TATUAJE
Abby
—¿Qué quieres decir? —preguntó Travis palideciendo—. ¿No es para mí?
El tatuador se quedó mirándonos algo extrañado por la sorpresa de Travis.
Durante todo el trayecto en taxi, Travis había dado por hecho que le iba a regalar un nuevo tatuaje por la boda. Cuando le dije al conductor la dirección adonde nos dirigíamos, a Travis no se le pasó por la cabeza que fuera yo quien se iba a tatuar. Habló de tatuarse «Abby» en algún lugar del cuerpo, pero, dado que ya llevaba «Paloma» en la muñeca, le dije que me parecía redundante.
—Es mi turno —expliqué volviéndome hacia el tatuador—. ¿Cómo te llamas?
—Griffin —contestó en tono monótono.
—Claro —dije—. Quiero que pongas «Sra. Maddox» aquí. —Me llevé el dedo hacia los vaqueros y señalé la parte inferior derecha de mi abdomen lo suficientemente bajo como para que no se viera ni siquiera en biquini. Quería que Travis fuera el único al tanto del tatuaje, que fuera una agradable sorpresa cada vez que me desvistiera.
Travis sonrió exultante:
—¿«Sra. Maddox»?
—Sí, con este tipo de letra —dije señalando un póster que había en la pared con muestras de tatuajes.
Travis seguía sonriendo.
—Te pega. Es elegante, pero no demasiado.
—Exacto. ¿Puedes hacerlo?
—Sí. En una hora más o menos. Hay un par de personas delante de ti. Serán dos cincuenta.
—¿Dos cincuenta? ¿Por un par de garabatos? —preguntó Travis boquiabierto—. ¿De qué vas, colega?
—Me llamo Griffin —contestó impasible.
—Lo sé, pero…
—Está bien, cariño —dije yo—. Todo es más caro en Las Vegas.
—Espera a que lleguemos a casa, Palomita.
—¿Palomita? —repitió Griffin.
Travis le lanzó una mirada asesina.
—Cállate —le avisó, y volvió a mirarme—. Te saldrá doscientos pavos más barato en casa.
—Si espero, no me lo haré.
Griffin se encogió de hombros.
—Entonces a lo mejor deberías esperar.
Les miré a los dos.
—No voy a esperar. Voy a hacerlo. —Saqué mi cartera y le di tres billetes a Griffin—. Así que tú coge mi dinero —miré a Travis enfurruñada— y tú, calladito. Son mi dinero y mi cuerpo, y esto es lo que quiero hacer.
Travis parecía estar pensando lo que iba a decir.
—Pero… te va a doler.
Sonreí.
—¿A mí… o a ti?
—A los dos.
Griffin cogió mi dinero y desapareció. Travis se puso a caminar por la habitación como un padre que espera nervioso a que nazca su hijo. Se asomaba al pasillo y seguía caminando. Era tan gracioso como molesto. En un momento me rogó que no me lo hiciera, pero luego le impresionó y le conmovió que estuviera tan decidida a tatuarme.
—Bájate los vaqueros —ordenó Griffin mientras preparaba sus instrumentos.
Con el ceño fruncido, Travis lanzó una mirada penetrante a aquel tipo menudo y musculoso, pero Griffin estaba demasiado ocupado como para percibir la expresión más temible de Travis.
Me senté en la silla y Griffin apretó varios botones. La silla se reclinó hacia atrás y Travis se sentó en un taburete al otro lado. Estaba nervioso.
—Trav —dije en voz baja—, siéntate.
Extendí la mano, la cogió y se sentó en una silla. Me besó los dedos y me regaló una sonrisa tierna, pero nerviosa.
Justo cuando pensaba que Travis no podía aguantar más la espera, mi móvil vibró en el bolso.
Ay, Dios, ¿y si era un mensaje de Trent? Travis ya estaba buscándolo, agradeciendo la distracción.
—Déjalo, Trav.
Miró la pantalla y frunció el ceño. Se me cortó la respiración. Me pasó el teléfono para que lo cogiera.
—Es Mare.
Se lo cogí y me habría sentido aliviada de no ser por la sensación abrasadora que me recorría el hueso de la cadera.
—¿Diga?
—Abby —dijo America—, ¿dónde estás? Shepley y yo acabamos de llegar a casa. El coche no está.
—Ah —dije con la voz una octava más aguda de lo normal. No pensaba contárselo todavía. No estaba segura de cómo decírselo, pero sabía que me iba a odiar por ello. Al menos durante un tiempo—. Estamos en… Las Vegas.
America se rio.
—Ya…
—Va en serio.
