18

Había una colina cerca de la casa de mi madre, justo antes de doblar para tomar el camino de entrada a la casa. Era una subida seguida de una pronunciada curva cuesta abajo, sin visibilidad, y habíamos aprendido a tocar el claxon cada vez que nos aproximábamos al cambio de rasante, pero cuando la gente subía la pendiente por primera vez, no se imaginaban lo traicionera que era, y luego siempre nos decían que se habían llevado un buen susto y que era una curva muy peligrosa.

Supongo que mi madre o yo podríamos haber puesto un espejo curvo en algún momento, pero nunca lo hicimos. Mamá decía que le gustaba usar el claxon en ese punto, que le gustaba ese momento de fe, cuando se sabía mis horarios de entrada y salida a la casa, y conocía esa curva tan bien que no necesitaba ver lo que había al otro lado para saber que no había ningún peligro.

El caso es que yo nunca llegué a decidir si me gustaba u odiaba esa sensación. Odiaba tener que confiar en que no hubiese ningún obstáculo, odiaba no saber qué era lo que me deparaba el otro lado de la cuesta, pero me encantaba el momento de euforia en que el coche se lanzaba cuesta abajo, con el camino despejado y libre.

Hanna hacía que sintiera exactamente eso. Ella era mi curva peligrosa, mi cuesta misteriosa, y no conseguía librarme de la sospecha persistente de que me había lanzado algo desde el otro lado de la cuesta que se estrellaría a ciegas contra mí. Sin embargo, cuando estaba con ella, lo bastante cerca para tocarla, besarla y oír todas sus teorías disparatadas sobre la virginidad y el amor, me daba cuenta de que nunca había sentido una combinación tan poderosa de serenidad, euforia y ansia. En estos momentos, dejaba de preocuparme por si acabaríamos estrellándonos o no.

Quería pensar que su actitud de esa noche no era más que un pequeño tropiezo, una curva peligrosa que pronto se enderezaría, y que mi relación con ella no había terminado antes de empezar. Tal vez fuese porque era aún muy joven. Traté de recordarme a mí mismo a los veinticuatro años y la verdad es que solo veía a un joven bastante idiota, trabajando unas horas imposibles en el laboratorio y luego pasando una noche loca tras otra en compañía de una mujer distinta cada vez. En ciertos aspectos, a sus veinticuatro años Hanna era una mujer mucho más madura de lo que lo había sido yo en toda mi vida; era como si ni siquiera perteneciésemos a la misma especie. Tenía razón la vez que dijo, hacía tanto tiempo, que siempre había sabido cómo ser una adulta y necesitaba aprender a ser una niña.

Bien, pues acababa de tener su primer encontronazo inmaduro con una total falta de comunicación. «Bien hecho, Ciruela».

Había metido a Kitty en un taxi y vuelto al trabajo hacia las ocho, con la intención de ponerme al día con la lectura atrasada y dejar descansar la cabeza durante unas horas. Sin embargo, cuando pasaba por el despacho de Max de camino al mío, vi que la luz estaba encendida y él aún estaba dentro.

—¿Qué estás haciendo aquí todavía? —le pregunté, entrando en el interior de la habitación y apoyándome en el quicio de la puerta.

Max levantó la cabeza de donde la tenía apoyada, entre las manos.

—Sara está con Chloe y he decidido quedarme a trabajar hasta un poco más tarde. —Me miró y torció la comisura de los labios hacia abajo—. Y yo que pensaba que tú te habías ido hacía horas. ¿Por qué has vuelto? Hoy es martes…

Nos miramos el uno al otro durante unos segundos, la pregunta implícita suspendida en el aire entre ambos. Había pasado tanto tiempo desde el último martes que había estado con Kitty que creo que ni siquiera el propio Max sabía lo que me estaba preguntando exactamente.

—He visto a Kitty hoy —admití—. Antes, solo un momento.

Arqueó las cejas con gesto irritado, pero levanté la mano y seguí explicándome:

—Le pedí que nos viéramos para tomar una copa después del trabajo…

—En serio, Will, eres un auténtico cabronaz…

—Para cortar definitivamente con ella, idiota —le solté, frustrado—. A pesar de que nunca habíamos ido en serio, quería que supiera que lo nuestro ha terminado. Hace siglos que no nos vemos, pero sigue llamándome todos los lunes para ver si quedamos. El hecho de que aún crea que hay alguna posibilidad hace que me sienta como si hubiera estado engañando a Hanna.

