Este libro ha tardado mucho en escribirse, aunque ni siquiera se habría escrito de no haber sido por Stuart MacBride. Fue él quien me propuso que dejara de escribir fantasía y probara suerte con las novelas policíacas, así que en muchos sentidos todo esto es culpa suya. Gracias, Stuart.
También estoy en deuda con Allan Guthrie, que fue el primero en alertarme sobre los libros electrónicos y la autoedición, así como con mi agente, Julia Mushens, un diminuto tornado de energía y estampados de piel de leopardo. Gracias también a todo el equipo de Michael Joseph.
Son muchas las amables personas que han leído borradores de esta novela, pero quiero dar especialmente las gracias a Heather Bain, Keir Allen, John Burrell y Lisa McShine. Mención especial merece Graham Crompton, por señalar un hecho obvio: que las venas no laten, sino que palpitan.
Y por último, pero no por ello menos importante, gracias a mi compañera, Barbara, que no solo me ha aguantado durante todos estos años, sino que ni siquiera protestó cuando le robé el apellido para mi inspector de policía.