DIECIOCHO

Lo que es un verdadero asco de estar vinculada psicológicamente a alguien es que detectas con bastante precisión cuándo te está mintiendo esa persona, o, en este caso, cuándo te está diciendo la verdad. Aun así, mi respuesta fue instintiva e inmediata.

—Eso no es cierto.

—¿Que no? —me lanzó una mirada significativa. Ella también era consciente de que podía sentir la sinceridad de cuanto me decía.

—Es que eso… no puede… —no solía quedarme sin palabras con demasiada frecuencia, y menos, desde luego, con Lissa. Había sido muy habitual en nuestra relación que yo fuese la firme, quien le explicaba a ella por qué las cosas eran como eran. En algún punto, por el camino y sin que yo me percatase, Lissa había perdido aquella fragilidad.

—Lo siento —me dijo con una voz todavía amable aunque también firme. El vínculo delataba lo mucho que odiaba decirme cosas desagradables—. Me ha pedido… me ha dicho específicamente que no te deje venir. Que no quiere verte.

Me quedé mirándola con expresión suplicante y le dije con una voz casi infantil:

—Pero ¿por qué? ¿Por qué iba él a decir eso? Pues claro que quiere verme. Tiene que estar aturdido…

—No lo sé, Rose. Yo solo sé lo que él me ha dicho. Lo siento muchísimo —extendió los brazos hacia mí como si quisiera darme un abrazo, pero retrocedí. La cabeza aún me daba vueltas.

—Me voy contigo de todas formas. Te espero arriba con los demás guardianes. Entonces, cuando le digas a Dimitri que estoy allí, cambiará de opinión.

—No creo que debas hacerlo —contestó—. Parecía decir muy en serio que no fueses… estaba casi frenético. Creo que le molestaría saber que estás allí.

—¿Molestarle? ¿Molestarle? ¡Liss, que soy yo! Él me quiere. Me necesita.

Lissa hizo un gesto de dolor, y caí en la cuenta de que le había gritado.

—Yo solo me ciño a lo que él me ha dicho. Es todo tan confuso… Por favor, no me pongas en esta situación. Tú solo… espera a ver qué pasa. Y si quieres saber lo que está sucediendo, siempre puedes…

Lissa no terminó la frase, pero yo ya sabía lo que estaba sugiriendo. Se ofrecía a dejarme ver su encuentro con Dimitri a través del vínculo. Era un gran gesto por su parte, aunque tampoco es que pudiese impedírmelo si yo quería hacerlo. No obstante, y por lo general, a ella no le gustaba la idea de que la «espiase». Aquello fue lo mejor que se le ocurrió para hacer que me sintiese mejor.

Tampoco es que lo lograra. Todo aquello era un disparate: que me negasen el acceso a Dimitri, ¡que Dimitri supuestamente no quisiera verme! Pero qué narices. Mi reacción instintiva fue hacer caso omiso de todo cuanto me acababa de decir Lissa y marcharme con ella para exigir que me dejaran pasar a mí también. Sin embargo, los sentimientos que percibía en el vínculo me rogaban que no lo hiciese. Ella no quería crear problemas. Lissa podría no entender tampoco los deseos de Dimitri, pero sentía que habían de ser respetados hasta que se pudiese valorar mejor la situación.

—Por favor —me dijo. Aquella petición lastimera por fin me doblegó.

—Vale —dije muriéndome por dentro. Era como admitir la derrota. «Piensa que se trata de una retirada táctica».

—Gracias —aquella vez sí me abrazó—. Te prometo que conseguiré más información y descubriré lo que está pasando, ¿vale?

Asentí, aún abatida, y salimos juntas del edificio. Hundida y a regañadientes, me separé de ella llegado el momento y dejé que se marchase hacia el edificio de los guardianes mientras yo me dirigía hacia mi cuarto. En cuanto la perdí de vista, me deslicé dentro de su cabeza y observé a través de sus ojos cómo atravesaba el césped perfectamente cuidado de los jardines. El vínculo seguía envuelto en una ligera neblina, pero se iba aclarando con cada minuto que transcurría.

