7

EFECTIVO

Travis

La puerta se abrió de golpe.

—¡Ya está aquí! Acabo de acompañarla a un camerino para que se refresque. ¿Estás listo?

—¡Sí! —exclamé levantándome de un salto.

Me limpié el sudor de las manos y seguí a Chantilly al pasillo y de ahí al vestíbulo. Me detuve.

—Por aquí, cariño —dijo Chantilly guiándome hacia la puerta doble que daba a la capilla.

—¿Dónde está ella? —pregunté.

Chantilly señaló con el dedo.

—Ahí. En cuanto esté lista, empezamos. Pero tú tienes que esperar en el altar, cariño.

Su sonrisa era dulce y paciente. Imaginé que estaría acostumbrada a lidiar con toda clase de situaciones, desde borrachos hasta dubitativos. Miré la puerta del camerino de Abby, pero seguí a Chantilly, que me indicó dónde debía esperar. Mientras me iba hablando, un tipo con gruesas patillas y un disfraz de Elvis abrió la puerta de manera espectacular torciendo los labios y canturreando Blue Hawaii.

—¡Me encanta Las Vegas, tío! ¿Y a ti? —me entró. La imitación de Elvis era brutal.

Sonreí.

—Hoy sí.

—No se puede pedir más. ¿Te ha explicado Chantilly cómo debes hacer para portarte como un caballero esta mañana?

—Sí, creo que sí.

Me dio una palmada en la espalda.

—Tranquilo, amigo, todo irá como la seda. Voy a buscar a tu señora. Vuelvo en un periquete.

Chantilly soltó una risilla.

—Ay, este Elvis.

Tras un par de minutos esperando, Chantilly miró su reloj y fue por el pasillo hacia la puerta de la capilla.

—Siempre pasan estas cosas —me aseguró el oficiante de la boda.

Después de cinco minutos más, Chantilly asomó la cabeza por la puerta de la capilla.

—Travis, creo que está un poco… nerviosa. ¿Quieres intentar hablar con ella?

Joder.

—Claro —contesté.

El pasillo que antes me había parecido corto ahora se me hizo eterno. Empujé la puerta de la capilla y levanté el puño. Hice una pausa, respiré hondo y llamé varias veces.

—¿Paloma?

Después de lo que parecieron dos eternidades, Abby contestó y por fin escuché su voz al otro lado de la puerta:

—Estoy aquí.

Aunque estaba a apenas unos centímetros, parecía a kilómetros de distancia, igual que la mañana después de la noche en la que me traje a dos chicas del bar. Solo de pensar en aquella noche se desató una náusea ardiente en mi estómago. Ya ni siquiera me sentía la misma persona que entonces.

—¿Estás bien, nena? —pregunté.

—Sí, es solo que… estaba acelerada. Necesito un momentito para respirar.

Su voz expresaba todo menos que estuviera bien. Estaba decidido a mantener la cabeza fría y ahuyentar el pánico que solía llevarme a hacer toda clase de estupideces. Tenía que ser el hombre que Abby se merecía.

—¿Estás segura de que es solo eso?

No contestó.

Chantilly se aclaró la garganta y se retorció las manos, un claro gesto de que intentaba encontrar algo que decir.

Tenía que entrar en aquel camerino.

—Paloma… —insistí. Siguió un silencio. Lo que iba a decir podía cambiarlo todo, pero que Abby se encontrara bien estaba por encima de mis necesidades egoístas—. Sé que sabes que te quiero. Lo que puede que no sepas es que no hay nada que desee más que ser tu marido. Pero si no estás preparada, te esperaré, Paloma. No voy a ninguna parte. En fin, claro que quiero hacer esto, pero solo si tú también quieres. Solo…, solo necesito que sepas que puedes abrir esta puerta y podemos ir juntos a ese altar o podemos subirnos en un taxi y marcharnos a casa. Sea como sea, te quiero.

Otra larga pausa, sabía que había llegado el momento. Cogí un sobre viejo del bolsillo interior de mi chaqueta y lo sostuve con ambas manos. Repasé con el dedo índice las líneas desgastadas escritas a boli con las que mi madre había escrito: «Para la futura señora de Travis Maddox». Mi padre me lo había dado cuando pensó que las cosas entre Abby y yo iban en serio. Desde entonces solo había sacado la carta una vez y me había preguntado qué habría escrito dentro, pero no había llegado a abrirla. Aquellas palabras no estaban dirigidas a mí.

