Capítulo IV. Alfonso VI y el sistema de parias

Los reinos de Granada y Sevilla, tributarios de Alfonso VI

Cuando Alfonso VI, en noviembre de 1072, fue reconocido en la magna curia leonesa como monarca de los tres reinos, no hizo otra cosa que heredar la obra reunificadora de su hermano Sancho y volver a la misma situación política y a las mismas fronteras en las que había gobernado su padre, Fernando I.

A la muerte de este en 1065 la frontera meridional del reino leonés en la meseta del Duero no sobrepasaba todavía el curso de ese río, aunque las circunstancias se presentaban ya muy propicias para continuar las tareas repobladoras al otro lado del mismo. Sin embargo, los seis años que siguieron, con los tres reinos separados y debilitados, resultaron frustrantes. Los tres hermanos reinantes constituían la versión cristiana de los reinos de taifas, que habían fragmentado el poder de la España musulmana forzándolos a comprar su tranquilidad y su paz pagando parias a Fernando I.

Durante esos seis años la debilidad de cada uno de los tres reinos y las rencillas y rivalidades entre ellos los condujeron a malgastar sus escasas fuerzas en luchas internas y a renunciar a cualquier intento de proyección exterior o de ampliación de sus fronteras a costa del mundo islámico.

Incluso las parias se habían visto mermadas o habían desaparecido. Únicamente Sancho II, parece ser que hacia 1067, había intervenido en Zaragoza para evitar que las parias de este reino dejaran de abonarse. Del mismo modo también Alfonso había dirigido alguna expedición contra el reino musulmán de Badajoz para exigir unas parias que su hermano García había dejado de percibir.

Después de noviembre de 1072, con el reino de León nuevamente reconstituido en toda su amplitud y bajo el gobierno indiscutido de Alfonso VI, un monarca en la plena madurez de sus veinticinco años de edad, es cuando va a dar comienzo el verdadero y fructuoso reinado de este rey, que duraría otros treinta y siete años, hasta 1109.

Su exilio de ocho meses en la corte del rey al-Mamun de Toledo le resultará de una enorme utilidad para instruirse en la complejidad del mundo musulmán peninsular y también para anudar ciertas relaciones de amistad y colaboración con el emir que tan generosamente lo había acogido en su corte.

Muy pronto, al año siguiente de su restauración en León, inicia Alfonso VI su intervención en los reinos musulmanes a fin de reinstaurar y ampliar el sistema de parias de que había gozado su padre hacia el fin del reinado. Y así, el año 1074 enviará a Pedro Ansúrez como emisario suyo a Granada, exigiendo el pago de 20.000 dinares o mizcales de oro. Esta unidad, el mizcal o metical, equivalía a un peso de unos cuatro gramos y cuarto.

El rey de Granada, Abd Allah ibn Buluggin al-Ziri, confiando en que entre sus territorios y los de León se interponía el reino musulmán de Toledo regido por Yahya ibn Ismail ibn Di-l-Nun al-Mamun, no se amedrentó y despachó a Pedro Ansúrez con una resuelta negativa. No sabía, ni podía imaginar el granadino, que el rey cristiano y el rey de Toledo habían suscrito un pacto de amistad y de mutua ayuda, valedero para todo el tiempo de sus vidas y la de Ismail ibn Yahya, hijo primogénito del toledano.

Alfonso no podía dejar pasar el desaire sin la oportuna respuesta, so pena de perder su autoridad y su prestigio para el futuro, y así, al fin del verano o principios del otoño de ese mismo año, 1074, reunía su ejército y contando con la ayuda de al-Mamun penetraba en el reino de Granada. Ya en al-Ándalus encontraba Alfonso la colaboración de Ibn Ammar, visir del rey al-Mutamid de Sevilla, que le animó a apoderarse de la ciudad de Granada, de modo que el botín, que calculaban inmenso, fuera para el rey leonés y la ciudad para el visir sevillano.

Para lograr ambos sus propósitos Ibn Ammar señaló el castillo de Belillos como el lugar más idóneo para desde allí hostigar la vega de Granada hasta forzar a esta ciudad a la capitulación. Apoderado Alfonso de la fortaleza de Belillos, esta fue reforzada y ampliada para acoger en ella una importante guarnición. Tras haber dejado en dicha fortaleza un destacamento que llevara adelante el plan acordado con el visir de Sevilla, Alfonso regresó a su reino.

