Notas

[1] Así empieza el bolero de Mario Clavel Mi carta (que en la voz andrógina de Elvira Ríos me grabó Manuel para la versión teatral) y éstas son las primeras palabras de Molinita en el capítulo 7 de El beso de la mujer araña.<<

[2] El investigador inglés D. J. West considera que son tres las teorías principales sobre el origen físico de la homosexualidad, y refuta a las tres.

La primera de ellas intenta establecer que la conducta sexual anormal proviene de un desequilibrio de la proporción de hormonas masculinas y femeninas, presentes ambas en la sangre de los dos sexos. Pero los tests directos efectuados en homosexuales no han arrojado un resultado que confirme la teoría, es decir; no ha demostrado una deficiente distribución hormonal. Según comprobaciones del doctor Swyer, en su trabajo «Homosexualidad, los aspectos endocrinológicos», la medición de niveles hormonales en homosexuales y heterosexuales no ha revelado diferencias. Además, si la homosexualidad tuviese un origen hormonal —las hormonas son segregadas por las glándulas endocrinas—, se la podría curar mediante inyecciones que devolviesen el equilibrio endocrino. Pero no ha sido posible, y en su trabajo «Testosterona en homosexuales masculinos psicóticos», el investigador Barahal explica que la suministración de hormonas masculinas a homosexuales hombres, solamente ha dado como resultado el aumento del deseo que siente el individuo por el tipo de actividad sexual a la que está habituado. En cuanto a los experimentos efectuados con mujeres, el doctor Foss, en «La influencia de andrógenos urinarios en la sexualidad de la mujer», dice que las grandes cantidades de hormonas masculinas administradas a mujeres producen sí un notable cambio en dirección a la masculinidad, pero sólo en lo que concierne al aspecto físico: voz más profunda, barba, disminución de senos, crecimiento del clítoris, etc. En cuanto al apetito sexual, aumenta, pero continúa siendo normalmente femenino, es decir que el objeto de su deseo sigue siendo el hombre, claro está si no se trata de una mujer ya con costumbres lesbianas. Por otra parte, en el hombre heterosexual, la administración en cantidad de hormonas femeninas no despierta deseos homosexuales, sino que redunda en una disminución de la energía sexual. Todo lo cual indica que la aplicación de hormonas masculinas a las mujeres y de hormonas femeninas a los hombres no revela una relación entre el porcentaje de hormonas masculinas y femeninas en la sangre y los correspondientes deseos sexuales. Se puede aseverar entonces que la elección del sexo del sujeto amoroso no guarda relación demostrable con la actividad endocrina, es decir las secreciones hormonales.

La segunda teoría importante sobre el posible origen físico de la homosexualidad es, según D. J. West la referente a la intersexualidad. Puesto que ha sido imposible comprobar una anormalidad hormonal en los homosexuales, se ha intentado rastrear otros determinantes físicos, alguna anomalía desconocida, y determinados investigadores entonces se dieron a la tarea de encuadrar la homosexualidad como una forma de intersexualidad. Intersexuales o hermafroditas son aquellos que no pertenecen físicamente por completo a uno de los sexos, si bien presentan rasgos de ambos. El sexo al que pertenecerá un individuo se determina en el momento de la concepción, y depende de la variedad genética a que corresponda el espermatozoide que fecunda al óvulo. Las causas físicas de la intersexualidad no han sido bien determinadas aún, por lo común es producida por un trastorno endocrino que se produce durante el estado fetal. Son variadísimos los grados de intersexualidad, en algunos las glándulas sexuales internas (ovarios o testículos) y la apariencia física son contradictorias, en otros glándulas sexuales internas resultan mezclas de testículos y ovarios, y en otros los genitales externos pueden presentar todas las fases intermedias entre los masculinos y los femeninos, hasta incluso tener pene y útero contemporáneamente. El investigador T. Lang en «Estudios sobre la determinación genética de la homosexualidad», por ejemplo, aduce que los homosexuales varones serían genéticamente mujeres cuyos cuerpos han sufrido una completa inversión sexual en dirección a la masculinidad; para demostrar su hipótesis realizó encuestas y llegó a la conclusión de que se producían homosexuales varones en las familias que tenían exceso de hermanos y carencia de hermanas, resultando así el homosexual varón como un producto intermedio, de compensación no lograda. Si bien el dato resulta interesante, la teoría formulada por Lang se debilita fatalmente al no lograr explicar las características físicas normales de la gran mayoría, 99 por ciento, de los homosexuales. En esto último se basa el investigador C. M. B. Pare, «Homosexualidad y sexo cromosomático», para rebatir la teoría de Lang; según Pare, después de aplicar modernos métodos microscópicos, identificó por igual como biológicamente masculinos a todos los varones homosexuales examinados en una larga investigación, que incluía varones heterosexuales. Por otra parte, la teoría de Lang es también refutada por J. Money en su trabajo «Establecimiento del rol sexual», al afirmar que los intersexuales, a pesar de su apariencia bisexual, no resultan bisexuales llegado el momento de elegir el objeto de su deseo amoroso; los impulsos sexuales de estos individuos, dice Money, no siguen la pauta de sus glándulas sexuales internas, según tengan ovarios, testículos, o glándulas mixtas. Los deseos del intersexual se adaptan a los del sexo en que han sido educados, aún cuando sus cromosomas y las características dominantes de sus órganos sexuales externos e internos sean del sexo opuesto. De todo esto se puede deducir que la heterosexualidad y la homosexualidad, en todos los casos, sea el individuo de constitución física normal o no, son actividades adquiridas a través de un condicionamiento psicológico, y no predeterminados por factores endocrinos.

La tercera y última teoría sobre el origen físico de la homosexualidad, de que se ocupa West es la que propone el factor hereditario. West señala que pese a la seriedad de los estudios efectuados, entre los que señala «Estudio gemelo comparativo de los aspectos genéticos de la homosexualidad masculina» de F. J. Kallman, la vaguedad de las evidencias presentadas no permite establecer que la homosexualidad sea una característica constitucional de tipo hereditario.<<

[3] Servicio publicitario de los estudios Tobis-Berlín, destinado a los exhibidores internacionales de sus películas, referente a la superproducción «Destino» (páginas centrales).

