Cuando Alfonso VI se hizo cargo en noviembre de 1072 de la totalidad del reino que había sido de su padre, no consta que este, fuera de las tierras portuguesas, donde Fernando I había extendido sus fronteras hasta las orillas del río Mondego, hubiera rebasado el curso del Duero.
No tenemos noticias exactas del año en que Alfonso inició la repoblación y la organización de las tierras lindantes con el Duero en su ribera izquierda a su paso por la meseta castellano-leonesa. Es muy posible que la ocupación de esas tierras y el establecimiento en las mismas de una serie de villas, cabecera cada una de ellas de un territorio importante, se iniciaran muy pronto, ya que dadas sus relaciones de amistad y alianza con al-Mamun no tenía que temer ninguna algara o ataque por parte de los muslimes de Toledo.
Estas primeras villas más cercanas a las aguas del Duero, con las que se iniciaban las ganancias territoriales para aproximarse a la Cordillera Central, fueron Medina del Campo, Olmedo, Portillo, Íscar, Coca, Cuéllar, Peñafiel, Fuentidueña, Aza, Montejo, Maderuelo, Sepúlveda, Ayllón y Osma. En esta zona, si la repoblación no avanzaba con mayor celeridad era ante todo porque faltaban hombres suficientes para poblar y asegurar los nuevos asentamientos, no por temor a sorpresas o a ataques depredadores musulmanes.
El sistema de repoblación que se utiliza en estas tierras al sur del Duero es el consistente en emplazar en ellas una villa, situada en un alto o en un otero que facilita su defensa, y a la que inmediatamente se tratará de dotar de una muralla o cerca. A esta villa se le asigna un término municipal de varios cientos de kilómetros cuadrados, que tendrán la consideración de propiedad colectiva de la villa. Los pobladores que acudan a la villa se constituirán en concejo, al que se dota de una amplia autonomía, ya que serán los vecinos los que designarán democráticamente a las autoridades.
El concejo y sus autoridades serán los encargados de atraer pobladores que se instalen en el amplio término asignado a la villa y de repartir entre ellos tierras para el cultivo. Así, en torno de cada villa surgirán decenas de aldeas, que junto con la villa constituirán una unidad, una comunidad de villa y tierra. Al concejo de la villa se le concede un amplio autogobierno, no sólo en lo económico, basado en la explotación de su extenso término, sino también en lo administrativo y en lo judicial, eligiendo sus propios jueces, y aun en lo militar, para poder organizar su propia milicia a las órdenes de las autoridades concejiles.
Esta tierra así repoblada, especialmente la situada entre el río Duero y la Cordillera Central, recibirá el nombre de «Extremadura», o «tierra de los extremos», esto es, la frontera del reino. Los concejos en ella organizados, dada la gran amplitud de sus términos, tendrán inicialmente un fuerte carácter pastoril y militar, destacando muy pronto sus milicias no sólo en la defensa de su tierra, sino también en las algaras y expediciones ofensivas.
La amistad y alianza que unían a Alfonso y al-Mamun permitían poner en marcha la creación o fundación de estas villas al sur del río en el alto y medio Duero, entre Gormaz y Simancas, con relativa seguridad. Distinta era la situación aguas abajo de Toro, donde los repobladores tenían enfrente la taifa de Badajoz, que no ofrecía las mismas garantías de paz y amistad que la de Toledo.
Cierto que las tierras al sur del Duero podían ser socorridas desde la línea de fortalezas que se alzaban en la ribera derecha del río, pero estos socorros podían llegar demasiado tarde cuando se trataba de rápidas expediciones enemigas de rapiña y por sorpresa. En estas tareas repobladoras y organizadoras del territorio se encontraría ocupado el rey leonés el año 1076 cuando, sorprendido por el regicidio de Peñalén, tuvo que acudir rápidamente a Nájera para acrecer su reino con La Rioja, Álava, Vizcaya, Guipúzcoa y parte de Navarra.
Después de haber tomado posesión de sus nuevos territorios, volveremos a encontrar al rey Alfonso, en noviembre de ese mismo año, 1076, otorgando el fuero de Sepúlveda, que servirá de paradigma o modelo para la organización del régimen jurídico de todas las villas del sur del Duero, de la llamada Extremadura castellana. En esta ocasión Alfonso VI aparece acompañado por un séquito de nobles castellanos entre los que figura Rodrigo Díaz de Vivar, el futuro Cid Campeador.