Me temblaban las manos. No tenía ni idea de lo que mi madre había escrito, pero ahora necesitaba saberlo y esperaba que por una vez ella pudiera ayudarme desde dondequiera que estuviese. Me agaché y empujé el sobre por debajo de la puerta.

Abby

«Paloma». Esa palabra solía provocar antes que pusiera los ojos en blanco. Ni siquiera sabía por qué había empezado a llamármelo, aunque me daba igual. Ahora ese apelativo que Travis utilizaba conmigo, con su voz profunda y rasgada, hacía que mi cuerpo entero se relajara. Me puse de pie, caminé hacia la puerta y apoyé la palma de la mano sobre la madera.

—Estoy aquí.

Podía escuchar mi propia respiración silbando, lenta como si estuviera dormida. Cada rincón de mi cuerpo estaba relajado. Sus cálidas palabras caían sobre mí como una suave manta. No importaba lo que ocurriera cuando volviéramos a casa, siempre que fuera la mujer de Travis. En ese momento comprendí que, lo hiciera para ayudarle o no, estaba allí para casarme con un hombre que me amaba más de lo que ningún hombre ama a una mujer. Y yo también le amaba, lo suficiente como para llenar tres vidas. Esta capilla de Graceland con este vestido era casi perfecta. Solo podía estar mejor a su lado, en el altar.

En ese momento vi un cuadrado blanco y pequeño a mis pies.

—¿Qué es esto? —pregunté agachándome a cogerlo. El papel era viejo y estaba amarillento. Estaba dirigido a la futura señora de Travis Maddox.

—Es de mi madre —explicó Travis.

Se me paró la respiración en seco. Me daba reparo abrirlo, porque veía que estaba cerrado y era evidente que lo habían guardado durante mucho tiempo.

—Ábrelo —me animó Travis, que parecía leerme el pensamiento.

Mi dedo se deslizó cuidadosamente por la abertura intentando mantener el sobre lo más intacto posible, aunque sin éxito. Saqué un papel doblado en tres y el mundo entero se detuvo.

No nos conocemos, pero estoy segura de que eres una chica muy especial. Aunque hoy no pueda estar ahí para ver cómo mi chico te promete su amor, hay varias cosas que creo que te diría si pudiera.

Ante todo, gracias por querer a mi hijo. De todos mis chicos, Travis es el que tiene el corazón más tierno. También es el más fuerte de todos ellos. Te querrá con todo lo que tiene mientras le dejes. A veces las tragedias de la vida nos cambian, pero hay cosas que nunca lo hacen.

Un chico que ha perdido a su madre es una criatura muy especial. A poco que Travis se parezca a su padre, y sé que se le parece, será un profundo océano de fragilidad protegido por una gruesa pared de palabrotas e indiferencia fingida. Un Maddox te puede llevar al límite, pero si le acompañas te seguirá a cualquier parte.

Desearía por encima de todo poder estar ahí hoy. Ojalá pudiera ver su cara cuando dé este paso contigo, ojalá pudiera estar ahí con mi marido y vivir este día con todos vosotros. Creo que es una de las cosas que más echaré en falta. Pero no es mi día. Si lees esta carta, es que mi hijo te quiere. Y cuando un Maddox se enamora, quiere para siempre.

Por favor, dale un beso a mi hijo de parte de su madre. Deseo que la mayor disputa que tengáis jamás sea sobre quién es el más comprensivo de los dos.

Con amor,

Diane

—¿Paloma?

Me pegué la carta contra el pecho con una mano y con la otra abrí la puerta. Travis tenía una expresión tensa de preocupación, pero en cuanto sus ojos se encontraron con los míos la preocupación se desvaneció.

Parecía anonadado al verme.

—Estás… Creo que no hay palabras para describir lo preciosa que estás.

Sus dulces ojos color avellana bajo la sombra de sus gruesas cejas me suavizaron los nervios. Los tatuajes quedaban ocultos bajo el traje gris y la camisa blanca y limpia. Uau, era perfecto. Era sexi, valiente, tierno y, sí, Travis Maddox era mío. Lo único que tenía que hacer era ir hasta el altar.

—Estoy lista.

—¿Qué decía?

Mi garganta se tensó para no soltar un sollozo. Le besé en la mejilla.

—Esto es de parte de ella.

—¿Sí? —preguntó con una sonrisa que le iluminó toda la cara.

—Clava todas las cosas maravillosas que tienes, aunque no haya podido verte crecer. Es maravillosa, Travis. Ojalá la hubiera conocido.

—Ojalá te hubiera conocido ella. —Hizo una pequeña pausa y levantó ambas manos.

