Capítulo VI. Toledo, la ciudad imperial, vuelve a la Cristiandad

Expedición de Alfonso VI hasta el mar de Tarifa

La traición de Rueda había sido un episodio triste y lamentable, pero al fin y al cabo sin consecuencias en la marcha general del reino. Alfonso VI había fracasado en su tentativa de asentar una guarnición en Rueda, al estilo de las que había establecido en el reino de Toledo o de la avanzada de Coria en el reino de Badajoz, que le permitiera presionar al rey taifa de Zaragoza.

El año 1082, como de costumbre, una embajada de Alfonso VI dirigida por el judío Ibn Shalib llegaba a Sevilla para proceder a cobrar las parias anuales. Los embajadores levantaron sus tiendas en las afueras de la ciudad. Allí, los enviados del emir sevillano presentaron el importe de las parias a Ibn Shalib, parte de ellas en moneda de baja ley. El suceso nos es así escenificado por el historiador musulmán al-Maqqari:

«El judío exclamó al verla: “Me creéis lo bastante tonto para tomar esta moneda falsa. Yo no tomo más que oro puro, y el año que viene necesitaré ciudades. Devolvedle ese dinero”.

»Cuando refirieron estas palabras a Mutamid, se encolerizó en gran manera. “Que me traigan a ese judío y a sus compañeros”, gritó a sus soldados. Ejecutóse la orden, y cuando llegaron los embajadores a palacio, dijo Mutamid: “Que metan a esos cristianos en la cárcel y que se crucifique a ese maldito judío”. Este le dijo: “No lo hagas y te daré por mi rescate mi peso en oro”. Pero al-Mutamid respondió: “Vive Dios, que aunque me dieses el país de la otra orilla de Estrecho junto con al-Ándalus, no te lo aceptaría”».

La orden fue cumplida al pie de la letra, las parias dejaron de abonarse aquel año, produciéndose una peligrosa ruptura entre al-Mutamid y el rey leonés.

Al-Mutamid, consciente de la gravedad de lo sucedido y previendo las graves consecuencias que podía acarrearle, escribió a Yusuf ibn Texufin pidiéndole ayuda e invitándole a la guerra santa en al-Ándalus, pero el emir almorávide remitió esa ayuda a un futuro condicionado por la ocupación de Ceuta: «Si Dios me concede ganar a Ceuta, me reuniré con vosotros y me esforzaré en atacar al enemigo con toda mi alma».

Alfonso VI no podía dejar sin respuesta tal ofensiva y desafío. Al saber lo ocurrido juró por la Trinidad y por todos los santos del paraíso que tomaría una venganza sonada: «Iré —dijo— a devastar el reino de ese infiel con guerreros tan innumerables como los cabellos de mi cabeza, y no he de detenerme hasta llegar al estrecho de Gibraltar».

No obstante, como quería salvar a los caballeros apresados en Sevilla entabló antes negociaciones para alcanzar su libertad. El precio que pagó fue la entrega de Almodóvar del Campo, situado unos cuarenta kilómetros al sudoeste de Ciudad Real. Esta noticia nos revela que Alfonso VI habría ya logrado establecer una base militar dentro de los límites más meridionales del reino de al-Qadir, para desde ella obstaculizar o interceptar cualquier fuerza que quisiera alcanzar Toledo desde Andalucía.

Otro acontecimiento del año 1082 nos refleja la precaria situación de al-Qadir en Toledo: el 12 de mayo se produjo en la ciudad una segunda rebelión. En este caso el alzamiento fracasó y muchos de los alzados lograron huir a Madrid donde, sitiados por el rey toledano, se vieron obligados a rendirse, aunque algunos lograron huir hasta Zaragoza.

