42

Las doce. ¿Por qué parecía la hora adecuada? ¿Quizá porque Pierce y Clancy se habían quedado hasta tan tarde que ella necesitaba esta hora de tranquilidad? En California eran sólo las diez, pero Michael ya había llamado, y, cansado después del viaje, seguramente estaría durmiendo.

Estaba muy animado por el hecho de que en San Francisco todo parecía muy poco atractivo y no veía el momento de regresar. Era doloroso echarlo tanto de menos y estar en esa cama enorme y vacía.

Pero el otro esperaba.

En cuanto las suaves campanadas del reloj dejaron de sonar, Rowan se levantó, se puso el batín de seda sobre el camisón, las zapatillas de satén y bajó por la escalera.

¿Dónde nos vamos a encontrar, mi amante demoníaco?

¿En el salón, entre los gigantescos espejos, con las cortinas abiertas a la luz de la calle? Parecía el mejor lugar.

Cruzó con suavidad el brillante parqué de pino y sintió cómo se hundían sus pies en la alfombra china mientras se dirigía hacia la chimenea. Los cigarrillos de Michael estaban sobre la mesa, junto a un vaso de cerveza medio vacío. En el hogar quedaba la ceniza del fuego que había hecho más temprano, en esta primera noche de frío en el sur.

Sí, primero de diciembre, el bebé ya tenía sus pequeños párpados y sus oídos empezaban a formarse.

Ningún problema, dijo el médico. Unos padres fuertes y sanos, y su cuerpo en excelentes condiciones. Coma con sensatez. Y, a propósito, ¿en qué trabaja?

Dile mentiras.

Ese mismo día había oído por casualidad a Michael hablar por teléfono con Aaron. «Muy bien. Creo que sorprendentemente bien. Todo en orden. Excepto esa horrible visión de Stella el día de la boda. Pero es posible que lo haya imaginado. Estaba borracho, con todo aquel champán. (Pausa.) No. En absoluto».

Aaron reconocía la mentira, ¿no? Aaron sabía. Pero el problema con estos oscuros poderes inhumanos es que uno nunca sabe cuándo se activan. Te abandonan cuando más confías en ellos. Después de un montón de desordenadas visiones y de adivinar inadvertidamente los pensamientos de los demás, de golpe te encuentras con un mundo lleno de rostros pétreos y voces inexpresivas. Y estás solo.

Quizás Aaron estuviera solo. No había hallado nada útil en los viejos cuadernos de Julien, ni en las estanterías de la biblioteca, salvo los previsibles libros de contabilidad de la plantación. Tampoco en las demonologías coleccionadas a lo largo de los años, excepto información publicada sobre brujería al alcance de cualquiera.

La casa ya estaba terminada y había quedado preciosa, sin rincones oscuros ni inexplorados. Todo estaba en orden. La habitación de Julien era ahora el agradable despacho de Michael, con una mesa de dibujo, archivadores para planos y una estantería llena de libros.

Rowan se detuvo en el centro de la alfombra china, de cara a la chimenea. Juntó las palmas y acercó la punta de los dedos a los labios. ¿Qué esperaba? ¿Por qué no lo decía? «Impulsor». Levantó la cabeza poco a poco y miró el espejo, sobre la chimenea.

Ahí estaba, detrás de ella, en el quicio de la puerta, y la observaba. Lo único que necesitaba para verlo era la luz de la calle que entraba por las ventanas.

Su corazón palpitaba; no se volvió. Lo miraba por el espejo —calculaba, medía, definía—, trataba de comprender con todos sus poderes, humanos e inhumanos, de qué estaba hecho, de qué era su cuerpo.

—Mírame, Rowan. —Una voz como un beso en la oscuridad. Ni una orden ni un ruego. Algo íntimo, como la exigencia de un amante cuyo corazón quedará destrozado si es rechazado.

Rowan se volvió. Estaba contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados. Llevaba un traje oscuro, antiguo, parecido a los de Julien en los retratos de 1895, con cuello alto blanco y corbata de seda. Una imagen hermosa. Y un contraste encantador con las manos fuertes, como las de Michael, y las facciones marcadas y varoniles de su rostro. El pelo tenía algunos mechones rubios y la tez era ligeramente más oscura. Al verlo, se acordó de Chase, su viejo amante policía.

—Cambia lo que quieras —dijo él, amablemente.

Y antes de que ella pudiera responder, vio que la figura se transformaba, como una sorda ebullición en las sombras, y el pelo empezaba a aclararse hasta volverse completamente rubio, al tiempo que la piel adquiría un tono bronceado igual que el de Chase. Vio el brillo de sus ojos durante un instante, la personificación exacta de Chase; luego aparecieron otra serie de características humanas, cambió otra vez su aspecto, y volvió a ser el mismo hombre que había visto en la cocina, probablemente el mismo que se había aparecido a todos a lo largo de los siglos, con la diferencia de que conservaba el bronceado de Chase.

Rowan se dio cuenta de que se había movido y estaba muy cerca de él. No estaba tan asustada como excitada. Su corazón aún latía con fuerza, pero no temblaba. Estiró la mano y le tocó el rostro, como había hecho aquella noche en la cocina.

Una sombra de barba, piel, pero no era piel. Su agudo sentido diagnóstico le dijo que no lo era, y que no tenía huesos en su cuerpo, ni órganos internos. Era el caparazón de un campo de energía.

—Pero con el tiempo habrá huesos, Rowan, con tiempo se puede realizar cualquier milagro.

Los labios apenas se movían y la figura empezaba a perder forma. Se había consumido sola.

Rowan miró fijamente; se esforzaba por mantenerla, y vio que volvía a materializarse.

—Ayúdame a sonreír, belleza —dijo la voz, pero esta vez sin mover los labios—. Si pudiera, te sonreiría a ti y a tu poder.

En aquel momento Rowan temblaba. Se concentró con cada fibra de su cuerpo en tratar de infundir vida a los rasgos faciales. Casi sentía la energía que fluía de ella, veía cómo condensaba esa extraña expresión de materia y le daba forma; era algo más puro y preciso que su concepción de la electricidad. Una enorme tibieza la rodeó cuando vio que sus labios empezaban a sonreír.

Una sonrisa serena y sutil, como la de Julien en las fotos. Los ojos grandes y verdes estaban llenos de luz. Las manos levantadas, para tocarla. Rowan sintió un delicioso calor cuando se acercaron y le rozaron las mejillas.

Entonces la imagen se hizo más débil y se desintegró de repente. La ráfaga de calor era tan intensa que la hizo retroceder y cubrirse los ojos con el brazo al tiempo que se alejaba.

De pronto sintió mucho frío, y un cansancio terrible. Cuando volvió a mirarse la mano vio que todavía temblaba. Se acercó a la chimenea y se arrodilló.

Puso un poco de leña menuda, algunas ramas y un tronco encima, y encendió el fuego con una cerilla larga. Al cabo de un instante las ramitas chisporroteaban y se retorcían. Se quedó inmóvil, mirando las llamas.

—Estás aquí, ¿no? —susurró, sin dejar de mirar el fuego; las llamas crecían y lamían la corteza seca del tronco.

