AFORTUNADA
Abby
Cuando las ruedas del avión tocaron la pista de aterrizaje del Aeropuerto Internacional McCarran, Travis estaba relajado, reclinado sobre mi hombro. Las luces brillantes de Las Vegas se veían desde hacía diez minutos haciéndonos señales hacia todo lo que odiaba y hacia todo lo que quería.
Travis se desperezó lentamente y echó un vistazo por la ventanilla antes de besar la cúspide de mi hombro.
—¿Ya hemos llegado?
—Bingo. Creía que tal vez podrías dormir un poco más. Va a ser un día largo.
—Después de ese sueño no vuelvo a dormirme ni de broma —dijo estirándose—. No sé si quiero volver a dormir jamás.
Mis dedos apretaron los suyos. Odiaba verle tan afectado. Él no quería hablar de su sueño, pero tampoco era tan difícil imaginar dónde había estado mientras dormía. Me preguntaba si alguno de los supervivientes de Keaton sería capaz de cerrar los ojos sin ver el humo y las caras de pánico. El avión llegó a la terminal y la señal de «Desabróchense los cinturones» empezó a parpadear dando pie a que todo el mundo se levantara para coger su equipaje de mano. Todos tenían prisa, aunque nadie iba a salir antes que la gente que estaba sentada delante de ellos.
Me quedé sentada fingiendo tener paciencia y observé cómo Travis se levantaba a coger nuestro equipaje. Al estirarse se le subió la camiseta y dejó ver sus abdominales en movimiento tensándose mientras bajaba las maletas.
—¿Llevas el vestido dentro?
Negué con la cabeza.
—He pensado en comprarme uno aquí.
Asintió una sola vez.
—Sí, seguro que tienen muchos para elegir. Habrá más oferta para una boda en Las Vegas que en casa.
—Eso mismo pensaba yo.
Travis extendió la mano y me ayudó a dar dos pasos hacia el pasillo.
—Te pongas lo que te pongas, estarás preciosa.
Le besé en la mejilla y cogí mi maleta mientras la fila empezaba a moverse. Seguimos al resto de pasajeros a través de la puerta hacia la terminal.
—Déjà vu —susurró Travis.
Yo sentía lo mismo que él. Las máquinas tragaperras entonaban sus cantos de sirena y destellaban luces de colores vivos lanzando falsas promesas de suerte y grandes fortunas. La última vez que Travis y yo habíamos estado aquí nos había sido fácil distinguir a las parejas que venían a casarse y ahora me preguntaba si resultaríamos tan evidentes como ellos.
Travis me cogió de la mano al pasar por la recogida de equipajes y seguimos la señal de «Taxi». Las puertas automáticas se abrieron y salimos al aire nocturno del desierto. Seguía haciendo un calor asfixiante y seco. Respiré en medio de aquel calor dejando que Las Vegas saturara cada rincón de mi cuerpo.
Casarme con Travis iba a ser lo más difícil de las cosas más fáciles que había hecho en mi vida. Para que mi plan funcionara necesitaba despertar en mí aquellas partes que se habían adaptado a los más oscuros rincones de esta ciudad. Si Travis llegaba a sospechar que me iba a casar con él por cualquier otra razón que no fuera mi deseo de comprometerme, nunca me lo permitiría. Además no es que fuera precisamente ingenuo, al contrario: me conocía mejor que nadie y sabía de lo que era capaz. Si yo conseguía que nos casáramos y que Travis no fuera a la cárcel sin ser consciente de cómo lo había logrado, sería el mejor farol de mi vida.
A pesar de haber evitado a la multitud que esperaba en la recogida de equipajes, encontramos una larga cola para conseguir un taxi. Suspiré. Deberíamos estar casándonos. Ya era de noche. Habían pasado más de cinco horas desde el incendio. No nos podíamos permitir más tiempo.
—Paloma —Travis me apretó la mano—, ¿estás bien?
—Sí —dije agitando la cabeza y sonriendo—. ¿Por qué?
—Pareces… un poco tensa.
Traté de controlar mi cuerpo, mi postura, la expresión de mi cara, cualquier cosa que pudiera traicionarme. Tenía los hombros tan tensos que me llegaban a la altura de las orejas, así que los obligué a relajarse.
—Simplemente estoy lista.
—¿Para quitártelo de encima? —preguntó tensando mínimamente las cejas. Si no le conociera, ni siquiera me habría dado cuenta.
—Trav —dije mientras le rodeaba la cintura con mis brazos—, esto ha sido idea mía, ¿recuerdas?
—También lo fue la última vez que vinimos a Las Vegas. ¿Te acuerdas de cómo acabó?
Me reí y entonces me sentí fatal. La línea vertical que se le dibujaba cuando tensaba las cejas se acentuó. Esto significaba mucho para él. Casi siempre me agobiaba de lo mucho que me quería, pero esta noche era distinto.
—Sí, tengo prisa. ¿Tú no?
—Sí, pero hay algo raro.
—Solo estás nervioso. Deja de preocuparte.
Su expresión se suavizó y se agachó para besar mi pelo.
—Vale, si dices que estás bien, te creo.
Quince minutos más tarde, estábamos los primeros de la cola. Un taxi se detuvo junto al bordillo. Travis me abrió la puerta, me metí en el asiento trasero y me deslicé esperando a que entrara.
El taxista miró por encima del hombro.
—¿Una estancia corta?
Travis se colocó delante nuestra maleta de mano, en el suelo del coche.
—Viajamos ligeros de equipaje.
—Al Bellagio, por favor —dije con voz tranquila, tratando de disfrazar la urgencia que sentía.
Una melodía dulce y circense con una letra que no entendía sonaba por los altavoces del taxi mientras íbamos del aeropuerto hacia la Franja. Las luces del hotel se veían varias millas antes de llegar.
