—Y ése es el principio del romance entre Leni y el oficial. Se empiezan a querer con locura. Ella todas las noches le dedica sus canciones desde el escenario, sobre todo una. Es una habanera, se va levantando el telón y entre las palmeras hechas de papel plateado, como el de los cigarrillos, ¿viste?, bueno, detrás de las palmeras se ve la luna llena bordada en lentejuelas que se refleja en el mar hecho de una tela sedosa, el reflejo de la luna también en lentejuelas. Es un muelle tropical, un muelle de una isla, y lo único que se oye es el vaivén de las olas, que lo simula la orquesta con maracas. Y hay un velero a todo lujo, fingido en cartón, pero que parece de verdad. Un hombre de sienes canosas muy buen mozo en el timón, con gorra de capitán y fumando una pipa, y un foco fuertísimo de golpe ilumina al lado de él la puertita abierta que va a las cabinas y ahí aparece ella, muy seria que mira al cielo. Él le hace una caricia pero ella se la esquiva. Ella está con el pelo suelto, raya al medio, un traje largo de encaje negro, pero no transparente, sin mangas, dos breteles finitos y nada más, pollera vaporosa. Ahí empieza la orquesta una especie de introducción y ella ve a un muchacho isleño que en la playa arranca una flor a una planta de orquídeas salvajes, y que se sonríe y medio le guiña el ojo a la chica isleña que se le acerca. Él le pone la flor en el pelo y la besa, se abrazan y se van a la oscuridad de la selva, sin darse cuenta que la flor se le ha caído del pelo a la isleña. Y hay un primer plano de esa orquídea salvaje pero finísima, caída en la arena, y sobre la orquídea va apareciendo esfumada la cara de Leni, como si la flor se transformase en mujer. Entonces se levanta un viento medio de tormenta pero los marineros gritan que es favorable y va a zarpar el velero, y ella baja por el muelle hasta la arena, y levanta la flor que es hermosa, fingida en terciopelo. Y canta.
—¿Qué dice?
—Andá a saber…, porque no traducían las canciones. Pero era triste, como de persona que ha perdido su gran amor y quiere resignarse pero no puede, y que se deja llevar por el destino. Sí, debía ser eso, porque ella cuando le dicen que el viento es favorable se sonríe muy triste, porque la lleve donde la lleve el viento ya le da igual. Y así cantando se vuelve al velero, que poco a poco va saliendo por un costado del escenario, con ella en la popa que sigue con la mirada perdida detrás de las palmeras, que es donde empieza lo más negro de la selva.
—Ella siempre termina con la mirada perdida.
—Pero vos no sabés los ojos que tiene esa mujer, muy negros, sobre esa piel tan blanca. Y me olvidaba lo mejor: cuando ya aparece al final en la popa del velero, se ha puesto la flor de terciopelo en el cabello, a un costado, y no se sabe qué es más suave, si el terciopelo de la orquídea o el cutis de ella, que es como de pétalo de alguna flor, de una magnolia pienso yo. Y después siguen aplausos y escenas cortas de ellos dos que son muy felices, de tarde en las carreras de caballos, ella toda de blanco con una capelina transparente y él con galera, y después brindando en un yate que corre por el río Sena, y después él de smoking que en el reservado de una boite rusa apaga los candelabros y en la penumbra abre un estuche y saca un collar de perlas que no se sabe cómo pero aunque esté oscuro brilla bárbaramente, por trucos del cine. Bueno, y después ya viene una escena en que ella se está desayunando en su cama, cuando la mucama le viene a anunciar que está abajo esperándola un pariente, que acaba de llegar de Alsacia. Y que está con otro señor más. Ella baja con un déshabillé de satén a franjas negras y blancas, es en la casa de ella la escena. El muchachito es un primo joven, vestido muy sencillo, pero el que está con él es… el rengo.
—¿Qué rengo?