La llegada de la vedette extranjera no fue anunciada con la fanfarria acostumbrada, por el contrario, se prefirió que Leni Lamaison arribase de incógnito a la capital del Reich. Sólo después de pruebas de maquillaje y vestuario se convocó a la prensa. La diva máxima de la canción francesa había de ser presentada a los representantes más conspicuos de la prensa libre internacional, finalmente, esa tarde. En el Grand Hotel de Berlín. Reservado para la ocasión estaba el Salón Imperial, situado en el entrepiso, adonde llegaban suaves ecos emitidos por la orquesta del jardín de té. A Leni se la había identificado con los frivolos gritos lanzados por la moda parisiense, la cual se había servido de su belleza para encarnarlos. Todos esperaban por lo tanto una muñeca rematada por diminutos rulos permanentes en forma de caracolillos, dos pómulos enrojecidos de cosmético aplicado sobre el rostro previamente lacado en blanco. Se descontaba que sus ojos apenas podrían mantenerse abiertos, ya que los párpados iban a estar cargados de sombra negra y pesadas pestañas postizas. Pero la curiosidad mayor estaba centrada en su atuendo, puesto que se daba por inevitable la profusión de inútiles drapeados dictados por los decadentes modistos de Ultra-Rin, cuyo designio conocido es la desfiguración de la silueta femenina Pero al escucharse un murmullo de profunda admiración entre la concurrencia, era una mujer diferente la que aparecía ante quienes rápidamente le abrían paso. Su cintura pequeña y sus caderas redondeadas no se ocultaban bajo traperíos superfluos, su busto erecto no se hallaba comprimido por extravagancias de diseño: al contrario, la muchacha, proveniente de Esparta diríase, avanzaba ceñida por una simplísima túnica blanca que revelaba sus formas plenas, y el rostro lavado nos hablaba de la salud de una montañesa El cabello por su parte estaba dividido al medio y anudado en trenza que circundaba el erguido cráneo. Los brazos de gimnasta estaban desprovistos de mangas, pero una breve capa de la misma tela blanca abrigaba los hombros. «Nuestro ideal de belleza deberá ser siempre la salud», ha dicho nuestro Conductor y más precisamente en cuanto a la mujer, «la misión de ella es ser hermosa y traer hijos al mundo. Una mujer que dio cinco hijos al Volk, dio más que la más notable jurista del mundo. No hay lugar para la mujer política en el mundo ideológico del Nacional Socialismo, puesto que llevar a la mujer a la esfera parlamentaria donde desmerece, significa robarle su dignidad. La resurrección alemana es un evento masculino, pero el Tercer Reich, que cuenta con 80 millones de súbditos, dentro de un siglo, en el glorioso año de 2040, necesitará de 250 millones de patriotas que rijan los destinos del mundo, tanto desde el Padre Estado como desde nuestras incontables colonias. Y ése será el evento femenino, después de haber aprendido la lección de otros pueblos, en lo que concierne al grave problema de descomposición de razas, que puede ser atajado por medio de un nacionalismo consciente del pueblo mismo. Síntesis de Estado y Pueblo». Estas mismas palabras las repite a la bella extranjera, en ese Salón llamado Imperial, el delegado de los estudios berlineses que la tienen contratada, palabras que impresionan vivamente a Leni, así como su pura belleza impresiona a los representantes de la prensa allí citados. Al día siguiente su nueva imagen enaltece la primera plana de los diarios del mundo libre, pero Leni no pierde tiempo en leer los himnos que se entonan a su belleza, toma el teléfono y —sobreponiéndose a un fuerte recelo— llama a Wernen Le pide que en esos pocos días que él pasará en la capital antes de retornar a París, la ayude a descubrir las maravillas del nuevo mundo alemán. Werner comienza por llevarla a un gigantesco mitin de la juventud alemana, que tiene lugar en un estadio portentoso. Él prefiere soslayar las comodidades de una limousine oficial, y llevar a Leni en su veloz coupé blanco. Su propósito es que ella se sienta tan sólo una de tantas entre esa multitud fervorosa, y lo que es más: lo logra. Todos quienes pasan junto a Leni la admiran, pero no por su excentricidad de diva alambicada, sino por su majestuoso porte de mujer sana, desprovista de afeites. En efecto, Leni se ha presentado en simple traje de dos piezas, con reminiscencias de recio uniforme militar La tela, un paño típico de la región alpina, tiene algo de la rudeza del pueblo montañés, pero no obstante señala sus formas femeninas, y sólo las firmes hombreras se apartan de las líneas de su silueta, tan sólo para robustecerlas. Werner la contempla extasiado, ponque ya descontaba el arrobamiento de Leni ante el monumental frontispicio del estadio, y ella efectivamente no ha podido substraerse al impacto del mismo. Leni pregunta entonces a Werner cómo su nación ha podido crear algo tan puro e inspirado, mientras en el resto de Europa se ha impuesto un arte por demás frívolo y efímero, tanto en pintura y escultura como en arquitectura, un arte meramente decorativo y abstracto destinado a perecer como las prescindibles modas femeninas urdidas en la capital de Ultra-Rin. Él sabe muy bien qué responderle, pero no lo hace de inmediato, le ruega que espere unos momentos. Y ya se encuentran ante el espectáculo inolvidable que les brinda la flor de la juventud alemana: sobre el campo verde se despliegan líneas rectas que se quiebran y se vuelven a componer para enseguida dar lugar a curvas que ondulan brevemente y a su vez retoman la virilidad del trazo rectilíneo. Son jóvenes atletas de ambos sexos, vestidos de negro y de blanco en sus exhibiciones gimnásticas, y entonces Werner dice, como comentario a la visión olímpica de la que Leni no puede quitar los ojos: «Sí, el heroísmo se yergue como futuro modelador de los destinos políticos, y cumple al arte ser la expresión de este espíritu de nuestra época. El arte comunista y futurista es un movimiento retrógrado, anárquico. La nuestra es la Cultura del Norte contrapuesta a las intentonas mongoles, comunistas, y a la farsa católica, producto de la corrupción asiria. Al Amor hay que oponer el Honor. Y Cristo será un atleta que echa a puñetazos a los mercaderes del Templo». Y a continuación los jóvenes, verdadera antorcha humana del nacional-socialismo, entonan coros marciales vibrantes de patriotismo,«… flotan nuevamente nuestros pabellones de otrora el joven revolucionario debe atizar las pasiones volcánicas, despertar las cóleras, organizar desconfianza e ira con cálculo frío y certero, y así sublevar a las masas humanas», parafraseando un lema de nuestro Jefe Supremo de propaganda el Mariscal Goebbels. Y Leni, pese al conflicto que anida en su espíritu desde aquel día que oyó pronunciar a Werner una sentencia de muerte, se siente transportada de júbilo. Werner le estrecha la mano, la atrae contra sí, pero no se atreve a besarla, pues teme que los labios de ella todavía estén fríos. Esa misma noche cenan en silencio, Werner no atina a más nada, siente que ella está distante, perdida en sus pensamientos secretos. Ninguno de los dos prueba bocado casi, Leni apura una copa de suave vino de Mosela. Pero después de beber la última gota arroja con fuerza la copa contra la chimenea chisporroteante, el cristal se hace añicos. Sin preámbulo alguno Leni postula la pregunta que por dentro la quema: «¿Cómo es posible que tú, un hombre superior hayas mandado a matar a un ser humano?». Werner enseguida replica, aliviado: «¿Es eso lo que te mantenía alejada de mí?». Al responder Leni afirmativamente, Werner sin más le ordena seguirlo al Ministerio de Asuntos Políticos, Leni obedece. Pese a ser hora avanzada, las oficinas de gobierno bullen de actividad, porque la nueva Alemania no descansa, ni de día ni de noche. Todas las puertas se abren al paso de Werner; quien viste su arrogante uniforme militar Pocos minutos después tienen acceso a un subsuelo donde se localiza un microcine. Werner ordena una proyección inmediata. La pantalla se ilumina, de atrocidades. Trátase de un largo documental sobre el hambre, el hambre en el mundo. Hambre en África del Norte, hambre en España, hambre en Dalmacia, en el valle del Yang-Tse-Kiang, en Anatolia. Y precediendo cada una de esas agonías, el paso por esas mismas tierras de dos o tres hombres implacables, siempre los mismos, los hebreos errantes portadores de la muerte. Todo ello puntualmente registrado por las cámaras. Sí, esos funéreos mercaderes, cual buitres, visitan sequías, inundaciones, cualquier tipo de catástrofe propicia, para organizar su banquete satánico: el acaparamiento de víveres, el agio. Y detrás de ellos, sus secuaces, todos malditos hijos de Abraham, repitiendo con precisión matemática las mismas operaciones: la desaparición del grano de trigo, y paso a paso los demás cereales, hasta los más burdos y por lo tanto destinados al alimento de animales. Y las carnes, y azúcares, sustancias oleaginosas, frutas y vegetales frescos o envasados. Así va cundiendo el hambre en las ciudades, cuyos habitantes se vuelcan al campo, donde sólo encuentran el espectáculo vandálico que han dejado tras de sí las langostas de Jehová. Y los rostros del pueblo van sumiéndose, ya nadie logra caminar erguido, por esos horizontes de holocausto se recortan las siluetas vencidas de los hambrientos, que dan sus últimos pasos hacia el espejismo de un duro pedazo de pan, que no alcanzarán ya nunca a tocar.