Sus sentimientos estaban hechos una maraña. Se sentía mal por mí, culpable por haber tenido que rechazarme. Al mismo tiempo, estaba ansiosa por ir a ver a Dimitri. Ella también necesitaba verle, aunque no del mismo modo que yo. Ella aún sentía aquella responsabilidad sobre él, aquella lacerante urgencia por protegerle.

Cuando llegó a la oficina principal del edificio, el guardián que me había impedido a mí el paso le dedicó a ella un saludo con la barbilla e hizo una llamada rápida de teléfono. Unos instantes después, entraron tres guardianes que indicaron a Lissa que los siguiese a las profundidades del edificio. Todos tenían un aspecto inusualmente adusto, incluso para un guardián.

—No tiene por qué hacer esto —le dijo a Lissa uno de los tres— solo por que él no deje de pedir…

—Está bien —dijo ella con el aire de dignidad y suficiencia de cualquier miembro de la realeza—. No me importa hacerlo.

—Habrá guardianes de sobra por todas partes, igual que la última vez. No tiene que preocuparse por su seguridad.

Lissa lanzó a los tres una mirada muy intensa.

—No me ha preocupado en ningún momento, eso para empezar.

Su descenso a las plantas inferiores del edificio me trajo los dolorosos recuerdos de cuando Dimitri y yo fuimos a ver a Victor. Aquel era el Dimitri con el que yo tenía una unión perfecta, el Dimitri que me entendía por completo. Y, tras la visita, él se había enfurecido con las amenazas de Victor hacia mí. Dimitri me quería tanto que se había mostrado dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de protegerme.

Una puerta protegida con un acceso de tarjeta daba paso por fin a la planta de los calabozos, que consistía, principalmente, en un extenso pasillo con celdas alineadas a lo largo. No tenía el aire deprimente de Tarasov, pero el aspecto industrial y descarnado, en acero, de aquel lugar no inspiraba lo que se dice una sensación acogedora y cálida.

El pasillo estaba tan lleno de guardianes que a Lissa le costó recorrerlo. Toda aquella seguridad por una sola persona. No es que a un strigoi le resultase imposible romper los barrotes de acero de una celda, pero es que Dimitri no era un strigoi. ¿Por qué no eran capaces de verlo? ¿Estaban ciegos?

Lissa y su escolta se abrieron paso por entre la multitud y se detuvieron delante de su celda. Tenía el mismo aspecto frío que el resto de aquella zona de calabozos, sin más mobiliario que el indispensable. Dimitri se hallaba sentado en el camastro estrecho, con las piernas encogidas, inclinado hacia un rincón de la pared y de espaldas a la entrada de la celda. No era lo que yo me esperaba. ¿Por qué no estaba zarandeando los barrotes? ¿Por qué no estaba exigiendo que le soltasen y diciéndoles que él no era un strigoi? ¿Por qué se lo estaba tomando con tanta calma?

—Dimitri.

La voz de Lissa sonaba suave y agradable, repleta de una calidez que destacaba contra la dureza de la celda. Era la voz de un ángel.

Conforme Dimitri se fue girando lentamente, resultó obvio que él opinaba lo mismo. Su expresión se transformó ante nuestros ojos, y pasó de la desolación a la ilusión.

Él no fue el único que se llenó de ilusión. Mi mente podía estar enlazada con la de Lissa, pero, en el otro extremo de la corte, mi cuerpo casi se queda sin respiración. El fugaz vistazo que de él había conseguido la noche antes ya había sido increíble, pero aquella… aquella imagen completa suya que ahora miraba a los ojos de Lissa —a los míos— resultaba impresionante. Una maravilla. Un regalo. Un milagro.

En serio, ¿cómo podía haber alguien que pensase que era un strigoi? ¿Y cómo se me había ocurrido a mí pensar que el Dimitri con el que había estado en Siberia era el mismo que este? Se había aseado de la pelea y vestía unos vaqueros y una simple camiseta negra. Llevaba su pelo castaño recogido en una coleta corta, y una sombra cubría su mandíbula inferior como un signo de que necesitaba un afeitado. Probablemente, nadie permitiría que se acercara a una cuchilla. Aun así, aquello casi le hacía parecer más atractivo, más real, más dhampir. Más vivo. Eran sus ojos lo que de verdad le daba sentido a todo. Su piel pálida mortecina —ahora desaparecida— siempre me había inquietado, pero lo peor habían sido aquellos ojos rojos. Ahora eran perfectos. Tal y como eran antes. Afectuosos, castaños y con las pestañas largas. Podría quedarme mirándolos toda la eternidad.