—Aquel que pisó con el auto a la corista. Y empiezan a hablar y el primo le dice que le han pedido un gran favor, que es hablarle a ella, como francesa, para ayudarlos en una misión. Ella pregunta qué misión, y le contestan que la que había empezado la corista rubia, y que se negó a terminar. Porque ellos son del maquis. Ella se muere de miedo pero consigue disimular. Le piden que revele un importante secreto, que averigüe dónde está un gran arsenal de armas de los alemanes ahí en Francia, para que los enemigos de los nazis puedan bombardearlos. Y la rubia corista estaba en esa misión, porque era del maquis, pero después de entrar en relaciones con el teniente se enamoró y no cumplió con la misión, que fue por lo que la mataron, antes de que los denunciara a las autoridades de ahí de la ocupación. Entonces el rengo le dice que ella debe ayudarlos, y ella dice que tiene que pensarlo, que ella no sabe nada de esas cosas. Entonces el rengo le dice «es mentira», porque el jefe del contraespionaje alemán está enamorado de ella, y entonces no le costaría nada sacarle los datos. Ella se arma de valor y le dice al rengo que no, definitivamente, porque no tiene temperamento para esas cosas. Entonces el rengo le dice que si ella no se presta… se van a ver obligados a tomar represalias. Ella entonces ve que el primo está con la vista baja, que le tiemblan las mandíbulas, y tiene la frente perlada de sudor. ¡Y es que lo han traído de rehén! Entonces el rengo le aclara que el pobre muchacho no ha hecho nada, que su único delito es ser pariente de ella. Porque los sinvergüenzas se fueron hasta el pueblo en Alsacia donde estaba el pobre muchachito y se lo trajeron, qué sé yo, bajo falsas excusas. La cuestión es que si ella no los ayuda, ellos, los maquis, lo matan al muchachito que es inocente de todo. Entonces ella promete que va a hacer lo posible. Y así es. La próxima vez que se encuentran ella y el oficial alemán, en la casa de él empieza a revisar cajones, pero todo con un miedo bárbaro porque está el mayordomo que desde el primer momento la miró mal a ella, y parece que no le pierde pisada. Pero hay una escena en que ella está almorzando en el jardín con el oficial y otros más, y el mayordomo, que es alemán, recibe la orden del oficial de ir a la bodega a buscar un vino rarísimo, ¡ah!, me olvidaba decirte, porque ella es la que se lo pide, un vino que el mayordomo solamente sabe donde está. Entonces cuando el tipo se va, ella se sienta al piano de cola blanco que hay en un salón de esos que ya te conté, y se la ve detrás de una cortina de encaje blanco. Ella misma se acompaña al piano porque él le ha pedido que les cante. Pero ella ya ha preparado un truco, y pone un disco de ella, también acompañada al piano, y mientras, se mete en el gabinete privado de él, y empieza a buscar papeles. Pero el mayordomo resulta que se ha olvidado las llaves, cuando llega a la puerta del sótano donde está la bodega, y se vuelve a buscarlas, y al pasar por esa balaustrada donde empieza el jardín mira por el ventanal y a través de la cortina de encaje no se alcanza a ver si ella está sentada al piano o no. A todo esto el oficial está en el jardín, se ha quedado conversando con otros jerarcas, que es un jardín francés, con canteros sin flores, pero con ligustros todos cortados con formas muy raras, como obeliscos.
—Eso es un jardín alemán, de Sajonia más exactamente.
—¿Cómo sabés?
—Porque los jardines franceses tienen flores, y las líneas son geométricas, pero tienden un poco al firulete. Ese jardín es alemán, y la película se ve que fue hecha en Alemania.
—¿Y vos cómo sabés esas cosas? Esas cosas son de mujer…
—Se estudian en arquitectura.
—¿Y vos estudiaste arquitectura?
—Sí.
—¿Y te recibiste?
—Sí.
—¿Y recién ahora me lo decís?
—No venía al caso.
—¿No era que habías estudiado ciencias de la política?
—Sí, ciencias políticas. Pero seguí con la película, otro día te cuento. Y el arte no es cosa de mujer.
—Un día de estos se va a descubrir que sos más loca que yo.