Es tal la satisfacción que en esos momentos embarga a Alfonso VI por el inesperado regalo territorial con que la fortuna le acaba de agraciar, que no duda en firmar el aludido fuero de Sepúlveda como rey de toda España: «Regnante rege Adefonso in Castella sive Legione et in omni Hispania».
La expedición de Alfonso VI a tierras de Andalucía, donde impuso el pago de parias a los emires de Granada y Sevilla, había tenido lugar poco después de la muerte del rey de Toledo, Yahya ibn Di-l-Nun al Mamun, el emir amigo del rey Alfonso. Al-Mamun había fallecido a los pocos meses de haber logrado el mayor de sus éxitos al incorporar a su reino la ciudad y el territorio de Córdoba y entrar triunfalmente en la antigua capital del califato el 15 de febrero de 1075. Este hecho conmocionó a todo al-Ándalus.
Durante los meses siguientes al-Mamun fijó su residencia en su nueva ciudad, donde murió, parece que envenenado, el 28 de junio de 1075. Su cadáver fue llevado a hombros hasta Toledo para darle tierra junto a la mezquita mayor (en el emplazamiento de la actual catedral). Con él desaparecía el hábil y poderoso monarca musulmán que tanto había favorecido a Alfonso VI.
Por la muerte de al-Mamun no se perdió inmediatamente Córdoba para el emirato de Toledo, al que continuó prestando obediencia hasta su ocupación definitiva por Sevilla dos años después. Sin embargo, con la desaparición de al-Mamun perdió Toledo todo el esplendor que tuvo durante el reinado de este gran emir. Bajo su sucesor se convirtió en un reino débil e impotente frente a todos sus vecinos y sobre todo frente al rey cristiano.
La muerte de al-Mamun significaba para Alfonso el final del compromiso que había adquirido con el rey musulmán y con el hijo primogénito de este: el pacto de amistad y mutua ayuda que ambas partes se habían jurado el año 1072 a la misma hora en que Alfonso VI se despedía del rey toledano para regresar a León y recuperar el trono. El pacto se limitaba estrictamente a las partes contrayentes: a al-Mamun y a su hijo primogénito de una parte y a Alfonso de la otra, pero no se extendía a los demás hijos de al-Mamun ni a sus otros descendientes.
Sucedió a Yahya al-Mamun su nieto Yahya ibn Yahya al-Qadir, cuyo padre, Hisham, había muerto con anterioridad, aunque existe algún indicio de que llegó a suceder a al-Mamun durante un muy corto espacio de tiempo, ya que sólo le habría sobrevivido unas pocas semanas. Comenzaría su reinado al-Qadir con una medida tan poco prudente como la eliminación del que había sido el gran visir de su abuelo. El 25 de agosto de 1075, antes de que hubiesen transcurrido dos meses desde la muerte de su abuelo, era asesinado Ibn Hadidi, lo que atizó las disensiones y el descontento interior.
Privado del que había sido el gran apoyo de su dinastía, la incapacidad de al-Qadir para regir la taifa toledana se hizo patente a todos y muy pronto empezó a perder porciones de su reino acosado por todos sus vecinos, primero por al-Muqtadir de Zaragoza, que apoyado por Sancho Ramírez de Aragón invadió su reino por la zona de Medinaceli; luego por Abu Bakr ibn Abd al-Aziz de Valencia, que le retiró la obediencia que había prestado a su abuelo al-Mamun; más tarde por al-Mutamid de Sevilla, que recuperaba Córdoba y se anexionaba gran parte de la cuenca del Guadiana; y finalmente por el rey taifa de Badajoz, que de acuerdo con algunos rebeldes del interior le arrebató incluso la ciudad de Toledo, obligándole a buscar refugio en la zona de Cuenca.
Ya no existía ningún pacto de amistad o de mutua ayuda que obligase a Alfonso VI a abstenerse de cualquier acto hostil contra el nuevo monarca de Toledo, pero es el caso que, en razón de la buena amistad que había unido al rey leonés con el abuelo y antecesor de al-Qadir, no consta que Alfonso VI moviera un solo dedo contra el acosado rey toledano ni que le presentara ninguna demanda. Parece que desde un principio Alfonso VI asumió respecto de al-Qadir un papel de protector, aunque pudiera tratarse de una protección interesada.
Además, colmadas tras el fratricidio de Peñalén las aspiraciones territoriales de Alfonso VI en su frontera oriental más allá de todo lo que hubiera podido imaginar, sus miras políticas podían ahora orientarse hacia una futura expansión hacia el sur, por tierras del Islam, cuya meta sería la ganancia de la ciudad imperial de Toledo, la antigua capital del reino visigodo.
