VII

—«Querido, vuelvo otra vez a conversar contigo… La noche, trae un silencio que me invita a hablarte… Y pienso, si tú también estarás recordando, cariño… los sueños tristes de este amor extraño…».

—¿Qué es eso, Molina?

—Un bolero, Mi carta.

—Sólo a vos se te ocurre una cosa así.

—¿Por qué?, ¿qué tiene de malo?

—Es romanticismo ñoño, vos estás loco.

—A mí me gustan los boleros, y éste es precioso. Lo que sí perdoname si fui inoportuno.

—¿Por qué?

—Porque recibiste esa carta y te quedaste tan caído.

—¿Y qué tiene que ver?

—Y yo meta tararear de cartas tristes. Pero no lo tomás como una ofensa… ¿verdad?

—No.

—¿Por qué estás así?

—Eran malas noticias. ¿Te diste cuenta?

—Qué sé yo… Sí, te quedaste serio.

—Eran noticias malas de veras. Podés leer la carta si querés.

—No, mejor no…

—Pero no empieces con lo mismo de anoche, vos qué tenés que ver con mis cosas, no te van a ir a preguntar nada. Además ya la abrieron y leyeron ellos antes que yo, qué piola que sos.

—Claro, eso sí.

—Si querés leerla la podés leer, ahí está.

—La letra me parece que era unas garrapatas, si querés leémela vos.

—Es una piba que no tuvo demasiada educación.

—Ves qué tonta que soy, no se me había ocurrido que acá te abren las cartas si quieren. Así claro que no me importa que la leas.

—«Querido mío: Hace mucho que no te escribía porque no tenía coraje para decirte todo esto que pasó y vos seguramente lo comprenderás porque sos más inteligente que yo, eso seguro. También no te escribí antes para darte la noticia del pobre tío Pedro porque me dijo su mujer que te había escrito. Yo sé que vos no querés que se hable de esas cosas porque la vida sigue y se necesita mucha valentía para seguir en la lucha por la vida, pero a mí es lo que más me ha embromado desde que soy vieja». Todo esto es clave, te diste cuenta, ¿no?

—Bueno, está muy arrevesado, de eso me di cuenta.

—Cuando dice «desde que soy vieja», quiere decir desde que entré en el movimiento. Y cuando dice «la lucha por la vida» es la lucha por la causa. Y tío Pedro, por desgracia es un muchacho de 25 años, compañero nuestro del movimiento. Y yo no sabía nada que se había muerto, la otra carta no me la entregaron nunca, aquí se les debe haber roto cuando la abrieron.

—Ah…

—Y por eso esta carta me jodió tanto, yo no sabía nada.

—Lo siento mucho.

—Qué se va a hacer…

—…

—…

—Seguime la carta.

—A ver… «… desde que soy vieja. Bueno, vos que sos más fuerte, como yo querría ser, ya estarás resignado. Yo sobre todo lo extraño mucho al tío Pedro porque me quedó un poco la familia a mi cargo, y es mucha responsabilidad. Mirá peladito, que me dijeron que te pelaron bien, y qué lástima que yo no me puedo hacer el plato viéndote, vos que tenías la melenita de oro, siempre me acuerdo todo lo que hablábamos, sobre todo de no dejarnos tirar abajo por las cosas personales, y siguiendo tu consejo traté de arreglarme como pude». Cuando dice que le quedó la familia a su cargo quiere decir que ella ahora está al frente de nuestro grupo.

—Ah…

—Sigo. «Yo te estaba extrañando cada vez más y por eso, sobre todo después de la muerte del tío Pedro, le di permiso a mi sobrina Mari para que tuviera relaciones con un muchacho que vos no conociste y que viene a casa y es muy bueno para ganarse la vida. Pero yo le dije a mi sobrina que no lo haga dándole importancia, porque eso es fatal, y es nada más que la camaradería necesaria para que ella tenga fuerzas para la lucha por la vida». La sobrina Mari es ella misma, y que el muchacho nuevo es bueno para ganarse la vida, quiere decir que es buen elemento de lucha. ¿Me entendés?, de pelea.

—Sí, pero no entiendo lo de las relaciones.

—Quiere decir que me estaba extrañando mucho, y nosotros tenemos el pacto de no encariñarnos demasiado con nadie, porque eso después te paraliza cuando tenés que actuar.

—¿Actuar de qué forma?

—Actuar. Arriesgar la vida.

—Ah…

—Nosotros no podemos estar pensando en que alguien nos quiere, porque nos quiere vivo, y entonces eso te da miedo a la muerte, bueno, no miedo, pero te da pena que alguien sufra por tu muerte. Y entonces ella está teniendo relaciones con otro compañero. …Te sigo. «Estuve pensándolo mucho si te lo tenía que decir o no, pero como te conozco sé que preferirás que te lo cuente yo. Por suerte los negocios van bien, y tenemos fe en que pronto nuestra casa entre en una vía próspera de una vez. Es de noche, y pienso que a lo mejor vos también estás pensando en mí. Te abraza muy fuerte, Inés». Cuando dice casa, quiere decir el país.