Obtenida la liberación de los miembros de la embajada, Alfonso VI cumplió las amenazas que había dirigido contra al-Mutamid. Con dos columnas invadió el reino sevillano: una avanzó desde Coímbra hacia Beja y de aquí a Sevilla hasta acampar en Triana. La otra, bajo su mando personal, marchó directamente sobre Sevilla saqueando y quemando cuanto encontraba a su paso. Reunidas las dos columnas a orillas del Guadalquivir, Alfonso se mantuvo tres días ante Sevilla, estragando sus alrededores y las aldeas del Aljarafe, antes de proseguir su camino por Medina Sidonia hasta las playas de Tarifa, donde, entrando con su caballo en las olas, pronunció la famosa frase que los autores musulmanes le atribuyen: «Este es el límite de al-Ándalus, yo lo he pisado».

Con esta expedición había demostrado Alfonso VI palmariamente que podía alcanzar con sus ejércitos cualquier punto de la Península, y que por lo tanto cualquier negativa al pago de las parias podía provocar la consiguiente represalia. Había puesto de manifiesto que nadie debía considerarse fuera de su alcance. Alfonso VI aparecía así ante los príncipes de las taifas como el rey indiscutible de toda España, provocando en todos ellos un movimiento de pánico que les hacía volver sus ojos hacia los almorávides, que poco después comenzarían el asedio de la ciudad de Ceuta.

El segundo objetivo de la expedición alfonsina consistió en infligir un duro castigo a al-Mutamid de Sevilla en represalia por el retraso e impago de las parias y más aún por la violación de la inmunidad y la muerte de su embajador.

Los últimos meses de al-Qadir en Toledo

La nueva rebelión del año 1082 contra al-Qadir, aunque sofocada rápidamente, y la actitud desafiante de al-Mutamid de Sevilla, atreviéndose a dar muerte al embajador, llevaron al convencimiento a Alfonso VI de que la defensa y mantenimiento del protectorado cristiano sobre la taifa toledana no podía mantenerse mucho más tiempo en las circunstancias en que estaba planteado, y que era preciso dar un paso adelante y pensar ya en la ocupación militar y la anexión del territorio de la taifa al reino leonés.

La conquista del reino de Toledo significaba un gigantesco salto hacia delante, cuando todavía entre la Cordillera Central y las villas más meridionales, recientemente repobladas en el valle del Duero, existía un vacío humano de 60 a 80 kilómetros de profundidad. El intento de anexionar los más de 60.000 kilómetros cuadrados por los que se extendía la taifa de al-Qadir, con numerosa población musulmana y mozárabe y con una populosa capital, Toledo, de unos 28.000 habitantes, cuando León, Burgos, Oviedo o Santiago no alcanzarían por aquel entonces las 2.000 almas, representaba toda una aventura.

La campaña de Alfonso VI en el año 1083 por Andalucía había representado un paso previo pero necesario para restablecer su prestigio y apartar a los otros reyes taifas de cualquier veleidad intervencionista en Toledo. Sólo en el año 1084 iniciaría el rey leonés los primeros movimientos militares destinados a la inmediata ocupación de Toledo.

Al comienzo del verano se puso en marcha con su ejército hacia el sur. El 17 de junio se encontraba ya en Valladolid, y continuando su avance por las tierras del sur del Duero remontó las alturas de la Cordillera Central y entró en la taifa toledana, donde trató de hacer acopio de los víveres y demás mantenimientos necesarios para poder implantar en el otoño un campamento o base militar con carácter permanente en las inmediaciones de la ciudad, al sur de la misma. Desde allí dirigiría las operaciones que debían conducir a la capitulación de la urbe y de todo el reino a ella sujeto.

Instalado y avituallado este campamento, que testimoniaba a los toledanos el decidido propósito del monarca cristiano de permanecer junto a la ciudad hasta conseguir su capitulación y entrega, Alfonso VI regresó a León, adonde llegó el 5 de diciembre de 1084.

No hay noticias de grandes combates, ni tampoco de cómo Alfonso VI hizo saber a al-Qadir su decisión de exigir la entrega de Toledo, ni de la reacción de este. Lo más probable es que, aunque no de muy buena gana, el rey musulmán estuviera de acuerdo con su protector leonés. No obstante, tenía que salvar la cara y cubrir las apariencias ante sus súbditos, que como buenos musulmanes no podían consentir en pasar a vivir bajo la soberanía de un monarca no musulmán sin que buenas razones les convencieran de que no existía ninguna otra salida al acoso del rey leonés.

