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Mandy Cowie parecía la clase de chica que no aprecia mucho las mañanas. McLean no sabía gran cosa de adolescentes, al menos de los que no se pasaban el día holgazaneando en las marquesinas de los autobuses, bebiendo sangría embotellada e insultando a todo el que se atrevía a acercarse. Mandy iba bastante más limpia que las niñatas malhabladas que se criaban en los bloques de Trinity y Craigmillar, pero se mostraba igual de hostil allí sentada delante de él, al otro lado de la mesa de la cocina, mientras contemplaba un tazón de cereales reblandecidos.

—No te has metido en ningún lío, Mandy. Más bien lo contrario.

Supuso que el comportamiento de la chica obedecía a una incapacidad, genéticamente programada, de ser útil a la policía.

—Ni siquiera estoy aquí en calidad de policía. Estoy aquí como amigo de la madre de Chloe. Está muy preocupada porque anoche no volvió a casa. ¿Tienes alguna idea de adónde puede haber ido?

Mandy se removió en su silla, incómoda. De haber estado en una sala de interrogatorios, McLean habría interpretado ese gesto como una señal de que sabía algo que no quería decir. Pero allí solo podía aventurar posibilidades.

—¿Tenía novio? A lo mejor habían quedado más tarde.

Dejó aquella insinuación flotando en el aire, pero para consternación suya, la madre de Mandy aprovechó el silencio para hablar.

—No pasa nada, nena. Habla con el inspector. No te va a encerrar ni nada de eso.

—Señora Cowie, ¿le importaría que hablara a solas con su hija durante un minuto?

La mujer lo observó como si lo considerara tonto, pero luego cogió su taza de café y derramó sin querer un poco de líquido marrón sobre la mesa de la cocina.

—Solo un minuto, ¿vale? Tiene cosas que hacer.

Y salió de la cocina, arrastrando los pies enfundados en unas zapatillas de conejito de color rosa. McLean aguardó unos instantes después de que la puerta se cerrara, y oyó un crujido en los escalones.

—Mira, Mandy, voy a ser muy claro. Si sabes algo que pueda ayudarnos a encontrar a Chloe, puedes contármelo. No diré ni una sola palabra a tus padres, te lo prometo. Todo esto no tiene que ver contigo, sino con Chloe. Tenemos que encontrarla. Y cuanto más tiempo pase desaparecida, menos posibilidades tendremos.

El silencio flotaba pesadamente en el aire, interrumpido tan solo por algún que otro golpe en el piso de arriba, mientras la señora Cowie iba de un lado para otro en el cuarto de baño. McLean buscó la mirada de Mandy, pero la muchacha parecía fascinada por su tazón de cereales. El inspector estaba a punto de rendirse cuando la chica, finalmente, habló.

—¿No se lo contará a mamá?

—No, Mandy. Tienes mi palabra. Y tampoco se lo contaré a la madre de Chloe.

—Es que había un chico, ¿vale? Lo conoció en internet.

Ay, Dios, lo que faltaba.

—Parecía… no sé, legal y eso. Era, no sé, humorista o algo así y se puso muy contento cuando Chloe le contó lo de las entradas para ver a Bill Bailey. Dijo que él también iba al espectáculo. Lo que pasa es que no se presentó.

—¿Cómo tenían que encontrarse?

McLean rebuscó en la memoria el nombre de la otra chica, a la que iba a interrogar más tarde.

—¿Sabía ese chico que tú y Karen también ibais?

—No sé qué le contó Chloe. No creo que le diera su número de teléfono, porque tampoco es tan tonta, ¿vale? Pero siempre coge ropa rara de la tienda de su madre y anoche llevaba uno de esos conjuntos. A lo mejor le dijo que buscara a una chica vestida rollo años veinte. No le hubiera sido difícil encontrarla.

Ni tampoco hubiera sido difícil que Chloe destacara en la calle, después del espectáculo. Y su casa no quedaba muy lejos, en realidad, podía ir a pie y guardarse el dinero del taxi para otras cosas más interesantes.

—¿Tenía nombre ese chico?

—Sí, se hacía llamar Fergie. Aunque no sé si era su verdadero nombre.

—¿Cuánto tiempo llevaba el chico…? Es decir, ¿cuánto tiempo hacía que Chloe hablaba con él?

McLean no entendía muy bien el funcionamiento de los chats en internet.

—No mucho. Un par de días, puede que una semana.

Muy poco tiempo para confiar en un desconocido. ¿Él también había sido así de imprudente a esa edad? McLean tuvo que admitir que seguramente sí. Pero antes de internet, cuando todo consistía en reunir el valor necesario para hablar con la chica que a uno le gustaba, las cosas eran mucho más inocentes. Los adolescentes de hoy en día estaban muy familiarizados con las nuevas tecnologías, eso era cierto, pero eran igual de ingenuos que en cualquier otra época. Y Fergie… El nombre le hizo pensar de inmediato en McReadie, pero seguro que había miles de Ferguses y Fergusons en la ciudad. Tenía que pensar con claridad, no sacar conclusiones precipitadas basándose en descabelladas especulaciones.

—Necesito saber exactamente a qué hora os despedisteis tú y Chloe anoche —dijo McLean, que solo entonces sacó su cuaderno de notas—. Cuéntame lo que hicisteis desde que terminó el espectáculo.