—Sí, estoy aquí.

—¿Dónde?

—Cerca de ti, alrededor de ti.

—¿De dónde viene tu voz? Ahora cualquiera podría oírte. Estás hablando de verdad.

—Tú comprenderás cómo lo hago mejor que yo.

—¿Es eso lo que quieres de mí?

Se oyó un suspiro prolongado. Rowan escuchó con atención. No se oía ninguna respiración, sino apenas el sonido de una presencia.

—Te amo —dijo él.

—¿Por qué?

—Porque para mí eres hermosa. Porque puedes verme. Porque personificas todas las cosas de un ser humano que yo mismo deseo. Porque eres humana, tibia y suave. Porque te conozco y he conocido a las demás antes que tú.

Rowan no dijo nada.

—Porque eres la hija de Deborah —continuó él—, la hija de Suzanne, y de Charlotte, y de todas las demás cuyos nombres ya conoces. Te amo desde la primera vez que te vi venir desde muy lejos. Te amaba desde que eras sólo una probabilidad.

El fuego ardía ahora con fuerza, el delicioso aroma la hacía sentir cómoda, pero en una especie de delirio. Hasta su propia respiración le parecía lenta y extraña. Y ahora no estaba segura de que la voz fuera audible para alguien más.

Para ella, sin embargo, era clara y muy seductora.

Lentamente se sentó sobre el suelo tibio, junto al hogar, se apoyó contra el mármol, tibio también, y escudriñó las sombras bajo la arcada, en el centro del salón.

—Tu voz me tranquiliza, es hermosa —suspiró.

—Quiero ser hermoso para ti, Rowan. Quiero darte placer. Me entristeció mucho que me odiaras.

—¿Cuándo?

—Cuando te toqué.

—Explícamelo, todo.

—Hay muchas explicaciones posibles. Tú determinas la explicación de acuerdo a la pregunta. Puedo hablarte por propia voluntad, pero lo que te diga estará determinado por lo que me han enseñado los demás a través de sus preguntas a lo largo de los siglos. Es una construcción. Si quieres una nueva construcción, pregunta.

—¿Desde cuándo existes?

—No lo sé.

—¿Quién te llamó Impulsor por primera vez?

—Suzanne.

—¿La amabas?

—La amo.

—¿Todavía existe?

—Se ha marchado.

—Empiezo a comprender —le dijo Rowan—. En tu mundo no hay una necesidad física, por lo tanto no hay tiempo. Una mente sin cuerpo.

—Exacto. Brillante. Inteligente.

—Con tantas palabras, con alguna acertarás, ¿no?

—Sí —accedió él—, pero ¿cuál?

—Quiero llegar al fondo de todo esto, entenderte y entender tus motivos, saber lo que quieres.

—Lo sé. Lo supe antes de que hablaras —dijo con el mismo tono bondadoso y seductor—. Pero eres lo bastante inteligente para saber que en el universo en el que existo no hay fondo. —Se detuvo, y continuó despacio, como antes—: Si pretendes que te hable con frases completas y sofisticadas y tenga en cuenta tus malentendidos, equivocaciones y toscas diferenciaciones, puedo hacerlo. Pero lo que diga puede no estar tan cerca de la verdad como te gustaría.

—¿Eres un espíritu?

—Soy lo que vosotros llamáis un espíritu.

—¿Cómo te llamarías tú?

—No lo hago.

—Comprendo. En tu universo no hacen falta nombres —dijo.

—Ni la comprensión de lo que es un nombre. Pero, en verdad, no hay nombre.

—Pero tienes deseos. Quieres ser humano.

—Sí. —Una especie de suspiro de elocuente tristeza.

—¿Por qué?

—Rowan, si estuvieras en mi lugar, ¿no querrías ser humana?

—No lo sé, Impulsor. Podría querer ser libre.

—Lo anhelo dolorosamente —dijo la voz, con gran pena—. Sentir frío y calor; conocer el placer. Ver con claridad con ojos humanos. Sentir las cosas. Existir con necesidades y emociones en el tiempo. Satisfacer mis ambiciones, tener distintos sueños e ideas.

—Sí, lo comprendo muy bien.

—No estés tan segura.

—Cuando miras a través de los ojos de un muerto, ¿ves con claridad?

—Veo mejor, pero la muerte está sobre mí, colgada a mi alrededor, avanzando deprisa. Por último me quedo ciego.

—Me imagino. Pero entraste en el cuerpo del suegro de Charlotte cuando vivía.

—Sí. Él sabía que yo estaba dentro. Estaba muy débil pero feliz de caminar otra vez y levantar objetos con sus propias manos.

—Interesante. Es lo que llamamos posesión.

—Correcto. A través de sus ojos vi las cosas con nitidez. Vi colores brillantes y pájaros, olí el perfume de las flores. Escuché el canto de los pájaros. Toqué a Charlotte con una mano. Conocí a Charlotte.

—¿Ahora puedes oír cosas? ¿Puedes ver las llamas de este fuego?

—Sé todo sobre ello. Pero no puedo ver ni oír como tú, Rowan. Aunque cuando me acerco a ti, puedo ver lo que tú ves, te conozco y conozco tus pensamientos.

Rowan sintió una punzada aguda de miedo.

—Empiezo a entenderlo.

—Eso es lo que tú crees, pero es mucho más grande, más amplio.

—Lo sé.

—Lo sabemos. Sí, pero de ti hemos aprendido a pensar linealmente y el concepto del tiempo. También hemos aprendido la ambición. Porque la ambición exige saber conceptos del pasado, del presente y del futuro. Se deben hacer planes. Y me refiero a aquellos de nosotros que lo desean. Porque los que no lo desean, no aprenden. ¿Para qué van a hacerlo? Pero decir «nosotros» es sólo una aproximación. Para mí no hay «nosotros» porque estoy solo, apartado de los que son como yo. Te veo sólo a ti y a tu especie.

—Comprendo. ¿Cuando estabas en los cadáveres… en las cabezas del ático…?

—¿Sí?

—¿Transformaste los tejidos de las cabezas?

—Sí. Transformé los ojos para que fueran marrones y el pelo para que tuviera mechones rubios. Me exigió mucha energía y concentración. La concentración es la clave de todo lo que hago. La reúno.

—¿Y cómo es en tu estado natural?

—Grande, infinita.

—¿Cómo cambiaste la pigmentación?

—Me metí en las partículas de la piel y las alteré. Pero tus conocimientos son mayores que los míos. Tú usarías la palabra mutación.

—¿Qué te impidió adueñarte de todo el organismo?

—Que era un organismo muerto. Poco a poco se iba extinguiendo, era pesado, y yo me quedaba ciego y sordo. No podía devolverle ni una chispa de vida.

—Ya veo. Y dentro del suegro de Charlotte, ¿transformaste su cuerpo?

—No podía hacerlo. No sabía cómo intentarlo. Y tampoco sabría hacerlo ahora. ¿Comprendes?

—Sí. Tú eres constante, pero nosotros vivimos en el tiempo. ¿Estás diciendo que no puedes transformar el tejido vivo?

—El de aquel hombre no. Y tampoco el de Aaron cuando estoy dentro de él.