America se quedó callada y entonces su voz sonó tan chillona que me estremecí:
—¿Por qué estáis en Las Vegas? ¡La última vez que estuvisteis allí no os fue demasiado bien!
—Travis y yo decidimos… En fin, que nos hemos casado, Mare.
—¿Cómo? ¡Qué graciosa! ¡Espero que estés de coña!
Griffin colocó la plantilla sobre mi piel y presionó. Travis parecía querer asesinarle por tocarme.
—No seas tonta —dije, pero cuando la máquina de tatuar empezó a zumbar mi cuerpo entero se tensó.
—¿Qué es ese ruido? —preguntó America echando humo.
—Estamos en un estudio de tatuajes.
—¿Se va a tatuar tu verdadero nombre esta vez o qué?
—No exactamente…
Travis estaba sudando.
—Nena… —dijo enfurruñado.
—Puedo aguantarlo —dije yo concentrándome en distintos puntos del techo. Pegué un respingo cuando noté el dedo de Griffin sobre mi piel, pero intenté no ponerme tensa.
—Paloma… —dijo Travis en tono desesperado.
—Vale —dije moviendo la cabeza con desdén—. Estoy lista.
Me aparté el teléfono del oído e hice un gesto de dolor tanto por la aguja como por el inevitable discursito.
—Abby Abernathy, ¡te voy a matar! —exclamó America—. ¡Te voy a matar!
—Oficialmente, ahora soy Abby Maddox —le expliqué mientras sonreía a Travis.
—¡No es justo! —se quejó gimoteando—. ¡Yo tenía que ser tu dama de honor! ¡Tenía que ir a comprar el vestido contigo y organizarte una despedida de soltera y llevarte el ramo!
—Lo sé —dije, y observé cómo desaparecía la sonrisa de Travis al verme hacer otro gesto de dolor.
—No tienes por qué hacer esto, ¿sabes? —dijo frunciendo más el ceño.
Le apreté la mano.
—Lo sé.
—¡Eso ya lo has dicho! —dijo America cabreada.
—No estaba hablando contigo.
—¡Estás hablando conmigo! —dijo enfurecida—. ¡Y tanto que estás hablando conmigo! Y no te vas a librar de escucharlo, ¿me oyes? ¡Nunca, nunca te lo perdonaré!
—Sí que lo harás.
—Eres… Eres una… ¡Eres mala, Abby! Eres una mejor amiga horrible.
Solté una carcajada, haciendo que Griffin se echara para atrás. Resopló por la nariz.
—Lo siento —dije.
—¿Quién es ese? —preguntó bruscamente America.
—Es Griffin —contesté con toda naturalidad.
—¿Ha terminado? —le preguntó Griffin a Travis.
Travis asintió una vez.
—Sigue.
Griffin se limitó a sonreír y siguió. Todo mi cuerpo se volvió a tensar.
—¿Quién demonios es Griffin? Deja que lo adivine: ¿has invitado a un desconocido a vuestra boda, pero no a tu mejor amiga?
Me encogí tanto por el tono estridente de su voz como por la aguja que me penetraba la piel.
—No, no ha venido a la boda —contesté aspirando una bocanada de aire.
Travis suspiraba y se movía nervioso en la silla estrujándome la mano. Tenía un aspecto horrible. No pude evitar sonreír.
—Se supone que debería ser yo quien te estrujara la mano, ¿recuerdas?
—Perdona —dijo con la voz llena de angustia—. Creo que no puedo aguantarlo. —Abrió un poco la mano y miró a Griffin—. Date prisa, ¿vale?
Griffin negó con la cabeza.
—Vas cubierto de tatuajes y no aguantas ver a tu chica haciéndose una simple palabrita. Termino en un minuto, tío.
El gesto de Travis se endureció.
—Mi mujer. Es mi mujer.
America soltó un grito ahogado, tan agudo como el tono de su voz.
—¿Te estás tatuando? ¿Qué te está pasando, Abby? ¿Es que inhalaste gases tóxicos en el incendio?
—Travis tiene mi nombre en la muñeca —expliqué mirando la mancha negra sobre mi estómago. Griffin presionó la punta de la aguja contra mi piel y apreté los dientes—. Estamos casados —dije entre dientes—. Yo también quería uno.
Travis negó con la cabeza.
—No tenías por qué.
Entorné los ojos.
—No empieces.
Las comisuras de sus labios se combaron hacia arriba y me miró con la más dulce adoración que he visto nunca.
America se rio con un tono algo delirante.
—Te has vuelto loca.
«Mira quién fue a hablar».
—En cuanto vuelva a casa te interno en un manicomio.
