XII

—Buen día…

—Buen día… Valentín.

—¿Dormiste bien?

—Sí…

—…

—¿Y vos, Valentín?

—¿Qué?

—Si dormiste bien…

—Sí, gracias…

—…

—Ya oí hace un rato pasar el mate, ¿vos no querés, verdad?

—No… No le tengo confianza.

—…

—¿Qué querés de desayuno?, ¿té o café?

—¿Vos qué vas a tomar, Molinita?

—Yo, té. Pero si querés café es el mismo trabajo. O mejor dicho, no es ningún trabajo. Lo que vos quieras.

—Muchas gracias. Haceme café, por favor.

—¿Querés pedir puerta antes, Valentín?

—Sí, por favor. Pedime puerta ahora.

—Bueno…

—¿Sabés por qué quiero café, Molinita?

—No…

—Para despabilarme bien, y estudiar. No mucho, unas dos horas, o un poco más, pero bien aprovechadas. Hasta que retome el ritmo de antes.

—Muy bien.

—… Y después un descanso antes de almorzar.

—Molina… ¿cómo amaneciste?

—Bien…

—¿Se te pasó el malhumor?…

—Sí, pero estoy como atontado… No pienso, no puedo pensar en nada.

—Eso es bueno,… de vez en cuando.

—Pero estoy bien,… estoy contento.

—…

—… Hasta me da miedo hablar, Valentín.

—No hables,… ni pienses.

—…

—Si te sentís bien, no pienses en nada, Molina. Cualquier cosa que pienses te va a aguar la fiesta.

—¿Y vos?

—Yo tampoco quiero pensar en nada, y voy a estudiar. Con eso me salvo.

—¿Te salvás de qué?…, ¿de arrepentirte de lo que pasó?

—No, yo no me arrepiento de nada. Cada vez me convenzo más de que el sexo es la inocencia misma.

—¿Te puedo pedir algo… muy en serio?

—…

—Que no hablemos… de nada, que no discutamos nada, hoy. Es por hoy sólo que te lo pido.

—Como quieras.

—… ¿No me preguntás por qué?

—¿Por qué?

—Porque me siento… que estoy… bien, estoy… muy… bien, y no quiero que nada me quite esa sensación.

—Como quieras.

—Valentín… yo creo que desde que era chico que no me siento tan contento. Desde que mamá me compraba algún juguete, o algo así.

—¿Sabés una cosa? Pensá en alguna película linda,… y me la empezás a contar cuando termine de estudiar, mientras se hace la comida.

—Bueno…

—…

—¿Y qué película querés que te cuente?

—Una que te guste mucho a vos, no me la pienses para mí.

—¿Y si no te gusta?

—No, si te gusta a vos, Molina, me va a gustar a mí, aunque no me guste.

—…

—No te quedes tan callado. Te quiero decir que si algo te gusta, me alegra, porque me siento en deuda con vos, no, qué digo, porque fuiste bueno conmigo, y te estoy agradecido. Y saber que algo te puede poner contento… ya me alivia.

—¿De veras?

—De veras, Molina. ¿Y sabés qué me gustaría saber? Es una pavada…

—Decí…

—Que me digas si te acordás de algún juguete que te gustó mucho, el que más te gustó… de los que te compró tu mamá.

—Una muñeca…

—Uy…

—¿Por qué te reís tanto?

—Ay, si no me dan puerta rápido me hago encima…

—Pero ¿por qué tanta risa?

—Porque… ay, me muero… ay, qué buen psicólogo resulté…

—¿Qué pasa?

—Nada… que quería ver si había alguna relación entre ese juguete… y yo.

—Lo tenés merecido…

—¿Y seguro que no era un muñeco?

—No, una muñeca bien rubia, con trenzas, y que abría y cerraba los ojos, vestida de tirolesa.

—Ay, que me den puerta, porque no aguanto más, uy…

—Me parece que es la primera vez que te reís desde que tuve la mala suerte de entrar en tu celda.

—No es cierto.

—Te lo juro, no te había visto reírte, nunca.

—Pero si tantas veces me he reído… y de vos.

—Sí, pero ha sido siempre cuando está la luz apagada. Te lo juro: nunca te había visto reírte.

