15

El tema del congreso ese año era «La siguiente generación de estrategias de marketing» y, como forma de introducir a la nueva generación, los organizadores habían programado una sesión de presentación para todos los alumnos del máster de Chloe. La mayoría de los alumnos de su programa de estudios estaban allí, de pie, muy erguidos y nerviosos al lado de sus paneles explicativos. De hecho, hacer una presentación en ese congreso era un requisito imprescindible de las prácticas del máster de Chloe, pero ella había pedido que hicieran una excepción en su caso dado el tamaño y la naturaleza confidencial de la cuenta Papadakis, su proyecto principal. Ningún otro alumno estaba gestionando una cuenta de un millón de dólares.

La junta de la beca se había mostrado encantada de hacer la excepción e incluso estuvieron a punto de babear ante la expectativa de poder poner la historia de éxito de Chloe en el folleto del programa una vez que se completara su diseño, se firmara y se divulgara públicamente.

Pero aunque ella no tenía que hacer una presentación, insistió en recorrer todos los pasillos y examinar todos los paneles. Teniendo en cuenta que aparentemente yo no podía apartarme más de un metro de ella y que no tenía ninguna reunión hasta las diez, la seguí todo el tiempo, contando los paneles (576) y mirándole el trasero (respingón, divertido para darle unos azotes y ahora mismo envuelto en lana negra).

Ella había mencionado en el ascensor que su mejor amiga, Julia, le había proporcionado la mayoría de ese armario que yo amaba y odiaba a la vez. La selección de esa mañana, una falda lápiz ajustada y una blusa de color azul oscuro, ahora también estaba en mi lista. Intenté convencer a Chloe un par de veces de que teníamos que volver a la habitación a buscar algo, pero ella solo enarcó una ceja y me preguntó:

—¿A buscar algo o en busca de «algo»?

La ignoré, pero ahora deseaba haber admitido que necesitaba otro asalto antes de empezar con el congreso. Me pregunté si habría accedido.

—¿Habrías vuelto a la habitación conmigo? —le pregunté al oído mientras ella leía atentamente el panel de un alumno sobre una idea para el proceso de renovación de marca de una pequeña compañía de teléfonos móviles. Los gráficos estaban pegados con celo al panel, por Dios.

—Chis.

—Chloe, no vas a aprender nada de esta presentación. Vamos a tomarnos un café y tal vez también hacerme una mamada en el baño.

—Tu padre me dijo una vez que era imposible predecir de dónde iban a venir las mejores ideas y que leyera todo lo que encontrara. Además, son mis compañeros del máster.

Esperé, jugueteando con un gemelo, pero ella aparentemente no iba a hablar de la última parte de lo que yo había dicho.

—Mi padre no tiene ni idea de lo que habla.

Ella se rió muy apropiadamente. Papá había estado en lo más alto de todas las listas de los veinticinco mejores consejeros delegados prácticamente desde que nació.

—No tienes que chupármela. Puedo follarte contra la pared —le susurré carraspeando y mirando alrededor para asegurarme de que nadie estaba lo bastante cerca para oírme—. O podría tumbarte en el suelo, abrirte de piernas y hacer que te corras con la lengua.

Ella se estremeció, le sonrió al alumno que había cerca de la siguiente presentación y se acercó para leerla. El hombre extendió la mano hacia mí.

—Discúlpeme, ¿es usted Bennett Ryan?

Asentí, distraído, mientras le estrechaba la mano y vi que Chloe se alejaba un poco.

El pasillo estaba prácticamente desierto excepto por los alumnos que había cerca de los paneles. E incluso ellos habían empezado acercarse a zonas más interesantes, donde las empresas más grandes —patrocinadoras del congreso principalmente— habían montado expositores brillantes y llenos de marcas comerciales con la intención de animar un poco la sesión inaugural del congreso dedicada a los alumnos. Chloe se inclinó y escribió algo en su cuaderno: «¿Renovación de marca para Jenkins Financial?».

Le miré la mano y después la cara, concentrada con una expresión pensativa. La cuenta de Jenkins Financial no era una de las suyas. Ni siquiera era una que llevara yo. Era una cuenta pequeña, ocasionalmente gestionada por algún ejecutivo junior algo lerdo. ¿De verdad sabía cuánto costaba gestionar una enorme campaña de marketing como la que teníamos?