—Yo anoche no te entendí bien, me dijiste que tu compañera no era como me habías dicho.

—Qué mierda, de leerte la carta ya me mareé…

—Estarás muy débil…

—Tengo un poco de náusea.

—Echate y cerrá los ojos.

—Qué porquería, te juro que ya me sentía bien.

—Quedate quietito, fue de fijar la vista. Cerrá bien los ojos.

—Parece que pasa…

—No tendrías que haber comido, Valentín. Te dije que no comieras.

—Es que tenía un hambre bárbaro.

—Ayer estabas bien, comiste y te jodiste, y hoy otra vez ya te mandaste todo el plato. Prometeme que mañana no probás bocado.

—No hables de comida, que me da repugnancia.

—Perdoname.

—Sabés una cosa… yo me reía de tu bolero, y la carta que recibí por ahí dice lo mismo que el bolero.

—¿Te parece?

—Sí, me parece que no tengo derecho a reírme del bolero.

—A lo mejor vos te reiste porque te tocaba muy de cerca, y te reías… por no llorar. Como dice otro bolero, o un tango.

—¿Cómo era tu bolero?

—¿Qué parte?

—Decilo todo completo.

—«Querido, vuelvo otra vez a conversar contigo… La noche, trae un silencio que me invita a hablarte… Y pienso, si tú también estarás recordando, cariño… los sueños tristes de este amor extraño… Tesoro, aunque la vida no nos una nunca, y estemos —porque es preciso— siempre separados… te juro, que el alma mía será toda tuya, mis pensamientos y mi vida tuyos, como es tan tuyo… este dolor…», o «este penar». El final no me acuerdo bien, creo que es así.

—No está mal, de veras.

—Es divino[6].

—¿Cómo se llama?

Mi carta, y es de un argentino, Mario Clavel.

—Yo creí que era de un mexicano, o cubano.

—Yo sé todos los de Agustín Lara, o casi todos.

—Me pasó un poco el mareo, pero me empiezan las puntadas abajo… me parece.

—Relajate bien.

—La culpa es mía, por haber comido.

—No pienses en el dolor, ni te pongas nervioso. Porque es todo nervioso, vos charlá, de cualquier cosa.

—Como te dije, aquella piba de que te hablé, de familia burguesa, y de costumbres muy liberales, no es mi compañera, la que me escribió.

—¿Y ésta quién es?

—Aquella de que te hablé entró conmigo en el movimiento, pero vino un momento en que se abrió, y trató en lo posible que yo también me abriera.

—¿Por qué?

—Ella estaba demasiado apegada a la vida, estaba feliz conmigo, y con la relación nuestra le bastaba. Y ahí empezamos a andar mal, porque sufría cuando yo desaparecía por algunos días, y cada vez que yo volvía lloraba y eso no era nada, cuando me empezó a ocultar llamadas de mis compañeros, y me llegó hasta a interceptar cartas, bueno, ahí se terminó.

—¿Hace mucho que no la ves?

—Casi dos años. Pero siempre me acuerdo de ella. Si no se me hubiese vuelto así…, una madre castradora… Bueno, no sé, todo estaba destinado a que nos separásemos.

—¿Porque se querían demasiado?

—Eso también suena a bolero, Molina.

—Pero tonto, es que los boleros dicen montones de verdades, es por eso que a mí me gustan tanto.

—Lo bueno es que ella me hacía frente, teníamos una verdadera relación, ella nunca se sometió, ¿cómo te podría decir?, nunca se dejó manejar, como una hembra cualquiera.

—¿Qué querés decir?

—Ay, viejo…, me parece que me voy a sentir mal otra vez.

—¿Dónde te duele?

—Abajo, los intestinos…

—No te enerves, Valentín, eso es lo peor. Quedare tranquilito. —Sí.

—Recostate bien.

—Vos no sabés la tristeza que tengo…

—¿Qué te pasa?

—Pobre pibe, si lo hubieses conocido… No sabés qué pibe bueno era, pobrecito…

—¿Cuál?

—Ese pibe que murió.

—Se ganó el cielo, de eso estate seguro.

—Ojalá pudiera creer que sí, hay veces que uno quisiera creer, que la gente buena tiene una recompensa, pero yo no puedo creer en nada. Uy… Molina, te voy a dar lata otra vez… rápido, llamá que abran la puerta.

—Aguantá un segundito… que ya…

—Ay… ay… no, no llamés…

—No te aflijas, ahora te doy para limpiarte.

