. Y los seres como el Impulsor no pueden cambiar la naturaleza básica de nadie. Pueden influir sobre rasgos establecidos. Nadie ha deseado esa boda de blanco más que ella. Nadie quiere a la familia más que Rowan. Nadie quiere a ese hijo que lleva dentro más que ella.
—Ni siquiera habla de la criatura, Aaron. Desde que he vuelto a casa no la ha mencionado. Yo quería anunciarlo esta noche a la familia, en la fiesta, pero ella no quiere que lo haga. Dice que no está preparada. Y sé que la fiesta es algo muy doloroso para ella. Lo hace mecánicamente, porque Beatrice la ha animado.
—Sí, lo sé.
—Yo siempre hablo del niño. La beso y llamo a la criatura Chris, el nombre que le pusimos, y ella sonríe, pero es como si no fuera ella, Aaron. Voy a perderla y voy a perder al niño si ella resulta derrotada en la batalla. No puedo pensar en otra cosa.
—Váyase a casa y quédese con ella. Quédese junto a ella. Eso es lo que le han dicho que haga.
—¿Y que no me enfrente a ella? ¿Es eso lo que me pide que haga?
—Si lo hace, sólo la obligará a mentir, o a algo peor.
—¿Y si vamos los dos y tratamos de razonar con ella para que le dé la espalda a todo aquello?
Aaron negó con la cabeza.
—Ella y yo ya hemos tenido nuestra pequeña confrontación, por eso le dije a Bea que no podría ir esta noche. Si fuera, sería como desafiarlos a los dos, a ella y a su siniestro compañero. Si pensara que serviría de algo, iría. Si creyera que podría ayudar, arriesgaría cualquier cosa. Pero no puedo.
Michael asintió.
—De acuerdo —dijo—. ¿Sabe?, es como si me hubiera sido infiel.
—No debe verlo de ese modo. No debe enfadarse.
—No paro de decirme lo mismo.
—Hay algo más que quiero decirle. Probablemente no sea muy significativo en el análisis final, pero de todos modos quiero decírselo. Si algo me ocurriera, en fin, hay algo que quiero que sepa.
—¿Cree que ha de ocurrirle algo?
—Honestamente, no lo sé. Pero escuche lo que voy a decirle. Hemos investigado durante siglos la naturaleza de estas entidades, en apariencia descarnadas. No existe una sola cultura sobre la tierra que ignore su existencia. Pero nadie sabe qué son en realidad. La Iglesia católica los considera demonios y ha elaborado explicaciones teológicas acerca de su existencia. Consideran que son todos malignos y se empeñan en destruirlos. Hoy todo esto es muy fácil de descartar, excepto una cosa, y es que la Iglesia católica es muy sensata respecto al comportamiento y debilidad de esos seres. Pero me estoy desviando de lo importante.
»Lo importante es que nosotros, en Talamasca, siempre hemos creído que estos seres son muy parecidos a los espíritus de los muertos ligados a la tierra. Creemos o, mejor dicho, damos por sentado, que tanto unos como otros carecen de cuerpo, tienen inteligencia y están encerrados en una especie de universo que rodea a los vivos.
—¿Está diciendo que el Impulsor podría ser un fantasma?
—Sí. Pero lo más importante es que Rowan parece haber hecho una especie de descubrimiento en relación a lo que son estos seres. Afirma que el Impulsor posee estructura celular, y que los elementos básicos de toda vida orgánica están presentes en él.
—Sería entonces una especie de criatura extraña.
—No lo sé. Pero lo que se me ha ocurrido es que los así llamados espíritus de los muertos quizás estén compuestos de los mismos elementos. Quizá la parte inteligente de nosotros, cuando abandona el cuerpo, se lleva una porción de vida con ella. Quizá se trate de una metamorfosis en lugar de una muerte física. Y aquellas desfasadas palabras como cuerpo etéreo, cuerpo astral, espíritu, son sólo términos para designar esta estructura celular que persiste cuando el cuerpo ya no existe.
—Está más allá de mi comprensión, Aaron.