La manga se le echó unos centímetros hacia atrás, dejando ver el tatuaje de «Paloma».

—Podemos pensárnoslo mejor. No tienes por qué decidirlo ahora. Volvamos al hotel, lo pensamos y… —Suspiró dejando caer los hombros y los brazos—. Lo sé, es una locura. Es que lo deseaba tanto, Abby… Esta locura es mi cordura. Podemos…

No soportaba verle trabándosele la lengua y sufriendo.

—Mi amor, para —le pedí rozándole la boca con las yemas de los dedos—. Para.

Se quedó mirándome. Esperando.

—Que te quede claro que yo no me voy de aquí hasta que no seas mi marido.

Al principio frunció el ceño, dubitativo, y entonces sonrió levemente, con cautela.

—¿Estás segura?

—¿Dónde está mi ramo?

—¡Ay! —exclamó Chantilly, que estaba distraída con la conversación—. Aquí, cariño. —Me entregó una bola perfecta de rosas rojas.

Elvis me ofreció su brazo y lo cogí.

—Nos vemos en el altar, Travis —le dijo.

Travis me cogió las manos, besó mis dedos y salió corriendo por donde había venido, seguido de la risueña Chantilly.

Ese detalle fue suficiente. De repente ya no podía esperar para estar con él y mis pies se apresuraron hacia la capilla. Por los altavoces no sonaba la marcha nupcial, sino Thing for You, la canción que habíamos bailado en mi fiesta de cumpleaños.

Me detuve y miré a Travis, por fin podía verle bien con su traje gris y sus Converse. Me sonrió cuando vio que me fijaba. Di un paso y luego otro. El oficiante me hizo un gesto para que fuera más despacio, pero no podía. Todo mi cuerpo necesitaba estar junto a Travis más que nunca. Y Travis debía sentir lo mismo, porque cuando Elvis aún no había llegado a la mitad del pasillo, no aguantó más y se acercó a nosotros. Le cogí del brazo.

—Eh…, iba a entregar a la novia.

Travis torció la boca hacia un lado.

—Ya era mía.

Me agarré a su brazo y seguimos caminando juntos hasta el final. La música bajó de volumen y el oficiante asintió mirándonos.

—Travis…, Abby.

Chantilly cogió mi ramo de rosas y se puso a un lado.

Nuestras manos temblorosas estaban entrelazadas. Los dos estábamos tan nerviosos y felices que era casi imposible quedarnos quietos.

A pesar de que sabía lo mucho que deseaba casarme con Travis, mis manos no dejaban de temblar. No sé lo que dijo el oficiante exactamente. No recuerdo su cara ni lo que llevaba puesto, solo me acuerdo de su voz profunda y nasal, de su acento del norte y de las manos de Travis cogiendo las mías.

—Mírame, Paloma —pidió Travis suavemente.

Levanté la mirada hacia mi futuro marido, perdiéndome en la sinceridad y la adoración de sus ojos. Nadie, ni siquiera America, me había mirado nunca con tanto amor. Las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba, así que yo debía de tener la misma expresión.

Mientras el oficiante hablaba, Travis me devoraba con los ojos, mi cara, mi pelo, mi vestido, hasta se fijó en mis zapatos. Entonces se inclinó hasta que sus labios estaban a unos milímetros de mi cuello e inhaló.

—Quiero recordar cada detalle —afirmó.

El oficiante sonrió, asintió y continuó.

Un flash nos sobresaltó. Travis miró hacia atrás, vio al fotógrafo y luego me miró. Teníamos la misma sonrisa cursilona. Me daba igual que pareciéramos completamente ridículos. Era como si estuviéramos a punto de tirarnos de cabeza desde muchísima altura a un río profundo alimentado por la cascada más grandiosa y espeluznante, como si nos lanzáramos en la montaña rusa más fantástica del universo. Eso multiplicado por diez.

—El verdadero matrimonio empieza antes del día de la boda —comenzó el oficiante—. Y los esfuerzos del matrimonio continúan mucho después de que termine la ceremonia. Un breve momento y el trazo de una pluma es todo cuanto se necesita para crear el vínculo legal del matrimonio, pero hace falta una vida entera de amor, compromiso, perdón y transigencia para que un matrimonio sea duradero y eterno. Travis y Abby, creo que nos habéis demostrado lo que vuestro amor es capaz de conseguir en momentos de tensión. Vuestros pasados son el camino que os ha traído hasta esta capilla y vuestro viaje hacia un futuro en común se va volviendo más claro con cada día que nace.

