11

Me despertó el movimiento del colchón, el sonido que hicieron los muelles cuando Will salió de la cama. Una débil luz azulada se filtraba por la ventana y parpadeé en la oscuridad, tratando de distinguir la forma de los objetos cercanos: la puerta, mi cómoda, su silueta desapareciendo por la puerta del baño…

Sin que Will encendiese las luces, oí que corría el agua y que la puerta de la ducha se abría y volvía a cerrarse. Consideré la posibilidad de unirme a él, pero me pareció que no podía moverme: notaba los músculos de goma, el cuerpo pesado y hundido en el colchón. Había un dolorcillo profundo e insólito entre mis piernas y me estiré, apretando los muslos para volver a sentirlo. Para recordar.

Ahora mi habitación olía a sexo y a Will. Me sentí mareada por ello, por causa de su proximidad y la idea de toda su piel desnuda justo al otro lado de la pared. Brazos, piernas, un estómago como el granito. ¿Cuál era exactamente el protocolo en este caso? ¿Tendría la suerte de que volviese y lo hiciéramos todo otra vez? ¿Funcionaba así?

Cruzaron por mi mente pensamientos sobre Kitty y Kristy, y me pregunté si esa noche habría sido igual que todas las demás noches que él había pasado con otras muchas mujeres. Si las abrazaba del mismo modo, si hacía los mismos sonidos, si les brindaba las mismas promesas sobre lo bien que haría que se sintiesen. Will no pasaba cada noche conmigo, pero pasábamos muchas de ellas juntos.

¿Cuándo las veía? Una parte de mí quería preguntarlo para poder conocer en detalle cómo nos encajaba a todas en su vida, pero una parte mayor no quería saberlo.

Me pasé la mano por el pelo enmarañado y pensé en esa noche: en Dylan y nuestra desastrosa cita, en Will y en la sensación que me produjo comprender que había estado en la puerta de mi apartamento. Preocupándose. Esperando. Deseando. En las cosas que habíamos hecho y en lo que me había hecho sentir. Yo no sabía que el sexo pudiera ser así: tanto duro como suave, y alternando entre las dos modalidades durante un tiempo que me había parecido una eternidad. Fue un sexo salvaje.

Las manos y los dientes de Will me provocaron deliciosos cardenales, y hubo momentos en que creí que estallaría en un millón de pedazos si no podía tenerlo aún más hondo dentro de mí. Por encima del chorro de agua sonó el chirrido familiar del grifo y volví la cabeza hacia la puerta.

El ruido de la ducha fue disminuyendo hasta desaparecer del todo y escuché a Will salir, coger una toalla del toallero colgado en la pared y secarse. Cuando salió no pude apartar los ojos de su cuerpo desnudo, que se movía iluminado por la luna del cielo nocturno. Me incorporé y me arrastré hasta el borde de la cama. Él se detuvo justo delante de mí, y su polla se alargó ante mi mirada.

Con cuidado, Will me pasó los dedos por el pelo enredado, bajó por un lado de mi cara y, finalmente, me acarició los labios con la punta de un dedo. No se agachó para mirarme a los ojos. Era como si supiese que lo estaba observando. Como si quisiera que me limitase a mirarlo.

Juro que pude oír mi corazón martilleándome en los oídos. Quería tocarlo. Quería más que eso, quería saborearlo.

—Me da la impresión de que quieres ponerme la boca encima —dijo con voz grave y áspera.

Tragué saliva y asentí con la cabeza.

—Quiero ver qué sabor tienes.

Deslizó la mano por su miembro y se acercó un poco más, pasándome el extremo de la polla por los labios y pintándome con la gota de humedad que había allí. Cuando saqué la lengua para saborearla y saborearlo a él dejó escapar un suave gemido, deslizando su mano por la base mientras yo le rodeaba la punta con la boca, chupando un poco.

—Sí —susurró—. Qué… bien.

No sé qué esperaba yo, pero no era eso. No esperaba excitarme tanto con el acto en sí ni sentirme tan poderosa por ser la persona que llevaba a aquel hombre tan guapo a perder la compostura. Me puso las manos en el pelo y cerré los ojos. Respiraba de forma entrecortada mientras yo movía la boca más y más lejos. Finalmente oí que tragaba saliva, ahogaba un grito e inspiraba de forma temblorosa.