Todos los intentos de Ibn Buluggin para expulsar a la guarnición de Belillos fracasaron, por lo que el emir granadino cambió de táctica y decidió buscar la protección de Alfonso VI allanándose a sus demandas y ofreciéndole el pago del tributo reclamado de 20.000 monedas de oro. Actuó como mediador entre los reyes de León y de Granada el emir de Toledo, amigo de Alfonso, que esperaba también ampliar las fronteras de su taifa a costa de las de Granada y Sevilla. Las aspiraciones de al-Mamun se vieron muy pronto colmadas, cuando a comienzos del año 1075 logró apoderarse por sorpresa de la ciudad de Córdoba con la connivencia de algunos de sus habitantes, incorporando toda su comarca o kora al reino toledano.

El desastre sufrido por el emir de Sevilla, al-Mutamid, que perdió toda la región de Córdoba y tuvo que evacuar el castillo de Belillos, fue aprovechado por el rey Alfonso para urgir también en Sevilla las cantidades que le había prometido su visir a cambio de la ayuda prestada en su campaña contra Granada.

De este modo, ya en los años 1074 y 1075 lograba Alfonso, además de la amistad y alianza del rey de Toledo, convertir en tributarios de León a los reinos de Granada y Sevilla, de los que cobraría las parias oportunas.

El protectorado y el influjo determinante que Alfonso VI ejercía sobre los reinos de taifas no se limitaban a Sevilla, Granada y Toledo. Tenemos pruebas y hechos determinantes de que en el año 1075 se extendían también a los reinos de Valencia y Zaragoza.

Al morir el emir de Toledo, al-Mamun, el 28 de junio de 1075, Abu Bakr ibn Abd al-Aziz en Valencia se apresuró a declararse independiente y a separarse del reino toledano. El nuevo principado, situado entre Tortosa y Denia, dos territorios dependientes de la taifa de Zaragoza, era también ambicionado por al-Muqtadir, soberano de este último reino.

Sin embargo, y a pesar de esta su vehemente ambición, el emir de Zaragoza no se atrevía a incorporarse el reino de Valencia por la fuerza ante el temor a disgustar al rey cristiano, y no ideó otro camino más eficaz y más seguro para cumplir su deseo que acudir a Alfonso VI y ofrecerle una considerable suma de dinero a cambio de que le permitiese la deseada anexión. Con esta suma comprometía al-Muqtadir al leonés para que no se opusiera a la anexión de Valencia al reino de Zaragoza, y al mismo tiempo compraba, en algún modo, no sólo el reino valenciano sino también la amistad y benevolencia de Alfonso VI.

La política del rey cristiano vista por el emir de Granada

Ibn Buluggin, emir de Granada, dejó escritas en primera persona una especie de memorias que han llegado hasta nosotros. En ellas hace un clarividente análisis de la política, de los métodos y de los objetivos de Alfonso VI. Se trata de unas páginas únicas en toda la historiografía medieval, que creemos merecen ser transcritas en su propia literalidad según la traducción del profesor y académico Emilio García Gómez:

«Por segunda vez [Ibn Ammar, visir de Sevilla] fue a visitar al cristiano Alfonso y a presentarle como fácil el negocio de Granada, pintándome a sus ojos como un ser incapaz para todo por mi flaqueza y por mis cortos años. Le garantizó, además, que con la toma de Granada todos los tesoros de esta ciudad pasarían a su poder a cambio de que el cristiano le asegurase que, una vez hecho dueño de la plaza, la pondría bajo su soberanía y le dejaría aprovecharse de mi peculio personal.

»No dejó paso por dar para decidir a Alfonso a ir contra Granada, y no sólo le entregó considerables sumas con ese propósito, sino que incluso le prometió que, una vez acabado el negocio, le daría 50.000 meticales, a más de lo que encontrase en la ciudad, para animarle a ponerse al punto en camino.

»Tales proposiciones excitaron la codicia del cristiano. “Es este un negocio —se decía— en el que de todos modos he de sacar ventaja, incluso si no se toma la ciudad, porque ¿qué ganaré yo con quitársela a uno para entregársela a otro, sino dar a este último refuerzos contra mí mismo? Cuantos más revoltosos haya y cuanta más rivalidad exista entre ellos, tanto mejor para mí”.

