—¡¡¡Mirá lo que traigo!!!
—¡No!… estuvo tu mamá…
—¡¡¡Sí!!!
—Pero qué bueno… Anda bien entonces.
—Sí, un poco mejor… Y mirá todo lo que me trajo. Perdón, lo que nos trajo.
—Gracias, pero es para vos, no embromés, hombre.
—Calíate vos, apestado. Hoy acá se empieza una nueva vida, con las sábanas casi secas, tocá… Y todo esto para comer. Mirá, dos pollos al espiedo, dos, ¿qué me contás? Y los pollos son para vos, eso no te puede hacer mal, vas a ver que enseguida te componés.
—Jamás lo voy a permitir.
—Hacelo por mí, prefiero no comer pollo pero salvarme de tus olores, inmundo de porquería. … No, en serio te lo digo, vos tenés que dejar de comer esta puta comida de acá y vas a ver que te componés. Por lo menos hacé la prueba dos días.
—¿Te parece?…
—Claro, hombre. Y ya cuando estés bien… cerrá los ojos, Valentín, a ver si adivinás. Decí.
—Qué sé yo… no sé…
—No abras los ojos. Esperate que te doy a tocar a ver si caés. A ver… tocá.
—Dos tarros… Y pesaditos. Me doy por vencido.
—Abrí los ojos.
—¡Dulce de leche!
—Pero para eso hay que esperar, una vez que te sientas bien, y esto sí nos lo comemos entre los dos… Y me arriesgué a dejar las sábanas solas a secar… y no las robaron, ¿qué me contás?, y están ya casi secas, esta noche dormimos los dos con sábanas.
—Genial.
—Bueno, un ratito que acomodo esto… y yo me hago un té de manzanilla que me muero de los nervios que tengo, y vos te comés una patita de pollo, o no, son las cinco no más… Mejor, un té conmigo, y unas galletitas que aquí tengo, de las más digestivas, las «Express», que me las daban de chico cuando estaba enfermo. Cuando no existían las «Criollitas».
—Por favor, ¿no me darías una ya?
—Bueno, una, y con dulce y todo, ¡pero de naranja! Por suerte me trajeron todo de lo más fácil de digerir, así que podés entrarle a todo, menos al dulce de leche, todavía. Y enciendo el calentador y ya, a chuparse los dedos.
—¿Y la pata de pollo, no me la darías ya?
—No, ojo, un poco de medida, ¿no? Mejor lo dejamos para más tarde, así cuando traen la cena no te tentás, porque por asco que sea lo mismo te la has comido todos estos días.
—Es que vos no sabés, después de los dolores me viene un vacío al estómago que me muero de hambre.
—Escuchame, vamos a ver si nos extendemos. Yo quiero que te comas el pollo, no, los pollos, los dos, con la condición de que no pruebes la comida del penal, que es la que te hace mal, ¿trato hecho?
—De acuerdo. Pero y vos, ¿te quedás con las ganas?
—No, a mí la comida fría no me tienta. De veras.
……………………………………………
……………………………………………
—Sí, me cayó bien. Y fue buena idea la manzanilla más temprano.
—Te tranquilizó los nervios, ¿no es cierto? A mí también.
—Y el pollo estuvo genial, Molina. Pensar que hay para dos días más.
—Bueno, ahora dormite, así completás la cura.
—No tengo sueño. Dormí vos no más, no te preocupes.
—No te pongas a pensar macanas que te va a hacer mal la comida.
—¿Vos tenés sueño?
—Más o menos.
—Porque para que fuera completo el programa faltaría algo.
—Che, se supone que acá el degenerado soy yo, no vos.
—No embromés. Faltaría una película, eso es lo que faltaría.
—Ah…
—¿No te acordás de ninguna del tipo de la mujer pantera? Ésa fue la que más me gustó.
—Bueno, así fantásticas hay muchas.
—A ver, decí, ¿cuáles?
—Y bueno… Drácula, El hombre lobo…
—¿Qué otras?
—La vuelta de la mujer zombi…
—¡Ésa! A ésa nunca la vi.
—Ay… cómo empezaba…
—¿Es yanqui?
—Sí. Pero la vi hace mil años.
—Dale entonces.
—Dejame que me concentre un momento.
—¿Y al dulce de leche cuándo lo podré probar?
—Por lo menos mañana, antes no.
—¿Y ahora, una cucharadita?
—No. Y mejor te cuento la película… ¿Cómo era?… Ah, sí. Ya me acuerdo. Empieza que una chica de Nueva York toma el barco a una isla del Caribe donde la espera el novio para casarse. Parece una chica muy buena, y llena de ilusiones, que le cuenta todo al capitán del barco, que es buen mocísimo, y él mira al agua negra del mar, porque es de noche, y después la mira a ella como diciendo «ésta no sabe lo que le espera», pero no le dice nada, hasta que ya están por atracar en la isla, y se oyen los tambores de los nativos, y ella está como transportada, y el capitán entonces le dice que no se deje engañar por esos tambores, que a veces lo que transmiten son sentencias de muerte, paro cardíaco, una anciana enferma, un corazón se llena del agua negra del mar y se ahoga.
—Patrulla policial, escondite, gases lacrimógenos, la puerta se abre, puntas de metralletas, sangre negra de asfixia sube a las bocas Seguí, ¿por qué parás?