……………………………………………

……………………………………………

—Es en México, en un puerto, muy tropical. Los pescadores esa madrugada están saliendo en sus barcas, falta poco para que despunte el día. Les llega una música de lejos. Lo único que ven desde el mar es una casa suntuosa, toda iluminada, con unos grandes balcones que se asoman a un jardín hermoso, exclusivamente de jazmines, después viene un cerco de palmeras, y después la playa. Ya quedan pocos invitados en ese baile de disfraz y fantasía. La orquesta toca un ritmo muy cadencioso, con maracas y bongós, pero lento, una especie de habanera. Hay pocas parejas bailando, y una sola con antifaces todavía puestos. Ya se está terminando el famoso carnaval de Veracruz, y por desgracia el sol que está saliendo en ese momento anuncia el miércoles de ceniza. La pareja de los antifaces es perfecta, ella disfrazada de gitana, muy alta, con una cinturita de avispa, morocha, con raya al medio y el pelo suelto largo hasta la cintura, y él muy fuerte, también morocho, con unas patillas y el peinado para un lado con un poquito de jopo, y un bigotazo. Ella tiene una naricita muy chica, recta, un perfil delicado pero que revela carácter al mismo tiempo. Tiene unas monedas de oro sobre la frente, una blusa amplia de ésas con el escote con un elástico, que se pueden bajar del hombro, o de los dos hombros, de esas blusas gitanas, ¿me entendés?

—Más o menos, no importa, seguí.

—Y después la cintura bien ceñida. Y la pollera…

—Describime el escote. No te saltees.

—Bueno, es de esa época tan linda en que venía el escote bien bajo, y se alcanzaba a ver el nacimiento de los senos, pero no que estaban levantados por el corpiño como dos boyas. No, se veía poco pero que había algo, se notaba lo mismo, o mejor, se dejaba imaginar.

—Pero ¿en este caso qué hay?, ¿mucho o poco?