»Se decidió, pues, a sacar dinero de ambas partes, y hacer que unos adversarios se estrellaran contra los otros, sin que entrase en sus propósitos adquirir tierras por sí mismo. “Yo no soy de su religión —se decía echando sus cuentas—, y todos me detestan. ¿Qué razón hay para que desee tomar Granada? Que se someta sin combatir es cosa imposible, y si ha de ser por guerra, teniendo en cuenta aquellos de mis hombres que han de morir y el dinero que he de gastar, las pérdidas serán mucho mayores que lo que esperaría obtener, caso de ganarla. Por otra parte, si la ganase, no podría conservarla más que contando con la fidelidad de sus pobladores, que no habrían de prestármela, como tampoco sería hacedero que yo matase a todos los habitantes de la ciudad para poblarla con gentes de mi religión. Por consiguiente, no hay en absoluto otra línea de conducta que encizañar unos contra otros a los príncipes musulmanes y sacarles continuamente dinero, para que se queden sin recursos y se debiliten. Cuando a eso lleguemos, Granada, incapaz de resistir, se me entregará espontáneamente y se someterá de grado, como está pasando con Toledo, que a causa de la miseria y desmigamiento de su población y de la huida de su rey se me viene a las manos sin el menor esfuerzo”».

El emir de Granada nos declara a continuación que estos planes de Alfonso VI los conocía por los ministros del rey cristiano y por lo que con más detalle le contó el mozárabe Sisnando. Este Sisnando Davídiz había nacido en Tentugal (al oeste de Coímbra) cuando esta región se encontraba todavía bajo la dominación musulmana. Cautivado en una incursión del rey taifa de Sevilla Abbad ibn Muhammad ibn Ismail al-Mutadid, llegó a convertirse en hombre de confianza y ministro de este monarca, ejerciendo como conde de los mozárabes sevillanos. Habiendo pasado más tarde al servicio de Fernando I, a quien aconsejó la conquista de Coímbra, fue nombrado gobernador o alwazir de las nuevas tierras cristianas que se extendían entre el Duero y el Mondego, al frente de las cuales siguió bajo los reyes García de Galicia y Alfonso VI hasta el año 1091, en que falleció. Gozó de toda la confianza de este último rey, que le encomendó muchas misiones importantes para con los reyes taifas.

Aquí nos narra Ibn Buluggin la conversación que tuvo con Sisnando con ocasión del viaje que este hizo a Granada y que demuestra lo viva que estaba entre los cristianos la idea de reconquista o recuperación de los territorios que un día habían sido suyos:

«Al-Ándalus —me dijo de viva voz— era en principio de los cristianos, hasta que los árabes los vencieron y los arrinconaron en Galicia, que es la región menos favorecida por la naturaleza. Por eso ahora que pueden desean recobrar lo que les fue arrebatado, cosa que no lograrán sino debilitándoos y con el transcurso del tiempo, pues, cuando no tengáis dinero ni soldados, nos apoderaremos del país sin ningún esfuerzo».

Por segunda vez se acercó a Granada el rey Alfonso. Cuando se hallaba en sus proximidades reclamó la presencia de Ibn Buluggin, el cual dudó mucho en acudir a la llamada del cristiano, pero siguiendo el parecer de sus consejeros se presentó ante el rey leonés. Este le pidió a cambio de ofrecerle seguridad y protección la entrega de 50.000 mizcales, que tras un duro regateo quedaron reducidos a 25.000 en la primera e inmediata entrega, y a otros 5.000 más antes de que se retirara.

A continuación Alfonso VI hizo de juez árbitro en las diferencias territoriales que enfrentaban a los reyes taifas de Granada y Sevilla. El granadino tuvo que entregar a su rival el castillo de Estepa, recibiendo a cambio el de Alcalá la Real. A continuación se abordó la asignación de los castillos de Castro y Martos, considerados llave para el dominio de Jaén. El visir sevillano Ibn Ammar ofreció una gran suma a Alfonso para que le atribuyese Martos, y el granadino tuvo que entregárselo a su enemigo. En cuanto a Castro, también se lo asignó al sevillano, pero a cambio le prometió a Ibn Buluggin la fortaleza de al-Matmar, que estaba en la frontera entre Toledo y Granada, en manos del emir toledano, dándole su palabra y garantía de que se haría efectivo el trueque.

