Capítulo XII. Años preocupantes

El nuevo emir almorávide Alt ibn Yusuf pasa a al-Ándalus. 1107

En julio o agosto de 1107, tras recorrer sus estados africanos, cruzaba el estrecho de Gibraltar por primera vez el emir proclamado un año antes. Venía a recibir el homenaje de sus súbditos de al-Ándalus, pero también a preparar, junto con sus gobernadores peninsulares, las futuras campañas militares que iba a desencadenar contra Alfonso VI. La guerra santa era su objetivo, como lo había sido de su padre, el emir Yusuf. Bajo el nuevo emirato alcanzaría el imperio almorávide su cénit o máxima expansión.

Desaparecido el Cid Campeador y recuperada Valencia, el único enemigo digno de ese nombre para el emir era el rey Alfonso, pues los otros príncipes cristianos, como el rey de Navarra y Aragón, que sólo había logrado hacer suya Huesca el 27 de noviembre de 1096, estaban protegidos por el reino taifa de Zaragoza, que se interponía entre Aragón y los almorávides. Los demás eran demasiado insignificantes o señoreaban comarcas demasiado alejadas, como los condados catalanes, que todavía no habían rebasado la frontera del río Llobregat, para inquietar o molestar al gran emir del imperio almorávide.

En cambio, el reino de Alfonso VI ofrecía una frontera meridional de casi un millar de kilómetros en contacto con territorios del imperio almorávide, desde Santarem en la costa atlántica hasta la serranía de Cuenca, con Coria, Albalate, Talavera y Toledo como bastiones avanzados. Este era el enemigo a batir, y a ello dedicará todos sus esfuerzos el recién entronizado emir.

La relativa inactividad de las tropas almorávides y de sus generales durante el verano del año 1107 estaba motivada por la expectación con que esperaban la inmediata llegada del emir Alí y las posteriores decisiones de este. Fue el rey Alfonso VI el que asumió de nuevo la iniciativa lanzando algunas expediciones al sur del Tajo e incluso por Andalucía. Fruto de estas expediciones fue la emigración de grupos de mozárabes, especialmente procedentes de Valencia y Málaga, que fueron asentados en las tierras del norte del Tajo, sedientas de hombres.

Estamos ya acercándonos a los últimos días del rey Alfonso; había comenzado su grave declive fisiológico, pues suponiendo exacta la noticia que nos transmite el obispo don Pelayo, coetáneo de los hechos, el rey estuvo enfermo antes de su muerte durante un año completo y siete meses, levantándose cada día para cabalgar un rato por consejo de los médicos. Por lo tanto, el comienzo de la enfermedad regia hay que colocarlo a finales de noviembre de 1107.

Sin embargo, un año antes de su muerte, a los sesenta y un años de edad, aún le esperaba a Alfonso el que quizás sería el trance más doloroso de su vida, o al menos desde el año 1072, en que había recobrado el trono real. Se trata de la pérdida de Uclés, de la derrota sufrida en el campo de esta villa y de la muerte en medio de la batalla de su único hijo varón, heredero del gran reino que con tantos desvelos y trabajos había sabido reunir y mantener.

La batalla de Uclés. 30 de mayo de 1108

La expedición almorávide contra el reino de Toledo quedó decidida y aun coordinada durante la visita del emir Alí ibn Texufin a al-Ándalus en la reunión con sus gobernadores. La dirección de la operación y el mando supremo fueron confiados a Tamim ibn Yusuf, gobernador de Granada y hermano del emir, que para llevar adelante la expedición pudo contar con las fuerzas reunidas de Granada, Córdoba, Murcia y Valencia.

Para seguir el desarrollo de la campaña, prescindiendo de las narraciones legendarias recogidas en diversas crónicas, contamos desde el año 1108 con dos fuentes más fiables, que son el Nazm al-Yuman y la Carta oficial que el jefe militar de las fuerzas almorávides, Tamim ibn Yusuf ibn Texufin, remitió a su hermano el emir. Ambas nos ofrecen narraciones mucho más verosímiles que las fabulaciones anteriores.

La estrategia escogida no había sido el ataque frontal a las grandes plazas fortificadas de la línea del Tajo, como Toledo o Talavera, sino la penetración por la línea más blanda del flanco izquierdo cristiano, el que conectaba las tierras toledanas con la taifa zaragozana, tierras que no habían sido intensamente pobladas y fortificadas por los súbditos de Alfonso VI.

