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SOLTERA

Abby

Los que estaban sentados en el extremo del restaurante empezaron a gritar y a empujar las mesas y a los niños para refugiarse. Varias copas de vino y varios cubiertos cayeron al suelo. Alguien golpeó una lámpara a prueba de viento en forma de piña, que se cayó de la mesa y se rompió. America puso los ojos en blanco y miró desesperada a la veintena de personas apiñadas a pocas mesas de distancia.

—¡Por Dios, gente! ¡Solo es un poco de lluvia!

Los camareros corrieron a desplegar las paredes enrolladas de la terraza.

—Y vosotras os quejabais porque no teníamos vistas del océano —comentó Harmony burlona.

—Mira, esas brujas pijas ya no sonríen tanto, ¿eh? —dijo America asintiendo y observando con una sonrisa al grupo de rubias empapadas y apiñadas.

—Para, Mare. Has bebido demasiado vino —advertí.

—Estoy de vacaciones y es una despedida de soltera. Se supone que debo emborracharme.

Le di una palmadita en la mano.

—No pasaría nada si no fueras una borracha mala.

—Que te den, guarra, yo no soy una borracha mala. —Le lancé una mirada asesina y ella me guiñó un ojo y sonrió—. Es broma.

Harmony dejó caer el tenedor sobre el plato.

—Estoy llena. ¿Y ahora qué?

Con una sonrisa pícara, America sacó un pequeño bloc de tres anillas del bolso. Tenía unas letras de gomaespuma pegadas en la portada que decían «Travis y Abby» con la fecha de nuestra boda.

—Ahora vamos a jugar.

—¿A qué clase de juego? —pregunté recelosa.

Abrió el archivador.

—Como Cami no podía llegar hasta mañana, te ha hecho esto —dijo abriendo la tapa para leer lo que había escrito en la primera página—. El juego de «Lo que pensaría tu marido». He oído hablar de él. Superdivertido, aunque normalmente es sobre tu futuro marido —explicó moviéndose emocionada en la silla—. Pues eso…, Cami le hizo estas preguntas a Travis la semana pasada y me dio este cuaderno para que lo trajera.

—¿Cómo? —pregunté con voz chillona—. ¿Qué clase de preguntas?

—Estás a punto de averiguarlo —aclaró mientras le hacía un gesto al camarero. Este trajo una bandeja llena de chupitos de gelatina.

—Ay, Dios —me lamenté.

—Si te equivocas, bebes. Si aciertas, bebemos. ¿Lista?

—Vale —dije mirando a Kara y a Harmony.

America se aclaró la voz sosteniendo el cuaderno enfrente.

—¿Cuándo supo Travis que eras la mujer de su vida?

Lo pensé un momento.

—Aquella primera noche jugando al póquer en casa de su padre.

—¡Eeeee! —America hizo un sonido horrible con la garganta—. Cuando se dio cuenta de que no era lo suficientemente bueno para ti, o sea, la primera vez que te vio. ¡Bebe!

—¡Oh! —exclamó Harmony echándose la mano al pecho.

Cogí uno de los vasitos de plástico y lo estrujé echándome el contenido en la boca. Estaba rico. Tampoco me iba a importar nada perder.

—¡Siguiente pregunta! —anunció America—. ¿Qué es lo que más le gusta de ti?

—Cómo cocino.

—¡Eeeee! —America repitió ese ruido otra vez—. ¡Bebe!

—Se te da muy mal este juego —comentó Kara claramente divertida.

—Puede que lo esté haciendo aposta… ¡Esto está bueno! —contesté antes de meterme otro chupito en la boca.

—La respuesta de Travis: tu risa.

—¡Uau! —exclamé sorprendida—. ¡Qué tierno!

—¿Cuál es su parte favorita de tu cuerpo?

—Mis ojos.

—¡Ding, ding, ding! ¡Correcto!

Harmony y Kara aplaudieron y yo incliné la cabeza.