—Vasilisa —suspiró él. El sonido de su voz me hizo sentir una presión en el pecho. Dios mío, cómo echaba de menos oírle hablar—. Has vuelto.

En cuanto empezó a acercarse a los barrotes, los guardianes comenzaron a cerrar filas alrededor de Lissa, preparados para detenerlo en caso de que fuese realmente capaz de salir.

—¡Atrás! —ordenó con el tono de voz de una reina y una feroz mirada a los que la rodeaban—. Dejadnos un poco de espacio —ninguno de ellos reaccionó de inmediato, así que le dio algo más de fuerza a su voz—. ¡Lo digo en serio! ¡Retroceded!

Sentí un ligerísimo hilo de magia a través del vínculo. No fue algo excesivo, pero estaba respaldando sus palabras con una pizca de coerción inducida por el espíritu. A duras penas podría controlar a un grupo tan numeroso, pero la orden tuvo la suficiente potencia como para hacer que se apartasen un poco y dejaran algo de espacio para ella y Dimitri. La atención de Lissa volvió sobre él, y sus formas cambiaron al instante de la ferocidad a la gentileza.

—Por supuesto que he vuelto. ¿Cómo estás? ¿Te están…? —lanzó una mirada amenazadora a los guardianes del pasillo—. ¿Te están tratando bien?

Se encogió de hombros.

—Muy bien. Nadie me está haciendo daño —si algo quedaba en él de su antiguo yo, jamás habría reconocido que alguien le estuviese causando algún daño—. Solo muchas preguntas. Demasiadas preguntas —volvía a sonar agotado… tan impropio de un strigoi, que no necesitaban descansar—. Y los ojos. No dejan de examinarme los ojos.

—Sí, pero ¿cómo te sientes? —le preguntó ella—. ¿Qué te viene a la cabeza? ¿Qué siente tu corazón? —de no ser aquella situación tan seria, hasta me estaría divirtiendo. Aquella manera de preguntar iba muy en la línea de un terapeuta, algo en lo que Lissa y yo teníamos una amplia experiencia. Cómo odiaba que me hiciesen esas preguntas, aunque en aquel momento deseaba sinceramente saber cómo se sentía Dimitri.

Su mirada, que tanto había concentrado en Lissa, ahora se desviaba y se dispersaba.

—Es… es complicado describirlo. Es como si me hubiese despertado de un sueño. De una pesadilla. Como si hubiera estado viendo actuar a otro a través de mi cuerpo, como si estuviera en el cine o en el teatro. Solo que no era otro. Era yo. Todo aquello lo hice yo, y aquí estoy ahora, y todo el mundo ha cambiado. Me siento como si estuviese volviendo a aprenderlo todo.

—Se pasará. Te acostumbrarás más una vez te hayas asentado en tu antiguo yo —aquello era una suposición por su parte, aunque se sentía segura al respecto.

Dimitri inclinó la cabeza hacia los guardianes allí congregados.

—Ellos no piensan lo mismo.

—Lo harán —dijo ella categóricamente—. Solo necesitamos un poco de tiempo —se hizo un breve silencio, y Lissa vaciló antes de pronunciar sus siguientes palabras—. Rose… quiere verte.

La actitud taciturna y somnolienta de Dimitri cambió en un suspiro. Sus ojos volvieron a centrarse en Lissa, y percibí un primer fogonazo de emoción sincera e intensa en él.

—No. Cualquiera menos ella. No puedo verla. No le dejes venir. Por favor.

Lissa tragó saliva sin saber muy bien cómo responder. El hecho de tener público se lo ponía aún más difícil. Lo mejor que pudo hacer fue bajar la voz para que los demás no la oyesen.

—Pero… ella te quiere. Está preocupada por ti. Lo que ha pasado… que hayamos sido capaces de salvarte ha sido en gran medida gracias a ella.

—Tú me has salvado.

—Yo solo he dado el último paso. El resto… digamos que Rose ha hecho mucho —eso, digamos, por ejemplo, organizar una huida de la cárcel y liberar a un preso.