Es muy posible que desde muy pronto, el año 1078 o 1079, comenzaran las injerencias activas de Alfonso VI en la vida de la taifa toledana, dando así inicio a los siete años de duración que tanto fuentes históricas cristianas como musulmanas atribuyen a las intervenciones de Alfonso en tierras toledanas, antes de ver coronados sus esfuerzos con la capitulación y entrega de la ciudad.
Carecemos de noticias de cuáles fueron las acciones concretas de Alfonso entre los años 1076 y 1080 respecto a las vicisitudes y reveses que estaba sufriendo el reino de al-Qadir. Es muy posible que este se limitara a comprar la paz y la benevolencia de Alfonso VI enviándole valiosos regalos o abonándole ciertas parias. Sin embargo, el mantenimiento de esta especie de protectorado sobre el reino de Toledo requería a veces la presencia del monarca leonés. Así, tenemos testimoniado cómo el 7 de abril de 1079 Alfonso VI se encontraba en campaña acampado a orillas del río Guadarrama.
Otras fuerzas cristianas, al frente de las cuales no nos consta que fuera personalmente el rey Alfonso, lanzaron una incursión contra la taifa de Badajoz y, atravesando la sierra, ocuparon y se instalaron ese mismo año, 1079, en la ciudad de Coria, que se convirtió así en la base avanzada cristiana en la Trasierra extremeña.
Será en junio del año 1080 cuando se produzca en Toledo un hecho decisivo que obligará a Alfonso a intensificar su presencia o la de sus hombres en el territorio de al-Qadir. Una sublevación toledana deponía y expulsaba de la ciudad al emir al-Qadir, que tuvo que buscar refugio junto al gobernador o caíd de Cuenca, mientras los nuevos dueños del poder reclamaban la presencia del rey de Badajoz, al-Mutawakkil, y le hacían entrega de la ciudad imperial. Es ahora cuando el depuesto monarca se dirige al amigo de su abuelo y solicita su ayuda e intervención directa.
No lo duda un instante Alfonso VI, ya que la reunión de las dos taifas, Badajoz y Toledo, bajo una misma soberanía constituía un grave peligro para su frontera meridional. Por lo tanto, congregando su ejército a comienzos de la primavera de 1081, se pone en marcha hacia las tierras del Tajo. La proximidad del ejército cristiano provocó la retirada inmediata de al-Mutawakkil, que abandonó Toledo, donde se había instalado, y regresó a Badajoz ese mismo mes de abril.
Al-Qadir, gracias a la intervención militar de Alfonso, pudo recobrar la ciudad de Toledo y continuar al frente de su reino muy recortado por el sur, pues había perdido ya antes toda la cuenca del Guadiana a manos del rey de Sevilla, que entretanto se había extendido también hacia Levante apoderándose igualmente del reino de Murcia.
Repuesto al-Qadir en el trono toledano por la acción militar de Alfonso, a partir de este momento se convertirá todavía más en un cliente manejado totalmente por aquel a quien debía su reposición.
Al mismo tiempo que Alfonso reponía a al-Qadir en el trono toledano, aprovecharía su enfrentamiento militar con al-Mutawakkil para ampliar su penetración en la taifa de Badajoz y enlazar la base militar ya establecida en Coria con las tierras del rey de Toledo. Este enlace de vital importancia estratégica se lograría con la ocupación de la fortaleza de Albalate[4], la más oriental del reino de Badajoz, lindando ya con el reino de Toledo. De este modo establecía hacia 1081 Alfonso un corredor que comunicaba Coria con Toledo.
Fue la campaña que tuvo que poner en marcha el año 1081 para reponer en el trono toledano a su cliente al-Qadir, la que le hizo reflexionar al rey Alfonso VI y sentir más agudamente la conveniencia y aun la necesidad de acrecentar su reino con la conquista de Toledo. La incapacidad de al-Qadir para hacer frente y controlar a sus enemigos convenció al rey leonés de la imperiosa necesidad de una mayor intervención directa en el territorio toledano.
Conforme a esta nueva política adoptada en 1081, al reponer a al-Qadir en el trono, ambos monarcas suscribieron el llamado Pacto de Cuenca, en virtud del cual al-Qadir confiaba a Alfonso la defensa de su reino, cediéndole en el interior del mismo dos importantes fortalezas que sirvieran de bases militares permanentes a las fuerzas cristianas. Estas fuerzas eran la mejor garantía que al-Qadir podía obtener contra los ataques de los otros reyes taifas, aunque por ella tuviera que abonar cuantiosas parias.