Tamim, con las fuerzas de su gobierno de Granada, partió de esta ciudad en la primera decena de mayo, dirigiéndose a Jaén y Baeza. Perfectamente coordinado con los otros gobernadores, en el camino, más concretamente en Jaén, se le unieron las tropas de Córdoba con su gobernador, Ibn Abi Ranq, y luego, probablemente en Chinchilla, confluyeron también las de Murcia, al mando de su gobernador Abá Abd Allah Muhammad ibn Aysa[9], hermano del emir Alí y de Tamim. Finalmente, en el mismo Chinchilla se unieron las fuerzas de Valencia con su gobernador, Abu Muhammad Abd Allah ibn Fátima.

Desde Chinchilla marcharon rápidamente sobre Uclés, que era la meta elegida, llegando a la vista de la plaza el miércoles 27 de mayo. Sorprendieron a sus moradores y procedieron a cercar la villa al instante con un rápido galope de su caballería. Sin dejar pasar ni tan siquiera una fecha, aquel mismo día penetraron en el recinto de la ciudad arrollando a la población, que no fue capaz o no quiso ofrecer resistencia apreciable, ya que buena parte de los habitantes eran mudéjares, esto es, musulmanes de religión que habitaban entre los cristianos.

Los almorávides, desparramados ya por entre las casas, apresaron un buen número de cristianos. Los que pudieron escapar a la matanza o al cautiverio buscaron refugio en el castillo o alcazaba, que dada su fortaleza ni tan siquiera sufrió un intento de asalto. Los hombres de Tamim incendiaron las iglesias y saquearon todas las viviendas. El jueves 28 de mayo los musulmanes continuaron el asedio de la alcazaba.

La expedición almorávide no podía sorprender ni sorprendió a las fuerzas cristianas, que por sus informadores tendrían noticia de los preparativos bélicos de los gobernadores almorávides, y de la salida de sus tropas; otra cosa muy distinta era conocer o adivinar cuál era el objetivo concreto de los expedicionarios, aunque se fueran recibiendo noticias de la marcha y progresión del enemigo.

Mientras no se conociera el objetivo concreto, la primera concentración de los refuerzos se haría en Toledo y en su entorno. En esta ocasión no acudió allí personalmente, por primera vez en más de veinte años de lucha contra los almorávides, el rey Alfonso que, como hemos dicho, se encontraba en León, muy seriamente enfermo. La jefatura de este ejército de primera línea correspondía al joven Sancho Alfonso, hijo y heredero del rey leonés, a quien su padre había confiado ya el gobierno de Toledo.

Al conocer la dirección de la marcha y los posibles objetivos del ejército almorávide, el príncipe Sancho, con las fuerzas reunidas en Toledo, salió hacia Uclés al encuentro de las tropas atacantes, al mismo tiempo que solicitaba refuerzos con la movilización de las milicias de Alcalá y Calatañazor.

Los asaltantes de Uclés recibieron en su campamento junto a la ciudad, mientras sitiaban la alcazaba, la noticia de que un ejército de socorro se aproximaba ya a la plaza. Tamim decidió no esperar allí al ejército del infante Sancho, sino salir a su encuentro al amanecer.

Según la Carta de Tamim, aunque expresamente no lo dice, parece que fue al tercer día, esto es, el 29 de mayo, cuando tuvo lugar el encuentro entre los dos ejércitos; según los Anales toledanos primeros fue el día 30 cuando dieron muerte al infante don Sancho:

«Mataron al infant don Sancho e al conde don García cerca de Uclés, III día kal. de junio, era MCXLVI [30 de mayo, año 1108].»

La solución a esta discordancia puede encontrarse en que durante el día 29 tuvieron lugar los combates, y fue al día siguiente cuando los mudéjares de Belinchón dieron muerte al infante don Sancho y a sus acompañantes, que se habían refugiado entre ellos para ocultarse. Seguiremos esta cronología, aunque, como hemos dicho, no sea totalmente segura.

El viernes 29 de mayo, a corta distancia de Uclés, se encontraron ambos ejércitos: los que venían de Toledo dirigidos por el infante y los que habían partido del campamento de Uclés para hacerles frente. En la hueste almorávide formaban los cordobeses la vanguardia, las alas correspondían a los gobernadores de Murcia y Valencia con los suyos, mientras el centro y la zaga la ocupaba Tamim con las fuerzas salidas de Granada.

