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—Buen día…

—¡Buen día!

—¿Qué hora es?

—Las diez y diez. Vos sabés, a mi mamá, pobre, yo le digo a veces las diez y diez, porque camina con los pies para afuera.

—No te puedo creer, que sea esa hora ya.

—Sí, Valentín, cuando abrieron para entrar el mate cocido te diste vuelta en la cama y te seguiste durmiendo.

—¿Qué decías de tu vieja?

—Mirá que estás dormido. Nada, ¿dormiste bien entonces?

—Sí, me siento bastante mejor.

—¿No tenés mareo?

—No… Y dormí como un tronco. Así sentado en la cama, te juro que no siento nada, nada de mareo.

—Genial… ¿Por qué no probás a caminar, a ver qué pasa?

—No, porque te vas a reír.

—¿De qué?

—Me pasa una cosa.

—¿Qué?

—Algo que le pasa a un hombre sano, nada más. Cuando se despierta a la mañana y tiene exceso de energías.

—¿Se te paró?, qué genial…

—Mirá para otro lado, que me da no sé qué…

—De acuerdo, cierro los ojos.

—Es gracias a tu comida, si no nunca me hubiese repuesto.

—¿Y?, ¿te mareás?

—No… nada, las piernas las tengo flojas, pero mareo nada.

—Qué genial…

—Ya podés mirar. Me quedo un rato más acostado.

—Te caliento el agua para un té.

—No, calentame el mate cocido y listo.

—Estás loco, ya lo tiré cuando fui al baño, si te querés componer tenés que tomar cosas buenas.

—No, mirá, me da vergüenza gastarte el té, y todo lo demás. Esto no puede seguir así, ahora ya estoy bien.

—Vos calíate.

—No, de veras…

—De veras nada, ahora mi mamá me empieza a traer cosas de nuevo, así que no hay problema.

—Pero yo me siento en falta.

—Hay que saber recibir, también, ¿verdad? No hay que tener tantas vueltas tampoco.

—Bueno, gracias.

—Vos si querés aprovechá para ir al baño que mientras yo te hago el té. Pero quedate en la cama, que yo pido puerta. Así no tomás frío.

—Gracias.

—Y cuando vuelvas si querés te sigo la de los zombis, ¿no tenés ganas de saber cómo sigue?

—Sí, pero mejor trato de estudiar un poco, a ver si puedo retomar la lectura, ya que estoy bien.

—¿Te parece?, ¿no será mucho esforzarte?

—Vamos a ver.

—Mirá que sos fanático.

……………………………………………

—¿Por qué bufás?

—No hay caso, me bailan las letras, Molina.

—Yo te dije.

—Y bueno, con probar no se pierde nada.

—¿Estás mareado?

—No, es al leer no más, que no puedo fijar la vista.

—¿Sabés qué?, es un poco de debilidad de la mañana, por no desayunarte más que con ese té, la culpa la tenés por no querer comer del jamón y el pan que hay.

—¿Te parece?

—Seguro, después de almorzar vas a ver que te dormís un ratito de siesta y podés estudiar después.

—Tengo una pereza, no te imaginás. Me dan ganas de tirarme a la cama otra vez.

—No, pero dicen que hay que tratar de fortalecerse estando parado o por lo menos sentado, porque la cama debilita.

—Seguime la película, sé bueno.

—¿Sabés qué?… ya voy poniendo a hervir las papas, que tardan dos años.

—¿Qué vas a hacer?

—Tenemos jamón, y abro la latita de aceite de oliva, y nos comemos papas hervidas, con un chorrito de aceite de oliva y sal, y el jamón: más sano imposible.

—La película iba en que la negra le iba a contar a la protagonista toda la historia de la zombi, la muerta viva.

—¿No es cierto que te gusta?, confesá.

—Sí, es divertida.

—Uy, qué tipo, es más que divertida, es regia… Decí la verdad.

—Vamos, contá.