Leni ha seguido la proyección con la sangre helada, pero ansia que se enciendan las luces para dilucidar una incógnita. En efecto, quiere saber por Werner a quién pertenece una de esas dos fisonomías infames. Leni se refiere a los dos jefes de la organización letal, y Werner se ilumina de ansiedad, puesto que piensa que Leni ha reconocido en uno de ellos al criminal que él mismo condenara a muerte, para consternación de su amada. Pero no, Leni se refiere al otro. Werner se agita más aún, ¿acaso Leni ha logrado lo que todo el personal de inteligencia ya está dando por imposible?, porque Jacobo Levy es el agente antinazi más buscado en la actualidad. Leni no tiene una respuesta clara, está segura de haber visto en algún lugar ese rostro depravado, con su calva grasienta y sus largas barbas de prestamista. Vuelven el film atrás y detienen la imagen en los fotogramas donde aparece el criminal, Leni hace esfuerzos sobrehumanos pero no logra ubicar dónde, cómo y cuándo vio al monstruo. Finalmente dejan la sala, deciden caminar algunos pasos bajo una avenida bordeada de tilos. Leni sigue absorta en el laberinto del recuerdo, cree estar segura de haber visto antes a Jacobo Levy, su único temor es haberlo conocido o mejor dicho imaginado en una pesadilla. Werner a su vez calla, su intención al proyectarle el film a Leni era la de mostrarle qué vil insecto él había mandado ejecutan al lograr apresarlo en una aldea cercana a la frontera suiza. Pero con un sólo gesto, Leni logra despejar toda nube del cielo amoroso de Werner: le ha tomado la mano diestra, con sus dos suaves y blancas manos ha tomado la recia palma de Werner y la ha llevado contra su corazón de mujer Ya todo está definitivamente aclarado, y Leni ha comprendido que la muerte de un Moloch hebreo ha significado la salvación de millones de almas inocentes. Cae una leve llovizna sobre la Ciudad Imperial, Leni pide a Werner que la guarezca con su abrazo, y así descansar Ayudados por la luz del siguiente día emprenderán la cacería de la otra fiera que aún está suelta. Pero en ese instante no se oyen rugidos provenientes de la jungla, no, porque se encuentran en la tierra elegida por los dioses para levantar su áurea mansión, allí donde contra los mercaderes ya ganó su primera batalla la moral de los héroes. Es una soleada mañana de domingo. Leni ha pedido a Werner que ese último fin de semana que pasarán juntos, antes del regreso de él a París, lo dediquen a conocer los valles hechiceros del Alto Palatinado. Son las mismas montañas encantadas donde el Conductor tiene su casa de descanso, allí donde en su época de clandestinidad lo cobijara una austera familia de labriegos. La hierba es verde y fragante, el sol tibio, la brisa en cambio trae el fresco de las nieves perpetuas que se yerguen en los picachos a modo de centinela. Sobre la hierba un simple mantel aldeano. Sobre el mantel la frugal dieta de un picnic. Leni ya no halla límite a su ansia de saber pregunta a Werner todo lo referente al Conductor Al principio sus palabras suenan difíciles de captar para la muchacha, «… el problema social-económico en los Estados demoliberales desemboca en un callejón sin salida, se puede solucionar por esencia mucho más fácilmente, y con el contento general, bajo una forma de gobierno autoritario radicado plenamente en el pueblo y no en grupos internacionales prepotentes…», y ella entonces le pide que le hable simplemente de la personalidad del Conductor, y si cabe de su subida al poder Werner cuenta, «… las hojas marxistas y las gacetas judías anunciaban sólo caos y humillaciones para los alemanes. De tanto en tanto también publicaban la falsa noticia del arresto de Adolfo Hitler. Pero esto no era posible, puesto que nadie lo podía reconocer: él no había permitido nunca ser fotografiado. Él cruzaba nuestro territorio en todas las direcciones para asistir a mítines secretos. A veces lo acompañé yo mismo, en precarias avionetas. Recuerdo bien aquello, el motor rugía y pronto nos elevábamos del suelo hacia la noche, a veces en plena tempestad. Pero él no hacía caso a los relámpagos, y me hablaba ensimismado en su dolor ante el pueblo hollado por la locura marxista, por la ponzoña del pacifismo, por toda idea extranjerizante… Y cuántas veces atravesamos en automóvil esta ruta nuestra de ayer; y que repetiremos esta noche… de los Alpes a Berlín. Todas las carreteras le eran familiares, arterias de su camino hacia el corazón del pueblo. Hacíamos un alto nada más, como tú ves aquí… extendíamos un mantel sobre el césped, nos sentábamos bajo los árboles y tomábamos el frugal almuerzo. Una rebanadla de pan, un huevo duro y algo de fruta, era todo lo que comía el Conductor En tiempo lluvioso tomábamos ese tente-en-pie dentro del mismo coche. Y finalmente llegábamos a destino, y en el mitin ese hombre tan sencillo se agigantaba, y por radios rebeldes las ondas del éter transmitían sus mazazos de persuasión. Arriesgaba su vida una y otra vez, porque por las calles cundía el sanguinario terror marxista…». Leni escucha fascinada, pero quiere saber más, como mujer le interesa saber el íntimo secreto de la fuerza personal del Conductor Werner le responde, «… el Conductor se manifiesta a sí mismo en cada una de sus palabras. Él cree en sí y en todo cuanto dice. Él es esto que hoy en día es tan difícil de encontrar: autenticidad. Y el pueblo reconoce lo que es auténtico y se aferra a ello. El verdadero Por Qué de la personalidad del Conductor incluso para nosotros sus más allegados, quedará para siempre en el misterio. Sólo creer en los milagros lo explica. Dios ha bendecido a este hombre y la fe mueve a las montañas, la fe del Conductor y la fe en el Conductor…».

Leni se recuesta en el pasto y mira los ojos azul límpido de Wemer ojos de mirar plácido, confiado, puesto que están puestos en la Verdad. Leni le echa los brazos al cuello y sólo atina a decir emocionada, «… ahora comprendo cómo entraste en la doctrina. Tú has captado a fondo el sentido del Nacional Socialismo…».