—¿Cuándo estás dentro de Aaron?

—Cuando duerme. Es el único momento en el que puedo entrar.

—¿Por qué lo haces?

—Para ser humano. Para estar vivo. Pero Aaron es demasiado fuerte para mí; Aaron organiza sus propios tejidos y los domina. Lo mismo que Michael. Lo mismo que casi todos. Incluso las flores.

—No quiero que entres en Aaron. No quiero que les hagas daño, ni a él ni a Michael, jamás.

—Te obedeceré, pero me gustaría matar a Aaron.

—¿Por qué?

—Porque Aaron ha terminado. Aaron sabe mucho y te miente.

—¿Cómo que «ha terminado»?

—Ha hecho lo que vi que haría y lo que yo quería que hiciera. Por tanto, ha terminado. Ahora veo lo que es capaz de hacer, pero que no quiero que haga, porque va en contra de mi ambición. Lo mataría si eso no hiciera que me odiaras y te llenara de dolor.

—Puedes sentir mi ira, ¿verdad?

—Me hiere profundamente, Rowan.

—Si le haces daño a Aaron, sufriré y me enfadaré. Pero hablemos un poco más de Aaron. Quiero que me lo expliques con detalle. ¿Qué era lo que querías que hiciera Aaron?

—Darte sus conocimientos. Sus palabras escritas cronológicamente.

—¿Te refieres al informe Mayfair?

—Quería que leyeras su historia. Petyr vio cómo quemaban a mi Deborah, a mi amada Deborah. Aaron vio a mi Deirdre llorando en el jardín, a mi hermosa Deirdre. Esa historia ha sido de inestimable ayuda en tus decisiones y reacciones. Pero la tarea de Aaron ha terminado.

—Sí, comprendo.

—Cuidado.

—¿De creer que comprendo?

—Exactamente. Sigue preguntando. Palabras como «reacciones» e «inestimable» son muy vagas. Ante ti, Rowan, no ocultaré nada.

Ella lo oyó suspirar otra vez, era un sonido prolongado y suave que poco a poco se transformaba en una especie de caricia del viento sobre su cuerpo. Se rió con placer. Si lo intentaba, podía verlo en la habitación, una especie de reverberación en el aire, algo que se expandía y llenaba el salón.

—Sí… —dijo él—, me gusta tu risa. Yo no puedo reír.

—Puedo ayudarte para que aprendas a hacerlo.

—Lo sé.

—¿Soy la entrada?

—Sí.

—¿Soy la decimotercera bruja?

—Sí.

—Entonces Michael tenía razón en sus interpretaciones.

—Michael se equivoca pocas veces. Michael ve con claridad.

—¿Quieres matar a Michael?

—No, amo a Michael. Me gustaría pasear y hablar con él.

—¿Por qué, por qué has elegido a Michael?

—No lo sé.

—Ah, debes saberlo.

—Amar es amar. Michael es brillante y maravilloso. Michael ríe. Michael tiene mucho espíritu invisible dentro de él, llena su cuerpo, sus ojos y su voz. ¿Comprendes?

—Creo que sí. Es lo que llamamos vitalidad.

—Exactamente. Pero ¿había sido empleada alguna vez esa palabra con este sentido?

—He visto a Michael desde el principio —continuó él—, Michael fue una sorpresa. Michael me ve. Michael se acercó a la verja. Michael también tiene ambición y es fuerte. Michael me amaba. Michael ahora me teme. Tú te has interpuesto entre él y yo, y teme que yo me interponga entre tú y él.

—Pero no le harás daño.

No hubo respuesta.

—No le harás daño.

—Dime que no le haga daño y no se lo haré.

—¡Pero has dicho que no querías hacerlo! ¿Por qué das tantas vueltas?

—No doy vueltas. Te he dicho que no quería matar a Michael. Pero se le puede hacer daño. ¿Qué voy a hacer? No miento. Aaron miente. Yo no miento. No sé cómo mentir.

—No me lo creo. Pero quizá tú te lo crees.

—Me haces daño.

—Dime cómo terminará todo esto.

—¿Qué?

—Mi vida contigo, ¿cómo va a terminar?

Silencio.

—No me lo dirás.

—Tú eres la entrada.

Rowan se sentó, muy quieta. Sentía cómo trabajaba su mente. El fuego chisporroteaba y las llamas bailaban contra los ladrillos, con un movimiento demasiado lento para ser real. El aire volvió a reverberar. Creyó ver que las largas lágrimas de la araña de cristal se movían y giraban, descomponiendo la luz.

—¿Qué significa que soy la entrada?

—Tú sabes lo que significa.

—No, no lo sé.

—Tú puedes hacer mutar la materia, doctora Mayfair.

—No estoy muy segura. Soy cirujana. Trabajo con instrumentos de precisión.

—Ah, pero tu mente es más precisa.

Rowan frunció el entrecejo; le hacía recordar aquel extraño sueño de Leiden…

—Has parado hemorragias —dijo él; se tomaba su tiempo para articular palabras suaves y lentas—. Has cerrado heridas. Has hecho que la materia te obedezca.

La araña tintineó en el silencio y reflejó el resplandor de las llamas bailarinas.

—No siempre tuve conciencia…

—Lo has hecho. Tienes miedo de tu poder, pero lo posees. Sal al jardín por la noche. Puedes hacer que las flores se abran. Puedes hacer que crezcan como hice con el lirio que has visto. Aunque me agota y me hace daño.

—Luego el lirio se marchitó y se desprendió del tallo.

—Sí. No era mi intención matarlo.

—Tú sabes que lo llevaste hasta sus límites. Por eso murió.

—Sí, pero no conocía sus límites.

Rowan se volvió hacia un lado. Se sentía como si estuviera en trance; pero, a pesar de ello, la voz de él era perfectamente clara y su pronunciación, precisa.

—No fuerzas las moléculas en una dirección cualquiera.

—No, penetro la estructura química de las células, como podrías hacerlo tú. Tú eres la entrada. Tú puedes ver el núcleo de la vida.

Volvía la atmósfera de su sueño: todos reunidos, junto a las ventanas de la Universidad de Leiden. ¿Qué era esa multitud en la calle? Pensaban que Ivan Abel era un hereje.

—No sabes lo que dices —dijo Rowan.

—Sé. Veo a la distancia. Tú me has proporcionado las metáforas y los términos. Yo también he absorbido los conceptos a través de tus libros. Veo hasta el fin. Yo sé. Rowan puede hacer mutar la materia. Rowan puede coger miles y miles de diminutas células y reorganizarlas.

—¿Y cuál es el fin? ¿Que haga lo que quieres?

La voz suspiró de nuevo.

Algo crujía en los rincones de la habitación. Las cortinas se agitaron con violencia. Y la araña volvió a tintinear con suavidad, vidrio contra vidrio. ¿Era una capa de vapor lo que se elevaba hacia el techo, lo que surgía de las paredes de color melocotón claro? ¿O era sólo el movimiento de las llamas que veía bailar por el rabillo del ojo?

—El futuro es una trama de posibilidades —dijo él—. Algunas se convierten poco a poco en probabilidades, mientras otras se tornan en algo inevitable, pero hay sorpresas intercaladas en la trama y la urdimbre que pueden desgarrarla.

