EPISODIO 5.º

HERACLES: A un amigo hay que hablarle a las claras, Admeto, y no mantener los reproches bajo las entrañas, acallándolos. Lo que yo pretendía, asistiendo de cerca a tu desgracia, era probarte que soy un amigo, pero tú no me revelaste que estaba expuesto el cadáver de tu esposa, sino que me acogiste en tu casa, como si estuvieras ocupado en un dolor ajeno.

Y yo me coroné la cabeza y ofrecía libaciones a los dioses en esta morada tuya sumida en la desgracia. Yo te lo reprocho, te reprocho que haya ocurrido esto, si bien no deseo apenarte en tus males. Voy a decirte por qué he venido aquí, volviendo sobre mis pasos.

Toma a esta mujer que ves aquí y guárdamela, hasta que regrese aquí trayendo los caballos tracios, después de haber matado al rey de los Bistones. Pero si me aconteciese lo que no deseo: ¡pueda yo regresar de nuevo!, te la doy para que viva en tu casa.

Con mucho esfuerzo ha llegado a mis manos. La razón es que he hallado por el camino a algunos que organizaban un certamen público, esfuerzo apropiado para atletas; de allí vengo trayendo a esta mujer como premio de mi victoria. Los vencedores en pruebas de poca monta podían llevarse caballos; para los vencedores en pruebas más importantes, como el pugilato y la lucha, había cabezas de rebaño. Una mujer venía a continuación. Hubiera sido vergonzoso que, encontrándome allí, hubiera dejado escapar esta ganancia gloriosa. Mas, como te dije, tú debes cuidarte de esta mujer. No es fruto de robo, sino que aquí llegó, después de haberla conseguido con esfuerzo. Con el tiempo quizá tú también me lo agradecerás.

ADMETO: Ni por deshonrarte ni por ponerte en una situación vergonzosa te oculté la suerte de mi desgraciada esposa, sino que este dolor se habría añadido a mi dolor, si te hubiese dirigido a la morada de algún otro huésped. Bastante tenía yo con llorar mi desgracia. En cuanto a esta mujer, te suplico, si es posible, señor, que se la des a guardar a algún otro tesalio que no haya sufrido lo que yo. Muchos huéspedes tienes entre los de Feras. ¡No me recuerdes mis desgracias! No podría, al verla en mi casa, contener mis lágrimas. No añadas otra enfermedad a un enfermo; bastante estoy apesadumbrado por la desgracia.

Y además ¿en qué lugar de mi morada iba a alojarse una mujer joven? Pues es joven, a juzgar por su vestido y su adorno. ¿Acaso va a vivir bajo el mismo techo que los hombres? ¿Cómo permanecerá pura, yendo y viniendo entre jóvenes? No es fácil contener al que está en la flor de la edad, Heracles. Yo trato de velar por tus intereses. ¿Quieres que la aloje en la habitación de la muerta? ¿Y cómo la hago entrar en el lecho de aquélla? Temo un doble reproche: el de la gente de aquí, no sea que alguno me eche en cara que, traicionando a mi bienhechora, caigo en el lecho de otra joven, y el de la muerta: ella es digna de todo mi respeto, debo tenerlo en cuenta siempre.

Y tú, oh mujer, quienquiera que seas, sabe que tienes el mismo aspecto que Alcestis y te asemejas a ella en el cuerpo. Aparta, por los dioses, a esta mujer de mi vista. No triunfes sobre uno que está derrotado. Viéndola creo estar viendo a mi esposa. Me turba el corazón y fuentes manan de mis ojos. ¡Oh desgraciado de mí, sólo ahora empiezo a saborear mi amargo dolor!

CORIFEO: Yo no sabría decir qué bien podría derivarse de este acontecimiento, pero, sea cual sea, hay que aceptar el don de la divinidad.

HERACLES: ¡Si tuviera tanto poder como para llevar a tu esposa hacia la luz desde la moradas subterráneas y ofrecerte a ti este favor!

ADMETO: Bien sé que lo habrías querido. Pero ¿a qué viene este deseo? Los muertos no pueden regresar a la luz.

HERACLES: No te excedas, soporta lo que te ha deparado el destino.

ADMETO: Es más fácil aconsejar que soportar, cuando se sufre.

HERACLES: ¿Qué vas a adelantar con estar gimiendo siempre?

ADMETO: Yo mismo me doy cuenta, pero es como un deseo que me arrastra.

HERACLES: Amar a quien está muerto invita al llanto.

ADMETO: Me ha destruido, más no puedo decir.

HERACLES: Has perdido una excelente mujer, ¿quién lo negará?

ADMETO: Hasta el extremo de que este hombre que ves ya no gozará de la vida.

HERACLES: El tiempo suavizará tu mal, ahora aún está en sazón.

ADMETO: El tiempo, sí, si es tiempo la muerte.

HERACLES: Una mujer te calmará, y los deseos de un nuevo matrimonio.

ADMETO: ¡Calla! ¿Qué dices? Nunca lo hubiera creído.

HERACLES: ¿Cómo? ¿No te casarás? ¿Mantendrás viudo tu lecho?

ADMETO: No habrá mujer que vaya a dormir a mi lado.

HERACLES: ¿Esperas causar algún provecho a la muerta?

