DIECINUEVE

—¿Estás loco? —le pregunté.

Me miró con aquella misma expresión muda que adoptaba siempre que le hacía esa pregunta.

Suspiré y lo volví a intentar de nuevo.

—¿Una fiesta? Eso es pasarse, incluso para ti. ¡Que ha muerto gente! Guardianes, Priscilla Voda —por no hablar de que otra gente acababa de volver de entre los muertos. Probablemente fuese mejor omitir aquella parte—. No es el momento de ponerse hasta arriba y jugar a encestar pelotas de pimpón en vasos de cerveza.

Esperaba que Adrian dijese que siempre era un buen momento para lo de las pelotas de pimpón, pero se mantuvo serio.

—La verdad es que se va a celebrar la fiesta precisamente porque ha muerto gente. Y no es una fiesta de minis de cerveza; tal vez la palabra «fiesta» ni siquiera sea la más apropiada. Es un… —frunció el ceño mientras buscaba un término—. Un evento especial. Para la élite.

—Todas las fiestas de la realeza son elitistas —señalé.

—Claro, pero a esta no está invitada toda la realeza. Es la… digamos la élite de la élite.

Aquello no era de mucha ayuda.

—Adrian…

—No, escúchame —hizo aquel gesto suyo tan familiar que indicaba frustración, pasándose la mano por el pelo—. No es tanto una fiesta como una ceremonia. Una tradición muy, muy antigua de… yo qué sé, de Rumania, creo. Lo llaman Vigilia Funeraria, pero es una forma de honrar a los muertos, un secreto que ha pasado de generación en generación en los linajes más antiguos.

Me vino a la mente el recuerdo de una sociedad secreta y destructiva de St. Vladimir.

—Esto no será ningún rollo tipo Mânã, ¿verdad?

—No, te lo juro. Por favor, Rose. A mí tampoco es que me vaya mucho, pero mi madre me está obligando a ir, y de verdad que me gustaría que estuvieras allí conmigo.

«Élite» y «linaje» eran palabras de advertencia para mí.

—¿Habrá algún otro dhampir?

—No —respondió, y se apresuró a añadir—: pero ya me las he arreglado para que vayan otras personas que sí son de tu aprobación. Será mejor para nosotros dos.

—¿Lissa? —me imaginé. De haber algún linaje con estima, ese era el suyo.

—Sí. Me acabo de encontrar con ella en el centro médico. Su reacción ha sido muy parecida a la tuya.

Aquello me provocó una sonrisa. También despertó mi interés. Quería hablar con ella sobre lo que había sucedido durante su visita a Dimitri, y sabía que ella me había estado evitando por ese motivo. Si el asistir a algún estúpido ritual de la realeza o a lo que fuera que fuese me ayudaba a llegar a ella, pues mejor que mejor.

—¿Quién más?

—Gente que te gustará.

—Perfecto. Conserva el misterio. Iré a la reunión de tu secta.

Aquello me hizo ganarme una sonrisa en respuesta.

—Nada de secta, mi pequeña dhampir. Es realmente una forma de presentar los últimos respetos a los que murieron en esa pelea —extendió el brazo y me pasó la mano por la mejilla—. Y me alegro… Dios, cuánto me alegro de que tú no fueses uno de ellos. No te haces una idea… —se le quebró la voz y le tembló su frívola sonrisa por un segundo antes de volver a estabilizarse—. No te haces una idea de lo preocupado que estaba. Cada minuto que pasaste fuera, cada minuto en que no sabía qué te había ocurrido… fue horrible. E incluso después de enterarme de que estabas bien, seguí preguntándole a todo el mundo en el centro médico lo que sabía. Si te habían visto en la pelea, si te habían herido…

Sentí que se me formaba un nudo en la garganta. No había podido ver a Adrian cuando regresé, pero sí que debería haberle enviado un mensaje, por lo menos. Le cogí la mano con fuerza e intenté hacer alguna broma con algo que no tenía la menor gracia.

—¿Qué te dijeron? ¿Que fui la caña?

—Sí, la verdad es que sí. No podían dejar de hablar de lo increíble que estuviste en la pelea. El rumor de lo que hiciste le llegó también a la tía Tatiana, e incluso ella estaba impresionada.

