Jueves, 2 de diciembre de 1965
Al día siguiente, Francine Murray seguía desaparecida, y nadie más que sus padres dudaba de que la había atrapado el Monstruo. Ah, los padres lo sabían también, pero ¿cómo puede el corazón humano vivir en ese océano de dolor devastador mientras le quede otra alternativa? Una vez había ido a una fiesta en casa de una amiga sin avisarles…
Simplemente se le olvidó, pero había ocurrido. De modo que aguardaban y rezaban, esperando contra toda esperanza que Francine entrara dando brincos por la puerta.
Cuando Carmine volvió a su despacho, a las cuatro de la tarde, no había sacado nada en limpio de una mañana hablando con gente, incluido el personal del Hug. Dos meses con el caso, y nada de nada. Sonó su teléfono.
—Delmonico.
—Teniente, soy Derek Daiman, del instituto Travis. ¿Podría usted venir aquí de inmediato?
—Estaré allí en cinco minutos.
Derek Daiman, pensó Carmine, sería probablemente el último profesor en marcharse del Travis cada día; ocuparse de su gigantesca y políglota criatura debía de darle muchos quebraderos de cabeza, pero se las arreglaba para dirigirla bien.
Estaba de pie tras las puertas del edificio principal del Travis, pero en el instante en que el Ford se detuvo en el patio, salió afuera, bajó corriendo las escaleras y fue hacia el coche.
—No le he dicho nada a nadie, teniente, tan sólo le pedí al estudiante que hizo el descubrimiento que se quedara donde estaba.
Carmine le siguió; doblaron la esquina izquierda del bloque principal y se acercaron a una estructura desangelada, semejante a un cobertizo, adosada a la pared lateral de ladrillo a través de un breve pasadizo que daba a sus ventanas casi tres metros de aire y luz, además de una vista del revestimiento metálico pintado de beige.
La educación era responsabilidad municipal; las ciudades como Holloman, lastradas por una población en rápida expansión en sus zonas más pobres, se esforzaban por proporcionar unas instalaciones adecuadas. Así fue como surgió el cobertizo, un hangar que contenía una pista de baloncesto y tribunas de espectadores, y en el extremo más alejado aparatos de gimnasia: potros, anillas colgadas del techo, barras paralelas y lo que parecían ser dos postes y un listón cruzado para saltos de altura o con pértiga. En el lado derecho, un segundo gimnasio parecía el reflejo de éste, aunque una piscina con sus tribunas ocupaba el lugar de la pista de baloncesto, y había además una zona en un extremo dedicada al boxeo, la lucha y la musculación. Las chicas allí, a ejecutar gráciles saltos, y los chicos allá, a zurrar la badana a sacos de boxeo.
Aunque entraron en el gimnasio por el patio, podían hacerlo igualmente por el edificio; el corto pasadizo facilitaba a los estudiantes un acceso directo, imprescindible los días de lluvia, pero que tenía también su puerta.
Derek Daiman condujo a Carmine más allá de la pista de baloncesto y sus tribunas, hacia el gimnasio del fondo, dotado a ambos lados de banquetas junto a lo que parecían grandes taquillas de madera. Él usaba el término que solían darle en el ejército; en el instituto, creía recordar, las llamaban simplemente cajas. Junto a la última taquilla del lado del pasillo se hallaba de pie un joven negro, alto, de aspecto atlético, con la cara surcada de lágrimas.
—Teniente, éste es Winslow Searle. Winslow, dile al teniente Delmonico lo que has encontrado.
—Esto —dijo el chico, alzando en la mano una chaqueta rosa como un caramelo de fresa—. Pertenece a Francine. Lleva su nombre, ¿lo ve?
Podía leerse FRANCINE MURRAY, bordado a máquina, en la recia tira que permitía colgar la chaqueta de un gancho.
—¿Dónde estaba, Winslow?
—Ahí dentro, embutida dentro de una de las colchonetas, con un puño asomando.
Winslow levantó la tapa de la taquilla para mostrar que contenía aún dos colchonetas de gimnasia, enrollada una, plegada la otra de cualquier manera.
—¿Cómo es que la has encontrado?
—Hago salto de altura, teniente, pero tengo la mandíbula de cristal. Si caigo con demasiada fuerza, puedo sufrir una pequeña conmoción —dijo Winslow con puro acento de Holloman; su sintaxis indicaba que sacaba buenas notas en lenguaje y que no andaba con pandilleros.
—Tiene madera de olímpico, las universidades se lo rifan —susurró Daiman a la oreja de Carmine—. Está a punto de optar por Howard.
—Sigue, Winslow, lo estás haciendo muy bien —dijo Carmine.
—Hay una colchoneta extragruesa, que uso yo siempre. El entrenador Martin la guarda siempre en la misma caja para mí, pero cuando vine esta tarde para saltar un poco después de clase, no estaba allí. La busqué y la encontré al fondo de ésta. Es raro, señor.