—Ay… ay… no sabés qué fuerte es, un dolor como si me clavaran un alambre en las tripas…

—Aflójate bien, largá todo que después yo lavo la sábana.

—Por favor, haceme un bollo con la sábana, porque estoy largando todo líquido.

—Sí, … así, eso es, quedate tranquilito… vos largá no más, que me llevo la sábana después a la ducha, que es martes.

—Pero ésta era tu sábana…

—No importa, lavo la tuya también, por suerte jabón todavía tengo.

—Gracias… Sabés, me está aliviando ya…

—Vos quedate tranquilo, y si te parece que ya largaste todo, cagón que sos, decime, así te limpio.

—…

—¿Se te pasa?

—Parece que sí, pero me vino mucho frío.

—Ahora te doy mi frazada para reforzarte.

—Gracias.

—Pero primero date vuelta que te limpio, si ya te parece que está.

—Esperá un ratito. Disculpame que me reí hoy, de lo que decías, de tu bolero.

—Qué momento de hablar de boleros.

—Escuchame, creo que ya pasó, pero yo solo me limpio… Si no me mareo al levantar la cabeza.

—Probá despacio.

—No, todavía estoy mareado, no hay caso…

—Bueno, yo te limpio, no te aflijas. Quedate tranquilo.

—Gracias…

—A ver… así, y un poco por acá… Date vuelta despacio, … así. Y al colchón no pasó, menos mal. Y por suerte tenemos bastante agua, así que mojo esta punta limpia de la sábana, y te limpio bien.

—No sé cómo agradecerte.

—No seas sonso. A ver… levantá un poco para allá. Así… muy bien.

—De veras, te lo agradezco tanto, porque no voy a tener fuerzas para ir a las duchas.

—No, y el agua helada te reventaría.

—Uy, que está fría el agua ésta también.

—Abrí un poco más las piernas… Así.

—¿No te da asco?

—Callate. Otra punta mojada de la sábana, … así…

—…

—Ya estás quedando bien limpito… Y ahora con una punta seca… Lástima que ya no me quede talco.

—No importa. Basta con quedar seco.

—Sí, tengo otro pedazo de sábana más, para secarte. Así… ya estás bien séquito.

—Ay, cuánto mejor me siento… Gracias, viejo.

—Esperá, ahora… a ver… que te envuelvo en la frazada, como un matambre. A ver… levantate de este lado.

—¿Así?

—Sí… Espera, …y ahora de este lado, así no te viene frío. ¿Estás cómodo así?

—Sí, muy bien… Mil gracias.

—Y ahora no te muevas para nada, que te pase el mareo.

—Sí, ya me va a pasar pronto.

—Lo que quieras, yo te lo alcanzo, vos no te muevas.

—Y te prometo no reírme más de tus boleros. La letra ésa que me dijiste… es muy linda.

—A mí me gusta cuando dice, «… Y pienso, si tú también estarás recordando, cariño… los sueños tristes de este amor extraño…», ¿verdad que es divino?

—¿Sabés una cosa?… Yo una vez lo limpié al hijito de este muchacho, del pobrecito que mataron. Vivimos un tiempo escondidos en el mismo departamento, con la mujer de él y el pibito… Quién sabe que va a ser de él, no debe tener ni tres años, precioso el chiquito… Y vos no sabés lo peor, y es que a nadie de ellos les puedo escribir, porque cualquier cosa sería comprometerlos, o qué… peor todavía, señalarlos.

—¿A tu compañera tampoco?

—Menos que menos, ella está a cargo del grupo. Ni con ella ni con nadie, me puedo comunicar. Y como tu bolero, «porque la vida no nos unirá nunca», al pobre muchacho ya nunca más le voy a poder escribir una carta, ni decirle una palabra.

—Es «… aunque la vida no nos una nunca…».

—Nunca. Qué palabra tan terrible, hasta ahora no me había dado cuenta… de lo terrible que es… esa… pa… palabra. … Perdoname.

—No, desahogate, desahogate todo lo que puedas, llorá hasta que no puedas más, Valentín.

—Es que me da tanta pena… Y no poder hacer nada, acá, encerrado, y no poder ocuparme de la mu… mujer, del hiji… hijito… Ay viejo, qué triste que… es…

—Qué se le va a hacer…

—A… ayúdame a sacar el brazo de… de la frazada…

—¿Para qué?

—Da… dame la mano, Molina, fuerte…

—Claro. Apretá bien.

—Que no me quiero seguir sacudiendo así…

—Qué importa que te sacudas, así te aliviás.

—Y hay una cosa más, que me jode mucho. Es algo muy jodido, muy bajo…

—Contame, desahogate.

—Es que de quien que… querría recibir ca… carta, en este momento, a quien querría tener bien cerca, y abrazarla… no es a mi… compañera, sino a la otra… de que te hablé.