Guau. Eso sí que era una sorpresa. Empecé a preguntarle más al respecto, pero sus siguientes palabras me hicieron pararme en seco.

—También me han contado que has estado gritando a todo el mundo con tal de enterarte de algo sobre Belikov. Y que esta mañana has estado aporreando las puertas de los guardianes.

Aparté la mirada.

—Ah. Sí, yo… Mira, lo siento, pero es que tenía que…

—Oye, oye —su tono de voz era grave y muy serio—. No te disculpes. Lo entiendo.

Levanté la vista hacia él.

—¿Lo entiendes?

—A ver, tampoco es que no me esperase esto si él volvía.

Le sostuve la mirada con dudas, estudiando la seriedad de su expresión.

—Lo sé. Recuerdo lo que me dijiste…

Asintió y me volvió a sonreír compungido.

—Por supuesto que no me esperaba que esto llegase realmente a funcionar. Lissa ha intentado explicarme la magia que utilizó… pero cielo santo. No creo que yo sea capaz de hacer alguna vez algo como lo que ha hecho ella.

—¿Lo crees? —le pregunté—. ¿Crees que ya no es un strigoi?

—Claro. Lissa me ha dicho que no lo es, y la creo. Además, le he visto al sol desde la distancia, aunque no estoy seguro de que sea una buena idea que intentes verle.

—Son tus celos los que hablan —dije. No tenía ningún derecho de utilizar con él un tono acusador teniendo en cuenta lo embrollado que tenía el corazón con Dimitri.

—Por supuesto que son celos —dijo Adrian con toda la tranquilidad del mundo—. ¿Qué te esperabas? Ha vuelto el antiguo amor de tu vida, y de entre los muertos, nada menos. No es algo que me haga saltar de alegría, pero tampoco te culpo por sentirte confusa.

—Ya te dije que…

—Lo sé, lo sé —Adrian no sonaba particularmente enfadado. Es más, en su voz había un sorprendente tono de paciencia—. Ya sé que dijiste que el hecho de que él volviese no cambiaría las cosas entre nosotros, pero decir algo antes de que suceda y ver que después de verdad sucede son cuestiones distintas.

—¿Adónde quieres ir a parar? —le pregunté, algo confundida.

—Me atraes, Rose —me apretó la mano un poco más fuerte—. Siempre me has atraído. Quiero estar contigo. Me gustaría ser como los demás tíos y decir también que quiero cuidarte, pero bueno… Llegado el momento, es probable que fueras tú quien cuidase de mí.

Me reí contra mi voluntad.

—Hay días en que pienso que tú eres más peligroso que cualquier otro para ti mismo. Hueles a tabaco, ¿sabes?

—Eh, que yo no he dicho nunca, jamás, que sea perfecto. Y te equivocas. Tú eres lo más peligroso que hay en mi vida.

—Adrian…

—Espera —con la otra mano, presionó los dedos sobre mis labios—. Solo escucha. Sería estúpido por mi parte pensar que la vuelta de tu antiguo novio no tuviese ningún efecto en ti. ¿Significa eso que me guste que quieras verle? No, desde luego que no. Es instintivo. Aunque hay más, lo sabes. Creo que sí, que es otra vez un dhampir, absolutamente, pero…

—Pero ¿qué? —las palabras de Adrian me hacían sentir más curiosidad que nunca.

—Pero el hecho de que ya no sea un strigoi no significa por sí solo que eso haya desaparecido de él por completo. Espera —Adrian veía que mis labios se abrían de indignación—. No estoy diciendo que sea alguien malvado o que pretenda hacer algo malo ni nada por el estilo, ahora bien, lo que él ha pasado… es bestial. Épico. La verdad es que no sabemos mucho acerca del proceso de reversión. ¿Qué efectos habrá tenido sobre él esa forma de vida? ¿Hay partes violentas en él que podrían saltar de repente? Eso es lo que me preocupa, Rose. Te conozco. Sé que no lo vas a poder evitar. Tendrás que verle y hablar con él. Pero ¿es seguro? Eso es lo que nadie sabe. No sabemos nada sobre esto. No sabemos si es peligroso.