Acabada esta negociación, se concluyó en presencia de Alfonso la paz entre los príncipes islámicos, de modo que ninguno debía atacar a su vecino. A continuación el rey leonés impuso a cada uno la suma que debía pagar anualmente, que en el caso de Ibn Buluggin de Granada fueron 10.000 mizcales. Al final se dirigió al emir granadino en estos términos:

«Quédate, pues, en la seguridad de que no te obligaré a otra cosa que al tributo, que habrás de mandarme todos los años sin ninguna dilación, pues caso de retrasarte, te enviaré mi embajador a reclamártelo, y esto te obligará a nuevos gastos. Date, pues, prisa en pagarlo».

Ibn Buluggin comenta así su situación:

«Yo acepté cuanto dijo, pensando que quedar a cubierto de su maldad, aunque pagando diez mil meticales por año, era mejor que el que perecieran los musulmanes y quedara asolado el país, puesto que no podía hacerle frente ni medirme con él y tampoco encontraba entre los príncipes de al-Ándalus quien me ayudase contra él, sino, al revés, quien le impulsaba a venir a mí para perderme. En fin, las cosas quedaron en paz, sosegadas y pacíficas durante algún tiempo en el que no se oyó hablar de guerra».

Este episodio narrado de primera mano por uno de sus protagonistas nos pinta el dominio o superioridad indiscutible que Alfonso ejercía en ese momento sobre los tres reinos taifas, Granada, Sevilla y Toledo, y cómo en el encuentro con los gobernantes de los dos primeros había señalado el importe de las parias que debían pagarle puntualmente cada año.

Parece que Alfonso VI, antes de estas expediciones contra Granada que dieron como resultado la imposición de parias sobre los dos reinos de Andalucía, había comenzado por hacer tributario suyo e imponer parias al rey musulmán de Badajoz. Nos lo narra así Ibn Hayyan, el príncipe de los historiadores hispano-musulmanes, con detalles incluso sobre las negociaciones para fijar el importe de las tales parias:

«El tirano Alfonso, hijo de Fernando, que llegó a dominar a los reyes de taifas en al-Ándalus, estimuló el fuego de la guerra civil entre ellos por odio a los musulmanes y empezó con Yahya, señor de Badajoz, regateando con él a propósito del aumento del dinero que debía entregar como parias respecto a las que ya pagaba su padre, gracias a la mediación de al-Mamun ibn Di-l-Nun entre ellos… Yahya se mostró incapaz de aumentar las parias, y hubo entre ellos un intercambio de cartas».

De nuevo en estas negociaciones entre Alfonso y el rey taifa de Badajoz aparece el toledano al-Mamun, el amigo de Alfonso, como mediador y favorecedor de los intereses del rey leonés.

El Cid enviado por Alfonso a cobrar las parias de Sevilla. 1079

Ya le había advertido personalmente el propio Alfonso a Ibn Buluggin de Granada que, si se retrasaba en el pago, le enviaría un embajador a reclamar las parias, lo que le ocasionaría más gastos. Por lo visto el año 1079 se retrasaron en el pago tanto el rey de Granada como el de Sevilla, por lo que Alfonso despachó dos embajadas, una a cada uno de los emires musulmanes, tal como nos lo narra la Historia Roderici:

«Pues en aquel tiempo él [el Cid] fue enviado por el rey Alfonso como embajador cerca del rey de Sevilla y cerca del rey de Córdoba[3] para que cobrara sus parias.

»En aquel entonces al-Mutamid, rey de Sevilla, e Ibn Buluggin al-Mudaffar, rey de Granada, estaban enfrentados. Se encontraban con el rey de Granada García Ordóñez, Fortún Sánchez, yerno de García, rey de Pamplona, Lope Sánchez, hermano de Fortún Sánchez y Diego Pérez, uno de los más notables de Castilla, los cuales, cada uno de ellos con su propia mesnada, salieron a combatir al rey de Sevilla.

»Cuando Rodrigo Díaz se encontraba con al-Mutamid le dieron noticia de que el rey de Granada, con auxilio de fuerzas cristianas, venía contra al-Mutamid y contra el reino de este. Entonces envió misivas al rey de Granada y a los cristianos que estaban con él, pidiéndoles que por reverencia para con el rey Alfonso, su señor, no avanzaran en son de guerra contra el rey de Sevilla ni invadieran su reino.