—Bueno, la chica se encuentra con el marido, con que se casó por poder, y nos enteramos que se conocieron en Nueva York apenas unos días. Él es viudo y yanqui también. Bueno, la llegada a la isla, cuando atraca el barco, es divina, porque la espera el novio con toda la comitiva de carros adornados de flores, y tirados por burritos, y en algunos carros van los músicos, que tocan unas tonadas suavecitas con esos instrumentos que son como unas mesas hechas de tablitas en las que van golpeando con palillos, ay, no sé, pero es una música que a mí me toca el corazón, porque esas notas suenan tan lindas, como pompitas de jabón que se van reventando una detrás de otra. Y por suerte no se oyen más los tambores, que eran bastante de mal agüero. Y llegan a la casa, que está alejada del pueblo, está en el campo, entre las palmeras, y es una isla preciosa con montañitas bajas, y es ahí que están los bananales. Y el muchacho es muy agradable, pero se le ve que tiene como un drama adentro, se sonríe un poco demasiado, como una persona débil de carácter. Y ahí hay un detalle que te pone en la pista de que algo le pasa, porque él lo primero que hace es presentarle a la chica al mayordomo, que es un cincuentón, pero francés, y el mayordomo le pide que el muchacho le firme ya en ese momento unos papeles, del embarque de bananas en ese mismo barco que la trajo a la chica, y el muchacho le pide que más tarde, pero el mayordomo, le insiste, y el muchacho lo mira con odio y cuando va a firmar los papeles se ve que no tiene casi pulso para escribir, le tiembla la mano. Y todavía es de día, y toda la comitiva que llegó en los carritos con flores está en el jardín esperando a la pareja para brindar, y traen de todos jugos de frutas, y por ahí se ve a unos delegados de los peones negros de los cañaverales que traen un barrilito de ron como obsequio al patrón, pero el mayordomo los ve y se pone furioso, y con un hacha que hay ahí cerca le da unos hachazos al barril y todo el ron se cae al suelo.
—Por favor, no me hables ni de comidas ni de bebidas.
—Y vos no seas tan impresionable, mantequita. Bueno, entonces la chica lo mira al muchacho como preguntándole por qué esa histeria del mayordomo tan antipático, pero el muchacho en eso le hace señas al mayordomo de que actuó bien, y sin perder más tiempo levanta la copa de jugo de frutas y brinda por todos los isleños presentes, a la mañana siguiente por fin ya van a estar casados porque van a ir a firmar unos papeles en el registro civil de la isla. Pero esa noche la chica la tiene que pasar sola en la casa, porque el muchacho se va lejos a los bananales más alejados que hay, una plantación muy, muy lejos para de paso saludar a sus peones, y evitar el qué dirán. Esa noche hay una luna maravillosa, el jardín de la casa, que es hermoso, con esas plantas tropicales tan fabulosas, está más fantástico que nunca, y la chica está con un camisón blanco de satén y encima un négligé también blanco pero transparente, y está tentada de dar una vuelta por la casa, y ve la gran sala, y después el comedor, y dos veces ve portarretratos con la foto del muchacho de un lado y del otro lado nada, porque han sacado la foto, que seguramente era de la primera mujer, la muerta. Entonces sigue recorriendo la casa, y entra en un dormitorio que se ve que era de una mujer, porque tiene sobre la mesa de luz y la cómoda unas carpetas de encajes, pero la chica revisa los cajones para ver si hay una foto y no encuentra nada, pero en el ropero está colgada toda la ropa de la primera mujer, todas cosas finísimas importadas. Y en eso la chica oye que algo se mueve, ve una sombra pasar por la ventana. Se asusta muchísimo y sale al jardín, que está muy iluminado por la luna, y ve que en un estanque salta una ranita, y piensa que ése era el ruido que había oído, y que la sombra era de las palmeras que se mueven con la brisa. Y se interna más en el jardín, porque siente calor dentro de la casa, y en eso vuelve a oír un ruido, perb como de pasos, y se da vuelta para mirar, pero en ese momento unas nubes alcanzan a tapar la luna, y se oscurece el jardín. Y al mismo tiempo muy muy a lo lejos… los tambores. Y se oye también, ahora sí bien claro, que se acercan pasos, pero muy muy lentos. La chica tiembla de miedo, y ve que una sombra entra en la casa, por la puerta que la misma chica dejó abierta. A la pobre entonces no sabe qué es lo que le da más miedo, si quedarse ahí afuera en el jardín oscurísimo, o si entrar a la casa. Entonces decide acercarse a la casa, y espiar por alguna ventana, a ver quién es que ha entrado, y espía por una ventana y no ve nada, y se corre hasta otra, que es justamente la de la pieza de la esposa muerta. Y como está muy oscuro alcanza a distinguir nada más que una sombra que se desliza por la habitación, una silueta alta, que avanza con una mano estirada, y acaricia algunas de las cosas que hay ahí, y bien cerca de la ventana está la cómoda con los encajes y ahí encima un cepillo muy