8

POR FIN

Travis

No, solo denos un minuto —contesté.

Abby estaba medio tumbada, medio sentada en el asiento de cuero negro de la limusina con los mofletes sonrojados y jadeando. Le besé el tobillo y luego desenganché sus bragas de la punta de su tacón y se las di.

Maldita sea, qué guapa estaba. No podía quitarle los ojos de encima mientras me abrochaba la camisa. Abby me lanzó una inmensa sonrisa al tiempo que se volvía a ajustar las bragas sobre la cadera. El conductor de la limusina llamó a la puerta. Abby asintió y le di luz verde para que abriera. Le entregué un billete grande y cogí a mi mujer en brazos. Atravesamos el vestíbulo y el salón del casino en pocos minutos. Podría decirse que estaba bastante motivado para llegar a la habitación. Afortunadamente, al llevar a Abby en brazos no se me veía la erección.

Ella ignoró a las decenas de personas que miraban cómo entrábamos en el ascensor. Apenas se oyó el número del piso cuando intenté decírselo a la pareja que nos observaba divertida junto a los botones, pero de reojo vi que habían apretado el correcto.

En cuanto pisamos el pasillo, mi corazón empezó a latir con fuerza. Llegamos a la puerta de la habitación, pero no lograba sacar la llave electrónica del bolsillo con Abby en los brazos.

—Ya lo hago yo, cariño —dijo ella sacándola y besándome mientras abría la puerta.

—Gracias, señora Maddox.

Abby sonrió besándome.

—Ha sido un placer.

La llevé directamente a la cama y la tumbé. Abby se quedó mirándome durante unos instantes mientras se quitaba los zapatos.

—Quitémonos esto de en medio, señora Maddox. No quiero fastidiar esta pieza de su vestuario.

Le di la vuelta y le desabroché lentamente el vestido, besando cada cachito de piel que iba quedando al descubierto. Tenía cada centímetro de Abby grabado en la mente, pero tocar y saborear la piel de la mujer que ahora era mi esposa se me hacía completamente nuevo. Sentía una excitación que no había sentido nunca.

Su vestido cayó al suelo, lo cogí y lo dejé sobre el respaldo de una silla. Abby se desabrochó el sujetador y lo dejó caer, y yo deslicé los pulgares entre su piel y el encaje de sus bragas. Sonreí. Ya se las había quitado una vez.

Me agaché para besarla detrás de la oreja.

—Te quiero tanto… —susurré bajándole suavemente las bragas por los muslos.

Cayeron hasta sus tobillos y las apartó de una patada con los pies descalzos. La envolví con mis brazos y respiré hondo por la nariz, acercando su pecho desnudo contra el mío. Necesitaba estar dentro de ella, mi polla parecía estirarse buscándola, pero era fundamental que nos tomáramos nuestro tiempo. La noche de bodas solo se vive una vez y quería que fuera perfecta.

Abby

Se me puso la carne de gallina por todo el cuerpo. Cuatro meses antes le había dado a Travis algo que jamás había dado a ningún otro hombre. Estaba tan resuelta a hacerlo que ni siquiera tuve tiempo de ponerme nerviosa. Ahora, en nuestra noche de bodas, aun sabiendo lo que podía esperar y lo mucho que me quería, estaba más nerviosa que la primera noche.

—Quitémonos esto de en medio, señora Maddox. No quiero fastidiar esta pieza de su vestuario —dijo él.

Solté una risa aspirada, recordando mi rebeca rosa y la sangre salpicada sobre ella. Luego me acordé de la primera vez que vi a Travis en la cafetería.

«Estropeo mucha ropa», había dicho entonces con esa sonrisa asesina y esos hoyuelos. La misma sonrisa que quise odiar y los mismos labios que ahora se deslizaban por mi espalda.

Travis me empujó hacia delante y repté a la cama mirando hacia atrás, esperando, deseando que él se subiera sobre mí. Se quedó observándome mientras se quitaba la camisa y los zapatos y luego dejó caer los pantalones al suelo. Negó con la cabeza, me volvió boca arriba y se puso encima de mí.

—¿No? —pregunté yo.

—Prefiero mirar a los ojos a mi mujer antes que ser creativo…, al menos esta noche.

Me apartó un mechón suelto de la cara y me besó la nariz. Era curioso ver a Travis tomándose su tiempo, pensando en qué quería hacerme y cómo. Una vez desnudos entre las sábanas, respiró hondo.

—Señora Maddox.

—¿Sí? —pregunté.

—Nada. Solo quería llamarte así.

—Bien. La verdad es que me gusta.

Sus ojos estudiaron mi rostro.

—¿Sí?

—¿Me lo preguntas en serio? Porque es bastante difícil demostrarlo si no es prometiendo estar contigo para siempre.

Travis hizo una pausa y la preocupación ensombreció su mirada.

—Te vi —dijo casi susurrando— en el casino.

Mi mente empezó a rebobinar al instante, casi segura de que se había cruzado con Jesse y que posiblemente le hubiera visto con una mujer parecida a mí. Los ojos celosos juegan malas pasadas a la gente. Cuando estaba a punto de decirle que no había visto a mi ex, Travis volvió a hablar:

—En el suelo. Te vi, Paloma.

Se me hizo un nudo en el estómago. Me había visto llorar. ¿Cómo podía explicárselo? No podía. El único modo era buscar algo que le distrajera.

Dejé caer la cabeza sobre la almohada mirándole directamente a los ojos.