Dimitri le dio la espalda a Lissa, y se apagó el fuego que había iluminado fugazmente sus facciones. Caminó hasta uno de los laterales de la celda y se apoyó contra la pared. Cerró los ojos durante unos segundos, respiró hondo y los volvió a abrir.

—Cualquiera menos ella —repitió—. No después de lo que le hice. Fueron muchas cosas… cosas horribles —puso las palmas de las manos boca arriba y se quedó mirándolas un instante, como si pudiera ver sangre—. Le hice cosas terribles. Hice cosas terribles a otros. Después de todo eso, no la puedo mirar a la cara. Lo que hice fue imperdonable.

—No lo es —se apresuró a decir Lissa—. No eras tú, en realidad no. Ella te perdonará.

—No. Para mí no hay perdón… No después de lo que he hecho. No me la merezco, no me merezco ni siquiera estar cerca de ella. Lo único que puedo hacer… —volvió a acercarse a Lissa y, para asombro de ambas, cayó de rodillas ante ella—. Lo único que puedo hacer, la única redención a la que puedo intentar aspirar, es compensarte a ti por haberme salvado.

—Dimitri —comenzó a decir Lissa con inquietud—. Ya te lo he dicho…

—Sentí ese poder. En ese momento, sentí que tú traías mi alma de vuelta. Sentí que tú la sanabas. Esa es una deuda que jamás podré pagar, pero juro que pasaré el resto de mi vida intentándolo —tenía la mirada elevada hacia ella, con aquella expresión embelesada de nuevo en el rostro.

—No quiero eso. No hay nada que pagar.

—Queda todo por pagar —le discutió—. Te debo mi vida… mi alma. Es la única manera que dispongo de acercarme siquiera a la redención de todas las cosas que he hecho. Sigue sin ser suficiente… pero es todo cuanto puedo hacer —juntó las manos—. Te juro que haré cualquier cosa que necesites, lo que sea, si está en mi mano. Te serviré y te protegeré durante el resto de mi vida. Haré lo que me pidas. Cuentas con mi lealtad eterna.

De nuevo, Lissa comenzó a decirle que ella no deseaba tal cosa, pero en ese momento le vino a la cabeza una idea muy astuta.

—¿Verás a Rose?

Dimitri hizo un gesto de dolor.

—Lo que sea menos eso.

—Dimitri…

—Por favor. Haré cualquier otra cosa por ti, pero es que, si la veo…, me dolerá demasiado.

Aquella era probablemente la única razón que podría hacer desistir a Lissa. Eso, y la expresión desesperada y desolada en el rostro de Dimitri, una expresión que ella jamás había visto, que yo tampoco había visto antes. A mis ojos, él siempre había sido invencible, y aquella señal de vulnerabilidad no le hacía parecer más débil para mí, simplemente más complejo. Hacía que le amase más… y que deseara ayudarle.

Lissa solo fue capaz de ofrecerle un leve gesto de asentimiento como respuesta antes de que uno de los guardianes al mando le dijese que tenía que marcharse. Dimitri seguía de rodillas cuando la escoltaron hasta la salida, mirando cómo se marchaba con una expresión que decía que ella era lo más cercano a alguna esperanza que le quedaba en este mundo.

Se me encogió el corazón de dolor y de celos, y también un poco de ira. Era a mí a quien él debería mirar de aquel modo. ¿Cómo se atrevía? ¿Cómo se atrevía a comportarse como si Lissa fuese lo más grande del mundo? Cierto, ella había hecho mucho por salvarle, pero era yo quien se había dedicado a recorrer el planeta por él. Era yo quien había arriesgado su vida una y otra vez por él. Y lo más importante, era yo quien le quería. ¿Cómo podía darle la espalda a eso?

Tanto Lissa como yo nos sentíamos confundidas y contrariadas cuando ella salió del edificio. A las dos nos angustiaba el estado en que se encontraba Dimitri. A pesar de lo enfadada que estaba por el hecho de que no quisiera verme, no dejaba de sentirme fatal por verle tan decaído. Aquello me estaba matando. Él jamás se había comportado así. Tras el ataque a la academia, desde luego que estuvo triste y lo pasó mal por la pérdida, pero esta era una forma distinta de desesperación. Era una depresión profunda y un sentimiento de culpa de los que se veía incapaz de escapar. Aquello nos tenía perplejas a Lissa y a mí. Dimitri siempre había sido un hombre de acción, alguien preparado para ponerse en pie después de una tragedia y enfrentarse a la siguiente batalla.

