Antes de seguir destejiendo el cadejo de mi historia, que no deja de ser el testimonio detallado de los hechos acaecidos en Logroño y que forman parte de mi vida, quisiera referirles una relación escrita de los sucesos que tuvieron lugar en Zugarramurdi después de que la joven francesa se aprestara a delatar a María de Yurreteguia, la mujer que buenamente, por caridad, le había ofrecido labor y hospedaje en su casa. Se trata de un diligente trabajo de reconstrucción basado en las indagaciones llevadas a cabo por don Juan del Valle en la región de Xareta, así como en las declaraciones de los hombres y mujeres que permanecían recluidos en las mazmorras: deposiciones que fueron transcritas fielmente por mi secretario tras los diversos interrogatorios que llevamos a cabo durante todo un año.
En este informe se recogen, en definitiva, las diversas atestaciones de quienes participaron, de un modo u otro, en la persecución de la que fueron víctimas algunos de los vecinos de Zugarramurdi y demás villas colindantes; un breve resumen de lo escrito en los centenares de pergaminos que guardaba en los anaqueles de mi despacho.
Por ello, ruego a vuesas mercedes que presten atención a estos apuntes, pues vienen a reflejar el exiguo conocimiento de los implicados, su irracionalidad y, ante todo, los prejuicios que provocaron el inicio de una convulsión general sin precedentes, en la que se vieron inmiscuidos tanto la plebe como los alguaciles del brazo secular y los clérigos de las distintas parroquias de la región.
DE DONDE SE HABLA DEL ARREPENTIMIENTO
DE UNA BRUJA Y SUS CONSECUENCIAS
Después de que la acusada de nombre María de Yurreteguia fuese conducida ante fray Felipe de Zabaleta para que, en confesión, declarase ser una de las servidoras del demonio, aquel le impuso como penitencia pedir perdón públicamente en la iglesia de Zugarramurdi. Dicha mujer, apesadumbrada por sus diabólicos actos, se arrepintió en presencia de los demás vecinos del villorrio, delatando a su vez a varias mujeres y hombres que formaban parte del conciliábulo de brujos y brujas de la comarca.
Tal fue así, que al sentir el demonio el daño que habría de ocasionarle esta confesión a los brujos que solían holgarse con él en las juntas que se celebraban en el prado y en las cuevas todos los viernes y vísperas de fiesta, los alentó para que fuesen a visitarla con el fin de lograr que volviese de nuevo a la secta.
Cierta noche, en la que los brujos concretaron reunirse en el prado del Cabrón, el diablo los convirtió a todos en animales —perros, puercos, sapos, cabras y gatos—, para que pudiesen marchar en su busca sin ser descubiertos por las demás gentes de aquellos pagos. Y así, fueron a casa de María de Yurreteguia con el vil propósito de acecharla. El demonio, que decidió acompañarles, aguardó en la huerta junto a los brujos más ancianos mientras los demás se allegaban a las ventanas del caserío. Acercando sus rostros a las cristaleras, la vieron en compañía de otras vecinas que habían acudido a su llamada de socorro para que la protegiesen de posibles represalias por parte de los miembros de la secta, pues la esposa del molinero estaba segura de que habrían de venir a por ella porque era viernes y día de celebración.
Miguel de Goyburu y otros hechiceros, en compañía del demonio, le hacían señales de advertencia desde el otro lado de la ventana; y sus tías María Txipia y Graciana de Barrenetxea, subidas en lo alto del humero, la llamaban con su voces cavernosas para que acudiese con ellas al prado y se holgase con otros hombres y mujeres alrededor del fuego, como a ella le gustaba hacer. Al ver que María de Yurreteguia ignoraba sus llamamientos, la amenazaron lanzándole terribles maldiciones.
Al sentirse coaccionada por sus compañeros de akelarre, comenzó a gritar en presencia de quienes la asistían. Se defendía dando voces y señalando hacia el lugar donde estaban los brujos, pero las mujeres que la acompañaba no pudieron ver nada porque el demonio las había hechizado a todas, de tal suerte que sólo María podía distinguirlos.
Viendo que insistían para que acudiese con ellos al conventículo, y que no tenían intención de marcharse hasta que accediera a sus deseos, María le arrebató el rosario a una de las mujeres y lo alzó en alto. Llevada por su fe en Dios, se santiguó y nombró varias veces el nombre de Jesucristo y el de su Madre la Virgen María. Y he aquí que los brujos, gritando enloquecidos, se alejaron del caserío debido al poder invocador suscitado por la súplica.
Pero como el demonio y sus servidores son gente despechada y vengativa, le arrancaron las berzas de la huerta y le destrozaron varios pies de manzanos. No contentos con ello, volaron hacia Urdax para hacerle mal al molino arrendado donde trabajaban su esposo y su suegro. Los brujos rompieron el rodezno y desencajaron el husillo y la piedra de moler para luego arrojarlos al río.
Al día siguiente, después de comprobar los daños ocasionados, María se allegó a la parroquia de fray Felipe para decirle que los brujos querían acabar con su vida por haber sido buena confidente. Conmovido por sus palabras, así como llevado por el temor de tener que enfrentarse él mismo a las barrabasadas de los servidores del demonio, el clérigo viajó hasta el monasterio de San Salvador de Urdax para poner sobre aviso al dominico fray León de Araníbar, quien a su vez se encargó de informar a los calificadores del Santo Oficio que dependían del Tribunal de Logroño.
En las distintas aldeas del valle de Baztan, el pueblo, enardecido, comenzó a tomarse la justicia por su mano, agrediendo a todos aquellos que fuesen sospechosos de ser brujos, moriscos, herejes, calvinistas o judíos. Un grupo de gente se presentó en el caserío de Graciana de Barrenetxea —a la que dieron muerte—, así como en la casa de labor de Miguel de Goyburu y Estebanía de Yriarte, donde registraron cada una de sus habitaciones en busca de una señal diabólica que los identificasen como hijos del demonio, como podían ser gatos o sapos.
Joanes de Goyburu, indignado ante aquella situación, fue a ver a fray Felipe de Zabaleta para denunciar el hecho de que algunos vecinos estuvieran haciéndoles la vida imposible; a él y a su barragana. El párroco de Zugarramurdi, entonces, le aconsejó presentarse en la iglesia con Estebanía, pues deseaba hablar con ella en privado. Y así lo hizo.
Tanto fray Felipe como el abad de Urdax, que se había trasladado para ser testigo del interrogatorio, coaccionaron a la mujer, in conspectu tormentorum, para que reconociese públicamente pertenecer al grupo de las servidoras del diablo. La hija de la sorgina negó haber participado de las juntas nocturnas en el prado. Ante su negativa, la amenazaron con entregarla al verdugo para que este le aplicase todo tipo de torturas.
No tuvo más remedio que admitir su culpa.
Y ese fue el comienzo de la caza indiscriminada de brujas, pues Estebanía, a su vez, delató a otros vecinos de haber participado de las fiestas paganas; y estos a su vez denunciaron a varios más, que también tuvieron que reconocerse culpables ante el temor de ser torturados, de manera que en unos pocos días eran más los inculpados que los delatores.
Que sirva este conciso informe para que vuesas mercedes juzguen los hechos que impulsaron los acontecimientos previos a la celebración del Auto de Fe más controvertido de todos a los que hubo de enfrentarse el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en España.
Indulgentiam, absolutionem, et remissionem peccatorum nostrorum, tributa nobis omnipotens et misericors Dominus.