INFORME SOBRE LAS BRUJAS MAYFAIR
Sexta parte
La familia Mayfair desde 1900 hasta 1929
Métodos de investigación durante el siglo XX
Como se ha mencionado anteriormente, en la introducción a la familia durante el siglo XIX, con el paso de cada década nuestras fuentes de información sobre los Mayfair se han hecho más numerosas y esclarecedoras.
A medida que avanzaba el siglo XX, Talamasca mantuvo sus tradicionales investigadores, pero además contrató por primera vez los servicios de detectives profesionales que trabajaron —y aún lo hacen— para nosotros en Nueva Orleans. Su labor nos ha sido de gran valor, no sólo en lo tocante a averiguar todo tipo de rumores, sino también para investigar asuntos específicos en gran cantidad de documentos y para entrevistar a innumerables personas sobre la familia Mayfair, del mismo modo que hoy un escritor meticuloso recopilaría información sobre un «crimen auténtico».
Estos hombres raramente saben para quiénes trabajan; informan a una agencia en Londres. Y aunque continuamos enviando a nuestros investigadores especialmente entrenados para recabar todo tipo de rumores y mantenemos correspondencia con muchos otros testigos, como hemos hecho durante todo el siglo XIX, los detectives privados han mejorado notablemente la calidad de nuestra información.
A finales del siglo XIX, principios del XX, empezamos a recibir otro tipo de información que llamaremos, a falta de otro nombre mejor, la leyenda de la familia. A saber: aunque los Mayfair se mostraban herméticos acerca de sus contemporáneos y muy recelosos de dar cualquier información sobre el legado a personas ajenas a la familia, aproximadamente a finales del siglo pasado empezaron a relatar pequeñas historias, anécdotas y cuentos fantásticos sobre figuras de su oscuro pasado.
Por supuesto, que buena parte de esta leyenda de la familia es demasiado vaga como para ser de interés para nosotros. En gran manera se refiere a la «esplendorosa vida de la plantación», que se ha convertido en algo mítico para muchas familias de Luisiana y no arroja ninguna luz a nuestras preocupaciones. Sin embargo, a veces esta leyenda familiar coincide de forma impresionante con fragmentos de información que hemos podido recopilar de otras fuentes.
Durante el siglo XX también pasa a ocupar un puesto de importancia otro tipo de información, que llamamos «habladurías legales», es decir, los comentarios de abogados, pasantes, secretarias y jueces que conocían a los Mayfair o que trabajaban con ellos, y los amigos y familiares de todos ellos.
Puesto que los hijos de Julien, Barclay, Garland y Cortland, se convirtieron en abogados de renombre, así como Carlotta Mayfair y numerosos nietos del primero, la red de contactos legales ha crecido más de lo que se podría imaginar. Y aunque no hubiese sido así, las transacciones financieras de los Mayfair han sido tan importantes que muchos abogados se han ocupado de ellas.
En el siglo XX, cuando empezaron las disputas en la familia y Carlotta litigó por la custodia de la hija de Stella, con el legado de por medio, estas habladurías legales se convirtieron en una nutrida fuente de detalles interesantes.
El carácter étnico de los cambios familiares
A medida que nos adentramos en el 1900, debemos mencionar que el carácter étnico de la familia empieza a cambiar.
Aunque en sus orígenes se trata de una familia franco-escocesa, a la que se incorpora en la siguiente generación la sangre holandesa de Petyr van Abel, al final se convierte en una familia casi exclusivamente francesa.
Sin embargo, en 1926, con la boda de Marguerite Mayfair con el cantante de ópera Tyrone Clifford McNamara, la rama de la familia que conservaba el legado empezó a mezclarse con cierta regularidad con anglosajones.
Otras ramas —en especial los descendientes de Lestan y Maurice— se mantuvieron firmemente francesas, y si se trasladaban a Nueva Orleans preferían vivir en el centro, junto a los creoles[4] francófonos, en el Barrio Francés o sus alrededores, o en Esplanade Avenue.
La familia poseedora del legado, tras la boda de Katherine con Darcy Monahan, se instaló definitivamente en el típico barrio alto americano de Garden District. Y aunque Julien (medio irlandés) habló francés durante toda su vida y se casó con Suzette, una prima francófona, bautizó a sus hijos con nombres claramente angloamericanos, y cuidó de que recibieran una educación americana. Su hijo Garland se casó con una descendiente germano-irlandesa con la bendición de Julien, y Cortland con una chica anglosajona al igual que tiempo después haría Barclay.
Como ya hemos mencionado, Mary Beth se casó con un irlandés, Daniel McIntyre, en la Iglesia de St. Alphonsus, en 1899. Desde entonces, todos los bautizos de niños Mayfair procedentes de la casa de First Street se celebraron allí. Estos mismos niños, después de ser expulsados de las escuelas privadas de mayor renombre, asistirían a la escuela parroquial de St. Alphonsus durante breves períodos.
Algunos de los testimonios que poseemos sobre la familia proceden de monjas católicas irlandesas y de sacerdotes de esta parroquia.
Tras la muerte de Julien, en 1914, Mary Beth raramente hablaba en francés, ni siquiera con sus primos, y es posible que la lengua desapareciera de la familia del legado. Carlotta Mayfair nunca habló francés, y es dudoso que Stella, Antha o Deirdre hablaran algún idioma extranjero.
En cualquier discusión sobre la influencia irlandesa o sobre rasgos típicamente irlandeses, debemos recordar que en la historia de esta familia nunca se sabe muy bien quién es el padre de quién. Y como demostrará la «leyenda familiar» que más tarde, durante el siglo XX, contarían los descendientes, los incestos de cada generación no fueron secretos. A pesar de todo, se nota con claridad una influencia irlandesa.
También debemos señalar, por si resulta de utilidad, que a finales del 1800, la familia empezó a emplear cada vez más servicio doméstico irlandés. Estos criados se convirtieron en una inapreciable fuente de información para Talamasca.
El empleo de personal irlandés no tenía nada que ver con la identidad irlandesa de la familia, más bien era la moda de la época en el vecindario y muchos de estos irlandeses-americanos vivían en el llamado Canal Irlandés, en la ribera, un barrio entre los muelles del Misisipí y Magazine Street, en el extremo sur de Garden District. Había criadas que vivían en la casa y chicos que cuidaban las caballerizas; otras personas iban a trabajar a diario o sólo en ciertas ocasiones. En general, no eran tan fieles como los sirvientes negros y hablaban con más soltura sobre lo que sucedía en First Street que los criados de décadas anteriores.
Pero aunque la información que pusieron a disposición de Talamasca es extremadamente valiosa, requiere una cuidadosa evaluación.
Por lo general, los criados irlandeses que trabajaban en la casa creían en fantasmas, en apariciones sobrenaturales y en el poder de las mujeres Mayfair para provocar acontecimientos. Eran lo que podemos llamar personas muy supersticiosas, es por ello que a veces las historias de lo que veían u oían bordeaban lo fantástico y a menudo contienen descripciones vívidas y extravagantes.
A pesar de todo, este material es, por razones obvias, extremadamente significativo y muchas de las cosas relatadas por los sirvientes irlandeses tienen para nosotros un aire familiar.
Considerando todos los aspectos, no es incorrecto afirmar que en la primera década de este siglo, los Mayfair de First Street se consideraban irlandeses y a menudo hacían comentarios al respecto. Y para muchos que los conocían —criados y semejantes— eran casi estereotipos irlandeses, por su locura, excentricidad e inclinación a lo mórbido. Algunas personas críticas con la familia los han llamado los «delirantes lunáticos irlandeses», y un cura alemán de St. Alphonsus describió en cierta ocasión que vivían en «un perpetuo estado de oscuridad celta». Algunos vecinos y amigos se referían a Lionel, el hijo de Mary Beth, como al «delirante borracho irlandés», y su padre, Daniel McIntyre, sin duda también era considerado del mismo modo, pero en este caso por casi todos los taberneros de Magazine Street.
Quizá convendría decir que tras la muerte de «Monsieur Julien» (que en realidad era medio irlandés), la casa de First Street perdió todo su carácter francés o creole. Sus hermanos Katherine y Rémy ya lo habían precedido a la tumba, lo mismo que su hija Jeannette. A partir de entonces —pese a las multitudinarias reuniones familiares en las que había primos de habla francesa a montones—, el núcleo de la familia fue irlandés-americano y católico.
Esto nos lleva a hacer otra observación crucial, que se deduce con facilidad de la lectura de este relato.
Con la muerte de Julien es posible que la familia haya perdido al último miembro que realmente conocía su historia. No podemos afirmarlo, pero parece lo más probable, y cuanto más conversamos con los descendientes y más leyendas descabelladas reunimos sobre la época de la plantación, más seguro parece.
Como consecuencia, a partir de 1914 cada miembro de Talamasca que se dedicó a investigar a la familia Mayfair no pudo evitar pensar que sabía más de ellos que lo que ellos mismos parecían saber, cosa que ha producido notable tensión y confusión en nuestros investigadores.
La cuestión de entablar o no contacto con la familia se había convertido en algo apremiante para la orden, incluso antes de la muerte de Julien.
Tras la muerte de Mary Beth, ya era un asunto angustioso.
Pero continuemos ahora con nuestra historia, volviendo al año 1891, para concentrarnos en Mary Beth Mayfair, con toda probabilidad la última bruja Mayfair realmente poderosa, con la que nos adentraremos en el siglo XX.
Sabemos más sobre ella que sobre cualquier otra bruja Mayfair desde Charlotte. Sin embargo, cuando examinamos toda la información, Mary Beth sigue siendo un misterio y no encontramos más que ocasionales atisbos de luz que arrojan las anécdotas de los criados y los amigos de la familia.
Continuación de la historia de Mary Beth Mayfair
Una semana después de la muerte de Marguerite, en 1891, Julien se llevó todas sus pertenencias personales de Riverbend a la casa de First Street. Contrató dos carros para transportar numerosos frascos y botellas, todos muy bien embalados, varios baúles con cartas y otros papeles, unas veinticinco cajas de libros, así como varios baúles más de contenido diverso.
Sabemos que los frascos y las botellas desaparecieron en el segundo piso de la casa de First Street, y nunca más volvimos a oír nada sobre ellos de boca de ningún testigo contemporáneo.
Julien, por entonces, instaló su dormitorio en el segundo piso, y según Richard Llewellyn fue allí donde murió.
Muchos libros de Marguerite, incluyendo oscuros textos en alemán y francés sobre magia negra, se colocaron en las estanterías de la biblioteca de la planta baja.
Mary Beth ocupaba el dormitorio principal, en el ala norte, encima de la biblioteca. Desde entonces siempre ha pertenecido a la beneficiaria del legado. La pequeña Belle, quizá demasiado pequeña todavía como para exhibir signos de debilidad mental, tenía el primer cuarto al otro lado del vestíbulo; pero por entonces dormía a menudo con su madre.
En aquella época, Mary Beth empieza a llevar la esmeralda regularmente y a ser conocida como adulta y señora de la casa. La sociedad de Nueva Orleans toma nota de su presencia y en los registros públicos aparecen las primeras transacciones comerciales con su firma.
Se la ve en numerosas fotografías con la esmeralda. Mucha gente habla de la joya y la menciona con admiración. En muchas de estas fotografías lleva ropa de hombre. En realidad, infinidad de testigos corroboran las afirmaciones de Llewellyn respecto a que Mary Beth se vestía de hombre y era muy común que saliera con Julien. Antes de su boda con Daniel McIntyre, estas salidas incluían no sólo visitas a los burdeles del Barrio Francés, sino también todo un espectro de actividades sociales, hasta llegaba a aparecer en bailes vestida con «corbata blanca y frac», como un joven apuesto.
Aunque la sociedad en general se escandalizaba por este comportamiento, los Mayfair continuaron allanándose el camino para estas extravagancias a fuerza de dinero y encanto. Concedieron préstamos gratuitos a quienes los necesitaron durante los períodos de depresión de las diferentes posguerras. Hacían obras de caridad casi ostentosamente, y Riverbend, bajo la dirección de Clay Mayfair, continuaba siendo una mina de oro; producía una abundante cosecha de azúcar detrás de otra.
En estos primeros tiempos, Mary Beth parece haber provocado pequeñas enemistades en los demás. Nunca se habla de ella como una persona malvada y cruel, ni siquiera sus detractores, pero con frecuencia la acusan de fría, interesada e indiferente a los sentimientos de los demás, y de tener modales masculinos.
A pesar de su fuerza y su altura, no era hombruna. Muchas personas la describen como una mujer voluptuosa e, incluso, de vez en cuando, bella. Numerosas fotografías lo confirman. Vestida de hombre tiene una figura atractiva, especialmente en esta primera época. Y más de un miembro de Talamasca ha observado que a diferencia de Stella, Antha y Deirdre Mayfair —su hija, nieta y bisnieta, respectivamente—, que eran delicadas bellezas sureñas, Mary Beth se parecía a las impresionantes estrellas americanas que se pusieron de moda después de su muerte, especialmente Ava Gardner y Joan Crawford.
Su cabellera se mantuvo de un color negro azabache hasta su muerte, a los cincuenta y cuatro años. No sabemos su altura exacta, pero suponemos que sería de un metro setenta y siete. Nunca fue una mujer de mucho peso, pero tenía los huesos grandes, mucha fuerza y caminaba a grandes zancadas. El cáncer que acabó con ella no fue descubierto hasta seis meses antes de su muerte. Siguió siendo una mujer «atractiva» hasta las últimas semanas, en las que finalmente se instaló en su lecho de enferma para no volver a abandonarlo.
No hay duda, no obstante, de que a Mary Beth no le preocupaba su belleza física. Aunque siempre iba bien arreglada y a veces elegantísima, con algún traje de noche o abrigo de pieles, nunca se habló de ella como de una persona especialmente seductora. En realidad, aquellos que la consideraban poco femenina se extendían en su franqueza, en sus modales bruscos y en su aparente indiferencia hacia sus propios encantos.
Vale la pena mencionar que casi todos estos rasgos —franqueza, modales bruscos, honestidad y frialdad— más tarde serían asociados con su hija Carlotta Mayfair, que no es ni ha sido nunca la designada para el legado.
Las personas que querían a Mary Beth e hicieron buenos negocios con ella la apreciaban y la consideraban una persona recta y generosa, incapaz de ninguna mezquindad. Los que no se llevaban bien con ella la acusaban de insensible e inhumana. Tal como sucede con Carlotta Mayfair.
Los intereses comerciales de Mary Beth y sus deseos de placer serán tratados más adelante en detalle. Baste ahora decir que en estos primeros años, ella marcaba la pauta de lo que sucedía en First Street tanto como Julien. Organizó íntegramente muchas de las cenas y fiestas familiares y fue ella la que convenció a Julien de que hiciera su último viaje a Europa en 1896, cuando los dos fueron de Madrid a Londres.