—No es tanta locura. Nos queremos. Hemos estado viviendo prácticamente juntos todo el año. —«Vale, no un año…, pero tampoco importa ya. Y menos como para mencionarlo y darle más munición a America».
—Pero ¡tienes diecinueve años, idiota! ¡Y os habéis ido sin decírselo a nadie y yo no estoy ahí!
Por un segundo me inundaron sentimientos de culpa y duda. Por un segundo dejé que un poquito de pánico subiera a la superficie haciéndome creer que acababa de cometer un tremendo error, pero, en cuanto levanté la mirada hacia Travis y vi el inmenso amor en sus ojos, desapareció.
—Perdona, Mare, tengo que dejarte. Te veo mañana, ¿vale?
—¡No sé si quiero verte mañana! ¡No creo que quiera volver a ver a Travis nunca más!
—Te veo mañana, Mare. Estoy segura de que quieres ver mi anillo.
—Y tu tatuaje —afirmó en un tono que delataba que estaba sonriendo.
Le pasé el teléfono a Travis. Griffin volvió a clavar sus mil diminutos puñales de dolor y angustia en mi piel rabiosa. Travis se metió mi teléfono en el bolsillo y cogió mi mano entre las suyas, inclinándose para posar su frente sobre la mía.
El no saber qué esperar ayudaba, pero el dolor me iba quemando poco a poco. Cuando Griffin rellenaba las partes más gruesas de las letras, me contraía en un gesto de dolor y cada vez que se retiraba para quitar el exceso de tinta con una gasa, me relajaba.
Después de que Travis se quejara un par de veces más, Griffin nos sobresaltó proclamando bien alto:
—¡Hecho!
—¡Menos mal! —dije dejando caer la cabeza sobre la silla.
—¡Menos mal! —exclamó Travis y soltó un suspiro de alivio.
Me dio una palmadita en la mano sonriendo.
Miré hacia abajo para admirar las preciosas líneas negras escondidas bajo la mancha corrida de tinta negra:
«Sra. Maddox»
—¡Uau! —me admiré levantando las cejas.
La expresión enfurruñada de Travis de repente se convirtió en una sonrisa triunfal.
—Es precioso.
Griffin negó con la cabeza.
—Si me dieran un dólar por cada recién casado cubierto de tatuajes que trae a su mujer y lo lleva peor que ella…, en fin, no tendría que volver a tatuar más.
La sonrisa de Travis desapareció.
—Tú, listillo, dale las instrucciones para que se cuide el tatuaje y ya está.
—Te daré una hoja de instrucciones y pomada humectante en la entrada —dijo Griffin, que miraba a Travis fascinado.
No podía apartar los ojos de las elegantes letras tatuadas sobre mi piel. Estábamos casados. Era una Maddox, como todos esos maravillosos hombres a los que había acabado queriendo. Tenía una familia, aunque estuviera formada por tipos rabiosos, locos y adorables; eran míos y yo era suya. Les pertenecía y ellos a mí.
Travis estiró la mano y se miró la alianza en el dedo anular.
—Lo hemos hecho, nena. Todavía no me creo que seas mi mujer.
—Créetelo —dije con una sonrisa radiante.
Estiré el brazo hacia Travis señalando su bolsillo, giré la mano y abrí la palma. Me dio el teléfono y encendí la cámara para sacar una foto de mi tatuaje recién hecho. Travis me ayudó a bajar de la silla, con cuidado de no tocarme el costado derecho. Me dolía cualquier gesto que hiciera que los vaqueros me rozaran la piel en carne viva.
Después de una breve parada en el mostrador de la entrada, Travis se apartó lo justo para abrirme la puerta y salimos a coger un taxi que estaba esperando. Mi móvil volvió a sonar. Era America.
—Te va a soltar el papelón de víctima, ¿verdad? —dijo Travis.
Silencié el teléfono, no estaba de humor para aguantar que me pusiera a parir otra vez.
—Cuando vea las fotos, le entrará una pataleta de veinticuatro horas y después se le pasará.
—¿Está segura de eso, señora Maddox?
Solté una risita.
—¿Es que no vas a dejar de llamarme así? Lo has dicho cien veces desde que hemos salido de la capilla.
Negó con la cabeza mientras me abría la puerta del taxi.
—Dejaré de llamártelo cuando me haga a la idea de que es real.
—Oh, claro que es real. Tengo recuerdos de una noche de bodas para probarlo. —Me deslicé hacia el centro del asiento y él se puso a mi lado.
Se inclinó sobre mí y deslizó su nariz por mi cuello hasta llegar a la oreja.
—Sí que los tenemos.