—Gracias, gracias. Y ahora bebed, guarras.

Todas se echaron a reír y se bebieron su chupito.

America volvió la página y leyó la siguiente pregunta:

—¿Cuándo quiere tener hijos Travis?

—Ah —resoplé a través de los labios—. ¿En siete… u ocho años?

—Un año después de que os graduéis.

Kara y Harmony formaron un «Oh» con la boca.

—Bebo —me anticipé—, pero él y yo tendremos que hablar más de eso.

America negó con la cabeza.

—Este es un juego de preboda, Abby. En tu situación, se te tendría que dar mucho mejor.

—Calla y sigue.

Kara apuntó:

—Técnicamente, no puede callarse y seguir.

—¡Siguiente pregunta! —anunció America—. ¿Cuál crees que es su momento preferido de vuestra relación?

—¿La noche que ganó la apuesta y yo me fui a vivir con él?

—¡Correcto otra vez! —exclamó America.

—Ay, qué bonito es esto. Es demasiado —dijo Harmony.

—¡Bebed! Siguiente pregunta —dije sonriendo.

—¿Qué le has dicho a Travis que nunca olvidará?

—Uf, ni idea.

Kara se acercó a mí:

—Intenta adivinarlo.

—¿La primera vez que le dije que le quería?

America entornó los ojos pensando.

—Técnicamente, has fallado. ¡Su respuesta fue cuando le dijiste a Parker que amabas a Travis! —America soltó una carcajada y el resto la seguimos—. ¡Bebe!

America volvió otra página.

—¿Sin qué objeto no podría vivir Travis?

—Sin su moto.

—¡Correcto!

—¿Dónde fue vuestra primera cita?

—Técnicamente, en el Pizza Shack.

—¡Correcto! —dijo America otra vez.

—Pregúntale algo más difícil o vamos a acabar pedo —dijo Kara bebiéndose otro chupito de un trago.

—Hum… —murmuró America pasando páginas con el pulgar—. Ah, aquí está. «¿Qué crees que es lo que más le gusta a Abby de ti?».

—¿Qué clase de pregunta es esa? —pregunté. Todas me miraron expectantes—. Eh…, lo que más me gusta de él es cómo me toca cuando nos sentamos juntos, pero apuesto a que ha dicho que sus tatuajes.

—¡Maldita sea! —protestó America—. ¡Correcto!

Bebieron mientras yo aplaudía celebrando mi pequeña victoria.

—Una más —dijo America—. ¿Cuál cree Travis que es el regalo que más te gusta de los que te ha hecho?

Pensé unos segundos.

—Esa es fácil. El álbum de recortes que me dio por San Valentín este año. Ahora ¡bebed!

Todas nos reímos y, aunque les tocaba a ellas, yo también me tomé el último chupito.

Harmony se limpió la boca con una servilleta y me ayudó a recoger los vasos vacíos y a ponerlos sobre la bandeja.

—¿Cuál es el plan ahora, Mare?

America no paraba de moverse, claramente emocionada por lo que iba a decir.

—Vamos a una discoteca. Eso es lo que vamos a hacer.

Negué con la cabeza.

—Ni de broma. Ya hemos hablado de eso.

America puso morritos.

—No lo hagas —le advertí—. He venido aquí para renovar mis votos, no para divorciarme. Piensa en otra cosa.

—¿Por qué no se fía de ti? —preguntó America con un tono muy cercano al lloriqueo.

—Si de verdad me apeteciera, iría. Simplemente respeto a mi marido y prefiero que nos llevemos bien a ir a sentarme en una discoteca llena de humo y luces que me dan dolor de cabeza. Es que acabaría preguntándose qué ocurrió allí dentro y prefiero evitarlo. Por ahora nos ha funcionado.

—Yo respeto a Shepley, pero voy a discotecas sin él.

—No, no lo haces.

—Pero solo porque aún no me ha apetecido. Esta noche me apetece.

—Pues a mí no.

America frunció el ceño.