Desde su niñez, Mary Beth compartió el amor de Julien por los caballos y con frecuencia montaban juntos. También les gustaba el teatro y asistían a casi todas las representaciones, desde las grandes obras de Shakespeare hasta las pequeñas e insignificantes producciones locales, y ambos eran amantes apasionados de la ópera. En sus últimos años, Mary Beth tenía un fonógrafo en casi todas las habitaciones de la casa y escuchaba discos continuamente.
Parece que también le gustaba mucho vivir rodeada de gente. Su interés por la familia no se limitaba a las reuniones y fiestas, al contrario, sus puertas estuvieron abiertas toda su vida a las visitas de los primos.
Algunos informes aislados sobre su hospitalidad sugieren que le gustaba manipular a la gente y ser el centro de atención. Pero incluso en los relatos en los que estas opiniones se expresaban casi literalmente, Mary Beth emerge como una persona más interesada en los demás que en ella misma. De hecho, la total ausencia de narcisismo o vanidad en esta mujer aún sorprende a quienes leen atentamente estos informes. La generosidad, más que el deseo de poder, parece caracterizar mejor sus relaciones con la familia.
En 1891, la familia de la casa de First Street la formaban Rémy Mayfair, que parecía mucho mayor que su hermano Julien, pese a que no era así, y se rumoreaba que estaba muriendo de tuberculosis (finalmente murió en 1897); los hijos de Julien, Barclay, Garland y Cortland, los primeros Mayfair que fueron a internados privados en la costa este con éxito, Millie Mayfair, la única de los hijos de Rémy que no se casó nunca, y, por último, además de Julien y Mary Beth, la hija de ambos, la pequeña Belle, que como ya se ha dicho era algo débil mental.
A finales de siglo también vivían en la casa Clay Mayfair, el hermano de Mary Beth, y la contrariada y acongojada Katherine Mayfair, que se trasladó allí después de la destrucción de Riverbend, a quienes habría que añadir de vez en cuando algunos primos.
Aunque Mary Beth vivió hasta 1925 (murió de cáncer en septiembre de aquel año), podemos decir sin ninguna duda que cambió poco con el correr del tiempo, que sus pasiones y prioridades eran las mismas a finales del siglo XIX que durante el último año de su vida.
No sabemos si alguna vez llegó a tener un amigo o confidente fuera de la familia. Es difícil describir su verdadero carácter. Sin duda nunca fue una persona jovial y alegre como Julien; aparentemente, no sentía gran inclinación por el protagonismo, y en las reuniones familiares, incluso aunque bailara y supervisara cómo se tomaban las fotos y se servía la comida y bebida, nunca fue lo que se llama «el alma de la fiesta». Más bien parece haber sido una mujer callada y fuerte, con objetivos bien definidos.
Es interesante preguntarse hasta qué punto los poderes ocultos de Mary Beth favorecían sus objetivos. Hay variedad de pruebas que ayudan a hacer una serie de suposiciones sobre lo que pasaba entre bastidores.
Para los criados que entraban y salían de First Street, ella siempre fue una «bruja» o una persona con conocimientos de vudú. Pero las historias que cuentan sobre ella difieren bastante de otros informes que poseemos y debemos tomarlas con cuidado.
Sin embargo…
Los criados decían con frecuencia que Mary Beth iba al Barrio Francés a consultar una bruja vudú y que tenía un altar en su habitación en el que adoraba al diablo. Decían también que se daba cuenta si alguien mentía, que sabía dónde había estado uno, dónde estaban en todo momento los miembros de la familia y qué hacían. Y que además no hacía ningún esfuerzo por ocultar este poder.
También comentaban que los sirvientes negros acudían a ella cuando tenían algún problema con la bruja local vudú y Mary Beth sabía qué polvo usar o qué vela encender para contrarrestar el maleficio. También podía servirse de espíritus y más de una vez afirmó que de eso se trataba el vudú: de disponer de espíritus. Lo demás era puro teatro.
Una cocinera irlandesa que trabajó a temporadas en la casa entre 1895 y 1902 dijo por casualidad a uno de nuestros investigadores que Mary Beth le había explicado que en el mundo había todo tipo de espíritus, pero que los espíritus más bajos eran los más fáciles de controlar y que cualquiera que tuviera capacidad podía invocarlos. Que ella tenía espíritus que cuidaban de todas las habitaciones y de lo que había dentro, pero le advirtió a la cocinera que no tratara de invocarlos por su cuenta porque era peligroso, debía hacerlo gente que pudiera verlos y sentirlos, como ella.
«En aquella casa se podían sentir los espíritus —había dicho la cocinera—, y si se entornaban los ojos, era posible verlos. Pero Mary Beth no tenía que hacerlo, podía verlos como si nada todo el tiempo, hablar con ellos y llamarlos por su nombre».
Hay por lo menos quince descripciones diferentes del altar vudú de Mary Beth en el que quemaba incienso y encendía velas de distintos colores, y al que añadía santos de yeso de vez en cuando. Pero ningún relato precisa dónde estaba exactamente. (Es interesante mencionar que ninguno de los sirvientes negros interrogados sobre este altar, pronunció palabra al respecto.)
Algunas otras historias que poseemos son muy fantasiosas. Por ejemplo, nos contaron varias veces que Mary Beth no sólo se vestía de hombre, sino que se convertía en hombre cuando salía con traje, bastón y sombrero, y que en esas ocasiones tenía la fuerza suficiente para golpear a cualquier otro hombre que la agrediera.
Una mañana muy temprano en la que montaba su caballo sola por St. Charles Avenue (Julien, en aquel entonces, estaba enfermo, a punto de morir), un hombre trató de tirarla del caballo; en aquel momento ella se transformó en hombre y lo golpeó a puñetazos hasta dejarlo medio muerto. Luego lo ató a una cuerda y lo llevó a rastras hasta la comisaría de policía. «Mucha gente vio aquello», nos dijeron. La historia se siguió contando en el Canal Irlandés hasta el año 1935. En los archivos policiales hay, en efecto, un atestado de la época que indica un incidente de agresión y «la detención de un ciudadano» en 1914. El hombre murió en su celda unas horas más tarde.
La historia más valiosa que tenemos sobre este primer período nos la contó un cochero en 1910. Nos dijo que había recogido a Mary Beth en el centro, en Rue Royale, un día de 1908, y aunque estaba seguro de que había subido sola (se trataba de un cabriolé tirado por un caballo), la oyó hablar con alguien todo el camino hasta los barrios altos. Cuando le abrió la puerta delante de la casa de First Street, vio a un hombre apuesto con ella en el coche. Parecía absorta en una profunda conversación con él, pero al ver al cochero se calló y lanzó una carcajada. Ella le dio dos hermosas monedas de oro y le dijo que valían mucho más que la carrera, pero que las gastara rápido. Mientras el cochero esperaba a que el hombre saliera, volvió a mirar y vio que no había nadie.
En nuestros archivos hay muchas otras historias contadas por criados referentes a los poderes de Mary Beth, pero todas tienen un punto en común: que era una bruja y mostraba sus poderes siempre que ella, sus posesiones o su familia se veían amenazadas. Insistimos una vez más en que los relatos de estos sirvientes difieren notablemente del resto del material que poseemos.
Sin embargo, si consideramos todas las esferas de la vida de Mary Beth, veremos que hay pruebas convincentes de brujería procedentes de otras fuentes.
Por lo que podemos deducir, tenía tres pasiones avasalladoras.
La primera, aunque no la principal, era su deseo de hacer dinero e involucrar a miembros de su familia en negocios con vistas a consolidar una inmensa fortuna. Decir que tuvo éxito es quedarse corto.
Casi desde el principio de su vida nos han llegado historias sobre hallazgos de tesoros de joyas, bolsas llenas de monedas de oro que no se vaciaban nunca y que Mary Beth repartía a los pobres como si fueran céntimos.
Contaban que siempre advertía a las personas que «gastaran rápido las monedas» porque todo lo que salía de su bolsa mágica regresaba a ella.
Con respecto a las joyas y a las monedas, tal vez un minucioso estudio de todas las finanzas de los Mayfair, realizado y analizado por personas versadas en la materia a partir de documentos legales, mostraría que tuvieron lugar misteriosas y cuantiosas inyecciones de capital que habrían jugado un importante papel en la economía de la familia; pero no podemos hacer esta conjetura basándonos sólo en lo que sabemos.
Más pertinente sería preguntarse si Mary Beth no emplearía la precognición o conocimientos ocultos en sus inversiones.
Hasta un examen superficial de los logros económicos de Mary Beth indica que era un genio de las finanzas. Siempre estuvo muchísimo más interesada que Julien en hacer dinero, y poseía evidente talento para saber lo que iba a pasar antes de que pasara. A menudo advertía a sus semejantes de crisis inminentes y quiebras bancarias, pero con frecuencia no la escuchaban.
De hecho, diversificó sus inversiones desafiando las normas convencionales. Estaba, como suele decirse, «en todo». Operaba con valores de algodón, bienes raíces, barcos, ferrocarriles, banca y, más tarde, refinerías ilegales de alcohol. Continuamente invertía en negocios de alto riesgo que tenían un éxito sorprendente. Estaba detrás de varios productos químicos e inventos que le produjeron incalculables ganancias.
Aun se puede llegar a decir que su historia —sobre el papel— no tiene sentido. Sabía demasiado, con demasiada frecuencia, y sacaba demasiado provecho de ello.
Mientras que el éxito de Julien, por muy grande que fuera, se puede atribuir al talento y a los conocimientos de un hombre, es imposible explicar el éxito de Mary Beth del mismo modo. Julien, en cuanto a inversiones, no mostraba interés en los inventos modernos. Mary Beth tenía pasión por los aparatos y la tecnología, y en este terreno no cometió un solo error en su vida. Mientras Julien compraba edificios, incluyendo fábricas y hoteles, y nunca fincas rústicas, Mary Beth compró enormes extensiones por todo Estados Unidos y las vendió con unos beneficios incalculables. En realidad, es totalmente inexplicable su intuición acerca de dónde y cuándo se desarrollarían los pueblos y las ciudades.
Por otra parte, también era muy prudente a la hora de mostrar su prosperidad ante los demás. Dejaba entrever sólo algunos indicios para lograr sus objetivos, de modo que nunca inspiraba la curiosidad ni la desconfianza que, inevitablemente, irían seguidas de la completa divulgación de su éxito. Toda su vida se cuidó mucho de evitar la publicidad. Su estilo de vida en First Street nunca fue especialmente ostentoso, salvo en lo tocante a su pasión por los automóviles. En una época llegó a tener tantos que tuvo que alquilar garajes en todo el vecindario para poder guardarlos. Muy poca gente sabía cuánto dinero y poder tenía.
En realidad, existen pruebas de que mucha gente no estaba enterada de su dedicación a los negocios. Contaba con un tropel de empleados financieros con los que se encontraba en oficinas del centro y que nunca se acercaban a su despacho de First Street. Era un «trabajo de lujo», al decir de un viejo caballero que recuerda que un amigo suyo a menudo hacía largos viajes para Mary Beth a Londres, París, Bruselas y Zurich, llevando a veces enormes sumas de dinero. Los billetes de barco y los hoteles eran siempre de primera, según él. Y Mary Beth repartía bonificaciones con regularidad. Otra fuente sostiene que muchas veces era ella la que hacía estos viajes sin que lo supiera su familia.
Tenemos también cinco testimonios sobre venganzas de Mary Beth contra aquellos que habían tratado de engañarla. Uno de ellos explica cómo Landing Smith, su secretario, se escapó con trescientos mil dólares de Mary Beth y se embarcó en un transatlántico a Europa con un nombre falso convencido de que podía salir airoso. A tres días de Nueva York, se despertó en medio de la noche y se encontró con Mary Beth sentada junto a la cama. No sólo le quitó el dinero, sino que lo azotó con la fusta que usaba para montar, y lo dejó sangrando y medio loco en el suelo del camarote, donde el camarero del barco lo encontró más tarde. Confesó todo inmediatamente, pero no se encontró a Mary Beth a bordo ni tampoco el dinero. Esta historia apareció en los periódicos locales, pero ella se negó a confirmar si había sido objeto de un robo o no.
Una rama de la familia Mayfair —descendientes de Clay Mayfair, que viven en Nueva York— rompieron relaciones con los Mayfair de Nueva Orleans a raíz de un suceso ocurrido en 1919.
Parece que en aquella época Mary Beth realizaba inversiones importantes en la banca de Nueva York, pero ella y su primo tuvieron un enfrentamiento. En resumen, él no creía que el plan de acción que ella proponía funcionara y trató de detener el proyecto sin que ella se enterara. Mary Beth se presentó en la oficina de Nueva York, le arrancó los papeles de la operación de sus manos y los tiró al aire, donde empezaron a arder y se quemaron sin tocar el suelo. Luego lo amenazó, diciéndole que si intentaba engañar otra vez a personas de su propia sangre, lo mataría. El primo empezó a contar esta historia compulsivamente a todo el mundo y, en efecto, arruinó su reputación y destruyó su vida profesional. La gente pensaba que estaba loco. Se suicidó tirándose de la ventana de su oficina tres meses después de la aparición de Mary Beth. Su familia, hasta el día de hoy, la culpa de su muerte y habla con odio de sus descendientes.
Quizás algún día alguien escriba un libro sobre Mary Beth Mayfair. Está todo documentado. Pero, por lo que parece, Talamasca es la única institución, fuera de la familia, que sabe que Mary Beth expandió su influencia económica y su poder a nivel mundial, que construyó un imperio financiero tan inmenso y diversificado que no ha sido desmantelado hasta la fecha.
Pero todo el entramado económico de los Mayfair merece mayor atención que la que podemos dedicarle aquí. Si especialistas en la materia hicieran un minucioso estudio de la historia de la familia, y nos referimos a documentos públicos al alcance de cualquiera que se tomara la molestia de buscarlos, es posible que nos encontráramos ante un caso importante de poderes ocultos empleados a través de los siglos para la adquisición y expansión de riqueza. Las joyas y las monedas de oro podrían representar la parte más insignificante.
Para terminar, Mary Beth dejó a los miembros de su familia una herencia mucho mayor de lo que jamás supieron o apreciaron. Y ha sobrevivido hasta el presente.
La segunda pasión de Mary Beth era la familia. Desde el principio de su vida financiera, incorporó en sus negocios a sus primos (o hermanos), Barclay, Garland y Cortland, y a otros familiares; los hizo socios de las compañías que fundaba y en lugar de desconocidos, siempre prefirió emplear abogados y banqueros Mayfair para sus transacciones. Presionaba además al resto de la familia para que hiciera lo mismo. Cuando su hija Carlotta Mayfair entró a trabajar en un despacho de abogados ajeno a la familia, la censuró y se sintió engañada, pero no se lo impidió ni la castigó por su decisión, simplemente manifestó que pecaba de falta de visión.
Con respecto a Stella y Lionel, Mary Beth era notablemente indulgente. Los dejaba traer amigos a la casa durante días o semanas. Los enviaba a Europa con tutores e institutrices cuando ella estaba muy ocupada para ir; celebraba sus cumpleaños con fiestas fabulosas, en tamaño y extravagancia, a las cuales invitaba a innumerables primos. Era igualmente generosa con su hija Belle, con su hija adoptiva Nancy y con Millie Dear, su sobrina. Tras su muerte, todos siguieron viviendo en la casa de First Street, pese a contar con opulentos fondos fiduciarios que les garantizaban una incuestionable independencia financiera.
