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Raquel subió con él. Los dos me miraban en silencio, con quietud y a la espera de mi reacción; temerosos por ella. Pero mi vista estaba fija en el paraguas rojo que el hombre alto y moreno sostenía en su mano derecha. De su empuñadura colgaba una tarjeta manuscrita. Reconocí la letra al instante, era de Omar:

—Sentimos no haber podido entregárselo antes, en su momento, como debería haber sido, pero las circunstancias nos obligaron a ello. Esperamos que comprenda que son causas de fuerza mayor. Acepte nuestras condolencias —dijo tendiéndome el paraguas rojo.

Llorando, temblorosa lo cogí y leí el texto de la tarjeta:

Es para que te proteja del sol de mi tierra, para que lo haga en el jardín de la casa que he pensado deberíamos alquilar para los dos. Te veo en la noche.

Grité, grité pidiendo con todas mis fuerzas que me dijeran qué había pasado, dónde estaba. Raquel me condujo dentro de la casa y el hombre árabe pasó con nosotras.

Pensé que había sido un accidente, un desafortunado accidente lo que le había ocurrido, que estaba en algún hospital inconsciente, herido, pero no, desgraciadamente, Omar había muerto hacía una semana. La misma tarde que se fue de casa y extendió sus manos diciéndome un adiós definitivo. Aquella tarde en que su imagen no se desdibujó como siempre, lo hizo bajo una extraña lluvia de diminutas flores amarillas, que sólo vi yo. Una lluvia de flores como la que tapizó las calles de Macondo el día que José Arcadio Buendía murió en Cien años de Soledad.

Tuvieron que darme un tranquilizante y esperar a que reaccionara. Entonces el hombre me dijo que Omar había muerto durante el ejercicio de su profesión. Pertenecía al Shabak, el Servicio de Inteligencia y Seguridad General Interior de Israel. Su lema es: «Defensor y protector invisible». No me facilitaron detalles de lo acontecido, sólo se me hizo saber que se tenía conocimiento de mi existencia y que los planes de futuro que él tenía eran junto a mí. Aquel día, cuando lo asesinaron, se dirigía a formalizar el contrato de arrendamiento de la casa que quería compartir conmigo.