Pero ¿aquello? No se parecía a nada que hubiésemos visto jamás en él, y Lissa y yo teníamos unas perspectivas radicalmente distintas al respecto de cómo solucionarlo. Su método —más cariñoso y compasivo— consistía en seguir hablando con él mientras persuadía con calma a los funcionarios de la corte de que Dimitri ya no era una amenaza. Mi solución a este problema se basaba en llegar hasta Dimitri sin importarme lo que él dijese que quería. Ya me había colado en una prisión y había escapado de ella. Llegar hasta un calabozo debería ser pan comido. Seguía teniendo la certeza de que, una vez que él me viese, cambiarían sus sentimientos al respecto de toda esa historia de la redención. ¿Cómo era capaz de pensar en serio que no le perdonaría? Yo le amaba. Lo entendía. En cuanto a convencer a los funcionarios de que ya no era peligroso… bueno, digamos que mi método era todavía un poco difuso, aunque me daba la sensación de que implicaría mucho gritar y mucho aporrear puertas.

Lissa sabía muy bien que yo había presenciado su encuentro con Dimitri, de modo que no se sintió en la obligación de venir a verme, al menos siendo consciente de que aún podría ser útil en el centro médico. Le habían dicho que Adrian casi se había desmayado debido al extenso uso de la magia que había llevado a cabo para ayudar a los demás. Resultaba algo tan inusual en él, tan generoso… había hecho cosas increíbles, y con un gran coste para él.

Adrian.

Había un problema. No había tenido oportunidad de verle después de regresar del enfrentamiento en la nave industrial, y, aparte de haberme enterado de que había estado sanando a otros, la verdad era que no había pensado en él en absoluto. Le había dicho que si realmente se podía salvar a Dimitri, eso no significaba el final entre nosotros dos, y, sin embargo, apenas hacía veinticuatro horas que había vuelto Dimitri y así estaba yo, obsesionada ya c…

—¿Lissa?

A pesar de haber regresado a mi propia mente, una parte de mí iba siguiendo a Lissa sin proponérmelo. Christian estaba de pie ante la puerta del centro médico, apoyado contra la pared. A decir de su postura, parecía que llevase un buen rato esperando a algo, o más bien a alguien.

Lissa se detuvo y, de un modo inexplicable, todos los pensamientos al respecto de Dimitri se desvanecieron de su mente. Eh, venga ya. Yo quería que aquellos arreglaran las cosas, pero ahora no había tiempo para eso. El destino de Dimitri era mucho más importante que ponerse a charlar de coña con Christian.

Sin embargo, no parecía que Christian estuviera en modo socarrón. Miraba a Lissa con una expresión curiosa y preocupada.

—¿Cómo estás? —le preguntó. No habían hablado el uno con el otro desde que regresaron juntos en coche, y durante gran parte de aquel viaje, el comportamiento de ella había sido bastante incoherente.

—Bien —se tocaba la cara de forma despreocupada—. Adrian me ha curado.

—Lo mismo sirve para algo —vale, sí, tal vez Christian estuviese un poco socarrón, pero solo un poco.

—Adrian sirve para muchas cosas —dijo ella, aunque no pudo evitar una pequeña sonrisa—. Se ha dejado el pellejo aquí toda la noche.

—Y tú, ¿qué? Te conozco. Supongo que te pondrías ahí con él en cuanto te dejasen levantarte.

Ella hizo un gesto negativo con la cabeza.

—No. Después de que él me sanase, me fui a ver a Dimitri.

Todo regocijo desapareció del rostro de Christian.

—¿Has hablado con él?

—Sí, lo he hecho. Dos veces ya.

—¿Y?

—¿Y, qué?

—¿Qué pinta tiene?

—De Dimitri —Lissa frunció el ceño de repente y reconsideró sus palabras—. Bueno… no tanto de Dimitri.

—¿Es que todavía le queda algo de strigoi? —Christian se incorporó con un centelleo en sus ojos azules—. Si sigue siendo peligroso, tú no te vas a volver a acercar a…

—¡No! —exclamó ella—. No es peligroso. Y… —retrocedió unos pasos y correspondió a su mirada fulminante— aunque lo fuese, ¡tú no eres quién para decirme lo que puedo o lo que no puedo hacer!