Mary Beth mantenía contacto con los Mayfair de todo el país y organizaba en Luisiana numerosas reuniones de primos. Incluso tras la muerte de Julien y hasta el crepúsculo de su vida, supervisó personalmente la deliciosa comida y la bebida que se servía.
También eran habituales en First Street concurridas cenas familiares. Mary Beth pagaba auténticas fortunas para contratar a los mejores cocineros. Muchos informes indican que a los primos Mayfair les encantaba ir a First Street y disfrutaban especialmente con las largas conversaciones de sobremesa. Eran fervientes admiradores de Mary Beth, quien tenía un prodigioso talento para recordar cumpleaños, aniversarios de boda, fechas de graduación, y enviaba pertinentes regalos en efectivo, que eran muy bien recibidos.
Como ya se ha mencionado, a Mary Beth le gustaba mucho bailar con Julien en estas fiestas familiares, y animaba a bailar tanto a los jóvenes como a los viejos. A veces contrataba instructores de baile para que enseñaran a los primos los ritmos de moda. Ella y Julien divertían a los niños con alegres entretenimientos y las bandas que contrataban a veces en el Barrio Francés escandalizaban a los Mayfair más conservadores. Después de la muerte de Julien ya no bailaba tanto, pero le gustaba ver bailar a los demás y casi siempre había música.
Los Mayfair no sólo eran invitados a estas reuniones, sino que su presencia era esperada. Mary Beth muchas veces se molestaba con quienes declinaban sus invitaciones. Sabemos de dos casos en los que Mary Beth se enfadó muchísimo con miembros de la familia que relegaron el apellido Mayfair a favor del apellido paterno.
Según algunas versiones de amigos de la familia, los primos querían y temían a Mary Beth al mismo tiempo. Mientras Julien, especialmente de mayor, era considerado una persona dulce y encantadora, Mary Beth inspiraba un poco de miedo.
Hay varias historias que indican que podía ver el futuro, pero que no le gustaba emplear ese poder. Cuando le pedían que predijera algo o que ayudara a tomar alguna decisión, solía advertir a los miembros de la familia involucrados, les decía que «ver más allá» no era sencillo y que predecir el futuro podía ser «una trampa». Sin embargo, de vez en cuando hacía algunas predicciones. Por ejemplo, le dijo a Maitland Mayfair, el hijo de Clay, que moriría si subía a un aeroplano; y así fue. Therese, la mujer de Maitland, culpó a Mary Beth de su muerte. Mary Beth, ante la acusación, se encogió de hombros y dijo: «Se lo advertí, ¿no? Si no se hubiera subido a ese maldito aeroplano, no se habría estrellado».
Los hermanos de Maitland estaban impresionados por la muerte de éste y rogaron a Mary Beth que tratara de impedir sucesos semejantes. Mary Beth respondió que lo intentaría la próxima vez que algo parecido llamara su atención. Volvió a advertirles que las predicciones podían ser una trampa. En 1921, Maitland Junior, el hijo de Maitland, quería participar en una expedición a la selva africana, a lo que su madre se oponía tajantemente. Therese le pidió a Mary Beth que impidiera a su hijo ir o que hiciera algún tipo de predicción.
Mary Beth se tomó su tiempo para considerar la cuestión y luego explicó, con su manera directa, que el futuro no estaba predeterminado, simplemente era predecible. Añadió que si el chico iba a África era posible que muriera, pero que si se quedaba aquí quizá le pasara algo peor. Maitland Junior cambió de idea y se quedó. Al cabo de seis meses murió quemado en un incendio. (El joven estaba borracho y se quedó dormido fumando en la cama.) En el funeral, Therese se acercó a Mary Beth y le preguntó por qué no había impedido la tragedia. Ésta contestó con indiferencia que había previsto lo ocurrido, pero que no podía hacer nada para cambiarlo. Para cambiarlo tendría que haber cambiado a Maitland Junior, y que eso no estaba en sus manos. Por supuesto, se sentía muy mal por lo sucedido y esperaba que los primos dejaran de pedirle que adivinara el futuro.
«Cuando miro el futuro —cuentan que dijo—, lo único que veo es lo débil que es la mayoría de la gente y lo poco que hace para desafiar al destino. Se puede desafiar, es posible. Pero Maitland no pudo cambiarlo». Y se encogió de hombros, o por lo menos eso dicen, y salió con sus típicas zancadas del cementerio de Lafayette.
Hay innumerables relatos sobre las predicciones y advertencias de Mary Beth. Son todas muy similares. Si Mary Beth advertía contra una boda, el matrimonio terminaba mal, o si avisaba a alguien que no se metiera en cierta empresa, resultaba según lo predicho. Pero todo apunta al hecho de que era muy cuidadosa con respecto a este poder, y le disgustaba hacer predicciones directas. Tenemos otra mención sobre este asunto hecha al párroco.
Se rumoreaba que Mary Beth le dijo al sacerdote que cualquier individuo fuerte podía cambiar el futuro de infinidad de personas y que, en efecto, sucedía constantemente. Dado el número de seres humanos en este mundo, tales personas eran tan raras que predecir el futuro era engañosamente sencillo.
—Pero supongo que dará por sentado que poseemos libre albedrío —había dicho el cura.
—Claro que sí, y es de vital importancia que hagamos uso de nuestro libre albedrío. Nada está predeterminado. Y, gracias a Dios, no hay mucha gente fuerte que trastorne el esquema previsible, porque hay igual número de personas malas que provocan guerras y desastres que de visionarios que hacen el bien a los demás.
En relación a la actitud de los familiares acerca de Mary Beth, muchos miembros de la familia —según algunos amigos extrovertidos— eran conscientes de que había algo raro en ella y Julien. Acudir o no a ellos en momentos difíciles fue una duda presente en cada generación. Pedirles ayuda era una ventaja y al mismo tiempo un riesgo seguro.
Por ejemplo: una descendiente de Lestan Mayfair que se había quedado embarazada de soltera acudió a Mary Beth en busca de ayuda, y aunque recibió una fuerte suma de dinero para no tener problemas con el niño, llegó al convencimiento de que ésta había sido la causante de la muerte del irresponsable padre.
Otro Mayfair, muy querido por Mary Beth, condenado por asalto y agresión en una pelea de borrachos en un club nocturno del Barrio Francés, tenía más miedo de la censura y castigo de ésta que de la pena de cualquier tribunal. Lo hirieron de muerte cuando trataba de escapar de la cárcel. Mary Beth no dejó que lo enterraran en el cementerio de Lafayette.
Otra desgraciada muchacha soltera —Louise Mayfair— que dio a luz en la casa de First Street a Nancy Mayfair (adoptada por Mary Beth como hija de Stella), murió dos días después del parto. Circularon muchos rumores de que Mary Beth, disgustada por el comportamiento de la muchacha, la había dejado morir sola y desatendida.
Pero las historias sobre los poderes ocultos de Mary Beth, o actos de maldad, con respecto a la familia son relativamente pocos. Incluso teniendo en cuenta las reservas de los Mayfair a hablar sobre la rama de la familia del legado, no hay muchas evidencias de que Mary Beth actuara como bruja con sus propios parientes, era más bien una potentada. Cuando usaba sus poderes, lo hacía con renuencia. Y tenemos numerosos indicios que señalan que muchos Mayfair no creían las «tontas supersticiones» que repetían los sirvientes, vecinos y, de vez en cuando, los propios familiares sobre Mary Beth. Consideraban la historia de la bolsa de monedas de oro como algo gracioso. Culpaban a los sirvientes supersticiosos de tales cuentos y se quejaban de las habladurías del vecindario y la parroquia.
Debemos hacer nuevamente hincapié en que la inmensa mayoría de las historias sobre los poderes de Mary Beth provenían de los criados.
Teniendo todo esto en cuenta, la tradición de la familia indica que sus miembros respetaban y querían a Mary Beth y que ella no dominaba la vida ni las decisiones de los demás, salvo para presionarlos en el sentido de mostrar cierta lealtad familiar, y que, a pesar de algunas equivocaciones notables, escogía excelentes candidatos para empresas comerciales entre sus propios parientes, que confiaban en ella, la admiraban y estaban satisfechos de hacer negocios con ella. Mantenía sus increíbles éxitos financieros en secreto ante aquellos con los que trabajaba y, probablemente, también sus poderes ocultos. Disfrutaba de la familia de una manera sencilla y corriente.
La tercera de las grandes pasiones u obsesiones de Mary Beth, por lo que sabemos, fue su deseo de placer. Como hemos visto, a ella y a Julien les gustaba el baile, las fiestas, el teatro, etc. También tuvo muchos amantes.
Aunque los miembros de la familia son absolutamente reservados sobre este tema, las habladurías de los criados son nuestra mayor fuente de información, aunque a menudo nos llegaban de segunda o tercera mano a través de amigos de sus familiares. Los vecinos también hacían comentarios sobre «chicos muy guapos» que rondaban por la casa, haciendo trabajos para los cuales a menudo eran completamente ineptos.
La historia de Richard Llewellyn sobre el regalo de un automóvil Stutz Bearcat a un joven cochero irlandés ha sido comprobada en registros oficiales. Otros regalos importantes —a veces cheques bancarios por sumas enormes— indican que estos chicos guapos eran amantes de Mary Beth. ¿De qué otro modo podría explicarse que hubiera dado cinco mil dólares a un cochero irlandés que no sabía enganchar ni una yunta o a un «manitas» que no podía clavar ni un clavo sin ayuda?
Es interesante señalar que cuando se estudia toda la información sobre Mary Beth en su conjunto, aparecen más historias sobre sus apetitos sensuales que sobre cualquier otro aspecto. En otras palabras, las historias sobre sus amantes o sobre su afición a la bebida, la comida y el baile sobrepasan en número (en una proporción de diecisiete a uno) a las historias sobre sus poderes ocultos y su talento para hacer dinero.
Cuando se consideran todos los relatos sobre su pasión por el vino, la comida, la música, el baile y las aventuras amorosas, se ve claramente que su comportamiento correspondía más al de los hombres de la época que al de las mujeres. Gozaba de la vida como podía hacerlo un hombre, sin pensar en los convencionalismos sociales ni en la respetabilidad. Así pues, no resulta tan extraño si se mira desde esta perspectiva. Pero, claro está, la gente de la época no lo miraba desde esta perspectiva y su amor por el placer era considerado bastante misterioso y hasta siniestro. Ella acrecentó esta aureola de misterio con su indiferencia hacia sus aficiones y su rechazo a dar importancia a las triviales reacciones de los demás.
Por lo que respecta a vestirse de hombre, lo hizo durante tanto tiempo y tan bien que casi todos terminaron por acostumbrarse. En los últimos años de su vida a menudo salía con traje de mezclilla y bastón, y paseaba horas enteras por Garden District. Ya no se molestaba en recogerse el pelo y ocultarlo debajo del sombrero, se hacía una sencilla cola o un moño. La gente veía su aspecto como algo habitual. Para los sirvientes y los vecinos de las calles aledañas era la señorita Mary Beth, que caminaba con la cabeza ligeramente inclinada, a grandes zancadas y agitando desganadamente la mano a aquellos que la saludaban.
En relación a los amantes, Talamasca no pudo averiguar casi nada sobre ellos. Tenemos mucha información sobre Alain Mayfair, un joven primo, pero ni siquiera estamos seguros de que haya sido su amante. Trabajó como secretario de Mary Beth, o chófer, o ambas cosas, entre 1911 y 1913, pero con frecuencia pasaba largos períodos en Europa. En aquella época tenía veintitantos, era muy guapo y hablaba muy bien el francés, pero no con Mary Beth, que prefería el inglés. En 1914 hubo algún enfrentamiento entre ambos, pero nadie sabe bien qué pasó. Alain se marchó a Inglaterra, se alistó en el ejército británico y murió en combate en la Primera Guerra. Su cuerpo nunca apareció. Mary Beth celebró un impresionante servicio en su memoria en la casa de First Street.
Kelly Mayfair, otro primo, también trabajó para ella en 1912 y 1913, y continuó a su servicio hasta 1918. Era impresionantemente apuesto, un joven pelirrojo de ojos verdes (su madre era irlandesa); se ocupaba de los caballos de Mary Beth y, a diferencia de otros jóvenes que ella empleaba, él sabía hacer su trabajo. Sugiere que haya sido su amante el hecho de que bailaran juntos en reuniones familiares y que más tarde tuvieran muchas peleas a gritos, oídas por doncellas, lavanderas e incluso deshollinadores.
Mary Beth, además, legó a Kelly una inmensa suma de dinero para que probara suerte como escritor. Se marchó al Greenwich Village de Nueva York, trabajó un tiempo como redactor del New York Times y murió congelado en un piso de los barrios bajos, borracho, aparentemente por accidente. Era su primer invierno en Nueva York y probablemente no sabía que allí el frío es peligroso. Fuera como fuese, Mary Beth se impresionó mucho con su muerte, hizo traer el cuerpo a Nueva Orleans para que lo enterraran como era debido, aunque los padres de Kelly estaban tan disgustados con lo ocurrido que no asistieron al funeral. Hizo además grabar tres palabras en la lápida: «No más miedo», probablemente en referencia a las famosas líneas de Shakespeare de Cimbelino: «No más miedo al calor del sol, ni a las furias del invierno», pero no lo sabemos. Se negó a explicarlo a la funeraria y a los grabadores.
No sabemos nada de los demás «jóvenes guapos» de los que tanto se ha hablado, salvo algunas referencias que indican que todos eran muy apuestos, de un estilo que se podría describir como «tipos rudos». Las doncellas y cocineras desconfiaban de ellos y les tenían bastante manía. La mayoría de los relatos no explican concretamente por qué razón eran considerados amantes de Mary Beth.
¡Quién sabe! A lo mejor a ella sólo le gustaba mirarlos.
Lo que sí sabemos con certeza es que desde el día en que se conocieron Mary Beth amó a Daniel McIntyre y se preocupó por él, aunque sin duda empezó a formar parte de la historia de los Mayfair como amante de Julien.
A pesar del relato de Richard Llewellyn, sabemos que Julien conoció a Daniel McIntyre alrededor de 1896 y empezó a poner muchos negocios en manos de éste, que era un prometedor abogado de un despacho de Camp Street, fundado por un tío suyo unos diez años antes.
Cuando Garland Mayfair terminó derecho en Harvard entró a trabajar en este mismo despacho y al cabo de un tiempo lo hizo Cortland. Ambos trabajaron con Daniel McIntyre hasta que este último fue nombrado juez en el año 1905.
Las fotografías de la época muestran a Daniel como un hombre pálido, delgado, de cabello rubio rojizo. Era bastante bien parecido, no muy diferente del último amante de Julien, Richard Llewellyn, y de Victor, más moreno, el que murió atropellado por un coche de caballos. La estructura del rostro de los tres era excepcionalmente hermosa y dramática, y Daniel tenía además la ventaja de unos ojos verdes de notable brillo.
