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Marzo, 1942

Es una tierra del demonio. Terra del diavolo, diría su jefe en su idioma. Tan solo una vomitada de roca y arena apaleada por un sol inclemente. Desde luego que en Estados Unidos hay lugares así, pero únicamente sirven para que el ganado fallezca de sed o para enterrar a los asesinados de la ciudad. Lo que más le molesta es el olor que trae consigo el campesino sentado a su lado. Los mexicanos huelen a mierda, piensa llevándose el pañuelo a la nariz. Lo dice en su mente, en italiano. Aunque él está lejos de ser italiano: Il odore!

Un automóvil Pontiac enfila por las colinas de la Sierra Madre Occidental, una de las cordilleras que cruzan México. El paisaje es árido y el clima caliente. Es la colina de Sinaloa que pareciera tratar de matar a los foráneos que poseen el valor de poner un pie en esa tierra. Tras su paso por aquella senda, el coche va dejando una polvareda que anuncia su llegada a los que cultivan los bulbos de adormidera. Dentro del vehículo, protegidos del polvo que insistentemente trata de entrar, cinco hombres charlan en inglés y español. Tres son mexicanos. Los otros dos, estadounidenses; poseen raíces judías, pero se sienten tan americanos como el pay de manzana, los Yankees de Nueva York o el letrero de Hollywood. El alto, quien reflexiona sobre el tufo de los mexicanos, es carismático, viste un fino traje de lino claro y sombrero Panamá. Parece una estrella de cine, y aunque vive en Beverly Hills, no lo es. Es Benjamin Bugsy Siegel. Nació en Brooklyn, Nueva York, hijo de inmigrantes austriacos pobres, con muchos sueños de éxito. Para lograr esos sueños se unió a Meyer Lansky, un gánster extorsionador. Juntos crecieron con la ley seca subiendo de puestos en la línea de poder de la mafia neoyorkina. Bugsy trabajaba como contacto en California para el contrabandista Charles Lucky Luciano, jefe de la familia criminal genovesa, quien no solo manejaba la Costa Este de Estados Unidos, sino que podría decirse que era el jefe de jefes de la Mafia Italiana. Bugsy podría ser uno de los altos comandantes de la Cosa Nostra, pero poseía un defecto. No era italiano.

Aun así, es el hombre de confianza de Luciano, también su mano derecha para misiones especiales. Esta es una misión muy especial. Por eso no le importa que sus costosos zapatos italianos terminen llenos de polvo mexicano ni el desagradable olor del campesino: está frente a millones de dólares.

El otro norteamericano apenas mide un metro cincuenta. Viste traje a rayas y corbata de pajarita. Es diminuto pero letal. Se presenta como especialista en operaciones de bienes raíces, pero es una máquina de limpieza de dinero para la Mafia. Alfred Cleveland Blumenthal, quien trabaja para el gánster Meyer Lansky, compañero de crimen de Lucky Luciano y Bugsy Siegel. Los santos patronos en las redes de juego. Ambos están en México para persuadir a ciertos políticos del país respecto a la necesidad de aumentar los cultivos de amapola. El mismo Bugsy asegura que sus socios van a financiar y apoyar los cultivos para la producción de materia prima que se transformará en droga y que transportarán al territorio estadounidense. Blumenthal se encargará de limpiar el dinero, comprar las tierras y organizar los pagos. Han contactado con los gomeros de la región en Badiraguato y Culiacán. La zona donde decidieron que comenzará el negocio.

Sus compañeros mexicanos están muy interesados. El coronel Serrano presiente que se convertirá en una fuente importante de ingresos. Es la oportunidad para consolidarse con el poder que ha cosechado durante años. Por eso están todos en esa zona de Sinaloa. Para ver los terrenos que servirán de cimiento para el negocio. Su guía es Fonseca, la Corta. El campesino oloroso.