El mero hecho de decir su nombre en voz alta hizo que se me encogiera el estómago. La manera en que nos habíamos despedido esa noche había sido desastrosa. Nunca la había visto tan distante, tan reservada. Apreté la mandíbula, mirando a la pared.

Sabía que me había mentido, lo que no sabía era por qué. La silla de Max crujió cuando se reclinó hacia atrás.

—Entonces, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Dónde está tu Hanna?

Lo miré de repente, despertando de mi ensimismamiento, y me fijé por primera vez en su aspecto. Parecía cansado y nervioso…, y no parecía en absoluto el Max que yo conocía, incluso al final de un largo día de trabajo.

—¿Qué te pasa? —le pregunté en lugar de responderle—. Parece que te hayan dado una paliza.

Al final, se echó a reír y sacudió la cabeza.

—Amigo mío, ni te lo imaginas… Anda, vamos a recoger a Ben y a tomarnos una cerveza.

Llegamos al bar antes que Bennett, pero no mucho antes. En cuanto nos sentamos en una mesa en la parte del fondo, cerca de los dardos y de la máquina de karaoke averiada, Bennett entró vestido todavía con su traje oscuro de ejecutivo y un aspecto de agotamiento tan absoluto que me pregunté cuánto íbamos a tardar en caer rendidos los tres.

—Desde luego, últimamente me estás haciendo beber como un cosaco los días de entre semana, Will —murmuró Bennett mientras tomaba asiento.

—Pues pídete un refresco —le dije.

Ambos miramos a Max, esperando oír la perorata habitual con la que, medio en broma medio en serio, nos sermoneaba con palabras casi ininteligibles sobre el sacrilegio que constituía pedirse una Coca-Cola light en un pub inglés, pero se quedó inusitadamente callado e impasible, mirando la carta, y luego pidió lo que pedía siempre: una pinta de Guinness, una hamburguesa con queso y patatas fritas.

Maddie nos tomó nota a todos y desapareció. Volvíamos a estar allí reunidos un martes por la noche y, al igual que antes, el bar estaba prácticamente vacío. Una extraña calma parecía dominar nuestra mesa, como si ninguno de nosotros tuviese fuerzas suficientes para dar caña a ninguno de los otros.

—Oye, en serio, ¿se puede saber qué te pasa? —le pregunté a Max de nuevo.

Me dedicó una sonrisa de las suyas, pero luego negó con la cabeza.

—Vuelve a preguntármelo cuando me haya pimplado dos cervezas. —Sonrió a Maddie mientras esta dejaba las bebidas en la mesa y le guiñó un ojo—. Gracias, cielo.

—El mensaje de Max decía que estamos convocados a una reunión en el bar de Maddie para una noche de chicas —dijo Bennett, y luego se tomó un sorbo de cerveza—. Así que, ¿de cuál de las mujeres de Will vamos a hablar esta noche?

—Ahora solo hay una mujer en mi vida —murmuré—. Y Hanna ha puesto punto final a lo nuestro hace un rato, así que supongo que técnicamente no hay ninguna mujer. —Vi que los dos hombres se miraban entre sí con gesto de preocupación—. Me ha dicho, básicamente, que no quería seguir con esto.

—Joder —murmuró Max, frotándose la cara con las manos.

—El caso es que yo creo que no tiene ni puta idea de lo que quiere —añadí.

—Will… —me advirtió Bennett.

—No —dije, interrumpiéndolo y sintiendo una súbita oleada de alivio, porque cuantas más vueltas le daba, más convencido estaba.

Sí, se había cabreado esa noche en su casa, y yo todavía no tenía la menor idea de por qué, pero me acordé de cómo habíamos hecho el amor, en mitad de la noche, y del hambre que vi en sus ojos, no solo de deseo, sino como certeza de que estaba empezando a necesitarme.

—Sé que ella también siente lo mismo que yo. Algo pasó entre nosotros este fin de semana —les dije—. El sexo siempre ha sido increíble, pero en casa de sus padres fue la hostia de intenso.

Bennett sufrió un ataque de tos.

—Perdón. ¿Has dicho que tuvisteis relaciones sexuales en casa de sus padres?