Sabemos más bien poco de la vida anterior de Daniel McIntyre. Provenía de una familia de «viejos irlandeses», es decir, de inmigrantes que llegaron a América mucho antes de las grandes hambrunas de 1840; probablemente ninguno de sus antepasados fue pobre.
Su abuelo, un millonario que hizo su fortuna como comisionista, construyó una casa espléndida en Julia Street, en 1830, donde creció el padre de Daniel, Sean McIntyre, el menor de cuatro hermanos. Sean fue un famoso médico hasta que murió inesperadamente de un ataque al corazón a los cuarenta y ocho años.
Daniel, según el decir general, era un buen abogado financiero y numerosos documentos confirman que asesoró muy bien a Julien en variedad de transacciones. También representó a este último en algunos pleitos civiles de importancia. Tenemos una pequeña anécdota, muy interesante, que nos contó años más tarde un empleado del despacho. Julien y Daniel tuvieron una discusión terrible sobre uno de estos casos civiles, durante la cual este último no cesaba de repetir: «¡Vamos, Julien, déjame llevar este asunto legalmente!» A lo que aquél replicaba: «De acuerdo, si estás tan empeñado, hazlo. Pero te digo que no me resultaría difícil hacer que este hombre deseara no haber nacido».
Los documentos públicos muestran que Daniel era muy imaginativo para descubrir la manera de hacer lo que Julien quería y para ayudarlo a obtener información sobre la gente que se oponía a sus negocios.
El 11 de febrero de 1897, cuando murió la madre de Daniel, éste se trasladó de su casa de St. Charles Avenue, dejando a su hermana al cuidado de enfermeras y doncellas, para instalarse en una suite cara y ostentosa de cuatro habitaciones del viejo hotel St. Louis, donde empezó a vivir «como un rey» según los botones, los camareros y los taxistas que recibían cuantiosas propinas de su parte.
Su visita más frecuente era Julien Mayfair, y a menudo se quedaba a pasar la noche en su suite.
Por aquella época ya era un gran bebedor, y hay numerosos informes del personal del hotel que dicen haberlo tenido que llevar hasta sus habitaciones. Cortland también lo cuidaba continuamente, y años después, cuando Daniel se compró un automóvil, le ofrecía llevarlo a su casa para que no se matara o matara a alguien. Parece ser que le tenía mucho cariño y era su defensor ante el resto de la familia que, con el paso de los años, cada vez le exigía más.
Durante este período, no tenemos pruebas de que Mary Beth y Daniel se conocieran. Ella ya era una mujer de negocios muy activa, pero la familia tenía numerosos abogados y contactos, y no hay ningún testimonio que señale que Daniel fuera a la casa de First Street. Es posible que tuviera vergüenza de su relación con Julien y que fuera un poco más puritano sobre el tema que el resto de los amantes de éste.
Cualquiera que sea la explicación, lo cierto es que conoció a Mary Beth Mayfair a finales de 1897; la versión de Richard Llewellyn sobre este encuentro en Storyville es la única que poseemos. No sabemos si se enamoraron o no, como nos dijo Llewellyn, pero lo que sí sabemos es que empezaron a aparecer juntos en diversos acontecimientos sociales.
Por aquella época Mary Beth tenía unos veinticinco años y era extremadamente independiente, y no era un secreto que la pequeña Belle —la hija del misterioso lord Mayfair escocés— no estaba bien de la cabeza. Aunque era muy dulce y sociable, Belle era obviamente incapaz de aprender hasta las cosas más sencillas y siempre reaccionó emocionalmente ante la vida como una niña de cuatro años, o así la describieron más adelante los primos. La gente la consideraba casi una débil mental.
Todo el mundo sabía que no era una beneficiaria apropiada para el legado, puesto que nunca podría casarse, y todos los primos conversaban abiertamente sobre el tema.
Otra tragedia que también era tema de conversación era la destrucción de la plantación de Riverbend por la crecida del río.
La casa, construida por Mary Claudette a finales del siglo anterior, estaba situada en una extensión de terreno que entraba en el río. Durante 1896 se hizo evidente que el río se la llevaría. Se intentó todo, pero no se pudo hacer nada. Se construyó un dique detrás de la casa y al final tuvieron que abandonarla; primero se inundó el terreno que la rodeaba y, por último, una noche, la casa se hundió en el pantano y al cabo de una semana desapareció completamente como si nunca hubiera existido.
Era evidente que Mary Beth y Julien se lo tomaron como una tragedia. En Nueva Orleans se habló mucho sobre los ingenieros que consultaron para evitarla. Y gran parte de la tragedia era Katherine, la anciana madre de Mary Beth, que no quería trasladarse a Nueva Orleans, a la casa que Darcy Monahan le había construido décadas atrás.
Al final, tuvieron que sedarla para trasladarla a la ciudad y, como ya se ha mencionado, nunca se recuperó del golpe. Al poco tiempo perdió el juicio. Se dedicaba a vagar por los jardines de First Street hablando sin cesar con Darcy y buscando a su madre, Marguerite, y vaciaba sin cesar el contenido de todos los cajones para encontrar cosas que afirmaba haber perdido.
Mary Beth la toleraba y dicen que una vez comentó, para sorpresa del médico que la atendía, que se sentía feliz de hacer todo lo que podía por su madre, pero que ni la mujer ni su estado le parecían «particularmente interesantes» y ojalá hubiera alguna droga para poder calmarla.
No sabemos si le dieron «alguna droga» o no, pero Katherine empezó a vagar por las calles alrededor de 1898 y la familia contrató a un joven mulato solamente para seguirla. Murió en su cama de First Street, en el cuarto del fondo, en 1905, la noche del 2 de febrero para ser exactos. Por lo que sabemos, no hubo ninguna tormenta que señalara su muerte ni ningún acontecimiento extraordinario. Permaneció en coma durante días, según los criados, y Mary Beth y Julien estaban junto a ella cuando falleció.
El 15 de enero de 1899, en una gran ceremonia que tuvo lugar en la iglesia de St. Alphonsus, se casaron Mary Beth y Daniel McIntyre. Es interesante señalar que hasta aquel momento la familia asistía generalmente a la iglesia de Notre Dame (la iglesia francesa de la parroquia), pero para la boda eligieron la iglesia irlandesa y a partir de entonces fueron a todos los servicios a St. Alphonsus.
Sin embargo, cabe suponer que el cambio fue idea de Daniel. A Mary Beth no le preocupaba en absoluto el tema, aunque iba a menudo a la iglesia con sus hijos y sobrinos, y no sabemos en qué creía. Julien, por su parte, nunca iba a la iglesia, salvo para las habituales bodas, funerales y bautizos.
La boda de Daniel y Mary Beth fue un gran acontecimiento, como ya hemos mencionado. Dieron una fiesta de impresionantes proporciones en la casa de First Street, con primos que llegaron incluso de Nueva York. La familia de Daniel, aunque mucho menos numerosa que la Mayfair, también estaba presente y, según todos, la pareja estaba profundamente enamorada y era feliz; el baile y los cantos se prolongaron hasta bien entrada la noche.
La pareja se desplazó a Nueva York en viaje de luna de miel, y de allí a Europa, donde se quedó cuatro meses. Interrumpieron el viaje en mayo porque Mary Beth ya esperaba un hijo.
Carlotta Mayfair nació siete meses y medio después de la boda de sus padres, el primero de septiembre de 1899.
Al año siguiente, el 2 de noviembre de 1900, Mary Beth dio a luz a Lionel, su único hijo varón. Y, por último, el 10 de octubre de 1901, nació su hija menor, Stella.
Estos niños eran, por supuesto, hijos legítimos de Daniel McIntyre, pero, a efectos de esta historia, ciertamente podríamos preguntarnos quién era el padre auténtico.
Existen evidencias abrumadoras, tanto médicas como fotográficas, que indican que Daniel McIntyre era el padre de Carlotta Mayfair. Ésta no sólo heredó sus ojos verdes sino también su hermoso cabello rizado y rojizo.
Lionel también tenía el mismo grupo sanguíneo que Daniel McIntyre, además de un ligero parecido, y asimismo se parecía mucho a su madre, en los ojos oscuros y la expresión, especialmente al hacerse mayor.
En cuanto a Stella, su grupo sanguíneo, como consta en el vago examen post mórtem al que fue sometida en 1929, señala que no podía ser hija de Daniel McIntyre. Sabemos que esta información, en su momento, llegó a manos de su hermana Carlotta. En realidad, lo que llamó la atención de Talamasca fue el hecho de que Carlotta hubiera solicitado el análisis del grupo y factor sanguíneo.
Quizá sea innecesario añadir que Stella no se parecía a Daniel. Más bien tenía la misma delicada complexión que Julien, su cabello negro y rizado, y sus ojos oscuros y brillantes, por no decir titilantes.
Puesto que ignoramos el grupo sanguíneo de Julien, y por lo que sabemos no consta en ninguna parte, no podemos aportar ninguna prueba al caso.
Stella podía ser hija de cualquiera de los amantes de Mary Beth, aunque no sabemos de la existencia de ninguno durante el año previo a su nacimiento. En realidad, las habladurías sobre sus amantes empezaron más tarde, aunque es posible que fuera así porque conforme pasaban los años cada vez le importara menos ocultar sus amoríos.
Otra clara posibilidad es Cortland Mayfair, el segundo hijo de Julien, que en el momento del nacimiento de Stella era un joven extremadamente apuesto de veintidós años. (Su grupo sanguíneo se obtuvo en 1959 y es compatible.) Estudiaba derecho en Harvard —terminó en 1903— y pasaba temporadas en la casa de First Street. Es del dominio público que sentía enorme cariño por Mary Beth y que toda su vida se interesó por la rama familiar del legado.
Desgraciadamente para Talamasca, Cortland fue durante toda su vida un hombre muy callado y reservado. Tanto sus hermanos como sus hijos sabían que era un individuo solitario, que desaprobaba todo tipo de chismes fuera de la familia. Le gustaba leer y era una especie de genio de las inversiones. Por lo que sabemos, no confiaba en nadie. Incluso las personas más cercanas a él dan versiones contradictorias sobre lo que hacía, cuándo y por qué.
El único aspecto del que todo el mundo está seguro es que se dedicaba a la administración del legado y a hacer dinero para sí mismo, para sus hermanos e hijos y para Mary Beth.
Cuando murió Mary Beth, fue Cortland quien impidió que Carlotta Mayfair desmantelara virtualmente el imperio financiero de su madre asumiendo el control en nombre de Stella, que era en realidad la designada y a quien no le importaba lo que sucedía siempre y cuando pudiera hacer lo que quisiera.
A Stella «el dinero no le importaba en lo más mínimo», según ella misma admitía y, contra los deseos de Carlotta, puso sus intereses en manos de Cortland. Él y su hijo Sheffield siguieron administrando el grueso de la fortuna después de su muerte.
Volviendo a nuestro interés principal, hay otros indicios que señalan que Cortland fue el padre de Stella. Su esposa, Amanda Grady Mayfair, sentía una profunda aversión hacia Mary Beth y hacia toda la familia Mayfair. Nunca acompañaba a Cortland a la casa de First Street, lo que no impedía que éste fuera de visita a menudo, acompañado de sus cinco hijos, para que crecieran conscientes de quién era su familia.
Al final, Amanda dejó a Cortland cuando su hijo menor, Pierce Mayfair, terminó Harvard, en 1935, se marchó para siempre de Nueva Orleans y se fue a vivir a Nueva York con una hermana menor.
En 1936, Amanda dijo a uno de nuestros investigadores en una fiesta (se preparó un encuentro casual) que la familia de su marido era ruin, que si ella contara la verdad la gente pensaría que estaba loca; que no pensaba volver jamás al sur con esa familia, por mucho que le rogaran sus hijos. Aquella misma noche, un poco más tarde, cuando ya estaba bastante bebida, preguntó a nuestro investigador si creía que la gente podía vender su alma al diablo. Dijo que su marido lo había hecho y que era «más rico que Rockefeller», y que ella y sus hijos también. «Algún día se quemarán todos en el fuego del infierno —añadió—; no lo dude».
Cuando nuestro investigador le preguntó si de verdad creía en este tipo de cosas, ella respondió que en el mundo moderno había brujas capaces de hechizar.
«Pueden hacer que uno crea que está en un lugar o que vea cosas que no existen. Se lo han hecho a mi marido. ¿Sabe por qué? Porque mi marido es un brujo, un brujo poderoso. No quiero decir un mago o un ser sensible. Él es un brujo. Yo misma he visto lo que puede hacer».
Nuestro investigador le preguntó sin ambages si su marido le había hecho algo malo. Respondió (a este aparente desconocido) que no, que tenía que admitir que nunca le había hecho nada. Se trataba de lo que él toleraba a los demás, de las cosas con las que estaba de acuerdo y de lo que creía. Luego la mujer empezó a llorar y a decir que echaba de menos a su esposo y que no quería seguir hablando.
En aquel momento una sobrina se la llevó y no volvimos a establecer contacto con ella hasta algunos años más tarde.
Hay otra circunstancia que demuestra un vínculo estrecho entre Cortland y Stella. Tras la muerte de Julien, Cortland se llevó a Stella y a su hermano Lionel de viaje a Inglaterra y Asia durante más de un año. En aquella época ya tenía cinco hijos que dejó al cuidado de la madre. No obstante, la idea del viaje fue suya, se ocupó íntegramente de todos los preparativos y prolongó el periplo, de modo que el grupo se ausentó de Nueva Orleans durante dieciocho meses.
Después de la Gran Guerra, Cortland dejó nuevamente a su esposa e hijos y se fue de viaje con Stella durante un año. Por otra parte, en las disputas familiares él siempre se ponía de su lado.
En resumen, estas pruebas no son concluyentes, pero indican que Cortland podría ser el padre de Stella; existe también la posibilidad de que fuera hija de Julien, a pesar de su avanzada edad.
Pero fuera quien fuese el padre, Stella, desde el principio, fue «la hija favorita». Sin duda parece que Daniel McIntyre la quería mucho, como si fuera su propia hija, y es muy posible que nunca se enterara de que no lo era.
De la temprana infancia de los tres niños sabemos pocas cosas en concreto, y el retrato hecho por Richard Llewellyn es el más íntimo que poseemos.
Conforme los niños crecían empezó a hablarse más de desavenencias, y cuando Carlotta se marchó al internado del Sagrado Corazón, a los catorce años, todo el mundo sabía que lo hizo contra la voluntad de Mary Beth. Daniel también estaba apenado y quería que su hija fuera a casa más a menudo. Nadie describió jamás a Carlotta como una niña feliz, aunque hasta el día de hoy es difícil reunir información sobre ella, porque todavía vive e incluso la gente que la conoció hace cincuenta años tiene miedo de ella y de sus influencias y es muy reacia a hablar.
A pesar de todo, siempre, desde pequeña, fue muy admirada por su inteligencia. Las monjas incluso pensaban que era un genio. Durante toda la escuela secundaria estuvo interna en el Sagrado Corazón y más tarde, muy joven, estudió derecho en Loyola.