Esas buenas razones eran las que trataban de llevar al ánimo de los toledanos las fuerzas asentadas en el campamento junto a la ciudad y las instaladas al menos en las otras tres bases: Zorita, Canturías y Canales. Se trataba de presionar y fatigar al adversario hasta obligarle a ceder, más que de entablar grandes combates. Esta fue la misión de los cristianos que permanecieron en tierras toledanas durante aquel invierno del año 1084 al 1085.

Estos planes de absorción del reino de Toledo por Alfonso VI causaron la lógica alarma en el resto de los reyes taifas y provocaron algunos movimientos de aproximación y alianza entre ellos. Así, a finales del otoño se había negociado la boda del hijo de al-Mutamin, emir de Zaragoza, con la hija de Abu Bakr, emir de Valencia. Sin embargo, la alianza no se limitaba a estos dos emires, sino que con ocasión de la boda, celebrada el 26 o el 27 de enero de 1085 en Zaragoza, y a la que fueron invitados todos los emires de al-Ándalus, se llegó a una más amplia alianza de casi todo el Islam hispánico.

Esta alianza trataba de neutralizar los planes de Alfonso VI sobre Toledo, pero una cosa era llegar a un acuerdo e incluso concertar una alianza, y otra muy distinta mover los recursos y los hombres necesarios para desbaratar los proyectos del rey leonés. Al-Qadir, hacia el que los demás emires no sentían ninguna simpatía por su pasada colaboración con Alfonso VI, siguió en la práctica abandonado a su suerte, y Alfonso pudo seguir sus proyectos sin que nadie moviese un dedo para estorbarlo.

Durante el invierno de 1084 a 1085 el rey leonés estuvo reuniendo los medios necesarios en hombres y dinero para volver a tierras toledanas con fuerzas suficientes para resolver la situación de manera definitiva. Muy probablemente tras la celebración de una curia general en Sahagún y tras la permanencia en esta ciudad durante los meses de enero y febrero, Alfonso VI, con su ejército, se puso en marcha hacia Toledo, donde llegaría a finales de marzo.

Ya antes de que Alfonso llegara a la ciudad al-Qadir había iniciado las negociaciones para la rendición con los jefes del campamento cristiano. La presencia del rey con el nuevo ejército no hizo sino acelerar las negociaciones ya iniciadas y proporcionar nuevos argumentos a al-Qadir para convencer a los más refractarios de sus súbditos para que aceptasen lo que ya parecía irremediable.

Como era usual en la época cuando se trataba de rendir una plaza, al-Qadir solicitaría un plazo para pedir ayuda a todos aquellos reyes o emires que estuvieran dispuestos a acudir en socorro de los sitiados. Sólo transcurrido ese plazo sin recibir una ayuda eficaz, se entregaba la plaza. El más interesado en solicitar y obtener ese plazo era al-Qadir, necesitado de demostrar ante sus súbditos y ante los demás musulmanes que había hecho y hacía todo lo posible para defender y salvar Toledo.

Ninguno de los reyes de taifas acudió en auxilio de Toledo y así al-Qadir pudo aceptar las condiciones de Alfonso VI, bajo las cuales capitularía y rendiría la ciudad y con ella el reino. La fecha de este último acuerdo fue el 6 de mayo de 1085, aunque la entrega oficial de la ciudad no tuvo lugar hasta veinte días más tarde: el 25 de mayo, domingo, festividad de san Urbano.

La conquista de Toledo. 25 de mayo de 1085

Día grande en la historia de España aquel día de mayo en que Alfonso hizo su solemne entrada en la ciudad, que como capital de la España visigoda era el símbolo del poder imperial sobre toda España. Ese día podemos decir que la capital de España había salido del mundo islámico para retornar a la cristiandad, de donde había sido arrancada por los bereberes de Tarik hacía 374 años exactamente.