—Puede ser. Pero ahora seguí con la película.
—Bueno, entonces el mayordomo oye que ella canta pero que no está en el piano, y se mete a ver dónde está ella. Y ella justo está en el gabinete revolviendo todos los papeles, ¡ah!, porque antes se consiguió la llavecita del escritorio, se la sacó al oficial, y encuentra el plano de la zona donde están todos los armamentos escondidos, el arsenal alemán, y en eso oye pisadas y se alcanza a esconder en el balcón adonde da el gabinete, ¡pero que está a la vista de los jerarcas reunidos en el jardín! Así que está entre dos fuegos, porque si los del jardín miran la van a ver. El mayordomo entra al gabinete y mira, ella contiene la respiración, y está nerviosísima porque sabe que el disco se va a terminar, y en esa época sabés que los discos eran de una canción no más, no había longplay. Pero el mayordomo sale y ella al instante también, que justo está por terminar la canción. Y todos los jerarcas la están escuchando encantados, y cuando termina el disco se levantan a aplaudirla y ella ya está sentada al piano y todos se creen que no era el disco, que era ella la que cantaba. Y lo que sigue es el encuentro de ella con el rengo y el muchachito, para darles los planos de los alemanes. La cita es en un museo, fantástico de grande, con animales antediluvianos, y todos unos cristales enormes que sirven de pared, y dan al río Sena, y cuando se encuentran ella le dice al rengo que ya tiene la información, y el rengo que se siente triunfante le empieza a decir que ése será el primero de los trabajos que ella haga para los maquis, porque la que entra de espía ya no puede salir más, entonces ella está por no decirle el dato, pero lo mira al muchachito que tiembla, y se lo dice, un nombre de una región de Francia y la aldea exacta donde está el arsenal. Entonces el rengo que es un sádico le empieza a decir que el oficial alemán la odiará con toda su alma cuando se entere de la traición de ella. Y no me acuerdo cuántas cosas más. Entonces el muchachito ve a Leni que se desespera, que se pone lívida de indignación, entonces el muchachito mira por el ventanal, que ellos están bien al lado del vidrio, y en un quinto o sexto piso de ese museo inmenso, y antes de que el rengo atine a nada el muchachito lo agarra y lo empuja para que el rengo rompa el cristal y caiga al vacío, pero el rengo se resiste y el muchachito entonces se sacrifica y se tira junto con el rengo, pagando con la propia vida. Ella se mezcla entre la gente que corre a ver qué pasó y como está con un sombrero con velo nadie la reconoce. Qué bueno el muchachito, ¿verdad?
—Bueno con ella, pero traidor a su país.
—Pero el pibe se daba cuenta que los maquis eran unos mafiosos, tenés que ver las cosas que se saben más adelante en la película.
—¿Vos sabés lo que eran los maquis?
—Sí, ya sé que eran los patriotas, pero en la película no. Vos dejame seguir. Entonces… ¿qué era lo que seguía?
—Yo no te entiendo.
—Es que la película era divina, y para mí la película es lo que me importa, porque total mientras estoy acá encerrado no puedo hacer otra cosa que pensar en cosas lindas, para no volverme loco, ¿no?… Contestame.
—¿Qué querés que te conteste?
—Que me dejes un poco que me escape de la realidad, ¿para qué me voy a desesperar más todavía?, ¿querés que me vuelva loco? Porque loca ya soy.
—No, en serio, está bien, es cierto que acá te podés llegar a volver loco, pero te podés volver loco no sólo desesperándote… sino también alienándote, como hacés vos. Ese modo tuyo de pensar en cosas lindas, como decís, puede ser peligroso.
—¿Por qué?, no es cierto.
—Puede ser un vicio escaparse así de la realidad, es como una droga. Porque escuchame, tu realidad, tu realidad, no es solamente esta celda. Si estás leyendo algo, estudiando algo, ya trascendés la celda, ¿me entendés? Yo por eso leo y estudio todo el día.