—Bueno, esperá que esto no enciende, ahí está… Bueno, ya. ¿Cómo era? Sí, la negra la lleva de vuelta a la casa a la chica y le va contando toda la historia. Resulta que el muchacho era bastante feliz con su primera mujer, pero estaba siempre atormentado porque tenía un secreto inconfesable, y es que cuando chico había sido testigo de un crimen horrible. Resulta que el padre era un hombre sin escrúpulos, perro como pocos, que había llegado a esa isla a enriquecerse y trataba muy mal a los peones de las plantaciones. Y los peones estaban planeando una rebelión, y el padre se puso de acuerdo con el brujo del lugar, que tenía sus altares y sus cosas en la plantación más lejos de todas, y una noche el brujo los llamó a todos los cabecillas de los peones rebeldes para según él darles la bendición. Pero era una emboscada, ahí los masacraron, las flechas tenían la punta impregnada de un veneno preparado por el brujo. Y de ahí los llevaron a esconderlos en la selva, porque algunas horas después esos muertos abrían los ojos, eran muertos vivos. Y el brujo les ordenó ponerse de pie, y los muertos poco a poco se fueron levantando, todos con los ojos muy abiertos, y vos viste como tienen los ojos los negros, bien grandotes como huevos fritos, pero éstos tenían la mirada ida, los ojos casi sin la pupila, todo blanco casi, y el brujo les ordenó agarrar los machetes y ponerse en fila y caminar hasta el bananal, y ahí una vez llegados les dio la orden de trabajar, cortar cachos de banana toda la noche, y los pobres muertos vivos le obedecieron y cortaron toda la noche, y el padre del muchacho estaba satisfechísimo y les hicieron unos ranchitos, como unas cabañas de pedazos de caña seca para que durante el día los pudieran esconder a los muertos vivos, ahí todos echados en el piso como una pila de basura, y cada noche les daban la orden de salir a trabajar, a cortar cachos, y así el padre del muchacho fue acumulando su fortuna. Y el muchacho había estado presente durante todo eso pero era muy chico todavía. Hasta que se hizo grande y se casó con una chica rubia alta que había conocido en la universidad, en Estados Unidos, y la trajo a la isla, lo mismo que pocos años después iba a hacer con la chica, la otra con que se casa, la morocha, la chica. Bueno, pero con la primera esposa al principio es feliz, y cuando muere el viejo el muchacho siente que tiene que terminar con el brujo, y lo llama a la casa principal, pero él mientras tanto se va allá a las plantaciones últimas, donde están los zombis, y en ausencia del brujo, y ayudado por la gente que le es fiel, va y rodea las chozas de los zombis, y les clava estacas a las puertas, y les echa nafta y les prende fuego con todos los zombis adentro, los reduce a todos a cenizas y así pone fin al tormento de esos pobres negros muertos vivos. Pero a todo esto, el brujo, que está en la casa grande esperándolo, con la esposa primera del muchacho, recibe el mensaje de lo que está pasando, se lo cuentan con los tam-tam de la selva, que es como un sistema de telégrafo, entonces el brujo le dice a la mujer que va a interceptarlo en el camino al muchacho y matarlo, entonces la pobre rubia alta se desespera, le promete cualquier cosa, dinero, sus joyas, con tal de que se vaya de ahí y lo deje tranquilo al muchacho. Entonces el brujo le dice que hay algo por lo que él le perdonaría la vida al muchacho, y la mira de arriba abajo, como desnudándola. Y le muestra una daga envenenada, y la pone sobre la mesa, y le dice que si ella lo denuncia a él, al brujo, con esa daga lo va a matar al muchacho. Y en eso llega el muchacho y por la ventana los ve juntos y ella ya medio desvestida, y la primera esposa entonces le dice al muchacho que lo abandona y que se va con el brujo, y el muchacho se ciega de furia, ve la daga y se la clava a la mujer, en un arrebato de locura. Entonces el brujo le dice que nadie lo ha visto, que solamente él es el testigo, y que si promete dejarlo seguir con sus ritos y sus brujerías mentirá a la policía y dirá que vieron los dos cómo alguien mataba a la mujer, un energúmeno de la selva, cualquiera, que quiso entrar a robar. Bueno, ésta es la historia que la negra buena le cuenta a la chica, que queda totalmente aterrada, pero claro, por lo menos se salvó de que la mataran ahí en la casa abandonada entre los dos zombis, el negro gigante y la rubia desgreñada, te quiero decir, las enfermeras del turno del día, bromas y sonrisas con pacientes buenos que obedecen todo y comen y duermen pero si se sanan se van para siempre

Corteza cerebral de perro, asno, caballo, de mono, de hombre primitivo, de chica de barrio que entra al cine por no ir a la iglesia Y así fue que la primera esposa se volvió zombi.

