(Admeto sale de palacio sosteniendo a su esposa.)
CORO
—Mira, mira, ella misma y su esposo salen de palacio.
—¡Grita, gime, oh tierra de Feras, por la mujer excelente consumida por el mal, que se dirige bajo tierra junto a Hades subterráneo!
CORIFEO: Nunca afirmaré que el matrimonio proporciona más alegrías que penas, a juzgar por las pruebas anteriores y viendo este infortunio del rey, que, privado de la mejor esposa, vivirá en el futuro una vida que no es vida.
ALCESTIS: ¡Sol y luz del día, celestes torbellinos de una nube errante[31]!
ADMETO: Nos ve a ti y a mí, dos infortunados, que no han hecho nada a los dioses para que tú mueras.
ALCESTIS: ¡Tierra y techos de palacio, virginales lechos de mi patria Yolco[32]!
ADMETO: ¡Vence tu abatimiento, desdichada, no me abandones! ¡Suplica a los dioses poderosos que tengan compasión de ti!
ALCESTIS: Veo la barca de dos remos en la laguna y al bracero de los muertos, Caronte[33], teniendo la mano sobre el varal, que me llama ya. ¿Qué esperas? ¡Apresúrate, me estás haciendo retrasar! Ya a su lado me insta y me apremia.
ADMETO: ¡Ay de mí, amarga es la travesía que me has mencionado! ¡Oh infeliz de ti, qué desgracias estamos padeciendo!
ALCESTIS: Alguien me lleva, alguien me lleva ¿no lo ves? Hacia la morada de los muertos, mirando bajo sus cejas de azulado reflejo, con alas, Hades[34] ¿Qué haces? ¡Déjame! ¡Sobre qué camino, infelicísima de mí, tengo ya el pie!
ADMETO: Sobre un camino amargo para los tuyos, sobre todo para mí y para tus hijos, que compartimos este dolor.
ALCESTIS: ¡Dejadme, dejadme ya! Echadme en el lecho, no me tengo en pie. Hades se aproxima y la noche sombría resbala sobre mis ojos. ¡Hijos míos, hijos míos, a las claras está que vuestra madre ya no existe! ¡Qué podáis, hijos míos, seguir viendo felices esta luz!
ADMETO: ¡Ay de mi! Amarga es esta palabra que oigo, más dura para mí que muerte alguna. ¡Por los dioses, no tengas el valor de abandonarme, no lo hagas, por tus hijos a los que dejas sin madre! ¡Arriba, valor! Muerta tú, yo ya no podría vivir. En tus manos está nuestra vida y nuestra muerte, pues respetamos el lazo de amor que contigo nos une[35].
ALCESTIS[36]: Admeto, ves en qué situación me encuentro. Quiero referirte, antes de morir, lo que deseo, te he honrado y he cambiado mi vida por la tuya, ira que puedas ver esta luz. Muero por ti, aunque me habría sido posible no hacerlo, y haber encontrado entre los Tesalios el esposo que hubiera querido y habitar una próspera mansión real. No he querido vivir separada de ti con los niños huérfanos, ni he escatimado mi juventud, guardando los goces con que yo me deleitaba.
Y, sin embargo, el que te engendró y que te trajo al mundo te han traicionado, en un momento de su vida en que habría sido hermoso para ellos morir, salvar a su hijo y aceptar una muerte gloriosa. Eras su único hijo y ninguna esperanza tenían, muerto tú, de procrear otros hijos. Tú y yo podríamos vivido el resto de nuestros días y no gemirías, al verte privado de tu esposa, ni tendrías que cuidar de tus hijos huérfanos; mas estas cosas algún dios hizo que fueran así. Bien está. Tú ahora mantén en el recuerdo la gratitud que me debes por ello. Una suplica te voy a hacer, mas no equivalente, pues nada hay más preciado que la vida, pero justa, como tú reconocerás, pues tú quieres a estos hijos no menos que yo, si estás en tu sano juicio.
Soporta que ellos sean los amos en la casa y no des una madrastra a estos hijos, volviéndote a casar, la cual, siendo una mujer peor que yo, por envidia, se atreviera a poner la mano encima de estos hijos tuyos y míos. Eso, al menos, no lo hagas, te lo ruego. La madrastra es odiosa para los hijos del matrimonio anterior, en nada más dulce que una víbora. Un niño, sin duda, tiene en su padre una torre poderosa[37][…], pero tú, hija mía, ¿cómo vas a ser una muchacha feliz? ¿Qué clase de mujer vas a encontrar como compañera de tu padre? ¡Qué no se lance sobre ti algún vergonzoso rumor y en la flor de la edad destruya tu matrimonio! Tu madre no será tu compañera en el día de tu boda, ni te dará ánimos en tus partos, hija, con su presencia, en los que nada hay más reconfortante que una madre.