—Política… Así va el mundo, con los políticos…
—No hables como una señora de antes, porque no sos ni señora… ni de antes; y contame un poco más de la película, ¿falta mucho para terminar?
—¿Por qué?, ¿te aburre?
—No me gusta, pero estoy intrigado.
—Si no te gusta, entonces no te cuento más.
—Como quieras, Molina.
—Claro que terminarla esta noche sería imposible, falta mucho, casi como la mitad.
—Me interesa como material de propaganda, nada más. Es un documento en cierta forma.
—De una vez, ¿te la sigo o no te la sigo?
—Seguí un poco.
—Ahora suena como si me hicieras vos un favor a mí. Acordate que fuiste vos el que me pidió que no tenías sueño y te contara algo.
—Y te lo agradezco mucho, Molina.
—Pero ahora me desvelé yo, me embromaste bien.
—Entonces contame un poco más y nos va a venir el sueño a los dos, si Dios quiere.
—Los ateos no hacen más que nombrar a Dios todo el tiempo.
—Es un modo de decir. Vamos, contá.
—Bueno, ella sin decir nada de lo que pasó le pide al oficial alemán que la cobije en su casa, porque ella está aterrada de miedo a los maquis. Mirá, esa escena es bárbara, porque yo no te dije que él toca el piano también, está con una robe de chambre de brocato que no te digo lo que era, ¡y cómo le quedaba!, con un pañuelo de seda blanco en el cuello. Y con la luz de los candelabros él está tocando algo un poco triste, porque me olvidé de decirte que ella está llegando tarde a la cita. Y él cree que ella no vuelve más. Ah, porque no te dije que ella del museo sale cuando no la ven y empieza a caminar como loca por todo París, porque está toda confundida, con la muerte del pobre muchachito, el primo joven al que quería tanto. Y se le va haciendo de noche, y sigue caminando por todos los lugares de París, por la torre Eiffel, y por las subidas y bajadas de los barrios bohemios, y la miran los pintores que pintan en la calle, y la miran las parejas bajo los faroles de las riberas del río Sena, porque ella va caminando como una pobre loca, como una sonámbula con el velo del sombrero levantado, ya no le importa que la reconozcan. Mientras tanto el muchacho está dando las órdenes de la cena para dos, con candelabros, y después se ve que las velas ya están consumidas por la mitad, y él está tocando el piano, esa especie de vals lento muy triste. Y es cuando ella entra. Él no se levanta a saludarla, sigue tocando en el piano un vals maravilloso que de muy triste se va haciendo más y más alegre, romántico que más no se puede pedir, pero bien bien alegre. Y ahí termina la escena, sin que él diga nada, se le ve la sonrisa de felicidad y se oye la música. Mirá… no te podés imaginar lo que es esa escena.
—¿Y después?
—Ella se despierta en una cama maravillosa, toda de raso claro, me imagino que sería entre rosa viejo y verdoso, capitoné, con sábanas de satén. Qué lástima da que algunas películas no sean en colores, ¿verdad?, y cortinas de tul a los lados del dosel, ¿me entendés?, y se levanta toda enamorada y mira por la ventana, y cae una garúa, va al teléfono, levanta el tubo y oye sin querer que él está hablando con alguien. Que están discutiendo qué castigo van a darle a unos acaparadores y mañosos. Y ella no puede creer sus oídos cuando él dice que les den pena de muerte, entonces ella espera que terminen de hablar y cuando cuelgan, ella también cuelga el aparato, para que no se den cuenta de que los ha estado escuchando. En eso él se aparece en el dormitorio y le dice que van a desayunar juntos. Ella está divina, reflejada en el cristal de la ventana todo mojado por la garúa, y le pregunta a él, si en realidad no le tiene miedo a nadie, como debe ser el soldado de la nueva Alemania, el héroe de que él le habló. Él le dice que si es por su patria, se atreve a cualquier desafío. Ella le pregunta entonces si no es por miedo que se mata a un enemigo indefenso, por miedo de que en algún momento se inviertan los papeles y haya que hacerle frente, mano a mano tal vez. Él le contesta que no comprende lo que ella dice. Entonces ella cambia de tema. Pero cuando ese día queda sola, llama al número de teléfono del rengo para ponerse en contacto con alguien del maquis, y dar el secreto del arsenal. Porque al haber oído que él es capaz de condenar a muerte a alguien, se le ha venido abajo como hombre. Y ya va al encuentro de uno del maquis, con cita en el teatro de ella donde están ensayando, para disimular y ella ve al hombre que se le acerca y él le hace la seña convenida, cuando llega alguien por el pasillo del teatro vacío y llama a la señora Leni. Y es que traen un telegrama de Berlín que ella es invitada a filmar una gran película en los estudios mejores de Alemania, y ahí mismo el que trae la invitación es un oficial del gobierno de ocupación y ella no le puede decir nada al maquis, y tiene que empezar inmediatamente los preparativos para irse a Berlín. ¿Te gusta?
