9

ANTES

Abby

Un zumbido me sacó de un profundo sueño. Las cortinas solo dejaban entrar pequeñas rayas de sol por los bordes. La mitad de la manta y las sábanas colgaban de la cama extragrande de matrimonio. Mi vestido se había caído de la silla y estaba tirado por el suelo, como el traje de Travis. Solo podía ver uno de mis zapatos.

Mi cuerpo desnudo estaba entrelazado con el de Travis, habíamos caído exhaustos después de consumar tres veces nuestro matrimonio.

Otra vez el zumbido. Era mi teléfono, sobre la mesilla. Estiré la mano por encima de Travis, lo abrí y vi el nombre de Trent.

Adam detenido.

John Savage en la lista de fallecidos.

Era lo único que decía. Borré el mensaje sintiendo náuseas, temiendo que tal vez Trent no dijera nada más porque la policía estaba en casa de Jim, tal vez incluso diciéndole a su padre que Travis podía estar involucrado. Miré la hora en el móvil. Eran las diez.

John Savage era uno menos a quien investigar. Otra muerte más que pesaría sobre la conciencia de Travis. Intenté recordar la última vez que había visto a John antes de que se desatara el incendio. Estaba inconsciente. Tal vez ni siquiera llegó a levantarse. Pensé en aquellas chicas asustadas que vimos Trent y yo en el vestíbulo del sótano. Pensé en Hilary Short, a quien conocía de clase de Mates: cinco minutos antes de que se iniciara el incendio estaba en Keaton Hall sonriendo al lado de su nuevo novio, cerca de la pared opuesta. Hasta ese momento había intentado no pensar en la cifra real de muertos ni en quiénes eran.

Tal vez todos merecíamos un castigo. En realidad, todos éramos responsables, porque todos habíamos sido irresponsables. Los bomberos desalojan esta clase de eventos y toman precauciones por una razón. Y nosotros la ignoramos por completo. Era imposible encender la radio o la televisión sin que salieran esas imágenes, así que Travis y yo las evitábamos todo lo posible. Pero toda esa atención de los medios significaba que la policía aún debía de estar motivada para encontrar un culpable. Me pregunté si la caza acabaría en Adam o si tenían sed de venganza. Si yo hubiera sido la madre de uno de aquellos chicos, probablemente la tendría.

No quería que Travis fuera a la cárcel por el comportamiento irresponsable de todo el mundo. Además, estuviera bien o mal, ya no devolvería a la vida a nadie. Había hecho todo lo que se me había ocurrido para evitarle problemas y negaría que aquella noche estuviera en Keaton Hall hasta mi último aliento.

La gente ha hecho cosas peores por sus seres queridos.

—Travis —dije dándole un golpecito.

Estaba boca abajo con la cabeza bajo una almohada.

—Uuuuuuuggghhh —gimió—. ¿Quieres que haga el desayuno? ¿Quieres huevos?

—Son solo las diez.

—Ya se puede considerar un brunch. —Al ver que no contestaba, volvió a ofrecerse—: Vale, ¿un sándwich con huevo?

Hice una pausa y luego le miré sonriendo.

—Cariño…

—¿Sí?

—Estamos en Las Vegas.

Travis levantó la cabeza de repente y encendió la lámpara. Cuando por fin recordó las últimas veinticuatro horas, su mano apareció desde debajo de la almohada, me enganchó con el brazo y me puso debajo de sí. Colocó sus caderas entre mis muslos e inclinó la cabeza para besarme; suavemente, con ternura, dejando sus labios pegados a los míos hasta que comencé a sentir un hormigueo calentito.

—De todas formas, puedo conseguir huevos. ¿Quieres que llame al servicio de habitaciones?

—En realidad tenemos que coger un avión.

De repente se le apagó la sonrisa.

—¿Cuánto tiempo tenemos?

—El vuelo es a las cuatro. Y el checkout, a las once.

Travis frunció el ceño y miró hacia la ventana.

—Debería haber reservado un día más. Podíamos habernos quedado tirados en la cama o en la piscina.

Le besé en la mejilla.

—Tenemos clase mañana. Ya ahorraremos e iremos a algún sitio más adelante. De todas formas, no quiero pasar la luna de miel en Las Vegas.

Arrugó la cara mostrando su repulsa.

—Desde luego no quiero pasarla en Illinois.

Le di la razón asintiendo con la cabeza. No podría discutírselo. Illinois no era el primer lugar que me venía a la mente cuando pensaba en una luna de miel.

—Saint Thomas es precioso. Y ni siquiera necesitamos pasaporte.

—Eso está bien. Ya que no voy a volver a pelear, tendremos que ahorrar en lo que podamos.

Sonreí.

—¿No vas a volver a pelear?

—Te lo dije, Paloma. Ahora que te tengo a ti, ya no necesito todo eso. Lo has cambiado todo. Tú eres el mañana. Eres el apocalipsis.

Arrugué la nariz.

—Creo que no me gusta esa palabra.