—Para, para —me pidió, y dio un paso atrás. Parecía haber disputado una maratón—. Joder, Hanna, no tienes ni idea de cuánto me encantaría dejarte jugar con la lengua y con esos labios. —Deslizó el pulgar por la curva de mi barbilla—. Pero quiero tener cuidado contigo la primera vez que me tomes en tu boca, y ahora mismo me siento demasiado descontrolado y demasiado ávido.

Sabía exactamente cómo se sentía. El cuerpo me vibraba, el pulso me martilleaba en el cuello y volví a apretar los muslos, sintiendo cómo crecía el dulce e impaciente anhelo. Se inclinó, me besó y susurró:

—Date la vuelta, Perla. Quiero follarte boca abajo.

Asentí y me tumbé sobre el estómago. Tenía la mente demasiado ofuscada para pensar una respuesta. La cama se hundió y lo noté detrás de mí, colocándose entre mis piernas abiertas. Su mano me recorrió la parte posterior de los muslos y el culo. Will se agarró a mis caderas, y sus dedos me quemaron la piel al ponerme de rodillas y arrastrarme por la cama hacia su cuerpo. Sentía lo húmeda que estaba, lo sentía en sus dedos, que se movían contra mí, sobre mis muslos. El corazón me martilleaba en el pecho y traté de olvidarlo todo salvo el calor de su piel, el roce de sus labios y su pelo en mi espalda.

Siempre había entendido por qué deseaban a Will las mujeres. No era guapo del mismo modo que Bennett, ni era tierno como Max. Era visceral e imperfecto, oscuro y muy muy perspicaz. Daba la sensación de poder mirar a una mujer y adivinar al instante todas las necesidades que tenía.

Pero ahora sabía por qué las mujeres perdían la cabeza por él. Porque, al fin y el cabo, conocía de verdad todas las necesidades que tenía una mujer, que tenía yo. Había echado por tierra mis posibilidades de estar con cualquier otro hombre antes incluso de tocarme por primera vez. Y cuando se inclinó detrás de mí, me rozó la oreja con los labios sin llegar a besarme y me preguntó si creía que esa vez, cuando me corriese, también gritaría. Me sentí perdida.

Alargó el brazo por encima de mí y cogió un condón de la pila. Oí desgarrarse el papel de aluminio, el sonido que produjo cuando Will hizo una bola con él. Aún recordaba el aspecto que tenía ese delgado trozo de goma estirado al máximo en torno a su miembro. Quería que se apresurase.

Necesitaba que se apresurase y me follase, que hiciese desaparecer ese anhelo.

—Así puedo llegar más hondo —dijo, y se inclinó para darme otro beso en la espalda—. Pero dime si te hago daño, ¿vale?

Asintiendo con gesto frenético, empujé contra sus manos, deseando que apagase el hambre enajenada que había en mi interior. La palma de su mano estaba sorprendentemente fría y ahogué un grito de sorpresa cuando la apoyó en mis riñones para sujetarme. ¿Estaba temblando? En la oscuridad pude ver mi mano contra el blanco puro de la sábana, ver la tela retorcida en mi puño, tenso como el resto de mi cuerpo.

—Limítate a sentir —dijo como si adivinase mis pensamientos; su voz era tan profunda que parecía más una vibración que un sonido—. Ahora mismo solo quiero que recibas, ¿vale?

Sentí la sólida musculatura de sus piernas moviéndose entre las mías, la punta de su polla mientras se situaba. Con cada deslizamiento de su piel contra la mía, yo arqueaba la espalda, levantando el culo para cambiar el ángulo y esperando que esa vez, por fin, pudiera deslizarse en mi interior.

Noté su boca en mi hombro, mi espalda y mis costillas. Aún era temprano, aún hacía frío en mi habitación, y me estremecí cuando el aire aterrizó en la piel que él acababa de besar, saborear y rascar con los dientes.

