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¿Cuántos días y noches habían pasado? Honestamente, no lo sabía. La correspondencia sin abrir se apilaba sobre la mesa del vestíbulo. De vez en cuando sonaba el teléfono… en vano.

—Sí, pero ¿quién eres? ¿Quién está debajo de todo esto?

—Ya te he dicho que estas preguntas no significan nada para mí. Puedo ser lo que tu quieras.

—No me basta.

—¿Quién era yo? Un fantasma infinitamente satisfecho. No sé a partir de cuándo tuve la capacidad de amar a Suzanne. Ella me enseñó lo que era la muerte cuando la quemaron. Lloraba cuando la arrastraban a la hoguera; no podía creer lo que le hacían. Mi Suzanne era como una niña, una mujer sin conciencia de la maldad humana. Y obligaron a mi Deborah a mirar. Si yo hubiera provocado una tormenta, las habrían quemado a las dos.

»¿Quién soy? Soy el único entre todos que lloró a Suzanne, el único que sintió un dolor infinito, hasta Deborah se quedó aturdida, mirando cómo se retorcía su madre en el fuego.

»Soy el que vio al espíritu de Suzanne abandonar el cuerpo atormentado de dolor. Lo vi elevarse, libre, sin preocupaciones. Tengo un alma que conoció la inmensa alegría de saber que Suzanne ya no sufriría. Fui en busca de su espíritu, que aún conservaba la forma de su cuerpo, porque todavía no sabía que esa forma ya no le hacía falta, y traté de entrar en él, de reunirlo, y llevar hacia mí lo que era ahora como yo.

»Pero el espíritu de Suzanne pasó de largo, no prestó mayor atención a mi presencia que a su propio caparazón ardiendo. Se alejó hacia lo alto y se perdió de vista. Suzanne se había marchado.

»¿Quién soy? Soy el Impulsor, quien se extendió por todo el mundo embargado por el dolor de la pérdida de Suzanne. Soy el Impulsor, quien concentró sus energías, construyó tentáculos de poder y arrasó la aldea de Donnelaith. Perseguí al inquisidor por los campos y lo golpeé con una lluvia de piedras. Cuando terminé no quedó nadie para contar la historia. Y mi Deborah se había marchado con Petyr van Abel, hacia las sedas, los satenes, las esmeraldas y los hombres que la pintaban. Soy el Impulsor, quien lloró por esa mujer ignorante y dispersó sus cenizas a los cuatro vientos.

»Aprendí más en veinte días que en toda la feliz eternidad, al observar a los mortales evolucionar sobre la faz de la tierra, como una especie de insectos, con una inteligencia que brotaba de la materia pero que vivía atrapada en ella, como una polilla que trata de horadar una pared con sus alas.

»¿Quién soy? Soy el Impulsor, quien bajó para sentarse a los pies de Deborah y aprender a tener un propósito, a lograr metas, a hacer la voluntad de Deborah a la perfección para que no tuviera que sufrir; el Impulsor, quien lo intentó y fracasó.

»Dame la espalda, si quieres, hazlo. El tiempo no significa nada para mí. Esperaré a que llegue otra tan fuerte como tú. Los humanos están cambiando. Sus sueños están llenos de los vaticinios de estos cambios. Escucha las palabras de Michael. Michael sabe. Los mortales sueñan sin cesar con la inmortalidad, mientras sus vidas se prolongan. Sueñan con volar libremente. Llegará alguien que rompa las barreras entre lo corpóreo y lo incorpóreo. Yo entraré. Lo deseo demasiado para fracasar, y soy muy paciente, muy hábil para aprender y muy fuerte.

»Manténte alejada de mí. Témeme. Esperaré. No pienso hacer daño a tu precioso Michael. Pero él no puede amarte como yo porque no te conoce como te conozco yo.

»Conozco el interior de tu cuerpo y tu cerebro, Rowan. Seré de carne y hueso, Rowan, me fusionaré y seré un ser superhumano de carne y hueso. Y cuando suceda, la metamorfosis puede ser tuya, Rowan. Piensa en lo que digo.

»Lo veo, Rowan, siempre he visto que la decimotercera tendría la fuerza para abrir la puerta. Lo que no logro ver es como existir sin tu amor.

»Porque te he amado desde siempre. He amado esa parte de ti que había en cuantos te precedieron. Te amé en Petyr van Abel, que era quien más se te parecía. Te amé en Deirdre, una dulce inválida impotente que soñaba contigo.

Silencio.

Durante una hora no había habido ningún sonido, ninguna reverberación del aire. Sólo la casa otra vez, y el frío invierno fuera, tonificador, sin viento, límpido.

Eugenia no estaba. El teléfono volvió a sonar en el vacío.