—Vale, plan B. ¿Una noche de póquer?

—Muy graciosa.

A Harmony se le iluminó a cara.

—¡He visto un flyer sobre una velada de cine esta noche en Honeymoon Beach! Ponen una pantalla enorme sobre el agua.

America hizo una mueca.

—Es aburrido.

—No, suena divertido. ¿A qué hora empieza?

Harmony miró su reloj, se puso seria y se desinfló de repente.

—Dentro de quince minutos.

—¡Podemos llegar! —exclamé cogiendo mi bolso—. ¡La cuenta, por favor!

Travis

—Tranquilízate, tío —me pidió Shepley mirando cómo mis dedos golpeaban nerviosamente el reposabrazos de metal.

Habíamos aterrizado bien y el avión estaba parado, pero por la razón que fuera aún no nos dejaban salir. Todo el mundo esperaba en silencio ese pequeño «ding» que nos liberara. Hay algo en ese «ding» y la lucecita que indica que puedes desabrocharte el cinturón de seguridad que hace que todos se levanten de un salto y se apresuren a coger el equipaje de mano para ponerse a la cola. Pero yo tenía una razón concreta para tener prisa, así que la espera se me estaba haciendo especialmente irritante.

—¿Por qué coño tardan tanto? —pregunté, tal vez demasiado alto. Una mujer que iba delante de nosotros con un niño se giró a mirarme—. Perdón.

Se volvió hacia delante enfurruñada. Miré mi reloj.

—Vamos a llegar tarde.

—No —replicó Shepley con su típico tono suave y calmado—. Aún tenemos mucho tiempo.

Me incliné hacia un lado para asomarme por el pasillo, como si eso fuera a ayudar.

—La tripulación no se ha movido. Espera, uno está hablando por teléfono.

—Eso es buena señal.

Me volví a sentar bien y suspiré.

—Vamos a llegar tarde.

—Que no. Simplemente la echas de menos.

—Pues sí —dije.

Sabía que estaba ofreciendo una cara lamentable y ni siquiera me esforzaba en ocultarlo. Era la primera vez que Abby y yo pasábamos la noche separados desde antes de casarnos y resultaba horrible. Aunque ya había pasado un año, todavía esperaba con ansiedad el momento en que se despertaba y la echaba de menos mientras dormíamos.

Shepley movió la cabeza para mostrar su desaprobación.

—¿Recuerdas cuando te metías conmigo por actuar así?

—No las querías como yo la quiero a ella.

Shepley sonrió.

—Eres feliz, ¿eh, tío?

—Mira que ya la quería antes, pero ahora la quiero aún más. Es como cuando mi padre hablaba de mi madre.

Shepley sonrió y entreabrió la boca para hablar, pero entonces sonó el «ding» que indicaba que podíamos desabrochar el cinturón y todo el mundo se puso de pie frenéticamente para coger su equipaje y tomar posiciones en el pasillo.

La madre de delante de mí sonrió y me dijo:

—Enhorabuena, parece que tienes las cosas más claras que la mayoría.

La cola empezó a moverse.

—No tanto. Es que aprendimos muchas lecciones duras bastante pronto.

—Suerte que tienes —aseguró ella mientras guiaba a su hijo por el pasillo.

Me reí pensando en todas aquellas cagadas y decepciones, pero esa mujer tenía razón. Si debiera hacerlo todo de nuevo, preferiría soportar el dolor al principio y no empezar teniéndolo fácil para luego ver cómo todo se va a la mierda.

Shepley y yo nos apresuramos hacia la recogida de equipajes, cogimos nuestra maleta y salimos a buscar un taxi. Me sorprendió ver a un tipo de traje negro sosteniendo una pizarra blanca en la que estaba escrito «Familia Maddox» en rotulador rojo.

—Hola —le dije.

—¿Señor Maddox? —preguntó con una amplia sonrisa.

—Somos nosotros.

