EL REGRESO
Abby
Me quedé mirando la piedra deslumbrante en mi dedo y volví a suspirar. No era el típico suspiro ligero que emitiría una joven recién comprometida al observar un diamante de un tamaño tan considerable. Este iba cargado de pensamientos. Unos pensamientos pesados y profundos que me hacían tener pensamientos todavía más pesados y profundos. Pero no eran dudas. No podíamos separarnos un solo instante. Estábamos a punto de hacer lo inevitable y Travis Maddox me quería de una forma que la mayoría solo podría soñar. Mi suspiro estaba cargado a la vez de preocupación y esperanza por mi estúpido plan. Deseaba tan desesperadamente que Travis estuviera bien que mi deseo casi se podía palpar.
—Para, Paloma —dijo Travis—. Me estás poniendo nervioso.
—Es que es… demasiado grande.
—Te queda perfecto —dijo reclinándose.
Estábamos embutidos entre un hombre de negocios que hablaba en voz baja con el móvil y una pareja de ancianos. Una empleada de las líneas aéreas estaba junto al mostrador de la puerta de embarque hablando por lo que parecía una radio de banda ciudadana. Me pregunté por qué no utilizaban un micrófono normal. Anunció varios nombres y luego colgó el aparato detrás del mostrador.
—El vuelo debe de ir lleno —dijo Travis.
Tenía el brazo izquierdo apoyado en el respaldo de mi silla y me estaba acariciando el hombro con el pulgar. Intentaba fingir que estaba relajado, pero le traicionaba la rodilla, que no dejaba de moverse.
—El diamante es demasiado, tengo la sensación de que me van a atracar en cualquier momento —dije.
Travis soltó una carcajada.
—Primero, nadie te va a poner un puto dedo encima. Segundo, ese anillo está hecho para tu dedo. Lo supe en cuanto lo vi…
—Atención, pasajeros del vuelo de American 2477 con destino a Las Vegas. Solicitamos tres voluntarios para coger un vuelo más tarde. A cambio se ofrece un vale de viaje válido durante un año a partir de la salida.
Travis me miró.
—No.
—¿Tienes prisa? —preguntó con una sonrisa chulesca.
Me incliné hacia él y le besé.
—Lo cierto es que sí.
Levanté la mano y le limpié un poco de hollín debajo de la nariz que se había dejado al ducharse.
—Gracias, nena —dijo acercándome más a su cuerpo.
Miró alrededor con la cabeza alta y los ojos iluminados. No le había visto de tan buen humor desde la noche en que ganó nuestra apuesta. Me hizo sonreír. Fuera o no sensato, era maravilloso sentirse tan querida y en ese momento decidí que iba a dejar de pedir perdón por ello. Había cosas peores que encontrar muy pronto a tu alma gemela. De todas formas, ¿qué era «muy pronto»?
—Una vez tuve una conversación con mi madre acerca de ti —explicó Travis mirando por los ventanales que teníamos a la izquierda.
Aún era de noche. Lo que miraba, fuera lo que fuera, no estaba al otro lado de los cristales.
—¿Sobre mí? ¿No es un poco… imposible?
—No. Fue antes de que muriera.
La adrenalina salió disparada de donde sale disparada la adrenalina y empezó a correr por todo mi cuerpo, agolpándose en los dedos de mis manos y de mis pies. A menudo me entraban ganas de preguntarle acerca de ella, pero siempre acababa pensando en la sensación nauseabunda que me entraba cada vez que alguien me preguntaba sobre mi madre y por eso nunca me había atrevido.
Siguió hablando:
—Me dijo que debía encontrar a una chica por la que mereciera la pena luchar y que esas no se encuentran fácilmente.
Me sentí algo avergonzada, no sabía si aquello quería decir que era un verdadero coñazo. En realidad así era, pero no se trataba de eso.
—Me dijo que nunca dejara de luchar y no lo he hecho. Tenía razón. —Respiró hondo, como si estuviera dejando que ese pensamiento calara sus huesos.
La idea de que Travis pensara que yo era la mujer de la que hablaba su madre y que ella daría su aprobación me hizo sentir una aceptación que jamás había sentido. Diane llevaba casi diecisiete años muerta, pero ahora me hacía sentirme más querida que mi propia madre.
—Adoro a tu madre —le dije apoyándome en el pecho de Travis.
Me miró y, tras una breve pausa, me besó el pelo. No veía su cara, pero en su tono voz noté lo mucho que le conmovía:
—A ella también le habrías encantado. No me cabe duda.