Antes de que pudiera preguntarle, ella se volvió y pasó a la siguiente presentación y yo me quedé embelesado viendo a Chloe trabajar. Nunca me había permitido observarla tan abiertamente; la vigilancia subrepticia que había llevado a cabo hasta el momento solo me había revelado que era brillante y decidida, pero nunca me había dado cuenta de la amplitud de su conocimiento de la empresa.

Quería felicitarla de alguna forma, pero las palabras se confundieron en mi cabeza y un extraño sentimiento defensivo apareció en mi pecho, como si alabarla a ella rompiera de alguna forma la estrategia.

—Tu caligrafía ha mejorado.

Ella me sonrió pulsando el botón del extremo del bolígrafo.

—Que te den.

Una erección se me despertó en los pantalones.

—Estás haciéndome perder el tiempo aquí.

—Entonces ¿por qué no vas a saludar a unos cuantos ejecutivos en la sala de recepciones? Están desayunando allí. Y tienen esas pequeñas magdalenas de chocolate que finges que no te gustan.

—Porque no me apetece comer precisamente eso.

Una sonrisita apareció en sus labios. Ella me miró a la cara cuando otra alumna se me presentó.

—He seguido su carrera desde que puedo recordar —dijo la mujer casi sin aliento—. Lo oí hablar aquí el año pasado.

Sonreí y le estreché la mano todo lo brevemente que pude, lo justo para no parecer maleducado.

—Gracias por saludarme.

Llegamos al final del pasillo y le agarré el codo a Chloe.

—Todavía falta una hora para mi reunión. ¿Eres consciente de lo que me estás haciendo?

Por fin me miró. Tenía las pupilas tan dilatadas que parecía que tenía los ojos negros y se humedeció los labios antes de hacer un mohín decadente.

—Supongo que tendrás que llevarme arriba para demostrármelo.

Chloe todavía estaba buscando unas bragas nuevas cuando yo ya llegaba cinco minutos tarde a mi reunión de la una. Era con Ed Gugliotti, un ejecutivo de marketing de una empresa pequeña de Minneapolis. Utilizábamos normalmente la empresa de Ed para subcontratar proyectos pequeños, pero ahora teníamos un proyecto algo más importante que estábamos pensando en pasarle a ver qué tal lo gestionaban. Cuando me subía la cremallera de los pantalones, me acordé de que Ed siempre llegaba patológicamente tarde.

Pero esta vez no. Ya me estaba esperando en una de las salas de reuniones del hotel, con dos de sus ejecutivos junior sentados a su lado con sonrisas ansiosas.

Odiaba llegar tarde.

—Ed —le dije a la vez que le saludaba con un apretón de manos. Él me presentó a su equipo, Daniel y Sam. Ambos me estrecharon la mano, pero cuando llegué a Sam, él tenía su atención fija detrás de mí, en la puerta.

Chloe acababa de entrar con el pelo suelto ahora, y se la veía salvajemente hermosa pero muy profesional, ocultando milagrosamente el hecho de que acababa de llegar al orgasmo con un grito, sobre la mesa de su habitación de hotel.

Gugliotti y sus chicos la observaron en un silencio embelesado mientras se acercaba, traía una silla, se sentaba a mi lado y se volvía para sonreírme. Tenía los labios rojos e hinchados y una leve marca roja estaba apareciendo en su mandíbula, una marca del roce de la barba.

«Perfecto».

Carraspeé para que todo el mundo volviera a mirarme.

—Empecemos.

Era una reunión sencilla, algo que había hecho miles de veces. Describí la cuenta en términos muy generales y no confidenciales y por supuesto Gugliotti me dijo que creía que su equipo podría encontrar algo asombroso. Después de conocer a los hombres que le asignaría, accedí. Planeamos hacer otra reunión al día siguiente, cuando les presentaría la cuenta en su totalidad y se la encargaría oficialmente. La reunión se había acabado en menos de quince minutos, lo que me daba tiempo antes de la de las dos. Miré a Chloe y levanté una ceja en una pregunta silenciosa.

—Comida —dijo con una risa—. Comamos algo.