hermoso de mango de plata labrada, y un espejo de mango igual, y como está muy cerca de la ventana la chica ve que es una mano muy delgada y pálida de muerta la que acaricia esas cosas, y la chica se queda como petrificada de miedo, no se anima a moverse, la muerta que camina, la sonámbula traidora, habla dormida y cuenta todo, lo oye el enfermo contagioso, no la toca de asco, es blanca su carne de muerta pero sí ve que la sombra sale de la pieza en dirección a quién sabe qué otra parte de la casa, cuando al ratito oye pasos ahí en ese patio otra vez, y la chica se hace bien chiquita tratando de esconderse entre las enredaderas que trepan por esas paredes cuando la nube se corre y deja al descubierto la luna y se ilumina el patio y ahí delante de la chica hay una figura muy alta que la mata casi de terror, una cara pálida de muerta, con el pelo rubio enmarañado y largo hasta la cintura, envuelta en un batón negro. La chica quiere gritar socorro pero no le sale la voz, y va retrocediendo despacito, porque las piernas no le dan, le flaquean. La mujer que tiene delante la mira fijo, y al mismo tiempo es como si no la viese, tiene una mirada perdida, como de loca, pero estira los brazos para tocarla a la chica, y avanza muy despacio, como si estuviera muy débil, y la chica va retrocediendo, y sin ver que detrás hay una hilera de árboles muy tupidos se arrincona sola, y cuando se da vuelta y se da cuenta que está acorralada pega un grito bárbaro, pero la otra sigue despacito avanzando, con los brazos estirados. Del terror la chica cae desmayada. En eso alguien detiene a la mujer esa tan rara. Es que ha llegado la negra esa tan simpática, ¿o me olvidé de contarte? una enfermera negra, vieja, buena, enfermera de día, a la noche deja sola con el enfermo grave a una enfermera blanca, nueva, la expone al contagio.
—No, no la nombraste.
—Bueno, esta negra viene a ser como un ama de llaves, pero muy buena. Una gordota, ya con el pelo todo canoso, y la mira con muy buena cara a la chica desde que llegó. Y cuando la chica se despierta del desmayo ya la negra la ha llevado hasta su cama, y le hace creer a la chica que lo que tuvo fue una pesadilla. Y la chica no sabe bien si creerle, pero como la ve tan buena a la negra se tranquiliza, y la negra le trae un té para que se duerma, una manzanilla, algo, no me acuerdo. Al día siguiente es el casamiento, bueno, tienen que ir al alcalde, a saludarlo y firmar unos papeles, y para eso la chica se está vistiendo, con un traje sastre muy sencillo, pero con un peinado muy hermoso que le está haciendo la negra, una especie de trenza arriba, cómo te podría explicar, bueno, en esa época se usaba el peinado alto para ciertas ocasiones, que daba mucho chic.
—No me siento bien… otra vez el mareo.
—¿Estás seguro?
—Sí, es un amago, pero igual que siempre.
—Pero esa comida no te pudo hacer mal.
—Estás loco, ¿cómo le voy a echar la culpa a tu comida?
—Qué nervioso estás…
—Pero no es tu comida, es mi organismo, algo me pasa.
—No pensés, que te hace peor[8].
—Ya no me podía concentrar en lo que contabas.
—De veras, por favor, pensá en otra cosa, porque la comida era bien sana. Debe ser que te quedó un poco de sugestión.
—Por favor, contame un poco más, a ver si se me pasa. También es que me siento muy débil, y me llené enseguida, no sé de verdad qué es…
—Es eso, que estás muy débil, y yo te vi de angurria comer demasiado rápido, sin masticar casi.
—Desde que me desperté que estoy pensando lo mismo, eso me debe haber hecho mal, cuando puedo estudiar no me pasa eso. No me lo puedo sacar de la cabeza.
—¿Qué cosa?
—Que no le puedo contestar a mi compañera, … y a Marta sí. Y a lo mejor me haría bien escribirle, pero no sé qué decirle. Porque está mal que le escriba, ¿para qué?
—¿Te sigo contando?
—Sí, por favor.
—Bueno, ¿en qué estábamos?
—En que la estaban vistiendo a la chica.
—Ah, sí, y le hace un peinado…
—Alto, ya sé, ¡¿y a mí qué?!, no me detalles cosas que no tienen importancia realmente, mascarón pintarrajeado, una trompada seca, de vidrio es el mascarón, se astilla, el puño no se lastima, el puño es de hombre.
—La sonámbula traidora y la enfermera blanca, en la oscuridad las mira fijo el enfermo contagioso ¡Cómo que no! Vos calíate y dejame a mí que sé lo que te digo. Empezando porque el peinado alto, que —escuchame bien— tiene su importancia, porque las mujeres se lo hacen nada más, o se lo hacían, en esa época, cuando querían realmente dar la impresión de que ése era un momento importante para ellas, una cita importante, porque el peinado alto, que descubría la nuca y llevaba todo el pelo para arriba daba una nobleza a la cara de la mujer. Y con toda esa mata de pelo arriba la negra le hace una trenza, y le pone todo un adorno de flores del lugar, y cuando ella sale en la calesa, aunque es tiempo moderno, van en ese cochecito divino tirado por dos burritos, y todo el pueblo le sonríe, y ella se ve como rumbo hacia la felicidad… ¿Se te pasa?
—Parece que sí. Seguí, por favor.