La primera de esas fortalezas fue la de Zorita (Guadalajara), hoy Zorita de los Canes. Sita a 110 kilómetros al nordeste de Toledo, había sido elegida para poder cerrar el paso a cualquier fuerza enemiga que procedente de Zaragoza o de Valencia intentara llegar a la ciudad del Tajo. La segunda fue la de Canturías, sita en tierra de Talavera de la Reina, hoy un despoblado en el término de Belvís de la Jara, 75 kilómetros al oeste de Toledo y 20 al sur de Talavera de la Reina, que cumplía la misma función respecto a cualquier otro ejército que viniera desde Badajoz. Además, desde su base de Coria las mesnadas del rey leonés constituían una amenaza permanente para esa taifa extremeña.
Para el sostenimiento de estas guarniciones Alfonso VI requirió a al-Qadir la entrega de grandes cantidades de grano y de dinero en metálico, cargas que naturalmente resultaban muy gravosas para la población del reino toledano, con lo que la popularidad de su monarca se veía muy menoscabada, y esto a su vez le obligaba a apoyarse y depender cada día más de sus auxiliares cristianos.
Muy pronto al-Qadir, con su mala administración, tropezó con dificultades para recaudar las sumas necesarias para sostener a las guarniciones cristianas. Como se retrasara en los pagos y suministros debidos a las guarniciones de Zorita y Canturías, el rey Alfonso exigió como garantía de las sumas adeudadas la entrega de una tercera fortaleza, la de Canales, hoy también despoblada, sita en el término municipal de Recas, 20 kilómetros al norte de Toledo a unos 600 metros de la orilla izquierda del río Guadarrama. Esta tercera base militar servía de apoyo a la penetración de los ejércitos leoneses a través del puerto de Guadarrama hacia Toledo.
Con el pacto de Cuenca se puede decir que Alfonso había tomado el control militar del reino de Toledo, aunque al-Qadir continuara apareciendo como el monarca nominal y tuviera en sus manos la administración. Prácticamente Toledo estaba ya a merced del rey leonés, y su incorporación al reino cristiano sólo era cuestión de tiempo, de que llegara el momento en que Alfonso creyera que contaba con los elementos humanos precisos para poblar y asegurar la vinculación de las nuevas tierras del reino toledano con los territorios del norte del Duero, sede primera de su reino.
Esta debilidad e insuficiencias del rey toledano al-Qadir, así como la existencia de tres bases militares permanentes cristianas en el interior del mismo, requerían una continua atención de Alfonso e incluso visitas periódicas del monarca leonés a las tierras toledanas. Fue sin duda durante una de estas visitas cuando tuvo lugar el episodio que motivó el disgusto del rey con el infanzón castellano, castigándolo con la pena de destierro.
Parece que al iniciarse la primavera de 1081 Alfonso VI se disponía a salir hacia Toledo, invitando a sus caballeros a acompañarle e incorporarse a la hueste regia. Rodrigo en esta ocasión no pudo aceptar la invitación del rey, y se quedó en Castilla alegando que se encontraba seriamente enfermo. Esta es la primera noticia que tenemos de la no buena salud que acompañó al Campeador durante todos los días de su vida.
He aquí cómo nos narra la Historia Roderici este episodio decisivo en la vida del Cid Campeador y en las relaciones del mismo con su rey:
«Después del regreso de Rodrigo a Castilla con la honra ganada en la victoria de Cabra, el rey Alfonso se dispuso a salir con su ejército hacia la tierra de los sarracenos, que se había rebelado, para someterla y amplificar y pacificar su reino. En esta ocasión Rodrigo permaneció enfermo en Castilla».
Sucedió que mientras el Cid se encontraba en Castilla, sin participar en la expedición del rey, un grupo de musulmanes lanzó una algara contra territorio castellano atacando la fortaleza de Gormaz, en los extremos fronterizos del reino leonés, y retirándose tras haber capturado un gran botín.
Incluso la relación de la Historia Roderici indica que tomaron la misma fortaleza, lo que sólo pudo suceder, dada la reciedumbre de esta, en un ataque por sorpresa:
«Mientras esto sucedía vinieron los sarracenos, irrumpiendo en cierto castillo llamado Gormaz y apresando en él un gran botín».
No conocemos la cuantía de este botín y si de él formaban parte algunos o muchos hombres y mujeres cristianos, pero es evidente que el ataque sorprendió y causó una gran indignación en Castilla.