—Mucho, y la pollera es enorme, hecha de pañuelos, de montones de pañuelos atados a la cintura, de todos colores, de gasa, y al bailar por ahí se entreveían las piernas, pero muy poco. Y él disfrazado de dominó, es decir con una capa negra, y nada más, un traje y corbata debajo. Él le dice que ésa es la última pieza que va a tocar la orquesta, que ya es hora de quitarse el antifaz. Ella le dice que no, la noche debe terminar sin que él sepa quién es ella, y sin que ella sepa quién es él. Porque nunca más se volverán a ver, ése ha sido el encuentro perfecto de un baile de carnaval y nada más. Él insiste y se saca el antifaz, es divino el tipo, y le repite que ha estado toda su vida esperándola y ahora no la va a dejar escapar. Y le mira a ella un anillo solitario fabuloso que tiene, y le pregunta si eso significa algo, un compromiso sentimental. Ella contesta que sí, y le pide que la espere afuera en el coche de él, mientras ella va al tocador a empolvarse y rehacer el maquillaje. Es el minuto fatal, porque él sale y la espera y la espera y ella nunca más aparece. Bueno, la acción pasa a la capital de México, y se ve que el muchacho trabaja como reportero en un gran diario de la tarde. ¡Ah!, porque me olvidé decirte que mientras bailan ella dice que esa pieza es preciosa, y qué lástima que no tenga letra, y ahí él le dice que es medio poeta. Y entonces está él una tarde ahí en la redacción del diario, que es un bochinche bárbaro de gente que entra y sale, cuando ve que están preparando un artículo bastante escandaloso, con muchas fotos, sobre una actriz y cantante que hace un tiempo se ha retirado, y que vive protegida por un poderosísimo hombre de negocios, un magnate temidísimo, medio mafioso, pero del que no dan el nombre. Y al ver las fotos el muchacho se queda pensando, esa mujer hermosísima, que empezó su carrera en teatros de revistas y que después se volvió estrella dramática de gran éxito, pero por muy poco tiempo, porque se retiró, bueno, esa mujer le resulta conocidísima, y cuando le ve en una foto la mano tomando champagne con un solitario rarísimo, ya no le queda duda de quién es. Haciéndose el sonso averigua qué se traen con todo eso, y le dicen que va a ser una nota muy sensacionalista, y que les falta no más algunas fotos de cuando ella se desnudaba en escena, que pronto van a conseguir. Ahí tienen la dirección de ella, porque la han estado espiando, entonces él aprovecha y se le presenta en la casa. Él la mira deslumbrado, ella está con un salto de cama de tul negro. Es un departamento supermoderno, con lámparas empotradas que dan una luz difusa que no se sabe de dónde viene, y todo es de raso clarito, las cortinas son de raso, los sillones son de raso, y los taburetes también, sin patas, redondos. Ella se recuesta en un diván para escucharlo. Él le cuenta lo que pasa y le promete esconder todas las fotos y lo que han escrito, así no pueden sacar el artículo. Ella se lo agradece profundamente. Él le pregunta si ella es feliz en esa jaula de oro. A ella no le gusta que le diga eso. Y le cuenta la verdad, que agotada por la lucha del teatro, donde había llegado a escalar los más altos peldaños, se dejó convencer por la oferta de un hombre al que creía bueno. Ese hombre, riquísimo, la llevó a viajar, a ver mundo, pero de vuelta en su país se volvió más y más celoso, hasta reducirla casi a una prisionera. Ella pronto se cansó de no hacer nada, y le pidió a él que la dejara volver a actuar, pero él se negó. El muchacho le dice que por ella se atrevería a cualquier cosa, y no le tendría miedo al otro, ella lo mira fijo, desde el diván, y saca un cigarrillo. Él se le acerca para encendérselo, y ahí la besa. Ella lo abraza, por un momento se deja llevar por un impulso, y le dice que lo necesita…, pero entonces él le dice que se vaya con él, que deje todo, joyas, pieles, vestidos, magnate, y lo siga. Pero a ella le da miedo. El muchacho le dice que no sea cobarde, que juntos se pueden ir lejos. Ella le pide unos días de tiempo. Él le insiste que ahora o nunca. Ella le dice que se vaya. Él le dice que no, que de ahí no saldrá sin ella, y la agarra de los brazos, y la sacude, como para que pierda el miedo. Entonces ella reacciona pero en contra de él, le dice que todos los hombres son iguales, que ella no es una cosa, algo que se maneja como ellos quieren, por capricho, y que le tienen que dejar tomar su propia decisión. Él entonces le dice que nunca más la quiere volver a ver y va hacia la puerta. Ella, despechada, le dice que espere un momento, y va a su dormitorio y vuelve con un montón de billetes, y le dice que son en pago del favor que le ha hecho, de destruir ese artículo. Él le tira el dinero a los pies, y sale. Pero ya en la calle se arrepiente de haber sido tan impetuoso. No sabe qué hacer, y se va a tomar a una taberna, donde entre el humo apenas si se entrevé un pianista ciego, que toca esa misma música tropical muy lenta, muy triste, que él bailó con ella en carnaval. El muchacho toma, y toma, y va componiendo versos para esa música, pensando en ella, y canta, porque es un galán cantor: «Aunque vivas… prisionera, en tu soledad… tu alma me dirá… te quiero». ¿Y cómo sigue?, bueno, sigue un poquito más y después dice, «Me hacen daño tus ojos, me hacen daño tus manos, me hacen daño tus labios… que saben mentir… y a mi sombra pregunto, si esos labios que adoro, en un beso sagrado… en un beso sagrado…», ¿y qué más?, algo como «… volverán a mentir». Y después sigue, «Flores negras… del destino, nos apartan sin piedad, pero el día vendrá en que seas… para mí no más, no más…». ¿Te acordás de ese bolero?

—Me parece que no. No sé… Seguí.