—Van ella y la negra, y en la puerta de esa especie de Municipalidad, estilo colonial, la espera el novio. Y ya después se ve que están en la noche en la oscuridad ella recostada en una hamaca, se ve un primer plano muy lindo de las dos cabezas porque él se agacha a besarla, iluminados por el plenilunio que medio se va filtrando por las palmeras. Ah, pero me olvidaba algo importante. Bueno, la expresión de los dos es de enamorados, y de profunda satisfacción. Pero lo que me olvidé decirte es que, mientras la peina la negra, la chica…
—¿Otra vez el peinado alto?
—¡Pero qué nervioso estás! Si no ponés algo de tu parte no te vas a tranquilizar…
—Perdón, seguí.
—Bueno, la chica le hace preguntas a la negra. Como, por ejemplo, dónde se fue a pasar él la noche. La negra trata de disimular su alarma y le dice que él fue a saludar a la gente de los bananales, hasta la plantación que está más lejos de todo, y donde la mayoría de los peones creen… en el vudú. La chica sabe que es una religión negra, y le dice que le gustaría mucho ver algo, alguna ceremonia, porque deben ser muy bonitas, con mucho color y música, pero la negra hace una mueca de susto, y le dice que no, que tiene que mantenerse alejada de todo eso, porque es una religión a veces muy sanguinaria, y que de ninguna manera se acerque por ahí. Porque… Y ahí la negra se queda callada. Y la otra le pregunta qué le pasa, y la negra le dice que hay una leyenda, que no debe ser cierta pero que lo mismo a ella le da miedo, y es la de los zombis. ¿Zombi?, ¿qué es eso?, pregunta la chica, y la negra le hace señas de que no diga esa palabra en voz alta, apenas en voz muy baja. Y le explica que son los muertos que los brujos hacen revivir antes de que se enfríe el cadáver, porque los han matado ellos mismos, con un veneno que preparan, y el muerto vivo ya no tiene voluntad, y obedece todas las órdenes que le dan, y los brujos los usan para que hagan lo que a ellos se les da la gana, y los hacen trabajar, y los pobres muertos vivos, que son los zombis, no tienen más voluntad que la del brujo. Y dice la negra que ahí en las plantaciones hace muchos años unos pobres peones se habían rebelado contra los dueños porque les pagaban poco, y los dueños se pusieron de acuerdo con el brujo principal de la isla para que los matara y los convirtiera en zombis, y así fue que después de muertos los hicieron trabajar en las cosechas de bananas, pero de noche, para que los demás no se dieran cuenta, y los zombis trabajan y trabajan, sin hablar, porque los zombis no hablan, ni piensan, aunque sí sufren, porque en medio del trabajo, cuando la luna los ilumina se los ve que se les caen las lágrimas, pero no se quejan, porque los zombis no hablan, no tienen ya voluntad y lo único que pueden hacer es obedecer y sufrir. Entonces de golpe la chica le pregunta, acordándose del sueño que ella cree que tuvo la noche anterior, si no hay mujeres zombis. Entonces la negra se escapa por la tangente y le dice que no, porque las mujeres no tienen fuerza para los trabajos más rudos del campo y por eso ella cree que no hay mujeres zombis. Y la chica le pregunta si el muchacho no le tiene miedo a esas cosas, y la negra le dice que no, pero que lo mismo conviene, para estar bien con los peones, que él les haya ido a pedir la bendición, a los brujos mismos. Y en eso termina la conversación, y como te decía, después se ve que ellos están juntos la noche de bodas, y muy felices, por primera vez se ve que el muchacho tiene la sensación de paz en la mirada, y se oyen nada más que los cricri de los bichitos de los jardines y el agua de las fuentes. Y ya después se ve que duermen en su cama, pero algo los despierta y alcanzan a distinguir, cada vez más fuerte, el tam-tam que viene desde lejos. Ella tiembla, un escalofrío le recorre el cuerpo. ¿Te sentís mejor? ronda nocturna de enfermeras, temperatura y pulso normal, cofia blanca, medias blancas, buenas noches al paciente.
—Un poco… pero apenas si te puedo seguir el hilo, la noche larga, la noche fría, pensamientos largos, pensamientos fríos, vidrios rotos puntiagudos.
—Pero entonces no te cuento más. La enfermera estricta, la cofia muy alta y almidonada, la sonrisa leve y no exenta de sorna.
—No, de veras, si me distraés me mejoro, seguí por favor, la noche larga, la noche helada, las paredes verdes de humedad, las paredes atacadas de gangrena, el puño herido.