Siguen para Leni semanas de extenuante trabajo en los estudios berlineses. Y con el último rodar de la cámara se precipita al teléfono para hablar con su amado, absorbido por sus ocupaciones en París. Él le tiene reservada una maravillosa sorpresa, contará con unos días de licencia antes de reunirse con ella en París, y esos días los podrán pasar en algún hermoso lugar de ese país que ahora la aclama, la República Nacional Socialista. Pero Leni le reserva una sorpresa aún mayor: desde aquel día de la proyección del documental no ha dejado de pensar en el rostro del criminal aún no capturado, y día a día ha crecido en ella la certidumbre de que a ese hombre lo ha visto en París. Por eso quiere ya volver a esa ciudad e iniciar la búsqueda.

Wemer acepta, pese al temor que le produce, el ingreso de Leni en un comando de espionaje. Pero Leni baja del tren plena de confianza en la misión, aunque la vista de su Francia la acongoja. En efecto, acostumbrada ya al sol que resplandece en los rostros de la Patria Nacional Socialista, le disgusta ver su Francia así envilecida como está por las contaminaciones raciales. Su Francia le parece innegablemente negrifcada y judía. (Sigue.)<<

[4] Después de haber clasificado en tres grupos a las teorías sobre el origen físico de la homosexualidad, y de haberlas refutado una a una, el ya citado investigador inglés D. J. West en su obra Psicología y psicoanálisis de la homosexualidad, también considera que son tres las más generalizadas interpretaciones del vulgo sobre las causas de la homosexualidad. West hace un preámbulo señalando como carentes de perspectiva a los teóricos que han tildado de antinaturales a las tendencias homosexuales, a las que han adjudicado, sin lograr demostrarlo, causas glandulares o hereditarias. Curiosamente, West contrapone a dichos teóricos, como algo más avanzada, la visión que la Iglesia ha tenido de este problema La Iglesia ha catalogado al impulso homosexual simplemente como uno más de los muchos impulsos «malvados» pero de índole natural que azotan a las gentes.

La psiquiatría moderna en cambio concuerda en reducir al campo psicológico las causas de la homosexualidad. A pesar de ello, subsisten, como apunta West, teorías difundidas entre el vulgo, carentes de todo sustento científico. La primera de las tres sería la teoría de la perversión, según la cual el individuo adoptaría la homosexualidad como un vicio cualquiera. Pero el error fundamental estriba en que el vicioso elige deliberadamente la desviación que más le apetece, mientras que el homosexual no puede desarrollar una conducta sexual normal aunque se lo proponga, puesto que aún logrando realizar actos heterosexuales difícilmente eliminará sus más profundos deseos homosexuales.

La segunda teoría conocida entre el vulgo es la de la seducción. En su trabajo «Comportamiento sexual de jóvenes criminales», T. Gibbons indaga en la materia, y concuerda con West y otros investigadores en que si bien un individuo puede haber sentido deseos homoeróticos —conscientes por primera vez— estimulado por una persona de su mismo sexo que se propuso seducirlo, dicha seducción —que ocurre casi siempre en la juventud— puede explicar solamente que se inicie en prácticas homosexuales; no puede en cambio justificar que el fluir de sus deseos heterosexuales se detenga. Un incidente aislado de esa índole no puede explicar la homosexualidad permanénte, la cual en la mayoría de los casos resulta también exclusiva es decir no compatible con actividades heterosexuales.

La tercera teoría aludida es la de la segregación, según la cual aquellos jovencitos criados entre varones solos, sin contacto con mujeres, o vicerversa, mujeres criadas sin contacto con varones, iniciarían prácticas sexuales entre sí que los marcarían para siempre. S. Lewis, en su obra Sorprendido por la alegría aclara que, por ejemplo, los escolares pupilos tendrán probablemente sus primeras experiencias sexuales con otros varones, pero la frecuencia de las prácticas homosexuales en los pensionados está más vinculada con la imperiosa necesidad de una descarga sexual que con la libre elección de su objeto amoroso. West agrega que la sola falta de contacto psicológico con el sexo femenino, ocasionado por la segregación total que comporta un internado o por la segregación simplemente espiritual de ciertos hogares, puede resultar un determinante de homosexualidad más importante que la realización de juegos sexuales en los colegios de alumnos internos.

El psicoanálisis, cuya característica principal es el sondeo de la memoria para despertar los recuerdos infantiles, precisamente sostiene que las peculiaridades sexuales tienen su origen en la infancia En La interpretación de los sueños, Freud postula que los conflictos sexuales y amorosos están en la base de casi todas las neurosis personales: solucionados los problemas de la alimentación y del reparo de la intemperie —techo y ropas—, para el hombre surge la emergencia de su satisfacción sexual y afectiva. A esa apetencia combinada la denomina libido, y la misma se haría sentir desde la infancia. Freud y sus seguidores sostienen que las manifestaciones de la libido son muy variadas, Pero que las reglas de la sociedad obligan a vigilarlas en un constante acecho, sobre todo para preservar la célula base del conglomerado social: la familia. Las dos manifestaciones más inconvenientes de la libido resultarían por lo tanto los deseos incestuosos y los homosexuales.<<

[5] Los seguidores de Freud se han interesado vivamente por las tribulaciones que el individuo ha debido sufrir a lo largo de la historia para aprender a reprimirse y así adecuarse a las exigencias sociales de cada época, puesto que sena imposible acatar las normas sociales sin reprimir muchos de los propios impulsos instintivos. La pareja matrimonial legítima, como ideal propuesto por la sociedad, no resultaría necesariamente el ideal de todos, y los excluidos no hallarían otra salida que reprimir u ocultar sus tendencias socialmente indeseables.

Anna Freud, en Psicoanálisis del niño, señala como forma neurótica más generalizada la del individuo que al tratar de controlar completamente todos sus deseos sexuales prohibidos, e incluso eliminarlos —en vez de catalogarlos como inconvenientes socialmente peno naturales—, reprime demasiado, y se vuelve incapaz de disfrutar en toda circunstancia relaciones desinhibidas con otra persona Es así que un individuo puede perder control de sus facultades autorrepresoras y llegar a extremos como la impotencia, la frigidez y los sentimientos de culpa obsesivos. El psicoanálisis señala también la siguiente paradoja: es generalmente el desarrollo precoz de la inteligencia y la sensibilidad en los niños, lo que puede inducirlos a una actividad represiva demasiado fuerte. Está comprobado que el niño posee libido desde que tiene vida, y claro está, la manifiesta sin la discriminación adulta Se encariña con toda persona que lo cuida y disfruta en sus juegos con su propio cuerpo y con el cuerpo de otras personas. Pero en nuestra cultura —agrega Anna Freud— se castigan muy pronto estas manifestaciones y el niño adquiere el sentimiento de vergüenza Desde sus primeros actos conscientes hasta la pubertad pasa por el período de latencia.