Christian le había dicho lo mismo a Lissa. Estudié a Adrian con detenimiento. Aquello sonaba como una excusa muy oportuna para mantenernos separados a Dimitri y a mí, y, sin embargo, veía la sinceridad en sus ojos. Lo decía en serio. Le ponía nervioso lo que pudiese hacer Dimitri. Adrian también había sido honesto al respecto de los celos, lo cual era de admirar. No me había dado la orden de no ver a Dimitri ni había intentado dictarme lo que debía hacer. Aquello también me gustó. Alargué la mano y entrelacé mis dedos con los suyos.

—No es peligroso. Es… está triste. Triste por lo que ha hecho. El sentimiento de culpa lo está matando.

—Me lo puedo imaginar. Es probable que yo tampoco me perdonase si de repente me diera cuenta de que me había pasado los últimos cuatro meses matando gente de manera brutal —Adrian me atrajo hacia él y me besó en la cabeza—. Y, por el bien de todos, incluso el suyo propio, de verdad espero que sea exactamente el que era. Tú solo ten cuidado, ¿vale?

—Lo haré —le dije y le di un beso en la mejilla—. Porque yo siempre lo tengo.

Sonrió y me soltó.

—Eso es todo cuanto puedo esperar. De momento, tengo que volver a la casa de mis padres durante un rato. Vendré a por ti a las cuatro, ¿vale?

—Vale. ¿Debería ir vestida de alguna manera especial a esa fiesta secreta?

—Con ropa elegante de vestir basta.

Se me ocurrió algo.

—Si esto es tan elitista y prestigioso, ¿cómo vas a colar a una pobre dhampir como yo?

—Con esto —Adrian alargó la mano hacia una bolsa que había dejado en el suelo al entrar. Me la entregó.

Abrí la bolsa con curiosidad y se me escapó un grito ahogado ante lo que vi. Era una máscara que cubría la mitad superior del rostro, alrededor de los ojos. Estaba labrada de un modo intrincado, con hojas verdes y doradas y con flores enjoyadas.

—¿Una máscara? —exclamé—. ¿Es que vamos a ir con máscaras? ¿Esto qué es, Halloween?

Me guiñó un ojo.

—Te veo a las cuatro.

En realidad, no nos pusimos las máscaras hasta que llegamos a la Vigilia Funeraria. Como parte del secreto de todo aquello, Adrian había dicho que no debíamos llamar la atención mientras nos dirigíamos hacia allá, de manera que atravesamos muy arreglados los jardines de la corte —yo vestía el mismo atuendo que me puse para la cena en casa de sus padres— pero no levantamos más revuelo que el habitual cuando estábamos juntos. Además, era tarde, y gran parte de la corte se preparaba ya para acostarse.

Me sorprendió nuestro destino. Se trataba de uno de los edificios en que vivían los trabajadores de la corte que no pertenecían a la realeza, un edificio muy cercano al de Mia. Bien, supongo que el último sitio donde te esperarías encontrar una fiesta de la realeza sería en casa de alguien del pueblo llano. Excepto que tampoco entramos en ninguno de los apartamentos. En cuanto pusimos el pie en el vestíbulo del edificio, Adrian me indicó que debíamos ponernos las máscaras. Entonces me condujo hacia lo que parecía ser un cuarto de mantenimiento.

No lo era. En lugar de eso, la puerta daba paso a unas escaleras que descendían en la oscuridad. No veía el fondo, lo cual me ponía en estado de alerta. Por instinto, siempre quería conocer los detalles de cada situación a la que me enfrentaba. Adrian parecía tranquilo y confiado mientras bajábamos, así que tuve que asumir a base de fe que no me estaba llevando a algún altar sacrificial. Odiaba reconocerlo, pero la curiosidad al respecto de aquella Vigilia Funeraria estaba quitándome a Dimitri de la cabeza de manera temporal.

Adrian y yo acabamos llegando a otra puerta, y en esta había dos guardias. Ambos hombres eran moroi, y ambos llevaban máscaras como Adrian y como yo. Su pose era tensa y defensiva. No dijeron nada y se limitaron a mirarnos con expresión expectante. Adrian pronunció unas palabras que sonaban a rumano y, un segundo después, uno de los hombres nos abrió la puerta y nos hizo un gesto para que pasásemos.