—Al día siguiente, en el diario, el muchacho ve que todos buscan el artículo sobre ella, y no lo encuentran. Claro, él se guardó todo bajo llave en su escritorio. Y como no pueden encontrar nada, el jefe de los reporteros decide que se olviden del asunto, porque será imposible juntar todo ese material de nuevo. El muchacho respira aliviado, y después de titubear un poco… marca el número de ella. Y le dice que esté tranquila, que ya no sacarán el artículo. Ella se lo agradece, él le pide perdón por todo lo que le dijo en la casa, y le pide verla, le da cita. Ella acepta. Él pide permiso para salir del diario, el jefe se lo da, le dice que le ve mala cara, desde hace unos días. A todo esto ella se está preparando para salir, con un traje de saco negro, de terciopelo, de esos de esa época tan bonitos, muy entallados, y sin blusa abajo, y un broche de brillantes en la solapa, y un sombrero blanco de tul, que es como una nube blanca detrás de la cabeza. Y el pelo recogido en rodete. Y ya está calzándose los guantes, blancos haciendo juego con el sombrero, cuando piensa en el peligro que entraña esa cita, porque el magnate justito entra en ese momento, cuando ella está indecisa si ir o no. Y el magnate, que es un hombre maduro, canoso, de unos cincuenta y pico, un poco gordo, pero muy presentable como hombre, le pregunta adonde va. Ella le dice que de compras, él se ofrece a acompañarla, ella le dice que se va a aburrir mucho, porque tiene que elegir telas. El magnate pone cara de darse cuenta de algo, pero no le reprocha nada. Ella entonces aprovecha para decirle que él no tiene derecho a poner mala cara, que ella hace todo lo que él quiere, que ha renunciado a volver al teatro, a cantar por radio, pero que es ya el colmo que él vea mal que salga de compras. El magnate entonces le dice que él se va, y que ella vaya de compras todo lo que quiera, pero que si él se llega a enterar de que lo engaña… no se vengará con ella, porque sin ella bien sabe que no puede vivir, sino que se vengará con el hombre que se ha atrevido a acercársele. El magnate sale, ella sale un momento después, no sabe qué decirle al chofer, porque en los oídos todavía le silban las palabras del magnate: «me vengaré con el hombre que se haya atrevido a acercársete». Mientras tanto el muchacho está esperándola en un bar suntuoso, y mira la hora, y ya se está dando cuenta de que ella no va a venir. Pide otro whisky, doble. Pasa una hora, pasan dos horas, y él ya está totalmente borracho, pero disimula, se levanta y camina derecho. Va a la redacción del diario, se sienta en su escritorio y pide al ordenanza un café doble. Y trabaja, tratando de olvidarse de todo. Al día siguiente entra más temprano que de costumbre, y el jefe se sorprende, lo felicita por venir a ayudarlo, porque es un día muy difícil. Él se enfrasca en el trabajo y termina todo muy temprano también, y va y entrega lo que ha hecho al jefe, que lo felicita por lo bueno que es lo que ha escrito, y le dice que ya se puede ir por el día. El muchacho entonces sale, y se mete a tomar un trago con un compañero que lo invita, él al principio se niega, pero el otro le pide que lo acompañe, pero no, esperá, es el mismo jefe que lo convida a un trago ahí en su despacho, porque como el muchacho le ha resuelto todo el problema de ese día, que era un artículo sobre un desfalco muy grande en el gobierno, y quiere celebrar la cosa. Entonces, después del trago, el muchacho ya sale mal a la calle, le ha venido el vino triste, y cuando se quiere acordar está frente a la casa de ella. No resiste y entra, toca el timbre del departamento. La mucama le pregunta qué quiere. Él pide hablar con la dueña de casa, que justamente son las cinco de la tarde y está tomando el té con el magnate, que le acaba de traer una joya maravillosa, un collar de esmeraldas, para que le perdone la escena del día anterior. Ella da la orden a la mucama de decir que no está, pero él ya ha entrado. Entonces ella trata de arreglar el asunto y le dice al magnate lo que pasó con ese artículo, y le agradece al muchacho, y le cuenta al magnate que él no quiso dinero, ella realmente no sabe más qué decir para arreglar la cosa, pero él, el muchacho, furioso de ver que ella toma del brazo al magnate, le dice que le da asco todo y que el único agradecimiento que pide es que lo olviden para siempre. Tanto ella como el magnate no dicen ni una palabra, el muchacho se va, pero deja sobre una mesa un papel, con la letra de la canción que le ha escrito. El magnate la mira a la chica, ella tiene los ojos llenos de lágrimas, porque está enamorada del muchacho, y ya no lo puede negar, no se lo puede negar a ella misma, que es lo peor. El magnate la mira bien fijo en los ojos y le pregunta qué es lo que siente por ese pelagatos periodista. Ella no puede contestar, tiene un nudo en la garganta, pero cuando ve que el tipo está levantando presión, bueno, traga saliva y dice que ese pelagatos periodista no es nada para ella, pero que se vio envuelta con él por el lío de ese diario. Y entonces el magnate pregunta qué diario es, y al saber que se trata del diario que está en una investigación implacable de los líos de la mafia, le pide a ella que le dé el nombre de él, para de algún modo sobornarlo. Pero la chica, aterrorizada de que lo que el magnate realmente quiera sea vengarse del muchacho… le niega el nombre. El magnate entonces le da una gran bofetada, la tira al suelo. Se va. Ella queda tirada sobre una alfombra que parece como de armiño, el cabello renegrido sobre el armiño blanco, y parecen estrellas las lágrimas que le titilan… Y levanta la mirada… y ve sobre uno de los taburetes de raso… un papel. Se levanta y lo agarra, lo lee… «… Aunque vivas prisionera, en tu soledad tu alma me dirá… te quiero. Flores negras del destino… nos apartan sin piedad, pero el día vendrá en que seas… para mí no más, no más…», y se lleva ese papel todo estrujado al corazón, que a lo mejor está tan estrujado como ese papel, tanto… o más.