Yo debo morir, en efecto, y este mal no me llegará mañana ni el tercer día del mes[38], sino que, al instante, se me contará entre las que no existen. ¡Adiós, que la vida os sea agradable! Tú, esposo mio, puedes ufanarte de haber tenido la mejor esposa y vosotros, hijos, de haber nacido de una madre semejante.
CORIFEO: Tranquilízate. No temo hablar en su nombre. Así lo hará, si es que no ha perdido la cabeza.
ADMETO: Será así, será así, no temas. Del mismo modo que eras mía viva, muerta también serás llamada mi única esposa y nunca mujer tesalia alguna me llamará esposo en lugar de ti. No existe mujer de padre tan noble, ni tan hermosa de aspecto. Me basta con los hijos que tengo. A los dioses suplico poder disfrutar de ellos, pues de ti ya no podemos gozar. Tu dolor no lo soportaré un año, sino mientras dure mi vida, esposa mía, odiando a la que me dio él y detestando a mi padre, pues me querían de palabra y no con obras.
Tú, en cambio, entregando lo más querido por mi vida, me has salvado. ¿No he de llorar al perder una esposa cual eres tú? Haré que terminen los banquetes, las conversaciones de los invitados, las coronas y los cantos de las Musas que se apoderaban de mi palacio. Ya nunca desearé pulsar la lira, ni elevar mi voz al son de la flauta libia[39], pues me has arrebatado la alegría de vivir. Esculpida por hábil mano de escultores la imagen de tu cuerpo quedará extendida sobre mi lecho[40]. Junto a ella me acostaré y, rodeándola con mis manos y llamándola por tu nombre, creeré que en mis brazos está mi querida esposa, aunque esté ausente: frío goce, pienso mas así conseguiré aliviar el peso de mi alma y, visitándome en sueños, me alegrarás, pues a los seres queridos, aun de noche, dulce es verlos, sea el tiempo que sea.
Y si tuviese la lengua y el canto de Orfeo, conmover con mis canciones a la hija de Deméter o a su esposo y poder sacarte del Hades, descendería allí y ni el perro de Plutón, ni Caronte sobre el remo, conductor de almas, podrían retenerme, antes de volver a llevar tu vida hacia la luz[41]. Pero, al menos espérame allí, cuando muera, y prepara la casa, como si la fueras a compartir conmigo. Recomendaré a mis hijos que me depositen sobre la misma caja de cedro que a ti y que extiendan mi costado junto al tuyo. ¡Qué nunca, ni aun muerto, esté separado de ti, la única que me ha guardado fidelidad!
CORIFEO: Ten bien seguro que yo, como un amigo con un amigo, compartiré contigo el penoso dolor por ella, pues se lo merece.
ALCESTIS: Hijos, vosotros mismos habéis escuchado a vuestro padre que dice que nunca esposará a otra mujer que mande sobre vosotros ni me hará este ultraje.
ADMETO: Lo afirmo ahora y lo llevaré a cabo.
ALCESTIS: Bajo esa condición recibe de mi mano a mis hijos.
ADMETO: Los recibo, regalo querido de una mano querida.
ALCESTIS: Ahora sé tú una madre para ellos en mi lugar.
ADMETO: Es muy necesario que así sea, sobre todo ahora que van a estar privados de ti.
ALCESTIS: ¡Hijos míos, cuando debía vivir, me voy bajo tierra!
ADMETO: ¡Ay de mi! ¿Qué haré solo sin ti?
ALCESTIS: El tiempo te tranquilizará. El que muere ya no es nada.
ADMETO: Llévame contigo, por los dioses, abajo[42].
ALCESTIS: Basta con que yo muera por ti.
ADMETO: ¡Oh destino, de qué esposa me privas!
ALCESTIS: Mi mirada empieza a recibir el peso de la sombra.
ADMETO: Estoy perdido si me abandonas, mujer.
ALCESTIS: Puedes decir que ya no soy nada.
ADMETO: Levanta el rostro, no abandones a tus hijos.
ALCESTIS: Contra mi voluntad os digo adiós, hijos.