El Pontiac se detiene en un bello paraje pintarrajeado en verde y rojo. Las flores color sangre y los bulbos parecen danzar entre ellos. Son los campos de amapola escondidos en la sierra, propiedad de chinos.

Los cuatro hombres descienden del automóvil, siguiendo al campesino que les muestra el paisaje cubierto de flores. Los brotes se mueven inocentemente con una corriente de aire, saludando la llegada del grupo. Nadie podría entender cómo la bella flor de la amapola es uno de los productos más criminalizados del mundo. Y después de haber sido procesado, uno de los más preciados.

El coronel Serrano abre los brazos mostrándoles la plantación a sus visitantes. Les dice con su característico tono afable: ¡mírenlo, misters! Eso es el futuro. Bugsy Siegel por fin se quita el pañuelo al ver que el campesino se aleja entre las flores. No le importaría si se diera un baño de vez en cuando.

Camina por entre las flores, jugando con sus dedos, tan solo rozándolas. Las plantas parecen ruborizarse ante la caricia del galante hombre. Blumenthal se sienta en el borde del automóvil, abanicándose con su sombrero, mas el calor le sigue pasando factura. Llega a escuchar a su amigo Bugsy, que les pregunta cuándo comenzarán a mandar el producto para Estados Unidos. Sabe que lo dice en inglés, pues no piensa rebajarse a hablar en indio con sus socios.

Raúl Duval se afloja la corbata. Siguiendo entre las amapolas a Bugsy. Un viento refrescante calma la resolana. Mientras camina por la marea roja, les explica que acaban de hacer las incisiones en los bulbos, y que deben recolectar la resina y procesarla en las bodegas. Luego, con una sonrisa que apenas si sube la comisura de los labios en su rostro de piedra, les bromea comentando que desean ampolletas, no latas de goma.

Los estadounidenses mueven la cabeza aceptando el comentario. Si todos los involucrados son como ese joven mexicano, el negocio funcionará de maravilla. Blumenthal se lo hace saber con un aplauso que lo ruboriza.

Para el coronel Serrano, tener un trato sin persecuciones es un milagro. Un sueño hecho realidad. Es así porque es el mismo Tío Sam quien está pidiendo el producto. Es porque fuera de México la cosa no pinta bien. Todos lo saben. La Segunda Guerra Mundial ha traído mucho dolor y muerte a Europa. Pero también ha abierto una puerta para las oportunidades: las batallas en el frente oriental cortaron el flujo de amapola y hachís proveniente del occidente de Turquía. Estos productos son la materia prima de la morfina, medicamento insustituible en los hospitales de guerra. La escasez de mercancías derivadas del opio tuvo que incrementar el cultivo de adormidera y marihuana en otros países que sustituyeran a los proveedores originales. Se tenía la ventaja de que México estaba demasiado cerca de sus primos norteamericanos. No se podía andar en ese mundo sin venderle el alma al diablo o a Dios en esa guerra, quienesquiera que fuesen esos dos en esta conflagración.

Bugsy Siegel regresa al grupo después de su nado por la plantación de amapola. Se quita la americana y la echa hacia su espalda de manera elegante, remangándose la camisa. Al hacerlo, les dice pausadamente que su jefe, Lucky Luciano, desea cargamentos continuos, no esporádicos. Como sabe que el tiempo mexicano corre en distinta velocidad que el norteamericano, completa bromeando que no quiere que salgan con que «En un ratito». Lo último sí lo dice en español. Todos ríen.

Blumenthal le entrega a Raúl Duval un sobre con las solicitudes. Es un archivo abultado. Hay más información de logística y comercio que de un verdadero acto criminal. Todo se maneja como una empresa con regulaciones perfectas. Raúl lo observa con detenimiento mientras el coronel y Bugsy prenden un cigarro puro para fumarlo como brindis por el cierre del exitoso trato.

Raúl es frío mientras lee los papeles. No regala ni un gesto. Apenas balbucea que le preocupa que el jefe esté en la cárcel. El coronel se vuelve para verlo con ojos acusadores, molesto por importunar a sus socios. El hombre diminuto no se espanta. Negocios son negocios. Bugsy se ríe a carcajadas, entendiendo el comentario.