Rowan se sentó en el comedor, con las manos sobre la mesa brillante, y observó el mirto nudoso y sin hojas que brillaba contra el cielo azul.

Luego se levantó. Se puso el abrigo rojo de lana, cerró la puerta detrás de ella y salió a la calle por el portal abierto.

El aire fresco era agradable, purificador. Las hojas de los robles se habían oscurecido y encogido con la llegada del invierno, pero todavía estaban verdes.

Giró por St. Charles y caminó hasta el hotel Pontchartrain.

Aaron la esperaba en el pequeño bar, con una copa de vino delante, su cuaderno de notas abierto y la estilográfica en la mano.

Ella se quedó junto a la mesa, consciente de la sorpresa que se dibujó en su rostro cuando levantó los ojos y la vio. ¿Tenía el pelo alborotado? ¿Parecía cansada?

—Él sabe todo lo que pienso, lo que siento, lo que tengo que decir.

—No, no es posible —dijo Aaron—. Siéntese, cuéntemelo.

—No puedo controlarlo. No puedo echarlo. Creo… creo que lo amo —murmuró—. Me ha amenazado con marcharse si hablo con usted o con Michael. Pero no se irá. Me necesita. Me necesita para que lo vea y esté cerca de él; es hábil, pero no tanto. Me necesita porque tiene un propósito y para que lo acerque a la vida.

Dirigió la mirada hacia la barra; había un hombrecillo calvo, un tipo carnoso con una raja por boca, y el camarero que limpiaba algo, como siempre hacen los camareros. Filas de botellas llenas de veneno. El bar en silencio, suavemente iluminado.

Se sentó y miró a Aaron.

—¿Por qué me mintió? —preguntó—. ¿Por qué no me dijo que lo habían enviado aquí para detenerlo?

—No me han enviado aquí para detenerlo. Nunca he mentido —respondió Aaron.

—Usted sabe que él puede entrar. Sabe que ése es su propósito y se ha comprometido a impedirlo, es lo que siempre ha hecho.

—Lo único que sé es lo que leo en la historia, lo mismo que usted. Le he dado toda la información que poseía.

—Ah, pero usted sabe que ya ha sucedido antes. En el mundo hay otros entes como él que han encontrado la entrada.

Silencio.

—No lo ayude —le pidió Aaron.

—¿Por qué no me lo dijo?

—Si lo hubiera hecho, ¿me habría creído? No he venido para contarle fábulas. No he venido para inducirla a entrar en Talamasca. Le he dado toda la información que tenía sobre su vida y su familia, cosas reales.

Rowan no respondió. Aaron le explicaba la verdad, tal como él la sabía, pero le ocultaba cosas. Todo el mundo ocultaba cosas. Las flores de la mesa ocultaban cosas.

—Ese ser es una colonia gigante de células microscópicas —explicó Rowan—. Se alimenta del aire, de la misma manera que una esponja se alimenta del mar, y devora unas partículas tan minúsculas que el proceso es continuo y pasa absolutamente inadvertido por el órgano, el organelo, o cualquier otra cosa de su medio. Pero todos los elementos básicos de la vida están allí: estructura celular, casi con certeza, aminoácidos y ADN, y una fuerza organizada que unía todo el conjunto a pesar de su tamaño, y que respondía a la perfección a la conciencia del ser que puede volver a moldear toda la entidad a voluntad.

Se detuvo; escrutaba el rostro de Aaron para ver si la había entendido o no. Pero ¿importaba en realidad? La que ahora comprendía era ella, eso era lo importante.

—No es invisible, tan sólo es imposible verlo porque sus células son muy pequeñas. Pero son células eucáridas, las mismas de las que está hecho su cuerpo o el mío. ¿Cómo adquirió inteligencia? ¿Cómo piensa? No puedo explicárselo mejor de lo que podría explicarle cómo saben formar ojos y dedos las células embrionarias, o cómo una esponja completamente aplastada se reconstituye a sí misma en pocos días.

»Cuando lo sepamos, sabremos por qué el Impulsor tiene inteligencia, porque es una fuerza organizada sin un cerebro perceptible. Por el momento, podemos decir que es precámbrico y autosuficiente, y si no es inmortal, su expectativa de vida podría ser de millones de años. Es posible que absorbiera la conciencia del género humano, que se hubiera alimentado de esta energía y que una mutación hubiera creado su mente.

»Es posible también que pueda atraer sustancias moleculares más complejas cuando se materializa, que luego disuelve antes de que sus propias células se liguen irremediablemente a estas partículas más pesadas. Esta disolución se lleva a cabo en un estado cercano al pánico. Porque teme una unión imperfecta, de la que no pueda librarse.

»Pero su deseo de ser de carne y hueso es ahora muy fuerte; está dispuesto a arriesgarlo todo para convertirse en un ser antropomórfico.