—Gracias a Dios —dijo Rowan—. Por lo tanto, no puedes ver hasta el final.

—Puedo y no puedo. Tú no eres previsible. Eres demasiado fuerte. Si quieres, puedes ser la entrada.

—¿Cómo?

Silencio.

—¿Lanzaste a Michael al mar?

—No.

—¿Lo hizo alguien?

—Michael se cayó de la roca porque no le importaba. Tenía el alma dolorida y su vida no valía nada. Estaba todo escrito en su rostro y en sus gestos. No hacía falta ser un espíritu para verlo.

—Pero lo viste.

—Lo vi mucho antes de que sucediera, pero yo no lo hice. Sonreí, porque vi cómo os encontrabais. Lo supe desde que Michael era un chiquillo y me veía a través de la verja del jardín. Vi su muerte y cómo tú lo rescatabas.

—¿Qué fue lo que vio al ahogarse?

—No lo sé. Michael no estaba vivo.

—¿Qué quieres decir?

—Estaba muerto, doctora Mayfair. Tú sabes lo muerto que estaba. Significa que el cuerpo deja de estar bajo el control de una fuerza organizadora o de una intrincada serie de órdenes. Si yo hubiera entrado en su cuerpo, podría haber movido sus miembros y oído por sus oídos, porque su cuerpo estaba fresco, pero estaba muerto. Michael había abandonado su cuerpo.

—¿Lo sabes?

—Lo veo ahora. Lo vi antes de que sucediera. Lo vi mientras sucedía.

—¿Dónde estabas tú en aquel momento?

—Junto a Deirdre, para hacerla feliz, para hacerla soñar.

Rowan rió otra vez en voz baja.

—Tienes una voz muy hermosa.

—Soy hermoso, Rowan. Mi voz es mi alma. Sin duda tengo alma. Si no fuera así, el mundo sería demasiado cruel.

Ella sintió tal tristeza al oírlo que se hubiera echado a llorar. Miraba de nuevo la araña; cientos de diminutas llamas se reflejaban en el cristal. La habitación parecía inundada de tibieza.

—Ámame, Rowan —dijo con sencillez—. Soy el ser más poderoso que puedas concebir en tu universo, y soy único y para ti, amada mía.

Era como una canción sin melodía; era como una voz hecha de silencio y música, si es que se puede imaginar algo semejante.

—Cuando sea de carne y hueso seré más que humano, seré algo nuevo bajo el sol, mucho más maravilloso para ti que Michael. Soy un misterio infinito. Michael te ha dado todo lo que podía dar. Con él ya no habrá más misterios.

—¿Estás diciendo que he de elegir entre Michael y tú?

Silencio.

—¿Has obligado a las demás a elegir? —Pensaba en Mary Beth, en particular, y en los hombres de Mary Beth.

—Veo a la distancia, como te he dicho. Cuando Michael estaba junto a la verja, hace años de tu tiempo, vi que tú elegirías.

—No me cuentes más, no quiero saber lo que has visto.

—Muy bien —respondió él—. Hablar del futuro siempre llena de desdicha a los humanos. Su impulso se basa en que no pueden ver a lo lejos. Hablemos, pues, del pasado. A los humanos les gusta comprender el pasado.

—¿Tienes otro tono de voz además de éste, tan suave y hermoso? ¿Has dicho las últimas palabras con sarcasmo? ¿Tenían que sonar de ese modo?

—Puedo hablar como a ti te guste, Rowan. Tú oyes lo que yo siento. Y siento amor y dolor en mis pensamientos, en lo que soy. Emociones.

—Ahora hablas más deprisa.

—Estoy sufriendo.

—¿Por qué?

—Porque quiero ser de carne y hueso.

—¿Y crees que yo puedo hacerlo?

—Tú tienes el poder. Y cuando se logra algo así, otras cosas semejantes pueden lograrse. Tú eres la decimotercera, tú eres la entrada.

—¿Qué quieres decir con «otras cosas semejantes»?

—Rowan, hablamos de fusión, transformación química, reinvención estructural de las células, una nueva relación entre materia y energía.

—¿Y por qué no lo pudo hacer nadie antes que yo? Julien era poderoso.

—Conocimientos, Rowan. Julien nació demasiado pronto. Permíteme usar otra vez la palabra fusión de una manera algo distinta. Hasta ahora hemos hablado de fusión dentro de las células. Permíteme hablar ahora de fusión entre tus conocimientos de la vida y tu innato poder. Ésa es la clave, es lo que hace posible que tú seas la entrada.

»Los conocimientos del período actual eran inconcebibles incluso para Julien, que vio en su época inventos que parecían completamente mágicos. ¿Acaso pudo prever una operación a corazón abierto? ¿Un niño concebido en una probeta? No. Y después de ti habrá quienes posean conocimientos tan amplios como para definir lo que soy.

—¿Puedes definirte a ti mismo?

—No, pero sin duda soy perfectamente definible, y cuando los mortales consigan definirme, entonces yo podré definirme a mí mismo. Yo aprendo de ti todo lo que tiene que ver con esta comprensión.

—Ah, pero debes de saber algo sobre ti.

—Que soy inmenso, que debo concentrarme para sentir mi fortaleza, que puedo emplear mi fuerza, que puedo sentir dolor en mi parte pensante.

—¿Ah, sí? ¿Y qué es esa parte pensante? ¿Y de dónde procede la fuerza que empleas? Son preguntas pertinentes.

—No lo sé. Me formé cuando Suzanne me invocó. Me condensé como una forma alargada capaz de pasar por un túnel. Sentí mi forma y me extendí como una estrella de cinco puntas y me estiré por cada una de esas puntas. Hice que los árboles se agitaran y cayeran las hojas, y Suzanne me llamó su Impulsor.

—¿Y te gustó lo que hiciste?

—Sí, me gustó que Suzanne lo viera y le gustara. De otro modo no lo hubiera vuelto a hacer y ni siquiera lo recordaría.

El fuego se extinguía en el hogar, pero el calor se había extendido por todo el salón, la rodeaba y la envolvía como una manta. Se sentía adormilada, pero al mismo tiempo perfectamente alerta.

—Volvamos a Julien. Él tenía tanto poder como yo.

—Casi, amada mía, pero no tanto. Y Julien tenía un alma juguetona y blasfema que iba por el mundo, de un lado a otro, y le gustaba destruir tanto como construir. Tú eres más lógica, Rowan.

—¿Es eso una virtud?

—Tienes una voluntad indómita, Rowan.

—Comprendo. Que no cambia con los humores, como la de Julien.

—Exacto, Rowan.

Ella rió en voz baja y se quedó en silencio, mirando fijamente el aire que reverberaba.

—¿Existe Dios, Impulsor?

—No lo sé, Rowan. Con el tiempo me he formado una opinión, y es que sí, pero me enfurece.

—¿Por qué?

—Porque sufro, y si existe Dios, es Él quien me hace sufrir.

—Sí, lo comprendo perfectamente, Impulsor. Pero si existe, también te hace amar.