Los freudianos ortodoxos, así como los disidentes sostienen que las primeras manifestaciones de la libido infantil son de carácter bisexual. Pero a partir de los cinco años ya se aprecian las diferencias sexuales, el niño advierte la diferencia del cuerpo de su madre, además se le comienza a decir que cuando crezca será como su padre, pero que por el momento no debe aspirar a ser el primero en los afectos de su madre, es su padre quien ocupa ese lugar privilegiado. El problema de cómo sofocar los celos que el padre le suscita, en general queda librado enteramente a la habilidad del niño, el cual se verá entorpecido en la empresa una vez más, si su sensibilidad muy desarrollada le demanda protección y cariño, y especialmente si su inteligencia le permite captar el triángulo amoroso en que se encuentra encerrado: concientizar la situación le duplicará las dificultades. Durante esa etapa del desarrollo, según el psicoanálisis, el niño —o la niña, en tensión de rivalidad directa con su madre—, atraviesa el dificultoso tramo edípico, llamado así por el héroe griego Edipo, que mató a su padre sin saber quién era, para casarse con su madre, a la que también desconocía: enterado de su crimen Edipo se arrancó los ojos como holocausto a su culpa. Freud, en Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad asegura que en los niños es recurrente la fantasía incestuosa de expulsar y sustituir al progenitor rival, es decir el padre para el niño, y la madre para la niña, pero esas ideas suscitan intensa culpa y temor al castigo. La consecuencia es que el niño o la niña sufren tanto con el conflicto que mediante un esfuerzo inconsciente muy penoso logran reprimirlo, o disfrazarlo ante los ojos de la conciencia. El conflicto se resuelve durante la adolescencia, cuando la adolescente o el adolescente logran traspasar sus cargas afectivas del progenitor o la progenitora a un muchacho o muchacha de su edad respectivamente. Pero quienes han desarrollado una relación muy estrecha con el progenitor del sexo opuesto —y su correspondiente e ineludible sentimiento de culpa, o técnicamente complejo de Edipo—, se verán en peligro de proseguir toda su existencia con una sensación de incomodidad ante cualquier experiencia sexual, puesto que inconscientemente la asociarán con sus culposos deseos de incesto allá en la infancia. El desenlace, cuando la neurosis se afianza, no siempre es el mismo, para el hombre se abre la posibilidad de la impotencia, el trato exclusivo con prostitutas —mujeres qué de alguna manera no se parecen a su madre—, o más aún, la posibilidad de responder sexualmente sólo a otros hombres. Para las mujeres la salida al conflicto no resuelto son principalmente la frigidez y el lesbianismo.<<

[6] En su Teoría psicoanalítica de la neurosis, O. Fenichel afirma que la probabilidad de orientación homosexual es tanto mayor cuanto más se identifique un niño con su madre. Esta situación se produce especialmente cuando la figura materna es más brillante que la del padre, o cuando el padre está ausente totalmente del cuadro familiar como en los casos de muerte o divorcio, o cuando la figura del padre si bien presente resulta repulsiva por algún motivo grave, como el alcoholismo, la excesiva severidad o la violencia extrema del carácter El niño necesita de un héroe adulto que le sirva como modelo de conducta; mediante la identificación, el niño irá absorbiendo las características de conducta de sus padres, y aunque de cierta manera se rebele a obedecer sus órdenes, inconscientemente incorporará costumbres y aún manías de sus progenitores, perpetuando los rasgos culturales de la sociedad en que vive. Una vez identificado con su padre, sigue Fenichel, el niño adopta la visión masculina del mundo, y en nuestra sociedad, la occidental, esa visión tiene un componente de agresividad —un rastro de su antes indiscutida condición de amo— que ayuda al niño a imponer su nueva presencia. Por el contrario, el niño que está adoptando como modelo la figura materna y no encuentra a tiempo una figura masculina que contrarreste la fascinación materna, será socialmente menospreciado por sus rasgos afeminados, ya que no ostenta la rudeza propia de un muchachito normal.

Freud, al respecto, comenta en su obra De la transformación de los instintos que en el varón homosexual, la más completa masculinidad mental puede a veces combinarse con la total inversión sexual, entendiendo por masculinidad mental rasgos como el valor; el espíritu de aventura y experimentación, y la dignidad. Pero en su obra posterior Una introducción al narcisismo, elabora una teoría según la cual el varón homosexual empezaría por una efímera fijación materna, para finalmente identificarse él mismo como mujer Si el objeto de sus deseos pasa a ser un joven, es porque su madre lo amó a él, que era un joven. O porque él querría que su madre lo hubiese amado así. En fin de cuentas, el objeto de su deseo sexual es su propia imagen. Para Freud entonces tanto el mito de Edipo como el de Narciso son componentes del conflicto original que da origen a la homosexualidad. Pero de todas las observaciones de Freud sobre la homosexualidad, ésta ha sido la más atacada, objetándosele principalmente que los homosexuales cuya identificación es altamente femenina sienten como objeto de deseo sexual a tipos muy masculinos, o de edad pronunciadamente mayor.

Por otra parte, Freud, en la obra citada en primer término, habla del desarrollo de la sensibilidad erótica y da otras pistas sobre la génesis de la homosexualidad. Afirma que el comienzo de la libido en los bebés es de un carácter predominantemente difuso, y que de allí hasta lograr la educación de su deseo y hacer que recaiga sobre una persona del sexo opuesto con quien el placer se logrará mediante la unión genital, deberá pasar por otras etapas. La primera es la oral, en que el placer sólo deriva de los contactos bucales, tales como la succión. Después viene la etapa anal, en que el niño deriva su satisfacción de los movimientos de su intestino. La última y definitiva es la fase genital. Freud la considera como la única forma madura de sexualidad, afirmación que años más tarde sería frontalmente atacada por Marcuse. El mismo Freud amplió estos comentarios en Carácter y erotismo anal, donde elabora la teoría siguiente: ciertos tipos anormales de personalidad, cuyos rasgos predominantes son la avaricia y la obsesión por el orden, pueden estar influidos por deseos anales reprimidos. El placer que derivan de la acumulación de bienes puede provenir de la nostalgia inconsciente por el placer que sintieron cuando pequeños al retener —cosa muy frecuente en los niños— las heces. Por otro lado, la obsesión por el orden y la limpieza sería la contraparte de la culpa que han sentido por su impulso de jugar con heces. En cuanto al rol que pueda jugar la fijación anal en el desarrollo de la homosexualidad, Freud afirma que además de los influjos ya enumerados —Edipo, Narciso—, hay que tener en cuenta que todos esos impedimentos determinan una interrupción del desarrollo del niño, una inhibición afectiva que acarrea la fijación en la fase anal, sin posibilidad de acceder a la fase final, o sea la genital. A esta aseveración, West responde que los homosexuales, al sentir prohibido el camino que conduce a las relaciones genitales normales, se ven obligados a experimentar con zonas eróticas extragenitales, y en la sodomía encuentran —después de una adecuación progresiva— un tipo de gratificación mecánicamente directa, pero no exclusiva. West agrega que el hombre que practica la sodomía no está necesariamente fijado en la fase anal, así como el heterosexual que besa a su amiga no está necesariamente fijado en la fase oral. Por último señala que la sodomía no es un fenómeno exclusivamente homosexual, ya que lo practican también las parejas heterosexuales, mientras que individuos de «carácter anal» (o sea avaros, obsesos de la limpieza y el orden, etc.) no sienten necesariamente inclinaciones hacia la homosexualidad.<<

[7] En Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad, Freud señala que la represión, en términos generales, proviene de la imposición de dominación de un individuo sobre otros, siendo ese primer individuo no otro que el padre. A partir de tal dominación, se establece la forma patriarcal de la sociedad, basada en la inferioridad de la mujer y en la fuerte represión de la sexualidad. Además, Freud asocia su tesis de la autoridad patriarcal con el auge de la religión, y en particular con el triunfo del monoteísmo en Occidente. Por otra parte, Freud se preocupa especialmente por la represión sexual, puesto que considera los impulsos naturales del ser humano como mucho más complejos de lo que la sociedad patriarcal admite: dada la capacidad indiferenciada de los bebés para obtener placer sexual de todas las partes de su cuerpo, Freud los califica de «perversos polimorfos». Como parte de este concepto, Freud también cree en la naturaleza esencialmente bisexual de nuestro impulso sexual original.