»Pero ellos, confiando en la superioridad numérica de sus fuerzas, no sólo no quisieron escuchar en manera alguna sus ruegos, sino que incluso los rechazaron con el más absoluto desprecio. Y así continuaron su avance, saqueando toda la tierra, hasta la fortaleza llamada Cabra».

Según esta narración parece que al mismo tiempo que Rodrigo llegaba a Sevilla a cobrar las parias por encargo de su rey Alfonso, otra misión de este mismo monarca se encontraba en Granada para cobrar los diez mil mizcales de oro que cada año debía abonar el rey de esa taifa musulmana al leonés, según habían pactado poco tiempo atrás.

El rey de Granada, que se hallaba fuertemente enemistado con el de Sevilla, aprovechó la presencia de la misión de Alfonso VI para pedir a los embajadores su cooperación en ese enfrentamiento. Los embajadores de Alfonso accedieron a los deseos del soberano granadino, y acompañados cada uno de ellos por su propia mesnada, con la que se habían presentado en Granada, se pusieron en marcha contra el rey de Sevilla.

Este, como era lógico, da cuenta al Cid del ataque de que era objeto, reclamando de Rodrigo la defensa y protección que estaba obligado a prestarle el beneficiario de las parias como contraprestación por las mismas. Por eso Rodrigo avisó a los atacantes de que se abstuvieran de seguir adelante por la reverencia y respeto que debían al rey Alfonso, bajo cuya protección se encontraba el rey de Sevilla, al pagar puntualmente las parias convenidas.

El aviso del Campeador sólo provocó la burla y la befa del rey de Granada y de sus aliados cristianos que, confiando en la superioridad numérica de sus cuatro mesnadas, siguieron adelante invadiendo el reino sevillano y llegando hasta Cabra.

Ante estos hechos, Rodrigo Díaz de Vivar consideró que las parias que acababa de cobrar en nombre de su rey le obligaban a no diferir el auxilio que debía a su protegido, al-Mutamid. Por lo tanto, Rodrigo, con la mesnada que con él había venido desde Castilla y las fuerzas que pudo poner a su disposición el rey al-Mutamid, salió al encuentro del ejército del rey de Granada y de sus auxiliares cristianos.

Los dos ejércitos se encontraron en Cabra. No se trató de una simple escaramuza, sino de una durísima batalla que duró casi tres horas, y en la cual las tropas granadinas llevaron la peor parte con gran número de bajas, según nos narra la Historia Roderici:

«Oyendo Rodrigo que los granadinos habían llegado a Cabra y teniendo noticia de la situación salió rápidamente al encuentro de los atacantes con todo su ejército, Y llegado allí inició un duro combate con los granadinos; la lucha entre ambos ejércitos entremezclados duró desde mediada la mañana hasta la hora de mediodía. El ejército del rey de Granada sufrió una tremenda matanza tanto de mahometanos como de cristianos hasta que vencidos todos y avergonzados huyeron ante Rodrigo Díaz.

»En esta batalla fue capturado el conde García Ordóñez, Lope Sánchez y Diego Pérez con muchos de sus soldados. Una vez obtenida la victoria, Rodrigo Díaz los mantuvo cautivos durante tres días, luego los despojó de sus tiendas y demás pertenencias y les permitió marchar totalmente libres».

La Historia Roderici prosigue narrándonos el regreso triunfal de Rodrigo a Sevilla, los obsequios que para su rey recibió de al-Mutamid y los resentimientos y envidias que la victoria de Cabra acarrearía al infanzón de Vivar:

«Rodrigo victorioso regresó a Sevilla, donde al-Mutamid le entregó las parias para el rey Alfonso a las que añadió muchos regalos y obsequios que el Campeador llevó a su rey. Habiendo recibido los antedichos tributos y regalos y firmada la paz entre al-Mutamid y el rey Alfonso, Rodrigo regresó con todo honor a Castilla y a su rey Alfonso.

»A causa de esta victoria que Dios le había otorgado, muchos envidiosos, tanto de entre los próximos como de entre los extraños, acusaron al Campeador ante el rey de muchas falsedades».

Hemos transcrito este episodio cidiano porque es la narración exacta de cómo procedía Alfonso VI en la exigencia y en el cobro de las parias.