—No, y ya tengo sueño. Seguimos mañana, ¿está bien?
—No, Valentín, si no te gusta no te cuento más nada.
—Me gustaría saber cómo termina.
—No, si no te gusta para qué… así ya está bien. Hasta mañana.
—Mañana hablamos.
—Pero de otra cosa.
—Como quieras, Molina.
—Hasta mañana.
—Hasta mañana[3].
……………………………………………
……………………………………………
—¿Por qué tardan en traer la cena? Me pareció que ya la trajeron hace rato a la celda de al lado.
—Sí, yo también oí. ¿Ya no estudiás más?
—No, ¿qué hora es?
—Son las ocho pasadas. Hoy yo no tengo mucho hambre, por suerte.
—Qué raro en vos, Molina. ¿Estás mal?
—No, son nervios.
—Ahí me parece que vienen.
—No, Valentín, son los de la celda última que vuelven del baño.
—No me contaste qué te dijeron en la dirección.
—Nada. Era para que firmara los papeles del abogado nuevo.
—¿Un poder?
—Sí, como cambié de abogado tuve que firmar.
—¿Cómo te trataron?
—Nada, como puto, como siempre.
—Escucha, ahí me parece que vienen.
—Sí, ahí están. Sacá las revistas de ahí, que no las vean o se las van a robar.
—Me muero de hambre.
—Por favor, Valentín, no te vayas a quejar al guardia.
—No…
—…
—…
—Tome.
—Polenta…
—Sí.
—Gracias.
—Eh, cuánta…
—Así no se quejan.
—Bueno, pero este plato… ¿por qué menos?
—Ahí está bien así. Qué gana con quejarse, hombre…
—…
—…
—No le contesté nada por vos, Molina, si no, creo que se lo tiraba a la cara, este yeso de mierda.
—De qué te sirve quejarte.
—Un plato tiene casi la mitad del otro, está loco el guardia éste, hijo de la gran puta.
—Valentín, yo me quedo con el plato chico.
—No, si vos siempre te comés la polenta, tomá el grande.
—No, te dije que no tengo hambre. Agarrate vos el grande.
—Tomá. No hagas cumplidos.
—No, te digo que no. Pero ¿por qué me voy a quedar con el plato grande?
—Porque sé que te gusta la polenta.
—No tengo hambre, Valentín.
—Empezá que te va a hacer bien.
—No.
—Mirá, hoy no está tan mal.
—No quiero, no tengo hambre.
—¿Tenés miedo de engordar?
—No…
—Comé entonces, Molina, hoy está bastante buena la polenta estilo yeso. Yo con el plato chico tengo de sobra.
……………………………………………
—Ah… ay…
—…
—Ay…
—¿Qué te pasa?
—Nada, esta mujer está jodida.
—¿Qué mujer?
—Yo, pavo.
—¿Por qué te quejás?
—Me duele la barriga…
—¿Querés vomitar?
—No…
—Mejor saco la bolsita.
—No, dejá… Es más abajo del dolor, en las tripas.
—¿No será diarrea?
—No… Es un dolor muy fuerte, pero más arriba.
