Capítulo XXII

Red Gold City estaba en la mejor época para una noche de esparcimiento. Había habido su poquito de juego, algunas peleas y derroche más que suficiente de licores para originar la excitación necesaria, pero la presencia de la policía montada contribuyó a que todo transcurriese por excepción mansamente, comparado con los sucesos ocurridos algunos centenares de kilómetros más al Norte, en la región de Dawson. La diversión organizada por Sandy Mac Trigger y Jan Harker fue acogida con entusiasmo extraordinario. La noticia se difundió por treinta kilómetros a la redonda de Red Gold City y no hubo nunca en la ciudad excitación semejante a la que reinó durante la tarde y la noche del combate. Ello se debía, en gran parte, a que Kazán y el enorme Danés habían sido expuestos a la admiración pública, cada uno en su jaula correspondiente, y empezó la fiebre de las apuestas. Trescientos hombres, cada uno de los cuales estaba dispuesto a pagar cinco dólares por presenciar la lucha, examinaban a los gladiadores a través de los barrotes de sus jaulas. El perro de Harker era una combinación de danés y mastín, nacido en el Norte y educado en el tiro de trineos. Las apuestas lo favorecieron en la proporción de dos a uno y a veces llegaron a tres a uno. Los que apostaban su dinero por Kazán eran hombres acostumbrados a vivir en el desierto, que sabían lo que eran perros y que conocían muy bien el significado de la mancha roja en sus ojos. Un viejo minero de Kootenay, dijo en voz baja al oído de otro:

—He apostado por él porque tengo la seguridad de que vencerá al Danés. Éste no sabe pelear.

—Pero lo aventaja en peso —objetó el otro—. Míralo bien.

—Sí, pero tiene el cuello blando y el vientre desarrollado —contestó el hombre de Kootenay—. Por lo que más quieras no apuestes por el Danés.

Otros partidarios tenía Kazán, el cual, al principio, gruñía enfurecido a los rostros que se aparecían delante de la jaula, pero luego dejó de hacerles caso y solamente de vez en cuando volvía los ojos a ellos, echado como estaba en la jaula, con la cabeza entre sus patas delanteras.

El combate debía efectuarse en el establecimiento de Harker, que era un poco salón de baile y de café. Los bancos y mesas habían sido retirados y en el centro se instaló una enorme jaula de tres metros y medio de lado, sobre una tarima de un metro de alto. Alrededor de ella se colocaron los asientos para los trescientos espectadores y casi encima de la jaula que no tenía techo, había colgadas dos enormes lámparas de petróleo.

Eran las ocho de la noche cuando Harker, Mac Trigger y otros dos hombres hicieron entrar a Kazán en el lugar del combate por medio de unas barras de madera. El Danés estaba ya en el recinto destinado a la lucha. Parpadeaba deslumbrado por la brillante luz de las lámparas y al ver a Kazán enderezó las orejas, pero el recién llegado no enseñó los dientes y en ninguno de los perros se advertía la menor señal de la esperada animosidad. Era la primera vez que se veían uno a otro y al advertir los espectadores la actitud pacífica de los animales, hubo un murmullo de disgusto. El Danés se quedó tan inmóvil como una roca cuando Kazán fue obligado a entrar en la jaula destinada a la lucha. No saltó ni gruñó, sino que se quedó mirando a Kazán en actitud interrogante y luego miró de nuevo a las ansiosas caras de los espectadores. Por espacio de unos instantes Kazán permaneció con las patas rígidas frente a frente del Danés. Luego abandonó su rigidez y también a su vez miró fríamente a la multitud que había esperado una lucha a muerte. Una carcajada burlona recorrió las filas de los allí reunidos y en seguida se oyeron voces irónicas y gritos insultantes para Harker y Mac Trigger, reclamando el dinero de la entrada, y a cada momento crecía el descontento. El rostro de Sandy estaba rojo de ira y las azules venas de la frente de Harker habían adquirido un volumen doble del normal. Después, enseñando su cerrado puño a la multitud, gritó:

—¡Esperad! ¡Tened un poco de paciencia, estúpidos!