La noticia del golpe de mano de Gormaz llegó hasta Rodrigo, que se encontraría en Vivar o en Burgos, provocando en él la misma ira y dolor que en el resto de la población:
«Oyendo esto, Rodrigo, movido por el gran dolor e irritación, exclamó: “Saldré tras esos bandidos y acaso logre atraparlos”».
No esperó mucho Rodrigo para ponerse en campaña y, congregando a su mesnada, entró por tierras del reino de Toledo:
«Habiendo congregado su mesnada y bien armada toda ella, entró animosamente en el reino de Toledo saqueando y asolando las tierras musulmanas; cautivó hombres y mujeres en número de siete mil y les arrebató todas sus riquezas y bienes, regresando con este botín a su casa».
No nos indica la Historia Roderici quiénes fueron o pudieron ser los moros atacantes; por la posición geográfica de Gormaz, podían proceder de tierras de Medinaceli, Atienza o Sigüenza, donde coincidían los límites del rey al-Muqtadir de Zaragoza y los del reino de Toledo. La plaza de Medinaceli cambió de manos más de una vez entre los reyes de Toledo y Zaragoza.
Los atacantes tanto pudieron ser musulmanes de uno como de otro reino, ya que los toledanos se hallaban profundamente divididos en dos partidos, los que apoyaban a al-Qadir y aceptaban como mal menor la intervención castellana y los que se oponían con todas sus fuerzas a Alfonso VI y a su protegido, el débil al-Qadir.
Lo cierto es que la dura represalia de Rodrigo se ejerció sobre las tierras del reino de Toledo, y como no hay que pensar sin datos en una desinformación de Rodrigo, hemos de suponer que el ataque vino de parte de los musulmanes toledanos contrarios o ajenos a la autoridad de al-Qadir.
La cabalgada de Rodrigo por tierras toledanas distó mucho de complacer al rey Alfonso y a los magnates que lo acompañaban en su expedición a la ciudad del Tajo, ya que la devastadora incursión podía resultar bastante inoportuna e incluso llegar a interferir seriamente en los planteamientos políticos del rey y crearle algunos problemas.
La Historia Roderici atribuye el desvío regio a las maquinaciones y envidias de los enemigos del Campeador en la corte del rey:
«Cuando el rey Alfonso y los primeros magnates de su curia tuvieron noticias de lo hecho por Rodrigo lo recibieron con dureza y desagrado, y los cortesanos contrarios y enemigos del Campeador se expresaron así unánimes ante el rey: “Señor rey, vuestra excelencia sepa sin duda alguna que Rodrigo hizo lo que hizo por esta razón: para que todos nosotros que nos hallábamos en tierra musulmana saqueándola fuésemos asesinados y muriéramos allí”. El rey, injustamente conmovido y airado por esta sugerencia malvada y envidiosa, lo desterró de su reino».
Dada la fuerte personalidad de Alfonso VI, esta explicación nos parece excesivamente simple; no es de creer que un paso tan extraordinario como el destierro de uno de los primeros magnates castellanos lo diera el rey leonés movido únicamente por las insinuaciones de unos cortesanos, por malévolas y tendenciosas que fueren.
Con mayor verosimilitud tanto la Crónica de 1344 como la Crónica particular del Cid atribuyen el destierro del Cid a las quejas presentadas ante Alfonso VI por el rey al-Qadir contra Rodrigo:
«… el rey de Toledo veyendo el gran dapno que dél rescibiera enbióse dél querellar al Rey don Alfonso».
Nunca sabremos las verdaderas razones que movieron al rey Alfonso; la literatura épica posterior insistió en presentar al rey como envidioso y vengativo, pero con sólo los testimonios literarios, más preocupados de la belleza y de la tensión épica que de la verdad histórica, no podemos juzgar al rey Alfonso ni adivinar si al pronunciar la sentencia de destierro lo hizo movido por la ira o más bien por razones políticas y con gran dolor por la pérdida de un vasallo cuyo valor y pericia conocía muy bien.
En el verano del año 1081 Rodrigo Díaz, acompañado de sus vasallos y servidores, se puso en marcha hacia un destierro que lo alzaría a la máxima gloria épica.
La atención preferente que prestaba Alfonso VI a los asuntos toledanos no le impedía igualmente atender a cualquier otra posibilidad que surgiera de ampliar o asegurar su territorio en sus fronteras con otros reinos de taifas.