Y cuando me susurró al oído que tenía un aspecto increíble desde su posición y que me deseaba un montón, me dio la impresión de que el corazón iba a estallarme bajo las costillas. En esa postura, con él detrás de mí, fuera de mi vista, mis sensaciones eran muy distintas. No podía ver su intensa expresión ni contar con la seguridad de su mirada fija en mi rostro. Hube de cerrar los ojos y prestar atención a sus manos temblorosas, a la rigidez de Will mientras se deslizaba hacia delante por encima de mi clítoris. Escuché su respiración entrecortada y sus minúsculos gruñidos, me apreté contra él y sentí que el placer inundaba mi pecho cuando el contacto entre sus muslos y mi culo lo hizo gemir.

Tenía el miembro muy grueso y rígido, y me quedé sin respiración cuando retrocedió para poder situarse contra mi piel tierna y, por fin, entró poco a poco.

—Oh —dije, un sonido que pareció haber sido arrancado de mi garganta, porque fue la única palabra que se me ocurrió.

«Oh. No sabía que me produciría esa sensación».

«Oh. Duele, pero de la forma más deliciosa».

«Oh. Por favor, no pares nunca. Más, más».

Como si hubiese pronunciado esas palabras en voz alta, Will asintió contra mi piel, moviéndose más despacio, más profundo. Acabábamos de empezar, pero ya era demasiado bueno, demasiado perfecto. Sentía su movimiento en lo más hondo de mí, muy cerca de ese lugar que me llevaba al borde de una minúscula explosión.

—¿Todo bien? —preguntó, y asentí con la cabeza, abrumada. Empezó a mover las caderas con pequeños empujones que me impulsaban colchón arriba, que me impulsaban más cerca de ese punto en el que todo en mi interior amenazaba con hacerse añicos—. ¡Joder, qué guapa estás!

Noté su mano en mi hombro y luego en mi pelo; sus dedos se enredaron en los mechones para sujetarme y mantenerme justo donde él quería.

—Abre más las piernas —gruñó—. Apóyate en los codos.

De inmediato hice lo que decía, gritando por lo profundo de la postura. Una sensación de calor se instaló en mi estómago y entre mis piernas ante la idea de que él utilizase mi cuerpo bien dispuesto para correrse. Estaba convencida de que nunca en toda mi vida me había sentido más sexy.

—Estaba seguro de que sería así —dijo, y no pude comprender sus palabras.

Me pareció que iba a desplomarme y deslicé los brazos hacia abajo, con la cara apretada contra la almohada y el culo en el aire, mientras Will continuaba follándome. La tela estaba fresca contra mi mejilla y cerré los ojos, humedeciéndome los labios con la lengua mientras escuchaba los sonidos de nuestros cuerpos moviéndose juntos, su respiración desigual. Will era muy bueno, y alargué los brazos por encima de la cabeza, rozando el cabecero de la cama con las puntas de los dedos, con el cuerpo tan estirado debajo de él que me pareció que había perdido espesor, que podía partirme por la mitad cuando por fin me corriese.

Su pelo mojado goteaba sobre mi espalda, e imaginé qué aspecto debía de tener: situado encima de mí, soportando su peso con los brazos mientras se inclinaba sobre mi cuerpo tembloroso, enterrándose en mí una y otra vez al tiempo que la cama se balanceaba debajo de nosotros.

Recordé cuando solía esconderme bajo las sábanas e imaginar eso mismo, tocándome con gestos vacilantes e inexpertos hasta que me corría. Me producía la misma sensación, igual de obscena y prohibida. Sin embargo, esto era mejor que todas las fantasías y todos los sueños secretos combinados.

—Dime lo que quieres, Perla —logró decir, con una voz tan ronca que casi resultaba inaudible.

—Más —me oí decir—. Entra más hondo.

—Tócate —dijo con voz áspera—. No voy a correrme sin ti.

Deslicé la mano entre el colchón y mi cuerpo sudoroso y encontré mi clítoris, suave e hinchado.

Will estaba muy cerca de mí, lo bastante cerca para que pudiese sentir el calor de cada respiración y el contacto resbaladizo de su piel. Sentí cómo temblaban sus músculos, cómo cambiaba su respiración y cómo se hacían más fuertes los sonidos que emitía. Entonces modificó el ángulo de sus caderas y entró tan hondo que arqueé la espalda de forma involuntaria.

—¡Joder, Hanna! ¡Córrete para mí! —me pidió, acelerando el ritmo de sus caderas.

Para correrme solo necesité un momento y unos cuantos círculos de mis dedos. Me atraganté con los sonidos que quedaron atascados en mi garganta. Me sumergió una oleada tan potente que juro que mis huesos vibraron.