En la misma línea de pensamiento, y en lo referente a la represión primera, Otto Rank considera el desarrollo que va de la dominación paterna hasta llegar a un poderoso sistema estatal administrado por el hombre, como una prolongación de dicha represión primera, cuyo propósito es la cada vez mayor exclusión de la mujer Por su parte, Dennis Altman, en su obra Homosexual, opresión y liberación, hablando de la represión sexual en lo específico, la relaciona con la necesidad, en el comienzo de la humanidad, de producir gran cantidad de hijos para fines económicos y de defensa.

A propósito del mismo asunto, en El sexo en la historia, el antropólogo británico Rattray Taylor señala que a partir del siglo IV, antes de Cristo, en el mundo clásico se verifica una represión creciente de la sexualidad y un desarrollo del sentimiento de culpa, factores que facilitaron el triunfo del concepto hebreo, más represivo del sexo, sobre el concepto griego. Según los griegos, la naturaleza sexual de todo ser humano contenía elementos tanto homosexuales como heterosexuales.

Volviendo a Altman, en su obra ya citada expresa que las sociedades occidentales se especializan en la represión de la sexualidad, represión legitimizada por la tradición religiosa judeo-cristiana. Dicha represión se expresa de tres modos interrelacionados: asociando sexo con: 1) pecado, y su consiguiente sentido de culpa; 2) la institución familiar y la procreación de hijos, como única justificación; 3) rechazo de todo lo que no sea sexualidad genital y heterosexual. Más adelante agrega que los «libertarios» tradicionales de la represión sexual luchan por cambiar los dos primeros puntos peno olvidan el tercero. Un ejemplo de ello sería Wilhelm Reich con su libro La función del orgasmo, cuando afirma que la liberación sexual está radicada en el orgasmo perfecto, el cual sólo se podría obtener mediante el acoplamiento genital heterosexual de individuos pertenecientes a la misma generación. Y es bajo la influencia de Reich que otros investigadores habrían desarrollado su desconfianza de la homosexualidad y los anticonceptivos, ya que dificultarían el logro del orgasmo perfecto y por lo tanto serían contrarios a la total «libertad» sexual.

Sobre la liberación sexual, Herbert Marcuse en Eras y civilización aclara que la misma implica más que la mera ausencia de opresión, la liberación requiere una nueva moralidad y una revisión de la noción de «naturaleza humana». Y después agrega que toda teoría real de liberación sexual debería tomar en cuenta las necesidades esencialmente polimorfas del ser humano. Según Marcuse, en desafio a una sociedad que emplea la sexualidad como un medio para un fin útil, las perversiones sustentan la sexualidad como un fin en sí mismo; por lo tanto se colocan fuera de la órbita del férreo principio de «performance» —término técnico tal vez traducible como «rendimiento»—, o sea uno de los principios represores básicos para la organización del capitalismo, y así cuestionan sin proponérselo los fundamentos mismos de este último.

Comentando este punto del razonamiento marcusiano. Altman agrega que cuando la homosexualidad se vuelve exclusiva y establece sus propias normas económicas dejando de apuntar críticamente a las formas convencionales de los heterosexuales para, en cambio, intentar una copia de éstos, se vuelve una forma de represión tan grande como la heterosexualidad exclusiva. Y más adelante, comentando a otro freudiano radical como Marcuse, Norman O. Brown y a Marcuse mismo, Altman infiere que en última instancia lo que concebimos como «naturaleza humana» es tan sólo lo que ha resultado de ella después de siglos de represión, razonamiento que implica, y en ello concuerdan Marcuse y Brown, la mutabilidad esencial de la naturaleza humana.<<

[8] Como una variante del concepto de represión, Freud introdujo el término «sublimación», entendiendo por ello la operación mental mediante la cual se canalizan los impulsos libidinosos inconvenientes. Los canales de la sublimación serían cualquier actividad —artística, deportiva laboral— que permitieran el empleo de esa energía sexual, excesiva según los cánones de nuestra sociedad. Freud hace una diferencia fundamental entre represión y sublimación al considerar que esta última puede ser saludable, ya que resulta indispensable para el mantenimiento de una comunidad civilizada.

Esta posición ha sido atacada por Norman O. Brown, autor de Vida contra muerte, quien en cambio propicia un regreso a esa «perversión polimorfa» de los bebés descubierta por Freud, lo cual implica una eliminación total de la represión. Una de las razones que aducía Freud en su defensa de una represión parcial, era la necesidad de sujetar los impulsos destructivos del hombre, pero tanto Brown como Marcuse refutan este argumento al sostener que los impulsos agresivos no existen como tales si los impulsos de la libido —preexistentes— hallan su modo de realización, es decir su satisfacción.

La crítica que ha recibido Brown a su vez, parte de la suposición de que una humanidad sin diques de contención, es decir de represión, no podría organizar ninguna forma de actividad permanente. Es entonces que Marcuse interviene con su concepto de «surplus repression», designando estos términos aquella parte de la represión sexual creada para mantener el poderío de la clase dominante, pese a no resultar imprescindible para mantener una sociedad organizada que atienda a las necesidades humanas de todos sus componentes. Por lo tanto, el avance principal que supondría Marcuse con respecto a Freud, consistiría en que éste toleraba cierto tipo de represión por el hecho de preservar la sociedad contemporánea, mientras que Marcuse considera fundamental el cambio de la sociedad, sobre la base de una evolución que tenga en cuenta los impulsos sexuales originales.

Ésa sería la base de la acusación que representantes de las nuevas tendencias psiquiátricas formulan a los psicoanalistas ortodoxos freudianos, acusación según la cual estos últimos habrían buscado —con una impunidad que se agrietó notablemente a fines de los años sesenta— que sus pacientes asumiesen todo conflicto personal para facilitarles la adaptación a la sociedad represiva en que vivían, no para que advirtieran la necesidad de cambiar dicha sociedad.

En El hombre unidimensional, Marcuse afirma que originalmente el instinto sexual no tenía limitaciones temporales y espaciales de sujeto y objeto, puesto que la sexualidad es por naturaleza «perversa polimorfa». Yendo aún más allá Marcuse da como ejemplo de «surplus repression» no solamente nuestra total concentración en la copulación genital sino también fenómenos como la represión del olfato y el gusto en la vida sexual.

