(Admeto sale de palacio acompañado del cortejo fúnebre.)
ADMETO: Benévola presencia de los hombres de ras, los servidores llevan en alto el cadáver, con las ofrendas, hacia el túmulo y la pira. Vosotros a la muerta, como es ritual, despedid, ahora que emprende su último camino.
(Entra Feres, seguido de los servidores con las honras fúnebres.)
CORIFEO: Veo a tu padre que avanza con paso anciano y a los acompañantes que llevan en sus manos ofrendas para tu esposa, ornamentos de difuntos.
FERES: Vengo a participar en tus desgracias, hijo.
Has perdido una noble y prudente esposa, nadie lo pondrá en duda. Pero hay que soportarlo, por duro que sea. Acepta esta ofrenda y que vaya bajo tierra.
Su cuerpo debe ser honrado, ya que se ofreció a salvar tu vida, hijo, y no me dejó sin descendencia ni consintió que yo muriese, privado de ti, en una vejez penosa. A todas las mujeres ha dado la mayor gloria, atreviéndose a acción tan noble. (Dirigiéndose al cadáver). ¡Oh tú, que has salvado a mi hijo y nos has levantado a nosotros ya caídos, adiós! ¡Qué seas feliz en las moradas de Hades! Afirmo que matrimonios tales benefician a los mortales; si no, no merece la pena casarse.
ADMETO: No has venido a este entierro invitado por mí, ni considero tu presencia como la de un allegado. Ella nunca vestirá tu ofrenda, porque será enterrada sin necesitar nada de lo tuyo. Debías haber compartido el dolor, cuando yo estaba a punto de morir. Pero tú que te has escabullido y has consentido, a pesar de ser un anciano, que muera una persona joven, ¿te atreves a llorar este cadáver? ¿Es que no eras realmente el padre de mi cuerpo? ¿No me engendró la que dice haberme engendrado y se llama mi madre? ¿Hay que creer que, como si hubiese sido de sangre servil a escondidas fui confiado al pecho de tu esposa? En la prueba has demostrado qué clase hombre eres, y no me considero hijo tuyo. En verdad que, por tu cobardía, sobresales por encima de todos tú que, siendo de tal edad y habiendo llegado al límite de la vida, no te atreviste a morir por tu hijo. Sino que permitiste que lo hiciera ella, que era una extraña, única a la que yo podría considerar con justicia padre y madre verdaderos. Bella batalla habrías librado tú, si hubieses muerto en lugar de tu hijo. Al fin y al cabo breve era el tiempo que te quedaba de vida. [Ella y yo hubiéramos vivido el resto de nuestros días y no hubiera gemido solo ante mis desdichas.] Tú, en cambio, has gozado de toda la felicidad que un hombre puede gozar. En la flor de tu edad fuiste rey y tenías en mí un hijo como heredero de este palacio, sin peligro de morir sin descendencia y de dejar la casa huérfana a la rapiña de otros. No dirás que me has entregado a la muerte porque yo he deshonrado tu vejez, yo que he sido siempre muy respetuoso contigo y a cambio de todo eso, tú y la que me dio el ser me habéis dado esta recompensa. Vamos, no te demores en tener hijos que alimenten tu vejez y que, una vez muerto, vistan y expongan tu cadáver. Yo no seré quien te entierre con esta mano mía, para ti me considero ya muerto. Y si, gracias a otro salvador, veo los rayos del sol, de él yo me digo hijo y querido sustentador de su vejez[59]. Con palabras vanas los ancianos desean morir y se quejan de la vejez y de la larga duración de su vida[60], pero, cuando la muerte se acerca, nadie quiere morir y la vejez ya no es una carga para ellos.
CORIFEO: Admeto, ya basta con la desgracia presente. ¡Calla, no atormentes el alma de tu padre!
FERES: Hijo mío, ¿a quién te ufanas de maltratar con tus injurias? ¿A un lidio o a un frigio comprado con tu dinero[61]? ¿No sabes que soy tesalio, hijo legítimo de tesalio y libre?
Te insolentas en demasía y, después de haberme herido lanzando sobre mí palabras de jovenzuelo, no te irás así como así. Yo te he engendrado y te he criado para que seas señor de esta casa, pero no es mi deber morir en tu lugar. Yo no he recibido esta ley de mis padres, que los padres deban morir en lugar de sus hijos, ni es costumbre griega. Tú has nacido para ti solo, ya feliz, ya desgraciado. Posees lo que debías obtener de mí. Mandas sobre muchos y te he de dejar tierras muy extensas, pues las recibí de mi padre antes. ¿En qué te he faltado? ¿De qué te privo? No mueras tú por mí, que yo tampoco lo hago por ti. Gozas viendo la luz, ¿piensas que tu padre no goza con verla? Muy largo es, esa cuenta me echo, el tiempo que hay que estar bajo tierra, y la vida es corta, mas, aun así, agradable.