—Bueno, entonces… ¿cómo iba?, se oyen los tambores de muy lejos, y el muchacho también cambia de expresión, y ya no tiene paz, no puede dormir, y se levanta. La chica no dice nada, para hacerse la discreta ni se mueve, se hace la dormida, pero bien que para la oreja y oye un ruido de una puertita de aparador que se abre y el chirrido, y después nada más. Ella no se anima a levantarse y ver, pero él tarda y tarda en volver. Entonces ella se levanta y lo encuentra tirado en un sillón, completamente borracho. Y mira los muebles y ve que hay como una gavetita abierta, donde apenas si cabe una sola botella, una botella de cognac vacía, y el muchacho tiene al lado de él otra botella, por la mitad. Entonces la chica piensa de dónde la sacó, porque en la casa no hay bebidas, y ve que debajo de la botella hay cosas guardadas, en esa gaveta, y son cartas y fotos. Y a duras penas lo lleva al muchacho hasta el dormitorio, y se acuesta al lado de él, para reconfortarlo, de que ella lo quiere y ya no está solo, y él le hace una mirada de agradecimiento, y se queda dormido. Entonces ella trata también de dormirse, pero ya no puede, tan contenta como estaba antes, pero verlo a él tan borracho la ha dejado preocupadísima. Y se da cuenta de que el mayordomo tuvo razón de romper la barrica de ron. Se pone el salto de cama y va a la gavetita a revisar las fotos, porque lo que la tiene intrigadísima es ver una foto de la primera esposa de él. Pero al llegar se encuentra con que la gaveta está cerrada, y con llave. ¿Quién puede haberla cerrado? Mira alrededor y todo está sumido en la mayor oscuridad y mayor silencio, con la excepción de los tambores, que todavía se oyen. Entonces ella va a cerrar las ventanas para no oírlos más, y justo en ese momento dejan de tocar, como si la hubiesen divisado desde kilómetros y kilómetros. Bueno, a la mañana siguiente él es como si no se acordara de nada, y la despierta con el desayuno, de lo más sonriente, y le dice que la va a llevar a un recorrido por la isla. Ella se siente contagiada por la felicidad de él, y se van por el trópico, en un auto hermoso sin capota, suena una música de fondo alegre, de calipso, y van recorriendo unas playas divinas, y ahí viene una escena muy sexy porque ella siente ganas de bañarse, porque ya han pasado por unos palmares hermosos, y unas rocas que dan sobre el mar, y unos jardines naturales de flores gigantescas, y el sol arde pero ella no se acordó de traerse traje de baño, y él le dice que se bañe sin nada, y paran, la chica se desviste detrás de unas rocas y se le ve de muy lejos correr desnuda al mar. Y ya después se los ve que están tirados en la playa, bajo las palmeras, ella con una especie de sarong hecho con la camisa de él, y él con los pantalones puestos, nada más, y descalzo, y no se sabe de dónde viene, viste como es en el cine, pero llegan la palabras de la canción, que dice que al amor hay que saberlo ganar, y que detrás de una senda oscura, llena de acechanzas, el amor espera a todos los que luchan hasta el fin por ganarlo. Y se ve que la chica y el muchacho están de nuevo encantados, y se han olvidado de todo. Y ya se vuelven al atardecer, y cuando suben a una loma del camino, se alcanza a ver al fondo, no muy lejos de ahí, iluminada por el sol que ya está rojo fuego, una casa colonial muy vieja, pero muy linda, y con mucho misterio, porque está como invadida por las plantas, que la tapan casi. Y la chica dice que otro día quiere ir hasta esa casa, y pregunta por qué está como abandonada. Y el muchacho se pone muy nervioso y le dice de mal modo que nunca, nunca se acerque a esa casa, y no le da más explicaciones, que otro día le va a decir por qué la enfermera nocturna no tiene experiencia, la enfermera nocturna es sonámbula, ¿está dormida o despierta?, el turno de noche es largo, está sola y no sabe a quién pedirle ayuda. Qué callado estás, no hacés comentarios…
—Es que estoy embromado, seguí vos, que me hace bien pensar en otra cosa.
—Esperate que perdí el hilo.
—No sé como podés tener en la cabeza todos esos detalles, el cerebro hueco, el cráneo de vidrio, lleno de estampas de santos y putas, alguien tira al pobre cerebro de vidrio contra la pared inmunda, el cerebro de vidrio se rompe, se caen al suelo todas las estampas.
—A pesar de que el paseo había sido tan lindo, la chica ya está otra otra vez preocupada, porque lo ha visto de nuevo nervioso, a raíz de la cuestión de la casa esa, que parece abandonada. Y cuando llegan a su mansión, el muchacho se da una ducha, y mientras tanto ella se tienta de buscarle en la ropa las llaves y revisar la gaveta esa de la noche anterior. Y va y le revisa los pantalones, y encuentra el llavero, y va corriendo a la gaveta: en el llavero hay una sola llave chiquita, la prueba y es ésa. Abre. Hay una botella de cognac llena, ¿quién la puso ahí?, porque desde la noche anterior ella no se ha alejado un minuto del marido, y él no fue quien puso la botella, ella lo hubiese visto. Y debajo de la botella hay cartas, son cartas de amor, firmadas por él y otras firmadas por la primera mujer, y más abajo hay fotos, fotos de él y otra mujer, ¿sería la primera esposa?, a la chica le parece reconocerla, le parece haberla visto antes, de veras está segura de haber visto esa cara antes, en alguna parte, pero ¿dónde? Se la ve muy interesante en las fotos, una mujer muy, muy alta, de pelo rubio largo. La chica sigue mirando las fotos, y por ahí encuentra una que es un retrato, la cara sola, bien grande, los ojos muy claros, una mirada un poco perdida… ¡y la chica entonces se acuerda!, es la mujer que la perseguía en la pesadilla, la mujer con cara de loca, vestida de negro hasta los pies… Y en eso se da cuenta la chica que ya el agua de la ducha no se oye más caer, ¡y el marido la puede pescar revolviendo las cosas! Entonces rapidísimo trata de