ADMETO: Donde quiera que esté, mi deber es honrarla.

HERACLES: Te aplaudo, te aplaudo, pero te obligas a una locura.

ADMETO: Nunca me llamarás novio.

HERACLES: Te alabo por el amor fiel hacia tu esposa.

ADMETO: ¡Muera yo si la traiciono, aunque ella esté muerta!

HERACLES: Pues bien, recibe a ésta en tu noble morada.

ADMETO: ¡No! ¡Te lo ruego por Zeus que te engendró!

HERACLES: Mira que te equivocas, si no lo haces.

ADMETO: Si lo hago, sentiré en mi corazón la mordedura del pesar.

HERACLES: Obedéceme, quizá obtengas un beneficio del favor.

ADMETO: ¡Ay de mí! ¡Ojalá que nunca la hubieras ganado en el certamen!

HERACLES: Habiendo vencido yo, tú también compartes mi victoria.

ADMETO: Bien dicho, pero que se vaya esta mujer.

HERACLES: Se irá, si es necesario, pero mira primero si debe irse.

ADMETO: Debe, si es que con ello no vas a irritarte conmigo.

HERACLES: Tengo una razón para insistir tanto.

ADMETO: Salte con la tuya, pero lo que estás haciendo no es de mi agrado.

HERACLES: Llegará la ocasión en que me elogies. Limítate a obedecer.

ADMETO: (A los siervos). Lleváosla dentro, si es preciso aceptarla en esta casa.

HERACLES: Yo no confiarla esta mujer a servidores.

ADMETO: Introdúcela tú mismo en la casa, si quieres.

HERACLES: Yo deseo confiaría a tus manos.

ADMETO: Yo no deseo tocarla. Es libre de entrar en la casa.

HERACLES: Sólo tengo confianza en tu mano derecha.

ADMETO: Señor, me obligas a hacer esto sin yo quererlo.

HERACLES: Atrévete a extender la mano y tocar a la extranjera.

ADMETO: Bien, la extiendo.

HERACLES: Como si fueses a degollar la cabeza de la Gorgona[89]. ¿La tienes?

ADMETO: Sí, la tengo.

HERACLES: Guárdala, pues, y un día dirás que el hijo de Zeus fue un noble huésped.

(Se acerca a la mujer y le quita el velo). Dirige tu mirada hacia ella, si en ella ves algo digno de tu esposa y, feliz, deja a un lado tu dolor.

ADMETO: ¡Oh dioses! ¿Qué decir? Prodigio inesperado es éste. ¿Ésta que estoy viendo es realmente mi esposa? ¿O es una alegría engañosa enviada por la divinidad la que me saca de mí?

HERACLES: No, no te engañas, sino que estás viendo a tu propia esposa.

ADMETO: Mira, no vaya a ser esto una aparición infernal.

HERACLES: El huésped que has tenido no es un evocador de almas.

ADMETO: ¿Estoy viendo a mi esposa, a la que deposité en la tumba?

HERACLES: Tenlo por seguro, pero no me extraña tu desconfianza ante lo que sucede.

ADMETO: ¿Puedo tocarla, hablarle como a una esposa viva?

HERACLES: Háblale. Ya tienes todo lo que deseabas.

ADMETO: ¡Oh rostro y cuerpo de mi queridísima esposa, te tengo cuando ya no lo esperaba, cuando creía que no te había de ver nunca más!

HERACLES: Es tuyo. ¡Ojalá que no te venga la envidia de los dioses!

ADMETO: ¡Oh hijo bien nacido del poderosísimo Zeus, que seas feliz, y que el padre que te engendro te conserve! ¡Tú eres el único que has enderezado mi casa! ¿Cómo has conseguido traerla desde abajo hasta esta luz?

HERACLES: Entablando combate con el dios que la tenía en su poder.

ADMETO: ¿Dónde dices que trabaste ese combate con la muerte?

HERACLES: Junto a la tumba misma, aferrándola con mis brazos desde el escondrijo.

ADMETO: ¿Por qué esta mujer está ahí quieta, su voz?

HERACLES: La ley divina no permite que oigas sus palabras, antes de que se haya purificado de su consagración a los dioses infernales y haya llegado la tercera aurora. Ahora acompáñala dentro y en el futuro continúa mostrando a tus huéspedes la piedad de un justo[90]. ¡Adiós! Me apresuro a cumplir el trabajo asignado para el rey, hijo de Esténelo[91].

ADMETO: Permanece con nosotros y comparte nuestra casa.

HERACLES: En otra ocasión será, ahora debo apresurarme.

ADMETO: ¡Qué te acompañe la fortuna y regreses de nuevo a nuestra casa! (Volviéndose hacia el Coro mientras Heracles inicia la marcha). Ordeno a los ciudadanos y a las cuatro provincias[92] que preparen coros para celebrar estos momentos tan felices y que los altares humeen con la carne de vacas propiciatorias, pues hemos cambiado a una vida mejor que la anterior. No negaré que soy feliz.

(Entra en palacio.)

ÉXODO

CORO

Muchas son las formas de lo divino y muchas cosas inesperadamente concluyen los dioses. Lo esperado no se cumplió y de lo inesperado un dios halló salida. Así se ha resuelto esta tragedia[93].