Tú luchaste a brazo partido, sin pudor, por no morir y vives, habiendo esquivado el destino fijado, después de haber matado a tu esposa. ¿Y me acusas a mí de cobardía, tú, el mayor de los cobardes, derrotado por una mujer que ha muerto por ti, por un muchacho hermoso? Buena artimaña has hallado para no morir jamás, si logras convencer siempre a la mujer que tengas de que muera por ti. ¿Y luego echas en cara a los tuyos que no quieran hacerlo, tú que eres un cobarde?
Calla, piensa que, si tú amas tu propia vida, todos la aman. Si nos lanzas esas injurias, tú oirás muchas y verdaderas[62].
CORIFEO: Muchos denuestos se han dicho ahora y antes. Cesa ya, anciano, de lanzar injurias contra tu hijo.
ADMETO: Habla, que yo ya he terminado de hablar. Si te duele oír la verdad, no tienes por qué faltarme.
FERES: Si hubiera muerto por ti, falta mayor habría cometido.
ADMETO: ¿Es lo mismo que muera un hombre joven que un anciano?
FERES: Debemos vivir una sola vida, no dos.
ADMETO: ¡Pues vive más tiempo que Zeus[63]!
FERES: ¿Maldices a tus padres que nada injusto te han hecho?
ADMETO: Es que me di cuenta de que te gustaba una vida larga.
FERES: ¿Es que no vas a enterrar tú este cadáver en tu lugar?
ADMETO: Prueba evidente de tu cobardía, malvado.
FERES: Por mí no ha muerto. Eso no lo podrás decir.
ADMETO: ¡Ay, si algún día tuvieses necesidad de mí!
FERES: Pretende a muchas, para que mueran más.
ADMETO: Ese reproche es para ti, pues no quisiste morir.
FERES: Querida es la luz de la divinidad, querida[64].
ADMETO: Mala es tu voluntad e indigna de un hombre.
FERES: No te has burlado de un anciano arrastrando su cadáver.
ADMETO: Morirás con mala fama, cuando mueras.
FERES: La mala fama no me importa, una vez muerto.
ADMETO: ¡Ay, ay, qué desvergonzada es la vejez!
FERES: (Dirigiéndose al cuerpo de Alcestis). Ésta no es desvergonzada, sino insensata.
ADMETO: Vete y déjame enterrar este cadáver.
FERES: Me voy. Tú que la has matado serás su enterrador y pagarás el daño a sus parientes. En verdad que Acasto no es un hombre, si no castiga en ti la sangre de su hermana.
ADMETO: Idos a paseo tú y la que contigo vive. Envejeced sin hijos, aunque tengáis uno, como os tenéis merecido. No pongáis más el pie bajo este mismo techo. Y si pudiera repudiar por medio de heraldos tu hogar paterno, lo repudiaría. (A los hombres del cortejo fúnebre). Y nosotros, ya que tenemos que soportar el mal presente, encaminémonos a poner el cadáver en la pira.
CORIFEO: ¡Ay, ay, desgraciada por tu audacia, alma noble y generosa, adiós! ¡Qué Hermes subterráneo[65] y Hades te reciban benévolos! Si alguna cosa hay allí para los buenos, que participes de ella y seas del cortejo de la esposa de Hades[66].
(El cortejo se encamina hacia la tumba acompañado por el coro.)
(Salen todos. Luego entra un sirviente.)