Más allá de la importancia militar de Toledo, y de que con su conquista Alfonso VI avanzaba de un envite la frontera de su reino desde el Duero hasta el Tajo y se afirmaba como monarca hegemónico de la Península, el simbolismo que encerraba Toledo hizo que al difundirse la noticia de su pérdida entre la comunidad islámica esta sintiera una profunda conmoción, como si toda España o todo al-Ándalus se hubiera desgajado de golpe de la fe de Mahoma. La pérdida de Toledo vino a causar en el mundo islámico una impresión parecida a la que produciría en el mundo cristiano la caída de Constantinopla en manos de los turcos el año 1453.

Podemos recrear la escena de esa mañana del 25 de mayo de 1085 cuando abierta la puerta de Bisagra para dar entrada al rey Alfonso VI y a lo más granado del ejército cristiano, la comitiva, ante la ausencia de la mayor parte de los musulmanes y los rostros tristes de los más curiosos, ascendería cuesta arriba hasta la plaza de Zocodover para, desde allí, seguir al alcázar, que según las capitulaciones pasaba a poder del rey cristiano. No se dirigieron a la mezquita mayor para convertirla en catedral y dar en ella gracias a Dios, porque se había pactado que continuaría dedicada al culto islámico.

El mismo día que Toledo volvía a ser cristiana, en Italia, en Salerno, moría el sumo pontífice Gregorio VII, del que tomó su nombre la gran reforma eclesial que luchó por la independencia y pureza de la Iglesia, reforma que tan cordial acogida había encontrado en el reino leonés gracias a la activa colaboración de Alfonso VI.

Con la conquista de Toledo y sus tierras prácticamente por primera vez se incorporaban a un reino cristiano masas de súbditos musulmanes, que con arreglo a las capitulaciones acordadas podían permanecer en sus casas y en sus ocupaciones, respetados en la profesión y en la práctica de su fe religiosa.

Las fuentes cristianas sólo nos dan cuenta del hecho escueto de la rendición de Toledo; las musulmanas, por el contrario, más interesadas en hacer constar esas capitulaciones que garantizaban sus derechos y forma de vida, precisan las condiciones bajo las cuales se había procedido a la entrega de la ciudad.

En primer lugar figuraba el destino de al-Qadir, que naturalmente transfería toda su autoridad al rey cristiano, el cual a su vez se comprometía a colocarlo al frente del reino de Valencia, que poco antes se había segregado de Toledo al morir su abuelo al-Mamun y sucederle el propio al-Qadir. Aunque era un trueque desigual, el emir toledano continuaría al frente de otro reino.

En segundo lugar figuraban las condiciones otorgadas a los habitantes del reino toledano que decidieren continuar su vida bajo la soberanía cristiana. A todos, lo mismo musulmanes que judíos, se les garantizaba su vida, su libertad, la posesión y disfrute de todos sus bienes, tanto muebles como inmuebles, y la más completa libertad para continuar practicando su religión. Es obvio que todo ello era igualmente aplicable a los cristianos mozárabes, que con el cambio de situación, de ser dhimmíes o sometidos, simplemente tolerados con muchas limitaciones, lo mismo económicas que personales, en una comunidad de otra fe religiosa, pasaban a convertirse en ciudadanos de pleno derecho como miembros del grupo religioso que ejercía el poder político.

También se preveía el caso de los musulmanes que no quisieren permanecer fuera de la comunidad islámica bajo el poder cristiano. A estos se les concedía plena y total libertad de emigración en cualquier momento que ellos así lo decidieren, llevando consigo todos sus bienes. Incluso se concedía a estos emigrantes que si después de haber abandonado el reino cristiano se arrepentían de ello, pudieran regresar en cualquier momento.

Se dejaba la mezquita mayor, que se alzaba en el solar donde se encuentra la hoy catedral, en poder de los musulmanes para que en ella pudieran continuar su culto. Nada se indica en las noticias que han llegado a nosotros del destino de las otras mezquitas de la ciudad y de las del campo. Lo más probable es que en este primer momento pensara Alfonso VI que con las al menos seis iglesias mozárabes existentes en Toledo bastaría para que los cristianos pudieran celebrar su culto.