—Llamo al guardia, entonces…
—No, Valentín. Ya parece que se me pasa…
—¿Qué sentís?
—Unas puntadas… pero fuertísimas…
—¿De qué lado?
—En toda la barriga…
—¿No será apendicitis?
—No, yo ya estoy operado.
—A mí la comida no me hizo nada…
—Deben ser los nervios. Hoy estuve muy nervioso… Pero parece que está aflojando un poco…
—Tratá de relajarte. Lo más posible. Aflojá bien los brazos, y las piernas.
—Sí, parece que pasa un poquito.
—¿Hace mucho que te empezó el dolor?
—Sí, hace rato. Perdoname que te haya despertado.
—Pero no… Me hubieses despertado antes, Molina.
—No te quería joder… Ay…
—¿Duele mucho?
—Fue una puntada fuerte… pero ya me parece que afloja.
—¿Querés dormirte?, ¿te podrás dormir?
—No sé… Uy, qué feo…
—Si querés conversar a lo mejor te hace bien, no pensar en el dolor.
—No, vos dormite, no te desveles.
—No, ya me desvelé.
—Perdoname.
—No, lo mismo tantas veces me despierto solo y no me puedo dormir más.
—Parece que se pasa un poquito. Ay no, ay, qué feo…
—¿Llamo al guardia?
—No, ya pasa…
—¿Sabés una cosa?
—¿Qué?
—Me quedé intrigado por el final de la película, la nazi.
—¿No era que no te gustaba?
—Sí, pero lo mismo quiero saber cómo termina, para ver la mentalidad de los que la filmaron, la propaganda que querían hacer.
—No te imaginás lo linda que era, viéndola.
—Si te ayuda a distraerte, ¿por qué no me contás un poco más?, rápido, el final no más.
—Ay…
—¿Te vuelve fuerte?
—No, se me está pasando, pero cuando todavía me viene una puntada me viene fuerte, pero después ya no duele casi nada.
—¿Cómo termina la película?
—¿Dónde habíamos quedado?
—En que ella iba a trabajar para los maquis, pero sobreviene el contrato para ir a filmar a Alemania.
—Te quedó grabada, ¿no?
—No es una película cualquiera. Contame rápido no más, así llegás al final.
—Y bueno, ¿qué era lo que pasaba entonces? Uhmm… ay qué feo, cómo duele…
—Contame así no pensás en el dolor, te duele menos si te distraés…
—¿Tenés miedo de que me muera antes de contarte el final?
—No, yo por vos te lo digo.
—Bueno, ella se va a Alemania a filmar, y le gusta muchísimo Alemania, y la juventud que hace deporte. Y le perdona todo a él porque se entera que ese que él mandó a matar era un criminal bárbaro, que había hecho quién sabe cuántas cosas. Y le muestran la foto del otro criminal que todavía no han podido agarrar, medio cómplice del que el muchacho mandó a matar… Ay, todavía me duele un poco…
—Entonces dejá, tratá de dormirte.
—No, qué ilusión, ojalá pudiera… Me duele todavía.
—¿Te viene seguido, este tipo de dolores?
—¡Cruz diablo!, jamás había sentido estas puntadas… Ves, ahora ya se me pasa…
—Voy a tratar de retomar el sueño, entonces.
—No, esperate.
—Así vos también te dormís.
—No, no voy a poder. Te sigo la película.
—Bueno.
—¿Cómo era? Sí, ella parece que lo reconoce al criminal pero no sabe en qué lugar es que lo ha visto. Y entonces se vuelve a París, que es donde ella cree que lo ha conocido. Y ni bien llega se pone en contacto con los maquis, para ver si puede llegar al jefe mismo de la organización, que son todos del mercado negro, y los que organizan el acaparamiento de víveres. Y todo con el cebo de que les va a dar el secreto del arsenal de los alemanes, lo que le había pedido el rengo, ¿te acordás?
—Sí, pero vos sabés que los maquis eran verdaderos héroes, ¿no?