Travis acercó su mejilla a mi sien. Agradecía cada vez que me tocaba, fuera donde fuera. Si hubiera podido abrazarme a él sin interrumpir la ceremonia, lo habría hecho. Las palabras del oficiante empezaron a desdibujarse. Travis habló varias veces y yo también. Le puse a Travis el anillo negro en el dedo y sonrió.

—Con este anillo, yo te desposo —dije repitiendo las palabras del oficiante.

—Buena elección —respondió Travis.

Cuando le llegó el turno a él, se atascó un momento y enseguida deslizó dos anillos en mi dedo: mi anillo de compromiso y una alianza sencilla de oro.

Quería pararme a mostrarle lo mucho que significaba para mí que me hubiera comprado un anillo oficial de boda, o incluso decírselo, pero estaba viviendo una experiencia extracorporal. Cuanto más intentaba centrarme, más deprisa parecía ocurrir todo.

Pensé que tal vez debería escuchar todas las cosas que estaba prometiendo, pero la única voz que tenía sentido era la de Travis.

—Por supuesto que lo prometo —afirmó sonriendo—. Y prometo no volver a pelear, ni a beber demasiado, ni a jugar, ni a dar un puñetazo de rabia… y nunca, nunca volveré a hacer que llores de tristeza.

Cuando me tocaba a mí, hice una pausa.

—Antes de prometer nada, quiero que sepas que soy supertestaruda. Ya sabes que es difícil convivir conmigo y me has dejado claro decenas de veces que te vuelvo loco. Estoy segura de que habré vuelto loco a cualquiera que me haya visto estos últimos meses con mi indecisión y mis dudas. Pero quiero que sepas que, sea lo que sea el amor, esto tiene que serlo. Primero fuimos muy buenos amigos e intentamos no enamorarnos, pero acabamos cayendo. No quiero estar en ningún lugar en el que tú no estés conmigo. Estoy metida en esto. Estoy contigo. Puede que seamos impulsivos, que estemos completamente locos por estar aquí a nuestra edad seis meses después de conocernos, puede que todo esto se convierta en un maravilloso e inevitable desastre que sea para siempre, pero, si es contigo, es lo que quiero.

—Como Johnny y June —dijo Travis con los ojos algo vidriosos—. A partir de aquí, es todo cuesta arriba y voy a disfrutar de cada minuto.

—¿Quieres…? —empezó el oficiante.

—Sí quiero —respondí.

—Bien —continuó él con una risita ahogada—, pero tengo que decirlo.

—Ya lo he oído. No tengo que volver a escucharlo —insistí sonriendo, sin apartar los ojos de Travis.

Me apretó las manos. Hicimos varias promesas más y el oficiante se detuvo.

—¿Ya está? —preguntó Travis.

El oficiante sonrió.

—Ya está. Estáis casados.

—¿En serio? —preguntó levantando las cejas. Parecía un chavalín el día de Navidad.

—Puedes besar a la…

Travis me cogió entre sus brazos firmemente y me besó, primero con entusiasmo y pasión y luego sus labios se ralentizaron y empezaron a moverse más tiernamente contra los míos.

Chantilly aplaudió con sus manitas menudas y regordetas.

—¡Qué buena! ¡La mejor que he visto en toda la semana! Me encanta cuando no salen como se esperaba.

El oficiante dijo:

—Señorita Chantilly y señor Rey, les presento al señor y la señora Maddox.

Elvis también aplaudió y Travis me levantó en brazos. Le agarré la cara con ambas manos y me acerqué a besarle.

—Estoy intentando no tener un momento a lo Tom Cruise —comentó Travis sonriendo a todos los presentes—. Ahora entiendo que se pusiera a saltar sobre el sillón y a dar golpes al suelo. ¡No sé cómo expresar lo que siento! ¿Dónde está Oprah?

Se me escapó una carcajada nada típica en mí. Travis tenía una sonrisa de oreja a oreja y estoy segura de que yo también parecía asquerosamente feliz. Me bajó y volvió a mirar a todos los presentes. Parecía un poco aturdido.

—¡Uau! —exclamó con los puños temblando delante de él. Estaba teniendo un momento muy a lo Tom Cruise. Se rio y entonces volvió a besarme—. ¡Lo hemos hecho!

Me reí con él. Volvió a abrazarme y vi que tenía los ojos llorosos.

—¡Se ha casado conmigo! —le dijo a Elvis, y otra vez gritó abrazándome y besándome—: Joder, ¡te quiero, nena!