acomodar todo, pone la botella encima de las cartas y fotos, cierra, y va al dormitorio, ¡y ve que él ya está allí, envuelto en una toalla inmensa de baño, muy sonriente! Ella no sabe qué hacer, y se le ofrece para secarle la espalda, no sabe cómo entretenerlo, distraerlo, la pobre enfermera, no tiene suerte, le dan el enfermo más grave y no sabe qué hacer para que esa noche no muera o la mate, más fuerte que nunca el peligro al contagio porque él ya va a empezar a vestirse, pero el terror es que ella tiene el llavero en una mano, y él se va a dar cuenta. Y ella le seca la espalda con una mano, y mira el pantalón de él, que está tirado en una silla, y no sabe cómo hacer para meterle las llaves en el bolsillo. Y entonces se le ocurre una idea, y le dice que le gustaría peinarlo ella. Y él le dice que sí, y que el peine quedó en el baño, que vaya a buscarlo, y ella dice que no es nada caballeresco que le pida eso, y entonces él va a buscarlo y mientras ella aprovecha a meterle las llaves en el bolsillo justito a tiempo y cuando él vuelve lo peina y le acaricia la espalda desnuda. Y la pobre recién respira aliviada. Y pasan unos días, y la chica se da cuenta que el muchacho a medianoche se levanta porque no puede dormir, y ella se hace la dormida, porque tiene miedo de tratar el tema con él, y a la madrugada se levanta para traerlo a él hasta la cama, porque siempre termina borracho perdido tirado en su sillón. Y ella mira la botella, y siempre es una distinta, llena, ¿y quién es que la pone ahí en la gaveta? La chica no se atreve a preguntarle nada, porque él cuando vuelve cada tarde de las plantaciones está muy contento de encontrarla a ella esperándolo, haciendo algún bordado, pero a medianoche se vuelven a oír siempre los tambores, y ahí es que él parece que se obsesiona con algo, y ya no puede conciliar el sueño, si no es emborrachándose. Entonces, claro, la chica se va intranquilizando cada vez más, y en un momento que el muchacho está afuera trata de hablar algo con el mayordomo, y sacarle algún secreto, de por qué el marido está tan nervioso a veces, pero el mayordomo le dice con un suspiro de resignación que hay muchos problemas con los peones, etc. etc., y al fin de cuentas no le dice nada. Bueno, la cuestión es que la chica, una vez que el muchacho le dice que se va con el mayordomo todo el día a la plantación que está más lejos de todo y no vuelve hasta el otro día, ella decide irse sola caminando hasta la casa aquella abandonada, porque está segura de que ahí va a averiguar algo. Y después de tomar el té a eso de las cinco, cuando ya el sol no está tan fuerte, el muchacho y el mayordomo salen de viaje, y la chica al rato sale también. Y va buscando el camino a la casa abandonada, y se pierde, y se le va haciendo tarde, ya es casi de noche cuando consigue llegar a esa loma desde donde se veía la casa esa, y no sabe si volverse o no, pero la curiosidad puede más, y sigue hasta la casa. Y ve que adentro se enciende una luz, y eso la anima más. Pero llegando a la casa, que de veras está medio tapada por las plantas salvajes, no oye nada, por las ventanas se ve que sobre una mesa hay una vela, y la chica se anima a abrir la puerta y mira adentro, y ve que en un rincón hay un altar de vudú, con más velas encendidas, y entra más para ver qué hay en el altar, y se acerca, y en el altar ve una muñeca de pelo negro con un alfiler clavado en el centro del pecho, ¡y la muñeca está vestida con un trapo que le forma un vestido igual al que ella misma llevaba el día del casamiento! Y ahí se desmaya casi de espanto y se da vuelta para correr afuera por la misma puerta que entró… ¿y qué ve en la puerta?… un negro altísimo, de ojos desorbitados, vestido nada más que con un pantalón todo raído, y con la mirada totalmente de loco, que la mira y le cierra la salida. Ahí la pobre chica lo único que puede hacer es lanzar un grito de horror, pero el negro, que es lo que ahí llaman zombi, un muerto vivo, se va acercando a ella, con los brazos estirados, igual que la mujer de aquella otra noche en el jardín. Y la chica vuelve a pegar otro grito, y corre a otra pieza y cierra la puerta con llave detrás de ella, una pieza casi a oscuras, con una ventana casi tapada de matorrales por donde entra un poquito de luz apenas, del crepúsculo, y la pieza tiene una cama, que poco a poco la chica empieza a vislumbrar, cuando se acostumbra a la oscuridad. Y se sacude toda, casi ahogada por el llanto y el miedo, cuando ve que en la cama… algo se mueve… y es… ¡la mujer aquella, pálida, desgreñada, con el pelo hasta la cintura, y con el mismo trapo negro que la envuelve, que se levanta y la mira, y se le acerca!, en la pieza sin salida, encerrada… La chica quiere ya morirse de miedo, y ya ni gritar puede, cuando desde la ventana se oye una voz que le da una orden a la mujer zombi que vuelva atrás y se vuelva a acostar… y es la negra buena. Y le dice a la chica que no se asuste, y que ella va a entrar y la va a proteger. La chica le abre la puerta, la negra la abraza y la tranquiliza; detrás, en el marco de la puerta de salida, está el negro gigante, pero le hace caso en todo a la negra vieja, que le dice que a la chica la tiene que cuidar, y no atacar. El negro zombi le obedece, también la otra zombi, la mujer toda desgreñada, porque la negra le ordena volverse a acostar, y la mujer se acuesta. Entonces la negra la agarra cariñosa de los hombros a la chica y le dice que la va acompañar de vuelta a la casa, en un carrito de burros, y en el camino le cuenta toda la historia, porque la chica ya se ha dado cuenta que la muerta viva con el pelo rubio largo hasta la cintura… es la primera mujer de su marido. Y la negra le empieza el relato, la enfermera tiembla, el enfermo la mira, ¿le pide morfina?, ¿le pide caricias?, ¿o quiere que el contagio sea fulminante y mortal?
