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Domingo, 27 de febrero de 1966

Faltaba una semana para que se cumplieran treinta días del rapto de Faith Khouri, y nadie, ni siquiera Carmine, tenía razones para creer que podía evitarse otro asesinato. ¿Cuándo se había prolongado tanto un caso ante las narices de tal cantidad de efectivos, con tantas precauciones, tantas advertencias, tal cantidad de publicidad en todo el Estado?

Habían convenido que seguirían el mismo procedimiento general: se sometería a vigilancia permanente a todos los sospechosos del Estado desde el lunes 28 de febrero hasta el viernes 4 de marzo. Eso incluía a los treinta y dos sospechosos de Holloman. Su dispositivo se había hecho más impermeable, menos imperfecto; en el caso del profesor Bob Smith, por ejemplo, la deplorable seguridad de Marsh Manor sería contrarrestada por cuatro equipos de vigilantes de la policía de Bridgeport. A menos que tuviera una víctima del mismo Bridgeport en el punto de mira, el Profe tendría que atravesar a nado el río Housatonic, si se dirigía al este, o eludir seis controles de carretera si lo hacía al oeste. Eso representaba la mayor diferencia entre el plan del mes pasado y el nuevo: coches patrulla y efectivos uniformados además de agentes de paisano y coches sin distintivos, y controles de carretera por todas partes. Se habían puesto de acuerdo en una reunión de nivel estatal en que si se detenía a los Fantasmas en un control de carretera, no pasaba nada. Pillar a cualquier sospechoso conocido en un control de carretera conllevaría una gran señal roja en su expediente y redoblar su vigilancia. Si ello se traducía en que los Fantasmas perdían comba entre febrero y marzo, el paso de marzo a abril vería nuevos métodos policiales y posibles sospechosos.

Carmine había decidido no asignarse personalmente ningún puesto de vigilancia; no era probable que a principios de marzo la temperatura llegara a dieciocho grados bajo cero, así que estaría mejor en algún sitio con amplia cobertura de radio, en contacto con todos los demás, y con un mapa gigante de Connecticut clavado en una pared a su lado. Dos golpes consecutivos de los Fantasmas en el extremo este sugerían que esta vez se dirigirían al norte, al oeste o al sudoeste. Las policías estatales de Massachusetts, Nueva York y Rhode Island habían accedido a patrullar sus fronteras con Connecticut como moscas sobre un cadáver. Era la guerra a cara de perro.

A última hora de la tarde, pensando más en una cena con Desdemona que en un caso que se había vuelto tan correoso que le tenía aburrido, Carmine fue a devolver los expedientes de los Ponsonby a la calle Caterby.

—¿Conservan aún efectos privados no reclamados de hasta 1930? —preguntó a una licenciada del dúo del archivo; a la mitad no cualificada no se la veía por ninguna parte. Como tampoco se veía la furgoneta de la policía. Y, mierda, se le había olvidado decirle a Silvestri lo que pasaba allí.

—Deberíamos tener hasta el sombrero de Paul Revere —dijo ella sarcásticamente; no le había hecho gracia que le birlara sus expedientes, y no parecía preocuparle su propia ausencia del pasado lunes.

—Estas dos víctimas de asesinato —dijo él, agitando el escuálido expediente sin nombre ante sus narices—. Quiero ver sus efectos personales.

Ella bostezó, se examinó las uñas, echó un vistazo al reloj.

—Me temo que se le ha hecho tarde, teniente. Son las cinco, y el lugar está cerrado por hoy. Vuelva mañana.

Mañana pensaba ir con todo el asunto a Silvestri, así que ¿por qué no quitarle a esa zorra el sueño aquella noche, antes de que cayera el hacha sobre su cuello?

—En ese caso —dijo en tono cordial—, le sugiero que a primera hora de la mañana haga que su ayudante dé algún uso legal a su furgoneta y entregue la caja con los efectos personales al teniente Carmine Delmonico en las oficinas de la Administración del condado. Si la caja solicitada no llega a entregarse, mi sobrina Gina acabará sentada ante su escritorio. Está deseando conseguir un trabajo por cuenta del condado en algún rincón olvidado, porque necesita estudiar. Quiere entrar en el FBI, pero el examen de ingreso es jodidísimo para una mujer.