Las posesiones de al-Qadir, sus palacios y sus fincas, consideradas todas ellas como bienes públicos, junto con las fortalezas y demás edificios de uso público, pasaron a formar parte del fisco del rey Alfonso. Especial referencia se hacía al alcázar real de Toledo y a la Huerta del Rey que quedaban a disposición del vencedor para su uso y disfrute.

Musulmanes y judíos debían abonar cada año únicamente los tributos acostumbrados en la época taifa, en proporción al número de individuos que integrasen la familia. Estos tributos eran los mismos que según su antiguo derecho abonaban a las autoridades musulmanas.

Según una referencia musulmana, Alfonso VI, después de otorgar su consentimiento a estas capitulaciones, bajo las cuales se entregaba la ciudad, juró observarlas puntualmente poniendo en contacto su mano derecha con el pergamino donde se habían consignado.

Toledo después de la ocupación cristiana

A pesar de las generosas condiciones otorgadas a la población musulmana y judía de Toledo consta que una buena parte de la primera prefirió hacer uso de la posibilidad de emigrar con todos sus bienes, abandonando sus moradas y dirigiéndose a los territorios gobernados por hombres de su religión. Lo mismo debió de ocurrir en el campo, donde muchas alquerías quedaron desiertas.

Este hecho, que en principio daba lugar a una peligrosa debilidad del potencial demográfico, facilitaba la llegada y asentamiento de cristianos procedentes de Galicia, Asturias, León y, sobre todo, de Castilla. También llegaron a Toledo habitantes del norte de los Pirineos, los llamados «francos», de modo que en el Toledo cristiano además de musulmanes y judíos pronto pudieron distinguirse otros tres grupos diversos con sus propias peculiaridades jurídicas: mozárabes, castellanos y francos.

Los mozárabes, tras 374 años de dominación musulmana, no eran muchos. Se habían visto mermados con las emigraciones hacia los estados cristianos y mucho más por las conversiones al Islam. Gozaron durante todo el reinado de la firme predilección de Alfonso, que procuró incrementar su número con inmigraciones procedentes de Guadix en 1094, de Valencia en 1102 o de Málaga en 1104.

Los castellanos formaron muy pronto el grupo más numeroso de la población del nuevo Toledo. Sólo unos pocos procedían de Galicia, algunos más de León, pero la mayor parte habían salido de la cuenca del Pisuerga y de Castilla. Muy pronto en la ciudad el número de sus iglesias cuadruplicaría a las de los mozárabes. En el campo más del sesenta por ciento de los pobladores identificados eran castellanos, en el amplio sentido con que este vocablo era utilizado en Toledo.

El grupo de francos era todavía menor numéricamente que el de mozárabes. Su dedicación preferente era el comercio y la artesanía. El grupo mayor se concentraba en torno a la catedral con sus negocios.

Los judíos contaban ya con un barrio propio en la ciudad antes de la conquista cristiana. No hay noticias ni es de creer que pensaran en emigrar, ni pocos ni muchos, ya que su situación bajo el poder cristiano podía resultar al menos tan cómoda como bajo los reyes de taifas. Desde el primer momento gozaron de todo el favor de Alfonso VI, que incluso llegó a recibir por ello una amonestación del papa. Los judíos eran muy numerosos en Toledo. Se ha calculado que alcanzaban la cifra de unos 4.000, en torno al quince por ciento de la población.

No nos consta expresamente el ámbito geográfico a que se referían las capitulaciones, pero no parece que haya duda razonable de que estas afectaban no sólo a la ciudad, sino también a todas las comarcas del reino que se entregasen a Alfonso VI. De hecho no todo el reino siguió la misma suerte de la capital: algunos distritos más periféricos se segregaron de Toledo y continuaron bajo el poder musulmán.