—Sí. Y ahora viene el momento que a mí más me impresionó, porque la chica y la negra buena se vuelven a la casa, a salvo por el momento, pero…

—¿Qué pinta tiene el brujo?, no me dijiste.

—Ah, es que no me di cuenta de decirte que nunca se lo ve, porque cuando la negra buena le hace el relato a la chica se ve como una espiral de humo que significa el tiempo que retrocede y se ve todo lo que va contando, pero con la voz de fondo de la negra, una voz gruesa pero muy dulce, y muy temblorosa.

—¿Y la negra cómo sabe todo eso?

—Bueno, la chica hace la misma pregunta que vos, ¿cómo es que usted señora sabe tanto? Y la negra con la cabeza baja le dice que el brujo era el marido de ella. Pero a todo esto al brujo nunca se le ve la cara.

Corteza cerebral del verdugo culto, ruedan las cabezas de obreras, de zombis, la fría mirada del verdugo culto sobre una pobre corteza inocente de chica de barrio, de puto de barrio ¿Y qué decías que era lo que más te impresionó?

—Sí, que ya una vez llegadas la chica y la negra a la casa grande, se vuelve a ver la otra casa, aquella abandonada, y el negro zombi como centinela en la puerta, y una sombra que avanza por los matorrales, que se acerca al negro zombi, a la puerta. Y el negro zombi se hace a un lado y deja pasar a la sombra. Y la sombra de ése que entra a la casa sigue hasta el dormitorio donde está acostada la pobre rubia. Y la pobre está inmóvil acostada, con los ojos desmesuradamente abiertos, sin mirar a nadie, y una mano blanca, que no es la del muchacho porque no tiembla, la empieza a desnudar. Y la pobre mujer está ahí sin ninguna posibilidad de defenderse ni hacer nada, la enfermera más joven y linda, sola en un pabellón grande con el enfermo joven, si él se le abalanza la pobre novicia no puede escaparse.

—Seguí. Pobre la cabeza que rueda del puto de barrio, ya no hay más remedio, ya no se la puede pegar a su cuerpo, cuando ya está muerta hay que cerrarle los ojos abiertos a esa cabeza, y acariciarle la frente estrecha ¿besarle la frente?, la frente estrecha que tapa los sesos de chica de barrio ¿quién dio la orden de guillotinarla?, el verdugo culto obedece la orden que no sabe de dónde le llega.