SIRVIENTE[67]: Bien sé que muchos huéspedes y de todos los confines del mundo vienen a la morada de Admeto; a todos ellos he servido a la mesa. Pero a uno peor que éste jamás recibí en este hogar. De buenas a primeras, a pesar de ver a mi señor apenado, entró y se atrevió a franquear las puertas. Luego, no ha aceptado con cordura la hospitalidad que se le podía ofrecer, a pesar de estar enterado de la desgracia, sino que, si algo no le llevábamos, nos apremiaba para que lo hiciéramos. Coge en sus manos un gran vaso de hiedra y bebe el licor puro de la madre negra[68], hasta que, al empaparle, le calentó la llama del vino. Se corona la cabeza con ramos de mirto, ladrando sonidos discordantes. Así que podían oírse dos músicas: él cantaba sin respetar en absoluto las desgracias de la casa de Admeto, y nosotros, los criados, llorábamos a la señora y, cubriéndonos el rostro, no se lo mostrábamos al huésped, pues Admeto así lo había ordenado. Ahora yo obsequio en casa a un huésped, probablemente a un astuto ladrón y a un bandido, y ella ha salido de la casa sin que yo la haya podido acompañar ni extender mi mano, como señal de lamento por mi señora, que era una madre para mi y pará todos los sirvientes, pues nos protegía de innumerables males, suavizando las iras de su esposo. ¿No odio con razón a este huésped, llegado en medio de desgracias?
(Heracles sale de palacio con una corona de mirto en su cabeza y una copa en la mano.)
HERACLES: Oye, tú, ¿a qué vienen esas miradas graves y preocupadas? El criado no debe poner a los huéspedes mala cara, sino recibirlos con ánimo afable.
Tú ves ante ti a un amigo de tu señor y lo recibes con rostro enfadado y cejijunto, por tomarte en serio un dolor ajeno a la casa. Ven aquí, para que yo te haga más sabio. ¿Conoces tú cual es la naturaleza de las cosas mortales? Creo que no. ¿De dónde ibas a saberlo? Óyeme, pues: todos los mortales deben pagar el tributo de la muerte y no hay ninguno que sepa si vivirá al día siguiente. Oscuro es saber adónde se encamina la fortuna y no es posible enseñarla ni aprenderlo por la práctica[69]. Una vez que has oído esto y lo has aprendido de mí, alégrate, bebe, preocúpate sólo de tu vida de cada día, lo demás déjalo en manos de la fortuna. Honra también a la más agradable de las diosas para los mortales, a Cipris[70], pues es una divinidad benévola. Manda a paseo lo demás y haz caso de mis palabras, si te parece que hablo con sensatez, y así lo creo. ¿No vas a dejar el dolor en demasía y a beber con nosotros, saltando por encima de estas desgracias, con la cabeza a rebosar de coronas?
Bien sé yo que de tu estado de ánimo sombrío y que atenaza tu corazón te sacará, llevándote a otro anclaje, el balanceo de la copa[71]. Siendo mortales debemos tener pensamientos mortales, de modo que para todos los graves y cejijuntos, a tenerme a mí por juez, la vida no es realmente vida, sino desgracia.
SIRVIENTE: Eso lo sabemos, pero nuestra situación presente no admite ni fiesta ni risa.
HERACLES: Una mujer extraña es la que está muerta. Que no haya demasiado duelo, pues los señores de esta morada están vivos.
SIRVIENTE: ¿Qué están vivos? ¿No conoces tú las desgracias de la casa?
HERACLES: Si tu amo no me ha mentido, si.
SIRVIENTE: Demasiado, demasiado hospitalario es él.
HERACLES: ¿Y no iba a recibir yo un trato hospitalario por un cadáver ajeno a la casa?
SIRVIENTE: En verdad que era ajeno a la casa, no lo sabes bien.
HERACLES: ¿No me habrá ocultado alguna desgracia que haya ocurrido?
SIRVIENTE: Vete tranquilo. A nosotros atañen las desgracias de los señores.
HERACLES: Tus palabras presagian penas no ajenas a la casa.
SIRVIENTE: De no ser así, no me hubiera irritado al ver como comías en el banquete.
HERACLES: ¿Es que mi huésped se ha burlado cruelmente de mi?
SIRVIENTE: No viniste en un momento oportuno para ser recibido en la casa, pues el dolor está con nosotros. Puedes ver nuestro cabello cortado y nuestras negras vestiduras.
HERACLES: ¿Quién ha muerto? ¿Ha partido alguno de sus hijos o su anciano padre?
SIRVIENTE: Ha perecido la mujer de Admeto, extranjero.
HERACLES: ¿Qué dices? ¿Y aun así me habéis concedido hospitalidad?
SIRVIENTE: Le dio vergüenza alejarte de la casa.
HERACLES: ¡Oh infeliz, qué compañera has perdido!
SIRVIENTE: Todos hemos perecido, no ella sola.