—El amor es el origen de mi dolor —respondió—. Es el origen de que me mueva en el tiempo, de mis ambiciones y planes. Se podría decir que estoy envenenado de amor, que a la llamada de Suzanne me desperté al amor y a la pesadilla del deseo.

—Me entristeces —dijo ella de pronto.

—Y ahora quiero mutar y convertirme en un ser de carne y hueso; será la consumación de mi amor. Te he esperado durante mucho tiempo. He visto tanto sufrimiento antes de que llegaras, que si hubiera tenido lágrimas, las habría derramado. No lloré sólo por Stella, sino por todas ellas, mis brujas. Cuando Julien murió, estaba destrozado. Tan grande era mi dolor, que habría regresado al universo de la luna, las estrellas y el silencio pero era demasiado tarde. No podía soportar mi soledad. Cuando Mary Beth me llamó, volví a ella deprisa. Miré hacia el futuro y vi la decimotercera otra vez. Vi la fuerza de mis brujas en constante aumento.

Rowan había cerrado otra vez los ojos. El fuego se había apagado. La habitación estaba cargada del espíritu del Impulsor. Ella lo sentía sobre su piel, aunque él no se moviese; su textura era liviana como el aire.

—Cuando sea de carne y hueso —le dijo—, las lágrimas y la risa vendrán a mí como un reflejo, lo mismo que os sucede a ti o a Michael. Seré un organismo completo.

—Pero no humano.

—Más que humano, porque seré la inteligencia organizada. Tengo grandes poderes, mucho mayores que los humanos. Seré una especie que no existe hasta ahora.

—¿Mataste a Arthur Langtry?

—No necesariamente. Se estaba muriendo. Lo que vio precipitó su muerte.

—Pero ¿por qué te mostraste ante él?

—Porque era fuerte y podía verme, y yo quería que me ayudara a salvar a Stella, porque sabía que estaba en peligro.

—¿Por qué no la ayudó?

—Era demasiado tarde. En aquella época yo era como un niño. Me derrotó la simultaneidad porque actuaba en el tiempo.

—No te entiendo.

—Mientras me aparecía ante Langtry, los tiros ya habían sido disparados al cerebro de Stella, y provocaron su muerte de forma casi instantánea. Veo a la distancia, pero no puedo ver todas las sorpresas.

—No lo sabías.

—Carlotta me engañó, me despistó. No soy infalible. De hecho, me confundo con asombrosa facilidad.

—¿Cómo?

—¿Por qué debo decírtelo? ¿Para que me controles mejor? Tú sabes cómo. Tú eres una bruja poderosa, como Carlotta. Por las emociones. Carlotta concebía el asesinato como un acto de amor. Enseñó a Lionel qué tenía que pensar mientras cogía el revólver y disparaba contra Stella. No me di cuenta del odio ni de la maldad. No presté atención a los sentimientos de amor de Lionel. Y allí estaba Stella, muriéndose, llamándome en silencio, con los ojos abiertos, herida de muerte. En aquel momento Lionel disparó el segundo tiro que hizo que su alma abandonara el cuerpo para siempre.

—Pero tú mataste a Lionel. Lo condujiste a su muerte.

—Así es.

—¿Y a Cortland? Mataste a Cortland.

—No, luché con él. Quiso utilizar su fuerza contra mí, falló y cayó en la lucha. No maté a tu padre.

—¿Por qué os peleasteis?

—Se lo advertí. Él creía que podía mandarme, pero no era mi bruja. Mi bruja era Deirdre, no Cortland.

—Pero Deirdre no quería darme en adopción y Cortland defendía sus deseos.

—Eso no es importante. Te marchaste hacia la libertad, para que fueras fuerte cuando volvieras. Fuiste liberada de Carlotta.

—Pero tú te ocupaste de que fuera así, te opusiste a los deseos de Deirdre y Cortland.

—Por tu bien, Rowan. Te amo.

—Ah, ¿lo ves?, aquí hay un esquema trazado, ¿verdad? Y no quieres que yo lo comprenda. Una vez que nace la hija, trabajas por ella y abandonas a la madre. Eso fue lo que sucedió con Deborah y Charlotte, ¿no?

—Me juzgas mal. Cuando actúo en el tiempo, a veces me equivoco.

—Tú te opusiste a los deseos de Deirdre. Te encargaste de ello y me sacaron de aquí. Aceleraste el plan de las trece brujas, por motivos egoístas. Siempre has trabajado para lograr tus propias metas, ¿verdad?

—Tú eres la bruja decimotercera y la más fuerte. Tú eres mi meta y estoy a tu servicio. Tus metas y las mías son idénticas.

—Creo que no.

Rowan sentía su dolor, sentía la turbulencia en el aire como una sensación parecida al rasgueo de las cuerdas de un arpa. La música del dolor.

—No lo sé.

—¿Recuerdas la primera vez que viste seres humanos?

—Sí.

—¿Qué pensaste?

—Que era imposible que un espíritu proviniera de la materia, que era una broma. Lo que tú llamarías algo absurdo, un disparate.

—¿Te llamaron la atención?

—Sí, porque era una mutación, algo completamente nuevo. Y, además, porque nos llamaron para observar.

—¿Cómo?

—Las inteligencias que empezaban a emerger del hombre, a pesar de estar encerradas en la materia, nos percibían, y, debido a ello, permitían que nos percibiéramos a nosotros mismos.

»Esta frase, de nuevo, es sofisticada y por tanto parcialmente incorrecta. Estas inteligencias espirituales y humanas se desarrollaron durante milenios, se hicieron cada vez más fuertes, desarrollaron poderes telepáticos, percibían nuestra existencia, nos ponían nombres, hablaban con nosotros y nos seducían. Si observábamos, veíamos que cambiábamos, que pensábamos en nosotros mismos.

—Así que aprendisteis de nosotros a tener conciencia de vosotros mismos.

—«La materia creó al hombre y el hombre creó a los dioses», decía Julien. En parte es correcto.

—Me gustaría que volviéramos a Julien. ¿Por qué dices que Aaron miente?

—Aaron no revela todos los propósitos de Talamasca.

—¿Estás seguro?

—Por supuesto. ¿Cómo va a mentirme a mí? Supe de la llegada de Aaron antes de que él existiera. Las advertencias de Arthur Langtry estaban destinadas a Aaron, cuando ni siquiera sabía de su existencia.

—Pero ¿cómo miente? ¿Cuándo y con respecto a qué ha mentido?

—Aaron tiene una misión. Igual que todos los hermanos de Talamasca. La guardan en secreto. Mantienen en secreto gran parte de sus conocimientos. Son una orden secreta, para usar palabras que comprendas.

—¿Cuáles son esos conocimientos secretos? ¿Qué misión?

—Proteger al hombre de nosotros. Asegurarse de que no haya más entradas.

—¿Quieres decir que hubo otras entradas?

—Sí. Ha habido mutaciones, pero lo que puedes lograr conmigo no tiene parangón.

—Espera un minuto. ¿Quieres decir que otras entidades inmateriales han entrado en el universo de lo material?

—Sí.

—Pero ¿quiénes? ¿Qué son?

—Risa. Se ocultan muy bien.

—¿Risa? ¿Por qué has dicho algo así?