Cuando llegamos a la Franja, observé el río de gente que circulaba por la calle. Incluso en plena madrugada, las aceras estaban a rebosar de solteros, mujeres empujando un carrito con su bebé dormido, gente disfrazada haciéndose fotos a cambio de una propina y hombres de negocios con aspecto de estar buscando algo de relax.
Travis rodeó mis hombros con su brazo. Me apoyé sobre él mientras intentaba no mirar mi reloj por décima vez.
El taxi se metió en la rotonda de entrada del Bellagio y Travis se adelantó para entregarle varios billetes al conductor. Luego sacó la maleta de ruedas y se quedó esperándome. Salí del coche cogiendo su mano y puse el pie sobre el hormigón. Como si no fuera de madrugada, había gente esperando un taxi para ir al casino mientras que otros regresaban haciendo eses y riéndose tras una larga noche bebiendo.
Travis me apretó la mano.
—Estamos aquí de verdad.
—¡Sí! —exclamé tirando de él hacia el interior del hotel.
Los techos tenían una decoración que llamaba la atención. Todo el mundo en el vestíbulo estaba de pie mirando hacia arriba.
—¿Qué estás…? —dije volviéndome hacia Travis.
Permitió que tirara de él, pero no dejó de mirar el techo.
—¡Mira, Paloma! Es… ¡Uau! —exclamó asombrado por las enormes flores multicolores que besaban el techo.
—¡Sí! —contesté arrastrándole hacia el mostrador de recepción.
—Tenemos una reserva —expliqué— y queríamos concertar una boda en una capilla local.
—¿En cuál? —preguntó el hombre.
—Da igual. En una bonita. Una que esté abierta las veinticuatro horas.
—Bien, podemos organizarlo. Permítame que les tome los datos y el conserje les ayudará a buscar una capilla matrimonial, espectáculos y todo lo que deseen.
—Genial —respondí volviéndome hacia Travis con una sonrisa triunfal.
Él seguía mirando el techo.
—¡Travis! —exclamé tirándole del brazo.
Se volvió, saliendo de su estado de hipnosis.
—¿Sí?
—¿Puedes acercarte al conserje para organizar la boda? Nos hemos registrado a nombre de Maddox —le expliqué al recepcionista sacando la reserva—. Este es nuestro número de confirmación.
—Ah, de acuerdo. También tenemos una suite de luna de miel disponible por si lo desean.
Negué con la cabeza.
—Está bien así.
Travis estaba al otro extremo del mostrador hablando con un hombre. Estaban mirando un folleto juntos y tenía una sonrisa inmensa en la cara mientras el tipo le enseñaba las distintas capillas.
—Por favor, que salga bien —me dije entre dientes.
—¿Decía, señora?
—Eh…, nada —contesté, y el recepcionista siguió tecleando en su ordenador.
Travis
Abby se inclinó hacia mí sonriendo, le besé la mejilla y continuó con la inscripción mientras yo me acercaba al conserje para buscar una capilla. Observé a la mujer que estaba a punto de convertirse en mi esposa, sus largas piernas apoyadas en esos zapatos de tacón de cuña que hacen que unas piernas preciosas sean aún más bonitas. Su camiseta holgada y fina, lo suficientemente transparente como para que me fastidiara ver que llevaba una camiseta sin mangas debajo. Tenía sus gafas de sol favoritas encajadas sobre su sombrero de fieltro favorito y a los lados caían varios mechones de su pelo color caramelo, ligeramente ondulado por haberse secado al aire después de la ducha. Joder, ¡qué sexi era la tía! Lo único en lo que podía pensar era en meterle mano y no tenía ni que proponérselo. Ahora que estábamos comprometidos no parecía algo tan canalla.
—¿Señor? —dijo el conserje.
—Eh, sí. ¡Qué hay! —le saludé echándole otro vistazo a Abby antes de dedicarle mi atención a aquel tipo—. Necesito una capilla. Que esté abierta toda la noche. Con clase.
Sonrió.
—Por supuesto, señor. Tenemos varias aquí mismo, en el Bellagio. Son realmente preciosas y…
—No tendrán a Elvis en una de sus capillas, ¿verdad? Es que, ya que nos vamos a casar en Las Vegas, podría casarnos Elvis o al menos estar de invitado, ¿sabe?
—No, señor, lo siento, pero las capillas del Bellagio no ofrecen imitadores de Elvis. Pero puedo buscar un par de números a los que puede llamar y pedir que venga uno a su boda. Si lo prefiere, también está la famosa capilla Graceland, claro. Tienen paquetes que incluyen a un imitador de Elvis.
—¿Con clase?
—Estoy seguro de que será de su agrado.
—Vale, pues esa. Lo antes posible.
El conserje sonrió.
—¿Tienen prisa?
Iba a sonreírle, pero me di cuenta de que ya estaba sonriendo y probablemente lo estaba haciendo como un idiota desde que me había acercado al mostrador.
—¿Ve a esa chica?
El conserje la miró. Rápidamente. Con respeto. Me caía bien.
—Sí, señor. Es usted afortunado.
—Joder, y que lo diga. Concierte una boda para dos dentro de… ¿tres horas? Necesitará algo de tiempo para comprar un par de cosas y arreglarse.
—Muy considerado por su parte, señor. —Apretó un par de botones en su teclado, cogió el ratón y lo movió pulsándolo varias veces. La sonrisa desapareció mientras se concentraba para después volver a iluminarse cuando terminó. La impresora empezó a zumbar y enseguida me entregó una hoja de papel—. Aquí tiene, señor. Enhorabuena.
Levantó la mano y se la choqué sintiéndome como si me hubiera dado un décimo premiado de lotería.