HERACLES: Ya lo había presentido, al ver sus ojos derramando lágrimas, su cabeza rasurada y su rostro, pero me convenció, diciendo que llevaba al sepulcro un funeral ajeno. A mi pesar, después de atravesar estas puertas, me puse a beber en la morada de este hombre hospitalario, estando él en una situación tan dolorosa. ¡Y mira que darme yo un banquete con la cabeza coronada! Culpa tuya es no habérmelo indicado, sumida como estaba la casa en semejante desgracia. ¿Dónde la está enterrando? ¿Dónde le encontraré y por qué camino?
SIRVIENTE: Derecho por el camino que conduce a Larisa. Una tumba bien labrada verás al salir del arrabal.
HERACLES: ¡Oh corazón y mano mía que tanto habéis soportado, muestra ahora qué clase de hijo la tirintia Alcmena, hija de Electrión, le dio Zeus! Tengo que salvar a la mujer que acaba de morir e instalar de nuevo a Alcestis en esta casa y dar a Admeto una prueba de mi agradecimiento. Me voy a ir a acechar a la reina de los muertos, de negra túnica, a la Muerte[72]. Creo que la encontraré cerca de la tumba, bebiendo la sangre de sus víctimas[73]. Y si, lanzándome desde mi escondrijo, consigo atraparla y la rodeo con mis brazos, nadie conseguirá arrebatarme sus costados doloridos[74], hasta que me entrene a esta mujer. Pero si yo fallo esta presa y no se aproxima a la sangrienta ofrenda, descenderé a las moradas sin sol de los de abajo, de Core y del Soberano[75] y la reclamaré, y tengo confianza en que conduciré arriba a Alcestis, para poder dejarla en los brazos de mi huésped, que me recibió en su casa y no me expulsó, a pesar de estar golpeado por una pesada desgracia; sino que me la ocultó, como noble que es, en consideración a mi. ¿Quién de los tesalios más hospitalario que él? De seguro que no tendrá que decir que un hombre noble como él se ha portado generosamente con un hombre vil.
(Heracles se va y aparece Admeto seguido del cortejo fúnebre.)
KOMMOS
ADMETO: ¡Ay, umbrales odiosos, vista odiosa de mi casa viuda, ay de mí! ¡Ay, ay! ¿Dónde iré? ¿Dónde me detendré? ¿Qué diré? ¿Qué no diré? ¿Cómo podría morir? Mi madre me engendró para un pesado destino.
Envidio a los muertos, siento pasión por ellos, deseo habitar sus moradas. Ya no gozo viendo los rayos del sol, ni poniendo el pie sobre la tierra. Tal es el rehén que la Muerte me ha arrebatado, para entregárselo a Hades[76].
CORO: Avanza, avanza, entra en tu oculta casa[77].
ADMETO: ¡Ay, ay!
CORO: Tu desgracia es merecedora de lamentos.
ADMETO: ¡Oh, oh!
CORO: Estás en el camino del dolor, lo sé bien.
ADMETO: ¡Ay, ay!
CORO: Pero nada ayudas a la que está abajo.
ADMETO: ¡Ay, ay de mí!
CORO: ¡No ver ya más el rostro de una esposa querida, qué dolor!
ADMETO: Acabas de recordar lo que tortura mí mente. ¿Qué mayor desgracia para un hombre que perder a su fiel esposa? ¡Ojalá que nunca hubiera habitado casado con ella en esta casa! De los mortales envidio a los solteros y sin hijos. Una sola es su vida, sufrir por ella es moderada carga; pero ver las enfermedades de los hijos y el lecho de la esposa asolado por la muerte no es soportable, sobre todo pudiendo vivir siempre soltero y sin hijos.
CORO: El destino, el destino que te ha llegado es difícil de afrontar.
ADMETO: ¡Ay, ay!
CORO: Y tú no pones límite alguno a tu dolor.
ADMETO: ¡Oh, oh!
CORO: Pesado de soportar, más…
ADMETO: ¡Ay, ay!
CORO: Sopórtalo. No eres tú el primero que ha perdido…
ADMETO: ¡Ay, ay de mí!
CORO: A su esposa. La desgracia, unas veces de una forma, otras de otra, oprime siempre a los mortales.
ADMETO: ¡Oh pesares sin fin y dolores por los seres queridos bajo tierra! ¿Por qué me impediste[78] arrojarme al cóncavo hoyo de la tumba y yacer muerto con aquella mujer incomparable? Dos almas fidelísimas, en vez de una, tendría Hades consigo, habiendo atravesado juntos la laguna infernal.