En el ejército cristiano, al lado del infante Sancho se encontraba el conde García Ordóñez con otros condes o magnates, así como Alvar Fáñez y los alcaides de Alcalá y Calatañazor. Iniciaron el combate los cristianos con una furiosa carga que hizo retroceder a los escuadrones cordobeses que se refugiaron al amparo del centro y de la zaga formada por los granadinos. Sin embargo, los contingentes de Murcia y Valencia que no habían retrocedido aprovecharon el avance cristiano para desbordar a las fuerzas atacantes y envolverlas por las alas, al mismo tiempo que Tamim con sus granadinos y los cordobeses, que entre ellos se habían refugiado, cargaban contra los ya envueltos cristianos, les obligaban a retroceder, a ceder el terreno y finalmente a desbandarse.

Alvar Fáñez y el grueso del ejército se retiró en relativo orden en dirección a Alcalá y Madrid, mientras que el infante Sancho, con un reducido número de su séquito, huía en dirección de Belinchón, buscando el refugio del próximo castillo de esta villa, sito a unos quince kilómetros del lugar de la batalla, donde los mudéjares que allí vivían les dieron muerte.

Esta versión de la muerte del infante don Sancho procede de la crónica de Ibn al-Qatan, que tiene como título Nazm al-Yuman, escrita poco después de la batalla:

«… se refiere que el hijo de Alfonso huyó con ocho cristianos y se refugió en el castillo de Belinchón, en el que había súbditos musulmanes. Se ocultaron entre ellos, esperando salvarse de la muerte, pero los mataron y fue muerto entre ellos el hijo de Alfonso».

En la Carta oficial de Tamim dirigida a su hermano, el emir Alí, dándole cuenta de la batalla, al enumerar las bajas cristianas le comunica que «fue su suma de cerca de tres mil; entre ellos García Ordóñez, el conde, y los capitanes de la región de Toledo y sus personajes; no se ha completado aún la búsqueda de ellos». Llama la atención que mencione por su nombre a García Ordóñez y no tenga ni un recuerdo para la muerte del infante mucho más trascendente, aunque advierta que todavía no se había completado la búsqueda de los muertos.

La Carta oficial de Tamim viene a confirmar indirectamente la versión de Ibn al-Qatan, en su Nazm al-Yuman, de que el infante Sancho había muerto fuera del mismo campo de batalla. Cuando el gobernador Tamim escribía su carta todavía no sabía que en Uclés había muerto el príncipe heredero del reino de Alfonso VI.

Estos datos vienen a poner en evidencia el nulo valor histórico de la versión juglaresca recogida por don Rodrigo Jiménez de Rada sobre la muerte del infante don Sancho y los supuestos diálogos entre el príncipe y el conde. El mismo don Rodrigo insiste en presentarnos al infante don Sancho como si se tratara de un niño de corta edad, calificándolo de «párvulo, parvo, puer», mientras designa al conde García Ordóñez como «padre, padre». Se trata de nuevo de datos que no merecen ningún crédito, cuando sabemos por fuentes coetáneas que el rey Alfonso «había encomendado a la guarda de su hijo el dominio de Toledo», lo que parece requerir para cumplir esta misión una edad mínima de quince años, y que fue el infante el que reunió en su torno a los nobles y movilizó las fuerzas de Toledo para acudir con ellas a Uclés.

Tras la batalla de Uclés, el último año de Alfonso VI. 1108-1109

Tras la batalla de Uclés, Tamim, general en jefe de todo el ejército, con los contingentes procedentes de los gobiernos de Granada y Córdoba, inició rápidamente el regreso hacia el sur, dejando sobre el terreno para explotar la victoria a los gobernadores de Murcia y Valencia con sus hombres. Ante la dificultad que ofrecía la alcazaba de Uclés para un asalto frontal, fingieron un levantamiento del asedio, y cuando la guarnición de la alcazaba salió de la fortaleza para hostigar al enemigo en retirada, cayó en una celada donde fue aniquilada, pudiendo así las fuerzas almorávides ocupar la alcazaba sin necesidad de asalto ni de combatir en ella.

A continuación fueron limpiando de pobladores y destacamentos cristianos toda la zona al sur del Tajo entre Oreja y Zorita. Para ello sin duda contaron con la simpatía y colaboración de la población musulmana que nunca había abandonado esta región, tierras patrimoniales de la familia de al-Qadir. Entre las plazas que cayeron en manos de los almorávides parece que hay que incluir también a Amasatrigo, Huete y, por descontado, Cuenca.