No sé bien qué es lo que esperaba, pero desde luego no era esto. Chantilly, el oficiante y hasta Elvis se reían, medio divertidos, medio pasmados. El flash del fotógrafo saltaba como si estuviéramos rodeados de paparazzi.

—Solo hace falta firmar unos papeles, hacer unas fotos y podéis empezar vuestro «Vivieron felices y comieron perdices» —dijo Chantilly. Se giró y luego volvió a mirarnos con una sonrisa amplia sosteniendo una hoja de papel y un boli—. ¡Ay —exclamó—, tu ramo! Lo vamos a necesitar para las fotos.

Me pasó las flores y Travis y yo posamos. Juntos. Mostrando las alianzas. Uno al lado del otro, mirándonos a los ojos, saltando, abrazándonos, besándonos. En cierto momento Travis me cogió en brazos. Después de firmar rápidamente el certificado de matrimonio, me agarró de la mano y me llevó hasta la limusina que nos esperaba fuera.

—¿De verdad ha pasado lo que acaba de pasar? —pregunté.

—¡Claro que ha pasado!

—¿Es posible que haya visto unos ojitos emocionados ahí dentro?

—Paloma, eres la señora de Travis Maddox. ¡En la vida he sido tan feliz como en este momento!

Mi rostro se deshizo en una sonrisa y me reí agitando la cabeza. Nunca había visto a una persona tan loca y tan adorable. Me abalancé sobre él y presioné mis labios contra los suyos. Desde el momento en que había sentido su lengua en mi boca en la capilla, solo podía pensar en volver a tenerla dentro.

Travis enredó sus dedos en mi pelo mientras yo me subía sobre él e hincaba las rodillas en el asiento de cuero a ambos lados de sus caderas. Mis dedos empezaron a jugar con su cinturón y él se inclinó para apretar el botón que subía el cristal que nos aseguraba privacidad.

Le desabroché los botones de la camisa entre tacos por lo mucho que tardaban en soltarse y le bajé la cremallera con impaciencia. La boca de Travis estaba por todas partes, besándome detrás de la oreja, recorriendo mi cuello con la lengua y mordisqueando mi clavícula. Con un solo movimiento, me puso boca arriba y deslizó su mano por mi muslo hasta enganchar mis bragas con un dedo. En menos de un segundo ya las tenía colgando de los tobillos y la mano de Travis avanzaba por el interior de mi pierna hasta detenerse entre mis muslos.

—Cariño —dije suspirando antes de que me callara con un beso.

Respiraba intensamente por la nariz, apretándome contra sí como si fuera la primera y la última vez.

Se enderezó y se quedó de rodillas, con los abdominales, el pecho y los tatuajes a la vista. Los muslos se me tensaron instintivamente, pero cogió mi pierna derecha con ambas manos y me la separó suavemente. Observé cómo su boca avanzaba hambrienta desde los dedos de mis pies hacia mi tobillo, mi gemelo, la rodilla y luego al interior de mi muslo. Levanté las caderas hacia su boca, pero él se detuvo unos instantes en mis ingles, demostrando mucha más paciencia que yo.

Cuando su lengua alcanzó la parte más sensible de mí, empezó a deslizar sus dedos entre mi vestido y el asiento, agarrando mi culo y tirando de mí hacia él. Todos y cada uno de mis nervios se fundieron y se tensaron al mismo tiempo. Travis ya había estado en esta postura, pero era evidente que se había contenido: había reservado lo mejor para nuestra noche de bodas. Mis rodillas se doblaron temblando y estiré los brazos hasta tocar sus orejas.

Se detuvo una vez, apenas para susurrar mi nombre contra mi piel húmeda, y yo me sentí desfallecer. Cerré los ojos y sentí como si se deslizaran al fondo de mi cabeza de puro éxtasis. Mis gemidos hacían que sus besos fueran más anhelantes y entonces se tensó y me acercó más a su boca.

Cada vez era más intenso, como un muro de ladrillo que quiere ceder pero necesita quedarse en ese instante. Cuando ya no podía aguantar más, estiré la mano y hundí su cara en mí. Grité, sintiendo cómo él sonreía, desbordada por las intensas sacudidas de electricidad que me recorrían el cuerpo entero.

Con todas las distracciones de Travis, no me di cuenta de que habíamos llegado al Bellagio hasta que oí la voz del conductor por el interfono.

—Disculpen, señores Maddox, pero hemos llegado a su hotel. ¿Quieren que dé otro paseo por la Franja?