Mientras tanto, Lionel empezó a asistir a la escuela diurna a los ocho años. Parece que era un niño callado y educado, que nunca daba problemas y caía bien a todo el mundo. Tenía un tutor permanente que lo ayudaba con sus estudios, y, con el paso del tiempo, se convirtió en un alumno excepcional. Pero nunca hizo amigos fuera de la familia; los primos eran sus únicos compañeros cuando no estaba en la escuela.
La historia de Stella fue muy diferente desde el principio. Según el decir de todos, era una niña encantadora y seductora. Tenía una cabellera negra ligeramente rizada y enormes ojos negros. Cuando se observan las fotografías tomadas desde 1901 hasta su muerte, en 1929, parece imposible imaginarla viviendo en otra época, tan bien encajaba con los tiempos que corrían, con sus caderas estrechas, su boquita roja un poco enfurruñada y el pelo muy corto.
En sus primeros retratos es la imagen de la exquisita niña de los anuncios de jabón Pears, una jovencita seductora de piel blanca, mirando al espectador de forma sentimental pero juguetona. A los dieciocho años parecía Clara Bow.
La noche de su muerte, según numerosos testigos oculares, se mostraba como una mujer fatal, de inolvidable poder de seducción, que bailaba el charlestón desenfrenadamente con un vestido corto con flecos, medias brillantes, que atraía la atención de todos los hombres presentes, con sus ojazos de azabache que miraban a todos en general y a nadie en particular.
Cuando Lionel empezó a ir a la escuela, Stella suplicó que la dejaran ir a ella también, o por lo menos eso le dijo a las monjas del Sagrado Corazón. Pero a los tres meses de su ingreso, notificaron de modo privado y extraoficial que la expulsaban. Corrió el rumor de que asustaba a las otras alumnas. Podía adivinar el pensamiento y disfrutaba demostrando su poder; además, podía hacer caer a los demás sin tocarlos siquiera y tenía un sentido del humor imprevisible, se reía de lo que las monjas decían y ella consideraba flagrantes mentiras. Su conducta mortificaba a Carlotta, que se veía incapaz de controlarla, aunque según todos la quería mucho y se esforzó para convencerla de que se amoldara.
A continuación asistió a la academia de las ursulinas el tiempo suficiente como para tomar la comunión con el resto de su clase, pero inmediatamente después la expulsaron, también de modo privado y extraoficial, más o menos por las mismas razones. Parece ser que la deprimió mucho que la echaran, porque en aquella época le divertía ir a la escuela y no le apetecía estar todo el día en casa, con su madre y tío Julien, que siempre le decían que estaban muy ocupados. Quería jugar con otras niñas. Su institutriz la aburría, tenía ganas de salir.
Asistió luego a cuatro escuelas privadas diferentes y no duró más de tres o cuatro meses en cada una, al final fue a parar a la escuela parroquial de St. Alphonsus, donde era la única, entre un alumnado del proletariado irlandés-americano, que iba a la escuela en un lujoso Packard con chófer.
La hermana Bridget Marie —una monja irlandesa que vivió en el Mercy Hospital de Nueva Orleans hasta los noventa años— recordaba claramente a Stella, incluso cincuenta años después, y en 1969 le dijo a este investigador que Stella Mayfair era sin duda una especie de bruja.
De nuevo fue acusada de adivinar el pensamiento, de reírse cuando los demás le mentían, de tirar cosas con el poder de su mente y de hablar con un amigo invisible, «un espíritu protector», según la hermana Bridget Marie, que ejecutaba las órdenes de Stella, encontraba objetos perdidos y hacía que las cosas volaran por el aire.
Pero Stella no manifestaba estos poderes de forma continuada. A menudo, durante largos períodos, trataba de portarse bien; le gustaba la lectura, la historia y la lengua, jugaba con otras niñas en el patio de la escuela en St. Andrew Street y mostraba gran cariño por las monjas.
Hasta las monjas se sentían atraídas por la niña porque tenía encanto; la dejaban entrar al jardín del convento a cortar flores, o a la sala, después de la escuela, para enseñarle a bordar.
«Y no era mala, todo hay que decirlo. De ser así, habría sido un monstruo. Dios sabe el daño que podría haber hecho. Creo que de verdad ella no quería crear problemas, pero en el fondo se divertía con sus poderes, no sé si me explico. Le gustaba saber los secretos de los demás, ver la expresión de desconcierto que tenían cuando les decía lo que habían soñado la noche anterior. Ah, y cómo se apasionaba con las cosas. Podía dibujar todo el día, durante semanas, y luego dejar los lápices a un lado y olvidarse de ellos para siempre. Una vez estuve bordando con ella, la niña estaba aprendiendo, había hecho un trabajo precioso, se preocupaba por cualquier fallo, hasta que se cansó de las agujas y nunca más volvió a bordar. Nunca he visto una niña más inconstante. Era como si buscara algo, algo a lo que entregarse. Nunca lo encontró, por lo menos de pequeña.
Le diré algo que le gustaba mucho y de lo que nunca se cansaba: contar historias a las otras niñas. Se sentaban a su alrededor en el recreo más largo, y ella las mantenía pendientes de sus palabras hasta que sonaba la campana. ¡Y qué cosas les contaba! Historias de fantasmas que vivían en las viejas casas de las plantaciones, llenas de secretos espantosos, personas horriblemente asesinadas, prácticas de vudú en las islas hacía mucho… También sabía historias de piratas, ah, ésas eran las peores, contaba unas cosas sobre los piratas francamente impresionantes. Y, escuchándola, todo parecía real. Aunque sabíamos que debía de inventárselo. ¿Qué sabía de los pensamientos y sentimientos que tenía un grupo de pobres mortales capturados en un galeón, durante las horas previas a que un pirata salvaje los hiciera andar la pasarela para matarlos?
Pero, verá usted, algunas cosas que decía eran de lo más interesantes y yo siempre quise consultarlas con alguien, ya me comprende, con alguien que supiera de verdad, que hubiera leído libros de historia.
Siempre estábamos llamando a la señorita Mary Beth. “Que se quede en casa unos días”, le decíamos. Porque así era con Stella. Pero no podíamos admitirla un día sí y otro no. Eso no se podía hacer con nadie.
Y gracias a Dios que en ocasiones se cansaba de la escuela y desaparecía durante meses. A veces no venía durante tanto tiempo que pensábamos que nunca iba a volver. Nos enterábamos que corría como una salvaje por First Street y Chesnut, jugaba con los hijos de los sirvientes y hacía altares vudú con el hijo de la cocinera, un chico negro como el carbón, de eso puede estar seguro; y pensábamos, en fin, que alguien debería ir a hablar con la señorita Mary Beth al respecto.
Pues hete aquí que una mañana cualquiera, bien podrían ser las diez, a la niña nunca le importó a qué hora llegaba a la escuela, aparecía el lujoso coche por la esquina de Constance y St. Andrew y bajaba Stella, de uniforme, y parecía una muñeca, se lo juro, pero con un enorme lazo verde en el pelo. ¿Y qué traía? Pues un saco lleno de regalos bien envueltos para cada una de las hermanas, a las que conocía por su nombre, y abrazos para todas nosotras. “Hermana Bridget Marie —me susurraba al oído—, la he echado de menos”. Y seguro que era así, pues en más de una ocasión cuando abría la caja me encontraba con alguna cosilla que deseaba de todo corazón. Vaya, una vez me trajo un pequeño niño Jesús de Praga, vestido de seda y satén, otra, un rosario precioso de cristal y plata. Ay, qué niña, qué niña tan extraña.
Pero Dios quiso que al cabo de unos años dejara de ir a la escuela. Tenía una institutriz permanente que le daba clases; creo que estaba aburrida de St. Alphonsus. Además, decían que el chófer la llevaba a cualquier parte que ella quisiera. Que yo recuerde, Lionel tampoco fue a la escuela secundaria. Empezó a ir de un lado a otro con Stella, creo que el señor Julien murió por aquel entonces, o quizás un poco después.
Ay, cómo lloraba la niña en el funeral. Nosotras, por supuesto, no fuimos al cementerio, en aquellos tiempos ninguna de las hermanas iba, pero asistimos a la misa, y ahí estaba Stella, hundida en el banco de la iglesia, sollozando, mientras Carlotta la sostenía. Verá usted, tras la muerte de Stella, siempre se ha dicho que Carlotta no la quería. Pero Carlotta nunca fue mala con su hermana, nunca. Recuerdo muy bien cómo la sostenía durante la misa, mientras Stella lloraba y lloraba.
La señorita Mary Beth estaba en una especie de trance. Vi un profundo dolor en sus ojos mientras avanzaba por la nave detrás del ataúd. Iba con sus hijos y tenía una mirada ausente, lejana. Naturalmente, su marido no estaba, no, el juez McIntyre nunca estaba a su lado cuando ella lo necesitaba, o por lo menos eso es lo que me dijeron. Estaba completamente borracho cuando falleció el señor Julien, ni siquiera pudieron despertarlo, a pesar de que lo sacudieron, le echaron agua fría y lo sacaron de la cama. Y quién sabe dónde estaba el día del funeral. Más tarde me enteré de que lo habían recogido en una taberna de Magazine Street y se lo habían llevado a casa. Es un misterio que aquel hombre haya vivido tanto».
En los meses siguientes a la muerte de Julien, Lionel dejó la escuela definitivamente y se marchó a Europa con Stella, Cortland y Barclay. Hicieron la travesía en un transatlántico de gran lujo pocos meses antes del estallido de la Primera Guerra.
Puesto que viajar por la Europa continental era del todo imposible, el grupo pasó varias semanas en Escocia, visitando el castillo de Donnelaith, y luego partió hacia climas más exóticos. Con un riesgo considerable, llegaron a África y pasaron un tiempo en El Cairo y Alejandría, para seguir viaje más tarde hacia la India, desde donde mandaron innumerables cajones llenos de alfombras, estatuillas y otras reliquias. En 1915, Barclay, que añoraba terriblemente a su familia y estaba muy cansado de viajar, dejó al grupo e hizo el peligroso viaje de vuelta a Nueva York. Un submarino alemán acababa de hundir al Lusitania y la familia estaba con el alma en vilo, pero Barclay llegó a First Street sano y salvo, con historias fabulosas para contar.
Seis meses más tarde, cuando Cortland, Stella y Lionel decidieron regresar, las cosas no estaban mejor. Sin embargo, los transatlánticos de lujo hacían la travesía a pesar de todos los peligros y el trío se las arregló para viajar sin ningún percance y llegar a Nueva Orleans justo antes de la Navidad de 1916.
Stella tenía entonces quince años.
En una fotografía de aquel año aparece con la esmeralda Mayfair. Todo el mundo sabía que era la designada para el legado. Mary Beth estaba extraordinariamente orgullosa de ella, la llamaba «la intrépida», debido a todos sus viajes, y aunque estaba desilusionada de que Lionel no quisiera regresar a la escuela con la perspectiva de ir luego a Harvard, parecía aceptar a todos sus hijos. Carlotta tenía su propio apartamento en un edificio anexo e iba todos los días a la Universidad Loyola en coche, con chófer.
La lealtad de la familia siempre nos hizo muy difícil determinar qué pensaban en realidad los primos sobre Stella y hasta qué punto conocían sus problemas en la escuela.
Pero por aquella época ya tenemos constancia de comentarios de Mary Beth a los sirvientes en los que de modo casual decía que Stella era la heredera, o que «Stella era la que heredaría todo»; hasta llegó a comentar algo extraordinario —lo más extraordinario que consta en nuestros archivos—, citado dos veces y fuera de contexto: «Stella ha visto al hombre».
No poseemos ninguna información que confirme que Mary Beth haya explicado alguna vez ese extraño comentario. Sólo sabemos que se lo dijo a una lavandera llamada Mildred Collins y a una doncella irlandesa llamada Patricia Devlin; así pues, son informes de tercera mano.
Fuera como fuese, parece evidente que Mary Beth hacía este tipo de comentarios a los criados espontáneamente y en momentos íntimos, y tenemos la impresión de que les confesaba algunas cosas, quizás en momentos de armonía, que no podía o no quería confesar a personas de su propio rango.
Es muy posible que Mary Beth hiciera comentarios similares a otra gente, porque alrededor de 1920, viejos vecinos del Canal Irlandés ya sabían de la existencia del «hombre». Dos fuentes no son suficientes para explicar la gran difusión de esta supuesta «superstición» sobre las mujeres Mayfair: que tenían un «espíritu masculino o aliado» que las ayudaba con el vudú, la brujería o sus trucos.
Sin duda, para nosotros es una inconfundible referencia al Impulsor y sus implicaciones son problemáticas. Nos recuerda lo poco que en realidad comprendemos sobre las brujas Mayfair y lo que ocurre entre ellas, por así decirlo.
¿Es posible, por ejemplo, que la heredera de cada generación tenga que manifestar su poder viendo al hombre por su cuenta? Es decir, ¿tiene que ver al hombre cuando está sola, lejos de la bruja mayor que puede actuar como canal, y mencionar por propia voluntad que lo ha visto?
Una vez más debemos confesar que no lo sabemos.
Lo que sí sabemos es que la gente que conoce la existencia del «hombre» y habla de él, aparentemente no lo relaciona con ninguna figura antropomórfica de cabello oscuro, que haya visto personalmente. Ni siquiera lo relacionan con el misterioso ser visto con Mary Beth en el landó, puesto que las historias provienen de distintas fuentes y, por lo que sabemos, nadie nunca se preocupó de relacionarlas, salvo nosotros.
Lo mismo sucede con gran parte del material sobre los Mayfair. Las referencias, que recibimos más tarde, sobre el misterioso individuo de cabello oscuro, no guardan ninguna relación con estos comentarios anteriores sobre «el hombre». Ni siquiera las personas que sabían de la existencia del «hombre» y que más adelante vieron un desconocido de cabello oscuro por el lugar, los relacionaron. Simplemente pensaron que el sujeto que habían visto era algún extraño o un pariente que no conocían.
Pero volviendo al orden cronológico, después de la muerte de Julien, Mary Beth estaba en el apogeo de su influencia y de sus éxitos financieros. Era como si la pérdida de Julien la hubiera alterado. Durante aquel tiempo la gente decía que era «infeliz». Pero no duró mucho. Volvió a su característica tranquilidad mucho antes de que sus hijos regresaran del extranjero.
Sabemos que tuvo un breve y amargo enfrentamiento con Carlotta antes de que ésta entrara a trabajar en el despacho de Byrnes, Brown y Blake, donde permanece hasta la fecha, pero terminó por aceptar su decisión de trabajar «fuera de la familia». El pequeño apartamento al otro lado de los establos fue renovado completamente y vivió allí durante muchos años, lo que le permitía entrar y salir sin tener que pasar por la casa.
Carlotta adquirió fama de abogada brillante desde el principio de su carrera, pero nunca quiso entrar en la sala de justicia, por lo que hasta el presente trabaja a la sombra de los hombres del despacho.
