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Cuando por fin parí aquel ansiado hijo y sus pequeños aullidos de cachorro humano entraron en nuestra vida, cambiando nuestro presente, consumiendo nuestro tiempo, coartando nuestra libertad, comprendí que el amor había vuelto. Entró en mi vida y, como tantas otras veces, me robó la libertad. Me tiranizó llevándose todo lo que hablaba de mí. Hizo garabatos sobre mi nombre, solapó mis necesidades con las suyas. Consiguió que volviese a mis fueros internos; que dejase de ser yo para dedicarme en exclusividad a él. Esta vez venía con diferente apellido. Era más ancestral si cabe, más profundo que el que yo había conocido. Se aprovechó de mi ignorancia y tomó posesión de mí. Poco a poco me fui sumergiendo en su vida, en sus necesidades, hasta dejar, una vez más, mis inquietudes morir.

Adrián creció feliz, hermoso, natural como la naturaleza, exigente de atención y cuidados como ella. Carente de principios, codicioso, y como todos: egoísta. Durante muchos años, tres, paré el tiempo. Me volví felizmente estúpida, monótona e imprescindible a tiempo parcial, una parcialidad con la que no había contado.

Envejecida, entubada por el amor materno, primerizo e incauto, me enredé en sus garras llenas de biberones y pañales por cambiar. Dejé que sus ojos negros traspasaran los umbrales de mi alma, haciéndome vulnerable a cada uno de sus llantos. Fui dichosa, a pesar de mis renuncias, a pesar de haberme dejado llevar, lo fui. Lo fui hasta que se fue.

Está amaneciendo, la noche ha pasado veloz, envuelta en estas confesiones que siempre quise hacer junto a usted. Cobijada por el maldito insomnio que me acompaña mi soledad desde hace años. Mi mano tiembla, ha sido demasiado tiempo el que he permanecido hablándole de mí, de lo que soy y siento…, de lo que fui; de esas pequeñas cosas que el tiempo arrastra aquí y allá.

Las estrellas se pierden sin que su luz se haya visto, cegada por otra luz artificial, por la que ilumina esta gran ciudad. Apenas quedan treinta minutos para emprender el vuelo que nos llevará a la gran presa, y más tarde a la ciudad que le da nombre, primer destino de mi anhelado viaje. Desde el avión, quizás vuelva a escribir, si las nauseas, el vértigo, o ese pavor que estalla dentro de mí cuando mis pies se separan del suelo, me deja. Si supero el cansancio de esta sórdida noche de insomnio.