—Soy el señor Gumbs. Por aquí. —Cogió mi maleta grande y nos guio hasta un Cadillac Escalade negro que estaba aparcado fuera—. Se alojan en el Ritz-Carlton, ¿verdad?

—Sí —contestó Shepley.

Metimos el resto del equipaje en el maletero y nos sentamos en la fila de asientos del medio.

—¡Toma ya! —exclamó Shepley mientras miraba alrededor.

El conductor arrancó y nos llevó, colina arriba y colina abajo, por un camino lleno de curvas conduciendo por el otro lado de la carretera. Era confuso, porque el volante estaba en el mismo lado que en nuestros coches.

—Me alegro de no haber alquilado un coche —comenté.

—Sí, la mayoría de accidentes los causan los turistas.

—Seguro —dijo Shepley.

—No es tan difícil. Simplemente hay que recordar que se va más cerca del bordillo —explicó imitando un golpe de karate con la mano izquierda.

Siguió con su pequeño recorrido y nos fue enseñando distintas cosas a lo largo del camino. Las palmeras ya hacían que me sintiera fuera de lugar, pero los coches aparcados en la parte izquierda de la calzada me ponían nervioso. Las inmensas colinas parecían tocar el cielo. Sus laderas estaban salpicadas con pequeñas motas blancas que supuse que eran casas.

—Ese es el Centro Comercial Havensight —explicó el señor Gumbs—, donde amarran todos los cruceros. ¿Lo ven?

Vi los grandes barcos, pero no podía apartar la mirada del agua. Jamás había visto agua de un azul tan puro. Supongo que por eso lo llaman azul Caribe. Era increíble.

—¿Queda mucho?

—Estamos llegando —explicó el señor Gumbs con una sonrisa de felicidad.

En ese momento el Cadillac frenó para dejar paso a los coches que venían en sentido contrario y nos metimos en un largo camino que salía al lado contrario de la carretera. Volvió a frenar delante de una garita de seguridad, donde nos hicieron un gesto para que pasáramos, y seguimos un largo trecho hasta la entrada del hotel.

—¡Gracias! —dijo Shepley.

Le dio una propina al conductor y luego sacó el móvil y tocó la pantalla. Su teléfono hizo un ruido de beso, supongo que sería de America. Leyó el mensaje y asintió.

—Parece que tenemos que ir a la habitación de Mare, porque están arreglándose en la tuya.

Hice una mueca.

—Qué… raro.

—Supongo que no quieren que veas a Abby todavía.

Negué con la cabeza y sonreí.

—La última vez hizo lo mismo.

Un empleado del hotel nos acompañó a un buggy de golf y nos llevó hasta nuestro edificio. Le seguimos a la habitación indicada y entramos. Era muy… tropical, muy tropical rollo sofisticado Ritz-Carlton.

—¡No está mal! —exclamó Shepley sonriendo.

Fruncí el ceño.

—La ceremonia es dentro de dos horas. ¿Tengo que esperar dos horas?

Shepley levantó un dedo, dio un toque a su móvil y me miró.

—No. Podrás verla en cuanto esté lista. Instrucciones directamente de Abby. Al parecer, ella también te echa de menos.

Una sonrisa enorme me inundó la cara. No pude evitarlo. Abby tenía ese efecto sobre mí; lo tenía hacía dieciocho meses, hace un año, ahora y durante el resto de mi vida. Saqué mi móvil.

T quiero, nena.

Ya stás aquí! Yo tb t quiero!

T veo pronto.

No lo dudes, pequeñuelo!!!

Solté una carcajada. Ya había dicho que Abby lo era todo para mí. Pero los últimos 365 días habían demostrado que era verdad.

Alguien llamó a la puerta y fui a abrir.

La cara de Trent se iluminó.

—¡Capullo!

Solté una carcajada, sacudí la cabeza e hice un gesto a mis hermanos para que entraran.

—Pasad, animales. Tengo una esposa que espera y un esmoquin que lleva mi nombre.