Sus detractores la describen como poco más que una presuntuosa pasante. Pero pruebas más generosas indican que se ha convertido en «la columna vertebral» de Byrnes, Brown y Blake; es la persona que está al tanto de todo y tras su muerte no resultará fácil encontrar alguien que ocupe su lugar.
Muchos abogados de Nueva Orleans han atribuido a Carlotta el mérito de haberles enseñado más que la facultad de derecho. En resumen, se podría decir que empezó y continúa siendo una abogada civil brillante y eficiente, con acreditados y completos conocimientos de derecho comercial.
Al margen de la pequeña disputa con Carlotta, la vida de Mary Beth siguió su previsible curso casi hasta su muerte. Ni siquiera el alcoholismo de Daniel McIntyre le preocupaba demasiado.
La leyenda de la familia asegura que durante los últimos años de su vida, Mary Beth era extremadamente afectuosa con Daniel.
A partir de aquí, la historia de las brujas Mayfair es en verdad la historia de Stella; nos ocuparemos de la enfermedad y muerte de Mary Beth en el momento oportuno.
Continuación de la historia de Stella y Mary Beth
Mary Beth siguió disfrutando de sus tres grandes actividades y, además, gozando bastante con las travesuras de su hija Stella, que a los dieciséis años se había convertido en el escándalo de la sociedad de Nueva Orleans. Conducía su coche como loca, bebía en tabernas clandestinas y bailaba hasta el amanecer.
Stella, durante ocho años, vivió como una jovencita descocada, una beldad sureña desenfrenada, que no se preocupaba en absoluto por los negocios, el matrimonio o el futuro. Mientras Mary Beth era la bruja más callada y misteriosa de la familia, Stella parecía la más alocada, llamativa y atrevida, y la única bruja Mayfair dispuesta exclusivamente a «divertirse».
La leyenda de la familia sostiene que la detenían constantemente por exceso de velocidad, o por alterar el orden cantando y bailando por las calles, y que «la señorita Carlotta siempre se ocupaba del problema» e iba a buscar a Stella y la llevaba a casa. Hay rumores que señalan que Cortland a veces se indignaba con su «sobrina» y le exigía que se comportara y prestara más atención a sus «responsabilidades», pero ella no tenía el menor interés por el dinero ni por los negocios.
Una secretaria de Mayfair y Mayfair describe con lujo de detalles una de las visitas de Stella al despacho. La joven apareció con un espectacular abrigo de pieles y zapatos de tacón muy altos, una botella de whisky ilegal en una bolsa de papel marrón, que se bebió durante la reunión, mientras lanzaba sonoras carcajadas a las frases legales que le leían en referencia a una transacción.
Cortland parecía encantado, pero un poco cansado. Al final, de buen humor, le dijo que continuara con sus cosas, que él se ocuparía de todo.
En 1921, por lo visto, Stella quedó embarazada, pero nunca se sabría de quién. Es posible que haya sido de Lionel, y ciertamente los rumores familiares indican que, por entonces, así lo sospecharon todos.
Fuera como fuese, Stella anunció que no le hacía falta un marido, que el matrimonio no le interesaba y que tendría su bebé con la pompa y ceremonia apropiadas, ya que estaba encantada con la perspectiva de ser madre; si era un niño lo llamaría Julien, y si era una niña, Antha.
Antha nació en noviembre de 1921, una niña sana de tres kilos y medio. Los análisis de sangre indican que Lionel pudo ser el padre. Pero hay que añadir que Antha no se parecía a él y algo no encaja en la imagen de Lionel como padre. Ya lo ampliaremos más adelante.
En 1922 la Gran Guerra había terminado y Stella anunció que haría el gran viaje a Europa que no había podido hacer antes. Con una niñera para el bebé, Lionel a remolque y a regañadientes (había estado estudiando leyes con Cortland y no quería ir) y Cortland, feliz de tomarse un descanso de su trabajo a pesar de que su mujer no quería que fuera, el grupo partió a Europa en primera clase, donde pasaron un año entero viajando.
Según los comentarios de los descendientes de Cortland, el «gran viaje» fue una juerga de borracheras de principio a fin, en el que Stella y Lionel se pasaron semanas sin parar de jugar en Montecarlo. Se alojaron en hoteles de lujo por toda Europa y recorrieron museos y ruinas, por lo general con sus botellas de bourbon en bolsas de papel. Los nietos de Cortland hablan hasta el día de hoy sobre las cartas que el abuelo mandaba a casa, llenas de graciosas descripciones de sus correrías. Mandó también innumerables regalos a su esposa Amanda y a sus hijos.
La leyenda de la familia también cuenta que el grupo sufrió una desgracia mientras estaba en el extranjero. La niñera que había ido con ellos para cuidar a Antha sufrió una especie de «ataque» mientras estaban en Italia y tuvo una caída grave en los escalones de la Piazza di Spagna. Murió en el hospital pocas horas después.
Se llamaba Bertha Marie Becker. Ingresó con heridas graves en la cabeza y entró en coma, del que ya no salió, dos horas después.
Pero durante esas dos horas habló bastante con el médico que la atendía y con el sacerdote que llegó más tarde. Les dijo que Stella, Lionel y Cortland eran «brujos perversos» que le habían echado un maleficio. Que «un fantasma» viajaba con ellos, un hombre maligno de cabello oscuro que se aparecía ante la cuna de Antha a cualquier hora del día o de la noche. Dijo también que la pequeña podía invocar al hombre y cuando éste se inclinaba sobre la cuna, reía contenta; que el hombre no quería que ella lo viese y por eso la había querido matar, empujándola entre el gentío de la Piazza di Spagna.
El doctor y el sacerdote dedujeron que Bertha, una criada analfabeta, estaba loca. El informe concluye con un comentario del médico sobre los patronos de la muchacha: «personas pudientes y muy amables que no repararon en gastos para su atención, y, muy apenados por su suerte, hicieron los preparativos para repatriar el cuerpo».
Por lo que sabemos, en Nueva Orleans nadie se enteró de ese suceso. Bertha sólo tenía a su madre y ésta, por lo visto, no sospechó nada cuando se enteró de que su hija había muerto a causa de una caída. Stella le dio una enorme suma de dinero en compensación por la pérdida de la joven y los descendientes de la familia Becker, hasta 1955, siguieron hablando de ello.
A pesar de la tragedia, el grupo no regresó a casa. Cortland escribió una «carta triste» a su mujer e hijos sobre el tema en la que explicaba que habían empleado a una «adorable italiana» que cuidaba mucho mejor a Antha que la pobre Bertha.
Esta italiana, una mujer de más de treinta años, llamada Maria Magdalena Gabrielli, volvió con la familia y fue niñera de Antha hasta que la niña tuvo nueve años.
No sabemos si vio alguna vez al Impulsor. Vivió en First Street hasta su muerte, y, según nuestros informes, nunca habló con nadie fuera de la familia. La leyenda de la familia sostiene que era una mujer muy culta, sabía leer y escribir en inglés y francés, además de italiano, y tenía «un escándalo en su pasado».
Cortland finalmente se separó del grupo en 1923, cuando el trío llegó a Nueva York. Stella y Lionel, junto con Antha y la niñera, se quedaron en el Greenwich Village, donde Stella entró en contacto con numerosos intelectuales y artistas, y hasta llegó a pintar unos cuadros que siempre calificó de «bastante atroces», a escribir «cosas horribles» y a hacer escultura, «una basura absoluta». Al final decidió, simplemente, disfrutar de la compañía de individuos auténticamente creativos.
Todas las fuentes de información de Nueva York afirman que Stella era generosa en extremo. Dio enormes «ayudas» a varios poetas y pintores. A un amigo sin un céntimo le compró una máquina de escribir, a otro, un caballete, y a un viejo poeta hasta le compró un coche.
Lionel, durante aquella época, retomó su carrera y estudió derecho constitucional con un Mayfair de Nueva York. También pasaba mucho tiempo en los museos de la ciudad y a menudo arrastraba a Stella a la Ópera, que la aburría, a los conciertos, que le gustaban un poco más, y al ballet, que le encantaba.
La leyenda de la familia que circula entre los Mayfair de Nueva York (en nuestro poder desde hace poco, ya que en la época nadie hablaba), retrata a Lionel y Stella como personas absolutamente bohemias y encantadoras, de una energía inagotable, que se divertían continuamente y que a menudo despertaban a otros miembros de la familia llamando a la puerta de madrugada.
Dos fotografías tomadas en Nueva York muestran a Lionel y Stella como un dúo feliz y sonriente. Lionel fue toda su vida un hombre delgado que heredó los ojos verdes y el cabello pelirrojo de su padre. No se parecía en nada a Stella y más de una vez los desconocidos se sorprendían al enterarse de que eran hermanos, pues pensaban que la relación que los unía era otra.
No sabemos si Stella tuvo algún amante en particular. De hecho, su nombre nunca se relacionó con ningún otro (hasta aquel momento) salvo con el de su hermano, aunque era considerada absolutamente indiferente en lo tocante a favores a los hombres. Tenemos información sobre dos jóvenes artistas que se enamoraron de ella apasionadamente, pero Stella «no quería estar atada».
Lo que sabemos de Lionel confirma la imagen de un hombre callado y reservado. Parece que le gustaba observar cómo bailaba, se reía y conversaba Stella con sus amigos. También le gustaba salir con ella, cosa que hacía a menudo y bastante bien; pero siempre permanecía a la sombra de su hermana. Parecía extraer de ella su vitalidad y cuando estaba solo era «como un espejo vacío». Ni siquiera se notaba su presencia.
Al final, en 1924, Stella, Lionel, la pequeña Antha y la niñera, Maria, volvieron a casa. Mary Beth organizó una gran fiesta familiar en First Street, y los descendientes todavía mencionan con tristeza que éste fue el último acontecimiento que celebró antes de caer enferma.
En aquella época ocurrió un incidente muy extraño.
Como ya hemos mencionado, Talamasca tenía un equipo de investigadores preparados que trabajaban en Nueva Orleans, ojos privados que nunca preguntaban para qué queríamos información sobre cierta familia o cierta casa. Uno de estos investigadores, un hombre especializado en casos de divorcio, hizo correr la voz entre los fotógrafos de moda de la ciudad de que pagaría bien cualquier fotografía de la familia Mayfair, especialmente las de quienes vivían en la casa de First Street.
Uno de estos fotógrafos, Nathan Brand, que tenía un estudio de moda en St. Charles Avenue, fue llamado a la casa de First Street para que sacara fotos de la fiesta de bienvenida e hiciera toda una serie de Mary Beth, Stella y Antha, así como del resto de los Mayfair, como si fuera una boda.
Una semana más tarde llevó las fotos a la casa para que Mary Beth y Stella eligieran las que querían. Las mujeres escogieron un buen número y apartaron las que no les interesaban.
En aquel momento, Stella cogió una de las fotos descartadas —ella con su madre y su hija, en la que Mary Beth sostenía la esmeralda alrededor del cuello de la pequeña Antha— y escribió al dorso: «Para Talamasca con cariño, Stella. P.D. Hay otros que también vigilan». Se la devolvió al fotógrafo y se echó a reír a carcajadas, explicándole que su amigo el investigador sabría lo que significaba la frase.
El fotógrafo estaba avergonzado; primero dijo que era inocente y luego pidió perdón por sus tratos con el investigador. Pero Stella no paraba de reír. Luego, de una manera tranquilizadora, le dijo: «Señor Brand, se está poniendo en ridículo. Simplemente déle la foto al investigador». Y eso es lo que el señor Brand hizo.
Nos llegó aproximadamente un mes después y tendría un efecto decisivo sobre nuestra aproximación a la familia Mayfair.
Por entonces, Talamasca no había destinado a ningún miembro en concreto a la investigación de los Mayfair y la información se archivaba a medida que llegaba. Arthur Langtry —un destacado erudito y un notable especialista en brujería— estaba familiarizado con el informe completo, pero durante toda su vida había estado ocupado con otros tres casos, a los que iba a dedicarse hasta su muerte.
Langtry estuvo de acuerdo en releer todo el material, pero asuntos más urgentes se lo impidieron. Fue la persona responsable de aumentar el número de investigadores en Nueva Orleans de tres a cuatro, con el descubrimiento de otro excelente contacto, un hombre llamado Irwin Dandrich, hijo sin recursos de una familia fabulosamente rica, que se movía en los círculos más elegantes de la ciudad vendiendo información en secreto a cualquiera que se la pagara, incluyendo detectives, abogados de divorcios, investigadores de seguros y hasta periódicos sensacionalistas.
Permítaseme recordar al lector que el informe por entonces no incluía esta narración ni se habían cotejado los diferentes materiales. Constaba de las cartas y el diario de Petyr van Abel, un gigantesco compendio de testimonios de testigos, fotografías, artículos de periódicos y cosas por el estilo.
La fotografía, con su obvio mensaje, causó bastante revuelo. Un joven miembro de la orden, un americano de Tejas llamado Stuart Townsend (que tras años de vivir en Londres parecía un inglés), pidió hacer un estudio sobre las brujas Mayfair con vistas a la investigación directa; tras una cuidadosa consideración, el informe completo pasó a sus manos.
Stuart, en aquella época, se dedicaba a otras investigaciones de importancia y le llevó unos tres años completar el estudio del material Mayfair. Volveremos a ocuparnos de él y de Arthur Langtry en el momento oportuno.
Stella, después de su regreso, empezó a vivir del mismo modo que antes de irse a Europa, es decir, frecuentaba tabernas clandestinas, volvía a dar fiestas para sus amigos, la invitaban a muchos bailes de carnaval, donde causaba sensación, y se comportaba en general como la misma mujer fatal y despreocupada de antes.
Nuestros investigadores no tuvieron ningún problema en reunir información sobre ella, porque su presencia era muy visible y objeto de todas las habladurías de la ciudad. Irwin Dandrich escribió a nuestro contacto, una agencia de detectives de Londres (nunca supo adónde iba su información ni para qué servía), que lo único que tenía que hacer para enterarse de todo lo que Stella tramaba era entrar en un salón de baile. Un par de llamadas telefónicas el sábado por la mañana también le proporcionaban montones de información.
Gracias a Dandrich y a otros informadores, el retrato de Stella a su regreso de Europa se hizo cada vez más preciso.
La leyenda de la familia dice que Carlotta censuraba severamente a Stella durante este período, que discutía con Mary Beth sobre ello y le exigió, repetidas veces, en vano, que Stella sentara cabeza. Los cotilleos de los sirvientes (y de Dandrich) lo corroboran y añaden que Mary Beth hacía poco caso de estas críticas y opinaba que Stella era un ser divertido y despreocupado al que no había que atar.
En una ocasión Mary Beth comentó a un amigo de sociedad (que rápidamente se lo contó a Dandrich): «Stella es lo que yo sería si pudiera vivir otra vez. He trabajado duro prácticamente para nada. Dejemos que se divierta».
Debemos señalar que cuando Mary Beth hizo este comentario estaba muy enferma y posiblemente muy cansada. Además, era una mujer demasiado inteligente como para no valorar las diferentes revoluciones culturales de la década de los veinte, cosa que puede resultar difícil de comprender al lector de esta narración de finales del siglo XX.
