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Y COMIERON PERDICES

Travis

Un año después de esperar a Abby en un altar de Las Vegas, volvía a estar esperándola, esta vez en un cenador con vistas al mar azul intenso que rodea Saint Thomas. Tiré de la pajarita pensando que había acertado al no ponérmela la última vez, aunque entonces tampoco había tenido que lidiar con la revisión de America.

A un lado había sillas blancas vacías con lazos naranja y violeta atados alrededor del respaldo; al otro estaba el océano. El pasillo por el que Abby llegaría estaba cubierto con tela blanca y había flores naranjas y violetas adondequiera que mirara. Habían hecho un buen trabajo. Aunque yo seguía prefiriendo nuestra primera boda, esta se parecía más al sueño de cualquier chica.

Entonces, el sueño de cualquier chico apareció entre una hilera de árboles y matas. Abby estaba sola, con las manos vacías, y el largo velo blanco que salía de su pelo, medio recogido, medio suelto, ondeaba con la cálida brisa del Caribe. Llevaba un vestido blanco largo ajustado y algo brillante. Probablemente era de satén. No estaba seguro, pero me daba igual. Solo podía mirarla a ella.

Salté los cuatro escalones que llevaban al cenador, corrí lentamente hacia mi mujer y la alcancé a la altura de la última fila de sillas.

—Dios, te he echado tanto de menos… —confesé envolviéndola con mis brazos.

Abby apretó los dedos en mi espalda. Era la mejor sensación que había tenido en días, desde que la abracé al despedirnos.

Ella no dijo nada, solo soltó una risilla nerviosa, pero era evidente que también se alegraba de verme. Este último año había sido muy distinto de los primeros seis meses de nuestra relación. Se había volcado completamente en mí y yo me había volcado completamente en ser el hombre que ella merecía. Estábamos mejor y la vida nos sonreía. Durante los primeros seis meses, estaba constantemente esperando a que algo malo ocurriera y se la llevara de mi lado, pero después de ese tiempo nos habíamos asentado en nuestra nueva vida.

—Estás increíblemente guapa —dije dando un paso hacia atrás para verla mejor.

Abby estiró el brazo y me agarró de la solapa.

—Usted tampoco está del todo mal, señor Maddox.

Después de varios besos y abrazos e intercambiar anécdotas sobre nuestras despedidas de soltero —que aparentemente habían sido igual de tranquilas, al margen de lo del estriptis de Trent—, empezaron a llegar los invitados.

—Supongo que esto significa que deberíamos ponernos en nuestro sitio —comentó Abby.

No pude ocultar mi decepción. No quería separarme de ella ni un segundo más. Abby me acarició el mentón y se puso de puntillas para besarme en la mejilla.

—Te veo dentro de nada —prometió.

Dio media vuelta y volvió a desaparecer entre los árboles.

Yo volví al cenador y en poco tiempo todas las sillas ya estaban ocupadas. Esta vez teníamos público. Pam estaba sentada en la primera fila, en el lado de la novia, con su hermana y su cuñado. En la fila de atrás había un puñado de compañeros de Sigma Tau con el antiguo socio de mi padre, su mujer y sus hijos, mi jefe Chuck y su novia de turno, los cuatro abuelos de America, y el tío Jack y la tía Deana. Mi padre estaba en la primera fila del lado del novio, haciendo compañía a las chicas de mis hermanos. Shepley ejercía de padrino y mis testigos, Thomas, Taylor, Tyler y Trent, estaban de pie junto a él.

Todos habíamos visto pasar un año más, habíamos vivido muchas cosas y en algunos casos habíamos perdido mucho, pero ahora estábamos reunidos como una familia para celebrar algo que les había salido bien a los Maddox. Sonreí asintiendo hacia los hombres que tenía a mi alrededor. Seguían siendo la misma fortaleza infranqueable que recordaba de mi infancia.

Mis ojos se clavaron en la hilera de árboles mientras esperaba a mi mujer. En cualquier momento aparecería. Todo el mundo vería lo que yo ya había visto y se quedarían asombrados, igual que yo.

Abby

Después de un largo abrazo Mark me sonrió.

—Estás preciosa. Estoy muy orgulloso de ti, cielo.

—Gracias por llevarme al altar —dije algo avergonzada.

Solo de pensar en todo lo que él y Pam habían hecho por mí se me llenaban los ojos de lágrimas. Pestañeé para enjugarlas antes de que se me derramaran por las mejillas.

Mark me dio un beso en la frente.

—Es una bendición tenerte en nuestras vidas, pequeña.

La música empezó a sonar y Mark me ofreció su brazo. Lo cogí y avanzamos por un senderito irregular rodeado de frondosos árboles en flor. America temía que lloviera, pero el cielo estaba casi despejado y el sol brillaba a rabiar.

Mark me guio hasta el límite de los árboles, allí doblamos la esquina y nos quedamos detrás de Kara, Harmony, Cami y America. Todas excepto America llevaban un minivestido palabra de honor de satén violeta. Mi mejor amiga iba de naranja. Estaban absolutamente preciosas.

Kara me sonrió.

—Supongo que el inevitable desastre se ha convertido en una inevitable boda.

—Los milagros sí ocurren —dije, recordando la conversación que ella y yo habíamos tenido hacía toda una vida.

Kara soltó una risa, asintió y agarró el pequeño ramo de flores con ambas manos. Rodeó la esquina y desapareció entre los árboles. Luego la siguió Harmony y después Cami.

America se volvió hacia mí y me rodeó el cuello con su brazo.

—¡Te quiero! —dijo abrazándome.

Mark me cogió más fuerte y yo hice lo propio con mi ramo.

—Allá vamos, pequeña.

Doblamos la esquina y el pastor hizo un gesto para que todos se pusieran en pie. Vi los rostros de mis amigos y de mi nueva familia, y cuando me fijé en las mejillas húmedas de Jim Maddox, me quedé sin respiración. Me costaba mantener la compostura.

Travis extendió el brazo hacia mí. Mark puso sus manos sobre las nuestras. En ese instante me sentí completamente segura, sostenida por dos de los hombres más buenos que conocía.

—¿Quién entrega a esta mujer? —preguntó el pastor.

—Su madre y yo.

Sus palabras me dejaron atónita. Mark llevaba toda la semana practicando «Pam y yo». Después de esto, no pude reprimir las lágrimas que se agolpaban en mis ojos y empezaron a caer.

Mark me besó en la mejilla, se alejó y me quedé ahí de pie con mi marido. Era la primera vez que le veía de esmoquin. Estaba afeitado al cero y se acababa de cortar el pelo. Travis Maddox era la clase de bombón con el que sueña cualquier niña y era mi realidad.

Me secó las mejillas con ternura y nos pusimos en la plataforma del cenador, delante del pastor.

—Estamos aquí reunidos para celebrar la renovación de votos… —comenzó el pastor. Su voz se fundió con el ruido de fondo del océano rompiendo contra las rocas.

Travis se inclinó hacia mí y me apretó la mano mientras susurraba:

—Feliz aniversario, Paloma.

Le miré a los ojos, que estaban tan llenos de amor y esperanza como hacía un año, y susurré:

—Uno menos y la eternidad por delante.