—Y cuando la chica vuelve a la casa grande se encuentra que el muchacho ya está de vuelta y preocupadísimo. Cuando la ve la abraza, aliviado, pero después le vuelve la rabia y le prohibe salir sin su permiso. Y se sientan a cenar. Por supuesto que en la mesa no hay alcohol, ni una sola gota de vino. Y el muchacho se ve que está nerviosísimo, y trata de disimular, y ella le pregunta cómo andan las cosechas, y él le contesta que bien, pero por ahí le da un arranque, tira la servilleta y se levanta de la mesa y se va a su escritorio, donde está la gaveta, y se encierra bajo llave, se pone a tomar como un desesperado. Ella antes de acostarse lo llama, porque ve debajo de la puerta que hay luz, pero él con una voz de borracho perdido le dice que se vaya. La chica va a su dormitorio y se cambia, se pone en camisón, no, se pone una salida de baño para ir a meterse en la ducha, porque el calor es insoportable, y se mete en la ducha, y sin darse cuenta ha dejado las puertas abiertas, y en eso oye pasos firmes de hombre por el salón. Mojada corre a la puerta de su dormitorio para encerrarse. Se queda pegada a la puerta y oye que alguien abre con una llave la puerta del escritorio y entra adonde está el marido. Ella cierra bien el pasador de su dormitorio, cierra bien las ventanas. Bueno, finalmente se duerme pero a la mañana, al despertarse, él ya no está por ninguna parte. Ella se pone el salto de cama enloquecida y pregunta a un sirviente dónde está el marido, y le contesta que salió sin decir adonde, pero que tomó el rumbo de la plantación más lejana. La chica se acuerda de que es ahí que está la guarida del brujo. Llama al mayordomo y le pide ayuda, es en la única persona que confía. El mayordomo le dice que su esperanza era la llegada de ella, de la chica, así el muchacho iba a estar contento, pero que ahora ve que ni siquiera así. Entonces la chica le pregunta si ningún médico de ahí de la isla lo ha visto al muchacho, y el mayordomo le dice que sí, pero que el muchacho no le sigue las indicaciones. Y que solamente quedaría algo que intentar, y la mira a la chica en los ojos. La chica enseguida se da cuenta que el mayordomo está sugiriendo que vayan a ver al brujo de la isla, y dice que jamás. Pero el mayordomo le explica que lo único que se necesita en un caso así es que alguien lo sugestione al muchacho y le fortifique la voluntad, nada más, que él sugiere eso nada más que como una medida extrema, y que de ella depende la decisión. Le dice también que el muchacho esa mañana salió insultándolo, y que ya no tolerará más la situación, que el muchacho es en realidad un monstruo, que su primera mujer murió de tanto sufrir por él, y que ella debe abandonarlo, y buscar un hombre bueno que la merezca, y a la chica le parece demasiado rara la mirada del mayordomo, que le clava los ojos en los ojos de ella. Y el tipo sigue diciéndole que una mujer hermosa como ella no merece tal trato. La chica toda confundida se va a buscarlo al muchacho, porque tiene miedo en realidad de que algo le haya pasado y de que él la necesite. Pero la negra se niega rotundamente a acompañarla, le dice que el peligro es muy grande, sobre todo para la chica que es blanca. Bueno, la chica entonces no tiene más remedio que pedirle al mayordomo, pese a lo raro que le pareció en esa conversación, que la acompañe él. El mayordomo acepta, prepara el carro de caballos más ligeros, carga una escopeta y arrancan. La negra buena, que está en el jardín cortando las flores frescas de la mañana, los ve ir, se estremece de pies a cabeza, y grita, pero como loca, para que la chica la oiga, que no vaya, pero la chica ya no la oye porque la rompiente de las olas del mar son como truenos ensordecedores. La chica le pide que no corra tanto, los caballos parece que van a desbocarse, pero el mayordomo no le hace caso. El mayordomo lo único que le dice es que pronto se va a dar cuenta de qué miserable es su marido. Siguen el viaje en silencio, la chica muerta de miedo a cada recodo del camino, porque el carro a veces va sobre una rueda, y los caballos le obedecen de una manera rarísima al mayordomo. Llegan a un lugar donde la selva es más espesa, y el mayordomo le dice que él debe preguntar ahí en una choza, algo, a alguien, y se baja. Y pasa un rato, y no vuelve, y no vuelve. Y la chica empieza a asustarse de estar sola, cuando peor que peor empiezan a sonar los tambores, y se los oye cerquísima. La chica baja del coche y va hacia la choza, tiene miedo de que lo hayan atacado al mayordomo. Y lo llama, pero nadie contesta. Llega a la choza y está desierta, es un lugar donde no ha habido nadie durante años, porque los matorrales lo han invadido totalmente. La chica entonces oye unos cantos, de brujería, y como más miedo todavía le da estar sola ahí, va hacia el lugar de donde vienen las voces. Y otra vez te la sigo.

—No seas perro.

—Qué perro, es que ya tengo hambre y hay que preparar algo de almuerzo, si no te querés envenenar otra vez con lo que nos dan. Las papas ya van a estar.

—Si no falta mucho para el final terminámela ahora.

—No, falta bastante todavía.