—Seguí.

—El muchacho, por su parte, está deshecho, no vuelve al trabajo, y va de taberna en taberna. Lo buscan del diario pero no lo encuentran, lo llaman por teléfono y él contesta, pero al oír la voz del jefe cuelga el tubo. Pasan los días, hasta que él ve en un diario en la calle, el mismo donde él trabaja, que anuncian para el día siguiente un gran artículo sobre la intimidad de una gran estrella retirada del medio artístico. Tiembla de rabia. Va al diario, está todo cerrado porque es muy de noche, el sereno de guardia lo deja entrar sin sospechar nada, él va a su escritorio y ve que han forzado sus cajones para entregar a otro reportero el escritorio que él abandonó, y ahí por supuesto han encontrado todo el material. Entonces va a los talleres, que están lejos de ahí, y cuando llega es plena mañana ya y ve que está en las máquinas rotativas el número de esa tarde. Desesperado a martillazos para las máquinas y todo el tiraje de ese número del diario se echa a perder, porque las tintas se vuelcan y todo todo se arruina. Un destrozo de miles y miles de pesos, millones, un acto de sabotaje. Él desaparece de la ciudad, pero lo echan del sindicato y nunca más podrá trabajar como periodista en su vida. De borrachera en borrachera, llega a una playa, en busca de sus recuerdos: Veracruz. En un boliche de mala muerte, frente al mar, bien al pie de la playa, una orquesta típica del lugar, con ese instrumento que es una mesa de tablitas…

—Xilofón.

—Vos, Valentín, sabés todo, ¿cómo hacés?

—Vamos, seguí que estoy interesado.

—Bueno, con ese instrumento tocan una melodía muy triste. Él, con una navaja, escribe sobre una mesa, que está llena de inscripciones de corazones, nombres y también groserías, ahí escribe la letra para esa canción y la canta. Dice así… «… cuando te hablen de amor, y de ilusiones… y te ofrezcan un sol y un cielo entero, si te acuerdas de mí… ¡no me menciones!, porque vas a sentir… amor del bueno. … Y si quieren saber de tu pasado, es preciso decir una mentira, di que vienes de allá, de un mundo raro…», y se la imagina a ella, mejor dicho la ve en el fondo de ese vaso de aguardiente, y ella se va agigantando, hasta ser de tamaño natural y pasearse por ese boliche miserable, y mirándolo ella le canta completando el verso… «… que no sé qué es penar, que no entiendo de amor, y que nunca he llorado…», y entonces él mirándola le canta, entre todos esos borrachos que ni siquiera lo oyen o lo ven, «… porque yo donde voy, hablaré de tu amor, como un sueño dorado…», y ella sigue «… y olvidando el rencor, no dirás que mi adiós te volvió desgraciado…» y él entonces acaricia el recuerdo transparente de ella, sentada allí al lado de él en la mesa, y le sigue cantando «… y si quieren saber de mi pasado, es preciso decir otra mentira, les diré que llegué de un mundo raro…», y mirándose los dos con lágrimas en los ojos, siguen a dúo en voz muy baja, que es como un susurro apenas, «… que no sé del dolor, que triunfé en el amor, y que nunca he llorado…», y al secarse él las lágrimas, porque le da vergüenza ser hombre y estar llorando, ve más claro y no está ella a su lado. Y desesperado agarra el vaso para empinárselo, y no ve reflejado más que a él mismo todo desgreñado ahí en el fondo del vaso, y entonces con todas sus fuerzas tira el vaso contra la pared, y lo hace añicos.

—¿Por qué te callás?

—…

—No te pongas así…

—…

—¡Carajo!, te he dicho que hoy acá no entra la tristeza, ¡y no va a entrar!

—No me sacudas así…

—Es que hoy le vamos a ganar a los de afuera.

—Me asustaste.

—No te me pongas triste, ni te asustes…, lo único que quiero es cumplirte la promesa. Y hacerte olvidar cualquier cosa fea. Yo esta mañana te di mi palabra que hoy no vas a pensar en nada triste. Y te lo voy a cumplir, porque no me cuesta nada. Es tan fácil hacerte olvidar a vos las cosas tristes,… y mientras esté a mi alcance, por lo menos en este día, … no te voy a dejar pensar en cosas tristes.