Bennett fue al coche mientras yo me quedaba en la recepción dejando las llaves de las habitaciones. Con una última mirada al vestíbulo, intenté recordar todo lo que había pasado en aquel viaje. Cuando salí y vi a Bennett al lado del botones, mi corazón empezó a latir como un loco bajo mis costillas. Todo me daba vueltas todavía. Me di cuenta de que me había dado muchas oportunidades de decirle lo que quería y yo había estado demasiado insegura de si podíamos hacer que funcionara. Aparentemente él era más fuerte que yo.
«Me estoy enamorando de ti».
Se me retorció el estómago deliciosamente.
El señor Gugliotti vio a Bennett desde la acera y se acercó. Se estrecharon las manos y parecieron intercambiar comentarios corteses. Quería acercarme y unirme a la conversación como una más, pero me preocupaba no poder contener lo que estaba ocurriendo en ese momento en mi corazón y que mis sentimientos por Bennett se vieran en mi cara.
El señor Gugliotti me miró, pero no pareció reconocerme fuera de contexto. Volvió a mirar a Bennett y asintió ante algo que había dicho. Esa falta de reconocimiento me hizo dudar aún más. Todavía no era alguien en quien se fijara la gente. Tenía en las manos los papeles del hotel, la lista de cosas por hacer de Bennett y su maletín. Me quedé algo alejada: solo una becaria.
Haciendo tiempo, intenté disfrutar de los últimos momentos de brisa del mar. La voz profunda de Bennett me llegaba desde la distancia que nos separaba.
—Parece que entre todos sacaron unas cuantas buenas ideas. Me alegro de que Chloe tuviera la oportunidad de participar en el ejercicio.
El señor Gugliotti asintió y dijo:
—Chloe es inteligente. Todo fue bien.
—Estoy seguro de que podemos ponernos en contacto a través de videoconferencia pronto para empezar el proceso de traspaso de la cuenta.
«¿Ejercicio? ¿Empezar?» Pero ¿no es eso lo que he hecho ya? Le di a Gugliotti unos documentos legales para que los firmara y los enviara de vuelta por mensajería…
—Suena bien. Le pediré a Annie que te llame para arreglarlo. Me gustaría repasar los términos contigo. No estoy cómodo teniendo que firmarlos ahora.
—Claro, es normal.
El corazón se me aceleró cuando una espiral de pánico y humillación recorrió mis venas. Era como si la reunión que habíamos tenido no hubiera sido más que una mera representación para mí y que el trabajo de verdad se llevaría a cabo entre esos dos hombres cuando volvieran al mundo real.
«¿Es que todo el congreso ha sido una enorme fantasía?» Me sentí ridícula al recordar los detalles que había compartido con Bennett. Qué orgullosa había estado de hacer eso por él y ocuparme de ello mientras él estaba enfermo…
—Henry me dijo que Chloe tiene una beca Miller. Es fantástico. ¿Se va a quedar en Ryan Media cuando la termine? —preguntó Gugliotti.
—No lo sé con seguridad todavía. Es una niña increíble. Pero todavía le falta un poco de rodaje.
Me quedé sin aliento de repente, como si me hubieran encerrado en un vacío. Bennett tenía que estar de broma. Yo sabía sin necesidad de que Elliott me lo dijera (y me lo había dicho infinidad de veces) que tendría trabajos para elegir cuando terminara. Llevaba años trabajando en Ryan Media, dejándome los cuernos para sacar adelante mi trabajo y mi licenciatura. Conocía algunas cuentas mejor que la gente que las llevaba. Y Bennett lo sabía.
Gugliotti rió.
—Le falte rodaje o no, yo la contrataría sin pensarlo. Mantuvo muy bien el tipo en la reunión, Bennett.
—Claro que sí —dijo Bennett—. ¿Quién te crees que la ha formado? La reunión contigo fue una buena forma de que entrara un poco en materia, por eso te lo agradezco. No dudo de que le irá estupendamente acabe donde acabe. Eso sí, cuando esté lista.
No parecía otra cosa que el Bennett Ryan que conocía. No era el amante que había dejado unos minutos atrás, agradecido y orgulloso de mí por haber sido capaz de dar la cara por él de forma tan competente. Este ni siquiera era el tipo odioso que solo hacía alabanzas a regañadientes. Este era otra persona. Alguien que me llamaba «niña» y que actuaba como si «él» me hubiera hecho un favor a «mí».
¿Rodaje? ¿Acaso lo había hecho solo «bien»? ¿Él había sido mi «mentor»? ¿En qué universo?
Me quedé mirando los zapatos de la gente que pasaba delante de mí mientras entraban y salían por las puertas giratorias. ¿Por qué me parecía que se me había caído el alma a los pies dejando nada más que un agujero lleno de ácido?
Llevaba en el mundo de los negocios el tiempo suficiente para saber cómo funcionaba. La gente que estaba arriba no había llegado allí compartiendo sus logros. Habían llegado gracias a hacer grandes promesas, reclamar para sí grandes cosas y alimentar unos egos todavía más grandes.
«En mis primeros seis meses en Ryan Media conseguí una cuenta de marketing de sesenta millones de dólares.
»He gestionado la cartera de cien millones de dólares de L’Oréal.
»He diseñado la última campaña de Nike.
»Y convertí un ratón de campo en un tiburón de los negocios».
Siempre había sentido que me alababa contra su voluntad, y había algo satisfactorio en demostrar que no tenía razón, en superar sus expectativas aunque solo fuera para fastidiarlo. Pero ahora que habíamos admitido que nuestros sentimientos se habían convertido en algo más, él quería reescribir la historia. Él no había sido un mentor para mí; yo no había necesitado que lo fuera. Él no me había empujado hacia el éxito; si algo había hecho antes de este viaje era ponerse en mi camino. Había intentado que dimitiera siendo todo el tiempo un cabrón.
Y lo había dado todo por él a pesar de ello. Y ahora estaba arrastrando mis logros por el fango solo para salvar la cara por no haber asistido a una reunión.
Mi corazón se rompió en mil pedazos.
—¿Chloe?
Levanté la vista y me encontré con su expresión confundida.
—El coche está listo. Creía que habíamos quedado en encontrarnos fuera.
Parpadeé y me limpié los ojos como si tuviera algo dentro y no como si estuviera a punto de caerme redonda allí mismo, en el vestíbulo del hotel Wynn.
—Es verdad. —Cogí las cosas y lo miré—. Se me había olvidado.
De todas las mentiras que le había dicho, esa era la peor porque él la notó inmediatamente. Y por la forma en que unió las cejas y se acercó, con la mirada ansiosa e inquisitiva, no tenía ni idea de por qué yo sentía que tenía que mentirle sobre algo como eso.
—¿Estás bien, cariño?
Parpadeé de nuevo. Me había encantado cuando me había llamado eso mismo veinte minutos antes, pero ahora no parecía estar bien.
—Solo cansada.
También supo que estaba mintiendo, pero esta vez no me preguntó nada. Me puso la mano en la parte baja de la espalda y me llevó hasta el coche.