En el verano de 1082 el gobernador musulmán de la poderosa fortaleza de Rueda, sita en Aragón a unos 32 kilómetros de Zaragoza, junto al río Jalón, se sublevó contra el emir zaragozano al-Mutamin y, de acuerdo con un hermano del emir, que había sido rey de Lérida y fue depuesto por su hermano, solicitó el auxilio de Alfonso VI.
Este, que podía estar interesado en debilitar la poderosa taifa de Zaragoza fomentando las divisiones y discordias internas, respondió positivamente enviando en su auxilio un ejército bajo la dirección del infante Ramiro de Navarra, señor de Calahorra y hermano de Sancho IV, el rey muerto en Peñalén, y primo carnal, por lo tanto, de Alfonso VI. También formaban parte de la hueste el conde Gonzalo Salvadórez, que gobernaba la Bureba y las merindades de Castilla la Vieja, y otros muchos magnates castellanos.
Llegado este ejército cristiano de socorro a Rueda, sus jefes se entrevistaron con el gobernador musulmán de la plaza, que los había llamado, y ante las expectativas creadas y la complejidad de la situación acordaron solicitar la presencia personal de Alfonso VI. El monarca accedió a la demanda de sus magnates y en la segunda quincena de diciembre de 1082 se presentó en el campo de Rueda, donde acampó durante varios días.
Entre tanto, la muerte de al-Muzaffar, el antiguo rey de Lérida, vino a trastocar todos los planes tejidos por el gobernador de Rueda y dio un vuelco a la situación. Ante las nuevas circunstancias el gobernador musulmán convenció al infante Ramiro, que mandaba la primera hueste, acerca de la conveniencia de entregar la fortaleza al rey leonés.
Inmediatamente el alcaide de Rueda, Albofalac, corrió en busca de Alfonso, al que con palabras engañosas convenció para que personalmente viniera a Rueda y, entrando en el castillo, tomara posesión de la fortaleza.
Se trataba de una trampa mortal, pues Albofalac, habiendo muerto el príncipe en cuyo nombre se había alzado contra el emir y sin perspectivas de triunfo, sólo trataba de reconciliarse con su rey, y para ello le quería ofrecer una sonada carnicería de cristianos y a ser posible la propia cabeza del monarca leonés.
Sin embargo, antes de que llegara Alfonso VI a la fortaleza, cuando este se encontraba ya en las inmediaciones de ella, alguna circunstancia que había cambiado o el temor de que con el retraso se descubriera la traición, es el caso que el gobernador de Rueda permitió que los magnates cristianos se adelantaran a su rey y entraran en el castillo.
Una vez en el interior de la fortaleza estos magnates, el gobernador, descubriendo la trampa y engaño que había preparado, ordenó a los caballeros e infantes musulmanes que guarnecían el castillo que masacraran a los magnates castellanos que ya habían entrado en la fortaleza.
Allí fueron aplastados con cantos y piedras, entre otros muchos, los infantes navarros Ramiro y su hermano Sancho, el conde Gonzalo Salvadórez, y otros muchos notables. Era el día de Reyes del año 1083. Las pérdidas fueron terribles por la notoriedad y rango social de las víctimas, pero su objetivo principal, la muerte del rey de León, había fracasado.
Aunque Alfonso bramara de ira y dolor ante la traición y el engaño de que había sido objeto, no se encontraba en condiciones de tomar una venganza inmediata, pues no estaba preparado para un asalto o un asedio con éxito de la fortaleza de Rueda. No tuvo otra solución que ordenar la retirada y el regreso a Castilla.
La noticia del desastre de Rueda alcanzó al Cid Campeador cuando se hallaba en Tudela, al servicio del emir de Zaragoza. Sin vacilar un instante, al momento se puso en marcha con su mesnada en auxilio de su rey. Así lo narra la Historia Roderici:
«Oída la noticia, Rodrigo, que se encontraba en Tudela, se vino junto al Emperador. Este lo recibió con toda honra; al instante le mandó que lo siguiera a Castilla, y Rodrigo por su parte lo acompañó».
La reconciliación entre el monarca y su vasallo se había producido tras poco más de un año y medio de destierro, y con ella el ansiado regreso a la patria. Las puertas de su tierra castellana y burgalesa se abrían de nuevo ante Rodrigo. Pero mientras caminaba al lado del rey pudo Rodrigo caer en la cuenta de que todavía seguían vivos los recelos y sospechas en el ánimo del monarca, por lo que espontáneamente renunció a regresar a su tierra y se volvió a Zaragoza, donde el emir al-Mutamin lo acogió de nuevo al instante.