—Impídalo —dijo Aaron—. Usted ahora sabe lo que es el Impulsor, no lo deje asumir una forma humana.

Rowan no dijo nada. Miró su abrigo y el color rojo la sorprendió. Ni siquiera recordaba haberlo sacado del armario. Tenía la llave en la mano pero no llevaba bolso. Lo único real para ella era aquella conversación; era consciente de su propio agotamiento, de la fina capa de sudor sobre sus manos y su cara.

—Aaron, el Impulsor lo matará —dijo, sin mirarlo—. Lo sé. Quiere hacerlo. Puedo evitarlo, pero ¿a cambio de qué? Él sabe que estoy aquí —sonrió; recorrió el techo con la mirada— y está con nosotros en este momento. Conoce todas las estratagemas. Está en todas partes, como Dios. Sólo que no es Dios.

—No, no lo sabe todo. No deje que la engañe. Mire la historia. Él comete demasiados errores. Usted tiene su amor para negociar. Negocie con su voluntad. Además, ¿para qué va a matarme? ¿Qué puedo hacerle? ¿Convencerla de que no lo ayude? Rowan, sus valores morales son más fuertes y sólidos que los míos.

—¿Qué es lo que le hace pensar así? ¿Qué valores morales? —Pensó que iba a desmayarse, tenía que salir de allí e irse a casa para poder dormir. Pero él estaba allí, la esperaba. Él estaría dondequiera que fuese. Y ella estaba en el bar por una razón: advertir a Aaron. Darle su última oportunidad.

A pesar de todo sería muy agradable volver a casa, dormir otra vez. Ojalá no oyera el llanto de ese bebé. Sentía al Impulsor, que la envolvía con sus infinitos brazos, se abrazaba a ella en la tibieza del aire.

—Rowan, escúcheme.

Se despertó como de un sueño.

—En todo el mundo hay seres humanos con poderes excepcionales —decía Aaron—, pero usted es una de las más extrañas porque ha encontrado un modo de emplear su poder para hacer el bien. No se dedica a mirar la bola de cristal a cambio de unos billetes, Rowan. Usted cura a otras personas. ¿Puede hacer que él la ayude en esa tarea? ¿O será él quien la aparte definitivamente? ¿Absorberá todo su poder en la creación de un monstruo mutante que el mundo no necesita y no puede evitar? Destrúyalo, Rowan. Por su propio bien, no por el mío. Destrúyalo por lo que usted sabe que es correcto.

—Por esta razón lo matará, Aaron. Si usted lo provoca, no podré detenerlo. Pero ¿qué tiene de monstruoso? ¿Por qué está contra él? ¿Por qué me mintió?

—Nunca le he mentido. Y usted sabe muy bien por qué no debe suceder: sería un ser sin alma humana.

—Eso es religión, Aaron.

—Rowan, sería un ser antinatural. No necesitamos más monstruos. Nosotros mismos ya somos bastante monstruosos.

—Él es tan natural como nosotros. Es lo que trato de decirle.

—Él es tan ajeno a nosotros como un insecto gigante, Rowan. ¿Sería usted capaz de producir algo semejante? Escapa a todas las leyes de la naturaleza.

—Eso es lo que dice usted, pero ¿y si no existiera ninguna ley natural? ¿Y si sólo se tratara de un proceso, de células que se multiplican, y su metamorfosis fuera tan natural como el cambio de curso de un río que a su paso devora tierras, casas, ganado y personas?

—¿No intentaría impedir que los seres humanos se ahogaran? ¿No intentaría salvarlos del fuego de un cometa? De acuerdo. Digamos que él es natural. Postulemos entonces que nosotros somos algo mejor que lo sencillamente natural. Aspiramos a ser más que un mero proceso. Nuestra moral, nuestra compasión, nuestra capacidad de amar y de crear una sociedad ordenada nos hace mejores que la naturaleza. Él no tiene respeto por todo ello, Rowan. Mire lo que le ha hecho a la familia Mayfair.

—Poesía moralista. Me decepciona, Aaron. Esperaba que me diera argumentos a cambio de mi advertencia. Esperaba que fortaleciera mi espíritu.

—No necesita mis argumentos. Explore usted misma dentro de su alma. Usted sabe lo que trato de decirle. Él es como un rayo láser ambicioso. Es como una bomba con intelecto. Ayúdelo a entrar y el mundo lo pagará. Usted será la madre del desastre.

Qué frágil parecía. Rowan notó por primera vez la edad en las profundas arrugas del rostro de Aaron, en las bolsas debajo de sus ojos claros e implorantes. De pronto le pareció débil, carente de su elocuencia y elegancia naturales. Sencillamente, un anciano de cabello blanco, que la miraba lleno de infantil sorpresa. Sin ninguna trampa.