—Porque me río de tu pregunta, pero no sé cómo hacer el sonido de la risa. Así que lo digo. Me río porque no crees que haya sucedido algo semejante. Tú, una mortal, con todas esas historias vuestras de fantasmas, monstruos nocturnos y horrores por el estilo, ¿piensas que no hay ni un ápice de verdad en todos esos viejos cuentos y leyendas? No importa. Nuestra fusión estará mucho más cerca de la perfección que cualquiera de las anteriores.

—¿Y por qué Aaron trata de evitar que yo sea la entrada?

—¿Qué crees?

—Porque piensa que tú eres el mal.

—Él diría que no soy natural, lo cual es absurdo, porque soy tan natural como la electricidad, las estrellas o el fuego.

—¿Tiene miedo de tu poder?

—Sí, pero es un necio.

—¿Por qué?

—Rowan, si esta fusión puede lograrse una vez, entonces podría volver a lograrse. ¿Comprendes?

—Sí, te comprendo. Hay doce criptas en el cementerio y una entrada.

—Sí, Rowan. Ahora estás pensando. Cuando leíste por primera vez libros de neurología, cuando entraste por primera vez en un laboratorio, ¿qué fue lo que pensaste? Que el hombre apenas comenzaba a tomar conciencia de las posibilidades de la ciencia actual, que se podían crear nuevos seres mediante trasplantes, injertos, experimentos in vitro con genes y células. Viste el espectro de posibilidades. Pero diste la espalda a tus visiones, Rowan, porque tuviste miedo de lo que podías hacer. Te escondiste detrás del microscopio quirúrgico y reemplazaste tu poder por el tosco instrumental de acero con el que cortar tejidos en lugar de crearlos. Ahora también actúas por miedo. Construirás hospitales para curar personas, cuando podrías crear nuevos seres.

Rowan se quedó en silencio, inmóvil. Nadie le había hablado de sus pensamientos más profundos con mayor precisión. Percibió la vehemencia y las dimensiones de su propia ambición. Sintió a la muchacha amoral que había dentro de ella y que soñaba con injertos de cerebro y seres sintéticos, antes de que la adulta apagara la luz.

—¿No tienes corazón para comprender el porqué, Impulsor?

—Veo a lo lejos, Rowan. Veo gran sufrimiento en el mundo. Veo un camino de accidentes y errores, y lo que han producido. No estoy cegado por las ilusiones. Oigo gritos de dolor por todas partes.

—Pero ¿a qué deberás renunciar cuando seas de carne y hueso? ¿Qué precio pagarás?

—No me asusta el precio. Un dolor físico no podría ser peor que el que he sufrido durante estos tres siglos. ¿Te cambiarías por mí, Rowan? ¿A la deriva, sin tiempo, solo, oyendo las voces carnales del mundo, ajeno, y sediento de amor y comprensión?

Rowan no pudo responder.

—He esperado toda la eternidad para encarnarme. He esperado más allá del alcance de la memoria. He esperado hasta que el frágil espíritu del hombre lograra la sabiduría que permitiera derribar las barreras. Y seré de carne y hueso, seré perfecto.

Silencio.

—Ahora veo por qué Aaron tiene miedo de ti —dijo ella.

—Aaron es pequeño. Talamasca es pequeña. ¡Son insignificantes! —La voz estaba cargada de ira.

El aire de la habitación era tibio y se movía como el agua antes de hervir. La araña se agitaba, aunque no hacía ruido, como si las corrientes de aire se llevaran el sonido.

—Talamasca tiene sabiduría —continuó—. Tiene poder para abrir puertas, pero se niega a hacerlo para nosotros. Es nuestro enemigo. Preferirían dejar el destino del mundo en manos de los ciegos y los que sufren. Y mienten. Todos ellos mienten. Han preparado la historia de las brujas Mayfair porque es la historia del Impulsor, y combaten al Impulsor. Ése es su propósito manifiesto. Impulsor es el nombre cuyas letras deberían estar grabadas en la tapa de sus preciosas carpetas de cuero. El informe es una clave. Es la historia del creciente poder del Impulsor. ¿No puedes ver más allá de la clave?

—No le hagas daño a Aaron.

—Amas neciamente, Rowan.

—Impulsor, mata a Aaron y no seré yo la entrada.

—Rowan, estoy a tus órdenes. Si no, ya lo habría matado.

—Lo mismo te digo de Michael.

—De acuerdo, Rowan.

—¿Por qué le has dicho a Michael que no podría detenerme?

—Porque quería asustarlo. Está bajo el hechizo de Aaron.

—Impulsor, ¿cómo voy a ayudarte a entrar?

—Lo sabré cuando lo sepas tú, Rowan. Y tú lo sabes. Aaron lo sabe.

—No sabemos qué es la vida. A pesar de toda nuestra ciencia y nuestras definiciones, no sabemos qué es la vida ni cómo empieza. El momento en que surge la existencia, a partir de sustancias inertes, es un misterio completo.

—Yo ya estoy vivo, Rowan.

—¿Y cómo puedo hacerte de carne y hueso? Has entrado en los cuerpos de los vivos y los muertos y no puedes quedarte allí.

—Se puede hacer, Rowan. —Su voz se había tornado suave, como un susurro—. Con mi poder y el tuyo, y con mi fe, en tus manos será posible la fusión completa.

Rowan entrecerró los ojos, trataba de ver alguna forma, alguna trama en la oscuridad.

—Te amo, Rowan. Ahora estás cansada. Déjame consolarte. Déjame tocarte. —La resonancia de su voz se hizo más profunda.

—Yo quiero… quiero una vida feliz con Michael y nuestro hijo.

Turbulencia en el aire. Algo se concentraba, se intensificaba. Ella sintió cómo el aire se hacía más tibio.

—Tengo una paciencia infinita. Veo a la distancia. Puedo esperar. Pero ahora que me has visto y has hablado conmigo perderás tu interés por los demás.

—No estés tan seguro, Impulsor. Soy más fuerte que las otras. Sé mucho más.

—Sí, Rowan.

La oscura turbulencia se hacía más densa, como si un aro gigantesco de humo rodeara la araña y la agitara como una telaraña encendida. Pero no había humo.

—¿Puedo destruirte?

—No.

—¿Por qué?

—Rowan, no me tortures.

—¿Por qué no puedo destruirte?

—Rowan, tu don es transmutar la materia y yo no tengo materia que puedas destruir. Puedes dañar mi imagen transitoria, y ya lo has hecho, cuando me acerqué a ti junto al agua. Pero no puedes destruirme. Siempre he estado aquí. Soy eterno, Rowan.

—Y supón que te diga que se ha terminado, Impulsor, que nunca más volveré a reconocerte. Que no seré la entrada. Que seré la entrada sólo para los Mayfair de futuras generaciones, para mi hijo que aún no ha nacido, y para las cosas que siempre he soñado y ambicionado.

—Pequeñeces, Rowan, nada comparado con los misterios y posibilidades que te ofrezco. Imagínate lo que podrías aprender si la mutación se hubiera llevado a cabo y yo tuviera un cuerpo imbuido de mi espíritu intemporal.