……………………………………………

……………………………………………

—Buen día…

—¿Qué tal?, ¿dormiste bien?

—Sí, fenomenal.

—Eso que leíste demasiado. Como la vela es mía la próxima vez te la apago.

—Es que me parecía mentira poder leer de nuevo.

—Sí, pero estaba bien leer a la tarde, que podías leer y gran celebración, pero a la tarde. Pero después de apagada la luz ya se te fue la mano seguir como dos horas más con la velita.

—Bueno, yo soy grandecito, ¿no?, dejame que mi vida me la administre como pueda.

—¿A la noche acaso no podríamos haber seguido con los zombis?, bien que te gustaba, no me digas que no.

—¿Qué hora es?

—Son las ocho y cuarto.

—¿Y por qué no vino el guardia?

—Vino y no te despertaste, dormís como un tronco, vos.

—Qué bárbaro… qué modo de dormir… Pero ¿dónde están los jarros? Vos me macaneás, ahí están donde los dejaste anoche…

—Claro que te macanié, le dije al guardia que no trajera más el mate a la mañana.

—Mirá, por vos decidí lo que quieras, pero yo quiero que me traigan el mate, aunque sea pis.

—Vos no sabés nada. Si tomás las cosas de la jaula te enfermás, así que no te preocupés, que mientras yo tenga provisiones también hay para vos. Y hoy yo tengo visita del abogado, y seguro que viene mamá con él y otro paquetazo.

—De veras, viejo, no me gusta que me manejen la vida.

—Hoy es importante lo que me diga el abogado. Yo no creo, y te lo digo de veras, en las apelaciones y eso, pero si hay una buena palanca como me prometieron, ahí sí que tengo esperanzas.

—Ojalá.

—Mirá, si salgo… Quién sabe a quién te pondrán de compañero.

—¿Ya te desayunaste, Molina?

—No, porque no te quería hacer ruido, para que durmieras.

—Pongo agua para los dos entonces.

—¡No! Vos quedate en la cama que estás convaleciente. Yo preparo. Y ya tengo el agua por hervir.

—Pero es el último día que permito esto.

—Contame qué leíste anoche.

—¿Qué estás preparando?

—Sorpresa. Contame que leíste anoche.

—Nada. Cosas de política.

—Ay, qué poco comunicativo estás…

—¿A qué hora viene tu abogado?

—A las once dijo… Y ahora… abrimos el paquetito secreto… que te tenía escondido… con una cosa muy rica… para acompañar el té… ¡budín inglés!

—No, gracias, no quiero.

—Que no vas a querer… Y el agua ya hierve. Pedí puerta y volvé rápido, que ya está el agua.

—No me digas lo que tengo que hacer, por favor…

—Pero, che, dejame que te mime un poco…

—¡Basta!… carajo!!!

—Estás loco… ¿qué tiene de malo?

—¡¡¡Callate!!!

—El budín…

—…

—Pero mirá lo que hiciste…

—…

—Si nos quedamos sin calentador, estamos listos. Y el planto…

—…

—Y el té…

—Perdoname.

—…

—Perdí el control. De veras, te pido perdón.

—…

—El calentador no se rompió. Pero se volcó todo el kerosén.

—…

—Lo principal es que la hornalla no se quebró.

—…

—Molina, perdoname el arrebato.

—…

—¿Puedo ponerle kerosén de tu botella?

—Sí…

—Y perdoname, de veras te lo pido.

—No hay nada que perdonar.

—Sí, mientras estuve enfermo si no era por vos quién sabe dónde hubiese ido a parar.

—No tenés nada que agradecer.

—Sí que tengo qué agradecer. Y mucho.

—Olvidate, no pasó nada.

—Sí, claro que pasó algo, y me muero de vergüenza.

—…

—Soy una bestia.

—…

—Mirá, Molina, ahora pido puerta y aprovecho para llenar el botellón porque nos estamos quedando sin agua. Y mirame, por favor, levantá la cabeza.

—…

—Ahora traigo agua. Decime que me perdonás…

—…

—Perdoname, Molina.

—…[9]