La mujer volvió a hablar por la radio de banda ciudadana:
—Atención, pasajeros del vuelo American 2477 con destino a Las Vegas. En breves instantes empezaremos a embarcar. Comenzaremos por las personas que necesiten asistencia y quienes lleven niños pequeños. A continuación embarcarán primera clase y turista.
—¿Les vale increíblemente cansado? —preguntó Travis poniéndose en pie—. Necesito un puto Red Bull. Quizás deberíamos haber seguido con los billetes para mañana, tal y como habíamos planeado.
Levanté la ceja.
—¿Algún problema con que tenga prisa por convertirme en la señora de Travis Maddox?
Negó con la cabeza y me ayudó a levantarme.
—No, joder. Estoy flipando, si quieres que te sea sincero. Pero no quiero que vayas con prisa por miedo a cambiar de idea.
—Tal vez tenga miedo a que tú cambies de idea.
Travis se acercó a mí y me envolvió con sus brazos.
—No puedes pensar eso. Sabes que no hay nada que quiera más.
Me puse de puntillas y le di un pico.
—Lo que pienso es que estamos a punto de subir en un vuelo rumbo a Las Vegas para casarnos, eso es lo que pienso.
Travis me apretó contra sí y de pronto me recorrió desde la mejilla hasta la clavícula con un solo beso emocionado. Me entró la risa por las cosquillas en el cuello y entonces me levantó del suelo y solté una carcajada. Me besó otra vez, cogió la maleta del suelo y me llevó de la mano hacia la cola.
Enseñamos nuestras tarjetas de embarque y caminamos por el finger cogidos de la mano. En cuanto nos vieron, los auxiliares de vuelo nos sonrieron con complicidad. Travis se pasó de nuestro asiento para dejarme entrar, puso el equipaje de mano en el compartimento superior y se derrumbó a mi lado.
—Deberíamos intentar dormir en el vuelo, pero no estoy seguro de que podamos. Estoy demasiado acelerado.
—Acabas de decir que necesitabas un Red Bull.
El hoyuelo se le acentuó al sonreír.
—Deja de escuchar todo lo que digo. Lo más probable es que diga cosas sin sentido durante los próximos seis meses mientras intento procesar que he conseguido todo lo que siempre he querido.
Me recosté para mirarle a los ojos.
—Trav, si te preguntas por qué tengo tanta prisa en casarme contigo…, lo que acabas de decir es una entre otras muchas razones.
—Ah, ¿sí?
—Sí.
Se dejó escurrir en el asiento y apoyó la cabeza sobre mi hombro. Me acarició el cuello varias veces con la nariz y se relajó. Posé mis labios sobre su frente y después miré por la ventanilla mientras esperaba a que entrara el resto de pasajeros rezando para que el piloto se diera prisa en despegar. Jamás me había alegrado tanto de tener mi magnífica cara de póquer. Quería ponerme de pie y gritar a todo el mundo que se sentara de una vez y que el piloto nos sacara de allí, pero no me permití un solo movimiento y obligué a mis músculos a relajarse.
Los dedos de Travis se abrieron paso hasta encontrar los míos y los entrelazamos. Su respiración iba calentando la zona donde alcanzaba mi hombro, irradiando calor por todo mi cuerpo. A veces deseaba simplemente ahogarme en él. Me preguntaba qué ocurriría si mi plan no funcionaba. Si detenían a Travis, le juzgaban ante un tribunal y, en el peor de los casos, si le metían en la cárcel. Saber que cabía la posibilidad de estar separada de él durante mucho tiempo hacía que la promesa de estar con él para siempre pareciera insuficiente. Mis ojos se llenaron de lágrimas y una se derramó y rodó por mi mejilla. La enjugué rápidamente. El maldito cansancio siempre me volvía más emotiva.
Los demás pasajeros estaban guardando su equipaje y se abrochaban los cinturones. Se movían por inercia, sin saber que nuestras vidas estaban a punto de cambiar para siempre.
Me giré para mirar por la ventanilla. Cualquier cosa con tal de alejar mi atención de la urgencia de despegar.
—Corre —susurré.
Travis
En cuanto posé la cabeza en la curva del cuello de Abby me relajé. Su pelo seguía oliendo un poco a humo y aún tenía las manos rojas e hinchadas de cuando había intentado abrir la ventana del sótano. Traté de apartar esa imagen de mi mente: el hollín impregnado en su cara, sus ojos enrojecidos por el miedo e irritados por el humo, marcados por unas manchas negras alrededor. Si no me hubiera quedado, tal vez ella no hubiera sobrevivido. Y después de todo, la vida sin Abby no me parecía vida. Pasar de una situación digna de pesadilla a otra que había soñado era una experiencia bastante desconcertante, pero al estar allí apoyado sobre Abby, oyendo el zumbido del avión y a un auxiliar de vuelo que soltaba inexpresivamente anuncios por la megafonía, la transición se hizo más fácil.