—¿Una contraseña secreta? —murmuré a Adrian cuando pasamos.

—Contraseñas, en realidad. Una para ti y otra para mí. Cada invitado tiene una contraseña única.

Nos adentramos en un túnel estrecho e iluminado tan solo por unas antorchas empotradas en los muros. Sus llamas danzarinas proyectaban unas sombras extravagantes al pasar. Nos llegaba el murmullo grave de las conversaciones desde la larga distancia que teníamos por delante. Era un sonido sorprendentemente normal, como el de cualquier conversación que escucharías en una fiesta. Tal y como Adrian me lo había descrito, casi me esperaba oír cánticos o tam-tams.

Hice un gesto negativo con la cabeza.

—Lo sabía. Tienen una mazmorra medieval debajo de la corte. Me sorprende que no haya cadenas en las paredes.

—¿Tienes miedo? —bromeó Adrian cogiéndome la mano.

—¿De esto? Lo dudo. A ver, en la Escala de Miedo de Hathaway, esto apenas llega a…

Salimos del pasillo antes de que pudiese finalizar. Ante nosotros se extendía una sala enorme con techos abovedados, algo que paralizó la limitada capacidad espacial de mi cerebro al intentar recordar a cuánta profundidad habíamos llegado. Unas lámparas de araña de hierro forjado colgaban del techo con velas encendidas y proyectaban la misma luz fantasmal que las antorchas del pasillo. Los muros eran de piedra, pero de una piedra muy bonita, con gusto: gris con un moteado rojo y pulida en fragmentos redondeados y suaves. Alguien había querido preservar el aire de una mazmorra del Viejo Mundo y al tiempo darle un poco de estilo a aquel lugar. La típica forma de pensar de la realeza.

Unas cincuenta personas pululaban por la estancia, algunas de ellas apiñadas en grupos. Como Adrian y como yo, todos iban vestidos de gala y llevaban medias máscaras, todas ellas diferentes. Algunas tenían motivos florales como la mía, otras iban decoradas con animales. Otras lucían simples volutas o diseños geométricos. Aunque los antifaces solo cubrían los rostros de manera parcial, la débil luz ayudaba mucho a la hora de ocultar cualquier rasgo identificativo. Los estudié con mucho detenimiento con la esperanza de captar algún detalle que delatase a alguien.

Adrian me apartó de la entrada y me condujo hacia un rincón. Al ampliarse mi perspectiva del lugar, pude ver que en el centro de la sala había un foso para una pira, excavado en el suelo de piedra. Ninguna hoguera ardía en él, pero todo el mundo se mantenía bien apartado. Tuve por un instante el fogonazo desorientador de un déjà vu, al recordar mi época en Siberia. Allí también había asistido a una especie de ceremonia funeraria —aunque, desde luego, no con antifaces y contraseñas— en la que todo el mundo se sentó alrededor de un fuego al aire libre. Había sido en honor de Dimitri, con todos los que le querían allí sentados y contando historias sobre él.

Intenté conseguir una mejor perspectiva del foso, pero Adrian estaba decidido a que permaneciésemos detrás del grueso del gentío.

—No llames la atención —me advirtió.

—Solo estaba mirando.

—Ya, pero cualquiera que se fije demasiado se va a dar cuenta de que eres la persona de menor estatura que hay aquí. Va a ser bastante obvio que eres una dhampir. Élite de rancio abolengo, ¿recuerdas?

Le fruncí el ceño tanto como pude a través de la máscara.

—Creía que habías dicho que te las habías arreglado para que yo viniera —solté un gruñido ante la ausencia de una respuesta por su parte—. ¿Acaso «arreglártelas» significa colarme por las buenas? Si es así, esos tíos de la puerta son una mierda de seguridad.

Adrian soltó un bufido.

—Oye, teníamos las contraseñas correctas. Eso era todo lo necesario. Se las he mangado, mmm, cogido prestadas de la lista de mi madre.

—¿Es tu madre una de las organizadoras de esto?

—Sí. Su rama de la familia Tarus lleva siglos muy metida dentro de este grupo. Al parecer, celebraron aquí una gran ceremonia después del ataque a la academia.