La auténtica revolución sexual de este siglo empezó en su tumultuosa tercera década, con una de las transformaciones en el vestir femenino más impresionantes que el mundo haya presenciado jamás. Las mujeres no sólo abandonaron sus corsés y faldas largas, sino que con ellos se desprendieron de viejas costumbres y empezaron a beber y bailar en tabernas clandestinas de una manera que tan sólo diez años antes hubiera sido inconcebible. La adopción general del automóvil cerrado brindó a todo el mundo una privacidad sin precedentes, así como una gran libertad de movimientos. La radio empezó a llegar a todos los hogares de Estados Unidos, tanto en las ciudades como en los pueblos. El cine puso a disposición de todos imágenes «de sofisticación y perversidad». Las revistas, la literatura, el teatro, todo se vio transformado radicalmente por una nueva franqueza, libertad, tolerancia e individualidad.
En 1925, se diagnosticó a Mary Beth un cáncer incurable, tras lo cual vivió sólo cinco meses, la mayor parte de ellos aquejada de tan fuertes dolores que apenas salió de la casa.
Retirada en el dormitorio norte, justo encima de la biblioteca, pasó sus últimos días leyendo las novelas que no había podido leer en su juventud. Muchos primos la visitaban y le llevaban ejemplares de los clásicos. Mostró especial interés en las hermanas Brontë, en Dickens —libros que Julien solía leerle de pequeña— y en algunos clásicos ingleses que parecía decidida a leer antes de morir.
A Daniel McIntyre le aterrorizaba la perspectiva de que su mujer lo dejara. Cuando por fin le hicieron comprender que no se recuperaría, se entregó a su última borrachera y, según cuentan, nunca más volvió a estar sobrio.
Durante esta época Carlotta volvió a instalarse en la casa para poder estar más cerca de su madre y sentarse a su lado más de una noche. Cuando Mary Beth sufría demasiado para leer, le pedía a Carlotta que lo hiciera. La leyenda de la familia sostiene que le leyó Cumbres borrascosas completa y un poco de Jane Eyre.
Stella también la acompañaba constantemente. Interrumpió todas sus juergas y se pasaba el tiempo preparando comida para su madre —que a menudo se encontraba tan mal que no podía ni comer— y consultando médicos de todo el mundo, por carta o teléfono, sobre posibles curas.
Al final, el 11 de septiembre de 1925, Mary Beth perdió el conocimiento. Un sacerdote que presenció la escena señaló que empezó a tronar y «a llover a cántaros». Stella salió de la habitación, bajó a la biblioteca y llamó a los Mayfair de toda Luisiana e incluso a los parientes de Nueva York.
Según el cura, los criados presentes y numerosos vecinos, los Mayfair empezaron a llegar a las cuatro y no paró de llegar gente durante las siguientes doce horas. Los coches ocupaban toda First Street hasta St. Charles Avenue, y Chestnut Street desde Jackson hasta Washington.
El aguacero continuó; por momentos amainaba un poco y se convertía en una llovizna, para seguir a continuación una lluvia regular. En realidad llovía sólo sobre Garden District y en ninguna otra parte de la ciudad. A pesar de todo, nadie dio importancia al hecho.
Por otra parte, la mayoría de los Mayfair de Nueva Orleans llegaron con sus paraguas y gabardinas, como si dieran por sentado que habría tormenta.
Los criados iban de un lado a otro y servían café y vino europeo de contrabando a los primos que llenaban los salones, la biblioteca, el vestíbulo, el comedor y hasta se apiñaban, sentados, en la escalera.
A medianoche empezó a arreciar el viento. Los enormes robles, centinelas de la casa, se agitaban con tal ferocidad que algunos temieron que las ramas fueran arrancadas de cuajo. Las hojas caían formando una cortina tan espesa como la lluvia.
La habitación de Mary Beth estaba llena de hijos y sobrinos y, no obstante, se guardaba un respetuoso silencio. Carlotta y Stella estaban sentadas en el extremo de la cama más alejado de la puerta, mientras los primos entraban de puntillas.
No se veía a Daniel McIntyre por ninguna parte, y la leyenda de la familia cuenta que hacía rato que dormía la mona en la cama de Carlotta, en el apartamento, al otro lado de los establos.
Hacia la una, había miembros de la familia Mayfair con cara de circunstancia en las galerías delanteras, e incluso en el sendero, de pie, bajo la lluvia y el viento, con sus inestables paraguas. Muchos amigos de la familia se guarecían bajo las ramas de los robles, tapándose la cabeza con periódicos y con el cuello subido por el viento. Otros esperaban en los coches estacionados en doble fila a lo largo de Chestnut y First Street.
A la una y treinta y cinco, el doctor Lyndon Hart, el médico que la asistía, se sintió desconcertado, como si «algo extraño» sucediera en la habitación, como más tarde confesaría a algunos colegas.
En 1929 confió lo siguiente a Irwin Dandrich:
«Yo sabía que le quedaba poco. Había dejado de tomarle el pulso porque me parecía de mal gusto levantarle la mano sin cesar para hacer el gesto a los demás de que seguía viva. Cada vez que me acercaba a la cama, claro está, los primos lo notaban y se oían sus murmullos ansiosos en el pasillo. Así que más o menos durante la última hora no hice nada. Simplemente esperaba y observaba. Sólo sus familiares más cercanos estaban junto a la cama, además de Cortland y su hijo Pierce. Ella estaba con los ojos entrecerrados y la cabeza vuelta hacia Stella y Carlotta. Esta última le sostenía la mano. Mary Beth respiraba de forma muy irregular. Yo le había dado toda la morfina que me había atrevido.
Y entonces sucedió. Quizá me quedé dormido y lo soñé, pero en aquel momento me pareció muy real… Me encontré rodeado de un grupo de personas completamente diferentes; una anciana, por ejemplo, a quien conocía pero no recordaba, se inclinaba sobre Mary Beth, y también un anciano muy alto, que por supuesto era de la familia. De verdad, había mucha gente diferente. Y luego estaba aquel hombre, un joven pálido, muy bien vestido, con un elegante traje antiguo, que se inclinaba sobre ella, la besaba en los labios y le cerraba los ojos.
Seguí como estaba, aunque me sobresalté. Los primos lloraban en el pasillo. Cortland Mayfair también lloraba. Y otra vez llovía a cántaros y los truenos eran ensordecedores. El súbito resplandor de un relámpago me permitió ver el rostro de Stella, que me miraba, con una expresión de lo más apática y desdichada. Carlotta también lloraba y yo supe sin ninguna duda que mi paciente había muerto, y, efectivamente, tenía los ojos cerrados.
En realidad, yo no lo había dicho. Examiné a Mary Beth inmediatamente y confirmé que todo había acabado, pero ellos ya lo sabían. Todos ellos. Miré a mi alrededor; trataba desesperadamente de ocultar mi momentánea confusión, y vi a la pequeña Antha en el rincón, detrás de su madre, junto al joven caballero; entonces, de repente, éste desapareció. En realidad desapareció tan aprisa que no estoy seguro de haberlo visto.
Pero le diré por qué creo que estaba allí. También lo vio alguien más: Pierce Mayfair, el hijo de Cortland. Después de la desaparición del hombre me volví rápido y me di cuenta de que Pierce miraba fijamente hacia el mismo rincón. Luego miró a Antha y a continuación a mí. De inmediato trató de disimular, como si no hubiera pasado nada, pero yo sé que vio al hombre.
El resto de las personas que había visto tampoco estaban allí, ni la vieja dama ni el anciano caballero alto. ¿Sabe quién era? Creo que Julien Mayfair. Yo no llegué a conocerlo, pero vi un retrato de él aquella misma mañana en la pared del pasillo, frente a la biblioteca.
Para ser sincero, creo que ninguno de los que estaban en el cuarto me prestaron la menor atención. Las criadas empezaron a enjugar el rostro de Mary Beth y a arreglarla para que los primos entraran a verla por última vez. Alguien empezó a encender unas velas. Y la lluvia, la lluvia era terrible. Se filtraba incluso por las ventanas.
Lo siguiente que recuerdo es que trataba de abrirme paso entre una fila de primos para bajar por la escalera. Luego entré en la biblioteca, donde estaba el padre McKenzie, para hacer el certificado de defunción. El sacerdote, sentado en el sofá de cuero al lado de Belle, le decía las cosas habituales en estos casos, que su madre se había ido al cielo y que allí se volverían a encontrar. Pobre Belle, no paraba de decir: “No quiero que se vaya al cielo, quiero verla ahora”. ¿Cómo puede llegar a entender algo así ese tipo de gente?
En el momento en que me marchaba vi el retrato de Julien y me impresionó comprobar que era el hombre que acababa de ver. En realidad sucedió algo bastante curioso. Estaba tan sorprendido que dije en voz alta, sin pensarlo: “¡Éste es el hombre!”
En el pasillo había una persona, creo que fumaba un cigarrillo, y levantó los ojos, me miró, luego miró el retrato de la pared, a su izquierda, y con una ligera carcajada dijo: “No, no, éste no es el hombre. Éste es Julien”.
Cuando consideré que ya había pasado el tiempo apropiado, le conté todo esto a Cortland. No se mostró sorprendido. Escuchó con atención y dijo que le parecía bien que se lo contara pero que él no había visto nada raro en aquella habitación.
No vaya contando esta historia por ahí a todo el mundo. En Nueva Orleans los fantasmas son bastante comunes, pero no los médicos que los ven. Y no creo que a Cortland le guste que yo empiece a contarlo. Y, por supuesto, nunca se lo comenté a Pierce. En cuanto a Stella, bueno, francamente dudo de que le importen estas cosas. Si a Stella le importa algo, me gustaría saber qué es».
Todos coinciden en que Daniel McIntyre no pudo con la ceremonia. Carlotta lo sacó de la misa de réquiem, se lo llevó a casa y luego volvió antes de que la gente se fuera de la iglesia.
Antes del entierro, en el cementerio de Lafayette, se pronunciaron varios discursos breves. Pierce Mayfair se refirió a Mary Beth como a una gran consejera; Cortland alabó su amor a la familia y su generosidad para con todos, y Barclay Mayfair dijo que era irreemplazable y que quienes la habían conocido y amado nunca la olvidarían. Lionel estaba ocupadísimo consolando a la perpleja Belle y a Millie Dear, que no paraban de llorar.
La pequeña Antha no estaba ni tampoco la pequeña Nancy (una Mayfair adoptada que ya hemos mencionado y a la que Mary Beth presentaba como hija de Stella).
Stella estaba abatida, aunque no tanto como para no escandalizar a los primos, al hombre de la funeraria y a los numerosos amigos de la familia, pues se sentó en la tumba vecina al final de los discursos, con las piernas colgando, mientras se tomaba unos tragos de la famosa botella metida en una bolsa de papel marrón. En el momento en que Barclay concluía su discurso dijo, bastante alto: «¡Barclay, date prisa! Ella detestaba este tipo de cosas. Si no acabas de una vez, se levantará de la tumba y te dirá que te calles».
El hombre de la funeraria señaló que muchos primos se rieron al oírla y otros trataron de impedir que rieran. Hasta Barclay rió. Cortland y Pierce apenas sonrieron; parece que la familia estaba dividida según su origen étnico. Una versión sostiene que los primos franceses se sentían mortificados por el proceder de Stella, pero que todos los irlandeses rieron.
Así pues Barclay se enjugó la nariz y dijo: «Adiós, amada mía», besó el ataúd, abrazó a Cortland y Garland y empezó a sollozar. Stella saltó de la tumba, se acercó al féretro, lo besó y dijo al cura: «Adelante, padre».
Durante las últimas palabras en latín del sacerdote, Stella sacó una rosa de una corona, cortó el tallo y se la puso en el pelo.
Luego, los familiares más cercanos se retiraron a la casa de First Street y, antes de la medianoche, ya se oía música de piano y canciones tan altas que los vecinos no podían creerlo.
Cuando murió el juez McIntyre, el funeral fue mucho más modesto, pero extremadamente triste. Muchos Mayfair lo querían de verdad y lo lloraron.
Antes de continuar, quisiéramos señalar una vez más que, por lo que sabemos, Mary Beth fue la última bruja realmente poderosa de la familia. Cabría preguntarse qué habría hecho con sus poderes si no hubiera estado tan centrada en la familia y sido tan práctica y absolutamente indiferente a la vanidad y todo tipo de notoriedad. Por lo visto, todo cuanto hizo a la larga fue en beneficio de su familia. Incluso su búsqueda del placer, que se manifestaba en las reuniones, ayudó a la familia a adquirir una identidad y conservar una imagen fuerte de sí misma en aquellos tiempos de tantos cambios.
Stella no demostró este amor por la familia y tampoco era práctica, no le importaba la notoriedad y también amaba el placer. Pero la clave para comprender a Stella es que no era ambiciosa. Parecía tener pocas metas auténticas.
«Vivir», podía ser su lema.
A partir de este momento, y hasta 1929, la historia pertenece a ella y a su pequeña Antha, una chiquilla pálida de voz dulce.
Continuación de la historia de Stella
La leyenda de la familia y las habladurías de los vecinos y de la gente de la parroquia coinciden en que el desenfreno de Stella aumentó tras la muerte de sus padres.
Mientras Cortland y Carlotta se peleaban por la fortuna del legado y la forma en que debía administrarse, Stella daba fiestas escandalosas en First Street para sus amigos. Las pocas que celebró para su familia en 1926 eran igual de escandalosas, con cerveza y bourbon clandestino, orquestas de dixieland y gente que bailaba el charlestón hasta el amanecer. Muchos primos mayores se marchaban temprano de estas fiestas y otros jamás volvieron a la casa de First Street.
Algunos nunca más volvieron a ser invitados. Entre 1926 y 1929, Stella poco a poco desmanteló la extensa familia construida por su madre. O mejor dicho, rehusó seguir guiándola y se apartó de ellos. Un gran número de primos perdió contacto por completo con la casa de First Street y sus hijos sabían poco o nada sobre ella. Estos descendientes han sido la fuente de rumores y leyendas sobre la familia más rica que hemos tenido.
«Fue el principio del fin», según uno de ellos. «Stella, simplemente, no quería que la fastidiaran», señala otro. «Sabíamos demasiado sobre ella y ella lo sabía. No quería vernos cerca», añade un tercero.
La imagen que tenemos de Stella durante este período es la de una persona muy activa y feliz que se preocupaba mucho menos que su madre por la familia, y que, sin embargo, se interesaba apasionadamente por muchas otras cosas, especialmente los artistas jóvenes. Mucha gente «interesante» frecuentaba la casa de First Street, incluyendo algunos pintores y escritores que había conocido en Nueva York.
Gran número de intelectuales asistían a las fiestas de Stella. En realidad, se convirtió en una persona de moda entre aquellos que no tenían miedo de correr riesgos sociales. La sociedad tradicional en la que Julien solía moverse estaba completamente cerrada para ella, o por lo menos eso es lo que sostenía Irwin Dandrich. Pero es dudoso que Stella lo supiera o le importara.