El resto de la tarde fue productivo, pero estuve todo el rato con el piloto automático; si alguien me hubiera pedido detalles específicos sobre las reuniones, me habría costado mucho recordarlos. Gracias a Dios por Chloe y su forma obsesiva de tomar notas. Se me acercaron muchos colegas, sin duda estreché como cien manos durante la tarde, pero el único contacto que recordaba era el suyo.

No dejaba de distraerme con ella y lo que me molestaba era que aquí era diferente. Era trabajo, pero era un mundo completamente nuevo, uno en el que podía fingir que nuestras circunstancias eran las que nosotros quisiéramos que fueran. La necesidad de estar cerca de ella era incluso mayor de la que sentía cuando mantenía las distancias. Volví a mirar al orador estrella de la noche que estaba en la tarima e intenté sin éxito una vez más dirigir mis pensamientos a algo productivo. Estaba sentado cerca, porque había dado la charla principal allí mismo el año pasado, pero de todas formas no conseguía encontrar la forma de conectar con aquella.

Vi por el rabillo del ojo que ella se removía e instintivamente miré al otro lado de la mesa en donde estaba. Cuando nuestras miradas se encontraron, todos los demás sonidos se mezclaron, flotando a mi alrededor pero sin llegar a entrar en mi conciencia.

Pensé en esa mañana y lo evidente que me había resultado su pánico. Por el contrario yo me sentía extrañamente tranquilo, como si todo lo que habíamos hecho nos hubiera llevado a ese preciso momento en el que ambos habíamos visto lo fácil que podría ser.

Un teléfono que sonó en algún lugar detrás de mí me sacó de mi trance y aparté la mirada. Me acomodé de nuevo en la silla y me quedé asombrado de cuánto había llegado a inclinarme sobre la mesa. Miré a mi alrededor y me quedé helado cuando una mirada desconocida se encontró con la mía.

Aquel extraño no tenía ni idea de quiénes éramos ni de que Chloe trabajaba para mí; solo nos miró a los dos y apartó la mirada rápidamente. Pero en ese momento toda la culpa que había estado reprimiendo cayó sobre mí. Todo el mundo sabía quién era yo, nadie allí la conocía a ella, y si alguna vez se sabía que estábamos liados, el juicio de toda la comunidad la iba a perseguir durante el resto de su carrera.

Una rápida mirada a Chloe me dejó claro que ella podía ver el pánico escrito en mi cara. Me pasé el resto de la charla mirando hacia delante y sin volver a atreverme a mirarla.

—¿Estás bien? —me preguntó en el ascensor, rompiendo el espeso silencio que nos había acompañado durante catorce pisos.

—Sí, Es que… —Me rasqué la nuca y evité su mirada—. Solo estaba pensando.

—Voy a salir con unas amigas esta noche.

—Me parece una buena idea.

—Tú tienes una cena con Stevenson y Newberry a las siete. Creo que han quedado contigo en un sitio de sushi que te gusta, en el barrio de Gaslamp.

—Lo sé —le dije relajándome porque habíamos entrado en los habituales detalles de trabajo—. Repíteme cómo se llama su asistente. Ella siempre viene.

—Andrew.

La miré confuso.

—Suena un poco más masculino de lo que esperaba.

—Tiene un nuevo asistente.

«¿Cómo demonios sabía ella eso?»

Ella sonrió.

—Estaba sentado a mi lado en la charla y me preguntó si iba a asistir a la cena de esta noche.

Me pregunté si ese sería el par de ojos desconocidos que me habían pillado mirando a Chloe y se habían preguntado por la forma en que yo la miraba. Tartamudeé un poco antes de que ella me interrumpiera.

—Le he dicho que tenía otros planes.

La incomodidad volvió. Quería que estuviera conmigo esa noche, y ella pronto ya no estaría de prácticas conmigo. ¿Podría ser su amante entonces? ¿Podría ser todavía su jefe ahora?

—¿Querías venir?

Ella negó con la cabeza mirando hacia las puertas cuando llegamos al piso treinta.

—Creo que debería dedicarme a mis propios asuntos.