Estiré la mano buscando los dedos de Abby y los entrelacé con los míos. Ella apoyó su mejilla sobre mi cabeza con tal sutileza que, si hubiera estado prestando atención a de qué hilo debía tirar para que se hinchara el chaleco salvavidas, me habría perdido su diminuta muestra de afecto.
En solo unos meses, la pequeña mujer que estaba a mi lado se había convertido en mi mundo. Fantaseaba sobre lo guapa que estaría con el vestido de novia, sobre volver a casa y ver cómo ponía el apartamento a su gusto, sobre comprar nuestro primer coche y sobre hacer todas esas aburridas cosas cotidianas que hacía la gente casada, como lavar los platos y hacer la compra juntos. Imaginaba verla subir al escenario el día de su graduación. Una vez encontráramos trabajo los dos, deberíamos crear una familia. Eso sería en solo tres o cuatro años. Ambos veníamos de hogares rotos, pero sabía que Abby sería una madre brutal. Pensé en cómo reaccionaría cuando ella me dijera que estaba embarazada e incluso me embriagó un poco la emoción imaginándolo.
No todo sería de color rosa, pero cuando atravesábamos baches era cuando mejor estábamos y ya habíamos pasado los suficientes como para saber que podíamos aguantarlos.
Mientras pensaba en un futuro en el que Abby llevaba dentro a nuestro primer hijo, mi cuerpo se relajó sobre la tela áspera del asiento del avión y me quedé dormido.
¿Qué estaba haciendo aquí? El olor a humo me quemaba la nariz y los gritos y chillidos a lo lejos me helaban la sangre, aunque tenía la cara cubierta de sudor. Estaba otra vez en las entrañas de Keaton Hall.
—¡Paloma! —grité. Tosí y entreabrí los ojos, como si así fuera a ver en la oscuridad—. ¡Paloma!
Ya había tenido esta sensación. Este pánico, la adrenalina pura del verdadero miedo a morir. La muerte estaba muy cerca, pero no pensaba en lo que sería morir asfixiado o quemado. Solo podía pensar en Abby. ¿Dónde estaba? ¿Estaba bien? ¿Cómo salvarla?
De repente vi una puerta al otro lado de la sala, iluminada por las llamas que se iban acercando. Giré el pomo y entré de un empujón en una habitación cuadrada. Solo había cuatro paredes de hormigón. Y una ventana. Un grupo de chicas y un par de chicos estaban pegados a la pared del fondo intentando alcanzar la única salvación posible.
Derek, uno de mis hermanos de fraternidad, estaba sujetando a una de las chicas mientras ella trataba de llegar desesperadamente a la ventana.
—¿Llegas, Lindsey? —gruñía él entre resuellos.
—¡No! ¡No llego! —exclamó ella alzando las manos. Llevaba una camiseta de Sigma Cappa empapada de sudor.
Derek hizo un gesto con la cabeza a su amigo. No sabía cómo se llamaba, pero estaba en mi clase de Humanidades.
—Todd, ¡levanta a Emily! ¡Es más alta!
Todd se agachó y entrelazó sus manos, pero Emily se había quedado pegada a la pared petrificada por el miedo.
—Emily, ven aquí.
Su rostro se contrajo. Parecía una niña pequeña.
—¡Quiero a mi mamá! —dijo entre gemidos.
—¡Ven aquí de una puta vez! —le exigió Todd.
Tras un instante tratando de encontrar su coraje, Emily se apartó de la pared de un empujón y metió el pie en el estribo que le ofrecía Todd. Él la impulsó hacia arriba, pero tampoco llegaba.
Lainey estaba observando cómo su amiga trataba de alcanzar la ventana. Al ver las llamas acercándose, cerró los puños contra el pecho con tanta fuerza que empezaron a temblarle.
—¡Sigue intentándolo, Emily!
—¡Vamos a probar otra cosa! —dije yo, pero ninguno me escuchó. Tal vez hubieran intentado varias rutas y esta había sido la única que encontraron.
Corrí hacia el vestíbulo oscuro y miré a mi alrededor. No había salida. No había por dónde escapar.
Volví a entrar intentando pensar en algo que pudiera salvarnos. Sábanas polvorientas cubrían los muebles apilados contra las paredes que el fuego utilizaba como camino. Un camino que conducía directamente a la habitación en la que estábamos.
Di unos pasos hacia atrás y me volví a mirar a los chicos detrás de mí. Sus ojos se abrieron aún más y se pegaron a la pared de cemento. Lainey estaba intentando escalar por ella de puro pavor.