Le di vueltas a todo aquello en mi cabeza, mientras trataba de decidir cómo me sentía. Odiaba cuando la gente se obsesionaba con el estatus y las apariencias, y aun así resultaba difícil culparlos por querer honrar a los que habían muerto, en especial cuando la mayoría de ellos eran dhampir. El ataque de los strigoi a St. Vladimir era un recuerdo que me perseguiría siempre. Una sensación familiar me inundó antes de llegar a tener la oportunidad de pensarlo demasiado.

—Lissa está aquí —dije, mirando a mi alrededor. Podía sentirla cerca, pero no la localicé de inmediato en aquel océano de máscaras y de sombras—. Allí.

Se encontraba apartada de los demás. Llevaba un vestido en tonos rosáceos y un antifaz en blanco y oro con cisnes. Sentí a través del vínculo que estaba buscando a alguien conocido. Arranqué hacia ella de manera impulsiva, pero Adrian me retuvo y me dijo que aguardase hasta que él fuese a buscarla.

—¿Qué es todo esto? —preguntó Lissa cuando llegó hasta mí.

—Imaginaba que tú lo sabrías —le dije—. Es alto secreto de la realeza.

—También es alto secreto para mí —dijo ella—. A mí me ha invitado la reina. Me dijo que era parte de mi patrimonio y que me lo guardase para mí, y después vino Adrian a contarme que tenía que estar aquí por ti.

—¿Te ha invitado la reina directamente? —exclamé. Tal vez no debería haberme sorprendido. A Lissa no le habría hecho falta colarse como a mí. Me pareció lógico que alguien se asegurase de que estaba entre los invitados, pero había asumido que todo aquello era cosa de Adrian. Miré a mi alrededor con inquietud—. ¿Está aquí Tatiana?

—Es probable —dijo Adrian con una tranquilidad exasperante. Como siempre, la presencia de su tía no tenía el mismo impacto en él que en el resto de nosotros—. Eh, mirad. Allí está Christian, con el antifaz de las llamas.

No sabía cómo Adrian había localizado a Christian, aparte de la nada sutil alegoría de su máscara. Con su altura y su pelo oscuro, Christian pasaba desapercibido con facilidad entre los demás moroi que le rodeaban, e incluso estaba charlando con una chica que tenía cerca, algo que no le pegaba nada.

—Este no ha recibido una invitación real ni de coña —dije yo. De haber algún miembro de la familia Ozzera al que se considerase tan especial como para venir a esto, desde luego que Christian no sería uno de ellos.

—No lo ha hecho —reconoció Adrian, que le hacía un leve gesto a Christian para que se uniese a nosotros—. Le he dado una de las contraseñas que le he cogido a mi madre.

Me quedé mirando a Adrian con cara de estupefacción.

—¿Cuántas has robado?

—Las suficientes para…

—Prestemos atención.

La voz estruendosa de un hombre resonó por la sala y detuvo en seco tanto las palabras de Adrian como los pasos de Christian, que, con un mohín, regresó al sitio que ocupaba antes, lejos de nosotros, al otro lado de la estancia. Parecía que al final no me iban a dar la oportunidad de hablar con Lissa sobre Dimitri.

Sin indicación de ningún tipo, los demás presentes en la sala comenzaron a formar un círculo alrededor del foso de la pira. La sala no era tan grande como para que nos dispusiéramos en una sola fila, así que pude permanecer detrás de otros moroi mientras presenciaba el espectáculo. Lissa estaba a mi lado, pero su atención se encontraba fija en el otro extremo del salón, en Christian. Le contrariaba que no hubiese podido unirse a nosotros.

—Hemos venido esta noche para honrar el espíritu de quienes han muerto combatiendo el gran mal que nos asola desde antaño —hablaba el mismo hombre que había reclamado nuestra atención. Unas volutas de plata brillaban en su máscara negra. No se trataba de nadie en especial que yo reconociese. Probablemente acertase si asumía que era alguien de un linaje importante que daba la casualidad de que tenía una buena voz para atraer a la gente. Adrian me lo confirmó.

—Es Anthony Badica. Siempre recurren a él para que haga de maestro de ceremonias.

En ese momento, Anthony parecía más un líder religioso que un presentador, pero tampoco quise responder y llamar la atención de nadie.

—Los honramos esta noche —prosiguió Anthony.