—Si es lo que sentís…

—Sí, porque yo ha… hablo mucho pero… pero en el fondo lo que me… me… me… sigue gustando es… otro tipo de mujer, adentro mío yo soy igual que todos los reaccionarios hijos de puta que me mataron a mi compañero… Soy como ellos, igualito.

—No es cierto.

—Sí, no nos engañemos.

—Si fueras como ellos no estarías acá.

—«… los sueños tristes de este amor extraño…»… ¿Y sabés por qué me molestó cuando empezaste con el bolero? Porque me hiciste acordar de Marta, y no de mi compañera. Por eso. Y hasta pienso que Marta no me gusta por ella misma, sino porque tiene… clase, como dicen los perros clasistas hijos de puta… de este mundo.

—No te torturés… Cerrá los ojos y tratá de descansar.

—Me viene todavía un poco de mareo, por ahí.

—Te caliento agua para un té de manzanilla, que todavía queda porque nos olvidamos que estaba…

—No te creo…

—Te lo juro, estaba detrás de mis revistas, por eso se salvó.

—Pero es tuyo, y a vos te gusta.

—Pero te va a hacer bien, callate un poco, vas a ver que te va a hacer descansar un buen rato…

…………………………………

Un muchacho que urde un plan, un muchacho que acepta la invitación de su madre a verla en la ciudad, un muchacho que miente a su madre asegurándole su oposición a la guerrilla, un muchacho que promete a su madre regresar a París, un muchacho que cena a solas con su madre a la luz de candelabros, un muchacho que promete a su madre acompañarla en un viaje por mundanos centros de deporte invernal europeos como lo hiciera de niño apenas terminada la guerra, una madre que le habla de bellas muchachas casaderas de la aristocracia europea, una madre que le habla de todo cuanto heredará, una madre que le propone ya poner a nombre del hijo cuantiosas riquezas, una madre que oculta las razones por las cuales no puede ya acompañarlo a Europa, un muchacho que busca el paradero del exadministrador, un muchacho que se entera de que él mismo es el cerebro del Ministerio de Seguridad, un muchacho que se entera de que el exadministrador es jefe del servicio secreto de acción contrarrevolucionaria, un muchacho que quiere convencer a su madre de irse ya con él a Europa, un muchacho que quiere usufructuar de sus bienes y repetir su viaje de niño para esquiar junto a su bella madre, un muchacho que decide dejarlo todo y huir con su madre, un muchacho que propone el viaje a su madre, un muchacho cuyo proyecto es rechazado por la madre, una madre que confiesa tener otro plan, una madre que quiere rehacer su vida sentimental, una madre que va a despedirlo al aeropuerto y allí le confiesa su próximo casamiento con el exadministrador, un muchacho que se finge entusiasta con el proyecto, un muchacho que baja en la primera escala y toma otro avión de regreso, un muchacho que se une a los guerrilleros de la montaña, un muchacho decidido a limpiar el nombre de su padre, un muchacho que se reencuentra con la campesina que lo condujera por primera vez a la montaña, un muchacho que se da cuenta de que ella está embarazada, un muchacho que no desea un hijo indio, un muchacho que no desea mezclar su sangre con la sangre de la india, un muchacho que se avergüenza de sus sentimientos, un muchacho que no puede acariciar a la futura madre de su hijo, un muchacho que no sabe cómo limpiar su culpa, un muchacho que encabeza el asalto guerrillero a la hacienda donde están su madre y el exadministrador, un muchacho que circunda la hacienda, un muchacho que abre fuego contra su propia casa, un muchacho que abre fuego contra su propia sangre, un muchacho que exige la rendición de los ocupantes, un muchacho que ve salir al exadministrador escudándose cobardemente en su madre como rehén, un muchacho que ordena hacer fuego, un muchacho que oye el grito desgarrador de su madre pidiendo clemencia, un muchacho que detiene la ejecución, un muchacho que exige la confesión sobre la verdadera muerte de su padre, una madre que se zafa de los brazos que la aprisionan y confiesa toda la verdad, una madre que cuenta cómo su amante urdió una trampa para que el padre apareciera como asesino del fiel capataz, una madre que confiesa que su marido fue inocente, un muchacho que ordena la ejecución de su madre después de ordenar la ejecución del exadministrador, un muchacho que pierde la razón y al ver a su madre agonizante empuña la ametralladora para ejecutar a los soldados que acaban de acribillarla, un muchacho que es ejecutado inmediatamente, un muchacho que siente arder en su vientre las balas guerrilleras, un muchacho que alcanza a ver entre el pelotón de fusilamiento los ojos acusadores de la campesina, un muchacho que antes de morir quiere pedir perdón y no puede ya emitir la voz, un muchacho que ve en los ojos de la campesina una condena eterna.