Por su parte, Dennis Altman, comentando favorablemente en su libro ya citado estas afirmaciones de Marcuse, agrega que la liberación no debería solamente eliminar la contención sexual, sino también proporcionar la posibilidad práctica de realizar esos deseos. Además sostiene que sólo recientemente hemos advertido que mucho de lo que se consideraba normal e instintivo, especialmente en la estructuración familiar y en las relaciones sexuales, es en cambio aprendido, por lo cual sería necesario desaprender mucho de lo que hasta ahora se ha considerado natural, incluso actitudes competitivas y agresivas fuera del campo de la sexualidad. Y dentro de la misma línea, la teórica de la liberación femenina Kate Millet dice en su libro Política sexual que el propósito de la revolución sexual debería ser una libertad sin hipocresías, no corrompida por las explotadoras bases económicas de las alianzas sexuales tradicionales, o sea el matrimonio.

Además, Marcuse propicia no sólo un libre fluir de la libido, sino también la transformación de la misma: o sea el paso, de una sexualidad circunscripta a la supremacía genital, a una erotización de la entera personalidad. Se refiere entonces a una expansión más que a una explosión de la libido, una expansión que llegue a cubrir otras áreas de las actividades humanas, privadas y sociales, por ejemplo las laborales. Agrega que la entera fuerza de la moralidad civil fue movilizada contra el uso del cuerpo como mero objeto, medio e instrumento de placer, ya que esa cosificación fue considerada tabú y relegada a despreciable privilegio de prostitutas, degenerados y pervertidos.

Al margen de esa posición, J. C. Unwin, autor de Sexo y cultura, después de estudiar las regulaciones maritales de 80 sociedades no civilizadas, parece apoyar la suposición muy generalizada de que la libertad sexual conduce a la decadencia social, ya que, según el psicoanálisis ortodoxo, si el individuo no sucumbe a la neurosis, la continencia sexual impuesta puede ayudar a canalizar las energías por vías socialmente útiles. Unwin concluyó de su exhaustivo estudio que el establecimiento de las primeras bases de una sociedad organizada, su posterior desarrollo y su apropiación de terrenos vecinos, o sea las características históricas de toda sociedad pujante, se dan solamente a partir del momento en que se implanta la represión sexual. Mientras que las sociedades donde se permiten relaciones sexuales libres —prenupciales, extraconyugales y homosexuales— permanecen en un subdesarrollo casi animal. Pero al mismo tiempo Unwin dice que las sociedades estrictamente monógamas y fuertemente represivas, no logran sobrevivir mucho tiempo, y si lo logran en parte, es mediante el sometimiento moral y material de la mujer Por lo tanto, Unwin expresa que entre la angustia suicida que provoca minimizar las necesidades sexuales y el extremo opuesto del desorden social por incontinencia sexual, debería hallarse una vía razonable que constituyera la solución del grave problema. O sea la eliminación de la «surplus repression» de que habla Marcuse.<<

[9] En una encuesta citada por el sociólogo J. L Simmons en su libro Desviaciones, se establece que los homosexuales son objeto de un rechazo considerablemente mayor por parte de la gente que los alcohólicos, jugadores compulsivos, expresidiarios y exenfermos mentales.

En Hombre, moral y sociedad, J. C. Flugel dice al respecto que quienes en la infancia se han identificado a fondo con figuras paternas o maternas de conducta muy severa, al crecer abrazarán causas conservadoras y les fascinará un régimen autoritario. Cuanto más autoritario el líder más confianza les despertará, y se sentirán patrióticos y muy leales al luchar por el mantenimiento de las tradiciones y las distinciones de clase, así como de los sistemas educacionales de rígida disciplina y de las instituciones religiosas, mientras que condenarán sin piedad a los anormales sexuales. En cambio, aquellos que en la infancia de algún modo rechazaron —a nivel inconsciente, emotivo o racional— dichas reglas de conducta de los padres, favorecerán las causas radicales, repudiarán las distinciones de clase y comprenderán a quienes tienen inclinaciones poco convencionales, por ejemplo los homosexuales.

Por su parte, Freud, en «Carta a una madre norteamericana», dice que la homosexualidad si bien no es una ventaja tampoco debe considerarse motivo de vergüenza, ya que no es un vicio ni una degradación, ni siquiera una enfermedad; tan sólo resulta una variante de las funciones sexuales producida por un determinado detenimiento del desarrollo sexual. En efecto, Freud juzga que la superación de la etapa de «perversión polimorfa» del niño —en la que están involucrados impulsos bisexuales—, debido a presiones socioculturales, es un signo de madurez.

En esto disienten algunas escuelas actuales del psicoanálisis, las cuales entrevén en la represión de la «perversión polimorfa» una de las razones principales de la deformación del carácter sobre todo la hipertrofia de la agresividad. En cuanto a la homosexualidad misma, Marcuse señala que la función social del homosexual es análoga a la del filósofo crítico, ya que su sola presencia resulta un señalador constante de la parte reprimida de la sociedad.

Sobre la represión de la perversidad polimorfa en Occidente, Dennis Altman, en su libro ya citado, dice que los dos componentes principales de dicha represión son por un lado la eliminación de lo erótico de todas las actividades humanas que no sean definidamente sexuales, y por otro lado la negación de la inherente bisexualidad del ser humano: la sociedad asume sin detenerse en reflexión alguna, que la heterosexualidad es la sexualidad normal. Altman observa que la represión de la bisexualidad se lleva a cabo mediante la implantación forzada de conceptos histórico-culturales prestigiosos de «masculinidad» y «feminidad», los cuales logran sofocar los impulsos de nuestro inconsciente y aparecer en la conciencia como única forma de conducta, al mismo tiempo que logran mantener a lo largo de siglos la supremacía masculina En otras palabras, roles sexuales claramente delineados que se van aprendiendo desde niños. Además, sigue Altman, ser macho o hembra queda establecido, ante todo, a través del otro: los hombres sienten que su masculinidad depende de su capacidad de conquistar mujeres, y ias mujeres sienten que su realización puede solamente obtenerse ligándose a un hombre. Por otra parte, Altman y la escuela marcusiana condenan el estereotipo del hombre fuerte que se les presenta a los varones como modelo más deseable a emular; ya que dicho estereotipo propone tácitamente la afirmación de la masculinidad mediante la violencia, lo cual explica la vigencia constante del síndrome agresivo en el mundo. Por último, Altman señala la falta de forma alguna de identidad para el bisexual en la sociedad actual, y las presiones que sufre de ambos lados, puesto que la bisexualidad amenaza tanto a las formas aburguesadas de vida homosexual exclusiva como a los heterosexuales, y esta característica explicaría el por qué la bisexualidad asumida es tan poco común. Y en cuanto al conveniente, pero sólo ideal —hasta hace pocos años—, paralelismo entre las luchas de liberación de clases y las de liberación sexual, Altman recuerda que a pesar de los desvelos de Lenin a favor de la libertad sexual en la URSS, por ejemplo el rechazo de legislación anti-homosexual, estas leyes fueron reintroducidas en 1934 por Stalin, y el prejuicio contra la homosexualidad como una «degeneración burguesa» se afianzó así en casi todos los partidos comunistas del mundo.