Di un respingo cuando prácticamente todo el mundo repitió aquellas palabras. Lissa y yo nos miramos con cara de perplejidad. Al parecer había un guion del que nadie nos había hablado.

—Sus vidas nos han sido arrebatadas demasiado pronto —continuó Anthony.

—Los honramos esta noche.

Vale, tal vez el guion no fuese demasiado difícil de seguir al fin y al cabo. Anthony continuó hablando sobre lo terrible de aquella tragedia, y nosotros repitiendo la misma respuesta. Todo aquello de la Vigilia Funeraria me tenía estupefacta, pero la tristeza de Lissa comenzó a filtrarse por el vínculo y a afectarme a mí también. Priscilla siempre se había portado bien con ella —y era correcta conmigo—. Grant solo había sido el guardián de Lissa por un breve espacio de tiempo, pero la había protegido y la había ayudado. Es más, de no ser por el trabajo que Grant hizo con Lissa, quizá Dimitri todavía fuese un strigoi. Así que, lentamente, la gravedad de todo aquello empezó a afectarme, y, por mucho que yo pensase que había mejores formas de llorar una muerte, agradecía el reconocimiento que se estaba otorgando a los caídos.

Después de algunas frases más, Anthony hizo un gesto a alguien para que se acercase. Una mujer con una máscara en un brillante verde esmeralda salió al frente con una antorcha. Adrian se movió a mi lado.

—Mi adorada madre —murmuró.

Desde luego que sí. Ahora que me lo había indicado él, pude distinguir con claridad los rasgos de Daniella. Lanzó la antorcha al foso de la pira, que se encendió como si fuese el Cuatro de Julio. Alguien debía de haber rociado aquellos troncos con gasolina, o con vodka ruso. Tal vez con ambas cosas. No era de extrañar que los invitados se hubieran mantenido a distancia. Daniella desapareció entre la multitud, y surgió otra mujer que llevaba una bandeja con cálices dorados. Caminando alrededor del círculo, fue entregándole una copa a cada uno de los presentes. Cuando se le acabaron, apareció otra mujer con otra bandeja.

Mientras distribuían los cálices, nos explicó Anthony:

—Ahora brindaremos y beberemos por los muertos, para que sus espíritus partan y hallen la paz.

Me moví inquieta. La gente hablaba de espíritus sin descanso y de que los muertos hallasen la paz sin saber realmente de qué estaban hablando.

Ser bendecida por la sombra llevaba consigo la capacidad de ver a los muertos que no tenían descanso, algo que me había llevado mucho tiempo controlar para no verlos. Siempre estaban a mi alrededor, y me costaba lo mío cerrarles el paso. Me preguntaba qué vería ahora si dejara caer mis murallas de protección. ¿Se estarían paseando entre nosotros los fantasmas de los que habían muerto en la noche del ataque de Dimitri?

Adrian olfateó su copa en cuanto se la dieron y soltó un bufido. Por un segundo, me entró el pánico hasta que olfateé yo también la mía.

—Vino, gracias a Dios —le susurré—. Por la cara que has puesto, he pensado que era sangre —recordé lo mucho que odiaba la sangre que no cataba directa de su origen.

—Bah —murmuró él—. La cosecha es mala.

Cuando todo el mundo tuvo su vino, Anthony alzó la copa sobre la cabeza con ambas manos. El fuego a su espalda le daba un aspecto casi siniestro, sobrenatural.

—Bebemos por Priscilla Voda —dijo.

—Por Priscilla Voda —repitió todo el mundo.

Anthony bajó el cáliz y bebió un pequeño sorbo. Lo mismo hicieron todos los demás… bueno, excepto Adrian. Él se bebió media copa de un trago, fuera de mala cosecha o no.

Anthony volvió a alzar el cáliz sobre la cabeza.

—Bebemos por James Wilket.

Mientras iba repitiendo sus palabras, me di cuenta de que James Wilket era uno de los guardianes de Priscilla. Aquel grupo de colgados de la realeza estaba de verdad mostrando respeto hacia los dhampir. Fuimos pasando por los demás guardianes, uno por uno, y me mantuve fiel a los sorbitos con tal de mantener la cabeza en su sitio aquella noche. Estaba bastante segura de que, llegados al final de la lista de nombres, Adrian fingiría sus tragos al haberse quedado sin vino.