—El cráneo de vidrio, también todo el cuerpo de vidrio, fácil de romper un muñeco de vidrio, pedazos de vidrio filosos y fríos en la noche fría, la noche húmeda, gangrena en las manos tajeadas, por el puñetazo ¿Me perdonás si te digo una cosa?
—El paciente se levanta y camina de noche descalzo, toma frío, empeora ¿Qué? Decime.
—El cráneo de vidrio lleno de estampas de santos y putas, estampas viejas y amarillentas, caras muertas dibujadas en estampas de papel ajado, adentro en mi pecho las estampas muertas, estampas de vidrio, filosas, tajean, infectan de gangrena el pecho, pulmones, corazón Estoy muy deprimido, no te puedo casi seguir lo que me contás. Me parece que si lo seguimos mañana es mejor, ¿verdad? Y así hablamos de otras cosas.
—Perfecto, ¿de qué querés que hablemos?
—Estoy tan jodido… no te podés imaginar. Y tan confundido… bueno, estaba…, ahora ya veo un poco más claro, es la cosa que te dije de mi compañera, que tengo mucho miedo por ella, porque está en peligro… pero de quien quiero noticias, a quien tengo ganas de ver, no es a ella. Y ganas de tocarla, no es a ella que tengo ganas, y de abrazarla, porque me duele, hasta me duele el cuerpo de ganas… de sentirla cerca, porque me parece que Marta sola me podría revivir, porque me siento muerto, te juro. Tengo la impresión de que nada más que ella me podría revivir.
—Hablá, yo te escucho.
—Vos te vas a reír de lo que te voy a pedir.
—No, ¿por qué?
—Si no te molesta, encendé la vela… Me gustaría dictarte una carta para ella, bueno, para lo que sabés. Yo me mareo si fijo la vista.
—Pero ¿qué tendrás?, ¿no será algo más?, que la descompostura quiero decir.
—No, es de débil que estoy, y quiero de algún modo aliviarme, viejo, porque no doy más. A la tarde traté de escribirle, pero me bailaban las letras.
—Claro, esperá que encuentro los fósforos.
—Vos sos muy bueno conmigo.
—Ya está. ¿Lo hacemos en borrador en cualquier papel, o cómo querés?
—Sí, en borrador, porque no sé bien qué le voy a decir. Tomá mi birome.
—Esperate que le saco punta al lápiz.
—No, agarrá mi birome te digo.
—Bueno, pero no te sulfures.
—Perdona, estoy que veo todo negro.
—Bueno, dictame.
—Querida… Marta: te extrañará… recibir esta carta. Me siento… solo, te necesito, quiero hablar con vos, quiero… estar cerca tuyo, quiero… que me digas… una palabra de aliento. Estoy en mi celda, quién sabe dónde estarás vos a esta hora… y cómo estarás, y en qué pensarás, y necesidad de qué tendrás… Pero te voy a escribir esta carta, aunque no te la mande, quién sabe lo que pasará… pero dejame que te hable… porque tengo miedo… de que me explote algo adentro… si no me desahogo un poco. Si pudiéramos hablar vos me entenderías…
—«… vos me entenderías»…
—Perdón, Molina, ¿cómo era que le dije que no le voy a mandar la carta? Leeme por favor.
—«Pero te voy a escribir esta carta, aunque no te la mande».
—Agrégale por favor, «… Pero sí te la voy a mandar».
—«Pero sí te la voy a mandar». Seguí. Estábamos en «Si pudierámos hablar vos me entenderías».
—… porque en este momento no podría presentarme ante mis compañeros y hablarles, me daría vergüenza ser tan débil… Marta, siento que tengo derecho a vivir algo más, y a que alguien me eche un poco de… miel… sobre las heridas…
—Ya… seguí.