—¿Por qué, raro?
—La taquilla debería estar llena, con las colchonetas empaquetadas como salchichas. En algunas cajas había demasiadas… estaban más bien como sardinas. Y mi colchoneta extragruesa ni siquiera estaba enrollada. Estaba doblada un par de veces, cruzada de lado a lado de la caja. La otra, de la que asomaba el puño de la chaqueta de Francine, estaba justo encima. Me pareció raro, así que tiré del puño y salió fácilmente.
En torno a la taquilla había desparramadas por el suelo cinco colchonetas medio desenrolladas; Carmine las observó sintiendo que se le caía el alma a los pies.
—Supongo que no recordarás en cuál de ellas estaba metida la chaqueta…
—Oh, sí, señor. En la que está aún dentro de la caja, encima de la mía.
—Winslow, muchacho —dijo Carmine, estrechándole calurosamente la mano al joven—. ¡Eres mi candidato para el oro olímpico en el sesenta y ocho! Gracias por tu cuidado y tu sentido común. Ahora, vete a casa, pero no hables de esto con nadie, ¿vale?
—Descuide —dijo Winslow, se secó las mejillas y salió caminando, con un andar que recordaba al de un enorme gato.
—El colegio entero está de duelo —dijo el director.
—Con razón. ¿Puedo usar ese teléfono? Gracias.
Preguntó por Patrick, que seguía allí.
—Ven tú mismo si te es posible, pero si no puedes, envíame a Paul, Abe, Corey y a toda tu tropa, Patsy. Puede que hayamos dado con algo útil.
Luego volvió junto a la taquilla, que tenía la tapa bajada y la chaqueta de Francine encima.
—¿Le importa esperar conmigo, señor Daiman? —preguntó al profesor.
—No, claro que no. —Daiman se aclaró la garganta, cambió las piernas de posición e inspiró profundamente—. Teniente, faltaría a mi deber si no le informara de que se avecinan disturbios.
—¿Disturbios?
—Disturbios raciales. La Brigada Negra está haciendo una fuerte campaña para recabar apoyos utilizando la desaparición de Francine como banderín de enganche. No es hispana, y en los impresos que rellena se clasifica como negra. Nunca discuto con mis estudiantes de piel morena cómo se consideran a sí mismos desde un punto de vista racial, teniente; en mi opinión, eso sería una negación de sus derechos. Como los nuevos conceptos sobre la cualidad de autóctono, que sólo una persona autóctona puede decidir quién lo es y quién no. —Sacudió los hombros y torció el gesto—. Pero estoy divagando. El caso es que algunos de mis estudiantes más irascibles han ido diciendo que estamos ante un asesino blanco de chicas negras, y que la policía no se toma muchas molestias en atraparle porque es un poderoso miembro del Hug con influencias políticas de todo tipo. Dado que en mi instituto hay un cincuenta y dos por ciento de negros por un cuarenta y ocho de blancos, como no consiga mantener controlados a los chicos de la Brigada Negra, puede que tengamos enfrentamientos bastante problemáticos.
—¡Jesús, eso es lo último que necesitamos! Señor Daiman, nos estamos dejando las uñas buscando a este asesino, de eso le doy mi palabra. Simplemente, no sabemos nada de él, y mucho menos que sea un miembro del Hug… ¡No hay nadie en el Hug que tenga algún poder político! Pero le agradezco la advertencia, y voy a asegurarme de que el Travis cuente con cierta protección. —Su mirada pasó de la taquilla a la puerta que cerraba el acceso al pasadizo que llevaba al cuerpo principal del colegio—. ¿Le importa que eche un vistazo por ahí? ¿Y cómo se llega desde aquí al aula de química? ¿Es un laboratorio, o un aula normal?
—Está justo al final del pasillo que sale del gimnasio, y es un aula. El laboratorio está en la zona general de laboratorios. Adelante, teniente, mire cuanto quiera —dijo Daiman; luego fue hasta una silla y se sentó con la cabeza entre las manos.
La puerta del pasadizo estaba cerrada sin vuelta de llave; ¿la cerrarían bien alguna vez? Por el lado del corredor, no podía abrirse sin la llave… o sin una tarjeta de crédito, si no aseguraban el cierre. Carmine penetró en aquel tubo de tres metros de largo y salió de él para encontrarse un lavabo de chicas directamente al otro lado del pasillo.