Un zumbido constante llenó mis orejas. Sentí el choque de su piel contra la mía y cómo se ponía rígido detrás de mí. Sus músculos se tensaron, y exhaló un gemido grave y largo contra mi cuello.

Estaba agotada; tenía las extremidades flojas y me parecía que las articulaciones se me iban a descoyuntar. Tenía la piel acalorada, y estaba tan cansada que no podía abrir los ojos. Noté que Will cogía la base del condón y lo agarraba bien antes de sacarlo. Hubo una serie de movimientos antes de que se levantase de la cama y se fuese al baño, y luego otra vez el sonido del agua.

Cuando se hundió el colchón y regresó su calor, apenas estaba consciente.

Abrí los ojos y noté que olía a café; oí el sonido que hacía el lavavajillas al abrirse y un estrépito de platos. Miré al techo parpadeando y los últimos restos de sueño se desvanecieron de mi cerebro mientras me asaltaba la realidad de la noche anterior.

Lo primero que pensé fue: «Aún está aquí», seguido de «¿y ahora qué?».

La noche anterior se había desarrollado fácilmente; yo había dejado de pensar y había hecho lo que me apetecía, lo que deseaba. Lo que deseaba era a Will, y por algún motivo él también me deseaba a mí. Pero ahora, con el sol entrando a raudales por las ventanas y el mundo exterior despierto y respirando, me sentía llena de inseguridad, sin saber cuáles eran nuestros límites o en qué punto nos hallábamos.

Tenía el cuerpo rígido y dolorido en los sitios más dispares. Me sentía como si hubiese hecho un millar de sentadillas. Me dolían los muslos y los hombros. Tenía la espalda rígida. Y entre las piernas notaba una tierna palpitación, como si Will me hubiese embestido durante horas y horas en la oscuridad de la noche.

Imagínate eso. Me levanté de la cama, fui de puntillas al baño y cerré la puerta con cuidado. Siseé al oír el fuerte chasquido del pestillo. No quería que la situación se volviese extraña ni estropear la cálida relación que siempre habíamos tenido. No sabía qué haría si la perdíamos.

Tras cepillarme los dientes y peinarme, me puse un par de shorts de chico y una camiseta de tirantes, y me dirigí a la cocina, decidida a hacerle saber que podía asumir la situación y que no tenían por qué cambiar las cosas. Will estaba de espaldas, de pie ante los fogones, vestido con solo un bóxer negro, dándoles la vuelta a lo que parecían ser unas tortitas.

—Buenos días —lo saludé mientras atravesaba la habitación e iba directamente hacia la cafetera.

—Buenos días —dijo él con una ancha sonrisa.

Se inclinó, retorció la tela de mi camiseta y la utilizó para atraerme hacia él y darme un beso rápido en los labios. Ignoré las minúsculas mariposas que invadían mi estómago y cogí una taza, procurando dejar una larga franja de encimera entre nosotros.

Cuando estábamos de vacaciones, mi madre nos preparaba el desayuno cada domingo en esa cocina, y había insistido en que fuese lo bastante grande para que cupiese en ella toda la familia. Esa cocina era el doble de grande que las demás cocinas del edificio, y tenía unos relucientes armarios de cerezo y unas cálidas baldosas. Una de las paredes estaba ocupada por unas ventanas amplias que daban a la calle Ciento uno; a lo largo de otra se extendía una ancha encimera con taburetes suficientes para todos nosotros. La amplia extensión de mármol de la encimera había sido siempre demasiado grande para el apartamento, y ahora que solo yo vivía en ese piso parecía un derroche de espacio. Sin embargo, con el recuerdo de la noche anterior dando vueltas en mi cabeza y con tanta piel desnuda de Will a la vista, me sentía como si estuviera dentro de una caja de zapatos, como si las paredes se estrechasen y me empujasen cada vez más hacia ese hombre sexy y extraño. Desde luego, necesitaba un poco de aire.

—¿Cuánto hace que te has levantado? —pregunté.

Se encogió de hombros, y los músculos de su espalda se flexionaron con el movimiento. Vi el extremo del tatuaje que le rodeaba las costillas.

—Un rato.