En primer término parece que quedaron fuera de la capitulación las comarcas de Belinchón, Uclés, Huete, Santaver, Zorita, Cuenca y Alarcón, esto es, una gran parte de la actual provincia de Cuenca y algo de la de Guadalajara, que al-Qadir se reservó como tierras patrimoniales de la familia para ser gobernadas por él con independencia de la ciudad del Tajo. Tampoco siguió la suerte de la capital la cuenca del Guadiana que había sido o sería ocupada en su mayor parte por el rey taifa de Sevilla. En sus manos tenía el castillo de Calatrava la Vieja, a orillas del Guadiana.

Las tierras que siguieron la misma suerte que la capital y que se incorporaron inmediatamente al reino leonés se concentraban en la parte sita al norte de los montes de Toledo. A ellas se añadirían, según fuentes musulmanas, algunas tierras manchegas orientadas hacia Albacete, que se sumaron a la capitulación.

Fuera de las inmediaciones de la capital del Tajo, no se conocen acciones militares de conquista por las armas de Alfonso VI. Es lógico que después de la capitulación algún alcaide musulmán se mostrara reacio o dilatara la entrega del castillo que estaba en su poder. Parece que alguno de esos alcaides se atrevió a ofrecer incluso cierta resistencia, pues Ibn al-Kardabus nos asegura que el rey cristiano, después de su entrada en Toledo, dirigió algunas incursiones para dominar los territorios que habían sido de al-Qadir entre Guadalajara y Talavera, esto es, entre la taifa de Badajoz, la de Zaragoza y los territorios patrimoniales de la familia de al-Qadir.

Más frecuente que estas esporádicas resistencias, de las que no nos ha quedado constancia específica, fue el caso de los alcaides y de la población musulmana que prefirió abandonar sus lugares de residencia y refugiarse en las próximas taifas de Badajoz, Sevilla y Zaragoza. Esto dio lugar a cierta despoblación que en algunas zonas del territorio toledano alcanzaría en los años siguientes una gran intensidad, especialmente entre el Tajo y los montes de Toledo y entre estos montes y Sierra Morena.

En conjunto podemos calcular entre unos 30.000 y 40.000 los kilómetros cuadrados anexionados a su reino por Alfonso VI, territorio que debía ser reforzado en su población, organizado y defendido en los años siguientes. Con ellos el reino de Alfonso VI alcanzaría su máxima amplitud: una extensión total de unos 200.000 kilómetros cuadrados.

Las nuevas tierras y la nueva población recientemente anexionadas así como los nuevos pobladores que había que instalar para asegurar la asimilación y defensa del territorio exigían estructuras apropiadas y normas jurídicas adecuadas a la nueva situación. Para dirigir esta acomodación Alfonso VI escogió al hombre más apropiado de que disponía, el mozárabe Sisnando Davídiz, con gran experiencia en la vida de los reinos taifas musulmanes, y que ya antes había conducido en la región de Coímbra el tránsito de la dominación musulmana a la cristiana, cuando en 1065 fue arrebatada al poder islámico por Fernando I.

Paralela a la organización civil del territorio debía acometerse la estructuración eclesiástica del mismo. Años atrás, hacia 1080, cuando Alfonso VI, aunque fuera a largo plazo, planeaba ya la anexión del reino de Toledo, ofreció el arzobispado de Toledo al obispo de Jaca, don García, hermano del rey de Aragón, Sancho Ramírez, propuesta que no fue aprobada por el papa Gregorio VII. Más adelante, hacia 1083 o 1084, fue Bernardo, obispo de Palencia, el designado para la sede arzobispal, pero habiendo fallecido a principios de 1086, una nueva elección recayó en la persona del abad de Sahagún, Bernardo de Sauvetat, antiguo monje de Cluny, que retrasó la aceptación de la nueva dignidad hasta que obtuvo la aprobación de san Hugo de Semur, abad de la gran abadía borgoñona. La solemne entronización de don Bernardo en la iglesia de Toledo se celebró el 18 de diciembre de 1086, iniciando así una fecunda y trascendental actividad patronal, de la que trataremos más adelante.