Estrofa 2.ª
CORO: Había un hombre en mi familia que perdió un hijo digno de ser llorado, el único que tenía en la casa, mas soportaba con entereza la desgracia, aun privado de hijos, cuando se encaminaba ya a la época de los cabellos blancos y había avanzado mucho en el camino de su vida.
ADMETO: ¡Oh figura de mi casa[79]! ¿Cómo franquearé tu entrada? ¿Cómo voy a habitarte ahora que mi destino ha cambiado? ¡Ay de mí! Mucha es la diferencia[80]. En aquella ocasión entraba en ella con las teas del Pelión y los cantos de boda, sosteniendo la mano de mi esposa querida. Bulliciosa comitiva nos seguía, deseándonos felicidad a la muerta y a mí por habernos unido, nobles como éramos y de padres nobles por ambas ramas. Hoy, en cambio, el lamento contesta a los cantos de boda, y negras vestiduras, en lugar de blancas, me acompañan dentro, hacia un tálamo nupcial solitario.
CORO: En tu feliz destino te llegó este dolor, a ti, no curtido en la desgracia, pero has salvado tus días y tu vida. Tu esposa murió, abandonó tu amor. ¿Qué hay de nuevo en esto? A muchos ya les robó la muerte a sus esposas.
ADMETO: Amigos, considero más afortunado el destino de mi esposa, aunque parezca de otro modo, pues ya nunca la alcanzará ningún dolor; a sus muchos pesares puso fin con gloria. Yo, en cambio, que no debería vivir, habiendo escapado a mi destino de muerte, arrastraré una vida lamentable. Acabo de darme cuenta de ello. ¿Cómo podré soportar entrar en esta casa? ¿A quién saludaré al entrar y quién contestará a mi saludo, de modo que mi entrada en la casa sea agradable? ¿Adónde dirigiré mis pasos? La soledad interior me echará fuera, cuando vea vacíos el lecho de mi esposa y las sillas en que se sentaba y por las habitaciones el suelo polvoriento y a mis hijos que, abrazados a mis rodillas, lloran a su madre, y a los criados que gimen por su señora, que se les ha ido de la casa. Esto es lo que sucederá en mi hogar. Fuera me atormentarán las bodas de los tesalios y las reuniones a las que asistan mujeres, pues no podré soportar ver a las compañeras de mi esposa. Y cualquier enemigo mío dirá: «He aquí a quien vive con vergüenza, aquél que no se atrevió a morir, sino que, por cobardía, entregó a cambio a su esposa y escapó a Hades. ¿Creerá que es un hombre? Odia a sus padres, cuando él mismo no quiso morir…». Tal fama se añadirá a mis males. ¿Qué ganaré con vivir, amigos, abrumado por la mala fama y la desgracia?
ESTÁSIMO 4.º
CORO[81]
Yo, por medio de las Musas, llegué a las alturas celestes[82], y, después de aferrarme a innumerables doctrinas, nada hallé más poderoso que la Necesidad[83].
Contra ella no hay remedio alguno en las tablillas tracias en las que se encuentra incisa la palabra de Orfeo[84], ni en cuantos remedios dio Febo, cortándolos de las raíces, a los Asclepiados, para los mortales de muchas enfermedades[85].
Antistrofa 1.ª
Es la única diosa que no tiene altares ni imágenes a que acudir, es sorda a los sacrificios. ¡Ojalá que no caigas sobre mí, venerable[86], con más peso que en mi vida pasada! Pues lo que Zeus decide con un gesto, con tu ayuda lo lleva a cabo. Incluso dominas con tu fuerza al hierro de los cálibes[87]. A tu resolución tajante imposible es oponer reverencia alguna[88].
Estrofa 2.ª
A ti también te cogió la diosa en las inevitables cadenas de sus manos. ¡Valor! Con gemidos nunca harás regresar de abajo a los que han perecido arriba.
Hasta los hijos de los dioses perecen y se diluyen en la sombra. Querida fue cuando estaba entre nosotros, querida será también estando muerta. Unciste a tu lecho a la más noble de las esposas.
Antistrofa 2.ª
Que la tumba de tu esposa no sea considerada como un montón de tierra de cadáveres desaparecidos, sino honrada como si de dioses se tratara, veneración de los caminantes. Y alguno, desviándose de su ruta, dirá: «He aquí la que una vez murió por su esposo y hoy es divinidad bienhechora, ¡salud, venerable señora! ¡Qué nos seas propicia!». De este modo le hablarán.
CORIFEO: Pero he aquí, según parece, al hijo de Alcmena, oh Admeto, que camina hacia tu casa.