Cuando Anthony terminó de nombrar a todos los que habían muerto, volvió a alzar la copa y se acercó a las llamas, que ya habían empezado a caldear la estancia de manera incómoda. La espalda del vestido se me estaba empapando de sudor.

—Por todos los caídos a manos del gran mal, honramos vuestros espíritus y albergamos la esperanza de que partan en paz al otro mundo —dijo Anthony y vació el resto de su vino en las llamas.

Toda aquella charla de los espíritus que permanecen en el mundo desde luego que no encajaba con la habitual creencia cristiana en la otra vida que dominaba la religión de los moroi. Eso hizo que me preguntase por la verdadera antigüedad de aquella ceremonia. Una vez más, estuve tentada de bajar mis defensas y ver si algo de todo aquello había atraído a algún fantasma hacia nosotros, pero sentí miedo de lo que descubriría. Además, enseguida me distraje cuando todos los otros en el círculo comenzaron a verter sus copas de vino en el fuego también. Uno por uno, en el sentido de las agujas del reloj, todos los presentes se fueron acercando. Todo permanecía en silencio mientras esto sucedía, a excepción del crepitar de la pira y el movimiento de algún tronco. Todo el mundo observaba respetuoso.

Llegado mi turno, tuve que hacer un enorme esfuerzo por no echarme a temblar. No se me había olvidado que Adrian me había colado allí dentro. Si a los moroi comunes no se les permitía el acceso, de los dhampir mejor no hablar. ¿Qué harían? ¿Declararían profanado aquel lugar? ¿Me lincharían? ¿Me tirarían al fuego?

Quedó demostrado que mis temores eran infundados. Nadie hizo ni dijo nada inusual cuando vertí mi vino en el fuego, y, un instante después, Adrian avanzó para tomar su turno. Volví a desaparecer en la parte de atrás, junto a Lissa. Una vez hubo terminado todo el círculo, nos invitaron a guardar un momento de silencio por los difuntos. Al haber presenciado el secuestro de Lissa y su posterior rescate, tenía muchos fallecidos sobre los que reflexionar. Ningún silencio, por muy largo que fuese, les haría jamás justicia.

Fue como si se extendiese otra señal muda por la sala, el círculo se dispersó y se relajó la tensión. La gente volvió a reunirse en pequeños grupos de conversación, exactamente igual que en cualquier otra fiesta, aunque vi lágrimas en algunos rostros.

—Mucha gente debía de apreciar a Priscilla —observé.

Adrian se volvió hacia una mesa que de manera misteriosa habían dispuesto durante la ceremonia. La habían colocado contra la pared del fondo, y estaba repleta de fruta, queso y más vino. Como es natural, él se sirvió una copa.

—No todos están llorando por ella —dijo Adrian.

—Me resulta difícil creer que estén llorando por los dhampir —señalé—. Ninguno de los presentes los conocía siquiera.

—Eso no es cierto —me dijo él.

Lissa captó rápidamente a qué se refería.

—La mayor parte de los que fueron al rescate serían guardianes asignados a algunos moroi. No podían ser todos guardianes de la corte.

Me di cuenta de que tenía razón. Había muchísima gente con nosotros en la nave industrial. No cabía duda de que muchos de aquellos moroi habían perdido guardianes con los que habrían mantenido alguna relación de proximidad. A pesar del desdén que yo solía sentir por aquel tipo de realeza, sabía que era probable que algunos hubiesen trabado amistad o se hubiesen sentido unidos de alguna forma a sus guardaespaldas.

—Qué fiesta más penosa —dijo una voz de repente. Nos giramos y vimos que Christian por fin se había abierto paso hasta nosotros—. No tengo muy claro si se suponía que era un funeral o si estábamos invocando al diablo. Ha sido un torpe intento de ambas cosas, diría yo.

—Para ya —le dije, y me sorprendí a mí misma—. Esa gente murió anoche por ti. Sea lo que sea esto, no deja de hacerse por respeto hacia ellos.

El semblante de Christian se volvió sobrio.

—Tienes razón.