No tenemos evidencias que relacionen a personas específicas con ella; pero mantenía contactos con gente bohemia del Barrio Francés, frecuentaba los cafés y las galerías de arte, invitaba a músicos para que tocaran en su casa y abría las puertas a pintores y poetas sin un céntimo, tal como había hecho en Nueva York.
Para los sirvientes esto significaba caos; para los vecinos, escándalo y ruido. Pero Stella no era una borracha disoluta como su padre legal, al contrario, con todo lo que bebía nunca se la vio ebria y durante estos años parece haber tenido buen gusto e ideas.
Al mismo tiempo, emprendió la renovación de la casa. Se gastó una fortuna en pintarla, enlucirla y poner nuevos cortinajes y finos muebles art déco. Llenó el salón doble de maceteros con palmeras, tal como ha descrito Richard Llewellyn. Compró un piano de cola Bösendorfer y más tarde, en 1927, instaló un ascensor. Antes ya había hecho construir una piscina inmensa al fondo del jardín y una cabaña a un costado para que los invitados pudieran ducharse y cambiarse sin tener que molestarse en ir a la casa.
Todo esto —los nuevos amigos, las fiestas y la renovación— molestó a los primos más tradicionales, pero lo que realmente los volvió contra ella —y fue origen de numerosas habladurías que más adelante hemos reunido— fue que al cabo de un año de la muerte de Mary Beth, Stella dejó de celebrar las grandes reuniones familiares.
Cortland, a pesar de que lo intentó, no logró convencerla de que organizara alguna fiesta familiar a partir de 1926. Y aunque él personalmente frecuentaba sus veladas, bailes, o como se llamaran, y su hijo Pierce a menudo lo acompañaba, otros primos, invitados también, se negaron a asistir.
Durante el carnaval de 1927, Stella organizó un baile de disfraces que dio que hablar en Nueva Orleans por seis meses. Asistió gente de todos los niveles sociales; la casa de First Street estaba soberbiamente iluminada y corría el champán de contrabando a raudales, mientras una banda de jazz tocaba en el porche lateral. Decenas de invitados se bañaban desnudos y al amanecer se había organizado una orgía a gran escala, o por lo menos eso es lo que dijeron los escandalizados vecinos. Los primos excluidos estaban furiosos. Irwin Dandrich menciona que pidieron explicaciones a Carlotta Mayfair, pero todo el mundo conocía la explicación: Stella no quería una manada de aburridos primos dando vueltas por ahí.
Los criados informaron que Carlotta Mayfair estaba indignada por el ruido y la duración de la fiesta, por no mencionar los gastos. Poco antes de medianoche se fue de la casa con la pequeña Antha y Nancy (la adoptada) y no volvió hasta la tarde siguiente.
Éste fue el primer enfrentamiento público entre Stella y Carlotta; pero los primos y amigos pronto se enteraron que habían hecho las paces. Lionel se había ocupado de mediar entre las hermanas y Stella consintió en pasar más tiempo en casa con Antha, no hacer tanto ruido ni gastar tanto dinero. El dinero parecía un asunto de especial preocupación para Carlotta, que pensaba que llenar una piscina con champán era un «pecado».
Aquel mismo año, tuvo lugar el primero de una serie de misteriosos acontecimientos sociales. Sabemos, a través de la leyenda de la familia, que Stella escogió a ciertos primos Mayfair y los invitó a «una interesante velada» en la que iban a discutir la historia de la familia y sus singulares «dones psíquicos». Algunos dicen que se celebró una sesión espiritista y otros que era una ceremonia vudú.
(Los cotilleos de los sirvientes abundaban en historias de Stella y ceremonias vudú. Stella contó a varios amigos que sabía todo sobre el vudú, que tenía conocidos de color en el Barrio Francés que la habían introducido en el tema.)
Obviamente, muchos primos no comprendieron la razón de estas reuniones, no tomaron en serio estas habladurías sobre el vudú y se mostraron resentidos por haber sido dejados de lado.
En efecto, la reunión causó auténtica indignación en la familia. ¿Por qué se molestaba Stella en ahondar en la genealogía y llamar a este primo y aquel otro, a los que nadie había visto últimamente, y ni siquiera tenía la cortesía de invitar a los que habían conocido y querido a Mary Beth? Las puertas de First Street siempre habían estado abiertas a todo el mundo, pero ahora, en cambio, Stella tenía el descaro de elegir a sus invitados, pero ni siquiera tenía la amabilidad de asistir a las graduaciones ni de mandar regalos de boda o de bautizo. Se comportaba como «una perfecta ya sabe qué».
A pesar de todos los cotilleos, no pudimos averiguar quién asistió a esta extraña reunión. Sólo sabemos que Lionel estuvo allí, así como Cortland y su hijo Pierce, que por entonces tenía diecisiete años, estudiaba con los jesuitas y ya había sido admitido en Harvard.
Sabemos también, por comentarios de la familia, que la reunión duró toda la noche y que un rato antes de que terminara Lionel «se marchó, asqueado». Los primos que asistieron y que no quisieron contar lo que había sucedido, fueron muy criticados por los otros. Los chismes de sociedad, filtrados por Dandrich, sostenían que Stella explotaba «un pasado de magia negra» y que todo era puro teatro.
Hubo otras reuniones de este tipo, pero ésta, en particular, fue celebrada en estricto secreto y todos los participantes juraron no divulgar nada de lo que había sucedido.
Los contactos en el terreno legal informan de discusiones de Carlotta Mayfair con Cortland sobre estos asuntos y sobre la posibilidad de sacar de la casa a las pequeñas Antha y Nancy. Stella se negaba a que su hija fuera a un internado y «todo el mundo lo sabía».
Mientras tanto, Lionel se peleaba con Stella. Un informador anónimo llamó a uno de nuestros investigadores y le dijo que Stella y Lionel habían tenido una discusión en un restaurante del centro y que este último se había largado.
Cuando el investigador empezó a averiguar qué pasaba, descubrió que en la ciudad era del dominio público que la familia estaba enfrentada por la pequeña Antha. Stella amenazaba con irse de nuevo a Europa con su hija y suplicaba a Lionel que fuera con ella, mientras Carlotta había ordenado a su hermano que se quedara.
Entretanto, Lionel empezó a ir a misa a la catedral de St. Louis con una de las primas, una sobrina nieta de Suzette Mayfair llamada Claire Mayfair, cuya familia vivía en una hermosa casa antigua en Esplanade Avenue, que los descendientes conservan hasta el día de hoy. Dandrich insiste que esto dio lugar a muchas habladurías.
Los criados mencionan innumerables peleas familiares, portazos y gente gritando.
Carlotta prohíbe nuevas «ceremonias vudú» y Stella la echa de la casa.
«Sin nuestra madre ya nada es igual —dijo Lionel—. Todo empezó a derrumbarse con la muerte de Julien, pero sin nuestra madre es imposible. Carlotta y Stella son como el agua y el aceite».
Si Antha y Nancy llegaron a ir alguna vez a la escuela, fue debido a Carlotta. Los pocos expedientes escolares de Antha que hemos podido examinar indican que Carlotta la inscribió y luego asistió a las reuniones en las que le solicitaron que la sacara.
Según el decir general, Antha era completamente inepta para la escuela.
En 1928, ya la habían echado de St. Alphonsus.
La hermana Bridget Marie, que recuerda a Antha tan bien como a Stella, cuenta casi lo mismo de ella que de su madre. Pero vale la pena citar su testimonio completo sobre este período y sus diversos acontecimientos. Esto es lo que me contó en 1969:
«El amigo invisible estaba siempre con Antha. Ella se volvía y le hablaba en voz baja, como si no hubiera nadie más allí. Por supuesto, él le daba las respuestas cuando no las sabía. Todas las hermanas estaban al tanto de lo que sucedía.
Y lo peor de todo es que algunas niñas hasta lo veían con sus propios ojos en el patio de la escuela. Verá usted, era una niña tímida. Se iba al fondo, se sentaba contra la pared de ladrillos, en un rincón en el que daba el sol que se filtraba entre los árboles, y leía su libro. Y al cabo de un rato él también aparecía allí. Decían que era un hombre. ¿Se imagina? ¿Y me pregunta si sé lo que significa “el hombre”?
Ay, todo el mundo se impresionaba al saber que era un hombre adulto. Porque hasta entonces creíamos que era un niño, una especie de espíritu infantil, no sé si me entiende, pero era un hombre, un hombre alto de cabello oscuro. Y eso daba que hablar.
No, yo no lo vi nunca. Ninguna de las hermanas lo vio. Pero las niñas sí, y se lo contaron al padre Lafferty. Yo también se lo conté y él llamó a Carlotta Mayfair y le dijo: “Tiene que sacar a la niña de la escuela”.
En aquella época era inútil llamar a Stella. Todo el mundo sabía que practicaba la brujería. Iba al Barrio Francés y compraba velas negras para hacer vudú. ¿Sabía usted que también metía a otros Mayfair en ello? Sí, eso es lo que hacía. Yo me enteré mucho después que había llamado a todos sus primos brujos para que fueran a la casa.
Tuvieron una sesión de espiritismo. Encendieron velas negras y quemaron incienso mientras cantaban canciones al diablo y pedían que aparecieran sus antepasados. Esto es lo que me contaron. No sé muy bien quién me lo dijo, pero me lo dijeron y, además, lo creo».
Durante el verano de 1928, Pierce Mayfair, el hijo de Cortland, decidió ir a la Universidad de Tulane en lugar de Harvard, pese a la oposición de su padre y sus tíos. Pierce había asistido a todas las reuniones secretas de Stella, según Dandrich, y ambos estaban muy unidos. El joven todavía no había cumplido los dieciocho.
A finales de 1928, los informadores legales señalan que Carlotta había declarado que Stella era una madre incompetente y alguien tenía que quitarle legalmente la custodia de la niña. Cortland negó estos rumores ante sus amigos, pero todo el mundo sabía que «cada vez era más cierto», según Dandrich. También sabemos de reuniones familiares en las que Carlotta exigió a los hermanos Mayfair que se pusieran de su parte.
Mientras tanto, Stella y Pierce iban juntos de un lado a otro, noche y día, a menudo llevando a la pequeña Antha a remolque. Stella no paraba de comprarle muñecas y la llevaba a desayunar todas las mañanas a un hotel diferente del Barrio Francés. Pierce la acompañó a comprar una propiedad en Decatur Street que ella pensaba convertir en un estudio para estar sola.
«Así, Millie Dear, Belle y Carlotta pueden quedarse con la casa», dijo Stella al agente inmobiliario. Pierce festejaba todo lo que ella decía, mientras Antha, una niña de siete años de piel de porcelana y ojos azul claro, abrazaba un gigantesco oso de peluche. Más tarde fueron a almorzar todos juntos, incluido el agente, que tiempo después contaría a Dandrich: «Stella es encantadora, absolutamente encantadora. Creo que su familia de First Street la deprime».
En 1928, los rumores afirman que Carlotta Mayfair había dado el increíble paso de intentar conseguir la custodia de Antha, por lo visto con el propósito de enviarla a una escuela. Se firmaron y archivaron ciertos documentos. A Cortland lo horrorizaba que Carlotta hubiera llevado las cosas tan lejos. Finalmente, y pese a haber estado en buenos términos con ella hasta esta coyuntura, la amenazó con oponerse por medios legales si no abandonaba esa idea. Barclay, Garland, el joven Sheffield y otros miembros de la familia se pusieron de parte de Cortland. Nadie llevaría a Stella a juicio para quitarle la niña mientras viviera Cortland. Lionel también se alineó junto a Cortland. Se dice que estaba destrozado por aquel incidente y hasta sugirió irse a Europa con Stella y dejar a Antha en manos de Carlotta por un tiempo. Por fin, esta última retiró la petición de custodia de la niña. Pero las cosas entre ella y los descendientes de Julien nunca volverían a ser como antes. Empezaron a discutir por cuestiones de dinero; disputa que ha continuado hasta el día de hoy.
En algún momento de 1927, Carlotta convenció a Stella de que firmara un poder a su favor para poder ocuparse de ciertos asuntos de los cuales ésta no quería saber nada.
Carlotta intentó entonces emplear este poder para tomar importantes decisiones con respecto al enorme legado Mayfair, que, desde la muerte de Mary Beth, había estado por completo en manos de Cortland.
La leyenda de la familia, los documentos legales y los rumores de la buena sociedad coinciden en que los hermanos Mayfair —Cortland, Garland, Barclay y, más tarde, Pierce, Sheffield y otros— se negaron a respetar ese pedazo de papel. Rehusaron seguir las órdenes de Carlotta referentes a liquidar las inversiones arriesgadas y enormemente provechosas que habían realizado durante años en nombre del legado Mayfair. Llevaron a Stella rápidamente al despacho para que revocara el poder y confirmara que eran ellos los únicos gestores.
A pesar de todo, ha habido interminables enfrentamientos entre Carlotta y los hermanos, que se mantienen hasta el presente. Después del episodio de la custodia de la niña, Carlotta no volvió a confiar en los hijos de Julien ni a tenerles simpatía. En numerosas ocasiones les ha pedido información, declaraciones completas, cuentas detalladas y explicaciones de lo que hacían, de modo que quedara implícito que si no daban buena cuenta de su proceder, los llevaría a juicio en nombre de Stella (luego en nombre de Antha y, más tarde y hasta la fecha, en nombre de Deirdre).
Los hermanos Mayfair se sintieron heridos y desconcertados por su falta de confianza, pero contestaron pacientemente a todos los requerimientos, pese a que Carlotta cada vez les exigía más explicaciones, sacaba nuevos asuntos para estudiar, solicitaba nuevas reuniones, hacía más llamadas y más amenazas veladas.
Es interesante señalar que todos los empleados y pasantes que trabajaron alguna vez para Mayfair y Mayfair parecían comprender este «juego», a pesar de que los hijos de Julien siempre se sintieron heridos y molestos por el hecho, como si no comprendieran la raíz del problema.
En 1928 ya los habían obligado a alejarse de la casa de First Street, donde todos ellos habían nacido. Si bien veinticinco años más tarde, cuando Cortland y Pierce pidieron ver algunas pertenencias de Julien en la buhardilla, no les permitieron entrar, en 1928 algo así habría sido inconcebible.
Durante el otoño de 1928, Pierce prácticamente vivía en la casa, e incluso en la primavera de 1929 iba a todas partes con Stella y se llamaba a sí mismo «secretario privado, chófer, saco de boxeo y paño de lágrimas». Cortland lo aguantaba, pero no le gustaba. Decía a sus amigos que Pierce era un buen chico, que se cansaría de todo el asunto y se marcharía a estudiar al este como habían hecho los otros muchachos.
En realidad, Pierce no tuvo oportunidad de cansarse de Stella. Pero ya entramos en el año 1929 y debemos interrumpir esta historia para relatar el extraño caso de Stuart Townsend, un hermano de Talamasca que quiso con todas sus fuerzas relacionarse con Stella durante el verano de aquel año.