Preferí creer que su tono ambiguo significaba que estaba impresionado, así que continué hablando.

—Creo que estuvo a punto de admitir que entre nosotros había algo más que sexo y amistad. —Me llevé el vaso de agua a los labios y tomé un sorbo—. Pero a la mañana siguiente se cerró como una ostra. Se está auto convenciendo de que no quiere saber nada de mí.

Los dos hombres murmuraron una expresión de comprensión y se quedaron pensativos.

—¿Llegasteis a decidir en algún momento que ninguno de los dos saldría con otras personas? —preguntó Bennett al fin—. Lo siento si no sigo muy bien la evolución de esta relación, la verdad.

Siempre dejas un reguero muy confuso de mujeres a tu paso.

—Ella sabía que yo quería que no saliéramos con terceras personas, pero yo accedí a mantener la relación abierta porque eso es lo que quería ella. Para mí, Hanna es la mujer de mi vida —dije, y me traía sin cuidado si me metían toda la caña del mundo por estar tan colado por ella. Me lo merecía, y lo más gracioso era que me gustaba estar colado—. Vosotros lo dijisteis, y no tengo ningún problema en admitir que teníais razón. Es divertida y guapa. Es sexy e increíblemente brillante. A ver, que para mí solo existe ella. Tengo que pensar que lo de hoy solo ha sido una nube de verano o de lo contrario probablemente empezaré a dar puñetazos a la pared hasta romperme la mano.

Bennett se rió y levantó su copa para entrechocarla con la mía.

—Entonces, brindemos porque Hanna entre en razón.

Max también levantó su copa, pues sabía que no había nada que pudiera añadir. Se encogió de hombros con aire de disculpa, como si de algún modo todo aquello fuese culpa suya simplemente por haberme deseado el peor mal de amores del mundo apenas un par de meses antes.

Tras mi breve discurso, volvió a imponerse el silencio y, con él, el sombrío estado de ánimo de antes. Me esforcé por no dejarme arrastrar por él. Por supuesto que me preocupaba no ser capaz de recuperar a Hanna. Desde el momento en que me había deslizado los dedos por debajo de la camisa en el dormitorio de aquella fiesta, ya no podía haber ninguna otra mujer más que ella para mí.

Joder, puede que incluso antes de entonces. Creo que me sedujo para siempre desde el momento en que le puse el gorro de lana sobre su adorable y alborotada cabeza, recién levantada de la cama, la primera vez que salimos a correr.

Sin embargo, a pesar de mi certeza de que había mentido sobre sus sentimientos y de que sentía algo por mí, volvieron a asaltarme las dudas. ¿Por qué había mentido? ¿Qué ocurrió entre el momento que hicimos literalmente el amor aquella noche y cuando nos subimos en el coche a la mañana siguiente?

Bennett interrumpió mi hilo de pensamientos lúgubres contándonos sus propias penas.

—Bueno, pues ya que estamos sacando a la luz todos nuestros sentimientos, supongo que me toca a mí compartir los míos. La boda nos está volviendo locos a los dos. Todos los miembros de nuestra familia van a viajar a San Diego para la ceremonia, y cuando digo todos, me refiero absolutamente a todos: tías abuelas lejanas, primos segundos y gente a la que no he visto desde que tenía cinco años.

Lo mismo por la parte de Chloe.

—Eso está muy bien —dije y acto seguido recapacité al ver la expresión asesina de Bennett—. ¿No es bueno que la gente acepte tu invitación?

—Supongo que sí, pero es que muchas de esas personas no han sido invitadas. Su familia viene sobre todo de Dakota del Norte, y la mía está desperdigada por todo Canadá, Michigan e Illinois. Todos están buscando una razón para disfrutar de unas vacaciones en la costa. —Sacudiendo la cabeza, continuó—: Así que anoche Chloe decidió que en vez de una boda normal, quería fugarse. Quería cancelarlo todo, y está tan empeñada que me temo que va a llamar al hotel para anular el banquete y entonces sí que la habremos cagado bien cagada.

—No sería capaz de hacer eso, tío —murmuró Max, despertando de su insólito ensimismamiento—. ¿O sí?

Bennett se deslizó las manos por el pelo y apretó los puños, con los codos plantados sobre la mesa.