«¡Este asesino está al tanto de todo! —pensó, estupefacto—. La agarró cuando ella fue al servicio, algo por lo que era conocida, cruzó arrastrándola un pasillo de tres pasos de ancho y un túnel de otros tres, hasta un gimnasio desierto. Lo más probable es que abriera la puerta antes de agarrarla. ¡Y sabía que el gimnasio estaría desierto! Lo está todos los miércoles después de clase, porque es cuando vienen los de mantenimiento a tratar los suelos. Pero ayer no los trataron porque Francine desapareció y no les dejaron entrar. Una vez en el gimnasio, redistribuyó las colchonetas, la metió a ella al fondo de la taquilla más cercana y comprobó que la colchoneta gruesa de Winslow la tapara por completo. ¿La ató y amordazó, o le inyectó algo que la mantuviera inconsciente unas horas?
»Hemos registrado cada palmo de este instituto dos veces, pero no la encontramos. Y al no encontrarla, supimos que era la duodécima víctima, esfumada en el Travis antes de que el coche patrulla apostado en el exterior pudiera comunicarlo por radio a la central. En ambas ocasiones, alguno de los encargados de la búsqueda habrá abierto esa taquilla y visto lo mismo que en todas las demás: colchonetas de gimnasia enrolladas. Tal vez quien la registró tanteara el interior con la mano, pero sin que Francine se moviera o hiciera ruido. Luego, cuando nos habíamos convencido de que Francine se había ido —cuando el Travis ya no tenía interés para nosotros—, volvió por ella. Encargaré a Corey que investigue lo de la cerradura, es el mejor para estas cosas.
»Tal vez el error en que caemos una y otra vez es subestimar su trabajo de zapa, las molestias que se toma en la planificación. Es como si no tuviera otra cosa que hacer entre secuestro y secuestro que pasarse los días enteros maquinando cómo va a cazar a la siguiente. ¿Con cuánta antelación identifica a su próxima víctima? ¿Las eligió hace años, cuando estaban a las puertas de la pubertad? ¿Tiene una lista pegada en la pared con sus nombres, fechas de nacimiento, direcciones, colegios, religión, raza, hábitos, minuciosamente detallados en columnas? Tiene que espiarlas, tenía que saber que Francine iba suelta de vejiga. ¿Es un profesor sustituto, que va revoloteando de colegio en colegio con referencias brillantes y reputación impecable? Tendremos que investigar esto de inmediato.»
—¿Se dejó allí la chaqueta para tensarnos las cuerdas, o fue Francine la que se las arregló para esconderla en la colchoneta? —le preguntó a Patrick mientras observaba a Paul introducir delicadamente la rígida prenda en una bolsa de plástico.
—Yo diría que la escondió Francine —respondió Patrick—. Es arrogante, pero al dejarnos la chaqueta nos estaría revelando uno de sus trucos más astutos. Hasta ahora, estábamos convencidos de que asalta a las chicas y se las lleva de inmediato. ¿Por qué decirnos que no actúa necesariamente así? Me inclino a creer que quiere que continuemos buscando con las orejeras puestas, siguiendo una única pista. Lo que significa, Carmine, que este nuevo giro de los acontecimientos no debe filtrarse a la prensa de ninguna manera. ¿Te fías del chico que encontró la chaqueta? ¿Del director?
—Sí. ¿Cómo consiguió tenerla callada en la taquilla, Patsy?
—La drogó. Alguien tan meticuloso como él no cometería el error de amordazarla antes de meterla en una taquilla apestosa sin apenas aire. No hay indicios de que vomitara, pero cada persona es distinta, y algunas son de las que vomitan con facilidad. Amordazada, se habría asfixiado con su propio vómito. No creo que él se arriesgara a eso. La chica es demasiado valiosa para él, lleva dos meses planeando su secuestro.
—Si encontramos el cuerpo…
—¿No crees que vayamos a encontrarla con vida?
Carmine dirigió a su primo lo que Patrick llamaba su «severa mirada de desdén».
—No, no vamos a encontrarla con vida. No sabemos dónde buscar, y en los sitios donde nos gustaría buscar no podemos. Así que cuando encontremos su cuerpo —prosiguió—, más vale que examines la piel con un microscopio. Tiene un pinchazo en alguna parte, porque él no habrá tenido tiempo para ponerle la inyección donde un buen patólogo no pueda encontrar la marca. Lo más probable es que usara una aguja muy fina, y esta vez puede que los trozos del cuerpo no estén en tan buen estado.
—Tal vez —dijo Patrick torciendo el gesto— podría tomar prestado el microscopio quirúrgico Zeiss que tienen en el Hug. El mío es una mierda en comparación.
—Teniendo como tenemos presupuesto ilimitado, no veo por qué no puedes encargar uno. Puede que no llegue a tiempo para Francine, pero una vez que lo tengas seguro que tendrás ocasión de usarlo a menudo.
—Lo que más me gusta de ti, Carmine, es tu atrevimiento. Te van a crucificar, porque no seré yo quien firme la solicitud.
—Que les jodan —dijo Carmine—. Ellos no tienen que ir a ver a todas esas pobres familias. Tengo pesadillas con las cabezas.