Era el 23 de diciembre. Una noche terriblemente fría. Qué maravilla, esperar a todos los Mayfair para ofrecerles cócteles y cantar villancicos. Pensar en todos esos coches deslizándose por las calles heladas. Era hermoso que hiciera tanto frío y el aire fuera tan limpio en Navidad. Y se esperaba nieve.
—¿Te imaginas una Navidad blanca? —comentó Michael. Miraba por la ventana del dormitorio mientras se ponía un jersey y la chaqueta de cuero—. A lo mejor, hasta nieva esta noche.
—Sería maravilloso que nevara para la fiesta, ¿verdad?
—Sí, otro regalo —añadió él; miraba por la ventana—. Dicen que nevará.
»Te diré algo más, Rowan, el año en que me marché también tuvimos unas Navidades blancas.
Sacó del cajón un par de guantes y la bufanda de lana, y se la puso por debajo del cuello del abrigo.
—Nunca lo olvidaré —continuó—. Era la primera vez que veía nieve. Salí a caminar por aquí, por First Street, y cuando regresé me enteré de que había muerto mi padre.
—¿Cómo fue? —Qué compasiva parecía con esos ojos a medio cerrar. Su cara era tan lisa que se cubría de sombras cuando la menor pena pasaba por ella.
—Se quemó un almacén en Tchoupitoulas —respondió—. Nunca supe los detalles. Parece que el jefe les dijo que se apartaran porque el techo iba a venirse abajo. Un hombre se cayó, o algo así, y mi padre volvió para rescatarlo, y en aquel momento el techo empezó a combarse. Dicen que se arqueó como una ola y se desplomó. Todo el lugar explotó.
»Aquel día, mientras yo paseaba por Garden District y disfrutaba de la nieve, murieron tres bomberos. Por eso nos fuimos a California. Todos los Curry ya habían muerto, todos los tíos y tías. Todos estaban enterrados en el cementerio de San José. Todos enterrados por Lonigan e Hijos. Todos.
—Debió de ser horrible para ti.
Michael sacudió la cabeza.
—Lo horrible fue sentirme tan contento de irme a California, y saber que si mi padre no hubiera muerto nunca habríamos podido ir.
—Ven, siéntate y tómate el chocolate, se está enfriando. Bea y Cecile llegarán enseguida.
—Debo irme. Tengo que hacer un montón de recados. Ir al negocio, ver si han llegado las cajas. Ah, tengo que llamar a los proveedores de la fiesta… me olvidé completamente.
—No hace falta, Ryan se ocupa de ello. Dice que tú ya tienes bastante trabajo. Dijo también que debería haber enviado un fontanero para aislar las cañerías.
—Me gusta hacer esas cosas —respondió él—. De todas formas, esas cañerías se van a congelar. Maldita sea, parece que va a ser el peor invierno del siglo.
—Eh, no puedes salir de esta habitación sin darme un beso.
—Claro que no. —Se inclinó y la cubrió de besos rápidos hasta hacerla reír. Luego se agachó más y le besó el vientre—. Adiós, Chris —murmuró—. Ya casi estamos en Navidad, Chris.
Se detuvo en la puerta para ponerse los guantes y le sopló otro beso.
Rowan, sentada en el sillón de respaldo alto, parecía una pintura. Hasta sus labios tenían un color rosado y saludable.
Y cuando sonrió, vio los oyuelos que se le dibujaban en las mejillas.
Michael dejó que la furgoneta se calentara unos minutos antes de arrancar y enfiló directamente hacia el puente. Tardaría unos cuarenta y cinco minutos en llegar a Oak Haven, si no tenía problemas en la carretera del río.