De este modo el poder almorávide iba envolviendo cada vez más al reino taifa de Zaragoza, tomando posiciones para la campaña que dos años más tarde, el 1110, conduciría a la deposición del último rey taifa de al-Ándalus y a la absorción de este reino en el gran imperio de Alí ibn Yusuf.

Si duras eran las pérdidas territoriales, aunque el sector de Toledo a Talavera se mantuviera firme, más trágicas eran las pérdidas personales, sobre todo la muerte del infante Sancho, que venía a trastocar todos los planes sucesorios trazados por el ya anciano y muy gastado rey Alfonso, máxime cuando no hacía todavía un año había fallecido, el 20 de septiembre de 1107, su yerno, el conde borgoñón don Raimundo, esposo de la infanta Urraca.

La noticia del desastre de Uclés, con la muerte del infante don Sancho y de varios condes y magnates con él, provocó una reacción en el reino leonés que, siguiendo sin duda órdenes del anciano rey, movilizó sus fuerzas en auxilio de Toledo. Sabemos que esta movilización alcanzó hasta Santiago de Compostela inclusive, donde su obispo Diego Gelmírez, reuniendo a sus vasallos y caballeros, partió acompañado por la infanta viuda, Urraca, hacia Toledo, donde el arzobispo cayó enfermo. Habiéndose recobrado de su dolencia y sabiendo que el rey había llegado a Segovia, Gelmírez retrocedió hacia esta ciudad para entrevistarse con su monarca, que allí se encontraba acompañado de la reina Beatriz.

El vacío dejado en Toledo por la muerte del heredero era tan grande que el propio rey Alfonso, a pesar de su enfermedad, no dudó en ponerse también en camino hacia la ciudad imperial, aunque no con la misma rapidez que las fuerzas que había movilizado y enviado por delante con carácter de urgencia para proteger la línea del Tajo. Estabilizadas las defensas del reino toledano, Alfonso regresó de nuevo al fin del verano a León.

La caída de Uclés, Belinchón, Ocaña, Huete y Zorita había abierto el flanco oriental del reino de Toledo a peligrosas penetraciones del enemigo musulmán, algo que fue bien aprovechado por los almorávides a finales de 1108 o principios de 1109 para penetrar en profundidad y alcanzar y ocupar la plaza de Alcalá de Henares.

Para el año 1109, en Toledo se esperaba todavía un ataque almorávide más violento y peligroso que el del año anterior. El rey Alfonso juzgó que su presencia en la ciudad era imprescindible, y en medio de su estado doliente se puso en camino en la última decena de mayo para organizar y dirigir personalmente la defensa.

Casi al mismo tiempo, en la primavera de 1109, su rival, el emir almorávide Alí ibn Yusuf, se presentaba en al-Ándalus por segunda vez para dirigir una gran aceifa, ya no contra algunos de los flancos de las defensas del Tajo, sino sobre sus posiciones claves centrales: Toledo y Talavera.

No sabemos cómo habría dirigido Alfonso el gran choque que se dibujaba entre ambos rivales, si se hubiera puesto una vez más al frente de su hueste y salido al encuentro del emir almorávide, ya que durante los veintitrés años de enfrentamiento con los invasores africanos, sólo en una ocasión, en Uclés, y por hallarse enfermo, había faltado a la cita de las armas. No conocemos lo que habría hecho Alfonso porque la muerte sorprendió al anciano rey al amanecer del jueves 1 de julio de 1109, en primera línea, en Toledo, esperando una vez más en la ciudad que había conquistado hacía veinticuatro años, la llegada de los ejércitos islámicos.

A la muerte de Alfonso VI estuvieron presentes su hija doña Urraca, el arzobispo de Toledo, don Bernardo, el obispo de Palencia, don Pedro, y muchos nobles y magnates del reino. El mismo enfermo rogó a su hija que hiciera trasladar sus restos a Sahagún para darles sepultura junto a su esposa la reina doña Constanza, madre de Urraca. Así se hizo, partiendo el 9 de julio la comitiva fúnebre de Toledo a Sahagún, donde tras la celebración de solemnes exequias, fue sepultado el rey el 12 de agosto.

La conquista y defensa de Toledo se puede decir que llenan los cinco últimos quinquenios de la vida del rey Alfonso. Fue un durísimo batallar por mantener incólume la frontera de su reino, que el 25 de mayo de 1085 había adelantado hasta el Tajo.