El breve viaje de vuelta desde el restaurante fue silencioso y solitario, con la única compañía de mis pensamientos confusos. Crucé el gran vestíbulo del hotel hasta el ascensor y fui como un robot hasta la habitación de Chloe antes de recordar que no me iba a quedar con ella. No recordaba cuál era la mía e intenté tres habitaciones de la planta antes de rendirme y preguntar en recepción. Cuando volví me di cuenta de que mi habitación estaba justo al lado de la suya.

Era una imagen gemela de su habitación, pero completamente diferente de formas que no eran evidentes. Esa ducha no había dejado correr nuestros fingimientos la noche anterior; no habíamos dormido juntos, acurrucados el uno contra el otro, en esta cama. Esas paredes no estaban llenas de los sonidos de los orgasmos que había tenido debajo de mi cuerpo. Esa mesa no se había roto por un polvo rápido a última hora de la mañana.

Miré el teléfono y vi que tenía dos llamadas perdidas de mi hermano. «Genial». Normalmente ya habría hablado con mi padre y mi hermano varias veces, para hablarles de las reuniones y los potenciales clientes que había conocido. Pero hasta ahora no había hablado con ninguno de los dos ni una vez. Tenía miedo de que pudieran ver a través de mí y saber que no tenía la cabeza puesta totalmente en esto esta semana.

Eran más de las once y me pregunté si estaría todavía con sus amigas o ya habría vuelto. Tal vez estaba tumbada en la cama, despierta, obsesionándose por las mismas cosas que yo. Sin pensar, cogí el teléfono y marqué el número de su habitación. Sonó cuatro veces antes de que un contestador automático respondiera. Colgué y la llamé al móvil.

Respondió al primer tono.

—¿Señor Ryan?

Hice una mueca. Estaba con los otros alumnos; no me iba a llamar Bennett en esa situación.

—Hola. Yo… solo quería asegurarme de que tenías algún medio de transporte para volver a hotel.

Su risa me llegó a través de la línea, amortiguada por el sonido de las voces y el latido de la música muy alta a su alrededor.

—Hay como unos setenta taxis esperando fuera. Cogeré uno cuando acabemos aquí.

—¿Y cuándo será eso?

—Cuando Melissa se acabe esta copa y probablemente nos tomemos otra más. Y cuando Kim decida que ya está harta de bailar con todos los tíos guarros y mujeriegos que hay aquí. Supongo que volveré en algún momento entre ahora y mañana por la mañana antes de las ocho.

—¿Pretendes ser graciosa? —le pregunté mientras sentía que una sonrisa aparecía en mi cara.

—Sí.

—Bien —dije exhalando con fuerza—. Mándame un mensaje cuando llegues sana y salva.

Permaneció en silencio un momento y después dijo:

—Lo haré.

Colgué, dejé caer el teléfono a mi lado en la cama y me quedé mirando al suelo durante una hora probablemente. Ni siquiera sabía qué hacer conmigo mismo.

Finalmente me levanté y volví abajo.

Todavía estaba en el vestíbulo cuando ella volvió a las dos de la mañana, con las mejillas enrojecidas y la sonrisa en la cara mientras metía el teléfono en su bolso. Mi móvil sonó y lo miré.

Ya he vuelto sana y salva.

La vi pasar delante del mostrador de recepción y dirigirse directamente hacia donde yo estaba, sentado cerca de los ascensores. Se paró cuando me vio, con los ojos vidriosos y el traje arrugado. Estoy seguro de que mi pelo era un completo desastre porque había estado muy preocupado. De repente no tenía ni idea de qué hacía allí esperándola como un marido ansioso. Solo sabía que yo no podía ser el que decidiera que no funcionaría, porque, en el fondo, quería hacer que funcionara.

—¿Bennett? —dijo mirando a su amiga, que se despidió con la mano y se dirigió al ascensor. No me importaba una mierda lo que estuviera pensando su amiga, pero pude sentir su mirada fija en nosotros hasta que llegó el ascensor.

Chloe llevaba un diminuto vestido negro y tacones, y yo quise hacer una petición para que ese atuendo se convirtiera en su uniforme hasta que acabara su período de prácticas. Unas tiras muy finas se cruzaban desde sus dedos con las uñas pintadas de rosa hasta sus espinillas. Quería quitarle ese vestido de su cuerpo y follármela allí mismo en el sofá, agarrándome a esos tacones para guardar el equilibrio.