—Usted sabe muy bien lo que él podría significar, ¿verdad? —le preguntó, fatigada—, si no estuviera cegado por el miedo.

—Le está mintiendo, Rowan; se está adueñando de su conciencia.

—¡No me hable de ese modo! —replicó ella, con violencia—. No es signo de valentía por su parte, sino de estupidez. —Se echó hacia atrás; trataba de calmarse. En una época había querido a este hombre. Incluso ahora no quería que le pasara nada—. ¿Puede ver el inevitable final de todo esto? —preguntó, tratando de razonar—. Si la mutación tiene éxito, puede propagarse. Si las células pueden injertarse y duplicarse en otros cuerpos humanos, se puede transformar el futuro completo de la raza humana. Estamos hablando del fin de la muerte.

—La tentación secular —dijo Aaron con amargura—. Una vieja mentira.

Rowan sonrió al ver que Aaron había perdido la compostura.

—Su santurronería me cansa —dijo—. La ciencia siempre ha sido la clave. Las brujas sólo eran científicas. La magia negra sólo era un intento de ciencia. Mary Shelley vio el futuro. Los poetas siempre ven el futuro. Y los niños de la tercera fila del cine lo saben cuando ven al doctor Frankenstein construir al monstruo y darle vida en medio de una tormenta eléctrica.

—Es horroroso, Rowan, él ha transformado su conciencia.

—No me insulte otra vez —dijo, inclinada de nuevo sobre la mesa—. Usted es viejo y no le quedan muchos años. Le tengo cariño, por lo que me ha dado, y no quiero hacerle daño. Pero no me tiente, ni a mí, ni a él. Le estoy diciendo la verdad.

Aaron no respondió. Se había sumido en un perplejo estado de calma. Rowan se encontró con sus pequeños ojos verdosos imposibles de penetrar, y se maravilló de su fortaleza. La hizo sonreír.

—¿No cree lo que le digo? ¿No quiere escribirlo en el informe? Lo vi en el laboratorio de Lemle al descubrir aquellos fetos conectados a los diminutos tubos. Nunca supo por qué maté a Lemle, ¿verdad? Sabía que lo había hecho yo, pero no sabía el motivo. Lemle estaba a cargo de un proyecto en el instituto. Almacenaba células de fetos vivos y las usaba para trasplantes. Y también sucede en otros sitios. Supongo que verá las posibilidades, pero imagínese experimentos con las células del Impulsor, células que duran y transportan conciencia desde hace miles de millones de años.

—Quiero que llame a Michael y que le pida que regrese.

—Michael no puede detenerlo. Sólo yo puedo hacerlo. Deje que Michael siga donde está, fuera de peligro. ¿Quiere que también muera Michael?

—Escúcheme, usted puede cerrar su mente a ese ser. Usted puede velar sus pensamientos con un simple acto de voluntad. Inténtelo y verá.

—¿Y por qué voy a hacer algo así?

—Para darse tiempo. Para darse una tregua y tomar una decisión moral.

—No, veo que no comprende lo poderoso que es el Impulsor. Nunca lo ha comprendido. Y no sabe tampoco lo bien que me conoce. Ésa es la clave: lo que él sabe de mí. —Sacudió la cabeza—. No quiero hacer lo que él quiere —dijo—, de verdad. Pero es irresistible, ¿no se da cuenta?

—¿Y Michael qué? ¿Y sus sueños del Centro Médico Mayfair?

—Ellie tenía razón —dijo. Se echó otra vez hacia atrás y observó las luces difusas del bar—. No debía haber vuelto. Él usó a Michael para que yo volviera. Yo sabía que Michael estaba en Nueva Orleans y vine tras él como una vulgar putilla.

—No es verdad. Quiero que suba a mi cuarto y se quede conmigo.

—Qué tonto es usted, Aaron. Podría matarlo aquí mismo y nadie lo descubriría jamás. Nadie salvo su hermandad y su amigo Michael Curry. ¿Y qué podrían hacerme? Se ha terminado, Aaron. Puedo luchar y retroceder unos pasos, incluso hasta lograr cierta ventaja ocasional, pero se ha acabado. La función de Michael era traerme aquí para que me quedara, y ya lo ha hecho.

—¿Y su hijo, Rowan?

—¿Michael se lo ha dicho?

—No necesito que me lo diga. Michael fue enviado para amarla y ayudarla a expulsar a ese ser de una vez por todas. Para que no tuviera que luchar sola.

—¿También lo sabe sin que se lo diga nadie?

—Sí, y usted también.

—Márchese, Aaron. Váyase lejos. Vaya a esconderse en la casa matriz de Amsterdam o Londres. Escóndase. Si no lo hace, morirá. Y si llama a Michael, si lo llama para decirle que vuelva, le juro que yo misma lo mataré.