En otros términos comenta Theodone Roszak, en su obra El nacimiento de una contracultura, el movimiento de liberación sexual. Allí expresa que la mujer más necesitada, y desesperadamente, de liberación, es la «mujer» que cada hombre lleva encerrada en los calabozos de su propia psiquis. Roszak señala que sería ésa y no otra la siguiente forma de represión que es preciso eliminar y lo mismo en lo que respecta al hombre maniatado que hay dentro de toda mujer. Y Roszak no duda de que todo ello significaría la más cataclismática reinterpretación de la vida sexual en la historia de la humanidad, ya que replantearía todo lo concerniente a los roles sexuales y al concepto de normalidad sexual vigente en la actualidad.<<

[10] La calificación de perversidad polimorfa que Freud da a la libido infantil —referida a la indiscriminación del bebé para gozar de su cuerpo y del de los demás—, es también aceptada por estudiosos de más recientes promociones como Norman O. Brown y Herbert Marcuse. La diferencia de éstos con Freud, ya apuntada, consiste en que Freud considera positivo que la libido se sublimice en parte y se canalice por vías exclusivamente heterosexuales, y definidamente genitales, mientras que los pensadores más recientes consideran y hasta propician un regreso a la perversidad polimorfa y a la enotización más allá de la sexualidad meramente genital.

De todos modos, la civilización occidental, afirma Fenichel, impone a la niña o al niño los modelos de su madre o su padre, respectivamente, como únicas identidades sexuales posibles. La probabilidad de orientación homosexual, según Fenichel, es tan to mayor cuanto más se identifique la criatura con el progenitor de sexo opuesto, en vez de acontecer lo común. La niña que no halla satisfactorio el modelo propuesto por su madre, y el niño que no halla satisfactorio el modelo propuesto por su padre, estarían entonces expuestos a la homosexualidad.

Aquí es conveniente señalar los trabajos recientes de la doctora danesa Anneli Taube, como Sexualidad y revolución, donde expresa que el rechazo que un niño muy sensible puede experimentar con respecto a un padre opresor —símbolo de la actitud masculina autoritaria y violenta—, es de naturaleza consciente. El niño, en el momento que decide no adherirse al mundo que le propone ese padre —la práctica con armas, los deportes violentamente competitivos, el desprecio de la sensibilidad como atributo femenino, etc.—, está tomando una determinación libre, y más aún, revolucionaria, puesto que rechaza el rol del más fuerte, del explotador Ahora bien, ese niño no podrá vislumbrar en cambio que la civilización occidental, aparte del mundo del padre, no le proporcionará otro modelo de conducta, en esos primeros años peligrosamente decisivos —de los 3 a los 5 años sobre todo— que el de su madre. El mundo de la madre —la ternura la tolerancia las artes— le resultará mucho más atractivo, sobre todo, por la ausencia de agresividad; pero el mundo de su madre, y aquí es donde la intuición del niño fallaría, es también el de la sumisión, puesto que ella forma pareja con un hombre autoritario, el cual sólo concibe la unión conyugal como una subordinación de la mujer al hombre. En el caso de la niña que decide no adherirse al mundo de la madre, la actitud se debe en cambio a que rechaza el rol de la sometida, porque lo intuye humillante y antinatural, sin imaginar que excluido ese rol, la civilización occidental no le propondrá otro que el del opresor Pero el acto de rebelión de esa niña y ese niño resultaría una muestra de valentía y dignidad, indiscutible.

La doctora Taube se pregunta por otra parte, por qué este desenlace no es más corriente aún, siendo la pareja occidental, en general, un exponente de explotación. Aquí introduce dos elementos que juegan como amortiguadores: el primero se presentaría cuando en un hogar la esposa es —por falta de educación, de inteligencia, etc.— realmente inferior al esposo, lo cual haría parecer más justificable la autoridad incontestada de aquél; el segundo elemento estaría constituido por el tardío desarrollo de la inteligencia y sensibilidad del niño o niña, lo cual no le permitiría captar la situación. En esta observación está implícito que si por el contrario en un hogar el padre es muy primitivo y la madre muy refinada pero sometida, el niño muy sensible y precozmente inteligente casi por fuerza eligirá el modelo materno. Y respectivamente, la niña lo rechazará por arbitrario.

En cuanto al interrogante de por qué en un mismo hogar se dan hijos homosexuales y heterosexuales, la doctora Taube dice que en toda célula social se tiende al reparto de roles, y así resultaría que uno de los hijos se haría cargo del conflicto de los padres y dejaría a los hermanos dentro de un cuadro ya algo neutralizado.

Ahora bien la doctora Taube, después de valorizar el motor primero de la homosexualidad y señalar su característica de inconformismo revolucionario, observa que la ausencia de otros modelos de conducta —y en esto coincide con Altman y su tesis sobre lo poco común de la práctica bisexual en razón de la falta de modelos de conducta bisexual a la vista— hace que el futuro homosexual varón, por ejemplo, después de rechazar los defectos del padre represor; se sienta angustiado por la necesidad de identificación con alguna forma de conducta y «aprenda» a ser sometido como su madre. El proceso de la niña sería el mismo, reniega de la explotación y por eso odia ser como su madre sometida, pero las presiones sociales hacen que poco a poco «aprenda» otro rol, el de su padre represor.

Desde los 5 años hasta la adolescencia se produce en estos niños y niñas «diferentes» un oscilar de su bisexualidad original. Pero, por ejemplo, la niña «masculinizada» por su identificación con el padre, aunque se sienta atraída sexualmente por un varón, no aceptará el rol de muñeca pasiva que le impondrá un varón convencional, se sentirá incómoda y cultivará como único modo de superar su angustia, un rol diferente que sólo admitirá juego con mujeres; en cuanto al niño «feminizado» por su identificación con la madre, aunque se sienta sexualmente atraído por una niña, no aceptará el rol de asaltante intrépido que le impondrá una hembra convencional, se sentirá incómodo y cultivará un rol diferente que sólo admitirá juego con hombres.

Anneli Taube interpreta así la actitud imitativa practicada hasta hace poco por los homosexuales en alto porcentaje, actitud imitativa ante todo de los defectos de la heterosexualidad. Era característica de los homosexuales varones el espíritu sumiso, conservador amante a todo coste de la paz, sobre todo a coste de la perpetuación de su propia marginación, mientras que era característica de las mujeres homosexuales su espíritu anárquico, violentamente disconforme, aunque básicamente desorganizado. Pero ambas actitudes resultaban no deliberadas, sino compulsivas, impuestas por un lento lavado cerebral en el que intervenían los modelos de conducta heterosexual burgueses, durante infancia y adolescencia, y posteriormente, al asumir la homosexualidad, los modelos «burgueses» de homosexualidad.

Este prejuicio, u observación justa, sobre los homosexuales, hizo que se los marginara en movimientos de liberación de clases y en general en toda acción política. Es notorio la desconfianza de los países socialistas por los homosexuales. Mucho de esto —afortunadamente, acota la doctora Taube—, empezó a cambiar en la década de los sesenta, con la irrupción del movimiento de liberación femenina, ya que el consiguiente enjuiciamiento de los roles «hombre fuerte» y «mujer débil» desprestigió ante los ojos de los marginados sexuales esos modelos tan inalcanzables como tenazmente imitados.

La posterior formación de frentes de liberación homosexual sería una prueba de ello.<<