—¿Habéis visto a Abby Abernathy? —pregunté. No me oían—. ¡Eh! —volví a gritar. Ninguno de ellos me hizo el menor caso. Me acerqué a Derek y le grité—: ¡Eh!
Sus ojos me atravesaron y se clavaron en el fuego con una expresión horrorizada. Miré al resto. Ellos tampoco me veían.
Confundido, caminé hacia la pared y salté tratando de alcanzar la ventana. De repente estaba de rodillas sobre el suelo al otro lado, mirando hacia dentro. Derek, Todd, Lainey, Lindsey y Emily seguían allí. Intenté abrir la ventana, pero no se movía. Seguí intentándolo de todas formas, pensando que en cualquier momento se abriría y podría sacarles.
—¡Esperad! —grité—. ¡Ayuda! —volví a gritar con la esperanza de que alguien me oyera.
Las chicas se abrazaron y Emily empezó a gemir.
—Es solo una pesadilla. Es solo una pesadilla. ¡Despierta! ¡Despierta! —decía una y otra vez.
—Lainey, coge una de las sábanas —dijo Derek—. ¡Enróllala y métela debajo de la puerta!
Lainey se movió con dificultad para quitar la sábana que cubría una mesa. Lindsey la ayudó y luego se quedó mirando cómo la metía desesperadamente bajo la puerta. Las dos se echaron hacia atrás observando la puerta.
—Estamos atrapados —le dijo Todd a Derek.
Los hombros de Derek se hundieron. Lainey se acercó a él y Derek le acarició los sucios mofletes con ambas manos. Se miraron a los ojos. Un humo negro y espeso empezó a entrar en la habitación serpenteando por debajo de la puerta.
Emily saltó hacia la ventana.
—¡Levántame, Todd! ¡Quiero salir!, ¡quiero salir de aquí!
Todd observó cómo saltaba con expresión derrotada.
—¡Mamá! —gritó Emily—. Mamá, ¡ayúdame! —Sus ojos estaban fijos en la ventana, pero seguía sin verme.
Lindsey intentó coger a Emily, pero no dejaba que la tocaran.
—Chisss… —susurró intentando tranquilizarla. Se cubrió la boca con las manos y empezó a toser. Miró a Todd con lágrimas cayendo por su cara—. Vamos a morir.
—¡No quiero morir! —gritó Emily saltando aún.
Conforme el humo iba inundando la habitación, yo golpeaba la ventana una y otra vez. La adrenalina debía de ser increíble, porque ni siquiera sentía la mano golpeando contra el cristal y eso que estaba dándole con todas mis fuerzas.
—¡Ayúdenme! ¡Ayuda! —grité, pero no venía nadie.
El humo golpeó y se arremolinó contra el cristal y entonces cesaron las toses y los gemidos.
Mis ojos se abrieron de súbito y miré a mi alrededor. Estaba en el avión con Abby, con las manos agarrando los reposabrazos y cada músculo de mi cuerpo en tensión.
—Travis, estás sudando —dijo Abby. Me tocó la mejilla.
—Ahora vuelvo —contesté desabrochándome rápidamente el cinturón del asiento.
Me apresuré hacia la cola del avión, abrí la puerta del aseo y la cerré tras de mí. Levanté la palanca del lavabo, me eché agua en la cara y me miré en el espejo, viendo cómo las gotas resbalaban por mi cara y caían alrededor del lavabo.
Ellos estaban allí por mi culpa. Sabía que Keaton no era seguro, sabía que había demasiada gente en el sótano y dejé que ocurriera. Había contribuido a decenas de muertes y ahora estaba en un avión rumbo a Las Vegas. ¿Qué coño me pasaba?
Volví a mi asiento y me abroché el cinturón al lado de Abby.
Ella se quedó mirándome y notó de inmediato que algo me ocurría.
—¿Qué?
—Ha sido por mi culpa.
Negó con la cabeza, pero no alzó la voz:
—No, no hagas esto.
—Debería haber dicho que no. Debería haber insistido en buscar un lugar más seguro.
—No sabías lo que iba a pasar. —Miró a nuestro alrededor para asegurarse de que nadie nos oía—. Es horrible. Es espantoso. Pero no hemos podido evitarlo. No podemos cambiarlo.
—¿Qué pasará si me detienen, Abby? ¿Qué pasará si voy a la cárcel?
—¡Chisss! —susurró y me recordó la forma en que Lindsey intentaba tranquilizar a Emily en el sueño—. Eso no va a pasar —añadió en voz baja. Sus ojos miraban fijamente con resolución.
—Tal vez debería pasar.