—Y si lo hubiera hecho, Impulsor, si hubiera abierto la puerta y efectuado la fusión y tú estuvieras en carne y hueso delante de mí, ¿cómo me tratarías entonces?

—Te amaría más allá de toda razón humana, Rowan, porque serías mi madre y creadora, mi maestra. ¿Cómo no te iba a amar? ¿No ves que te necesitaría terriblemente? Te veneraría, amada Rowan. Sería el instrumento para ejecutar todos tus deseos, y veinte veces más fuerte de lo que soy ahora. ¿Por qué lloras? ¿Por qué derramas lágrimas?

—Es un engaño tuyo, de luz y sonido, un sortilegio que tú provocas.

—No, Rowan, soy lo que soy. Es tu razón lo que te debilita. Tú ves a la distancia. Siempre lo has hecho. Doce criptas y una entrada, Rowan.

—No entiendo. Juegas conmigo. Me confundes, ya no puedo seguirte.

Silencio, y otra vez aquel sonido, como si el aire suspirara. La tristeza la rodeaba como una nube, y las capas ondulantes de sombras humeantes se desplazaban por la habitación, se agitaban alrededor de la araña, llenaban los espejos de oscuridad.

—Estás envolviéndome, ¿verdad?

—Te amo. —Su voz volvía a ser como un murmullo junto a su oído. Rowan creyó sentir unos labios sobre su mejilla. Se puso tensa, pero estaba adormilada.

—Apártate de mí —dijo—. Déjame sola. No tengo obligación de amarte.

—Rowan, ¿qué puedo darte, qué regalo puedo traerte?

De nuevo algo le rozó el rostro, algo que le produjo escalofríos por todo el cuerpo. La tocó. Ella tenía los pezones erectos debajo del camisón de seda, y una suave palpitación había empezado a latir dentro de ella, un deseo que le recorría la garganta y el pecho.

Trató de ver con claridad. Estaba muy oscuro. El fuego se había consumido, pese a que sólo un instante antes estaba en llamas.

—Es una jugarreta tuya. —El aire parecía acariciarle todo el cuerpo—. Has hecho lo mismo con Michael.

—No. —Un beso suave en la oreja.

—¡Tú creaste las visiones cuando se ahogó!

—No, Rowan. Él no estaba aquí. No pude seguirlo adonde fue. Yo pertenezco sólo a los vivos.

Rowan tembló y se pasó las manos por el cuerpo, como para sacudirse las sensaciones, como si estuviera rodeada por una telaraña.

—¿Has visto los fantasmas que vio Michael?

—Sí, pero sólo a través de sus ojos.

—¿Quiénes eran?

—No lo sé.

—¿Cómo que no lo sabes?

—Eran imágenes de muertos, Rowan. Y yo soy de este mundo. No conozco el reino de los muertos. No sé nada que no sea de este mundo.

—¡Dios mío! ¿Pero qué es este mundo?

Algo le acariciaba la nuca y le erizaba los cabellos.

—Esto, Rowan, es el universo en el que existimos tú y yo. Yo existo, de manera paralela y entrecruzada, aun separado, en el mundo físico. Yo soy físico, Rowan, tan natural como cualquier otra cosa terrestre. Me consumo por ti, Rowan, con un fuego infinito, en nuestro mundo.

Algo le tocaba los senos, con fuerza, y los muslos. Rowan encogió las piernas. El hogar estaba frío.

—¡Apártate de mí! —murmuró—. Eres el mal.

—No.

—¿Vienes del infierno?

—Te burlas de mí. Estoy en el infierno y me muero por darte placer.

—Basta ya. Quiero irme. Tengo sueño. No quiero quedarme aquí.

Se volvió y miró la chimenea ennegrecida. Ya no quedaban brasas. Sentía los ojos y los miembros pesados. Se esforzó por ponerse de pie, sosteniéndose en la repisa de la chimenea pero sabía que no conseguiría llegar a la escalera. Se volvió de nuevo, se puso de rodillas y se tendió sobre la alfombra china. La superficie debajo de su cuerpo tenía la textura de la seda, y el aire fresco era muy agradable. Miraba al techo como en un sueño: la araña y el rosetón de yeso que parecía que se moviera, con sus hojas de acanto retorcidas y enlazadas.

Todas las palabras que acababa de escuchar flotaban en su cerebro. Algo le acariciaba la cara, le latían los pezones y el sexo. Pensó en Michael, a miles de kilómetros de ella, y se angustió. Se había equivocado al subestimar a este ser.

—Te amo, Rowan.

—Estás encima de mí, ¿verdad?

Miraba las sombras, agradecida por el frescor, porque su cuerpo ardía, como si hubiese absorbido todo el calor del fuego. Sentía la humedad entre las piernas, su cuerpo se abría como una flor. Algo le acariciaba el interior de sus muslos, allí donde la piel era más suave, al tiempo que ella separaba las piernas como pétalos.

—Basta ya, para, me das asco.

—Te amo, cariño.

Besos en las orejas, en los labios y luego en los pechos. Ahora se los chupaba cada vez más fuerte, rítmicamente, con los dientes rozándole los pezones.

—No lo soporto —murmuró. Pero quería decir precisamente lo contrario, que gritaría de agonía si él se detenía.

Tenía los brazos extendidos y sentía que le quitaba el camisón. Oyó el ruido de la seda que se desgarraba, y su cuerpo sudoroso quedó libre de toda prenda, deliciosamente desnudo, mientras unas manos le acariciaban el sexo, sólo que no eran manos. Era el Impulsor, el Impulsor que la besaba y la acariciaba, labios en sus orejas, en sus párpados, su inmensa presencia la envolvía, incluso por debajo de ella, y le tocaba la cintura, le separaba las nalgas.

«Y cuando se retorcía como una gata en celo…» Vete, anciana, ¡tú no estás aquí! Éste es mi momento.

—Sí, Rowan, el tuyo.

Lenguas que le lamían los pezones, labios que se cerraban sobre ellos y los chupaban, dientes que los mordisqueaban.

—Más fuerte, más. ¡Viólame! Usa tu poder.

La levantó de modo que su cabeza quedó en el aire, echada hacia atrás, con el cabello suelto que caía. Ojos cerrados y unas manos que le separaban el sexo, los muslos.

—¡Entra en mí con fuerza, hazte hombre para mí, un hombre duro!

Bocas que se apretaban con fuerza sobre sus pezones, lenguas que le lamían los pechos, el vientre, dedos que le estrujaban las nalgas y arañaban los muslos.

—Tu sexo —murmuró. En aquel momento sintió su pene, enorme y duro, que entraba en ella—. ¡Desgárrame, rómpeme!

Estaba inundada por un olor a cuerpo limpio y fresco, a cabello recién lavado, mientras sentía que todo su peso caía sobre ella y su miembro entraba con violencia. Sí, más fuerte, viólame. La visión fugaz de un rostro, ojos verdes, oscuros, labios. Y luego otra vez la confusión mientras los labios de él le abrían los suyos.