Christian dejó escapar un suspiro teatral.

—Y yo pensando que Rose era la única que se metía en situaciones estúpidas y sin pensar en que pudiesen matarla.

La ira de Lissa se inflamó enseguida, probablemente por haber utilizado tanto el espíritu.

—¡Pues no pusiste ninguna pega para ayudarme a clavarle la estaca a Dimitri! Me enseñaste a hacerlo.

—Eso era diferente. Ya estábamos en una situación bastante mala, y si iban mal las cosas, siempre lo podía incinerar —Christian la observó de la cabeza a los pies. Había algo en su mirada… Algo que iba más allá de una valoración objetiva—. Pero no tuve que hacerlo. Estuviste increíble. Acertaste en el blanco. No sabía si serías capaz, pero lo hiciste… y el fuego… ni te inmutaste, aunque debió de ser horrible…

Había en su voz un temblor mientras hablaba, como si fuese entonces cuando estuviera valorando realmente las consecuencias de cuanto le podía haber sucedido a Lissa. Su preocupación y su admiración hicieron que ella se sonrojase, y bajó la cabeza —el viejo truco— para que los mechones que se le habían escapado de la coleta cayesen hacia delante y le escondiesen la cara. Tampoco había ninguna necesidad de ello, Christian estaba entonces mirando al suelo de manera deliberada.

—Tenía que hacerlo —dijo ella por fin—. Tenía que ver si era posible.

Él levantó la vista.

—Y lo era… ¿verdad? No queda rastro del strigoi, ¿no?

—Nada. Estoy segura, pero nadie se lo cree.

—¿Acaso los puedes culpar? Quiero decir que yo mismo te ayudé con ello y deseaba que fuese cierto… pero no estoy seguro de haber creído alguna vez en serio, de verdad, que alguien pudiese regresar de eso —volvió a apartar la mirada y la dirigió hacia un lilo. Lissa percibía su aroma, pero la expresión distante y atribulada en los ojos de Christian le decía que sus pensamientos no se centraban en la naturaleza. Tampoco estaban en Dimitri. Pensaba en sus padres. ¿Y si hubieran tenido manipuladores del espíritu cuando los Ozzera se transformaron en strigoi? ¿Y si hubiera habido un modo de salvarlos?

Lissa, que no se había imaginado lo mismo que yo, comentó:

—Tampoco yo sé lo que creía, pero en cuanto sucedió, pues… lo supe. Lo sé. No hay nada de strigoi en él. Tengo que ayudarle. Tengo que conseguir que los demás se den cuenta. No puedo permitir que lo dejen encerrado para siempre, o algo peor —conseguir sacar a Dimitri de la nave industrial sin que los guardianes le clavasen una estaca no le resultó a Lissa nada fácil, y sintió entonces un escalofrío al recordar aquellos primeros segundos tras su transformación, cuando todo el mundo gritaba que había que matarlo.

Christian volvió de nuevo la cabeza y la miró a los ojos con curiosidad.

—¿Qué has querido decir con eso de que tiene pinta de Dimitri pero que no es como Dimitri?

La voz de Lissa registró un leve temblor al hablar.

—Está… triste.

—¿Triste? Pues parece que debería estar feliz de que le hayan salvado.

—No… es que no lo entiendes. Se siente fatal por todo lo que hizo como strigoi. Culpable, deprimido. Se está castigando porque no cree que se le pueda perdonar.

—Me cago en la puta —dijo Christian, que claramente no se lo esperaba. Justo en ese momento, pasaban por allí unas chicas moroi que se escandalizaron ante su juramento y se apresuraron a marcharse entre cuchicheos. Christian no les hizo el menor caso—. Pero si él no lo pudo evitar…

—Lo sé, lo sé. Eso ya se lo he dicho a él.

—Y Rose, ¿puede ayudarle?

—No —dijo Lissa tajante.

Christian aguardó como si esperase que ella se explicara, y se sintió molesto cuando vio que no lo hacía.

—¿Qué quieres decir con que no puede? ¡Ella tendría que poder ayudarnos más que nadie!