—… adentro estoy todo llagado, y solamente vos me vas a comprender… porque vos también fuiste criada en tu casa limpia y cómoda para gozar de la vida, y yo como vos no me conformo a ser un mártir, Marta, me da rabia ser mártir, no soy un buen mártir, y en este momento pienso si no me equivoqué en todo… Me torturaron, y no confesé nada… claro que me ayudaba que yo nunca supe los nombres verdaderos de mis compañeros, y les dije los nombres de batalla, porque con eso no podían avanzar nada, pero adentro mío tengo otro torturador… y desde hace días no me da tregua… Es que estoy pidiendo justicia, mirá qué absurdo lo que te voy a decir, estoy pidiendo que haya una justicia, que intervenga la providencia… porque yo no me merezco podrirme para siempre en esta celda, o ya sé, ahora veo más claro, Marta… tengo miedo porque estoy enfermo… y tengo miedo… miedo terrible de morirme… y que todo quede ahí, que mi vida se haya reducido a este poquito, porque pienso que no me lo merezco, que siempre actué con generosidad, que nunca exploté a nadie… y que luché, desde que tuve un poco de discernimiento… contra la explotación de mis semejantes… Y yo, que siempre putié contra las religiones, porque confunden a la gente y no dejan que se luche por la igualdad… estoy sediento de que haya una justicia… divina. Estoy pidiendo que haya un Dios… con mayúscula escribilo, Molina, por favor…
—Sí, seguí.
—¿Cómo iba?
—«Estoy pidiendo que haya un Dios».
—… un Dios que me vea, y me ayude, porque quiero salir algún día a la calle, y que sea pronto, y no morirme. Y a veces me pasa por la cabeza que nunca, nunca más voy a tocar a una mujer, y no me puedo conformar… y cuando pienso en las mujeres… no te veo en la imaginación más que a vos, y casi sería un alivio creer que en este momento, de aquí a que te termine esta carta, vos vas a pensar en mí… y te vas a pasar la manó por tu cuerpo que tan bien recuerdo…
—Esperá, no vayas tan rápido.
—… por tu cuerpo que tan bien recuerdo, y vas a pensar que es mi mano… y qué consuelo tan grande sería… mi amor, que pudiera ocurrir eso… porque sería como tocarte yo mismo, porque algo de mí te quedó adentro tuyo, ¿verdad?, como a mí también me quedó dentro de la nariz tu perfumito… y debajo de la yema de los dedos tengo también la sensación de que tengo tu piel… como memorizada, ¿me entendés? Aunque no es cuestión de entender… es cuestión de creerlo, y a veces estoy convencido de que me llevé algo tuyo… y que no lo perdí, y a veces no, siento que no estoy en esta celda más que yo solo…
—Sí…, «… que yo solo…», seguí.
—… y que nada deja huella, y que la suerte de haber sido tan feliz junto a vos, de haber pasado esas noches, y tardes, y mañanas de puro goce, ahora no me sirve para nada, al contrario, todo eso se vuelve contra mí… porque te extraño como un loco, y lo único que siento es la tortura de mi soledad, y en la nariz tengo nada más que el olor asqueroso de la celda, y de mí mismo… que no me puedo bañar porque estoy enfermo, debilitadísimo, y el agua fría me podría dar una pulmonía, y debajo de la yema de los dedos lo que siento es el frío del miedo a la muerte, en los huesos ya siento ese frío… Qué terrible es perder la esperanza, y eso es lo que me ha pasado… el torturador que tengo adentro me dice que ya se acabó todo, que esta agonía es mi última experiencia sobre la tierra… y hablo como un cristiano, como si después viniera otra vida, que no la hay, ¿verdad que no?…
—Perdoname que te interrumpa…
—¿Qué pasa?
—Cuando termines de dictarme recordame que te quiero decir una cosa.
—¿Qué cosa?
—Bueno, que se podría hacer una cosa…
—¿Qué? Hablá.
—Porque si te bañás en la ducha helada te morís, con lo débil que estás.
—Pero ¿qué se puede hacer?, ¡hablá de una vez, carajo!
—Que yo te podría ayudar a limpiarte. Mirá, en la cacerola calentamos agua, y hay dos toallas, a una la enjabonamos y te la pasás vos por delante y te la paso yo por la espalda, y con la otra toalla húmeda te quitás el jabón.
—¿Y así no me picaría más el cuerpo?
—Claro, vamos de a pedacitos, así no tomás frío, primero el cuello y las orejas, después debajo de los brazos, los brazos, el pecho, después la espalda, y así todo.
—¿De veras me ayudarías?
—Pero claro, hombre.
—¿Y cuándo?
—Ahora mismo si querés pongo a calentar el agua.
—¿Y después podría dormir tranquilo, sin picor?
—Tranquilo, y sin picor. En un rato se calienta el agua.
—Pero el kerosén es tuyo, y se gasta.
—No importa, terminamos la carta mientras.
—Dámela.
—¿Para qué la querés?
—Dámela te digo, Molina.
—Tomá.
—…
—¿Qué hacés?
—Esto.
—¿Por qué la rompés?
—No hablemos más del asunto.
—Como quieras.
—Está mal dejarse llevar por la desesperación…
—Pero está bien desahogarse. Vos me lo decías a mí.
—Pero a mí me hace mal. Yo tengo que aguantarme…
—…
—Escuchame, vos sos muy bueno conmigo, de veras te lo agradezco de corazón. Y algún día que pueda te demostraré mi agradecimiento, te lo aseguro. … ¿Tanta agua vas a gastar?
—Si, se necesita. … Y no seas sonso, no hay nada que agradecer.
—Cuánta agua…
—…
—Molina…
—¿Uhm?
—Mirá las sombras que echa el calentador.
—Sí, yo siempre las miro, ¿vos nunca las mirás?
—No, no me había dado cuenta.
—Sí, yo me entretengo mucho mirando las sombras mientras está el calentador prendido.