—Pues si te digo la verdad, no lo sé. Todo este asunto se está convirtiendo en una bola enorme, y hasta yo creo que se nos empieza a ir de las manos. Toda nuestra familia está invitando a quienes a ellos les da la gana, como si fuese una gran fiesta abierta para todo el mundo y ¿por qué no? Hemos llegado a un punto en que ya ni siquiera es un tema de dinero, se trata de un problema de espacio, de tener la boda que nosotros queríamos. Nos imaginábamos una boda de unas ciento cincuenta personas, y ahora ya casi estamos cerca de los trescientos invitados. —Suspiró—. Solo es un día. ¡Un solo día! Chloe intenta conservar la cordura, pero le cuesta mucho porque la verdad es que yo solo… —Se echó a reír, sacudiendo la cabeza, y luego nos miró fijamente—. La verdad es que hay muchos detalles que me importan una mierda. Por una vez en mi vida, no tengo que controlarlo todo. Me traen sin cuidado nuestros colores o los detalles de boda que vayamos a regalarles a los invitados. No me importan las flores. Lo único que me importa es todo lo que viene después. Me importa que voy a estar follándomela una semana entera en las islas Fiyi y luego estaremos casados para siempre. Eso es lo que importa.

Tal vez debería dejar que lo cancelara todo y casarme con ella este fin de semana para poder llegar a la parte de estar follando las veinticuatro horas lo antes posible.

Abrí la boca para protestar, para decirle a Bennett que estaba seguro de que todas las parejas atravesaban aquella clase de crisis, pero la verdad era que no tenía ni idea. Incluso en la boda de Jensen, en la que había sido el padrino, lo único que mantuvo mi interés durante la ceremonia fue la idea de encerrarme en el guardarropa con las dos damas de honor. No le había prestado especial atención a los aspectos más sentimentales del día.

Así que cerré la boca, frotándomela con la palma de la mano y sintiendo que una oleada de autocompasión se apoderaba de mí. Mierda. Ya echaba de menos a Hanna, y estar en compañía de mis dos mejores amigos, cuya vida era tan… estable, me resultaba duro. No es que sintiera que tenía que ponerme al mismo nivel que ellos, nada de eso; simplemente, quería tener la tranquilidad de saber que podía salir un rato con mis amigos y volver a casa junto a ella. Echaba de menos la comodidad de su compañía, la forma en que me escuchaba con tanta atención, saber que decía cualquier cosa que se le pasaba por la cabeza cuando estaba conmigo, algo que me percaté de que no hacía con nadie más. La amaba por ser ella misma de una forma tan salvajemente auténtica: por ser tan vitalista, tan segura de sí misma, tan curiosa y tan inteligente. Y echaba de menos su cuerpo, obtener el placer que me procuraba y, joder…, darle a ella todo el placer posible, sin fin.

Quería acostarme con ella en la cama por las noches y pasar por la terrible experiencia de tener que planear una boda. Lo quería todo.

—No os fuguéis —dije, al fin—. Ya sé que no sé una puta mierda de todo eso y estoy seguro de que mi opinión te importa un huevo, pero estoy seguro de que todas las bodas parecen un puto desastre en un momento u otro.

—Es que es un trabajazo inmenso para un solo día —murmuró Bennett—. La vida sigue más allá de ese momento puntual en el tiempo.

Max chasqueó la lengua, levantando su copa, y luego se lo pensó dos veces y volvió a dejarla encima de la mesa, antes de echarse a reír otra vez, más fuerte todavía. Los dos nos volvimos a mirarlo.

—Antes parecías un zombi, Max —señalé—, pero es que ahora pareces un puto payaso de esos que dan miedo. Todos estamos contando intimidades: a mí Hanna me ha roto el corazón y Bennett se enfrenta a la eterna la locura de tener que organizar una boda. Te toca a ti.

Negó con la cabeza y sonrió a su jarra vacía de cerveza.

—Muy bien. —Le hizo un gesto a Maddie para que le sirviera otra Guinness—. Pero Ben, esta noche estás aquí solo en calidad de amigo mío, no como jefe de Sara, ¿entendido?

Bennett asintió con la cabeza y arrugó la frente.

—Por supuesto. —Max se encogió de hombros y murmuró:

—Bueno, muchachos, resulta que voy a ser papá.