ADMETO: ¡Míralos, míralos!
ALCESTIS: Ya no existo.
ADMETO: ¿Qué haces? ¿Nos abandonas?
ALCESTIS: ¡Adiós!
ADMETO: ¡Estoy perdido, infeliz de mí!
CORIFEO: Ha partido, ya no existe la esposa de Admeto.
EUMELO: ¡Ay de mi suerte! Ya mamá se ha ido bajo tierra; no existe, padre mío, bajo la luz del sol. Nos ha abandonado dejándonos huérfanos, ¡desdichada! Mira, mira sus párpados y sus manos inermes.
(Se arroja sobre el cadáver de Alcestis.)
EUMELO: ¡Óyeme escúchame madre mía, te lo ruego! ¡Te llamo, te llamo yo madre, tu hijo, que cae sobre tus labios!
ADMETO: Ni nos oye ni nos ve. A mí y a vosotros dos nos ha golpeado una grave desgracia.
EUMELO: Yo, tan joven como soy, padre mío, debo hacer la navegación de mi vida solo[43], privado de mi querida madre. ¡Cruel es el destino que he tenido! […]
Y tú, hermana, tan pequeña como eres, también lo has compartido […]
¡Oh padre, en vano, en vano contrajiste matrimonio! Ni siquiera alcanzaste con ella el término de la vejez, pues murió antes y, al haber desaparecido tú, madre mía, nuestro hogar se ha destruido.
ESTÁSIMO 2.º
CORIFEO: Admeto, es necesario que soportes estas desgracias, pues no eres ni el primero ni el último los mortales que ha perdido una excelente esposa. Hazte a la idea de que todos nosotros debemos pagar el tributo de la muerte.
ADMETO: Lo sé y esta desgracia no se ha abalanzado sobre mí desde el cielo de repente. La conocía y hacía tiempo que me torturaba. Mas, ya que debo llevar a cabo la conducción de este cadáver, permaneced ahí y, mientras esperáis, entonad un peán en respuesta al dios de abajo, el que no admite libaciones[44]. A todos los tesalios, en quienes mando, les ordeno que participen en el dolor por esta mujer, con el cabello rasurado y la túnica negra. Los que uncís cuadrigas o ponéis el frontal a caballos de silla, con el hierro cortad la crin de sus cuellos[45]. Que por la ciudad no haya sonido de flautas ni de lira, hasta que hayan transcurrido doce lunas. Pues ningún otro cadáver más querido enterraré que éste, ni mejor para mí. Me es merecedora de estas honras, puesto que es la única que ha muerto en mi lugar.
(Los sirvientes, Admeto y sus hijos vuelven a entrar en palacio acompañando el cadáver de Alcestis.)
Estrofa
CORO
¡Hija de Pelias, que habites alegre la casa sin sol en las moradas de Hades! ¡Y que sepa Hades, dios de negra cabellera, y el anciano que se sienta junto al remo y el timón como conductor de muertos, que a la mejor mujer con mucho ha hecho pasar la laguna del Aqueronte con su barca de dos remos!
Antistrofa
Muchas veces te cantarán a ti los servidores de las Musas sobre la concha montaraz de siete cuerdas[46], glorificándote con himnos sin lira en Esparta, cuando el giro de las estaciones regresa el mes Carneo, y la luna llena permanece toda la noche en el cielo, en la brillante y esplendorosa Atenas[47]. Tal es el canto que dejaste al morir a los aedos.
Estrofa 2.ª
¡Ojalá estuviera en mi poder y pudiera a ti traerte a la luz desde las moradas de Hades y las corrientes del Cocíto con el remo que golpea el agua infernal! ¡Porque tú has sido la única, oh querida, entre las mujeres, que te has atrevido a rescatar a tu esposo de Hades, dando tu vida a cambio! ¡Qué tenue la tierra encima te caiga, mujer[48]! Si tu esposo tomara un nuevo lecho, objeto de enorme odio sería para mí y para tus hijos.
Antistrofa 2.ª
La madre no quiso ocultar su cuerpo bajo tierra por su hijo, ni su anciano padre […] Y no se atrevieron a salvar al hijo que engendraron. ¡Crueles ambos! A pesar de su cabeza cana. Más tú, en cambio, en flor de la juventud, muriendo en lugar de tu esposo te has ido. ¡Ojalá encontrara yo semejante amor en la unión con una esposa! ¡Suerte rara es eso en la vida! De ser así, sin duda, toda la vida la compartiría, con ella.