Eché un vistazo al reloj de la pared. Era temprano, demasiado temprano para estar despiertos un domingo sin ningún plan, sobre todo después de la noche que habíamos pasado.

—¿No podías dormir?

—Algo así —contestó Will, dándole la vuelta a otra tortita y colocando dos más en una fuente.

Me serví el café, clavando la mirada en el líquido oscuro que llenaba la taza, en el vapor que se retorcía a través de un rayo de sol. La encimera estaba preparada, con un mantelito individual y un plato para cada uno, y sendos vasos de zumo de naranja a un lado. Me asaltó una imagen de Will con una de sus «no novias», y no pude evitar preguntarme si formaría parte de la rutina prepararles el desayuno a sus damas antes de dejarlas solas en su apartamento con las piernas temblorosas y una sonrisa bobalicona en la cara.

Sacudí un poco la cabeza al volver a colocar la jarra en su sitio y cuadré los hombros.

—Me alegro de que sigas aquí —dije.

Sonrió mientras rascaba los últimos restos de masa del cuenco.

—Bien.

El silencio llenó la cocina mientras yo añadía azúcar y leche a mí café para trasladarme a un taburete situado al otro lado de la encimera.

—Quiero decir que me habría sentido ridícula si te hubieses marchado. Así es más fácil.

Le dio la vuelta a la última tortita y me habló por encima del hombro:

—¿Más fácil?

—Menos incómodo —dije, encogiéndome de hombros.

Sabía que debía mantener la informalidad de la relación, impedir que hubiese nada serio entre nosotros. No quería que Will pensase que yo no podía manejar la situación.

—No estoy seguro de entenderte, Hanna.

—Es que es más fácil sobrellevar ahora esa parte tan incómoda de: «Te he visto desnudo». Más tarde será más difícil, cuando tratemos de recordar cómo interactuar con la ropa puesta.

Durante un instante, pareció confuso mientras observaba la sartén vacía. No había asentido ni se había reído, no me había dado las gracias por decirlo antes de que tuviese que hacerlo él. Y ahora era yo quien se sentía confusa.

—No tienes muy buena opinión de mí, ¿verdad? —dijo, volviéndose por fin.

—Por favor. Sabes que prácticamente te tengo por un dios. Lo que pasa es que no quiero que te entre la neura y pienses que espero algún cambio.

—A mí no me está entrando ninguna neura.

—Solo digo que ya sé que lo de anoche significó cosas diferentes para cada uno de nosotros. —Juntó las cejas.

—¿Y qué fue para ti?

—Una pasada. Me recordó que, aunque fracasé miserablemente con Dylan, puedo divertirme con un hombre. Puedo soltarme y disfrutar. Sé que es probable que lo de anoche no haya cambiado quién eres tú, pero tengo la impresión de que a mí sí me ha cambiado un poco. Así que gracias.

Will entornó los ojos.

—¿Y quién crees que soy exactamente?

Me acerqué a él y me estiré para darle un beso en la barbilla. Su teléfono móvil sonó en la encimera, y el nombre «Kitty» iluminó la pantalla. Esa pregunta quedaba contestada. Inspiré hondo y me concedí un momento para dejar que todas las piezas se alineasen en mi cabeza. Y luego me eché a reír, indicando con un gesto su móvil, que continuaba zumbando al otro lado de la encimera.

—Un hombre muy bueno en la cama. —Frunció el ceño, cogió el móvil y lo desconectó.

—Hanna… —Me atrajo hacia sí, y luego me dio un beso en la sien—. Lo de anoche…

Suspiré al ver lo fácilmente que encajábamos, lo perfecto que sonaba mi nombre en su boca.

—No tienes que darme explicaciones, Will. Siento haber creado una situación incómoda.

—No, yo… —Con una mueca, le apoyé los dedos en los labios.

—Dios, debes detestar el proceso que sigue al sexo, y no lo necesito, te lo juro. Puedo soportar todo esto.

Sus ojos observaron mi cara y me pregunté qué buscaba. ¿No me creía? Le di un beso en la mandíbula y sentí cómo desaparecía la tensión de su cuerpo. Apoyó sus manos en mis caderas.

—Me alegro de que lo lleves bien —dijo por fin.

—Así es, te lo prometo. Nada de cosas raras.

—Nada de cosas raras —repitió.