Entre las caladas al cigarro, comenta que su gran amigo Lucky no está en la cárcel, sino que está trabajando para la Oficina de Inteligencia Naval en Nueva York controlando a los trabajadores de los muelles y atendiendo algunos negocios con su tierra natal. El gánster hace un amplio guiño, todo blancura de dientes. Ciertamente parece estrella de cine. Con ese retrato de autógrafo en su gesto, vuelve a bromear diciéndoles que no es cárcel, solo una oficina con barrotes en la ventana. Más risas. Serrano arquea la ceja hasta casi desprenderla de su rostro. El viejo ya está lleno de viejos trucos.

Lo quiero por escrito, pide el coronel. Silencio. Raúl se vuelve a verlo.

Bugsy le arrebata los archivos a Raúl. Busca la carta y se la entrega al militar. Los dos mexicanos se ponen a leerla. No dan crédito a lo que ven: los presidentes Manuel Ávila Camacho y Franklin D. Roosevelt al parecer firmaron un convenio que favorecía el cultivo de amapola y la producción de opio en territorio mexicano a través de Inteligencia Naval con el nombre de Operación Luciano. Ponían como enlace al señor Salvatore Lucania, mejor conocido por todos como el mafioso Lucky Luciano.

No es nuevo. Es lo que han estado haciendo Benito Guadalupe Serrano y sus socios, como Maximino Ávila Camacho. Pero ahora no habrá quien les moleste. Al menos, así lo esperan todos. Para que quede claro que la operación será sigilosa, explica que sus amigos, la parte mexicana, poseen puestos importantes en el Gobierno y sus aspiraciones son altas. Los mafiosos se miran entre ellos. Serrano no sabe si entendieron lo que dijo, pero Raúl se encarga de traducirlo, pues es importante dejar claro cualquier cabo suelto. En la explicación que les da, nunca sale a relucir el nombre de Maximino Ávila Camacho, de quien se cree que será el próximo presidente, después del general Lázaro Cárdenas. Nadie cree que sea bien visto que el regente del país haga negocios con delincuentes de la talla de Lucky Luciano.

Alzan los hombros los gánsteres. Ellos no son políticos. No les importa. Eso solo es en México, allá en Estados Unidos, los criminales se quedan así, sin puestos en el Gobierno. Al menos, los de la Mafia.

Siguen fumando, mirando el valle danzando ante los cambios del viento. La morfina se va para el Pacífico y Europa, les explica Bugsy con un enorme aro de humo que logra con su cigarro. Raúl saca a colación al morenito del arroz. No todo es belleza como creen: ¿qué sucede con el Buró Federal de Narcóticos?

Se miran entre todos, como en el cuento de los ratones que se preguntan quién le pone el cascabel al gato. Bugsy, riéndose como un tonto, les suelta a todo pulmón y en español cavernícola: «Ansliger…, a chingar mother».

Risas que retumban en eco entre la sierra. Todos, menos Raúl. Insiste preguntando en inglés por el Buró: ¿qué sucedería en caso de que los llegasen a atrapar?

«Es buena pregunta», piensa Siegel. El chico es inteligente y posee temple para cerrar el trato. Ya que están diciendo las verdades, Bugsy se las suelta: entonces, les recomiendo que tengan buenos abogados. No hay negocio fácil.

Se dan la mano en las inmediaciones de Badiraguato. Con eso se da el paso más importante en el tráfico de drogas.

Estados Unidos violó los mismos acuerdos que había promovido con tanto fervor. Se olvidó de sus campañas antidrogas y de las connotaciones xenofóbicas al suspender el decreto a raíz de la Segunda Guerra Mundial. Promoviendo la producción de opio en México, sencillamente se mordieron la lengua, demostrando que su discurso de doble moral era traicionero, voluble y poco confiable.