A mi lado, sentí que Lissa se iluminaba por dentro al verle. Los horrores de su trance los habían unido, y recordé los momentos de ternura que compartieron ambos en el viaje de vuelta. Ella le ofreció una mirada cariñosa y recibió en respuesta una sonrisa vacilante. Tal vez saliese algo bueno de todo cuanto había sucedido. Tal vez fuesen capaces de arreglar sus problemas.

O tal vez no.

Adrian sonrió de oreja a oreja.

—Eh, me alegro de que hayas podido venir.

Por un instante, creí que se estaba dirigiendo a Christian, pero me fijé y vi que se había unido a nosotros una chica con un antifaz de pavo real. Con tanta gente y tanta máscara, no me había dado cuenta de que se mantenía a propósito muy cerca de nosotros. La estudié y no vi más que unos ojos azules y unos rizos dorados antes de reconocerla por fin. Mia.

—¿Qué haces tú aquí? —le pregunté.

Sonrió.

—Adrian me ha conseguido una contraseña.

—Parece que Adrian ha conseguido contraseñas para más de la mitad de la fiesta.

Se mostró muy satisfecho consigo mismo.

—¿Lo ves? —se dirigió a mí con una sonrisa—. Te he dicho que me encargaría de que te mereciese la pena venir. Tenemos aquí a toda la banda. Prácticamente.

—Esto es de lo más raro que he visto en mi vida —dijo Mia echando un vistazo a su alrededor—. No veo por qué tiene que ser un secreto el hecho de considerar unos héroes a esos a los que han matado. ¿Por qué no pueden esperar al funeral conjunto?

Adrian hizo un gesto de indiferencia.

—Ya te lo dije, es una ceremonia ancestral, una reliquia de la madre patria, y esta gente lo considera importante. Por lo que yo sé, antes era mucho más compleja. Esta es la versión modernizada.

Me percaté entonces de que Lissa no había dicho una palabra desde que vimos que Christian había venido con Mia. Me abrí al vínculo y percibí una oleada de celos y rencor. Yo seguía pensando que Mia sería una de las últimas personas con quien Christian se liaría (vale, me costaba imaginarme a Christian liado con nadie. Su encuentro con Lissa había sido monumental). Sin embargo, Lissa no era capaz de verlo. Todo cuanto veía era que Christian no dejaba de quedar con otras chicas. Conforme prosiguió nuestra conversación, la actitud de Lissa fue tornándose cada vez más gélida, y las miradas afectuosas que él le lanzaba comenzaron a desvanecerse.

—Entonces, ¿es cierto? —preguntó Mia, ajena al drama que se desarrollaba en torno a ella—. ¿Dimitri de verdad… ha vuelto?

Lissa y yo intercambiamos una mirada.

—Sí —dije con firmeza—. Es un dhampir, pero nadie se lo cree todavía, porque son unos idiotas.

—Acaba de suceder, mi pequeña dhampir —el tono de Adrian era amable, aunque estaba claro que el tema le incomodaba a él también—. No puedes esperar que todo el mundo lo acepte así, por las buenas.

—Pero sí que son unos idiotas —dijo Lissa con agresividad—. Cualquiera que hable con él puede ver que ya no es un strigoi. Estoy presionando para que le dejen salir de la celda para que la gente lo pueda ver con sus propios ojos.

Ojalá hubiese presionado con un poco más de fuerza para que yo pudiese llegar a ver a Dimitri, pero ese no era el momento de hablar de aquello. Eché un vistazo al salón y me pregunté si a algunas de aquellas personas les costaría aceptar a Dimitri por su participación en las muertes de sus seres queridos.

No había tenido el control sobre sí mismo, pero aquello no bastaba para devolver a la vida a los muertos.

Aún incómoda con Christian, Lissa se estaba empezando a inquietar. Quería marcharse e ir a ver a Dimitri.

—¿Cuánto tiempo nos tenemos que quedar aquí? ¿Hay algo más que…?

—¿Quién demonios eres tú?

Nuestro reducido grupo se volvió al unísono y se encontró a Anthony junto a nosotros. Teniendo en cuenta que la mayoría nos habíamos colado allí, podría estar dirigiéndose a cualquiera. Sin embargo, considerando dónde tenía fija la mirada, no había ninguna duda de a quién se refería.

Se estaba dirigiendo a mí.