Su cuerpo estaba como clavado a la alfombra, mientras el sexo erecto se deslizaba dentro de ella, le restregaba el clítoris, se hundía en su vagina. No lo soporto, no puedo soportarlo. Rómpeme, sí, arrásame. El orgasmo la recorrió por entero. Tenía la mente en blanco, y veía una oleada violenta de brillantes colores y una maravillosa sensación le subía por el estómago, los pechos, el rostro, y volvía a bajar por los muslos, tensándole los músculos de las pantorrillas y los pies. Oyó sus propios gritos que brotaban de su boca con un alivio celestial, pero eran lejanos, insignificantes. Su cuerpo yacía, palpitante, desamparado, despojado de toda voluntad y mente.

Una y otra vez él explotó dentro de ella, quemándola más y más, hasta que se extinguió el tiempo, toda culpabilidad y todo pensamiento.

Ya era de mañana. ¿Había un bebé llorando? No, sólo era el teléfono que sonaba. No importaba.

Estaba en la cama, debajo de las mantas, desnuda. El sol entraba por las ventanas. El recuerdo de lo sucedido volvió a ella y sintió una punzada de dolor. ¿Era el teléfono o un bebé que lloraba? Una criatura en alguna parte de la casa. Vio medio en sueños las piernecitas que se movían, las rodillas arqueadas y unos pies pequeños y regordetes.

—Querida mía —murmuró él.

—Impulsor —respondió ella.

El sonido del llanto se desvaneció. Cerró los ojos y guardó la imagen de las ventanas brillantes y las ramas de los robles enmarañadas contra el cielo.

Cuando volvió a abrirlos, se encontró con sus ojos verdes, su cara bronceada, maravillosamente formada. Le acarició la suavidad de sus labios con el dedo. Todo su peso descansaba sobre ella y el miembro se erguía entre sus piernas.

—Sí, sí, eres tan fuerte…

—Para ti, belleza. —Sus labios revelaron el brillo de unos dientes blanquísimos—. Para ti, mi diosa.

Luego surgió una ráfaga de calor, un viento cálido que le enmarañaba el cabello y un remolino que la abrasaba.

Y en el límpido silencio de la mañana, mientras la luz del sol se filtraba por las ventanas, todo volvió a empezar.

Al mediodía, Rowan se sentó junto a la piscina. El vapor se levantaba del agua bajo un sol frío. El invierno ya había llegado.

Pero ella no tenía frío, con su vestido de lana, mientras se cepillaba el cabello.

De pronto sintió la presencia de él y entrecerró los ojos. Sí, veía otra vez la reverberación del aire, y con toda claridad, mientras él la envolvía como un velo, por los hombros y los brazos, con suavidad.

—Apártate de mí —murmuró. La sustancia invisible se aferraba a ella. Se puso rígida y añadió con dureza—: ¡Fuera, he dicho!

Vio el débil resplandor de un fuego bajo el sol. Y a continuación el aire se tornó gélido, por un instante, antes de recuperar su densidad normal y las sutiles fragancias del jardín.

—Yo te diré cuándo quiero que vengas —dijo—. No estaré a merced de tus caprichos ni de tu voluntad.

—Como quieras, Rowan. —Era esa voz interior, la misma que había oído en Destin, una voz que parecía resonar dentro de ella.

—Ves y oyes todo, ¿verdad?

—Hasta tus pensamientos.

Se ruborizó. Quitó los pelos rubios del cepillo, los enrolló y los arrojó al jardín, donde se perdieron entre las hierbas y las hojas.

—¿Puedes ver a Michael? ¿Sabes dónde está?

—Sí, Rowan, lo veo. Está en su casa y ordena sus cosas. Está perdido en sus recuerdos y sus proyectos. Se muere por volver a ti. Sólo piensa en ti. Y tú piensas en traicionarme, Rowan. Estás pensando en contarle a tu amigo Aaron que me has visto. Piensas en la traición.

—¿Y quién me va a impedir que hable con Aaron? ¿Qué puedes hacer?

—Te amo, Rowan.

—No podrías estar sin mí, y lo sabes. Si te llamo, vendrás.

—Quiero ser tu esclavo, Rowan, no tu enemigo.

Rowan se puso en pie y miró fijamente el suave follaje del olivo y los jirones de cielo celeste claro entre las ramas. La piscina era un rectángulo de vapor azul. El roble se agitaba al viento y, una vez más, sintió que el aire cambiaba.

—Apártate —dijo.

Oyó el inevitable suspiro de elocuente dolor. Cerró los ojos. En alguna parte, muy lejos, un bebé lloraba. Lo oía. El llanto tenía que venir de una de esas silenciosas mansiones que parecían absolutamente desiertas en pleno día.

Entró en la casa, pisando con fuerza. Cogió la gabardina del armario de abajo y ropa de abrigo, y salió por la puerta principal.

Caminó durante una hora por calles silenciosas y desiertas.

Trataba simplemente de ver las cosas, de observar las paredes cubiertas de musgo o el color del jazmín enredado en la verja. Trataba de no pensar ni de sentir pánico. Trataba de no sentir deseos de volver a entrar. Pero por fin sus pasos la llevaron de vuelta y se quedó ante la puerta de su propia casa.

La mano le temblaba cuando puso la llave en la cerradura. En un extremo del pasillo, junto a la puerta del comedor, estaba él, mirándola.

—¡No! ¡No hasta que yo te lo diga! —dijo, y la fuerza de su ira salió despedida como un rayo. La imagen se desvaneció y un olor acre le subió por la nariz. Se tapó la boca. El aire se agitó como una onda. Y luego nada, la casa se quedó en silencio.

Otra vez aquel llanto de bebé.

—Tú lo provocas —murmuró Rowan. Pero ya no se oía.

Subió a su habitación. La cama estaba hecha, su camisón guardado, las cortinas corridas.

Cerró la puerta, se quitó los zapatos, se tendió sobre la colcha, debajo del dosel blanco, y cerró los ojos. No podía seguir luchando. La idea del placer de la noche anterior le produjo un calor intenso y ardiente, un dolor. Hundió la cara en la almohada; trataba de recordar y de no recordar, flexionó los músculos y al fin cedió.

—Ven, pues —murmuró.

De inmediato, una sustancia extraña y suave la envolvió, una sustancia que se condensaba como el vapor al convertirse en agua, como el agua que se convierte en hielo.

—¿Quieres que adopte forma para ti? ¿Quieres alguna ilusión?

—No, todavía no —susurró ella—, quiero que seas como eres y como eras antes, con todo tu poder.

Sentía las caricias sobre el empeine y detrás de sus rodillas. Unos dedos delicados que se deslizaban entre los dedos de sus pies. El nilón de las medias chasqueaba y se distendía, y la piel de sus piernas desnudas respiraba, y hormigueaba.

Sintió que le desabrochaba el vestido, que los botones salían de los ojales.

—Sí, viólame otra vez —dijo—, con violencia, con fuerza y lentamente.

De repente le dio la vuelta con violencia y la puso boca arriba, con el rostro vuelto sobre la almohada; le desgarró el vestido y unas manos invisibles se deslizaron por debajo de su vientre. Unos dientes le rozaron su sexo desnudo, mientras unas uñas le arañaban las pantorrillas.

—Sí —exclamó, con los dientes apretados—. Házmelo con crueldad.