Sonrió, rodó sobre la cama y se quedó unos centímetros a mi izquierda. Tumbado boca abajo, se metió las manos bajo el pecho y apoyó la mejilla sobre el colchón mirándome un instante con sus ojos fijos en los míos.

—Dijiste algo en la boda… Que éramos como Johnny y June. No lo pillé.

Sonrió.

—¿No conoces a Johnny Cash y June Carter?

—Más o menos.

—Ella también luchó como una leona por él. Se peleaban y él fue idiota respecto a muchas cosas. Pero lo arreglaron y pasaron el resto de su vida juntos.

—Ah, ¿sí? Seguro que ella no tenía un padre como Mick.

—No volverá a hacerte daño, Paloma.

—No puedes asegurarlo. En cuanto empiezo a hacerme un sitio, aparece.

—Bueno, vamos a tener trabajos normales, seremos pobres como el resto de universitarios, así que ya no tendrá motivo para venir husmeando en busca de dinero. Vamos a necesitar hasta el último céntimo. Menos mal que todavía tengo algunos ahorrillos para salir adelante.

—¿Tienes alguna idea de dónde vas a buscar trabajo? Yo he pensado en dar clases particulares. De Mates.

Travis sonrió.

—Se te dará bien. Yo podría dar clases de Ciencias.

—Se te da muy bien. Puedo dar referencias tuyas.

—No creo que cuente, viniendo de mi mujer.

Pestañeé.

—Ay, Dios. Es que parece una locura.

Travis se rio.

—¿Verdad? Me encanta. Voy a cuidar de ti, Paloma. No puedo prometerte que Mick no vuelva a buscarte alguna vez, pero sí que haré todo lo posible para evitarlo. Y si lo hace, tendrás mi amor para superarlo.

Le ofrecí una leve sonrisa, y estiré la mano para tocar su mejilla.

—Te quiero.

—Te quiero —contestó inmediatamente—. ¿Era buen padre antes de todo aquello?

—No sé —respondí mirando hacia el techo—. Supongo que creía que lo era, pero ¿qué sabe un niño de lo que es ser buen padre? Tengo buenos recuerdos de él. Que yo sepa, siempre bebió y jugó, pero cuando tenía una buena racha era amable. Generoso. Muchos de sus amigos eran hombres de familia… También trabajaban para la mafia, pero tenían hijos. Eran simpáticos y no les importaba que Mick me llevara consigo. Pasaba mucho tiempo entre bastidores, viendo cosas que los niños nunca ven, porque en aquella época me llevaba a todas partes. —Sentí que se me abría una sonrisa y luego derramé una lágrima—. Sí, supongo que lo era, a su manera. Yo le quería. Para mí era perfecto.

Travis tocó mi sien con la punta de su dedo, enjugando mi lágrima con ternura.

—No llores, Paloma.

Moví la cabeza, fingiendo que el tema me resbalaba.

—¿Lo ves? Aún puede hacerme daño, aunque no esté aquí.

—Yo sí estoy aquí —dijo cogiendo mi mano. Seguía mirándome, con la mejilla sobre las sábanas—. Me has cambiado la vida y has hecho que pueda volver a empezar… como un apocalipsis.

Fruncí el ceño.

—Sigue sin gustarme.

Se levantó de la cama y se envolvió la cintura con la sábana.

—Depende de cómo lo mires.

—No, la verdad es que no —contesté, viéndole caminar hacia el cuarto de baño.

—Salgo en cinco minutos.

Me estiré, dejando que mis extremidades se desplegaran en todas las direcciones sobre la cama, y me incorporé, peinándome con los dedos. Sonó la cisterna y luego el grifo. No lo decía en broma. Estaría listo en pocos minutos y yo, todavía desnuda en la cama.

Meter el vestido y su traje en el equipaje de mano fue todo un desafío, pero al final lo conseguí. Travis salió del baño y rozó mi mano con sus dedos al pasar a mi lado.

Me lavé los dientes, me peiné, me cambié y a las once estábamos haciendo el checkout.

Travis hizo fotos del techo del vestíbulo con su móvil y echamos un último vistazo antes de ponernos al final de la larga cola para coger un taxi. Hacía calor hasta a la sombra y las piernas ya se me empezaban a pegar a los vaqueros.

Mi teléfono vibró en el bolso. Lo miré rápidamente.

La poli se acaba d ir. Papá está n casa d Tim pero les he dicho q estabais en Las Vegas casándoos. Creo q se lo han tragado.

N serio?

Sí! M deberían dar 1 Oscar x esto.

Respiré aliviada.

—¿Quién es? —preguntó Travis.

—America —contesté dejando caer el móvil en el bolso—. Está cabreada.

Sonrió.

—Seguro.

—¿Adónde? ¿Al aeropuerto? —preguntó Travis soltando mi mano.

Volví a cogérsela, girándola de modo que se veía mi apodo tatuado en su muñeca.

—No, estoy pensando que tendríamos que hacer una parada técnica antes.

Levantó una ceja.

—¿Dónde?

—Ya lo verás.