Karen Beckwith contó la misma historia, la diferencia fue que no costó tanto sacársela. McLean comparó las dos declaraciones mientras permanecía delante de las Assembly Rooms, en George Street, contemplando el tráfico diurno y tratando de imaginar el aspecto de la calle a las once de la noche anterior. Más o menos a aquella misma hora, él y Emma estaban tomando algo en el Guildford Arms, a menos de cinco minutos a pie de allí. Karen y Mandy habían cogido un taxi para volver a casa, tras dirigirse con Chloe a la parada de taxis de Castle Street. McLean siguió aquella breve ruta, fijándose al mismo tiempo en las fachadas de los edificios para anotar la posición de las cámaras de seguridad. Era imposible hacer nada en las calles del centro sin que lo filmara alguna de aquellas cámaras.

Desde la parada de taxis, solo había un recorrido lógico para volver a la tienda: por Princess Street, luego por North Bridge y South Bridge hasta Clerk Street. Era un trayecto de una media hora, como mucho, cubierto en buena parte por distintas cámaras de seguridad. McLean sabía a qué hora habían visto a Chloe por última vez. Sabía cómo iba vestida. Solo era cuestión de revisar las imágenes grabadas por las cámaras de seguridad… Aunque, a juzgar por la cantidad de cámaras, iba a ser una tarea lenta.

—Aquí hay algo, señor. ¿Quiere echar un vistazo?

McLean apartó la mirada de las pantallas parpadeantes, repletas de imágenes borrosas de personas que parecían caminar a saltos irregulares por calles teñidas de color naranja. El agente MacBride, insoportablemente seguro de sí mismo en cuestiones de tecnología, estaba sentado en la consola de al lado.

—¿Qué tiene?

Desplazó su silla sobre la moqueta, hasta que pudo ver la otra pantalla. MacBride hizo girar el botón de control en sentido contrario a las agujas del reloj y rebobinó la grabación a velocidad rápida hasta las once quince de la noche.

—Esta es la parada de taxis de Castle Street, señor.

Reprodujo la grabación a velocidad normal y señaló la pantalla. Entre que era verano y que el Festival estaba en pleno apogeo, las calles del centro estaban casi más abarrotadas que durante el día.

—Creo que estas de aquí son nuestras tres chicas.

Pulsó el botón de pausa y señaló las tres figuras que caminaban cogidas del brazo. La del centro vestía una falda de cuadros escoceses de corte recto, una camiseta sin mangas y un sombrerito de fieltro. En torno al cuello, una boa de plumas que a McLean le sonaba. A su lado, Karen y Mandy parecían bastante vulgares con sus vaqueros y sus camisetas ajustadas.

—Es ella —dijo McLean—. ¿Podemos ver adónde se dirige?

MacBride pasó la cinta hacia adelante y vieron a las chicas ponerse a la cola de la parada de taxis. Chloe esperó hasta que las otras dos se hubieron marchado y luego empezó a bajar la cuesta en dirección a Princess Street.

—Aquí tenemos que cambiar de cámara.

MacBride tocó algo en el confuso despliegue de botones de la consola y la imagen cambió de ángulo. Chloe caminaba por la calle, sola, con aire confiado. La siguieron a través de otras dos cámaras, hasta que se detuvo cuando un coche negro llegó a su altura.

En otras circunstancias, McLean habría pensado que se trataba del clásico conductor en busca de una prostituta. Chloe se acercaba al coche y se la veía claramente hablando con el conductor. El lenguaje corporal no mostraba gesto alguno de alarma y, transcurridos unos momentos, la joven abría la puerta y subía al vehículo. El coche se alejaba en dirección al hotel North British.

—¿Podemos ampliar la imagen y ver el número de la matrícula? —preguntó McLean.

—Eso solo pasa en las películas. No son cámaras de alta resolución y, además, la iluminación es malísima. Hay otra cámara que podría haber grabado desde un ángulo mejor, pero al parecer se fundió anoche.

—A lo mejor conseguimos localizarlo. Es un BMW Serie 3 negro o azul oscuro. ¿Aparece en alguna otra cámara?

MacBride pulsó algunos botones y vieron el coche girar desde Princess Street hacia el Mound. Después apareció brevemente en una imagen de otra cámara y luego, nada.

—La cobertura de las cámaras no es tan buena lejos de los lugares más importantes del centro. Podemos intentar rastrearlo con las otras cámaras si calculamos bien el tiempo. A ver si aparece.

—¿Cuánto puede tardar eso?

—No lo sé, señor. A lo mejor tenemos suerte o a lo mejor tardamos todo el día.

—De acuerdo. Póngase con ello. A ver si puede conseguir un número de matrícula a partir de esa imagen. Aunque no esté completo, puede sernos de ayuda. Envíeselo a Emma, es muy buena con las fotos…

Nada más pronunciar esas palabras, McLean se quedó helado. Emma había clasificado las fotos de la casa de Sighthill y había conseguido mostrar los extraños dibujos que él había visto en el suelo. Pero, antes de eso, McLean había visto otra cosa en la pantalla de su ordenador. Miniaturas de fotos. ¿Las estaba procesando para archivarlas? ¿O estaba realizando una tarea bastante más siniestra? «MB». «Em B». Emma Baird.

—¿Está usted bien, señor? Parece como si hubiera visto un fantasma.

McLean contempló el rostro pálido y redondo del agente MacBride, que lo observaba en la penumbra de la sala de visionado.

—Creo que sé quién ha estado publicando en internet las fotos de los escenarios del crimen.

Pero rezó para estar equivocado.