—Sí, es muy teórico, ¿no? Supongo que lo que intento decir es que… no sé qué puede hacer este ser, pero quizá los muertos puedan hacer lo mismo. O, tal vez, y más importante aún, es que aunque el Impulsor posea esta estructura, podría ser el espíritu maligno de alguien que alguna vez haya vivido.
—Eso es algo para su biblioteca en Inglaterra, Aaron. A lo mejor algún día nos sentamos junto al fuego en Londres y hablamos de ello, pero ahora debo irme a casa y quedarme con ella. Como ha dicho, es lo único que puedo hacer.
—Sí, tiene razón. Pero no puedo dejar de pensar en lo que esos ancianos dijeron sobre la salvación, qué leyenda tan extraña.
—En eso se equivocaron. Ella es la entrada. No sé muy bien por qué, pero lo supe nada más ver la tumba de la familia.
Aaron suspiró y movió la cabeza. Michael se dio cuenta de que no estaba satisfecho, había otras cosas de las que quería hablar. Pero qué importaba ahora. Rowan estaba sola en aquella casa, con ese ser que la apartaba de él, y sabía todas las respuestas.
Observó con ansiedad cómo Aaron se ponía de pie, un poco rígido, y se dirigía al armario para traerle la chaqueta y los guantes.
—Por favor, tenga mucho cuidado —dijo Aaron.
—Sí. Mañana por la noche pensaré en usted. Para mí, la Nochebuena siempre ha sido como la Nochevieja. No sé por qué. Debe de ser mi sangre irlandesa.
—La sangre católica —dijo Aaron—. Pero lo comprendo.
—Si abre la botella de coñac mañana por la noche, tómese una copa a mi salud.
—Lo haré, cuente con ello. Michael… por Dios, si por alguna razón usted y Rowan quieren venir aquí, ya sabe, la puerta está abierta. Día y noche. Tómelo como su refugio.
—Gracias, Aaron.
—Una cosa más: si me necesita, si de verdad quiere que vaya y cree que yo debería hacerlo, pues bien, iré.
Michael estuvo a punto de protestar, de decirle que no podía estar en mejor lugar que éste, cuando los ojos de Aaron se desviaron, su expresión se iluminó de repente y señaló la ventana sobre la puerta.
—Está nevando, Michael, mire, nieva de verdad. No lo puedo creer, ni siquiera nieva en Londres y, mire, nieva aquí.
—Y precisamente antes de Nochebuena, Aaron —comentó Michael. Trató de no perderse detalle del espectáculo: la venerable alameda de viejos árboles que agitaban sus ramas nudosas debajo de la suave lluvia de copos de nieve—. Esto es un pequeño milagro. Dios mío, todo sería tan maravilloso si…
—Ojalá todos los milagros fuesen pequeños, Michael.
—Sí, son los mejores, ¿no? Mire, no se derrite cuando toca el suelo. Todo se cubrirá de nieve y sin duda será una Navidad blanca.
—Espere un minuto, casi me olvido. Su regalo de Navidad, lo tengo aquí. —Aaron metió la mano en el bolsillo y sacó un paquetito plano, del tamaño de medio billete—. Ábralo. Nos estamos helando aquí, pero me gustaría que lo abriera.
Michael rompió el delicado papel dorado y vio enseguida que era un medallón de plata con una cadena.
—Es san Miguel, el arcángel —le dijo, sonriendo—. Aaron, es perfecto. El regalo perfecto para mi alma supersticiosa irlandesa.
—Expulsa al diablo al infierno —dijo Aaron—. Lo encontré en una pequeña tienda de Magazine Street, mientras usted estaba fuera. Pensé que le gustaría tenerlo.
—Gracias, querido amigo. —Michael estudió la tosca imagen. Estaba gastada como una moneda vieja, pero se veía a un Miguel alado, con su tridente sobre un diablo, echado de espaldas sobre las llamas. Levantó la cadena, que era larga y no hacía falta desabrocharla, se la pasó por la cabeza y deslizó el medallón debajo del jersey.
Miró a Aaron durante un momento y le dio un abrazo.
—Tenga cuidado, Michael. Llámeme cuanto antes.