El relativo silencio del que habíamos estado disfrutando parecía un caos ensordecedor en comparación con el vacío que siguió a continuación. Bennett y yo nos quedamos paralizados y luego intercambiamos una breve mirada.

—¿Max? —preguntó Bennett, con una delicadeza nada propia de él—. ¿Sara está embarazada?

—Sí, amigo. —Max levantó la vista, con las mejillas sonrosadas y los ojos muy abiertos—. Va a tener a mi hijo.

Bennett siguió observándolo, probablemente para tratar de analizar cada una de las reacciones en el rostro de Max.

—Eso es bueno —dije con cautela—. ¿Verdad? ¿Es una buena noticia?

Max asintió con la cabeza, parpadeando sin cesar.

—Es alucinante, joder. Lo que pasa es que… estoy acojonado, la verdad.

—¿De cuánto está? —preguntó Bennett.

—De poco más de tres meses. —Aunque los dos reaccionamos con cara de estupor, levantó la mano y asintió con la cabeza—. Ha estado muy estresada últimamente y pensó… —Sacudiendo la cabeza, continuó diciendo—: Se hizo la prueba este fin de semana, pero no ha sabido hasta hoy de cuánto estaba. Pero hoy, cuando os he dicho que salía para una reunión…, hemos ido a que le hicieran una ecografía para medir al bebé. —Se apretó las palmas de las manos contra los ojos—. ¡Al bebé!

Joder, acabo de enterarme de que Sara está embarazada y hoy he visto nada menos que ¡a un bebé ahí dentro! Sara ya está lo bastante avanzada para que el técnico de ultrasonido viese que es una niña, pero no lo sabremos con seguridad hasta dentro de un par de meses. Es solo que… me parece increíble.

—Max, ¿por qué coño estás aquí con nosotros? —pregunté, riéndome—. ¿No deberías estar en casa brindando y eligiendo nombres? —Sonrió.

—Sara quería estar un rato sin mí, creo. He estado insoportable estos últimos días, quería renovar el puto apartamento y hablar de cuándo nos vamos a casar y toda esa mierda. Creo que quería decírselo a Chloe. Además, vamos a salir a celebrarlo mañana. —Se quedó callado y arrugó la frente con gesto preocupa do al decir aquello—. Pero ahora que el día de hoy se ha acabado, estoy derrotado.

—Pero ¿no estarás preocupado por todo esto, verdad? —preguntó Bennett, estudiando el gesto de Max—. Quiero decir, es alucinante. ¡Tú y Sara vais a ser padres!

—No, son solo las mismas preocupaciones que estoy seguro que tiene todo el mundo —dijo Max, pasándose la mano por la boca—. ¿Seré un buen padre? Sara no bebe a menudo, pero ¿habremos hecho algo estos últimos tres meses que pueda haberle hecho daño al bebé? Y cuando mi semilla gigante se expanda ahí dentro, ¿estará bien la pequeña Sara?

Ya no pude contenerme por más tiempo. Me puse de pie y levanté a Max de la silla para darle un enorme abrazo.

Estaba tan enamorado de Sara que no podía pensar con claridad cuando la tenía cerca. Y aunque la mayoría de las veces me metía con él precisamente por eso, era un espectáculo digno de ver. Sin que él tuviera que decirlo, sabía que Max estaba listo para aquello, listo para sentar la cabeza y ser un devoto padre y esposo.

—Vas a ser un padre increíble, Max. En serio, enhorabuena.

Di un paso atrás y vi a Bennett ponerse de pie, estrechar la mano de Max y luego fundirse en un breve abrazo. «Hostia puta», me dije.

De repente, me sentí abrumado por la enormidad de todo aquello y me desplomé en la silla.

Eso, lo que estaba pasando allí, era la vida. Aquello era el comienzo de la vida para nosotros: celebrar una boda, formar una familia y tomar la decisión de dar un paso adelante y convertirte en un verdadero hombre para alguien. No se trataba de los putos trabajos que teníamos ni de ir por ahí buscando emociones y experiencias ni nada de eso. La vida se construía a partir de los ladrillos que componían aquellas relaciones, de los momentos trascendentales en que les decías a tus dos mejores amigos que estabas a punto de tener un hijo.

Saqué el móvil y le envié a Hanna un mensaje:

«Ya solo puedo pensar en ti».