—¿Por qué me llamas Paloma? No, te lo digo en serio…

Mi pregunta pareció cogerle por sorpresa. Esperé con la esperanza de que se olvidara del tema anterior. No quería mentirle a la cara ni admitir lo que había hecho. Esa noche no. Ni nunca.

Vi claramente en sus ojos que decidía acceder a que cambiáramos de tema. Él sabía lo que yo estaba haciendo y me lo permitía.

—¿Sabes cómo son las palomas?

Negué ligeramente con la cabeza.

—Son muy listas. Son leales y se aparean con el mismo compañero para siempre. La primera vez que te vi, en el Círculo, supe lo que eras. Bajo esa rebeca abotonada y manchada de sangre, no ibas a caer en mis brazos sin más. Ibas a hacer que me lo currara. Necesitabas saber que podías confiar en mí. Lo vi en tus ojos y luego no pude dejar de pensar en ello hasta que te vi aquel día en la cafetería. Intenté pasarlo por alto, pero en ese instante ya lo sabía. Todas las cagadas, todas las malas decisiones eran miguitas para que encontráramos el camino hacia el otro. Para que encontráramos el camino hasta este momento.

Me derretí.

—Estoy muy enamorada de ti.

Su cuerpo estaba entre mis piernas abiertas y podía sentirle contra mis muslos, tan solo a unos centímetros de donde quería tenerle.

—Eres mi esposa.

Cuando dijo esas palabras, sus ojos se colmaron de paz. Me recordó la noche en que había ganado la apuesta para que me quedara en su apartamento.

—Sí. Ahora ya estás conmigo para siempre. —Me besó la barbilla—. Por fin.

Tomándose su tiempo, se deslizó dentro de mí con suavidad, cerró los ojos un segundo y me volvió a mirar. Balanceó su cuerpo despacio contra el mío, rítmicamente, besándome en los labios intermitentemente. Travis siempre había sido cuidadoso y amable conmigo, pero los primeros momentos fueron algo incómodos. Debía de saber que yo era nueva en todo esto, aunque nunca se lo había dicho. Todo el campus conocía las conquistas de Travis, pero mis experiencias con él nunca fueron como esas juergas salvajes de las que todos hablaban. Conmigo siempre había sido suave y tierno, paciente. Y esta noche no estaba siendo distinta. Incluso mejor, si cabe.

Cuando por fin me relajé, me acerqué a él. Travis extendió la mano, la puso detrás de mi rodilla y tiró suavemente hasta llevarla a la altura de su cadera. Volvió a meterse dentro de mí, esta vez más profundo. Suspiré y empujé la cadera contra él. Se me ocurrían muchas cosas peores que la promesa de sentir el cuerpo desnudo de Travis Maddox cerca y dentro de mí durante el resto de mi vida. Mucho, mucho peores.

Me besó saboreándome y murmurando sobre mi boca. Se balanceaba contra mi cuerpo, lleno de anhelo. Me levantó la otra pierna y me dobló las rodillas contra el pecho para poder meterse más dentro de mí. Yo gemía y me movía, incapaz de callar mientras le sentía buscándome y entrando desde distintos ángulos, moviendo sus caderas. Hasta le clavé las uñas en la espalda. Aunque tenía las yemas de los dedos bien hundidas en su piel sudorosa, podía sentir sus músculos hinchándose y deslizándose bajo mis manos.

Los muslos de Travis se frotaban y golpeaban contra mi culo. Se irguió apoyándose sobre un codo y se sentó. Tiró de mis piernas hasta apoyar mis tobillos sobre sus hombros. Entonces me penetró con más fuerza y, aunque dolía un poco, el dolor desataba chispas de adrenalina por todo mi cuerpo, llevando cada ápice del placer que ya estaba sintiendo a otro nivel.

—Ay, Dios… Travis —dije jadeando. Tenía que decir algo, cualquier cosa para soltar la intensidad que se agolpaba dentro de mí.

Mis palabras tensaron su cuerpo y el ritmo de sus movimientos se volvió más rápido, más rígido, hasta que nuestra piel quedó cubierta de gotas de sudor, haciendo más fácil que nos deslizáramos el uno contra el otro.

Dejó caer mis piernas sobre la cama y se volvió a colocar encima de mí. Movió la cabeza.

—Me encanta sentirte —dijo gimiendo—. Quiero estar así toda la noche, pero…

Acerqué mis labios a su oreja.

—Quiero que te corras —susurré y terminé la frase con un suave besito.

Relajé las caderas dejando que las rodillas se separaran aún más hacia la cama. Travis empujó metiéndose más dentro de mí, una y otra vez, y sus movimientos se aceleraban con sus gemidos. Me agarré la rodilla contra el pecho. El dolor era delicioso, adictivo, y se fue acumulando hasta que todo mi cuerpo empezó a tensarse en descargas cortas e intensas. Solté un gemido alto, sin importarme quién lo pudiera oír.

Travis gimió como respuesta. Finalmente, sus movimientos se ralentizaron haciéndose más fuertes, hasta que por fin exclamó:

—¡Oh, joder! ¡Joder! ¡Ah!

Su cuerpo se contrajo y tembló mientras apoyaba su mejilla contra la mía y volvió a contraerse una vez más antes de hundir su cara en la almohada bajo mi cabeza.

Le besé el cuello saboreando la sal en su piel.

—Tenías razón —dije.

Travis se incorporó para mirarme, con curiosidad.

—Tú fuiste mi último primer beso.

Sonrió, apretó sus labios contra los míos con fuerza y luego hundió su cara en mi cuello. Aún jadeaba, pero logró decir con un dulce suspiro:

—Joder, ¡te quiero, Paloma!