Estas palabras acallaron momentáneamente las protestas. Kazán se había vuelto, mientras tanto, y miraba a su enorme contrario, el cual también dirigía su atención hacia Kazán. Éste se adelantó un poco, prudentemente, y preparado para el ataque. Los pelos de la espalda del Danés se erizaron y a su vez se acercó algo a Kazán, de manera que los dos estaban rígidos a un metro y medio de distancia. En aquellos instantes se habría oído volar una mosca en el gran salón. Sandy y Harker, que estaban junto a la jaula, apenas se atrevían a respirar, mientras los dos espléndidos animales, vencedores en cien luchas y valientes hasta la temeridad, se miraban uno a otro. Nadie pudo, ver la interrogadora mirada en sus ojos de irracional y nadie sabía que en aquel emocionante momento la invisible mano del maravilloso espíritu de las selvas se interponía entre ellos y obraba el milagro de dotar a sus mentes de comprensión. De Haberse encontrado en campo abierto, o si hubieran sido rivales en tiro de un trineo, no Hay duda de que ya habrían empeñado tremenda batalla, pero en el lugar en que se Hallaban, sintieron la llamada de la fraternidad. En el momento final, cuando solamente los separaba un paso y los hombres esperaban la terrible acometida, el espléndido Danés levantó lentamente la cabeza y por encima de la espalda de Kazán miró a las luces brillantes. Harker tembló y por lo bajo maldijo a su perro, pues su garganta quedaba expuesta a su contrario. Pero no había peligro alguno, pues entre los dos animales se había celebrado un silencioso tratado de paz. Kazán no saltó, sino que unió amistosamente su cuerpo al del Danés, y, magníficos ambos en su desdén hacia el hombre, miraban a través de los barrotes de su prisión a aquel mar de rostros Humanos.

Un rugido salió de entre la multitud, rugido de cólera, de amenaza. En su rabia, Harker empuñó el revólver y apuntó al Danés, pero en aquel instante, dominando el tumulto de la multitud, lo hizo detenerse una voz que gritó:

—¡Alto! ¡Alto en nombre de la Ley!

Por un momento reinó el silencio y todos los rostros se volvieron hacia el que acababa de hablar. Detrás de la última fila había dos hombres, uno de los cuales era el Sargento Brokaw, de la Real Policía Montada del Noroeste, quien acababa de dar aquella orden. Tenía la mano derecha levantada, imponiendo el silencio y la atención. En la silla inmediata a la suya había otro hombre, delgado, con los hombros caídos y de pálido y liso rostro, un hombre pequeño cuyo aspecto físico y hundidas mejillas no daban a entender los muchos años que había pasado en el límite de las regiones árticas. Y este hombre habló mientras el sargento tenía la mano levantada. Su voz era baja y tranquila, y dijo:

—Doy quinientos dólares a los dueños de esos perros si quieren venderlos.

Todos los que estaban en el salón oyeron la oferta y Harker miró a Sandy. Por un instante se juntaron sus cabezas.

—No pelearán y, en cambio, serán dos excelentes perros de trineo —continuó diciendo el hombrecillo—. Doy a sus dueños quinientos dólares.

Harker levantó la mano, diciendo:

—Dé usted seiscientos y los vendemos.

El hombrecillo vaciló, pero luego hizo una señal de asentimiento.

—Daré seiscientos dólares —dijo.

Entre la turba de los espectadores surgió un coro de murmullos de descontento y Harker se subió sobre el extremo de la tarima.

—Nada se nos puede reprochar si no han querido pelearse —gritó—, pero si hay alguno de vosotros lo bastante miserable para reclamar el dinero de la entrada, se le dará a la salida. Los perros nos han engañado y eso es todo. Nada se nos puede recriminar.

El hombrecillo se abría paso por entre las sillas, acompañado por el sargento de policía. Y una vez estuvo ante la jaula miró de cerca a Kazán y al enorme Danés.

—Me parece que seremos buenos amigos —dijo en voz tan baja que solamente pudieron oírlo los perros—. Es un precio crecido, pero me resignaré, pues necesito un par de amigos de cuatro patas y de vuestra calidad.

Y nadie supo por qué Kazán y el Danés se acercaron al lado de la jaula en que estaba su nuevo dueño, cuando éste sacó un gran fajo de billetes y contó seiscientos dólares para Harker y Sandy Mac Trigger.