—Hola —murmuré hipnotizado por la gran cantidad de pierna desnuda que tenía delante de mí.

Ella se acercó y se paró solo a unos centímetros de mí.

—¿Qué haces aquí abajo?

—Esperar.

Me esforcé por ocultar cuánto me afectaba ella, cómo mis pensamientos actuales apenas podían separarse de la fantasía de tener mis manos entre su pelo, de la forma en que podía cubrirle los pequeños pezones rosas totalmente con mi pulgar o de cómo su clítoris era la parte más suave de cualquier cuerpo que hubiera tocado nunca. Quería saborearla de los dedos de los pies a los lóbulos de las orejas, contándole en el proceso todos los pensamientos que me surgieran.

—¿Estás borracho?

Negué con la cabeza. «No de la forma que tú crees».

—Alguien se fijó en que te miraba antes.

—Lo sé. —Ella acercó la mano y me pasó los dedos por el pelo—. Vi tu cara durante la charla.

—Me entró el pánico.

Chloe no respondió; solo se rió con un sonido suave y ronco.

—No me preocupo por mí, sino por ti.

La oí inhalar bruscamente y sentí que sus dedos me tiraban del pelo. Cuando la miré a la cara, parecía desconcertada.

¿Cómo podía no saber lo encaprichado que estaba a esas alturas? Estaba seguro de que podía verlo cada vez que la miraba. Como siempre, quería agarrarle el trasero y darle un azote cada vez que hiciera cualquier ruido. Tirarle del pelo cuando me corriera. Darle otro mordisco en el pecho. Rozarle con los dientes toda la espalda. Darle un pellizco en la parte de atrás del muslo y después calmarle el dolor con la más suave de las caricias.

Pero también quería verla dormir, y despertarse y mirarme y deducir sus sentimientos por sus reacciones espontáneas.

Estaba empezando a darme cuenta que no era solo sexo y que no estaba logrando sacarla de mi sistema. El sexo era la ruta más rápida para la clase de posesión que necesitaba. Pero me estaba enamorando de ella, demasiado rápida e intensamente como para encontrar algo a lo que agarrarme por si acaso.

Y era aterrador.

Decidí decirle la verdad.

—Necesito otra noche.

Ella inspiró hondo y me miró, y solo cuando lo hizo se me ocurrió que ella podía estar sintiendo algo muy diferente a lo que sentía yo.

—Dime que no si no quieres. Es que… —Me pasé una mano por el pelo y levanté la vista para mirarla—. Es que me gustaría mucho estar contigo otra vez esta noche.

—Ansioso, ¿eh?

—No te haces una idea.

Arriba, en su habitación, entre las sábanas y enredado a su cuerpo tenso y dulce que me rodeaba y me apretaba, todo lo demás desapareció a mi alrededor. Su olor y sus sonidos me nublaban el cerebro y hacían que mis embestidas fueran fuertes y erráticas. Ella estaba empapada, toda ella: su piel por fuera y su carne por dentro, toda resbaladiza y atrayéndome más adentro. Tenía las piernas abrazadas a mi cadera y me obligó a ponerme boca arriba con una risa, montándome con la espalda arqueada y la cabeza caída hacia atrás, los dedos hundidos en mi abdomen para sujetarse a mí. Su piel brillaba y me senté debajo de ella porque necesitaba sentir cómo se deslizaba su pecho contra el mío cuando se movía y se restregaba contra mí. Volví a ponerme encima, abalanzándome sobre ella una vez más, esta vez con sus piernas en mis hombros y la boca temblando mientras luchaba por encontrar algo que decir.

Me clavó las uñas en la espalda y yo solté el aire entre los dientes apretados mientras le decía «sí» y «más» porque quería que me marcara que me dejara algo que siguiera estando allí al día siguiente.

Ella se corrió una vez y luego otra y después otra más y yo la tiré del pelo, que tenía alborotado e indómito. Caí sobre ella, enganchando palabras de forma incoherente cuando me corrí, intentando decirle lo que los dos ya sabíamos: que todo lo que pasara fuera de esa habitación era irrelevante.