—Che, pero me creés más bruta de lo que soy.
—Si hablás en femenino es porque ya se te pasó el dolor.
—Bueno, lo que sea, pero tené bien claro que la película era divina por las partes de amor, que eran un verdadero sueño, lo de la política se lo habrán impuesto al director los del gobierno, ¿o no sabés cómo son esas cosas?
—Si el director hizo la película ya es culpable de complicidad con el régimen.
—Bueno, te la termino de una vez. Ay, me discutiste y me volvió el dolor… Uy…
—Contá, que así te distraés.
—La cuestión es que ella, para dar el secreto del arsenal, exige verse con la plana mayor de los maquis. Y un día la llevan fuera de París, a un castillo. Pero ella ha hecho que la sigan el muchacho con sus soldados, así pueden tomar por asalto a los maquis del mercado negro. Pero el chofer que la lleva, que es aquel asesino que iba siempre con el rengo, se da cuenta que los siguen y hace una maniobra y les hace perder la pista a los alemanes que vienen siguiéndolos con el muchacho a la cabeza. Bueno, entonces llegan al castillo y a Leni la hacen entrar, y cuando se quiere acordar está ya con el jefe de los maquis, ¡que es aquel mayordomo que la vigilaba tanto a ella!
—¿Cuál?
—El de la casa misma del muchacho. Entonces ella lo mira bien y se da cuenta que es el mismo tipo horrible de la barba, el de la película de aquellos criminales que le mostraron en Berlín. Y le da el secreto, porque ella está segura de que llegan enseguida el muchacho con los alemanes y la salvan. Pero como a ella le han perdido la pista pasa el tiempo y no llegan. Entonces ella se da cuenta que el chofer asqueroso le está hablando en secreto al jefe, de la sospecha que tiene de que los han seguido. Pero claro que ella se acuerda de que el mayordomo siempre la espiaba en la casa para verla desnuda, etc. y se juega la última carta, que es seducirlo. A todo esto, el muchacho y la patrulla que va con él tratan de seguir las huellas del auto en la lluvia. Y después de mucho buscar no me acuerdo bien cómo hacen, para encontrar el camino. Y ella está sola con el asesino éste, el mayordomo que es el jefe de todos en realidad, un personaje mundial del crimen, y ya cuando él se le echa encima, ahí en esa salita donde ha hecho preparar una cena íntima, ella agarra el tenedor de trinchar y lo mata. Y ya están llegando el muchacho y los otros, y ella abre una ventana para escaparse y ahí mismo está de guardia el chofer asesino, al pie de la ventana, y el muchacho lo ve a tiempo y le tira un tiro, pero el rengo, no perdón, el chofer, porque el rengo ya murió en el museo, entonces el chofer, moribundo, alcanza a tirarle a la chica. Ella se agarra de los cortinados y consigue no caerse, para que el muchacho la encuentre todavía en pie, pero cuando él llega y la toma en los brazos, ella pierde las pocas fuerzas que le quedan y dice que lo quiere, y que pronto estarán en Berlín juntos otra vez. Y él recién se da cuenta que está herida porque las manos se le están manchando de la sangre de ella, del tiro en la espalda, o en el pecho, no me acuerdo. Y la besa, y cuando le retira los labios de la boca ella ya está muerta. Y la última escena es en un panteón de héroes en Berlín, y es un monumento hermosísimo, como un templo griego, con estatuas grandes de cada héroe. Y ahí está ella, una estatua enorme, o de tamaño natural más bien dicho, hermosísima con una túnica griega, que yo creo que era ella misma haciendo de estatua, con polvo blanco en la cara, y él le coloca las flores en los brazos de ella, que están extendidos, como para abrazarlo. Y él se va retirando, y hay una luz que parece venir del cielo, y él se va con los ojos llenos de lágrimas y queda la estatua de ella con los brazos extendidos. Pero sólita, y hay una inscripción en el templo, que dice algo así como que la patria no los olvidará nunca. Y él camina solo, pero por un camino lleno de sol. Fin.