—No quiero entrar en eso —mi situación con Dimitri le generaba una gran preocupación. Y ya éramos dos. Lissa se volvió hacia el centro médico, un edificio de aspecto regio, como un castillo por fuera, pero que albergaba en su interior unas instalaciones tan modernas y asépticas como las de cualquier hospital—. Mira, tengo que entrar. Y no me mires de esa manera.

—¿De qué manera? —le preguntó él acercándose unos pasos hacia ella.

—Con esa cara de desaprobación y de cabreo que se te pone cuando no te sales con la tuya.

—¡Yo no pongo esa cara!

—La tienes ahora mismo —dijo Lissa, y se apartó de él, hacia la puerta del centro—. Si quieres oír la historia completa, podemos hablar más tarde, pero ahora no tengo tiempo… y, la verdad…, tampoco es que me apetezca contarla.

Aquella cara de cabreo —y Lissa andaba en lo cierto, sí que la tenía— mejoró un poco. Casi nervioso, Christian le dijo:

—Muy bien, será después entonces. Y, Lissa…

—¿Mmm?

—Me alegro de que estés bien. Lo que hiciste anoche… ya sabes, fue de verdad increíble.

Lissa se quedó mirándole durante unos densos segundos, y se le aceleró ligeramente el pulso mientras veía cómo una suave ráfaga de viento le alborotaba su pelo oscuro.

—No habría podido hacerlo sin tu ayuda —dijo por fin. Con aquello se dio la vuelta y entró, y yo regresé por completo a mi propia mente.

E igual que antes, me sentía perdida por completo. Lissa estaría ocupada el resto del día, y plantarme en la oficina de los guardianes y ponerme a dar voces no me iba a ayudar a llegar hasta Dimitri. Bueno, supongo que aún tenía la lamentable posibilidad de resultarles tan molesta que me acabasen metiendo a mí también en una celda. Entonces, Dimitri y yo estaríamos pared con pared. Descarté aquel plan de inmediato ante el temor de que solo me sirviese para acabar con más trabajo de archivo.

¿Qué podía hacer? Nada. Necesitaba volver a verle, pero no sabía cómo. Y cómo odiaba no tener un plan. El encuentro de Lissa con Dimitri no me había bastado ni de lejos, y, de todos modos, me parecía importante verle con mis propios ojos, no a través de los de ella. Y aquella tristeza… aquella expresión de absoluta desesperanza. No podía aguantarla. Quería abrazarle, quería decirle que todo iba a ir bien, que le perdonaba y que conseguiríamos que todo fuese como era antes. Podíamos estar juntos tal y como lo habíamos planeado…

Aquel pensamiento hizo que se me saltaran las lágrimas y, a solas con mi frustración y mi inactividad, regresé a mi habitación y me tiré en la cama. Sola, por fin podía dejar de contener los sollozos que llevaba reprimiendo desde la noche anterior. Ni siquiera sabía con absoluta certeza por qué estaba llorando. Por el trauma y la sangre del día anterior. Por mi propio corazón hecho trizas. Por el dolor de Dimitri. Por las crueles circunstancias que nos habían arruinado la vida. La verdad es que eran muchas las opciones.

Permanecí en la habitación durante la mayor parte del día, perdida en mi propio dolor y agitación. Reviví el encuentro de Lissa con Dimitri una y otra vez, todo lo que él había dicho y el aspecto que tenía. Perdí la noción del tiempo, e hizo falta que llamasen a la puerta para sacarme de la asfixia de mis propias emociones.

Me apresuré a frotarme los ojos con el brazo y abrí la puerta para encontrarme allí de pie a Adrian.

—Hola —le dije un poco sorprendida por su presencia, por no mencionar la culpa, si tenemos en cuenta que me había estado deprimiendo por otro tío. No estaba lista aún para ver a Adrian, aunque al parecer ya no tenía elección—. ¿Quieres… quieres pasar?

—Ojalá pudiera, mi pequeña dhampir —se diría que tenía prisa, y no que hubiese venido a mantener una charla de pareja—, pero esto no es más que una visita a la carrera para hacerte una invitación.

—¿Una invitación? —le pregunté. Mi cabeza seguía dándole vueltas a Dimitri. Dimitri, Dimitri, Dimitri.

—Una invitación a una fiesta.